Capítulo 9 - "Ottawa II" (Parte 2)
Pocos minutos antes.
Jennifer conducía a toda velocidad por la vía principal de Ottawa, sin mirar atrás. Su coche y el de Hiraeth se habían separado debido al encontronazo que habían tenido con aquella horda. Ella y su hermanastro habían arrastrado con la parte más pequeña de esta; mientras que, el resto de la horda, perseguía el coche de sus amigas.
A lo lejos divisó un gran cúmulo de infectados, cerca del aparcamiento del centro de investigación, seguramente sus amigas hubiesen ido a parar allí. Cambió de marcha y pisó lo más fuerte que pudo el acelerador, entrando en el aparcamiento y atropellando a su paso a cualquier infectado que pillase.
Como no era capaz de ver a través de la horda, acabó chocando contra uno de los pilares del aparcamiento, por suerte de forma no muy brusca.
-¿¡Chicas?! ¿Estáis ahí? ¿Qué coño ha pasado? ¿Qué era eso? -dijo atropelladamente por el walkie, aún algo mareada por el golpe.
Entonces, dirigió la mirada hacia la derecha, hacia el fondo del edificio. Unos cuantos infectados sueltos y el par de mutantes estaban golpeando con fuerza la puerta del almacén; el gigante parecía no estar cerca. ¿Dónde cojones se habría metido?
Poco después, los mutantes derribaron la puerta. En un rápido acto reflejo, Hades se bajó del coche con pistola en mano y comenzó a disparar al aire para tratar de atraer a los mutantes. Desde el interior, las tres chicas disparaban también a los infectados, tratando de salvar su vida.
Aquellos horribles monstruos soltaron un terrible aullido, capaz de dejar sordo a cualquiera. Se giraron sobre sí mismos y comenzaron a correr a toda velocidad hacia los hermanastros. Mientras tanto, las tres amigas aprovecharon para huir rápidamente hacia las escaleras que conectaban con el primer piso.
Jennifer siguió los pasos de su hermanastro y salió del coche igualmente con pistola en mano. Sin embargo, cuando se giró, ya era demasiado tarde. Los mutantes habían alcanzado a Hades.
-¡No! -gritó entre lágrimas, apuntando con su pistola a los mutantes, mientras sus manos temblaban.
-Corre -le susurró Hades pocos segundos antes de morir desangrado.
Jennifer se quedó paralizada. Hades acababa de morir salvando a sus amigas. Otra perdida más por culpa de aquellos seres del demonio. Su vista se nubló y perdió levemente el equilibro. Sin embargo, no podía quedarse ahí; debía ir con sus amigas y encontrar aquella maldita cura. Tenía que hacerlo por todos. Pero en especial, por Aria, Hades, y todas aquellas personas que habían muerto por culpa de aquel dichoso virus. «Maldito seas, papá, y maldita sea tu puta investigación», pensó mientras se echaba a correr por el aparcamiento, hacia las escaleras por las que acababan de subir sus amigas.
Ascendió lo más rápido que pudo por los escalones y llegó hasta la puerta del primer piso. La abrió y se reunió con sus amigas. Acababan de llegar al laboratorio. Ahora es cuando comenzaba su verdadera aventura.
-Jooooder -intervino Hiraeth.
Jennifer se desplomó.
Whitebridge Creek, 14:00 del 5 de noviembre.
Boom. Una oleada de misiles acababa de bombardear el recóndito pueblo de Toronto, asolando a su paso todo resto de vida que quedase allí. Arrasando por completo edificios y viviendas; muertos y no muertos; carreteras y campos.
Ya no quedaba nada de lo que había sido su antiguo hogar.
Las infinitas columnas de humo se podían divisar desde cinco kilómetros a la redonda, y la enorme onda expansiva había acabado con todo aquello que encontró a su paso a las afueras del pueblo.
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