Capítulo 17 - Salvajes de todo tipo I

Alexandra Whitmore se sentía inquieta. Durante las primeras horas de la noche fue incapaz de dormir, por un lado pensando en que quizá tendría otra intromisión de Van y por otro dándole vueltas a la conversación que mantuvo con Dag horas atrás.

¿Lo... matásteis? Pero Karen dijo que no eran simplemente mayores, que eran como dioses... ¿Cómo pudisteis... ?

No se les puede matar con estacas porque al cabo de un tiempo se recuperan, ni con violeta, porque se curan más rápido que nosotros, pero la abuela de Maia dijo Dag, como abstraído en lo que contaba— era una mujer muy poderosa. Era una bruja de sacrificios. Su poder va más allá que el de cualquier otro brujo, pero consume y destruye a una velocidad insoportable.

¿Y por qué os ayudó?

Porque el deber de las brujas es equilibrar el universo explicó, gesticulando con las manos, todavía apoyado en la parte trasera del sofá. Los vampiros son una abominación y más los Ancianos. Nos hizo prometer que mataríamos al resto si conseguíamos a uno, pero el hechizo resultó ser más fuerte que ella y la acabó matando poco después de acabarlo.

Y ahora no hay forma de defenderse contra ellos...

Si nos encontramos con Golda y decide matarnos, lo hará.

Nunca había reparado en que sus inmortales amigos no lo eran tanto. Los pocos vampiros que conocía, habían muerto a manos de Dag en cuestión de segundos y le temían sin excepción. Parecía indudable que era más fuerte que todos ellos. Sin embargo, después de escuchar acerca del encuentro con Asaf y Ansgar y ver las consecuencias desastrosas que tuvo en Karen, estaba asustada.

Ese Asaf que os atacó ¿era un Anciano?

Dag asintió lentamente.

Uno de los hermanos de Golda.

¿Cuántos son?

No creemos saber de la existencia de todos. Lo único que son hombres, todos menos Golda y que saben ocultarse como para que nadie los haya conocido nunca. No todos se llevan bien por lo que nos contó ella en una ocasión.

Dag miró a Alex, que se veía muy preocupada y le ofreció unas palabras tranquilizadoras.

Encontraremos la forma de defendernos si hace falta, no podrá con nosotros sonrió despreocupado.

Ella le devolvió una sonrisa agradecida antes de ir a la puerta y abrirla. Cuando estaba ahí, le volvió a llamar la atención.

Ah y... Alex dijo mientras subía las escaleras, sin contacto visual con ella. Gracias por ofrecerte para lo de Karen.

Ya no sabía qué le había sorprendido más, si el reciente descubrimiento de la existencia de dioses entre los vampiros, uno de los cuales perseguía a sus protectores o la imprevisible muestra de humanidad de Dag.



Cuando fue el día del viaje, Alex se vistió y se preparó para bajar a desayunar. Daba el último paso en las escaleras, momento en que la cocina se hizo visible y encontró a su padre sentado en uno de los taburetes de la encimera, con la luz cálida de la mañana bañando su piel. La muchacha no pudo evitar sobresaltarse y Peter Whitmore, hasta ahora con la mirada perdida en la ventana también lo hizo y se giró hacia ella al instante. Ninguno dijo nada, pero Alex fue acercándose poco a poco y él bajó de su asiento mientras la contemplaba. Cuando estuvo cerca, la hija habló.

—Así que... Mamá te ha invitado.

—Desde la noche que te rescatamos, cuando te dormiste —explicó—. No quisimos decírtelo para que descansases a gusto por las noches.

Ella asintió, haciéndole saber que lo entendía.

—Y ¿Por qué decírmelo ahora? —preguntó confusa.

—Porque tenía que verte, pedirte perdón y sobre todo, hacerte saber que sigo siendo tu padre y sigo queriéndote. Te he echado de menos y sé que tú también, lo he visto.

—Lo sé —dijo poniendo delicadamente un mechón pelirrojo tras la oreja—. Ya le dije a mamá que no estoy enfadada y lo mismo para ti.

Peter se lo agradeció con una sonrisa. El cabello marrón peinado cuidadosamente se iluminaba y el hecho de presenciarlo pareció una alucinación para la joven, que hacía tanto que se había convencido de que no volvería a estar siquiera en la misma habitación que su padre.

Estaba nerviosa, sin saber qué decir, evitándole la mirada, cada vez entendiendo menos por qué lo hacía. Se decidió por rescatar la situación.

—Dag dice que eres un pésimo compañero de viaje —rio tímidamente.

—Bueno, lo mismo digo de él. Por poco consigue que me matasen —respondió Peter con una risa nerviosa—. Amenazó a Maia.

—Supuse que lo de el hechizo de localización no fue pura cortesía. ¿Qué lo detuvo? —dijo divertida.

—Tú, en realidad —Alexandra abrió los ojos de par en par—. Sabe que dejarías de cooperar si me hiciese daño. Así que gracias, cielo.

Ella se limitó a sonreír mientras tomaba un par de croissants de un bol en la encimera. Su móvil comenzó a vibrar, señal de que debía marcharse.

—Tengo que irme —Se lamentó, apretando los labios y entrecerrando los ojos mientras abría la puerta de la calle—. Te veo luego.

Él le sonrió.

Alex aparcó su bici al lado de las escaleras del porche de la casa de los Green y luego las subió tranquilamente para llamar a la puerta. No hizo falta, porque todos los residentes de la casa podían escuchar sus latidos a metros de distancia. Karen la recibió.

—Buenos días Alex, Dag está a punto de salir —Informó—. Puedes esperar dentro, hace frío ¿no?

—Sí, gracias —agradeció mientras entraba y se ponía al lado de la puerta de entrada con la mirada perdida—. ¿Estás mejor?

—Oh, sí. Muchas gracias —dijo, de corazón—. No sé qué habría hecho sin vosotras.

—No es nada —dijo sonriéndole.

Dag bajó las escaleras ya preparado. Llevaba un vaso con sangre en una de las manos y bebía mientras bajaba. Recibió una mirada desaprobatoria de su compañera de viaje.

—¿Qué? —Se quejó abriendo los brazos. Dio otro trago para acabar—. ¿Preferirías que te fuese dando sorbitos a ti?

Alex desvió la mirada algo frustrada. Karen añadió otra mirada despectiva más en el expediente de Dag antes de anunciar que se marchaba y dejar la sala.

—Buen viaje...

Él dejó el vaso en el fregadero mientras se ponía la chaqueta y se relamía. Miró a Alex que estaba muy quieta esperando su próximo movimiento y casi le sorprendió que le hablara.

—¿Tienes hambre o...?

—Tengo que estar preparado. Por si acaso —aclaró.

—Pero se supone que Golda está cerca... y los nómadas... ¿Por qué no viene Karen?

—No la he dejado, todavía tiene que... estabilizarse —dijo abriendo la puerta del coche e indicándole a Alex que subiese—. Además, sé por experiencia que a Gold le costará más encontrarnos cuantos menos seamos. Y en cuanto a los nómadas —Cerró la puerta y subió al coche en un parpadeo, desorientando a Alexandra—. Tengo entendido que no son más fuertes ni menos mortales que un humano, así que matarlos será fácil —dijo mientras arrancaba el coche—. Lo tengo controlado, créeme.



Layla amaneció con el dolor a flor de piel. Tal y como Alex se había sentido tras ser curada con sangre de vampiro. Recordó que su amiga le dijo que esa era la mañana en la que se marchaba para buscar a los nómadas y cuando vio la hora se dio cuenta de que era tarde para despedirla. Conociendo a Dag podía pasar cualquier cosa y temía por la vida de la que había sido su amiga durante casi diecisiete años.

Aunque ahora estaba realmente débil, no se arrepentía un ápice de hacer lo que hizo. Hizo memoria y revivió la charla que tuvo con Karen algunos días atrás, y que ya sea por el dolor o cualquier otra cosa, no podía quitarse de la cabeza.

Layla dijo Karen, una vez arriba. Gracias...

La humana se acomodó en una de las esquinas de la cama.

No tienes por qué dármelas, sólo ayudaba a Alex a cumplir su promesa sonrió, con las pocas fuerzas que le quedaban y de las que estaba usando gran parte para mantenerse despierta.

Alex tenía miedo, ¿verdad? Hizo una mueca. Me contó lo que nos vio hacer... No es para menos dijo mirando al suelo. Lo que he hecho hoy le da más motivos para pensar que desde entonces no he cambiado tanto, y empiezo a creer que está en lo cierto. Siento que hayas tenido que hacer esto. Probablemente me odias por haberle complicado tanto la vida a tu amiga y no tienes por qué fingir que te caigo bien...

He recordado las cosas que le he visto hacer a Dag, mientras me tenía encantada para ser su novia confesó. Le he visto matar de maneras atroces, engañar, robar y comportarse como un animal. Si lo que Alex me ha contado es exactamente lo que vio, la historia tal como la cuentas es diferente ¿sabes? Tú has cambiado y él... casi podría decir que ha empeorado con los años La vampira la observaba asombrada, incapaz de responder nada. Yo no sería amiga de la Karen del pasado, pero tú eres una buena persona y me caes muy bien. Mientras acababa de hablar se levantó para despedirse. Buenas noches.

No estaba segura de si le había dicho la verdad. Aunque había recordado cosas horribles de Dag, seguía sin tener miedo. Cuando él le hablaba de esa forma que nublaba todos sus sentidos, se veía mágicamente obligada a obedecerle, y así es como le prohibió tenerles miedo a los vampiros. Pero nadie a parte de Karen lo sabía, y tampoco podía expresarlo. Era como si el miedo estuviese dormido en su interior.

Decidió hacerle una visita a la única persona que conocía que luchaba contra ellos. Intentar ver otro punto de vista. Quería saber más sobre cómo hacerles frente. Después de todo, Dag no le había dicho que no podía defenderse, ni proteger a otras personas, así que ahora que sabía el peligro que suponían, quería aprender a reducirlos.

Esa persona era Elizabeth Edevane. La cazadora del pueblo.

Caminó hasta la biblioteca y al cruzar la puerta volvió a inundarse del ambiente de anticuario que tan poco le gustaba. A su mejor amiga en cambio, el lugar le era afín, porque a parte de ser el lugar idóneo donde saciar su constante y continua creatividad, todos aquellos frascos, pieles y demás objetos que decoraban la gran sala principal le recordaban al lugar donde Victoria Whitmore recibía a sus clientes. En Black Quill, parecían no haber pasado los años desde su apertura en el año 1876. Se preguntó si Karen y Dag habrían estado allí en aquellos tiempos.

Cuando Liz apareció de detrás de una de las estanterías, descubrió a Layla enfrascada en una serie de deducciones que parecían no encontrar un fin. Poco a poco se le acercó y le dio dos leves toques en su hombro para llamar su atención. La muchacha respondió sorprendida.

—¡Oh! Lo siento, me he quedado embobada... Es que —Echó un vistazo a su alrededor, localizando a dos jóvenes que parecían estudiar en una de las mesas cercanas. Luego miró a Liz, queriendo decirle indirectamente que no podría hablarle con libertad delante de ellos— tengo mucho que pensar.

Elizabeth le indicó con la cabeza que la siguiese y la llevó hasta un pequeño despacho con un escritorio aparentemente antiguo en el centro. La silla que lo acompañaba tenía un almohadillado de terciopelo rojo sobre el que Layla, muy cansada, se imaginó sentada. Sin saberlo, Liz cumplió sus deseos ofreciéndole asiento. La joven dejó su chaqueta sobre la silla. La cazadora en cambio, tras cerrar la puerta se apoyó en la esquina de la mesa y le hizo un gesto impaciente con la mano a Layla para que hablase.

—He venido para saber como estabas —dijo Layla mostrando arrepentimiento al instante, ante una impactada Liz, que no había creído ni una palabra—. ¿A quién quiero engañar? Necesito tu ayuda.

—Ayuda. No voy a ayudar a alguien que me traicionó para ayudar a los vampiros. Me vendiste.

—¡No los estaba ayudando a ellos! ¡Alex estaba atrapada! —replicó.

—Layla, me da igual. Vete —ordenó.

—Creía que defendías a los humanos —La cazadora la observó esperando un final a la frase—. Pero me vas a dar de lado.

—La gente que confraterniza con ellos acaba muerta, ya tengan una verdadera confianza o no. Si no los mata el odio los mata la sed, tarde o temprano los vampiros acaban sacando el monstruo que llevan dentro. ¿Y sabes qué? —preguntó, encogiéndose de hombros—. No voy a volver a cometer ese error.

—Pero no estás muerta...

—No me refería a mí —puntualizó. Luego suspiró, como si sacase de dentro del pecho algo que le dolía recordar.

—Pero si aprendo a defenderme eso no pasará.

—Si aprendes a defenderte ¡Bah! —dijo restándole importancia—. ¿Crees que tienes posibilidades? ¿Crees que esto es divertido? Llevo años intentando huir de ello y ahora tu lo quieres. Es obvio que no sabes a lo que te enfrentas —gritó. La muchacha la miró como un niño al que acaban de regañar—. Vuelve con tu familia. Disfruta de ellos. Y deja de jugarte la vida metiéndote en problemas de vampiros —finalizó, agarrando la chaqueta de Layla y ofreciéndosela. Sin embargo, antes de que ella se la pusiese, leyó una pequeña inscripción con el nombre de la chica en una etiqueta interior. Abrió los ojos de par en par—. ¿Barns? ¿Layla Barns?



Alexandra llevaba gran parte del trayecto mirando por la ventanilla para olvidar que se encontraba en una situación bastante incómoda. Había pasado mucho desde que ella y sus padres habían hecho un viaje tan largo: de Georgia a Washington. Aquella vez acababa de cumplir 7 años y durante el tiempo que estuvo en el coche, Peter y Victoria la mantenían divertida jugando a Veo Veo y otros juegos. Recordaba la melena de su madre cayéndole sobre los hombros y en ocasiones siendo mecida por el viento cuando bajaba la ventanilla. Se preguntó si su pelo ondearía del mismo modo en ese momento.

—¿Qué miras?

Para Dag viajar no era nada nuevo. Karen, Shanon y él habían recorrido el mundo varias veces desde hacía dos siglos, cuando las había transformado. Incluso en aquel instante no supuso una gran novedad. Lo primero que Van le enseñó fue que jamás volvería a tener un hogar cuando dejase de crecer. La gente se daría cuenta de que el paso del tiempo no hacía mella en su piel y tendría que mudarse constantemente. Era lo que menos le gustaba. ¿Estar sometido por algo o por alguien? Eso no era para él.

Ahora pasaba una hora en la que ambos habían estado callados. Alex, muy cerca y a la vez muy lejos de él, contemplaba el paisaje que se deslizaba por la ventanilla. Su pelo se movía con el viento y su olor le llegaba a la nariz. Sentía que se volvería loco si no hablaba o si no encontraba otra cosa en la que pensar.

—Ah, nada —dijo Alex dándose la vuelta para mirarle—. Sólo pensaba.

—¿En qué? —Ella le miró extrañada y luego encogió los hombros. Él bufó golpeando un poco el volante—. Me aburro. Cuéntame algo. No creo que hayan acabado todas las preguntas que tenías. Han pasado muchas cosas últimamente. Creía que no sabías estar callada más de cinco minutos.

—Esa es Layla —corrigió—. ¿Cómo puedes aburrirte? ¡Vamos a ir a ver a unos nómadas! —se detuvo, recordando que en realidad no sabía muy bien qué clase de criatura era un nómada—. Dag, ¿qué hacen los nómadas?

—Según he oído, son algo así como tribus de almas —Viendo que la muchacha enarcaba una ceja, trató de explicarse mejor—. Cuando alguien muere, si su alma es lo suficientemente fuerte, a veces puede meterse en un cuerpo nuevo. Cambian constantemente, por eso se les llama así —aclaró—. Por lo que Maia nos dijo a tu padre y a mí, es muy posible haberse encontrado incluso con varios y nunca darse cuenta. Son expertos en suplantar e imitar.

—Entonces, ellos ven también a los fantasmas como yo ¿no? Quiero decir ellos mismos lo son. Entonces... ¿eso los convertiría en una especie diferente de videntes?

—No, es diferente ellos no ven fantasmas, solo auras y cuerpos potenciales en los que puedan meterse —dijo—. Como tú solo hay dos más y están tan escondidos que no merece la pena buscarlos. Por eso nadie sabe nada de vosotros, solo que podéis ver fantasmas —concluyó, encogiéndose de hombros.

Alexandra recopiló mentalmente la información que tenía hasta ese momento y se dio cuenta de que había algo que no había comentado.

—Dag —El chico la miró fugazmente—. ¿Por qué Van no me contó todo de aquel día de los años veinte? No dijo nada sobre el verdadero motivo por el que huisteis y no entiendo por qué cuando hablé con Kelly dijo eso de que no confiase en vosotros. ¿Se cansó de que insistieseis tanto en encontrar ese vial?

—¿Van? ¿Cansarse? Coleccionaba botellas de vino, ¡le encanta esperar! —exclamó—. Ver cómo pasa el tiempo y el mundo evoluciona, los conflictos... y ahora que está muerto seguro que también está disfrutando mucho de ver como se nos complica todo a los vivos.

Alex rio —¿Entonces qué?¿Por qué me oculta cosas? —preguntó, pero Dag se encogió de hombros en respuesta—. Tú has estado con él más tiempo que yo.

—¿Y qué?

—Pues que cuando habla de ti parece como si hablase de su propio hijo, te aprecia —comparó la vidente.

—Puede hablar de mi como quiera, pero en realidad no le importo nada. A nadie que tenga esa edad le importa nada ni nadie —explicó.

—¿A ti no te importa nada? No me lo creo —Él negó. Alex se preguntó si llegaría a algún lado llevándole la contraria—. ¿Y Karen? Karen te importa, por muy machito que quieras hacerte. En otro caso no la hubieses ayudado la otra noche.

—Tengo historias que harían que pensases lo contrario —Sonrió, como un acto reflejo, porque en realidad no le hacía gracia. Luego se aclaró la voz y continuó hablando—. La verdad es, Alex, que jamás voy a entender completamente las cosas que Van hace y no se me ocurre porque te mintió sobre eso. Quizá... No se. Quizá creyó que podría hacerlo él solo y al final se dio cuenta de que ya estábamos demasiado implicados. Debió decirle a Kelly que te intentase apartar de nosotros. Y supongo que decidió no contarte por qué huimos para que no te pusieras nerviosa con todo este tema de los Ancianos e hicieses alguna locura.

La humana asintió lentamente y, aunque hizo un amago de volver a mirar por la ventana, se decidió por seguir con la conversación.

—¿Cómo murió él?

Vio como Dag abría la boca varias veces preparándose para hablar, como si barajase diferentes formas de decir lo que quería, pero tras darle una mirada fugaz, escupió decidido toda una historia de golpe.

—Cuando convertí a Karen y a su hermana, los cuatro viajamos juntos algún tiempo. Y al principio todo iba bien, —hizo un gesto con la mano para restar importancia— hasta que Karen empezó a tomar consciencia de sus actos. Ya sabes, los asesinatos, los robos, el caos en general. Los primeros días o meses tras el cambio para algunos supone perderse a si mismos. Y Karen estuvo perdida mucho tiempo... —añadió—. Desde que se encontró odió en lo que la había transformado, me odió a mí por hacerlo y a Van por hacérmelo. Aunque está claro que lo que realmente odiaba era la verdad —Alex le miró expectante—. Detestaba a su hermana porque sabía que todo era su culpa. Pero eso es una historia a parte —diferenció—. Karen se marcharía si Van seguía con nosotros y Shanon iría tras ella. Yo decidí abandonar a Van e intentar que Karen cambiase de opinión con los años. Después de todo, estaba harto de él. Para mediados de los veinte Karen había vuelto a convertirse en una asesina y Van volvió con nosotros, después del recuerdo que te enseñó —aclaró Dag—. Estuvimos juntos unos años, pero luego él hizo una de las suyas y volvimos al ciclo de odio. Van se separó y lo último que escuché de él, fue que había explotado.

—¿¡Explotado!?

—Bueno, me refiero a con violeta imperial. Las líneas rojas que dijiste que tenía en todo el cuerpo, a eso me refiero.

—Sigo sin entenderlo.

—Te acuerdas de lo que les pasa a nuestros ojos, ¿no? Esas líneas en el iris —Ella asintió—. Bien. Pues cuando la violeta imperial nos alcanza en grandes cantidades las líneas se extienden y recorren el cuerpo, como si saliesen disparadas. Como una explosión. ¿Entiendes?

—Ajá —confirmó Alex—. Dag, tu elegiste a Karen antes que a Van por algún motivo ¿no? ¿Puedo confiar en él?

—Puedes confiar en mí. Puedo protegerte.



Pasaron varios minutos hasta que Dag detuvo el coche, señal de que habían llegado a su destino.

Se trataba de un bosque. Los árboles estaban desnudos y las hojas que antaño los cubrieran se agolpaban en el suelo dando al lugar la gama tonal del otoño. Hacía bastante frío, el invierno estaba cerca y el vaho salía de la boca de Alex con cada exhalación. La muchacha tenía frío, pero Dag parecía llevar una cazadora por el simple hecho de guardar las apariencias.

Mientras caminaban por el sitio, les acompañaban los crujidos de las hojas bajo sus pies, aunque Dag trataba de hacer el menor ruido posible.

—Pisa más fuerte, por favor. Todavía escucho mis pensamientos —Se quejó el vampiro.

—Dag, no sé pisar más flojo ¿Qué quieres que haga? No todos tenemos super oído, a mi no me molesta en absoluto —replicó. Después reparó en el brillante aunque no cálido Sol sobre sus cabezas—. ¿Por qué no te quemas?

—¿Por qué no te quemas tú, imbécil?

—¡Era una pregunta! ¿Cómo es que se extendió ese rumor de que los vampiros ardían con el sol? —preguntó.

Aun algo irritado por la muchacha, Dag decidió explicárselo.

—Antes de beber sangre humana en la transición sí que nos quemamos.

—¿Cuánto dura la transición? —dijo Alex tratando de saciar su curiosidad— Quiero decir, ¿hay un límite?

—No, qué va. Hay algunos que se quedan en transición muchos años. Siguen siendo vampiros... Fuerza, agilidad, ya sabes. Pero es desquiciante. La sed crece y crece hasta un punto en el que prácticamente pierden la cordura. Al final es mejor acabar con todo que seguir intentándolo —sonrió de medio lado.

—Entiendo —Alex se dio cuenta de que había pasado un tiempo desde que habían estado andando—. Oye, ¿nos hemos equivocado de sitio o todo esto era un plan para llevarme a donde no pueda pedir auxilio? —preguntó la humana con impertinencia.

—Estoy intentando olerlos. El caso es que se supone que están aquí. Los huelo como si estuviesen a nuestro lado. Y sin embargo, ¿ves algo? —le cuestionó—. Creo que se están protegiendo con algún tipo de hechizo. Y además sé quién puede tener algo que ver.

—¿Quién?

—Aquí apesta a chucho —Durante todo el camino Dag iba en cabeza con Alex a cierta distancia, así que se giró para hablarle—. ¿Sabes esa casa tan grande que vimos viniendo? —Ella asintió—. No me parece coincidencia que esté en medio de la nada y que el tufo de los lobos esté por todas partes.

—Espera, quieres decir ¿hombres lobo?

—Por la zona y el lujo de la casa, estoy casi seguro de que concretamente va a ser mujer lobo —dedujo. Alex sin saber que decir y boquiabierta lo miraba—. Vamos, no me digas que no te lo esperabas.


—Eres una Barns, ¿cómo es posible? Creí que... Yo pensaba... —Elizabeth Edevane daba vueltas por la habitación con la chaqueta de Layla todavía en la mano y parecía estar en shock—. Tus padres, ¿están aquí?

—¿Sí? —afirmó indecisa—. ¿Qué le pasa a mi apellido?

—Necesito conocer a tu padre.

—¿A mi padre? —La cara de la muchacha se arrugaba constantemente reflejando duda—. ¡No! ¿Para qué quieres conocerle? Dame un buen motivo.

—Layla, por favor...

—Vaya, parece que las tornas se han vuelto, ¿eh? —dijo la chica mientras se movía hacia la puerta con aire chulesco—. Si quieres conocer a mi padre necesito que me expliques el contexto.

—Vale, lo haré, lo que-

—No he acabado —cortó—. También me vas a enseñar a defenderme. ¿Trato?

—Creo que ya no soy la persona más indicada para pedirle eso, Layla. Y creo también que cuando te explique por qué quiero conocer a tu padre, tampoco querrás hacerlo. Sígueme —finalizó Liz, mientras la adolescente se quedaba parada en la puerta, con una ceja enarcada y la boca entreabierta, sin saber qué decir. La cazadora pasó de largo, poniéndose la chaqueta mientras salía de la sala y ella la imitó. Por suerte casi era la hora de comer y no había ni un alma en la biblioteca.



Elizabeth hizo que Layla la siguiese a través de un par de calles hasta llegar a un extremo de la ciudad, donde un camino de tierra avanzaba hacia el interior del bosque. Serpenteando por la ruta, alcanzaron un claro donde se alzaba la gran Mansión Edevane, justo tras el enrejado ante el que se encontraban, concretamente frente a una gran puerta con barrotes que en lo alto, donde el hierro negro se curvaba formando tracerías, tenía una E dorada.

Antaño, la fachada victoriana le había dado el aire virtuoso y encantador que correspondía a la rica familia que tantas generaciones la había habitado. Hoy, los grandes ventanales estaban rotos, los muros llenos de espantosas grietas y ambos elementos cubiertos por una extensa red de enredaderas que casi lo enterraban y le daban un carácter tan natural que hacía parecer que el propio lugar pertenecia al bosque donde se encontraba desde nacimiento.

—¿Sabes qué sitio es este, verdad?

—La mansión de tu familia ¿no?

—Ya no —dijo dejando que sus hombros cayeran exhaustos—. Aléjate un poco, voy a abrir —Agarró uno de los barrotes mientras insertaba una llave en la cerradura que con un clic se abrió para ella.

—¿Dónde está tu familia?

La cazadora la miró sin decir nada y caminó hacia el patio de entrada, esperando que Layla fuese tras ella.

—¿Vamos a entrar dentro?

—No se puede. Hay un vampiro.

Layla se quedó paralizada, pero su corazón latía rápido en su pecho.

—¿Cómo dices?

—James Harland. Un vampiro de unos doscientos años, aproximadamente. Hace casi dos décadas que está encerrado.

—¿Qué hizo?

—¿Tú qué crees? Él mató a mi familia —soltó sin florituras, dejando si cabe más perpleja a Layla—. Aunque claro, no fue él solo. Tuvo dos compañeros más.

—¿Y por qué no están también aquí?

—Porque uno tiene mil años y el otro está muerto —La adolescente comenzó a atar cabos y para cuando terminó, Liz ya daba la conclusión en voz alta, como si le hubiese leído la mente—. Dag y Van.

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