Capítulo 16 - Brujería
Era de noche, pero sabía que era una de esas cosas de las que se ha de informar cuanto antes. En cuanto se recompuso, llamó a la casa de Karen y Dag. La vampira respondió al teléfono.
—¿Alex?
—¡Sí! Acabo de estar en... bueno no me he ido a ningún sitio. Es... Van... —Alex no sabía explicar lo que acababa de pasar exactamente. Además, se sentía tan aturdida como si hubiese estado durmiendo plácidamente hasta ese momento y se acabase de despertar. Se dio cuenta de que le dolía bastante la cabeza y sentía que algo había cambiado en su interior, como si una versión más clara de ella misma la habitara—. Ayer, cuando Philip me encontró fuera ¿te acuerdas?
—Dijo que estabas fuera de un congelador con la puerta destrozada y que había un cadáver de sueco. Creyó que se trataba de insubordinación, que por quien tú eres y el grupo tan grande que son los Suecos tenía sentido —rememoró.
—Yo creí que era así pero... Cuando bebieron de mí estaba débil y no distinguía nada a mi alrededor. Vi una figura de una mujer de pelo moreno que tiraba abajo la puerta y me sacaba de allí. En su momento pensé que alucinaba, pero acabo de estar con Van que se ha metido en mi mente y me ha enseñado algo que sucedió en el pasado. En los años veinte creo. Tú cantabas, Dag atendía en la barra y...
—Golda —Karen permaneció en silencio un rato, como si estuviese asimilando lo que acababa de decir y antes de volver a hablar, Alex la escuchó tragar saliva—. Una de los Ancianos.
—Van me contó lo que le hizo al novio de tu hermana —añadió.
—Estábamos fuera de control. Los Ancianos no soportan a los vampiros jóvenes y nuestras indiscreciones —explicó Karen—. Imparten justicia, regulan nuestro mundo. No son simples reyes Alex, son casi Dioses. Si Golda está en nuestra contra...
Al otro lado del teléfono, Alex escuchó a Karen moverse agitada y gruñir.
—¿Sigues sin comer nada?
—Alex, por fin me he librado de Dag, no empieces tú también.
—Karen, por favor. Es obvio que no estás bien —replicó Alex.
La llamada se cortó sin que Alex pudiese impedirlo de ninguna manera. Supuso, que en esa ocasión los reflejos de vampiro le habrían venido bien.
—Bueno, y... ¿dónde vive vuestra bruja? —preguntó Peter Whitmore, rompiendo el silencio incómodo reinante en el coche conducido por Dag.
—Vive en Jackson, es un portento pero también es joven, susceptible a cambios, como ya sabrás —ubicó—. Hablando de Alex.
—No estábamos hablando de Alex.
—Hablando de Alex... —insistió, sin dejar de mirar la carretera—. ¿Por qué dejaste que nos acercáramos a ella?
—Philip dijo que Karen no era mala chica, que había cambiado mucho desde los años cincuenta, cuando la conoció y que ahora ni siquiera se alimentaba de las venas —suspiró, cansado de que decir esas cosas fuese algo normal en su nuevo día a día—. Además, estabas tú. No podíamos oponernos. Cuando vimos que queríais lo mismo que nosotros, simplemente nos sentimos aliviados.
—Entiendo —asintió lentamente—. Cambiando de tema. He oído que quieres arrancarle la cabeza a tu hija.
—¡Por Dios! —exclamó Peter horrorizado.
—Puedo decirlo con más sutileza, pero eso no hará que deje de ser cierto —dijo Dag, medio riéndose. Luego lo miró—. Creo que deberías intentar hablar con ella. No puedes tenerle miedo a una adolescente, Pete —A Peter le sorprendieron las libertades que un muchacho tan joven se tomaba con él. Pero claro, Dag no era joven, tenía mil años—. Nosotros no tenemos miedo, eso es de humanos.
—¿Por qué me ayudas? No tengo entendido que seas un buen tipo —dijo Peter, aunque se arrepintió al instante.
—Según todos me dan a entender no lo soy. Pero me he cansado de las miraditas. Si queremos trabajar en equipo, no puede haber muros entre vosotros —explicó.
—A Alex no le caes muy bien.
—No es porque no sea la persona más simpática del mundo con ella —afirmó, divertido.
—Intentaré hablar con ella. Tengo que ser fuerte por los dos.
—Ey, tampoco necesito un plan detallado ¿vale?
Al día siguiente, por la tarde, Alex se preparó para ir a casa de Karen. Tomó la iniciativa de llevar a Layla con ella y asumir la doble tarea: hablar con Karen de lo que Van le había contado y conseguir convencerla para alimentarse. Después de todo, Layla y ella, no habían dejado de ser sus amigas.
Para su suerte, Victoria había decidido darle a Alex una vieja bicicleta para que fuera y viniera de los sitios a los que su ajetreada vida de vidente la condujese, y de esa forma, evitar tener que llevarla en coche cuando estuviese ocupada. Por eso, las dos amigas pedalearon hacia el bosque para reunirse con la vampira.
Al llegar, encontraron la puerta entreabierta, como si Karen las hubiese escuchado llegar, que así era. La muchacha albina, descansaba en el sofá al lado de una pila de libros que ascendía a la altura del reposabrazos y sostenía un tomo de una novela entre las manos. Sobre la mesita en el centro de la habitación, numerosas botellas de vidrio, que antes, por sus etiquetas debían haber contenido alcohol, estaban vacías. La vampira parecía enferma, con unas grandes ojeras bajo sus ojos cansados y los labios resecos, a pesar de que probablemente había acabado con el mueble-bar de la casa. Efecto de la abstinencia de la sangre, se dijo Alex.
—¿Por qué no nos has invitado a la fiesta, Karen? —preguntó Layla, fingiendo estar anonadada.
Karen alzó la cabeza y posó una mirada frustrada en Alex.
—Alex, ¿Qué hace ella aquí?
—Yo también me alegro de verte —dijo la aludida, burlona.
—Verás, me he propuesto convencerte para que comas —aclaró Alex—. Y antes de que digas nada sobre que Dag me ha influenciado de alguna forma, sé que no has comido nada y a simple vista es evidente. Bebe, si estás mal, te sentirás mejor y si estás bien no pasará nada.
—Alex no sabes lo que dices. Tú no eres un vampiro, no puedes darme consejos sobre esto —alegó, enfadada—. Es verdad, no he comido desde entonces, pero estoy justo como debo estar ¿vale? ¿Te preocupa lo que pueda hacerte? ¿Es eso? No hay por qué, lo tengo controlado.
Las palabras de Karen cobraban todavía menos sentido cuando Alex y Layla se fijaban en que tenía la voz ronca y no dejaba de evitar el contacto visual, además de tratar de contener, sin éxito gruñidos de dolor. Pareció maldecirlas en voz baja.
—Karen, pienses lo que pienses confiamos en ti. Somos tus amigas y queremos lo mejor para ti —dijo Alex, reafirmada por el asentimiento de Layla, a su lado—. Tienes q-
Karen se levantó de un salto y apareció frente a ellas con el gesto más turbado con el que jamás la habían visto. A pesar de que les gritó, parecía que estuviese a punto de llorar.
—¡¿Sabes lo que dices?! Dag tiene razón en todo. No hay otra forma de curarme Alex, ese es el problema, tengo que hacer exactamente lo que él dijo. Alimentarme de un humano, arriesgarme a matarlo. Sólo la sangre directamente de las venas cura por completo esta clase de heridas. ¡No puedo hacer eso! ¡Yo ya no soy así!
—Karen, tranquila —pidió Layla—. Lo entendemos ¿vale? Te podemos ayudar.
—¿Cómo? ¿Vais a conseguirme vosotras bolsas de sangre? ¡Venga ya!
Layla respiró profundamente, con frustración, aceptando prácticamente la derrota. Pero Alex seguía pensando y por la expresión en su cara, Layla supo que tenía una de esas ideas imposibles de llevar a cabo que en ocasiones rondaban por su cabeza.
—Sí, lo haremos.
—¿Qué? —preguntó Layla anonadada.
—Te conseguiremos bolsas de sangre, eso he dicho —repitió la pelirroja—. No puede ser tan difícil.
Al bajar del coche, la suave brisa invernal acarició la cara de los dos vampiros. Habían llegado a Jackson, donde tal y como Dag recordaba, la presencia del invierno era leve. Sin mediar palabra, Peter siguió al otro vampiro hasta la calle President, donde los bloques de edificios de fachadas austeras y las varias cafeterías se agrupaban a los lados de la carretera. Sus pasos le condujeron a un edificio cuadrado, gris, enfrente de una aparentemente acogedora cafetería. A sus pies, un grupo de adolescentes hablaba tranquilamente, riendo y haciendo gestos con las manos.
Por cómo se tensó el cuerpo de Dag, dedujo que habían encontrado a algunos miembros del aquelarre de Maia.
—Ese chico moreno de ahí, es el hermano de Maia, Franklin —comentó en voz baja, señalando fugazmente a un muchacho negro, con los ojos verdes. Cuando éste se dio cuenta de que Dag le observaba, se despidió del grupo y caminó hacia ellos. Peter escuchó cómo tragaba saliva.
—¿Qué haces aquí? Os dijimos que no volvieseis —recriminó decidido.
—La edad, debo de estar perdiendo el oído —se burló—. Bueno, ya que estamos aquí ¿Qué tal un poco de hospitalidad sureña?
—Ella no os ha delatado —juró.
—Claro, claro. Seguro que no —afirmó, mirando a Peter por un segundo para esperar su aceptación. Cuando volvió la vista hacia el chico, su expresión había cambiado totalmente. Su boca una línea delgada, sus ojos mostrando el fuego de la ira—. Me he cansado. Llévame con tu hermana —ordenó amenazante mientras se colocaba a escasos centímetros del adolescente.
—Sólo nos protegíamos, no había otra forma Dag... No le hagas daño —suplicó.
—Hecho.
En cuanto acabó de darle lo que simulaba ser un visto bueno, agarró a Franklin de la garganta y lo arrastró hacia la puerta, estampando su cara contra el cristal del que estaba hecha.
Peter Whitmore, horrorizado, intentó impedírselo, pero Dag le detuvo con una mirada fría, dejando claro que si se acercaba podría matarle.
—Soy un hombre de palabra, Franklin. No voy a tocarle ni un pelo. Pero le daré motivos para preferir que lo haga —explicó el vampiro—. Tú eliges. Los dos podéis salir ilesos.
El muchacho que se ahogaba bajo la fuerte presión de las manos de Dag, farfulló algo parecido a una maldición y cuando acabó, frustrado, aceptó sin remedio a abrir la puerta.
Dag se volvió sonriendo orgulloso hacia Peter y luego siguió al muchacho que subía las lúgubres escaleras del edificio. Llegaron a una puerta de madera, en uno de los pisos superiores. Carecía de ornamentación, con un grafiti obsceno como única decoración. Franklin respiró hondo antes de abrir la puerta y dejar ver un piso estrecho, que por momentos parecía caerse a pedazos. Sin embargo, un par de sofás morados cubiertos con diversas telas de colores, resolvían el vacío general.
En uno de ellos, estaba, quien Peter supuso que era Maia leyendo un viejo libro sin portada. Ella no parecía tener más de dieciséis años, pero por el gesto firme de su cara y la elegancia y seguridad, cualquiera habría dicho que tenía más. En cuanto entraron se estremeció y dejó ver su juventud a través de sus llorosos ojos verdes.
—No tenía otra —sollozó.
—Shh, tranquila, tranquila —dijo Dag haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia—. Sé que fuiste tú, pero todavía puedes compensármelo.
—No, no quiero más tratos —suplicó.
—Tranquila, no vamos a hacerte daño, sólo queremos hablar —aclaró Peter, con dulzura, como si hablase con su propia hija.
—Oh, perdón. Me he explicado mal. No vamos a hablar. Lo vas a hacer y punto. O si no —Dag levantó a Franklin con una mano— quién sabe lo que le pasará a este inútil.
La joven se llenó de cólera, cosa fácilmente detectable teniendo en cuenta que con una sola mirada hizo volar un pequeño cajón hacia Dag. Éste lo esquivó, sin mucho esfuerzo. Y viendo esto, la bruja optó por centrarse en Peter. Al momento empezó a retorcerse de dolor.
—No le hagas daño o frío a tu amigo.
—¿Amigo? Hazle lo que quieras Sabrina, yo no tengo de eso.
Al salir de la casa, Alex caminó decidida hacia su bicicleta y Layla la siguió, confundida.
—¡Alex! ¡Espera! ¿Cómo quieres que robemos sangre del hospital para un vampiro? ¿Es un efecto secundario de ser vidente? ¿Estás loca? —dijo Layla agarrando a la pelirroja del brazo para detenerla. Ésta se giró y suspiró, su cara reflejaba inseguridad—. Alex, estaba dispuesta a hacer de apoyo moral, pero esto...
—No sé cómo vamos a hacerlo, pero tenemos que hacerlo. Si quieres quedarte en casa, quédate. Puedo ir sola —afirmó pesarosa soltándose y montando en su bici. Layla también subió a la suya y miró a su amiga.
—Sabes que no puedo hacer eso. Donde tú vayas, voy yo —sonrió—. Además, no queremos que te secuestren otra vez.
Alex se lo agradeció con un abrazo silencioso y las dos condujeron hasta el hospital de Thorn Valley, en la otra punta de la ciudad.
En otros momentos, les había parecido un simple edificio como cualquier otro, pero ahora pensaban en el como una compleja red de pasillos y peligros, un laberinto.
—Vale. Pensemos antes de actuar. ¿Dónde guardan la sangre?
Una señora que pasaba a su lado, hizo un ruidito desaprobatorio y las miró horrorizada.
—Mi padre trabajaba aquí ¿recuerdas?
—Y qué vas a hacer ¿preguntarle?
—No idiota.
—Alex, esto es robar... —insistió Layla—. No podemos hacer esto.
—No lo entiendes. Tú no viste lo que vi —dijo Alex con nerviosismo.
—¿Qué viste?
—El pasado... Eran... Mataron sin pestañear a humanos inocentes, en cuestión de segundos. Karen también —Respiró agitada. Sabía que se quitaba un peso de encima, pero también admitía una realidad que odiaba—. He tratado de convencerme de que puedo con todo, que todo esto es un sueño. La verdad es que tengo miedo, mucho miedo y el mundo cada vez se hace más y más grande y yo sigo siendo del mismo tamaño. Mi padre es un vampiro ahora. ¿Qué ha hecho? No se nada. Ni siquiera he podido hablar con él, que es la persona por la que he llorado meses. No puedo seguir con esto...
Layla se acercó a Alex y la abrazó.
—Alex... —Layla apretó con fuerza a Alex. De repente la separó—. Voy a llamar a Dag. Quiero saber cuanto va a tardar en volver. Tengo una idea —dijo decidida con los ojos muy abiertos.
Peter se retorcía en el suelo. La sangre le hervía, tenía más calor del que jamás había padecido y era más estresante sabiendo que desde que tenía su nuevo cuerpo, no sentía nada de eso. Se arrepentía totalmente de haber ido con Dag allí. Él no quería tener compañeros, estaba claro.
De hecho, ni siquiera le dirigía la mirada. Sólo cuando no pudo evitar gritar de dolor se dio por aludido y soltó al joven de golpe, que cayó al suelo de bruces. Al mismo tiempo suspiró y dio la vuelta a los ojos, en señal de aburrimiento. Peter quedó libre del hechizo.
—Odio a las brujas —declaró Dag—. Vale, no le mataré, hay otras formas de hacer esto. La próxima vez podría venir sólo, sin límites —dijo mirando con los ojos entrecerrados a Peter—. Necesitamos un último hechizo. Uno sólo y te dejaremos en paz, Maia.
La chica miró a su hermano buscando una guía, pero este estaba en el suelo, recomponiéndose. Tomó una decisión en solitario y la manifestó en voz alta.
—Está bien, sólo uno. ¿Qué quieres?
—Necesitamos que revivas a alguien.
—¿QUÉ? —exclamó Maia con los ojos abiertos como platos—. ¡Los brujos no podemos hacer eso!
—Estoy seguro de que sí.
—¿No crees que las cosas serían diferentes si pudiéramos? —cuestionó la joven bruja.
—Las brujas tenéis el deber de preservar el equilibrio natural. Hay hechizos de todo. Seguro que también uno que reviva. Que esté prohibido no significa que no pueda hacerse —explicó.
—¿Me pides que arriesgue mi pellejo por alguien como tú?
—Te he pedido un último truco de magia, no es mi culpa que no leas la letra pequeña —se burló Dag.
Maia se quedó pensativa. Recorrió su mente en busca del hechizo adecuado, o de la idea adecuada. Cuando tuvo algo, habló.
—Podría haber algo. Pero va a ser difícil.
—Habla.
—Los nómadas, ellos cambian de cuerpo. Son almas viajeras —reflexionó la chica dando vueltas por la habitación, dejando que la luz la iluminase débilmente a través de una persiana—. Lo complicado es encontrar una de sus tribus.
—Así que los nómadas existen realmente... —dijo Dag sorprendido—. Llevo viviendo mil años y todavía no me he encontrado con ninguno.
—Sí lo has hecho, pero no lo sabías —aclaró, sonriendo—. Son genios de la imitación, jamás descubrirías que han suplantado a alguien a menos que así lo quieran —continuó—. No puedo revivir a nadie, pero sé que ellos son maestros del cambio y si lo único que os interesa es el alma de esa persona... Puedo localizarlos si me dais unos minutos.
Dag aceptó y la bruja se retiró a una habitación al lado para volver con algunos frascos, cuencos y extrañas botellas. Se sentó sobre sus rodillas en el suelo de la sala. Peter se puso en pie y Dag se agachó para observar el proceso.
Maia cogió uno de los botes, lleno de un líquido color lavanda que esparció sobre los párpados y la frente. Luego descubrieron que traía sal y la puso en un cuenco. Se hizo un corte en uno de los dedos y de él brotó sangre. Peter se dio la vuelta como precaución.
—¿Qué pasa, vampiro? ¿Eres novato? —Peter la ignoró y la bruja rio.
Por último dejó caer sobre un mapa la sal mezclada con su sangre y comenzó a susurrar algo con los ojos cerrados. Parecían una serie de indicaciones, a gran velocidad. Bajo los párpados, los globos se movían tal como si se encontrasen en la fase más profunda del sueño, aunque, deducían que la realidad es que viajaba al tiempo que la sal se arrastraba en el mapa.
De pronto, se detuvo.
El rastro de sal se había parado en Georgia, en mitad de la nada.
—Bien, nos pilla cerca de casa —sonrió, complacido.
—Yo no tardaría más de unos días en visitarlos —sugirió.
—De acuerdo. Estamos en paz, Brujita —Miró a Peter, y le hizo un gesto con la cabeza para salir—. Vamos Petey —Antes de cruzar la puerta y cerrarla, se giró hacia Franklin, que seguía en el suelo, reincorporándose y le dio unas palmadas en la cabeza que acabaron por devolverlo abajo—. Adiós Franklin.
Ya cruzaban la frontera de Alabama con Georgia cuando recibió la llamada de Layla.
—¿No puedes vivir sin mí? —se burló.
—¿Cuánto vais a tardar? —La voz de Layla era tajante.
—¿Qué pasa?
—Karen sigue sin comer.
—Ya, bueno, dime algo que no sepa —contestó con un bufido.
—Karen puede curarse si bebe mi sangre ¿verdad? —propuso.
Esa fue la primera vez que Peter vio a Dag sorprenderse.
—Bueno, sí —Se encogió de hombros—. Pero no se si vas a conseguir que lo haga. Esperad a que lleguemos, será media hora.
—Está bien.
Las chicas condujeron sus bicis hasta la puerta y llegaron al mismo tiempo que el coche del que bajó Dag.
—¿Y mi padre? —preguntó Alex.
—Le he dejado en tu casa, quería hablar con tu madre —dijo subiendo con ellas el porche.
La puerta de la casa estaba cerrada, así que Dag usó sus llaves para abrir. Sin embargo, la puerta no se movía. Suspiró.
—Vamos Karen, no seas cría, abre —pidió. Al ver que no contestaba, levantó más la voz—. Abre o lo lamentarás Karen Fairlie.
Karen tampoco respondió esta vez.
—¿Qué hacemos? —preguntó Layla.
Dag les sonrió, e inmediatamente abrió la puerta, lanzando a Karen contra las escaleras del interior, justo enfrente de ella. Fue la primera demostración auténtica de fuerza vampírica que veían y se preguntaron hasta qué punto llegaría ese poder.
Dag pasó delante y gesticuló para que le siguiesen. Se acercó a Karen, que estaba tirada en las escaleras, tan débil que casi no podía levantarse. La agarró de la camiseta y la sentó en el suelo. Se arrodilló enfrente, cogiéndola por los hombros.
—¡Déjame! —Forcejeó, sin éxito.
—Cállate, estoy harto. Elige. Comes o mato a alguien para ti —amenazó el vampiro. Alex tembló, pero se dio cuenta de que Layla ni se inmutaba.
—¡No puedo elegir! ¡Nunca me has dejado! —gritó en respuesta—. Si hubiese podido no sería así ¿por qué me hiciste esto? ¿por qué Dag? De entre todas las cosas crueles que podías hacer ¿por qué esto? ¡Capullo! —Karen consiguió soltar una de sus manos y darle una bofetada a Dag, que sonó dolorosa, a pesar de que él no parecía sentir lo más mínimo.
—Si tu quieres que sea el villano del cuento, lo seré. Pero piensa que tú fuiste la que eligió seguir a Shannon —dijo seriamente.
—Podrías no haberla convertido, podrías haberte negado —sollozó.
—¿Acaso importaba? Soy... Somos vampiros Karen. Jugamos con la vida —La señaló—. Y llevo siglos intentando que aceptes eso y la decisión que tomaste. Sabes que te habría dejado vivir si no me lo hubieses pedido.
Karen se había calmado, y miraba a su compañero profundamente, hasta que un impulso se apoderó de ella y no pudo evitar gruñir y estremecerse de nuevo. Él le acarició el pelo con suavidad y ella volvió a mirarle.
—Dag —llamó Alex desde el otro lado de la habitación. Él se giró hacia ella y la chica tragó saliva—. Yo lo haré, que beba de mí.
—No, —negó— estás débil aún.
—Da igual.
—Alex —dijo Layla sin dirigirle la vista y deteniéndola con el brazo. Después se levantó la manga de la camiseta y dejó ver las venas.
Por primera vez, Alex vio cambiar claramente los ojos de Karen. Las finas líneas rojas se movían en el iris y de lejos, distinguió dos puntos blancos en su boca, que identificó como colmillos. Enseguida volvió la cabeza, como escondiéndose.
—Marchaos, por favor...
—No dejaré que la mates, te lo prometo —le juró Dag, levantándose despacio, asegurándose de que su amiga no se movía. Se acercó a Layla y Alex. La última le miraba con cierto nerviosismo.
—Tranquila, Zanahoria, saldrá bien —sonrió Layla.
Dag puso sus ojos en Alex, frunciendo ligeramente el ceño y con una sonrisa débil, como si estuviese extrañado y ella le devolvió la mirada, aunque la dirigió a la muñeca de su amiga en cuanto el vampiro la tomó para morderla. Las líneas rojas aparecieron también en sus ojos y lo hicieron más amenazador, aunque la vista, cuando vio a Alex por un segundo, parecía la de alguien agradecido. Al abrir la boca sobre la muñeca, vieron los colmillos y la pelirroja apartó la mirada sin pensar. Layla continuó firme, y aunque se quejó por el dolor, parecía no tener ningún miedo.
No tardó más que un instante en despegarse del brazo y hacerle un gesto a la humana para acercarse a Karen. Ella asintió y el vampiro se limpió la pequeña gota de sangre que restaba en la comisura de los labios y se quedó al lado de Alex, que tras eso, se dio cuenta de que había vuelto a mirarle fijamente, como asimilándole. Se miraron de reojo por un momento que pareció muy largo y luego ambos se volvieron a otro lado a la vez.
Layla le acercó la muñeca a Karen, y aunque ésta intentó resistirse un poco, cedió. Para su sorpresa, a pesar de que la vampira estaba hambrienta, se controlaba para conseguir hacerle un daño mínimo.
Al rato, Alex que contemplaba perpleja el mágico proceso por el que Karen recuperaba el color y perdía las ojeras y otras marcas de cansancio, fue abstraída de sus pensamientos por la voz de Dag.
—Karen, ya es suficiente.
La vampira obedeció a los pocos segundos, separándose de la muñeca y mordiendo uno de sus dedos para aplicar su sangre, como, pensó Alex, una pomada, sobre la marca de los colmillos. Miró avergonzada a Layla a su lado, y ésta, con las fuerzas que le quedaban, la abrazó.
Alex miró de nuevo a Dag y descubrió que sonreía, por poco tiempo, como si no quisiese que nadie supiese que le hacía feliz.
—Entonces... ¿ya está? —le preguntó Alex, en voz baja y calmada, llamando su atención.
—Sí, iré a por bolsas de sangre para ella luego.
—Pero dijo que tú no querías...
—No quería que se convenciese de que era lo que necesitaba —explicó.
Volvieron a girarse a ellas hasta que Layla ayudó a subir a Karen a su habitación y los dos se quedaron solos en la planta baja.
—¿Maia sigue viva? —dijo Alexandra.
—Sí, —rio Dag— tú padre no dejó que matase a nadie. Es un pésimo compañero de viaje —comentó, apoyándose en el sofá blanco. Alex le observó divertida—. Maia ha localizado a una tribu de nómadas que pueden ayudarnos a revivir a Van.
—¿Nómadas? ¿Qué son?
—Te lo explicaré de camino, saldremos pasado mañana hacia allí.
—¿Me dejas ir? —Se sorprendió la muchacha.
—Bueno, yo no soy el que ve fantasmas.
Alex asintió, sintiéndose algo estúpida.
—¿Y qué ha pasado por aquí? ¿Alguna novedad? ¿Algún sueño erótico con fantasmas? —Se burló el vampiro. Ella le miró frustrada antes de adoptar una actitud más seria y contarle lo que había visto.
—Karen dijo que los Ancianos, no toleran las indiscreciones de los vampiros jóvenes —finalizó Alex.
—Bueno, no digo que matar a todas esas personas no fuese llamativo, pero no es el motivo por el que Golda clavó la cabeza del novio de Shanon, créeme —dijo Dag, ante el rostro asombrado de Alex—. Llevamos evitándola desde entonces. Dijo que la próxima vez que pisásemos la misma ciudad que ella nos mataría —Cuando comprobó que la chica seguía perpleja, optó por ofrecerle algo más de información—. Verás, cuando estuvimos en Boston en los años veinte, el hermano de Golda, Herschel, se encaprichó con Karen. El problema es que era algo absorbente, sobreprotector. Encerró durante semanas a Karen en una celda e intentó de todo, supongo que te haces una idea —Se detuvo para echar un vistazo a Alex, que estaba concentrada escuchando el relato—. Goldie nunca aprobó el comportamiento de su hermano, de hecho se hablaban tan poco que no sabía nada de la celda, y él organizó una ceremonia en la que se casaría con Karen. Pero nos coordinamos y conseguí meterme en la celda y darle violeta a Karen.
—Creí que os dañaba y os vaciaba el estómago y bla bla bla... —recordó Alex, enarcando una ceja.
—Lo hace, por eso, si Karen conseguía resistir el dolor y se lo esparcía en los labios y dentro de la boca, podría debilitar a Herschel cuando la besara.
—¿Funcionó?
—Ya lo creo —afirmó—. Shanon y su novio mataron a varias personas en una galería de arte para distraer la atención de Goldie. Lo que viste, sucedió poco después de la ceremonia. Nos quedamos unas horas para que Goldie viniese, conociéndonos sabía que probablemente nosotros éramos los culpables de lo de la masacre. Esa noche habíamos puesto violeta en todas las copas. Cuando Golda empezó a beber se quedó inconsciente. Creíamos que duraría lo suficiente como para poder huir, pero...
—¿Os quiere matar por protegeros? O, ¿por matar a esas personas? No parece algo típico de vampiros.
—No Alex —la miró profundamente a los ojos—. Nosotros matamos a su hermano.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top