Capítulo 18 - Salvajes de todo tipo II
Layla puso la mano instintivamente en la muñeca donde Dag había dejado su mordisco dos veces ya y que aún dolía. De repente un pinchazo de culpabilidad aquejó su corazón. Dag era un asesino, eso ya lo sabía, por cuenta propia, pero ahora le había tocado más de cerca. Nunca había pensado en las otras víctimas que podía dejar a parte de un cadáver.
—L-lo siento... —tartamudeó, sin saber cómo responderle.
—Nadie sabe cómo reaccionar a eso —sonrió aunque con tristeza.
—¿Qué pasó?
—Hace años, mi familia y yo vivíamos aquí: mis padres, mi abuelo, mi tía y mi hermano. Por aquel entonces tenía diez años y la actividad sobrenatural en Thorn Valley, digamos que prácticamente la habíamos erradicado —dijo mientras admiraba las acanaladuras decorativas en el muro de piedra—. Desde pequeños, nuestro destino queda marcado. Todos los Edevane tienen voluntad de cazadores. En teoría.
»Mi tía nunca quiso esa vida. Durante años estudió al enemigo, vio como muchos amigos y familiares caían a su alrededor, perdió, y al final nosotros la perdimos a ella. Cambió de bando. Los últimos meses se ausentaba de casa con frecuencia y más tarde descubrimos que se reunía con Dag. La engañó, la puso de su lado y consiguió que le invitase a entrar a nuestra casa a escondidas a cambio de que la convirtiera.
Una noche todos se reunieron en la sala de estar y yo escuché unos pasos desde mi habitación. Cuando me asomé al pasillo vi a los tres caminando sigilosamente hacia allí y justo cuando Van y Dag entraron, James se dio cuenta de que alguien los miraba. Dag lo llamó justo cuando iba a entrar a mi cuarto. Supongo que lo repelió la violeta imperial que mi madre me daba en todo lo que comía.
No tardé en escuchar los gritos espantosos que venían de la sala de estar. De alguna manera parecía que estaban solos, porque los tres vampiros no emitían ningún sonido. Con todo el ruido, pensé que no me escucharían, pero justo cuando estaba a punto de salir por la puerta, descubrí a Dag detrás de mí. Se paró justo un momento antes de darme un minuto de ventaja.
—Yo huí con la única otra persona que conocía en el mundo, una bruja amiga de la familia. Cuando volvimos, James se había quedado recogiendo los cuerpos y consiguió encerrarlo dentro con un hechizo —explicó conteniendo una respiración agitada—. No puede salir de esa casa bajo ningún concepto. Ahí el tiempo se ha detenido para siempre, como una cárcel con cadena perpetua para alguien que es inmortal. No había venido aquí en años —suspiró contemplando el edificio.
—¿Y por qué querían mataros?
—Éramos los únicos con reservas de violeta imperial en la zona y por lo que sé ellos estuvieron muy decididos a eliminar todas las plantaciones durante esa época.
—¿Y cómo aprendiste entonces a ser cazadora? ¿Encontraste a otros? —Layla se comparó con Alex, que nunca se quedaba sin preguntas.
—Entrené por mi cuenta, y juré que me vengaría. Un día me llegó la noticia de que los vampiros buscaban un vial y vine aquí para buscar a la vidente y destruirlo, descubriendo que Dag había vuelto y que Van había muerto y era el único que sabía donde estaba —Miró a Layla observando cómo ella seguía pensativa con la mano en la muñeca. Se la señaló mientras la advertía—. Por cosas como esas no puedes confiar en los vampiros.
—Pero Alex quería ayuda...
—¿Y si te necesitasen muerta para proteger a Alex? ¿Crees que no te matarían? ¿Crees que se lo replantearían por un segundo siquiera? —Layla se quedó callada—. Eso es todo lo que tenías que aprender. Y si aún no te he convencido, deberías preguntarle a tus padres. Porque Layla, creí que estaba sola mucho tiempo, pero si tu familia sigue viva eso ya no es así. Los Barns huyeron y puede que sigan siendo cazadores.
Habían vuelto a la casa que vieron al venir. Era exageradamente grande y muy lujosa aún estando en medio de la nada. Estaban en el Sur y la casa se correspondía con el estilo colonial de la región. La fachada era de madera blanca y destacaban las enormes columnas con fuste liso del porche. A pesar de tener espacio de sobra para ocio en el exterior, no había nadie fuera. Alex iba tras Dag medio corriendo, intentando seguir sus pasos.
—¡Espérame!
El chico se paró en seco y la muchacha que venía después, se chocó de lleno. Se giró y bajó los hombros cansado mientras la miraba.
—¿No puedes andar más rápido y no hacer tanto ruido?
—¿No es obvio que no? No quiero quedarme atrás —Entonces reparó en la última frase—. Espera, ¿nos pueden escuchar desde aquí? —susurró—. ¿Qué más pueden hacer?
—Todo lo que hace un vampiro —De pronto se le iluminó la cara y sonrió maliciosamente— pero peor.
—¿Se comen a la gente como vosotros? Porque si es que no, me parece que hay que darles un punto a su favor.
Dag soltó una risa ahogada mientras alzaba las cejas como sorprendido y continuó con actitud burlona, pero siguió andando.
—No, es cierto. Prefieren tragarse su propia mierda.
Cuando estuvieron en la puerta, Alex vio como se concentraba e inspiraba, dedujo que buscando algún tipo de olor. Frunció el ceño.
—¿Qué pasa?
—Hay humanos dentro.
—¿Y? —preguntó confusa.
Él se giró para mirarla y levantó los brazos en un gesto de frustración.
—No voy a poder entrar a menos que me inviten, porque si tienen humanos aquí supongo que es para mantener a raya a los vampiros.
—No les culpo —dijo, consiguiendo una mueca del chico—. Bueno, ¿y qué hacemos?
Estuvo contemplando el campo tras ellos pensativo durante unos segundos antes de darle una respuesta.
—Busca una entrada para ti, yo buscaré otra forma.
Alex asintió, y salió disparada sintiéndose como en una misión de espionaje. Dag quería tenerla entretenida mientras, como le dijo, buscaba otra forma de entrar.
No es que le hubiese mentido del todo. Sólo que eso de que tenía que seguir pensando era mentira. En la casa no olía como si hubiese lobos a parte de los humanos en ese momento. Supuso que se confiaron de más, y los tachó de ilusos e ingenuos mentalmente un par de veces mientras se regocijaba en lo fácil que se lo habían puesto. Dio unos golpecitos en la puerta, que Alex por suerte no escuchó.
En cuestión de segundos, un hombre anciano salió a atenderle. Era corpulento, fuerte, pero pese a su cuerpo intimidante, su cara era completamente amable.
—Buenos días ¿puedo ayudarte, chico? —sonrió ampliamente.
—Buenos días, me preguntaba si aquí vivía Gwen Harper —saludó alegremente—. Somos viejos amigos.
—No vive aquí, lo siento —lamentó cerrando lentamente la puerta.
—¡Un momento! ¿Es usted el propietario de esta casa? —lo detuvo.
—Sí.
—¿Puedo pasar?
—Lo siento, no tengo tiempo para esto —rechazó, retomando el cerrado velozmente.
En el último momento Dag vio como una mujer pasaba en la sala detrás del hombre y encontró el momento justo para llevar a cabo su plan. Se movió y en un parpadeo tenía una rama que lanzó directa al corazón del hombre, matándole casi al instante. La rama siguió viajando y también acabó alcanzando a la mujer e incluso rompió un cristal. Se apresuró a comprobar si podía cruzar el umbral y se sintió aliviado al ver que así era. Antes de llamar a Alex para contarle cuan amablemente le habían dejado entrar, escondió los cuerpos dentro de unos matorrales y se lavó las manos que tenía manchadas de sangre.
Alex había visto desde las ventanas como un hombre atravesaba diferentes estancias de la casa y en pocos minutos, Dag la llamó para que se reunieran. Al llegar la puerta estaba abierta de par en par y él la esperaba apoyado en el marco, del que se separó cuando estuvieron juntos.
—¿Cómo te han dejado entrar así por las buenas?
—Soy muy buen actor, ya lo sabes.
''Y tengo puntería'', pensó para sus adentros.
La sala que había nada más entrar era espaciosa, quizá más que el cuarto de Alex. Las paredes estaban pintadas de colores pastel y el suelo recubierto por una moqueta con decoraciones florales. Todos los muebles parecían valer más que ningún otro objeto que hubiese visto en su vida, desde una muy antigua mesita, hasta la lámpara colgante de pequeños cristales a varios metros sobre su cabeza, pasando por todas las vasijas y platitos que adornaban el mobiliario.
—¿Quién demonios vive aquí?
Esperaba que la respuesta se la diese Dag, pero en su lugar fue otra voz la que se alzó.
—Tú no, eso seguro.
Al girarse vio a una mujer con un bronceado perfecto. Los mechones ondulados de su pelo rubio le caían a los lados del pecho en tirabuzones, aunque algunos se le habían esparcido por la cara en consecuencia del enfado. Iba maquillada como una de esas modelos de revista que tanto le gustaba ojear a Layla y su ropa, unos pantalones de cuero negro y una blusa azulada de manga larga, además de los tacones altos, le hacían dudar cada vez más si esa persona era consciente de que vivía en medio del campo.
La chica, de unos veintipocos años reparó en Dag y en la ventana rota a sus espaldas, que volvía a tener una sonrisa complacida, y de no ser porque no se le veía muy bien a contraluz, Alex juraría que vio unos cuantos pelos blancos saliendo de la punta de sus orejas. En cuanto a su expresión, no estaba contenta.
—Asqueroso chupasangre de mierda ¿Qué haces aquí? ¿Y cómo diablos has entrado? —Él continuó sonriendo sin decir nada mientras ella analizaba la situación—. Espera, ¿qué has hecho con Bob y Louise?
Entonces no pudo contenerse y soltó una breve risita mientras hablaba acercándose cada vez más a la chica.
—Gwen, mi lobita querida —dijo con dulzura.
Así que su nombre era Gwen y parece que era la mujer lobo de la que Dag le había hablado.
—Vete o haré que te destrocen.
En ese momento, la vidente se dio cuenta de que muy al fondo, detrás de ella, había unos lobos grandes, con el pelaje blanco, corriendo velozmente hacia la escena. Seis, según contó.
—Oh, me olvidaba de tus 101 dálmatas.
Conforme los animales se acercaban, pareció que se incorporaban y no sin dificultad adquirían forma humana. Unos mujeres, otros hombres y de todas las edades, aunque con la constante de una musculatura fuerte, que Gwen también presentaba.
Alex sintió como la sangre le subía a las mejillas al ver que todos estaban completamente desnudos. Dag se giró a verla al tiempo que lo hacía la loba y la señaló.
—Esta es Alex.
—¿Y a mí qué me cuentas? —dijo dándole un empujón con el cuerpo mientras pasaba de largo.
En ese momento en el que ambos la siguieron con la mirada, Alex escuchó la voz de alguien que la llamaba por aquel mote que sólo permitía usar a sus mejores amigos.
—¡Zanahoria!
—¡Puck! ¿Qué haces aquí? —gritó sin contener la alegría mientras corría a darle un fuerte abrazo. Al cabo de unos segundos se apartó al ver que estaba desnudo y carraspeó—. ¿Tienes algo que contarme?
El chico se miró a sí mismo un momento y luego enrojeció.
—Es que eh... —tartamudeó—. Soy... yo...
—¿Cómo es posible que seas un hombre lobo? ¿Por esto desapareciste?
—En realidad no es tan difícil. Una noche salí solo al bosque y un lobo me mordió. Tuve que irme y aprender cómo controlar todo esto —se encogió de hombros.
Alex siempre había odiado esa costumbre suya. Lo hacía parecer un pasota. Y es cierto que desde que le conocía era un tipo algo perezoso, pero también era bonachón y muchas veces conseguía arrancarle una carcajada aunque estuviese triste. En ese momento se dio cuenta de lo mucho que había echado de menos a Puck y sus peculiaridades desde que se marchó.
El auténtico Carlos no se parecía en nada al falso. En lugar de ser rubio platino, tenía el pelo castaño claro; la tez pálida se cambiaba por una tostada y se podía decir que en lo único que se parecían era en el color de los ojos, aunque no en la forma que estos tenían, porque los del verdadero eran rasgados. Se fijó en que ahora estaba mucho más fuerte que antes.
—¿No te sorprende? ¿No te asusta? —le preguntó mientras estaba absorta en sus pensamientos.
Ella negó lentamente y luego suspiró mirando a Dag de reojo.
—Si yo te contara... —dijo como si repasase en su mente la ristra de recuerdos de los últimos meses de su vida—. Bueno, si quieres puedo hablarte de eso luego —entrecerró los ojos cuando se volvió de nuevo sonriendo divertida—. ¿Puedes vestirte para que no sea tan raro abrazarte?
—Sí —afirmó riéndose tranquilamente. De pronto volvió a estar serio—. Alex, ¿quién es tu amigo?
—Ah —Agarró de la muñeca a Puck y lo llevó hasta Dag que observaba impaciente como Gwen se acomodaba y se servía una copa de champán. Cuando llegaron se giró y echó un vistazo rápido a Puck. Luego miró a Alex.
—¿Tú y tu novio no vais demasiado rápido?
Ella puso los ojos en blanco.
—Este es mi amigo Puck, el de verdad.
—¿El de verdad? —Se quedó pensativo—. ¡Ah! Es verdad, matamos a su impostor —recordó.
—¿Encantado? —preguntó extendiendo la mano para que se la estrechara.
—Ya veremos —se despidió, declinando su apretón. Entró a la habitación donde estaba Gwen en un sofá y se sentó a su lado, intentando poner la mano sobre su hombro, cosa que rechazó de un manotazo.
—Tal para cual —bufó Carlos.
Puck se retiró para vestirse y Alex siguió a Dag. No era que le apeteciese, pero allí era el único al que conocía. Llegó justo cuando empezaban a hablar.
—Hemos ido al bosque Gwen, a buscar a tus nómadas.
—¿Mis nómadas? Ni siquiera sabía que estaban aquí —rechazó mientras indicaba a uno de sus hombres que le rellenase la copa.
—No puedes engañarme. Sé que adoras meter el hocico donde no te llaman. Sabías que vendrían a por ellos y los estáis protegiendo. Nunca eres casual.
Ella saboreó el champán en sus labios y por primera vez desde que se habían conocido, mencionó a Alex.
—Así que esta es la chica ¿no? La vidente.
Alex intentó cruzar la mirada con Dag pero este seguía prestando atención a la loba.
—Sí. Supongo que estás al tanto, como siempre.
—Como siempre —cruzaron las miradas y se sonrieron con resignación—. Qué raro que haya aguantado tanto. Supongo que es por Karen y eso que te hizo prometer ¿no? —Dio un sorbo—. Veo que has aprendido que esas cosas no se hac-
—No cambies de tema. Haz que aparezcan los nómadas —ordenó serio mientras Alex pasaba su vista de uno a otro velozmente, como si viese un partido de tenis, preguntándose montones de cosas.
—Ayudarte ¿a ti? No necesito vampiros más fuertes, gracias —acabó su copa de un trago y se levantó—. Y ahora, fuera.
—¡Un momento! —exclamó Alexandra, pidiendo con las manos que se detuviese—. Yo tampoco quiero eso, de lo contrario no estaría aquí. Si les ayudamos tú tampoco tendrás que preocuparte porque sean más fuertes. Dag y Karen quieren destruir el vial.
—Puedo llegar a creerme eso, cariño. Pero, ¿y Van? ¿Qué quiere él? —se acercó a la muchacha, que estaba confusa—. Jamás ha pensado en alguien que no sea él mismo. Ninguno lo hace —señaló a Dag que seguía sentado en el sofá, pero de brazos cruzados—. Por su culpa soy un lobo. Y si piensas por un segundo que el capullo de Van no va a mirar por sus intereses cuando le reviváis, si piensas que se ha podido redimir en la muerte... estás muy equivocada. No te has enterado de la historia.
—¿De qué está hablando Dag?
Él la contempló en silencio unos segundos y apretó los labios antes de levantarse y ponerse a su lado.
—Ya hemos pensado en eso.
—¿Y puedes prometerme que no tomará el vial en cuanto lo tenga en las manos?
—Sí. Si hace falta le mataremos. Después de todo su cuerpo, si es que no es polvo ya, está deshidratado. Y no es más que un vampiro viejo —miró arriba y asintió—. Y sé, que eso no es ninguna garantía porque nadie nunca ha revivido a un vampiro, que yo sepa. Pero si los nómadas saben algo, podría salvarnos de lo que sea que pueda pasar. Tarde o temprano aparecerán o nos encontraremos con ellos. Y ese tiempo puede ser decisivo para que esta locura no se nos vaya de las manos o no. Si necesitas pruebas, ven con nosotros o envía a tu gente. Pero hay que hacer esto antes de que sea demasiado tarde.
Gwen se apartó y se acercó a la mesa preparada para la cena. Se apoyó con las manos en la tabla y tras darle unos leves toquecitos con los dedos, asintió.
—Dejadme pensar durante la cena quién os acompañará luego, ¿vale?
—Perfecto —sonrió él. Luego señaló una de las sillas mirando a Alex—. Siéntate.
—¿Tú no vas a acompañarnos? —preguntó Gwen.
—Bueno, ponme una copa de algo fuerte —dijo echando antes una ojeada rápida a Alex.
De un momento para otro todos estaban sentados a la mesa y esperaban los primeros platos. Uno de los lobos reparaba la ventana rota soltando ruiditos desaprobatorios y murmurando algo sobre un señorito maleducado. A Alex la flanqueaba a un lado Puck y a otro Dag, que iba ya por la tercera copa de whisky y estaba claramente aburrido, aunque no intentaba empezar una conversación y en su lugar ignoraba todos los gruñidos y miradas furiosas que los lobos le dirigían, cosa que a Alex la divertía bastante. Pero ahora estaba demasiado enfrascada en una charla con su amigo, a quién no veía desde hace mucho, como para reírse.
—¿Eres la vidente? Wow, eso es... ¿Y ves fantasmas?
—Por desgracia —confirmó pesarosa.
—Y has podido ver a tu...
—¿Mi padre? —arqueó una ceja. Luego bufó—. Resulta que está... Bueno vivo no. Es un vampiro —reveló encogiéndose de hombros.
—¡¿Qué?!
—¡Sorpresa! —intervino Dag antes de levantarse de la mesa y caminar a la salida. Alex le siguió con la mirada.
—¿Dónde vas?
—Me aburro. Me voy fuera a tomar el aire —Todos los lobos, que disimulaban que en realidad no le perdían de vista hablando unos con otros, se callaron en cuanto se dieron cuenta, y algunos incluso se levantaron entre gruñidos y cuerpos en tensión. Él se detuvo.
—¿Dónde crees que vas, vampiro? —preguntó uno de ellos, notablemente molesto.
—A matar a alguien —contestó, haciendo que todos mostraran cierto nerviosismo. Ahora Alex estaba segura, cuando los lobos enfurecían les salían unos pelillos blancos de las puntas de las orejas. Dag puso los ojos en blanco y gesticuló molesto con las manos antes de seguir su camino—. Era broma. ¿Es que no sabéis lo que es eso? Sólo voy fuera, a tomar el aire.
—¿Siempre es así? —dijo Puck a Alex cuando todo se normalizó. Él no se había alarmado como los otros.
—Hace tres meses que lo conozco y todavía no le he escuchado decir algo amable a nadie. Al menos no de primeras —comentó—. Pero no es que todos los vampiros sean así.
—¿Has conocido a más a parte de él y tu padre?
—Prácticamente estoy acorralada. Hay un par que quieren secuestrarme incluso.
—¿Y lo dices tan tranquila? —se horrorizó Puck.
Ella bajó la vista entristecida y respiró profundo. Ensayó una sonrisa bastante convincente antes de mirarle.
—Ya he estado nerviosa, ya he tenido miedo. Casi como para volverme loca. No digo que todo esté superado, pero trato de no pensar en todo tanto. Si no probablemente hubiese perdido la cabeza del todo —bebió de su vaso y señaló con un leve movimiento de cabeza a la oscura silueta que esperaba en el porche—. La primera vez que le vi matar a alguien no dormí en una semana. A eso me refiero.
—Siento no haber estado ahí para ayudarte —Se disculpó con sinceridad.
—Lo mismo digo. ¿Tú cómo lo llevas?
—Todavía estoy aprendiendo a controlarme.
—Quizá sea una estupidez lo que voy a preguntarte pero —rio— ¿De verdad tenéis que cambiar con la luna llena? —susurró.
—Oh si, es cierto y una auténtica mierda. También pasa cuando nos enfadamos mucho y en esos casos... dejamos de pensar como nosotros mismos. Ahora soy mucho más irascible que antes, lo noto —hizo una pausa abriendo los ojos de golpe y mirándola como asustado—. Pero no hay peligro si es eso lo que te preocupa.
—No, claro que no, confío en ti.
Iba a decir algo más, pero de pronto Gwen dio un golpe en la mesa e hizo enmudecer a todos los presentes.
—Tú, tú, tú y tú los acompañaréis —señaló a cuatro de sus lobos, entre ellos Puck, que se giró instintivamente a Alex.
Sin dar pie a ninguna contradicción, la jefa se levantó y algunos le siguieron, mientras otros recogían la mesa y los elegidos subían a sus habitaciones para prepararse. Alex se puso su chaqueta y salió al porche para avisar a Dag. Había caído la noche y allí la única luz a parte de la natural, era la del interior de la casa.
—Vamos a salir ya.
Él estaba dándole la espalda, mirando hacia el campo y el bosque. Se había apoyado en una de las grandes columnas de brazos cruzados.
—Lo sé.
"Claro, lo ha escuchado", pensó Alex.
—¿Estás nervioso?
—¿Y tú? —preguntó girándose y señalándole las manos, que sin que fuese consciente habían comenzado a temblar—. No creo que tengas de qué preocuparte. Además, tenemos una jauría de guardaespaldas peludos.
—Parece que cumples eso de que los vampiros y los lobos no se llevan bien —comentó divertida, a lo que él respondió con una sonrisa rápida.
—No, eso es mentira. Uno de mis mejores amigos era un lobo.
—¿Era?
—Era.
Alex sabía que no quería indagar en el tema porque su respuesta fue tajante, sin detalles, fuera de lo normal. Carraspeó y cambió de tema ligeramente.
—Van no convirtió a Gwen solo ¿no? Estabas con él —Al ver que asentía serio continuó—. ¿Por qué...?
Él inspiró y se despegó de la pared poniendo las manos en los bolsillos y encogiéndose de hombros simultáneamente.
—Los Harper son cazadores. Van quería acabar con la violeta imperial en esta zona, porque quería instalarse aquí y sus clanes eran los que guardaban la producción. La única que no cedió fue Gwen y la lanzamos al bosque para que la convirtieran y su familia la repudiara —Vio que estaba horrorizada aunque no lo demostrase—. No permitíamos que nadie quedase por encima de nosotros —Mientras hablaba se fue acercando a ella y la chica tragó saliva disimuladamente.
—Eso es horrible —valoró, apartando la mirada. Respiró profundamente—. Sé que también has matado a los humanos que protegían la casa.
—¿Te molesta? —preguntó buscando un cruce de miradas bruscamente.
—Eso nunca importa. Porque ¿hemos entrado no? Eso es lo que cuenta para ti.
—Tu habilidad para enfadarte tú sola es admirable.
Alex se quedó pensando un segundo en la respuesta de hacía unos segundos.
—¿Qué hicisteis con los que se resistieron? Los cazadores —se cruzó de brazos y frunció el ceño. Apretó los labios—. Los Edevane...
Dag iba a contestarle porque abrió la boca, pero justo en ese momento aparecieron los escoltas desnudos anunciando que era hora de marcharse. Poco a poco se fueron transformando en los grandes lobos albinos que Alex vio la primera vez: el pelo salió de sus orejas y extremidades, la nariz y boca se alargaron creando el hocico, el cuerpo se encogió y los dedos se acortaron formando patas. De un momento para otro eran lobos.
Cuando llegaron a donde en teoría estaban los nómadas, los lobos aullaron y Alex se sobresaltó un poco, porque Puck no se separó de su lado en todo el camino, ni siquiera ahora, y casi la deja sorda. En forma de lobo Puck le llegaba un poco más arriba de la cintura y Alex se sorprendió que de vez en cuando la mirase y de alguna forma saber que le sonreía. Una de sus sonrisas de "todo va a salir bien" .
No hubo respuesta durante mucho tiempo y Alex notó cómo Dag se desesperaba, porque empezaba a mirar a su alrededor y ponerse de brazos cruzados.
—¿No hay que decir ábrete sésamo o algo así? Aquí no aparece nadie.
Uno de los lobos se giró para gruñirle, arrugando mucho el hocico. Dag le imitó y Alex vio que los ojos le cambiaban momentáneamente.
—Vuelve a gruñirme y te meto en una olla, chucho.
La discusión se detuvo milagrosamente cuando el aire se resquebrajó ante sus ojos como si fuese una tela invisible y pronto el ambiente se vio inundado por la luz de unas caravanas y de una gran hoguera que rodeaban algunas personas que hablaban, reían, bebían y comían tranquilamente hasta que les vieron aparecer. Todos menos aquella que parecía haber rasgado lo que sea que les ocultaba y ahora observaba con seriedad al grupo. Enseguida detuvo su mirada en Alex y entonces sonrió.
—Alexandra, un placer tenerte con nosotros —dijo solemnemente, con un acento inidentificable.
Era una mujer muy mayor con el cabello largo y grisáceo. Alrededor de los ojos las cuencas se le marcaban notablemente y también las arrugas, que se extendían por toda la cara. Iba con un vestido larguísimo que arrastraba con sus pasos y que a consecuencia estaba muy sucio. No daba ninguna pista sobre la forma de su cuerpo a excepción de los brazos, donde las mangas se ceñían. A pesar de ser tan extravagante, no parecía en absoluto un vestido de fiesta, sino más bien algo que llevaba siempre para estar cómoda.
—¿Ustedes son los nómadas? —murmuró Alex tímidamente.
La mujer asintió y le indicó que la siguiesen hasta la hoguera. Fueron pasando y a su vez la gente en torno a la hoguera se disipó para dejarles sitio. Se agruparon de forma que todos se veían las caras. Como siempre Alex flanqueada por Puck y Dag. El primero parecía bastante distraído mirando a su alrededor, como si él tampoco hubiese estado allí nunca. Alex estaba muy seria, esperando a que la mujer volviese a hablar y sintiendo que los ojos de todos los presentes se clavaban en su nuca.
La muchacha se fijó en que no sólo había personas mayores entre los nómadas, sino que entre ellos, algunos niños se escondían y otros mostraban la planta de un adulto mientras la miraban con curiosidad.
"Son almas viajeras", le había dicho Dag, así que de eso se trataría. Puede que esos niños tuviesen incluso más años que ella.
—Alexandra, llama a Giovanni —pidió la anciana.
—Yo... no sé hacerle aparecer voluntariamente...
—Está bien, dame las manos. Veamos hasta dónde llega tu poder —Acercó sus manos a las de Alex y las envolvió con suavidad. Dag estaba muy alerta, como si fuese un resorte muy susceptible a activarse. La mujer cerró los ojos para concentrarse—. Ya veo, tu poder no hace mucho que despertó. Eso significa que estás madurando. Los otros videntes tardan más, qué curioso.
—¿Ha conocido a otros videntes? —preguntó Alex, que ya no podía contenerse más.
—A algunos, que buscaban la sabiduría de las almas.
La vidente quería seguir preguntando muchas cosas, pero sabía que no era el momento. La mujer siguió hablando.
—Vaya, ni siquiera ves nuestras auras.
—¿Auras?
Abrió los ojos para mirarla con expresión tranquila.
—Somos almas, Alexandra. Puedes diferenciarnos del cuerpo que ocupamos. Sólo tienes que mirar mejor.
Alex se concentró muchísimo y apretó los párpados con todas sus fuerzas. Trató de recordar cómo se sentía cuando intentaba percibir a un fantasma. Cuando Van se había aclarado poco a poco y acabó convirtiéndose en una bruma diferenciable. Entonces abrió los ojos y miró a su alrededor. Todos los nómadas estaban envueltos por una especie de tejido morado y azul en algunos casos, como el de la mujer frente a ella. Se fijó en que los lobos también desprendían un brillo especial.
—Es verdad, pero ¿por qué también los lobos la tienen?
—Todos aquellos que ocultan un alma en sus adentros lo poseen.
Sin pensarlo, miró a Dag y se fijó en que de él no emergía nada. Él la miraba expectante, con ansias por que le dijese algo.
—En ti no veo nada ¿Cómo puede ser?
La anciana distrajo su atención—. Que un vampiro no tenga alma es normal, Alexandra. Giovanni es una excepción, la única. Que puedas verlo es imposible —Alex abrió los ojos como platos y volvió a cruzar la mirada con el vampiro, que también estaba sorprendido.
—Pero lo ve, sabe cosas que sólo Van sabría —exclamó.
—No lo dudo, Dag, creo en su palabra. Tendremos que preguntarle al propio Giovanni cómo algo así es posible —dijo, ignorando por qué conocía todos sus nombres, luego volvió a concentrarse para inspeccionar más a fondo a Alex. Se detuvo de pronto frunciendo el ceño y abrió los ojos de nuevo—. No escuchas a las almas a voluntad. Sólo se han comunicado ellas contigo, pero tú no has intentado conectar con ellas ¿me equivoco?
—¿Se refiere a que me leen mente?
La nómada asintió.
—Prueba a concentrarte y escuchar a tu amigo —sugirió señalando a Puck.
Alex se agachó para estar a su altura y poder mirarlo. Siendo un lobo, al contrario que sus congéneres que sabían dar su aspecto más amenazador, Carlos parecía un cachorrillo juguetón y cuando la muchacha estuvo a su altura movió la cola felizmente y agachó la cabeza como pretendiendo ser acariciado. Los otros lobos se le acercaron, según creyó Alex para proteger a su amigo, aunque habían rebajado su fiereza para que ella siguiese calmada. Dag tardó poco en quejarse.
—Eh, vosotros, sit.
—¿Quieres dejarlos ya, pesado? No me van a hacer nada —le regañó Alex. Luego volvió a mirar a Puck y apoyó la frente con su cabeza. Pronto empezó a escuchar mucho ruido, un montón de voces que no paraban de hablar y gritar, todas manteniendo un monólogo constante, se mezclaban, subían el volumen y le hacían mucho daño. Se llevó las manos a la cabeza y gritó que parasen—. ¡Basta! ¡Son demasiadas! ¡Basta!
—Alexandra, intenta centrarte en la voz de Puck.
Pero Alex no podía, todos estaban intentando dejar de pensar, pero eso sólo conseguía que pensasen en ello, las voces eran indetenibles. Dag se arrodilló a su lado y le apartó las manos de los oídos para hacer que le mirase. Si no tenía alma, no podría escuchar lo que pensaba. Alex comprendió eso con una mirada y aunque no podía leer su mente, pareció telepatía.
—Ahora, poco a poco —señaló a Puck con la cabeza, que hasta hace poco estaba haciendo los ruiditos que un perro emite cuando está triste. No le soltó las manos. Alex se despejó con una sacudida de cabeza y cerró los ojos una vez más, con suavidad. Algunas lágrimas acumuladas por el dolor cayeron como si acabase de darles el empujoncito que les faltaba para derramarse. Enseguida volvió a escuchar las voces y se quejó e hizo un poco más de fuerza con las manos—. Más despacio.
Alex empezó a seleccionar los hilos de las conversaciones y decidir cuales quería ignorar y cuales no. Tal como cuando Layla hacía que espiasen a sus compañeros de clase en busca de algún cotilleo jugoso. Encontró la voz de Puck entre todas y le prestó más atención.
—¿Alex? ¿Me estás escuchando?
—Sí —respondió en voz alta.
—¿Te duele?
—Sólo un poquito. Soportable —murmuró.
Entonces se concentró en la unión de sus manos con la del vampiro. Pensó en él y luego en Van, y de repente su voz apareció, asustándola.
—Alexandra, estoy aquí.
—¡Van! —exclamó.
—¿Van?
—Dag.
—Alexandra —la llamó la anciana, confundiéndola entre todos los nombres—. Pregúntale.
—Calum, qué bueno volver a encontrarnos.
—¿Calum? —repitió Alex extrañada.
—Es mi nombre —sonrió la anciana.
Alex quiso preguntarles de qué se conocían, pero sabía que en ese momento había cosas más importantes. Se giró hacia Giovanni.
—¿Cómo es posible que tengas alma?
Él se le acercó y ella y Dag volvieron a incorporarse.
—La bruja que se enamoró de mí creó dos viales. El que me dio un alma y con el que pretendía hacerme humano pero que falló, y el que busca como loco todo el mundo, el que nos hace poderosos —dijo, como siempre Alex habló en voz alta para que escuchasen todo.
—¿Y por qué iba a querer hacerte humano? —preguntó inocentemente.
—¿Para qué vivir para siempre cuando la persona a la que amas no estará contigo?
La muchacha asintió una vez.
—Bueno —Van dio una palmada—. ¿Sabéis ya cómo vais a revivirme?
Todos miraron a Calum expectantes. Ella se aclaró la voz preparada para hablar tranquilamente.
Pero entonces todo dio un vuelco. El velo que los ocultaba en el bosque volvió a cortarse, dejando ver una figura femenina, imponente, que avanzaba hacia ellos decidida mientras sus voluminosos rizos rebotaban en su cabeza. Dag estuvo delante de Alex en un parpadeo y tanto los lobos como él tensaron su cuerpo. Eso hizo que ella también se pusiese nerviosa.
—Dag, ¿quién...?
—Golda.
Alex abrió los ojos de par en par.
—Ansgar y Asaf vienen hacia aquí —alertó la Anciana.
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