Capítulo 7 - Vida
Alexandra Whitmore se consideraba a sí misma una persona razonable, que seguía las leyes de la lógica. Jamás se había dejado influenciar por las locas historias sobre magia que su madre le contaba. Pero ahora...
Todo había cambiado.
Si lo que Dag le dijo era cierto, ella era vidente.
Vidente como su madre decía que había sido desde siempre. Alex le dió mil vueltas a la palabra. No era capaz de confiar en el vampiro, pero... ¿cómo negar lo que una tiene ante sus ojos? Sí oía voces, sí le parecía ver cosas que nadie más podía. De algún modo sabía que lo que aquel muchacho le dijo era cierto.
Estaba aterrada. Después de casi una semana sin aparecer por el instituto, iba a volver con su amiga Layla, a quién había abandonado y dejado a su suerte con una vampira que la amenazó de muerte. No podía tener una vida más complicada en ese momento, pero así eran las cosas ahora.
Se despertó así pues, temprano, porque tenía que ir a clase. Cuando bajaba las escaleras olfateó el aroma de las tortitas de su madre y maldijo en voz baja su mala suerte. No es que no apreciase lo que su madre hacía por ella, sólo era que Victoria no supo cocinar jamás. Las pocas recetas que sabía preparar, parecían mezclas extrañas de ingredientes. Y sin duda, la peor de todas eran sus famosas tortitas de textura rugosa y muy duras, su hija las odiaba. Así que Alex decidió que cogería dinero en secreto y desayunaría en el instituto, si es que no se le revolvía el estómago con los nervios...
—¡Buenos díaas! —dijo su madre sonriendo— ¡He hecho tortitas!
—Hola, mamá. No tengo mucha hambre, todavía tengo el estómago revuelto —excusó ella con la mano en la tripa—. Además, Layla debe estar esperándome.
Caminó hacia la puerta ya preparada, y en el último segundo se detuvo. No estaba preparada. Creía que sí, pero a la hora de la verdad descubrió que necesitaba un empujón. Y, puede que sólo se tratase de un consejo, así que en ese momento miró a su sabia madre que apareció como una llamada divina, preparando tortitas en la cocina, con los primeros rayos de sol entrando por la ventana que tenía enfrente.
—Mamá. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Pues claro, cielo —se giró con una sonrisa amable.
—¿Alguna vez has visto fantasmas?
Victoria soltó una carcajada, pensando que se trataba de una broma de su hija, pero al ver la expresión seria de la muchacha recapacitó y le miró con arrepentimiento.
—Todo el mundo cree ver algo así en su vida. Yo también, aunque te he explicado muchas veces que yo no soy vidente, no hago esa clase de magia —contestó la mujer— ¿Tú los ves?
—Oh, no. Es que tenía curiosidad. He estado viendo programas sobre misterios sin resolver últimamente y bueno... Me tengo que ir —explicó volviendo a abrir la puerta con velocidad, para no tener que dar explicaciones— ¡Adiós mamá!
Después de salir de su casa, anduvo con paso acelerado a la de su amiga, para no tener tiempo para pensar en si alguien la seguía, la olía, la veía, le escuchaba... Pero en el fondo sabía que no estaba sola, y sus sospechas no tardaron mucho en confirmarse cuando la vampira albina apareció a su lado.
—¡Alex! ¡Espera!
Pero Alex sólo corría más rápido para no tener que hablar, cosa que fue en vano, por que aquellos monstruos eran mucho más veloces que ella y que cualquier otro humano normal y corriente. En un abrir y cerrar de ojos la vio delante, deteniéndole el paso.
—¡Le dije a Dag que os ayudaría a cambio de que no os metieseis en mi vida! —le gritó ella enfurecida. Luego se acordó de con quién hablaba—. Perdón.
—Disculpas aceptadas —agradeció Karen sonriendo ampliamente—. No me estoy metiendo en tu vida, tengo que pasar desapercibida y esta ahora también es mi nueva realidad. Lo único que jamás seremos es íntimas, me negaré a quedar con vosotras más, haré lo posible para que Layla se canse de mí, pero, dame tiempo.
—¿Cuánto?
—No lo sé, unas semanas, quizá más.
La humana refunfuñó, pero luego accedió a esperar el tiempo que hiciese falta. Además, confiaba más en Karen que se había mostrado sincera, aparentemente y prometió protegerla de Dag, que ahora sabía que era un asesino.
—Bueno, creo que no hace falta que te diga que sigues sin poder contar nada a nadie...
—Sí, lo sé —respondió la muchacha mirando a la otra, que estaba muy cerca— ¿Puedes prometerme una cosa?
—No voy a hacer daño a nadie. Ni a ti ni a los que quieres, incluida Layla. Por eso no te preocupes —juró la vampira—. Sé lo que le has visto hacer a Dag pero, yo no soy así.
—¿No bebes sangre? —preguntó Alex con más valentía de la que había mostrado en toda su vida.
—Bueno, sí pero...
—Pues sois iguales, vamos.
Continuó su camino, acompañada de la chica albina y sin dirigirle la palabra ni por un momento, deseando que el eterno instante de soledad acabara. No tardaron mucho en llegar, aunque lo pareció. Allí, sentada en los escalones de la puerta, estaba su amiga del alma, a la que tanto deseaba pedirle un perdón que no podría dar a menos que quisiese responder a preguntas que le estaban prohibidas siquiera formular.
Se limitó a estrecharla con fuerza entre sus brazos. Layla no pareció entender a qué venía tanto dramatismo, pero si su Zanahoria necesitaba cariño, ella se lo brindaría sin rechistar.
Cuando por fin se apartaron, la de pelo castaño fue a abrazar a Karen.
Alex se estremeció, la tensión se amontonaba en sus hombros y casi rezó para que la vampira cumpliese su promesa. Después de un poco, continuaron el camino al instituto. Vampira y vidente, no se dirigieron la palabra directamente, aunque sí entraron en las conversaciones que Layla iniciaba, para no llamar la atención.
Dag no durmió esa noche. No era raro, normalmente pasaban días hasta que le hiciese falta descansar.
Se sirvió un whisky mientras miraba por la ventana hacia el bosque, desde la cocina.
Había estado ocupado, pensando en la humana y en como la había convencido. Pensó en lo fácil que sería engañarla, lo vulnerable que sería entre los de su especie, cuando se diera el momento. Pero todavía quedaba mucho para aquello, o eso esperaba.
Karen había retrasado el proceso. Sabía que después de lo que hizo le debía una, pero él jamás comprendería porque le dio su palabra.
Nunca había sido así. Se regía por su instinto y en siglos pasados le conocieron como un asesino sanguinario. ¿Qué había pasado con el Dag de siempre? Ese que mutilaba, desgarraba y desangraba sin tener ningún tipo de remordimiento.
Desde que conoció a aquella albina, le había guardado respeto, aunque no el suficiente como para dejar que le diese órdenes. Él decidía lo que hacían. Ésta vez le daba el beneficio de la duda, porque en el fondo sabía que si volvía a tratarla como en esa ocasión, le abandonaría.
Y Dag ya se había acostumbrado a su vida. La eternidad era muy aburrida y en cuanto encontraba algo que le divertía, lo llevaba al agotamiento. Karen era ese algo. A ella le daba miedo que le aburriese, sabía de lo que era capaz.
Al acabar su copa, recordó que no tenía nada que hacer. La dejó en el fregadero y subió a ponerse una camiseta limpia. Luego, ya abajo se detuvo un momento a pensar en que hacer. Tuvo una idea que le pareció muy entretenida y lo último que se le vio hacer antes de que la puerta se cerrara tras de sí fue sonreír con malicia. ¿Quién iba a la biblioteca por las mañanas?
Alex odiaba la clase de historia, jamás se había librado del gruñón del señor Bourges.
"Es un viejo muy cascarrabias que sólo ha nacido para amargarnos la vida...", fue la explicación que le dieron a Karen sobre el profesor, el día que fue a su casa.
—Abran el libro por la página 23, por favor —dijo el hombre.
—Un respiro que acabamos de sentarnos —se quejó Layla en un susurro mientras se acomodaba en la silla.
Las otras dos rieron por separado. Las detuvo la directora y su voz chillona cuando abrió la puerta.
—Buenos días, Thomas —saludó.
—Oh, Marisa ¿Qué te trae por aquí? —respondió visiblemente irritado, no le gustaba ser sociable.
—Sólo venía para avisarles de que si van a venir al baile de bienvenida, deben inscribirse en el tablón de la puerta del gimnasio. ¿Entendido, chicos?
Todos dijeron "si" al unísono, así que la directora quedó satisfecha.
—Baile de bienvenida, ¡qué ganas! —exclamó Layla, a quien como siempre, le fascinaban las fiestas y cualquier evento en el que pudiese lucir un modelito.
—Layla...
—¡Alexandra Whitmore! ¡Ni se te ocurra! —chilló la chica sin querer.
—¡Layla Barns! —regañó el maestro.
—Lo siento —rectificó y continuó hablando por lo bajo—. Alexandra Whitmore, tú y yo teníamos un trato. Me prometiste que irías conmigo. ¡Me lo prometiste en tercero! Me acuerdo perfectamente, estábamos en el Mulligan, comiéndonos unos nachos con...
—Última vez que le aviso. La próxima tendrá que hacer una visita a la directora.
No se podía decir que al señor Bourges le gustase Layla, de hecho, muchas veces daba a entender sutilmente que la odiaba. Aunque sabían que ese hombre odiaba a todo el mundo, sentía predilección por aquella charlatana. Si algo le gustaba más a la chica que las fiestas, eso era hablar.
—Luego habláis, mejor —propuso Karen, a lo que ambas accedieron.
Una vez en un lugar con más jaleo, como era la cantina, continuaron la conversación.
—No creo que encaje ahí.
—Claro que sí. ¿Me estás diciendo que me vas a dejar plantada? —replicó la de pelo castaño—. Además, seguro que Karen también se muere de ganas por ir.
Su amada Zanahoria jamás le habría contado el verdadero motivo por el que no quería ir a la fiesta. Era un lugar con demasiadas víctimas potenciales para los dos nuevos monstruos que acababan de llegar al pueblo, y de los que sólo Alex estaba enterada.
—Déjame ir al aseo para pensarlo mejor, a solas. ¿Vale? —le pidió.
—Está bien. Pero más te vale no decepcionarme. O consigues un buen motivo o no te lo perdonaré —rio Layla.
En cuanto la pelirroja desapareció por la puerta, Karen se acercó a su amiga.
—Voy a hablar con ella. Creo que sé lo que le pasa. Este año ha debido de ser duro —aseguró—. Yo ya he pasado por esto antes. Déjamelo a mí.
Después de que la otra chica le diera la más agradecida de las sonrisas, la vampira se fue a los aseos, donde su compañera estaba pensando en el auténtico motivo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó algo asustada.
—Tranquila, —dijo levantando las manos, como demostrando su inocencia —. no vengo a hacerte daño. Sé que no tienes buenos recuerdos de este sitio —rió con timidez.
—Pues no, la verdad.
Sonó tan tajante que a Karen se le borró la sonrisa de golpe, cambiándose por un rostro algo triste. Eso sorprendió a Alex, pero no dijo nada.
—Escucha, sé que tienes miedo de que...
—¿De que os hagáis un buffet libre con los invitados? Sí —atajó la humana.
La vampira fue incapaz de disimular una carcajada, aquella espontaneidad siempre la dejaba indefensa. A Alex se le escapó una risita, pero miró hacia otro lado tapándose la boca con disimulo.
—No vamos a comernos a nadie.
—Vale, me vas a decir que Dag, que admitió ayer mismo ser un asesino experto y que además es un vampiro, como tú, por cierto, —alegó la muchacha— ¿no va a intentar comerse a nadie? Permíteme dudar de vosotros.
—Alex, yo no soy como él.
—Sí, claro. Lo que tu digas. Me voy.
Antes de marcharse la albina la agarró del brazo para decirle algo. La vidente dio un saltito por el susto.
—Si no quieres creerme, no lo hagas. Pero no me conviertas en una aguafiestas. Yo ya te he dicho que podías ir.
El resto del día transcurrió con toda la normalidad posible. A la hora de ir a casa, acompañaron a Layla, que entró y le dijo a su amiga agitando el móvil, que estaría al tanto de su confirmación. Al cerrarse la puerta, Alex se giró, pero se encontró con que ya estaba sola de nuevo.
Iban a dar las 2 de la madrugada cuando volvió a sentir un escalofrío. Llevaba notándolo desde hacía una hora, pero no quería hacer caso a lo que su cuerpo y las voces le pedían. Eso significaba ir con las bestias.
Trató de resistirse todo lo que pudo, hasta que el nerviosismo y el mal cuerpo la vencieron. Era como si le estuviesen clavando un puñal en el estómago, ya no lo aguantaba. Se vistió con unos pantalones cortos y una camiseta de manga corta, que eran de las pocas cosas que tenía limpias en ese momento. Se debatió unos segundos pero marcó el número de Karen y le contó lo que pasaba.
—Oh, está bien. Entonces tenemos que ir ya. Le diré a Dag que pase a por ti. Él está más cerca —ideó la albina.
—Puedo esperar un po...
Y ahí se paró en seco porque una punzada de dolor estaba recorriendo sus tripas.
—Voy a llamarlo. Simplemente no le invites a entrar y todo irá bien. Espera ahí.
La joven bajó con prisa pero haciendo el menor ruido posible las escaleras y allí esperó con la puerta abierta, pero sin pasar el umbral, a que el chico llegara. De pronto su madre estaba a su lado.
—Alex, ¿qué haces aquí? ¿a dónde vas vestida? —se preocupó Victoria.
—Yo...
—Sácala aquí fuera. Yo lo arreglo.
Era Dag, que acababa de llegar con el coche oscuro, ahora aparcado en la acera. Había bajado a tal velocidad que ninguna de las dos se había enterado. Al oírle la chica se estremeció.
—No —negó ella en tono de súplica.
—¿Y tú quien eres para venir a estas horas a por mi hija? —preguntó la madre poniendo detrás a la susodicha.
—Alex. Vamos. Hazme caso —ordenó—. No voy a matarla. Te lo juro.
Con algunas dudas, ella empujó a su madre con cierta delicadeza, hacia el vampiro. No sin antes mirarla a los ojos. Vio cómo él miraba a la mujer que estaba aterrorizada y le apartaba el pelo de la oreja con una caricia para calmarla. La joven tomó la mano de su madre.
—Mamá, no va a pasar nada, tranquila.
Él miró a la chica y escuchó su corazón que también estaba agitado. Decidió hacerlo cuanto antes para que se relajase. Comenzó a hablar a Victoria, tal como lo había hecho la otra vez, con la calidez y dulzura en la voz para acallarla. Esta vez, Alex trató de no pensar demasiado en lo que decía para no caer en el embrujo.
—Victoria, tu hija está bien, está arriba, durmiendo. No necesitas comprobarlo. Esta noche te has levantado a beber agua, pero luego has vuelto a la cama con la tranquilidad de que ella está a salvo. Ve a dormir y olvida que hemos estado aquí.
Acatando como por arte de magia las órdenes, Victoria subió las escaleras para meterse en la cama, mirando hacia el frente e ignorando a ambos.
—Vamos —Dag señaló con un movimiento de cabeza al coche—. Karen nos alcanzará ahora.
La muchacha se dirigió al coche intentando disimular los fuertes pinchazos que notaba. Jamás había ignorado a su instinto. No por tanto tiempo.
—¿Estás bien? Estás muy nerviosa. Más que otras veces —ella le miró sorprendida—. Escucho tus latidos.
—Nunca había pasado tanto tiempo evitando ir. Es como si fuesen a salírseme las tripas.
—Imbécil ¿Por qué no has llamado? —dijo él gritándole y caminando hacia ella para cogerla en brazos y meterla en el coche, a lo que ella trató de resistirse—. No seas cría, no voy a hacerte nada.
Después de eso no volvió a resistirse. Si sus esfuerzos aún estando en perfectas condiciones eran en vano, ahora no tenía ninguna posibilidad.
Dejaron el coche lo más cerca que pudieron y luego él volvió a por ella. Le pidió que se agarrase fuerte y corrió hacia donde había visto a la chica cuando la espió la otra noche. La tendió en el suelo y observó como se calmaba.
Empezó a recuperar la respiración que le había entrecortado un dolor que poco a poco desaparecía. Se quedó sentada.
—¿Escuchas o ves algo? —preguntó el muchacho alejándose un poco para dejar que se calmara por completo.
—Todav...
«Dag...»
Alex no pudo identificar a quien pertenecía la voz que había escuchado a su lado, pero sabía que no era la de su acompañante.
—¿Qué escuchas? —dijo el vampiro arrodillándose.
Ella le alzó la mano para pedirle que esperara. Luego se echó el cabello detrás de la oreja con sutileza, como hacia por costumbre. También se atrevió a desprotegerse unos segundos cerrando los ojos.
«Dag.»
Pudo oír con más claridad y supo que quien le hablaba era un hombre. Cuando pronunció esa palabra, upo que se había ido, que ya no volvería a contactar más con el extraño. Era como si formase parte de su subconsciente.
—Ha hablado un hombre —habló por fin Alex—. Pero se ha ido, por ahora. Lo noto.
—¿Qué te ha dicho?
—Te llamaba a ti.
Miró al joven con los ojos muy abiertos. Como sin esperarse lo que acababa de contarle.
—¿Cómo era?
—No le he visto. Sólo lo he sentido en mi cabeza —explicó con un dedo en la frente—. Pero...
—¿Qué? —disparó Dag.
—Cuando se iba he notado una sensación que parecía como... —pensó por un momento—. Como la vida en estado puro. No sé cómo explicarlo mejor.
—Está bien —aceptó, dándose cuenta de la expresión de miedo en la cara de la chica. Luego se levantó y le extendió la mano para ayudarla a levantar. Ella la evitó y uso su propia fuerza para ponerse en pie.
—Se supone que mañana tengo que contarle a mi psicóloga todo lo que me haya provocado ansiedad —comentó suspirando— ¿Qué no le cuento? —rio.
Dag la imitó, aunque a él sí le había divertido esa frase.
—Creo que no debes decirle nada, creo que ni siquiera tienes que seguir viéndola —sugirió él—. Quiero decir, has descubierto todo esto tú sola, y parece que no lo controlas, pero he visto a humanos suicidarse por miedo al saber lo que somos —finalizó con aire orgulloso.
Ella se intentó mostrar indiferente, aunque en realidad aquello le había perturbado un poco. Luego recordó algo.
—¿Dónde está Karen? Dijo que vendría.
—Estaba en el hospital.
Alex tragó saliva y habló alarmada.
—¡¿En el hospital?! ¡¿Con enfermos indefensos?!
—No ha ido a matar a nadie. Ella no hace eso —contestó visiblemente molesto.
—¿Entonces qué? ¿A qué otra cosa ha podido ir?
—Ya te dije que ella no es como yo. No mata humanos —alargó la mano gesticulando y vio la cara de duda de su acompañante—. Ha ido a por bolsas de sangre —aclaró al fin.
—¿Eso es verdad? —cuestionó con incredulidad.
-¿Quieres que te enseñe nuestro congelador? —rio el vampiro.
A ella no le dio tiempo a responder pero si a negar ligeramente con la cabeza. De súbito, Karen estaba a su lado.
—Lo siento —se disculpó—. Había mucha gen... Olvídalo.
—Ya me ha dicho donde estabas —reveló con un hilo de voz la humana. Luego, al ver que había quedado en medio de ambos, se alejó en dirección a su casa—. Bueno, que Dag te cuente todo. Me voy a casa.
—Te llevo —soltó la albina sin darle opción a rechazarla—. Vamos.
Caminaron en medio del bosque los tres, hacia la casa de los Green, donde dejaron al chico, sin decir una palabra. Cogieron el coche y cuando ya iban por el puente, Karen no pudo resistirlo más y habló.
—Sé que no me crees —comenzó—. Pero realmente preferiría no tener que hacer lo que hago.
—Lo sé. Te creo.
—No pedí esto, yo no... Espera ¿me crees? —se paró la vampira.
—Intentas protegerme, al menos eso parece. Dag parecía enfadado cuando me ha dicho donde estabas. También lo pareció el otro día cuando me dijo que tú no pensabas como un vampiro. Se enfada por no poder entrar a mi casa y bueno, le vi hacer eso a Mary —bajó la vista y se calló un instante—. He tratado de protegerme convenciéndome de que los dos erais unos monstruos, pero no soy capaz de creer que tú lo seas, porque, después de todo has seguido siendo tú. Tú tienes algo humano, Dag es un vampiro.
—No, soy un vampiro. Somos un peligro, pero, yo haré todo lo posible por evitarte la peor parte.
—¿Acaso hay una buena?
—¿No es obvio? La velocidad, la fuerza, la sensación de invencibilidad... Hay una parte claramente buena, pero para mí ha dejado de compensar a la mala —explicó con pena.
—Supongo que a él todo le parecerá bien —comentó con una mueca desaprobatoria.
—Siempre lo he creído así. Es un asesino, después de todo.
Llegaron a su casa y subieron al porche. Cuando abrió la puerta y estuvo dentro, justo antes de cerrar, llamó a la vampira.
—Karen, voy a ir a la fiesta —anunció—. Confío en ti. No hagas que me arrepienta.
Ella le sonrió mientras abría la puerta del vehículo para subir. Antes de entrar, le agradeció lo que le acababa de decir y le prometió que no lo haría.
Alex fue por las escaleras y antes de pasar a su cuarto, fue al de su madre, para comprobar que seguía plácidamente dormida. Suspiró aliviada antes de volver a cerrar la puerta e ir a su habitación, donde se puso el pijama y se metió en la cama.
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