Capítulo 9 - "Ottawa II" (Parte 1)
Afueras de Ottawa, 12:30 del 5 de noviembre.
-Y ya estamos... -dijo Hera mientras maniobraba por las calles de entrada a Ottawa-. Hemos llegado. Llama a Jennifer.
Hera dirigió la mirada hacia su lado derecho, Hiraeth estaba dormida. Sonrió y nodeó la cabeza.
-Déjalo, no la despiertes, que tu novia tiene que estar cansada -intervino Leila mientras le arrebata lentamente el walkie-talkie a Hiraeth de las manos-. ¿Jennifer? ¿Estáis ahí?
Hubo una pequeña pausa, mientras que Hera se ruborizaba por la forma en que Leila se había dirigido hacia Hiraeth. "Su novia". Realmente no estaba segura de lo que eran, ni del tipo de relación que tenían, pero desde luego ella quería algo más; no quería dejarlo en un simple rollo de una noche. Y estaba segura de que Hiraeth pensaba igual.
-Sí. Estamos cerca -contestó Jennifer por el walkie-; seguid todo recto hasta que veáis un gran cartel que pone "Ottawa", ahí giráis hacia la derecha y continuáis todo recto otra vez hasta que deis a parar con un gran edificio blanco y verde; ese es el centro de investigación.
-Recibido -contestó la interlocutora mientras apagaba nuevamente el walkie.
La conductora, que había escuchado la conversación, siguió las indicaciones de Jennifer. Hiraeth se despertó.
Abrió los ojos lentamente y observó con detenimiento las calles de Ottawa.
-Madre mía... -comenzó mientras se incorporaba en el asiento. El panorama era horrible; coches volcados, destrozados, e incendiados por todas partes; infectados en cualquier esquina buscando algún cuerpo nuevo que devorar; personas desfallecidas por los suelos; escaparates de tiendas hechos añicos y viviendas en llamas...-. Esto es mucho peor de lo que pensábamos.
-Es horrible -añadió Leila con los ojos entristecidos. Estaban en el ojo del huracán y veían todo mucho más claro; aquello era el apocalipsis, era el fin. Todo lo que habían conocido hasta ahora había desparecido y la mayoría de la población ya había echado su último aliento, casi todos estaban muertos.
Tras un par más de minutos conduciendo, llegaron a una de las calles principales de la ciudad, al final se divisaba el gran edificio del que les había hablado Jennifer.
-Ya estamos viendo el edi... -La transmisión por wakie-talkie de Hiraeth se vio interrumpida por un enorme alarido que resonó a lo largo de toda la calle. Las tres integrantes del coche se vieron obligadas a taparse los oídos.
-¿¡Qué coño ha sido eso?! -exclamó la conductora cambiando de marcha.
Antes de que ninguna pudiese decir nada, la pregunta se contestó sola; al final de la calle, en horda, se disponían cientos de infectados encabezados por dos mutantes idénticos al que Aria y Chloe habían visto aquel día en el Walmart. Pero eso no era todo, seguido de los mutantes, había una gran figura que se erguía a tres metros sobre el suelo; era gigante y robusto, con la cara completamente quemada y desfigurada y con una enorme hacha en la mano. Ahora sí, estaban perdidas. Ese debía de ser el tipo de infectado de la cuarta cepa.
-¡Tenemos que salir de aquí a toda hostia! -gritó la copiloto sobresaltada-. ¡Písale a fondo!
Hera había quedado petrificada ante la situación. Sin embargo, en cuanto vio cómo se acercaban aquellos mutantes a toda velocidad, volvió en sí y pisó lo más hondo que pudo el acelerador. Sin saber muy bien hacia donde se dirigía, continuó recto en dirección al centro de investigación; habían perdido de vista el coche de los hermanastros.
Cuando se iban acercando al edificio, perseguidas por la horda, vieron que había un aparcamiento subterráneo que formaba parte del centro de investigación, por lo que decidieron entrar para tratar de esconderse.
-Vamos, vamos, vamos... -repetía Hiraeth de los nervios. «De aquí no salimos vivas», pensó lamentándose.
En un rápido movimiento, Hera aparcó el coche y las tres salieron atropelladamente de él; recogieron sus mochilas y se adentraron rápidamente en aparcamiento. Dicho lugar era bastante amplio y largo, aunque tenía un aspecto algo tétrico debido a la escasa luz que entraba por la entrada del aparcamiento y a la sensación de inquietud que les producía el hecho de simplemente encontrarse allí. Al fondo, se encontraban tres posibles salidas; la primera, un pequeño ascensor que parecía fuera de servicio, fue descartada de inmediato; la segunda, unas escaleras que se encontraban al lado del ascensor y que daban acceso a la primera planta del complejo, no parecía el método más rápido; y la tercera, una puerta de acceso al almacén trasero del aparcamiento, fue la elegida.
Las tres amigas abrieron a toda velocidad la puerta y se adentraron en el almacén, cerrando tras de ellas la entrada con una barra de metal que impedía el acceso.
Se apoyaron contra la puerta y suspiraron. Aún así, no tenían demasiado tiempo, aquellos malditos infectados las acabarían encontrando y derribando la puerta tarde o temprano; tenían que encontrar una salida.
Entonces, un fuerte golpe en la puerta las puso nuevamente en alerta; ya estaban allí.
Las tres se despegaron rápidamente de la puerta y rebuscaron en sus mochilas en busca de algún arma de fuego, aunque consideraban imposible abatir así como así a uno de aquellos mutantes, menos aún al gigante.
Los golpes cesaron tras un par de segundos, ¿se habrían cansado? ¿Habrían encontrado una nueva presa? ¿Les habrían distraído?
Fuera como fuese, la cosa no hizo más que empeorar.
-¿¡Chicas?! ¿Estáis ahí? ¿Qué coño ha pasado? ¿Qué era eso? -interrumpió Jennifer por el walkie-talkie.
-¡Mierda! -maldijo Hiraeth en voz baja mientras que trataba de apagar el aparato. Demasiado tarde, los infectados acababan de derribar la puerta.
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