Capítulo 15 - Antes de la tormenta...
Los cadáveres de los Suecos yacían inertes en el suelo, algunos troceados, otros desangrados, atravesados por objetos del entorno... No era una escena a la que Karen no estuviese acostumbrada. Ella y Dag habían participado en muchas guerras y desde que se convirtió en vampiro, parecía que la sangre la perseguía allá donde fuese.
Aún así, llevaba tiempo sin estar empapada de ella. Era poco común que se descuidase de esa forma, pero llevaba demasiado tiempo controlándose y necesitaba desahogarse. Se dijo que quizá no era lo más sano psicológicamente, pero ahora estaba mucho mejor.
—¡Ansgar! ¡Cuánto tiempo! —dijo Dag, tirando al último vampiro con el que había acabado con un giro de muñeca.
Él también estaba manchado, en realidad todos lo estaban. Los enemigos que quedaban, se habían paralizado con la entrada en escena de su líder, Ansgar. Conforme caminaba grácilmente hacia ellos, la tensión creció en el ambiente. No sólo eso los alarmaba, sino que habían olido a Alex. Estaba fuera, con Philip, a unos metros. Nadie que no supiese lo que pasaba se hubiese dado cuenta, pero ellos tenían los sentidos más agudizados que nunca. Todos menos Liz y Layla, a quien Karen protegía tras su espalda. Cuando Ansgar estuvo cerca comenzó a hablar.
—Godnatt, Dag. Cierto es que ha pasado tiempo. —Su voz sonaba afilada como su mirada—. Escuché que habíais llegado y vine a saludar, por cortesía —dijo señalando a los cuerpos a su alrededor y sonriendo, maliciosamente.
—Un placer volver a encontrarme contigo, viejo amigo.
—Por el amor de Dios. ¿Podéis dejar de darle dramatismo a todo? Tanto tú como nosotros sabemos que tienes a Alexandra Whitmore. ¿Dónde? —preguntó Karen en tono cansado pero con determinación.
—Al grano ¿eh? Ya sabéis dónde está, sé que la tenéis. Mis chicas han ido a por ella —rio Ansgar, aunque a nadie le hizo gracia—. Peter Whitmore, —señaló— he oído hablar de ti. Sacrificándote por tu hija. ¡Qué tierno! —Luego miró a Layla—. Layla Burns, la amiga del alma. Una humana normal y corriente ¿Cómo te atreves a enfrentarnos? —Por último, observó detenidamente a Liz y sonrió ampliamente—. Y tú. Elizabeth Edevane, si no me equivoco. Creía que Dag había acabado con toda tu familia.
—Sí, yo también lo creía —Dag se adelantó velozmente hacia Ansgar y se quedó a pocos centímetros de rozarle, tenso—. Bueno, Karen tiene razón. Dame a Alex y vete. Ya has visto lo que hemos hecho con tu Armada invencible, te pasará lo mismo a ti o a cualquiera que intente quitárnosla.
—Desde luego, caería con esta morralla defendiéndome. Pero afortunadamente, eso eran, morralla. Mi auténtico ejército te dobla la edad.
—¿Y por qué iban a defenderte a ti esos ancianos? Apenas tienes mil años.
—Mi valor es incalculable, Dag. Han pasado muchas cosas desde que decidí dejar de seguirte. Descubrí algo —Su voz se convirtió prácticamente en un susurro—. En fin, ya no importa ¡ASAF!
Ansgar miró hacia atrás y llamó a su protector alzando el volumen de su voz notoriamente. De pronto apareció un hombre corpulento, aunque no demasiado alto, moreno. Sin mediar palabra, y con un movimiento más veloz del que nadie hubiese esperado, agarró a Dag por el cuello y lo levantó en el aire. Él le dio una patada en la cara y sólo sirvió para enfadarlo. Karen viendo lo que iba a pasar, se interpuso entre ambos y el vampiro atravesó su estómago con el brazo que le quedaba. Ésta cayó al suelo, retorciéndose de dolor. Peter Whitmore agarró a Layla y desapareció con ella en un parpadeo, huyendo.
Elizabeth Edevane estaba paralizada contemplando la escena. Ansgar se acercó a ella a paso calmado.
—¿Qué hacemos contigo, Edevane? Eres muy joven como para guardar secretos familiares y más sabiendo que eres huérfana desde hace tanto —Apartó el pelo de su garganta y olfateó la zona, preparándose para hincar sus colmillos—. Tu vida no vale nada, cazadora.
Justo antes de que le mordiese, Liz apretó su estaca y los compartimentos llenos de violeta imperial explotaron en el ambiente. Los vampiros más viejos no se veían tan fácilmente afectados por ella y por eso se sorprendió tanto al ver la reacción de Ansgar.
El vampiro no mostró daños físicos pero aulló de dolor. Entonces Asaf lo tomó del suelo y desapareció con él. No sin antes soltar a Dag y dedicarles una mirada de advertencia.
Dag se incorporó velozmente y dio un paso para ir tras él, sólo detenido por la agonía de Karen en el suelo. Se vio obligado a arrodillarse a su lado y llevarla en brazos hasta donde Alex y Philip se escondían, acompañado por Liz.
Al salir del hotel Pantom, Philip comprobó que no había gente alrededor y decidió ocultarse con la desangrada Alex tras una de las mesas de lo que era el párking del lugar. Con la poca sangre que tenía en el cuerpo y lo apagada que estaba, era casi indetectable. Mientras la curaba en contra de su voluntad, escuchó cómo dos mujeres adultas se acercaban rápidamente a él. Cuando llegaron sólo encontraron a la humana apoyada en un árbol. Detrás de ellas, Philip se movía veloz para clavarles estacas en el corazón. Sólo consiguió matar a una. Contra la otra tuvo que emplear más de su fuerza. La golpeó en la cara para después agacharse cuando ella le devolvía el golpe y agarró sus piernas para lanzarla contra el suelo. De esa forma pudo clavarle la estaca que le correspondía. Miró a Alex, que contemplaba con una respiración irregular el asesinato.
Entonces llegó la bibliotecaria con Dag cargando a Karen, ambos empapados de sangre. La muchacha pensó que estaba muerta.
—Karen, no... —suplicó con toda la fuerza que le quedaba, intentando incorporarse.
—Tranquila, no toda la sangre es suya. No está muerta. —La tranquilizó Dag sin mirarla, mientras dejaba a Karen a un lado en el suelo, con mucho cuidado.
La chica humana respiró con algo más de alivio. Eso no cambiaba el hecho de que acabase de presenciar otro asesinato. Dag se dio cuenta de que había dos cadáveres de vampiro en el suelo.
—Con estacas, qué elegante... —evaluó. Luego se agachó al lado de Alex—. Al borde del colapso, supongo. Viendo esto y a nosotros llenos de sangre. —Se burló—. Cálmate, estás a salvo —susurró.
Peter Whitmore se armó de valor para reunirse con ellos. Llevaba consigo a Layla y una bolsa de sangre. Alex sólo tuvo que ver sus pies para saber que era él. Trató de levantarse y correr, ante la sorpresa de todos. Dag la miraba con las cejas enarcadas y ella le devolvía una mirada llorosa. Layla se acercó a su lado.
—Alex, Alex, tranquila —pidió, poniendo las manos en sus hombros. Luego intentó hacerla respirar más despacio. La vidente pudo ver la marca que había dejado la mordedura de Dag en la muñeca de su amiga y aunque no había visto quién lo había hecho, miró al muchacho.
—Deberíamos curarte eso —sugirió Dag ofreciéndole su muñeca mordida a Layla. Mientras ella bebía, señaló a Karen— Peter, dale la bolsa.
El padre de Alex obedeció, seguido por la aterrada mirada de su hija. Cuando Layla terminó, le enseñó la herida curada.
—¿Ves? Ya está. Está bien y Karen va a estar bien.
Dag las dejó y se dirigió a donde estaba Karen. La vampira se revolvía en el suelo. La voz de Elizabeth le detuvo por un momento.
—He de irme.
—Has sido hábil esta noche. Bien hecho. Supongo que no hace falta que te advierta de lo que te haré si intentas eso contra mí —advirtió Dag con un gesto de respeto en el rostro.
—Buenas noches, vampiro.
Cuando por fin estuvo al lado de su compañera, vio como se alimentaba y regeneraba débilmente el agujero en su estómago.
—Tienes que beber más. De un humano —aconsejó.
—Ya sabes que no lo voy a hacer —contestó con voz tenue y recostándose poco a poco en el tronco de un árbol—. Sólo necesito tiempo. Y alejarme de...
—Humanos. —Terminó el vampiro con tono frustrado—. Tú misma, sólo retrasas lo inevitable.
Karen se levantó y se marchó tan lejos como pudo a toda velocidad. Su amigo se giró y fue a por la vidente, que estaba sentada en el suelo entre los brazos de Layla, procesando todo lo que acababa de pasar. Se agachó a su lado y cambió su expresión fría por una algo más calmada.
—¿A quién habéis matado? —preguntó Alexandra con un hilo de voz.
—Te puedo dar una lista, pero seguro que no quieres leerla —respondió mientras se preparaba para tomarla en brazos, separándola de Layla—. Es poco probable que puedas pero, no te resistas ¿Vale?
Alex asintió, agotada.
Cuando pasaron al lado de su padre, la chica se encogió en los brazos del vampiro y éste caminó más deprisa.
—¿Te da miedo? Tu padre, digo —le susurró cuando ya se habían alejado unos metros.
—Es un...
—Karen y yo también.
—Tú y Karen os controláis en cierto modo. Por eso él no volvió. No puede acercarse a mí. Ahora lo sé.
—Karen tampoco podrá en unos días.
Alex enarcó una ceja y miró hacia arriba, a la cara de Dag. Él se explicó.
—Tiene un agujero en el estómago y no quiere comer. No va a morir, pero se sentirá como si así fuese.
—Tienes que dejarla elegir —dijo Alex, poniendo fin a la conversación mientras dejaba descansar de nuevo su cabeza en el hombro del joven. Estaba demasiado cansada para quejarse. Él suspiró y prosiguió la marcha, con Philip, Peter y Layla detrás.
Cuando llegaron a casa de Alex las luces estaban encendidas y su madre esperaba inquieta en el interior. Sabía que pasaba algo. Ya hacía meses que su marido se había ido con Philip, y los vampiros debían llegar de un momento a otro. Nunca había visto uno, casi no los sabía diferenciar, y por mucho que intentase proteger a su hija, sin violeta imperial, no conseguiría nada. No había ni un solo brote en las cercanías, aunque llevaba buscándolo semanas, dejando a Alex sola por mucho tiempo desde que empezó a actuar de forma extraña. Si se ponía en peligro en algún momento, sabía que Peter intervendría.
Tocaron a la puerta. Al abrir, se encontró con un joven con su hija en brazos, seguido por su marido, Philip y Layla. Casi le da un infarto. Vampiros. Aquello que había temido en silencio desde meses.
—¡Oh, no! A mi hija la han encontrado los vampiros ¿Qué haré ahora? Con permiso —monologó Dag mientras pasaba dentro y subía las escaleras sin mirar a Victoria.
—¿Qu...? Peter, Philip. ¿Qué hacéis aquí?
Los dos vampiros se miraron pero no les dio tiempo a hablar, ya que Layla pasaba entre ellos, siguiendo a Dag.
—¡Buenas noches señora Whitmore!
Victoria siguió a Layla con la mirada, ojiplática, mientras ésta subía también la escalera. Luego la señaló mientras hablaba, muy alarmada, a Peter y Philip.
—¿Mi hija y su amiga acaban de subir arriba solas con un vampiro?
Con muchas dudas, ambos asintieron y le lanzaron una mirada de disculpa.
—Se puede explicar. Te cuento...
Arriba, Dag había dejado a Alex en su cama y Layla se había sentado a su lado. Él se limitaba a observar de pie, apoyado en el marco de la ventana.
—¿Estás bien, Zanahoria? —preguntó Layla.
—Podría estar mejor. No sé si voy a poder dormirme después de lo que he vist-
—Oh, ya te digo yo que vas a dormir —objetó el vampiro—. No vas a volver a incordiarme otra semana más.
Alex dibujó una sonrisa, por un tiempo tan leve que casi fue imperceptible.
—¿Mi... mi padre... está abajo? —dijo la vidente tragando saliva.
—No pasa del umbral, supongo que no está invitado y por lo que escucho, tu madre no lo va a invitar —explicó—. Ahora están contándole lo que ha pasado. Tus padres llevaban sin verse desde que fingió su muerte.
—Es casi impensable, todo esto —comentó Layla.
—Y todavía no habéis visto nada... —contó, sonriendo.
—¿Cuál es el siguiente movimiento?
Alex se había quedado pensativa un rato, no dejaba de darle vueltas a la cabeza. Si los Suecos ya sabían dónde estaba, habría que empezar a buscar la forma de resucitar a Van lo antes posible. El problema era que no tenía ni idea de cómo y por la expresión de los Green cuando lo escucharon, ellos tampoco.
—Ansgar volverá con un ejército más fuerte. Tenemos que darnos prisa y prepararnos para un conflicto inminente. Si tu padre y su amigo colaboran todo será más fácil, pero no tenemos la victoria asegurada —explicó mientras andaba por la habitación, gesticulando con las manos—. Tenemos que resucitar a Van lo antes posible y encontrar el vial. Así que, el siguiente paso, sería ir a ver a Maia, nuestra bruja, que muy probablemente nos ha traicionado. —Dejó caer su cabeza a un lado—. Ella se mueve por aquelarres poderosos y quizá entre alguna de esas brujas encontremos a la que nos diga cómo diablos se resucita a alguien.
Las dos chicas le miraban estupefactas, como si acabase de hablarles en un idioma desconocido.
—Brujas —repitió Layla—. Vamos a ver a una bruja.
—Tú no.
La muchacha bajó los hombros de golpe, decepcionada.
—¿Y no crees que las brujas cercanas a Maia también nos traicionarán? —replicó Alex.
—No creo que quieran meterse con alguien que acaba de matar a una bruja.
—¿Matar? —Alex se esperaba algo como eso, pero no dejaba de sorprenderla—. ¿No hay otra forma?
—Las hay. Pero no son tan rápidas y tan... visuales.
—Pensaré en algo.
Dag se rio, pero Alex le miraba convencida. La chica se apoyó en su amiga, había perdido mucha sangre en los últimos días y sentía dolor en las zonas donde había tenido las heridas.
—¿Tienes que irte a casa, Layla? —preguntó Dag mirándolas.
—En realidad puedo quedarme un rato más, mis padres han salido.
—Bien. Voy abajo a hablar con tu madre Alex —se excusó Dag cuando se disponía a abrir la puerta de la habitación.
—No, Dag.
El vampiro se giró cuando Alex le llamó.
—No vayas, por favor. Le dará un infarto.
—Alex, está hablando con tu padre y su amigo que también son vampiros. Por uno más no pasa nada. Necesita saber que no soy una amenaza.
—No estoy tan segura de que no lo seas —se burló Layla.
Dag arrugó la nariz mirándola. Luego relajó su expresión y volvió la cabeza hacia Alex.
—Además, no lo creerá a menos que yo se lo diga, estoy segura.
—Como quieras —sonrió inconforme—. Bueno, debería ir con Karen. Buenas noches. —Se despidió antes de desaparecer por la ventana.
Pasaron varias horas antes de que Layla se fuese y muchas más hasta que las voces de la planta de abajo se acallaron y alguien llamó a la puerta. Era su madre.
—¿Alex? ¿Puedo entrar?
—Adelante —respondió con voz seca.
Acto seguido su madre entró y se acercó cautelosamente para sentarse al lado de su hija.
—¿Papá se ha ido?
—¿Querías hablar con él?
—No.
Victoria cerró los ojos y suspiró con gran pesar. Luego se detuvo a buscar las palabras exactas con las que quería excusarse. Al cabo de unos segundos habló.
—La noche que naciste, tu padre y yo no podíamos ser más felices. Eras el bebé más adorable de todo el hospital.
Alex miró a su madre con cansancio y habló con calma.
—Mamá, no hace falta que intentes ganarte mi confianza con eso —Victoria mostró total sorpresa—. No te voy a engañar, sí estoy enfadada. Pero no porque intentaseis protegerme, sino porque no contaseis conmigo, por lo menos cuando tuve la capacidad para entenderlo. Quizá con vuestras palabras todo hubiese sido más fácil —Alex respiró entrecortadamente—. Quizá si lo hubiera sabido, Papá no hubiese acabado así —sollozó.
Su madre la abrazó, como lo había hecho muchas veces cuando Alex se lastimaba de pequeña. Eso era en realidad lo que pasaba. Su hija se sentía herida. La habían excluido de las decisiones de su propio futuro y eso le costó la pérdida de gente a la que quería. Fue en ese momento en el que Victoria fue consciente de lo mal que lo habían hecho ella y Peter al no meterla en los planes.
—Cielo, lo siento tantísimo —dijo con la voz temblorosa—. No me hago a la idea de todo lo que has tenido que pasar —hizo un esfuerzo por tranquilizarse para Alex y siguió—. Yo tampoco fui partidaria de que tu padre se convirtiera en... bueno, ya sabes —Victoria miró al techo y suspiró profundamente—. He tenido tanto miedo a nombrar la palabra... Hubo momentos en los que me auto-convencí de que nada de eso era real, pero lo es y ya no puedo negarlo —sollozó—. Cuando vi a tu padre morir aquella noche, quizá fue el momento que más dolor me causó en toda mi vida. Pero todos estos meses me he consolado pensando que lo hacíamos por tu bien, para que vivieses feliz. Algún día quizá lo entiendas, el sentimiento innato de lealtad que tengo hacia ti —dijo con solemnidad. Alex la escuchaba atentamente—. Lo siento tanto Alex, lo si-
Alex se abalanzó sobre su madre con todas sus fuerzas y la abrazó.
—No me pidas perdón, mamá. Lo entiendo, lo entiendo...
Victoria le acariciaba la melena pelirroja mientras le devolvía el abrazo con fuerza.
—Cielo...
—Mamá ¿puedo hacerte una pregunta? —pidió sentándose encima de la almohada de la cama. Cuando vio que Victoria asentía, prosiguió—. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Papá va a volver a casa?
—No contemplamos que esto pasase... Pero, en fin, supongo que ya sabrás que no soporta tu olor, dice que no puede controlarse, por mucho que Philip insista en que sí —explicó—. Philip me ha dicho que te pida perdón de su parte por haberte hecho daño la otra noche, por cierto.
—Ah, sí. Ya se ha curado. Dag me dio su sangre. —Se levantó la camiseta para que su madre pudiese ver que no había restos de ningún rasguño en su piel.
—¿Dag, eh? Tu padre me ha dicho que también fuiste con él al cementerio. ¿Confías en él?
—Confío en Karen, y Karen me dijo que él no me mentiría.
—Vale...
—Soy consciente de que son un peligro. Esta misma noche han matado a un montón de vampiros a sangre fría, pero de alguna forma, creo que sus intenciones son nobles, mamá. Aunque no te niego que estoy deseando librarme de ellos —sonrió, frunciendo el ceño—. Sé que suena infantil pero, ¿puedes quedarte hasta que me duerma?
—Por supuesto —dijo Victoria acomodándose a un lado de la cama, con Alex entre sus brazos. Justo como cuando dormía con ella las noches de tormenta de cuando era pequeña.
A la mañana siguiente, decidieron reunirse en la casa de los vampiros. Peter y Philip esperaban sentados en uno de los sofás blancos de la estancia. Dag estaba arriba con Karen y bajaron justo cuando Alex llamaba a la puerta, que el muchacho abrió.
—Alex, Victoria —saludó con una sonrisa a medio formar. Luego les indicó con un gesto de la cabeza que pasaran.
Al principio Alex no vio a su padre, pero cuando lo hizo, se detuvo en seco. Victoria y Dag se giraron al ver que las miradas se dirigían a sus espaldas.
—Vamos —dijo Dag ofreciéndole la mano.
Ella lo ignoró por completo y se situó en el marco de la puerta, lo más alejada posible de su padre. Su madre se sentó en un taburete de la barra, cerca de ella. Desde allí, Alex observó a una muy distraída y desmejorada Karen volverle la vista.
—Adelante Karen.
—Hemos decidido que Peter acompañe a Dag a hablar con Maia e interrogarla.
—Yo podría ir —Se ofreció Alexandra.
—No, no puedes —Rechazó Dag.
—¿Se supone que tengo que esperar aquí sentada y dejar que vayas a matar a alguien?
—Exactamente —afirmó convencido.
—Me niego. —Alex se acercó a Dag, intimidante, con los brazos cruzados. Victoria habría jurado que nunca la había visto tan seria. Sin embargo él no cedió.
—Alex, yo lo impediré, confía en mí.
Un escalofrío recorrió la espalda de Alex y sintió cómo las piernas le flojeaban. Había sido muy valiente al ir a una casa llena de vampiros, pero ahora el peso de esa decisión caía sobre ella, casi literalmente. Parecía ser la primera vez que se daba cuenta de que al estar en la misma sala que su padre tendría que hablar con él en algún momento. Simplemente asintió.
—Victoria, yo me quedaré en la ciudad para vigilar. ¿Te parece bien? —Ofertó Philip.
—Por supuesto.
—Perfecto —Sonrió amablemente el vampiro.
Pasaron un rato hablando sobre algunos detalles del plan que seguían. Alex les contó que había visto a Van con más claridad que nunca. No creyó oportuno hablarles de la sombra que la tomó en brazos y la sacó del congelador, ni siquiera ella confiaba en que lo que vio fuese real. Al final Philip volvió a hablar para finalizar la reunión.
—Bueno, pues ya está. Queríamos que conocierais el plan en un lugar al que pudiésemos pasar todos —Dio una palmada al acabar—. Ahora Peter y yo tenemos que irnos.
Ambos vampiros se levantaron y fueron a la puerta donde hacía poco Alex había estado apoyada. Ahora ella se protegía al lado de su madre.
—Philip, un momento. Tengo que hablar con vosotros —dijo Victoria poniéndose en pie—. Ahora vuelvo Alex.
La chica no la retuvo. No pensaba en muchas cosas en ese momento. Prácticamente no se percató de que estaba a solas con Karen y Dag. Ella miraba al suelo, recostada sobre el sofá. Alex se fijó en que arañaba aparentemente de forma inconsciente el reposabrazos.
—Karen, ya vale. Come algo —ordenó el vampiro con frustración.
—Déjame. Estoy bien.
—Ya sabes cómo acaba. Sólo te estoy avisando —Dag se despidió de Alex con una mirada y subió escaleras arriba.
La muchacha decidió acercarse un poco a su amiga. No lo suficiente como para rozarla o para que ella la viera, teniendo en cuenta que seguía con los ojos clavados en el parqué de la sala de estar. Por lo que el sentido común le dictaba, Alex no debería seguir allí. Si el hambre era tan fuerte y peligroso como solía representarse, estaba en peligro. Quizá por eso Dag no se había ido lejos. Según Karen le había contado, odiaba estar encerrado en casa. Dio gracias a ser la vidente milagrosa y que Dag la respetase —o necesitase— tanto como para no haberla matado todavía.
Disipó la nube de pensamientos desagradables que rondaban su cabeza y se esforzó por sonreír levemente y hablar con tranquilidad.
—¿Cómo estás? Quiero decir, sé que estás mal pero bebiste sangre ¿no? No sé muy bien cómo funciona...
Ella levantó la vista, dándose por aludida y lanzó una breve sonrisa a Alex.
—Sí, estoy bien. Dag es un poco exagerado, eso es todo.
—Entiendo —dijo la humana poco convencida—. ¿Por qué no acompañas tú a Dag?
—¿Podemos hablar de otra cosa?
Alex se sobresaltó ligeramente. Karen siempre cuidaba hasta el último detalle en sus palabras para que no se incomodase. Sin embargo, como sospechaba, ahora ni siquiera era capaz de hacer eso. Se tensó.
—Lo siento. Relájate —pidió Karen amablemente—. Estoy algo dispersa.
—No hay problema. Hablemos de otra cosa. —Alex se detuvo a pensar en una pregunta. No fue difícil, afloraban incesantemente—. Dag dijo que no toda la sangre era tuya. ¿Mataste a alguien?
—Vampiros. Muchos vampiros —Karen se masajeaba la frente con el índice y el pulgar del brazo que apoyaba en el sofá—. Alex, sé que es muy violento por mi parte decir esto, pero, aunque la violencia sea una mierda, siempre funciona. Ahora estás a salvo. No tienes que entenderlo, ni aceptarlo, pero es un hecho.
—Mientras no tenga que verlo... —Alex sonrió—. Gracias Karen.
—De nada —dijo felizmente. Luego gruñó en voz baja. Le dolía el estómago, tenía los nervios a flor de piel y quería que Alex se fuera y la dejase sola, pero a pesar de eso sonrió.
Dag bajaba las escaleras en ese momento y se movió a toda velocidad hacia Alex. Miró a Karen con seriedad y luego volvió el rostro hacia Alex.
—Deberíais marcharos. Es peligroso —susurró.
—No Alex, estoy bien, de verdad —insistió la vampira desde su sitio.
—Karen, odio tener que decirlo pero puede que Dag tenga razón esta vez. Quizá no en la forma, pero... —Alex carraspeó, a Karen no le hicieron falta palabras para entenderla—. Está bien, es lo único que puedes hacer así que... —La humana se sentía incómoda y decidió encaminarse hacia la puerta para marcharse—. Bueno, me voy. —Antes de salir por la puerta, se giró por última vez—. Y gracias, a los dos. Por salvarme. Os debo una —dijo dedicándoles una débil sonrisa.
—No sabes lo que acabas de prometer, humanita —advirtió Dag sonriendo.
Alex se detuvo por un segundo antes de cerrar la puerta tras de sí. Fuera, sus padres y Philip, seguían hablando y ella simplemente bajó las escaleras rechinantes del porche posando la mirada en los frondosos y altos árboles que componían el extenso bosque al que tantas veces había ido.
Pensó en cómo había cambiado todo en tan poco tiempo. Empezó el verano con la pérdida más dolorosa en su joven vida y lo acababa viendo a esa misma persona, por la que tanto había llorado, hablando con su madre con la mayor naturalidad del mundo. Parecía un milagro. En esos momentos quería abrazar a su padre más que a nada en el mundo, pero ni siquiera se acercaba. Él no podía casi ni verla. Sus miradas se cruzaron en un momento que pareció eterno. En los ojos de Peter Whitmore se reflejaba el puro orgullo por Alex, el mismo que su madre le había expresado la noche anterior. Pero la muchacha no fue capaz de decir todo lo que quería con una mirada que terminó por huir en poco tiempo, insegura.
Cuando Victoria terminó de hablar, los dos vampiros desaparecieron en un viejo coche azul y las Whitmore, volvieron a casa en el suyo.
—Alexandra, sígueme.
—¿Qué hago aquí?
La habitación en la que se encontraba, la cerraban cuatro paredes blancas inmensas que parecían culminar arriba, en el infinito. Alex echó la cabeza hacia atrás para comprobar que esto sólo le provocaba mareo y cuando Van la llamó, la hizo caer a su posición natural. Él señalaba el sendero blanco que se extendía desde su sitio hasta una de las paredes, que ahora se abría y dejaba pasar una deslumbrante fuente de luz, proveniente del otro lado de lo que parecía ser una puerta, tan blanca como el mármol de Carrara. Estaba tallada con multitud de figuras que le otorgaban grandiosidad al conjunto y algunas parecían moverse y conversar con otras. Sin embargo, todo aparecía difuminado, cambiando de forma, como si no pudiese concentrarse lo suficiente para aclararlo todo.
—Estamos en ti. He aprendido a proyectarme en tu interior, pero no sé cuánto durará —explicó, a una muy sorprendida Alex—. Vamos, quiero enseñarte algo al otro lado de esta puerta.
Ella obedeció, sin dudarlo.
—Antes, ni siquiera os veía si no estaba en el bosque y ahora... hasta entráis en mis sueños —Pensó, pero se escuchó en toda la sala como si lo hubiese dicho en voz alta.
—No hago otra cosa que mostrarte que estamos unidos. Venga, dame la mano —pidió.
Ella lo hizo, y descubrió que el tacto piel con piel no se parecía en nada a como lo era en el mundo real. Ni siquiera sentía el contacto, pero era totalmente consciente de la unión. Conforme se acercaban a la puerta, Alex se tapaba los ojos, que no soportaban la abundante luz. La traspasaron en un suspiro, pero ella apretaba con fuerza los párpados. Su acompañante ni se inmutaba y cuando estuvieron al otro lado y todo se oscureció súbitamente, la soltó y le pidió que observara con atención.
Era una estrecha calle oscura, con innumerables charcos, signo de que poco antes había llovido. A su lado, dos hombres con bombín y ataviados al estilo de los veinte, según la muchacha identificó, hablaban sobre visitar el Green Club, un garito con un discreto letrero situado en un callejón serpenteante, justo a la derecha. Van se dirigió hacia allí, siguiendo la figura de una misteriosa mujer que saludó elegantemente a los hombres al pasar junto a ellos. Ya dentro, escuchó la voz de una cantante que anunciaba su número.
—Señoras, señores, "Nobody knows you when you're down and out".
Karen, en el escenario, con la sutileza de un cisne nadando, se movía al ritmo de los compases iniciales y, en el momento adecuado, empezaba a cantar a la perfección. Alex, con la boca abierta de par en par, buscaba cruzar miradas con su compañero. Lo encontró a su lado señalando con la cabeza la barra, donde Dag servía Ginebra, Whisky y todo aquello que encontrase a los clientes, que hablaban y bailaban animados.
—¿Qué es esto? —exclamó la joven.
—El pasado, yo estoy allí, escuchando —aclaró, señalando a un hombre trajeado sentado en una mesa al fondo, donde la única luz existente era desprendida por una vela.
La mujer a la que habían seguido poco antes y que Alex había perdido de vista hace poco, apareció a su lado justo cuando la canción de Karen terminó. Entonces, observó cómo Dag subía de un salto encima de la barra y la señalaba con una botella.
—¡Goldie! ¡Mi querida Goldie! —gritó, antes de saltar con elegancia y acercarse a la susodicha.
La mujer sonrió y levantó la cabeza hacia el vampiro. Fue entonces cuando Alex la identificó: era la mujer que la había sacado del congelador del Phantom. Su melena morena y rizada, imponente como la de una bestia feroz, la delataba al instante.
—¿Siempre tienes que llamar tanto la atención, Dag?
—Es costumbre —Hizo una reverencia, burlándose—. Mil disculpas si la he ofendido, majestad.
—¿Majestad? —preguntó Alex a Van.
—Golda es de Israel. Si mal no tengo entendido, Dag te contó que los primero vampiros eran de Israel. Ergo...
Alex agudizó el oído en cuanto lo supo, tratando de escuchar la conversación entre toda la música que volvía a sonar con más energía que nunca.
—¿Qué te trae por aquí? Si puedo preguntar —dijo Dag.
—Goldie, qué sorpresa —Karen, que acababa de aparecer saludaba alegremente, como le era propio.
—Sin duda. Vengo a por un trago —explicó gesticulando con la mano, en la que Dag puso un vaso que llenó con la botella que sostenía—. Y a preguntaros por los cadáveres de la galería de la calle Newbury. Estaban desgarrados, como solo uno de nosotros puede hacerlo. ¿Algo que contarme? —preguntó, acabando de un trago su copa.
—¿Ahora eres poli? —preguntó Karen, para sorpresa de Alex, que la tenía por una persona muy reservada, que nunca se salía de tono.
—Sí Karen, y por lo que dicen los nuestros, vosotros dos no habéis sido muy cuidadosos últimamente.
—Habla por ella, voy por ahí recogiendo sus cadáveres —Se quejó Dag—. Es como cuidar de una niña.
Karen le arrugó la nariz y farfulló algo que probablemente fuese un insulto. Luego se recompuso y miró a Golda.
—No hemos sido nosotros, aún así —afirmó.
—Y por las molestias ocasionadas, puedes servirte tú misma. Nosotros recogeremos —ofreció Dag, señalando a la multitud, que cantaba, bailaba y reía dentro del local—. ¿Qué me dices? ¿No quieres un trago de verdad?
Goldie sonrió, aunque era obvio en su rostro que no había quedado convencida.
—Esta vez, os lo dejo pasar. Pero ya sabéis cómo os irá la próxima, si llega a repetirse —amenazó, afilando la voz como una buena hoja hasta el punto de que Alex, quien había presenciado la escena en silencio y se sentía como algo inexistente en sí misma, se estremeció—. Vamos, tengo hambre.
Los vampiros se abalanzaron sobre la multitud y Van sacó a Alex al exterior, desde donde escuchó alaridos de dolor, golpes y en general caos en el local.
—Dios mío... Es horrible. ¿Qué hacías tú? —jadeó.
—No supieron que estaba allí hasta una semana después —dijo, señalándose a si mismo cruzando la calle mientras se colocaba un sombrero—. Sólo quería que supieses quien era Golda. Es una de los Ancianos, hay que llevar mucho cuidado. En esta época, Karen, Dag, Shanon y Charles estaban fuera de control y no tardaron en desobedecer.
—¿Quiénes son Shanon y Charles?
—Shanon es la hermana de Karen, Charles su novio. Vampiros ambos. La cabeza del chico apareció clavada en el micrófono del club dos días después de que mataran a cinco personas en la calle Washington y la policía encontrara los cadáveres despedazados a lo largo de la acera.
—Dios mío. Todo eso es repugnante. ¿Por qué crees que puedo interesarle?
—Puede que quiera el vial, puede que no. De momento de lo único que puedes estar segura es de que te quiere con vida. De lo contrario ya te habría matado. —Evaluó Van—. Avisa a mi chico ¿vale? Que lleven cuidado.
Bajo la luz de la luna, Van, lleno de espantosas venas rojas y con su gesto regio, habría conseguido que cualquiera temblase. Pero Alex confiaba en él. La lealtad que mostraba hacia Dag, queriendo salvarlo y protegerlo como sólo un padre haría, la hacía sentirse segura. Por ese motivo, asintió, en señal de promesa. Él sonrió.
De pronto el mundo pareció comprimirse a su alrededor y volvió a estar en la sala blanca, donde de nuevo miró arriba, aunque esta vez la gravedad se revertió y Alex cayó en picado hacia el infinito, donde las paredes se cruzaban.
Entonces, despertó.
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