Capítulo 13 - Cazar o ser cazado

Dag estaba familiarizado con el olor delicioso de la sangre de vampiro y el nauseabundo de la violeta imperial. No era una buena mezcla. Karen estaba en casa con Jay, en teoría. Y era allí donde el olfato le guiaba. Haciendo uso de una velocidad sobrehumana llegó al porche en apenas unos segundos. 

Allí la puerta estaba cerrada, y, a los pies de ésta, yacía el cuerpo de un vampiro con una estaca clavada en el corazón. Vio que había una nota justo al lado, pero apestaba a violeta. Aun así, tenía que leerla. Al abrir la puerta para buscar unos guantes con los que sostener la nota, encontró a la vampira cenando —o simulando que lo hacía— con su nuevo novio, románticamente, a la luz de las velas. 

Habría sido una cita totalmente normal si Karen no hubiese estado mostrando un tic nervioso que le hacía mover una y otra vez los cubiertos de sitio. Estaba claro que ella también había olido la sangre y la violeta y que estaba aguantando impaciente a que llegase Dag y se deshiciese de ello. Al pasar la puerta, la pareja intercambió una mirada incómoda con él.

—Hola, parejita.

—Dag, ¡qué sorpresa que hayas vuelto tan pronto! —respondió ella—. ¿Te has olvidado de algo?

—Oh sí, pero no os preocupéis —Hizo un gesto tranquilizador con la mano, que iba más bien dirigido a Karen—. Voy a por unos guantes para... cuidar mis flores. Me gusta hacer de jardinero de noche para las ancianas del pueblo. Hay que velar por nuestros mayores —Sonrió.

—Dag es muy buena persona —explicó Karen.

Sonó tan convincente que Jay asintió. Entonces, recogió aquello que buscaba y volvió a bajar, despidiéndose antes de salir de nuevo. 

—Un placer Jay. Nos vemos.

Ya en el exterior, con los guantes equipados, el vampiro recogió la nota. Y leyó mentalmente:

«Aquí tenéis a vuestro amigo. Sois los siguientes ».

Él no pudo evitar reírse. Había visto muchas amenazas de muerte a lo largo de su vida, pero esa quizá, había sido de las más pobres. Supo enseguida que era obra de un cazador. Sólo ellos manejaban violeta imperial en esas cantidades. Además, había dejado a ese desconocido en la puerta, como si fuese un miembro de su grupo. Estaba generalizando, pues. Todos los vampiros son iguales. Ahora, sólo quedaba saber, quién era el enemigo.

Ya había conocido a otros cazadores antes. Se trataba de humanos, que, ya sea a través de familiares, historias o algún encontronazo con los de su especie en los que salieron victoriosos, decidieron impartir justicia para la humanidad. No lo veía mal en realidad, ellos aseguraban su pellejo, se defendían, del mismo modo que él lo hacía, aunque con mucha menor efectividad en la tarea. No sería la primera vez que asesinase a uno de ellos.

Al acabar de leer el escueto mensaje, fue a quemar al vampiro en algún lugar lejano, donde no llamase la atención. Luego, cuando supo que Jay se había marchado, regresó a casa para ducharse y quitar el olor a flor tóxica. Cuando estuvo listo, se puso ropa cómoda y se sirvió una copa mientras le contaba a Karen lo sucedido.

—¿Tienes idea de quién puede ser? —preguntó su compañera.

—Ni idea. Pero lo investigaremos. No será difícil matarlo. No somos novatos en esto.

—Quizá... podríamos... —Ella bajó la cabeza, esperando a que él rellenase el resto de su frase.

—No vamos a negociar.

Después de compartir su decisión tajante, Dag se fue de la habitación sin pronunciar siquiera una sola palabra más, dejando a Karen a solas con sus pensamientos.

Ella sabía que el vampiro estaba en lo cierto, que ya se habían encontrado con ellos y que ninguna de las veces las cosas habían salido bien. Los caza-vampiros empiezan siendo soportables, mandan alertas. Llegado a un punto, si no actúas en consecuencia, acaban convirtiéndose en una molestia y las cosas podrían torcerse si consiguen engañarte, haciéndote creer que tenéis una tregua para luego matarte. Era su modus operandi habitual.

Su compañero ya había lidiado con esa clase de personas mucho antes de que incluso ella hubiese nacido, así que no podía objetar. Además ya cometió un error que le costó su toma de decisiones ante estas situaciones. Y aunque Dag había tomado parte de la culpa después de ver cómo acabó todo y había vuelto a permitirle relacionarse con mortales, no le dejaría hacer las cosas a su manera.







Alex se despertó esa mañana cuando el efecto del calmante que había tomado hacía un par de horas desapareció, dejándola con un dolor prácticamente insoportable. Le habían hecho un corte profundo en el costado y, aunque la sangre de Dag había hecho sanarla, se sentía mareada y le dolía como si la herida siguiese abierta.

Pero eso no le impediría quedar con Layla por la tarde. Llevaba demasiado tiempo evitándola. Pensó que eso era lo correcto, que así la mantendría segura, pero había visto lo que eran capaz de hacer algunos vampiros. No estaban seguras, ningún humano lo estaba. No podían defenderse por sí mismas. Sin embargo, sabía que Karen y Dag acudirían al rescate si algo le pasaba. Esa fue la única forma que se le ocurrió para que estuviese a salvo. No alejándose de ella.

Se intentó incorporar, pero no fue hasta la tercera vez que se esforzó por ello, que no lo consiguió. Al hacerlo se sintió dolorida. Y no se imaginaba cómo lograría caminar hasta donde Layla quisiese ir, así que le escribió que se encontraba mal y que no quería estar en el exterior, pero que quería verla de todos modos y explicarle el porqué de su ausencia, o una mentira sobre eso. Layla ofreció su casa, así que acordaron verse a las cinco en dicho lugar.

Cuando Alex se dispuso a levantarse por fin de la cama, sintió cómo alguien la miraba. Al girarse le vio. Recostado en el marco de la ventana, con las manos en los bolsillos, esperando a que terminase de escribir. Dag.

—¿Qué haces aquí? —se quejó Alex.

—Me invitaste —Se encogió de hombros y empezó a deambular por la habitación analizando todos los recovecos de ésta—. Bonito cuarto.

—No sabes lo que me estoy arrepintiendo de haberlo hecho.

—No eres muy buena anfitriona ¿eh? —dijo burlón.

—¿Qué quieres?

Él se acercó y señaló el lugar donde la habían herido.

—He venido para ver cómo estabas —aclaró.

—Estoy bien. Ya se ha curado —Le mostró la zona afligida y comprobó que salvo algunos restos de sangre seca, parecía que nada hubiese sucedido—. Pero, me duele como si siguiese abierta y estoy muy mareada.

—Es normal. Nuestra sangre es muy fuerte para vosotros. Te sentirás así algunos días, hasta que la expulses.

Ella asintió y luego murmuró algo, pero él no estaba atendiendo y le pidió que lo repitiese.

—Gracias. Odio admitirlo y sé que vas a regocijarte en esto pero, te debo una.

—No digas eso tan a la ligera, no sabes dónde te metes —Sonrió por un fugaz segundo antes de que su móvil vibrase. Él lo respondió —Hola, cariño. Dime. Ajá. Sí, podemos quedar después. Layla, no te preocupes por eso. Vale. Besos.

Alex abrió los ojos de par en par y le lanzó un cojín que él atrapó al instante. Luego le gritó, muy alarmada.

—¡¿Cómo que Layla?! ¡¿Mi Layla?!

—Ups —Él se rió mientras lo decía. 

—¿Le has hecho daño?

—No, no le he hecho nada. Calma —pidió haciendo un gesto tranquilizador con las manos—. Era una manera de acercarme a ti antes que Karen, al principio. Ya no sirve de nada, pero me lo acabé pasando bien. Ella sabe divertirse. No como tú.

—¿No habréis...?

—¡No! No soy tan capullo. Eso sería aprovecharse. Lo máximo que he hecho, ha sido... darle uno o dos sorbitos —susurró, pero esperando que ella le escuchase.

—¡DAG!

Él puso los ojos en blanco y ella se relajó para que él la tomase en serio.

—Conmigo parece como si ni te conociese. ¿La has encantado, supongo? —Él asintió.

—Cuando yo se lo digo o cuando habla conmigo a solas, puede recordar que me conoce. De otra forma es como si jamás me hubiese visto —explicó encogiéndose de hombros. Luego cambió de tema—. En otro orden de cosas, hay un caza-vampiros en el pueblo. Si ves algo raro, avísame. Nos vemos.

—¿Qué? —exclamó, pero el muchacho había desaparecido sin dejar rastro.

En ese momento, alguien llamó a la puerta y Alex, no sin dificultad, bajó a abrirla. Era su madre. Llegaba de un largo viaje de negocios a Boston y debía de estar agotada, porque nada más pasar dentro, se descalzó, dejó las maletas sin demasiada sutileza y se lanzó a sentarse en el sofá de la sala de estar.

—Hola a ti también —le saludó Alex.

—Hola, hola —Respiró cansada Victoria—. Estoy un poco cansada cielo. ¿Puedes venir aquí y contarme qué tal ha ido todo?

—Bueno, no ha pasado nada muy interesante —dijo, sintiendo el peso de su mentira justo cuando se sentaba al lado de su madre, disimulando la punzada de dolor del tajo de nuevo—. Esta tarde voy a quedar con Layla.

—Oh, eso es genial, cielo. Dwyla me dijo que no habláis últimamente, estábamos preocupadas —se alegró la mujer.

Alex hizo un esfuerzo por ofrecerle la mejor de sus sonrisas y Victoria se vio complacida.

—Mamá, ¿Philip va a venir? —recordó de pronto Alex.

—Ah, sí. Le mensajeé para invitarle. Vendrá en unos días. Va a ayudarnos a limpiar el trastero.

«Así que eso era, no hace falta que los vampiros sean invitados presencialmente », pensó Alexandra.

—Sé que estuviste mirando en las cosas de papá. Yo también lo hago de vez en cuando —dijo Victoria, mirando a la nada, con tristeza—. Me esfuerzo por vivir sonriendo pero lo cierto es que le hecho de menos.

La adolescente recordó lo que le había contado Dag. Si era cierto, su padre se había convertido en un vampiro y era un asesino. Si era cierto, su padre estaba "vivo". Tragó saliva, y de nuevo hizo como si no pasase nada. Agarró la mano de su afectada madre y la puso entre las suyas para hablarle desde el corazón.

—Yo también, mamá, yo también.









Layla, que no había logrado pegar ojo en toda la noche después de ser atacada por un vampiro, decidió que llamaría a Dag para hablar con él y contárselo, como iba a hacer con Alex también esa misma tarde. Eran las dos únicas personas con las que tenía un vínculo especial, o eso creía. Realmente no sabía por qué quería decírselo a Dag. Era como si estuviese obligada a hacerlo, a contarle cada detalle que la extrañase o que levantara sus sospechas. De todas formas, no se lo preguntaba. Asumía que era así porque tenía que serlo y ya está.

Estaba impaciente por ver a su querida Zanahoria, seguro que harían las paces y que todo seguiría como siempre. Pero, antes de su encuentro, decidió ir a la biblioteca en busca de Elizabeth Edevane. Si quería revelar a sus seres queridos que los vampiros existían, lo haría con conocimiento.

Al cruzar la puerta la encontró, ordenando algunos libros en la sección de ciencia. Liz, con sus sentidos como de costumbre alerta al peligro, captó que la chica se acercaba y se giró para darle la bienvenida.

—Tengo preguntas —contestó Layla.

—Ya lo suponía... —Se quejó, colocando el último lote en la estantería—. ¿Qué quieres saber?

—¿Cuántos más hay? ¿Quiénes son?

—No tengo ni idea de cuántos son, pero tengo certezas de algunas personas. Algunas personas que actúan diferente. 

—¿Por qué dijiste que no te parece coincidencia que mi amiga Alex haya empezado a investigar justo ahora?

—Es mucha casualidad. Piénsalo. Vengo al pueblo a buscar vampiros, ella se distancia... ¿Y por qué se distancia? Porque ha empezado a quedar con los Green, que son nuevos en el pueblo —replicó.

—Insinúas que los Green son...

—De nuevo, es mucha casualidad. Así que sí —afirmó—. De hecho, puede que ya lo supieses y te hayan encantado para que lo olvidases.

—¿Encantado?

Liz suspiró.

—Anda, siéntate. Te lo contaré todo.

Pasó la mañana aprendiendo todo sobre los vampiros y cuando fue la hora de comer, la bibliotecaria se detuvo.

—Bueno, suficiente por hoy.

—Sólo una pregunta más —pidió—. ¿Qué hace una cazadora de vampiros profesional trabajando en una librería?

—Bueno, tengo que comer.

—Oh, entiendo —Se decepcionó la muchacha.

¿Oh, entiendo? ¿Qué esperabas? —preguntó sorprendida.

—Una historia sobre cómo lo descubriste. Creí que tenía que ver con que habías leído mucho.

—No, no me habría hecho cazadora por leer —dijo con pena en la voz—. En realidad, los vampiros mataron a alguien importante para mí. Mi familia.

—Vaya... Lo siento.

—No tienes que lamentarte, tienes que ayudarme diciéndome todo lo que averigües. Nuestra ventaja es la información, Layla. Embriágate de ella.

La muchacha la miró con decisión.

—Te ayudaré.









Por fin llegó la hora y Alex se vistió para salir. Antes de pasar el marco de la puerta, se quedó pensando en los peligros del exterior. No quería salir sola, ahora casi siempre tenía miedo. Su madre se fijó en que estaba quieta.

—Ey, ¿todo bien?

—Todo bien —Sonrió Alexandra, saliendo de sus pensamientos y cruzando la puerta con valor—. ¡Hasta luego!

Después, caminó hacia casa  de su amiga a gran velocidad, una que le permitía llegar deprisa sin quedarse agonizando en el suelo. Muy orgullosa de su actuación, se encontró de pronto en la entrada de los Barns. Dwyla abrió la puerta y la saludó.

—¡Hola! Pasa, pasa.

—Gracias —A Alex le asustó la facilidad con la que la habían dejado entrar.

—Layla está arriba y yo os dejo tranquilas en un rato. Me voy a la oficina a acabar papeleo. 

La chica se lo agradeció y cruzó el pasillo hasta la habitación de su amiga. La susodicha, se encontraba tirada en la cama leyendo un libro sobre vampiros.

—Hola, Layla.

—Hola —Se levantó y fue a abrazarla—. Cierra la puerta, tengo que contarte una cosa importante.

Alex le hizo caso, muy extrañada.

—De hecho, yo también tenía algunas preguntas.

—Puede esperar, créeme.

Nunca había visto a su amiga tan seria y el hecho de haberla encontrado leyendo un libro así, le hizo esperar lo peor. Rezó porque no le contase lo que esperaba, pero la suerte no acompañaba.

—¿Recuerdas cuando de pequeña te decía que existían los vampiros? —La hizo sentarse y le tomó las manos—. Pues era cierto.

La pelirroja se quedó perpleja ante lo directa que había sido su amiga. Escucharon el portazo y la despedida que implicaban que su madre se acababa de marchar, en completo silencio. Luego Alex se atrevió a llamarla por su nombre.

—Layla...

—Sé que parece una locura, pero anoche conocí a una caza-vampiros. Estaba en un callejón y de repente alguien se acercó y me mordió en el cuello y creí que iba a morir, pero ella me salvó.

Alex seguía mirándola muy asombrada sin emitir ningún sonido excepto el de su respiración.

—¿Quién es? La cazadora, digo.

—Es la suplente de Mary. Parece que dimitió —aclaró—. Le clavó una estaca y lo mató. Tenía colmillos. No me lo estoy inventando. Me contó que los Green podrían serlo. Y también dijo que tú...

—¿Qué?

—Me dijo que habías estado investigando sobre vampiros y me parece muy raro porque dejaste bien claro que no te gustaba ese rollo y... ¿qué sabes? —exigió Layla.

La otra chica respiró muy profundamente y la miró con pesar antes de decidir que se lo contaría. Después de todo, ya se había enterado. Creía a su amiga y Dag ya le había dicho que había un cazador en el pueblo. 

—No te enfades.

—¿Alex?

—Lo sé todo. Sé que hay vampiros y sé que... —Se detuvo y vio la sorpresa en el rostro de Layla—. Sé que los Green son vampiros. Ni siquiera son hermanos. Pero, no puedes contárselo a nadie. Tienes que prometérmelo.

—¿Cómo quieres que no se lo cuente a nadie? Incluso cuando hay alguien que puede librarnos de ellos... —gritó.

—Especialmente a ella. Dag te matará. Le he visto hacer cosas contra las que un humano no puede defenderse —advirtió—. Y si esa mujer piensa que su mayor ventaja es la información... lo tiene crudo. Tiene mil años y Karen doscientos, son muy astutos. No creo que nadie pueda contra ellos —añadió.

—Te lo prometeré si contestas a mis preguntas con sinceridad —pidió—. ¿Cómo lo has sabido? ¿Hace cuanto? ¿Es por eso por lo que no me hablabas?

—No te hablo desde que lo sé, pero lo hice para protegerte. Ahora me he dado cuenta, de que nada sirve contra ellos. Y el motivo por el que lo sé es que... —Tragó saliva—. Soy vidente.

Layla se puso de pie.

—¡¿VIDENTE?! —chilló.

—Puedo ver fantasmas —sollozó—. Quería decírtelo pero... tengo mucho miedo. Siento no habértelo dicho... Lo siento tanto...

Entonces recibió un abrazo compasivo de su querida amiga de la infancia y se lo devolvió.

—Está bien Alex, intentabas hacer lo correcto. No se lo diré a nadie —Le acarició los cabellos pelirrojos y respiró despacio para calmarla—. Un momento. Si ves fantasmas... eso significa que... ¿has visto a tu...?

La adolescente negó entre lloros.

—Tengo que ponerte al día.

Alexandra Whitmore compartió con ella todo lo que le había escondido durante ese tiempo y al acabar sintió que se quitaba un peso de encima.

—Entonces, ¿Dag me tiene encantada? Eso explica bastantes cosas —Recapacitó un segundo—. Qué asco.

Se rieron un breve momento hasta que alguien llamó al timbre. 

—Debe de ser Puck, acaba de volver. Le dije que se pasase para verte. Scott no ha podido. Ya hablaremos de las novedades no-vampíricas en otro momento.

Ambas se levantaron para ir a recibir al invitado y al abrir la puerta, Layla saludó a Carlos.

—Hola Alex —sonrió maliciosamente el invitado.

—¿Qué os pasa? —Layla vio que su amiga estaba petrificada.

—Layla, éste no es Puck.

Todo pasó demasiado rápido como para que alguna de las dos pudiese impedir que Layla fuese golpeada y Alex atrapada por quien antes se había hecho pasar por Puck. A Layla no la había encantado un vampiro, sino dos. A ese le había invitado a entrar.

Sintió más dolor cuando él la atrajo y le mordió en el cuello salvajemente. Pasaron unos segundos hasta que todo se ensombreció y perdió la consciencia.

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