Capítulo 5 - Este muerto está muy vivo
Paralizada. Así era como vio Layla a su querida Zanahoria. Recordó haberla visto así muy pocas veces, dándose esta situación más frecuentemente los días cercanos a la muerte de su padre y entonces supo que algo estaba pasando. Pensó en cómo se abrió de par en par en el velatorio de Kelly, y creyó que de eso se trataba: asociaba cualquier muerte con la de su padre, y ahora mismo los padres de la chica muerta —sus tíos— estaban delante de ella. Se acercó para levantarla y sacarla de sus pensamientos. Su felicidad eclipsó a la inexpresividad de su amiga y la hicieron pasar desapercibida hasta que salieron por la puerta despidiéndose.
—¿Estás bien? —preguntó la muchacha sorprendida.
—Estoy bien. No te preocupes —contestó Alex saliendo de su trance y sonriendo.
No le pasaba nada, nada que pudiese contar. La noche anterior la había pasado sacando conclusiones algo precipitadas, según ella; cosas que no podían ser reales. Ni siquiera creía en las historias que su madre le había contado toda su vida sobre magia, fantasmas y demás ¿Cómo iba a creer ahora que existiesen...? Ni siquiera podía pensar en la palabra sin burlarse de sí misma por hacer esa clase de conjeturas.
El caso es que tendría que comprobarlo por sí misma. Plantar cara e interrogar a su sospechosa. Era fácil decirlo, se sentía tan aterrorizada que incluso había pensado no ir al instituto. Pero por suerte —o por desgracia— fue, teniendo la oportunidad de hacer aquella pregunta al señor Prankett.
Al llegar se encontraron con que Karen las esperaba en la puerta sonriente, saludándoles con la mano. Alex la miró con detenimiento, lo que había pensado era una locura, ella parecía una adolescente normal y corriente... Debía dejar de ponerse excusas para no preguntarle. Se armó de valor y caminó a la entrada.
Karen se percató de que su amiga estaba pensativa, algo que la asustó un poco, hasta que Layla le contó cuál era el motivo en su opinión. Al escucharlo, se tranquilizó y continuó con su día con total monotonía hasta la hora de la comida, —en la que decidieron ir al comedor con todos—cuando Alex le pidió que la acompañara al baño, ya que decía necesitar hablar con ella. La de pelo blanco, pensó que se debía al momento de empatía que compartieron, cuando la joven se sinceró con ella acerca de su padre.
La puerta se cerró tras ellas automáticamente al entrar en el aseo. Karen se apoyó en el lavabo mientras que la otra muchacha permaneció alerta.
—Tengo que preguntarte algo, y no sé cómo de loca voy a sonar. pero tienes que prometerme que no te reirás —comenzó Alex—. Cuando te toqué, un día caluroso como todos los de verano, estabas helada; no te gusta comer, al menos no de una manera normal; he preguntado al padre de Kelly, que tiene una memoria prodigiosa, no conoce a ningún Green; tienes unos reflejos anormales, te curas a una velocidad imposible y... te quedaste obnubilada con la sangre, aunque no parecías tenerle miedo —la chica se paró un segundo para volver a coger fuerza, tragar saliva y acabar de hablar—. Parecía que la deseabas.
La otra se quedó quieta, muy seria.
—No me corté, lo imaginaste. Y sólo quería no parecer rara asistiendo por buena voluntad al funeral.
—Sé lo que vi —dijo en tono desesperado, sabiendo que Karen estaba evadiendo la verdad—. Dímelo —pidió con la voz temblorosa, al igual que sus manos, con las que sostuvo sus codos, en parte para dar más fiereza a su orden y en parte para que la otra no notase que estaba tan horrorizada.
—¿Qué quieres que te diga?
—¿Qué eres? —insistió con debilidad.
—Lo sabes perfectamente. Dilo.
Alex se sintió terriblemente humana en ese momento. Temiendo cada una de las sílabas de la palabra que debía pronunciar. La cabeza le daba vueltas, pero logró decirlo.
—Vampiro. Eres un vampiro.
Karen suspiró. Y cerró los ojos lamentando haber escuchado eso. Entonces, se acercó lentamente a su compañera, la cuál retrocedió un poco hacia atrás, como huyendo disimuladamente.
Pero llegó un momento en que ya no pudo seguir. Se encontró con la espalda en una pared a la que había sido movida a toda velocidad por la vampira, que ahora estaba plantada justo en frente de ella, intimidándola.
—Por tu bien, deberías mantenerlo en secreto, Alex. Podrías resultar herida. Aunque no confíes en mí, no debes contárselo a nadie, es un peligro. No me creerás, pero te estoy protegiendo. Si no me das alternativa tendré que...
—No me hagas daño, déjame ir, te prometo que no se lo diré a nadie, a absolutamente nadie. No quiero morir... Por favor... —lloriqueó la humana.
Y para su sorpresa, quedó libre, y no le faltó un segundo para salir corriendo del baño escribiendo a Layla para decirle que se encontraba mal y había tenido que irse. Había prometido no decírselo a nadie, pero cuando su amiga le respondió con una foto suya con Karen sonriendo, dedujo que se quedaría entretenida allí —supuso que se debía a que no quería llamar la atención— y decidió continuar hacia delante por su calle en lugar de detenerse en su casa, hasta llegar a la de los Green, puede que tuviese su móvil pinchado y leyese sus mensajes, tenía que avisar a su hermano. Tocó a la puerta y se abrió, para su suerte, mostrando la cara de Dag.
—¿Qué haces aquí? —abrió el chaval extrañado.
—Tengo que contarte algo sobre tu hermana.
Él hizo un gesto para que entrase y se sentase. Las paredes de la casa eran de color azul marino, aunque las de la cocina cambiaban por un revestimiento de piedra y el suelo lo hacía por azulejos, a diferencia del parqué que cubría el resto de la estancia. Vio unas escaleras en el fondo de la sala, que tenían una puerta cerrada al lado. Esa puerta era la única a parte de otra a la que se accedía pasando por la zona decorada con muebles blancos y amarillos. Había un televisor con una mesa, una estantería baja y dos sofás; en uno de ellos se sentó ella, dejando su mochila a un lado y mirando al chico, que estaba de pie, mirándola con sorpresa e impaciencia.
—¿Y bien?
—Verás, sé que puede sonar como una locura pero... Tu hermana no es... Ella está más fría que nosotros, miente sobre su pasado, no come con normalidad...
Siguió enumerando todos los hechos que habían conformado su teoría hasta acabar por decirle cuál era la conclusión que había sacado y cómo había reaccionado Karen, moviéndose a toda velocidad para amenazarla.
—Eso es imposible. Llevo viviendo toda mi vida con ella.
—Puede que la convirtiesen hace poco. Sea como sea, es lo que he visto, puedes decidir creerme o no, pero la verdad es que yo no volvería a confiar en ella, tienes que escaparte antes de que te haga daño.
—Está bien. Te creo. Pareces muy asustada. Incluso estás temblando.
Alex se dio cuenta de que decía la verdad, se acababa de percatar de ello. Era muy observador, se dijo.
—Estoy aterrorizada.
—Yo también —dijo mostrando preocupación en su rostro y comenzando a moverse por la sala con nerviosismo.
—Vayamos a mi casa, no te buscará ahí, ni a mí. No querrá que grite y los vecinos lo escuchen. Sabe que me da miedo.
—De acuerdo, vamos.
Él subió un segundo para coger sus llaves y el móvil. Luego los dos salieron corriendo del lugar, hacia donde vivía Alex.
—¿Crees que podrá olernos? ¿Oírnos? Si tiene esos reflejos, si puede correr a esa velocidad, si sana de esa manera... quizá todo en ella esté aumentado —monologó ella mientras trataba de abrir con nerviosismo la puerta. No había nadie en casa y haría un minuto que la alarma habría sonado.
—Es posible. Cálmate, nos las arreglaremos —dijo él recostándose en el marco de la puerta, con las manos en los bolsillos.
La puerta se abrió por fin y la muchacha corrió hacia el interior mirando a todas partes.
—Vamos, pa-
—No lo hagas. No le invites a entrar —gritó Karen desde la otra acera.
Desde el interior, la chica se estremeció.
—No hagas caso, ent-
—ALEX, ESTOY HABLANDO EN SERIO. POR LO QUE MÁS QUIERAS, NO LO INVITES A PASAR —chilló la vampira con desesperación.
—¿Por qué dice eso? ¿Por qué no puedes entrar? —preguntó la chica muy alarmada. El corazón debía irle a mil por hora.
Dag la miró con una maliciosa sonrisa y empezó a reírse divertido, sin abrir la boca.
—No... vete... marchaos... por favor... no quiero morir... no quiero morir —suplicó la joven
—Pórtate bien, sal fuera y no te haré demasiado daño —se descubrió el muchacho en voz alta.
—No puedes pasar.
—¿Qué me impide lanzar un cuchillo desde aquí?
—Alex, no le voy a dejar hacerlo, quédate dentro. No dejes que pase. No confíes en él —pidió Karen.
—¿Y por qué debería confiar en ti? Sois... monstruos... No puedo... no... —después de decir esto, la indefensa chica cayó de rodillas, como no pudiendo soportar la presión, rendida— ¿Cómo he sido tan estúpida para pensar que no seríais lo mismo?
—Soy buen actor, no te culpes —miró hacia su hermana, que se acercaba con precaución, subiendo el porche.
—Vete, Dag.
—Como quieras, hermanita.
En un abrir y cerrar de ojos, el vampiro desapareció, dejándola a solas con quien había creído su amiga.
—No te pido que confíes en mi, Alex. Te pido que no le hagas caso a él. Sé que ahora parecemos los mismos monstruos, pero no somos iguales, él es mucho peor. Su plan era secuestrarte, el mio era hacerme tu amiga poco a poco, hasta que confiases en mi para contarte nuestro secreto y pedirte que me ayudases.
—¿Por qué no has pasado? —preguntó la derrotada con los ojos repletos de lágrimas.
—¿Qué?
—Que por qué no has pasado. Te invité. Podrías haber entrado a arrancarme la cabeza y no lo has hecho.
—¿Has escuchado algo de lo que te he dicho? No quiero hacerte daño. Y sé que ahora mismo, el simple hecho de acercarme a ti, sería doloroso. Permanezco fuera para que te sientas segura. Sé que no me crees, pero sigo siendo la misma persona que era tu amiga, lo único que tuve que tapar fueron las partes que delatarían lo que soy.
La otra no dijo absolutamente nada. Pero siguió escuchando, algo más tranquila.
—Alex, por favor...
—Podrías estar mintiéndome ahora mismo, pero Dag parecía molesto con el hecho de que no le hayas dejado pasar. Hablas sinceramente, pero no puedo... me aterras...
—Lo sé. Lo entiendo. Entiendo tu reacción. Me voy a ir, pero prométeme que no dejarás entrar a Dag.
—No lo haré. Pero vete. Por favor.
La muchacha asintió y en cuestión de milésimas de segundo, desapareció.
Después de eso, Alex se recluyó en su habitación, y se hizo la dormida cuando su madre entró a darle un beso en la mejilla cuando llegó a casa hacia las diez de la noche. Estuvo llorando en silencio hasta que ya no tuvo fuerzas, el miedo había conquistado cada uno de los músculos de su cuerpo que temblaban sin control. Si no hubiese sido por el agotamiento después de descubrir la atroz verdad, jamás hubiese podido pegar ojo, pensando en que había invitado a un vampiro a entrar a su casa.
«Vampiros...»
Esa temida palabra fue lo único que pudo pensar antes de cerrar los ojos.
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