Creación de un Monstruo

Erase una vez, un monstruo.

Lleno de pelaje verde como un matorral, ojos rojos profundos como rubíes y unos dientes sobresalientes. A simple vista era aterrador, su altura y voz grave podría fácilmente hacer temblar a cualquiera.

Gracias a su fealdad se vio en la obligación de esconderse de todos, repudiado sin una oportunidad para participar en la comunidad llena de prejuicios y tabúes que llamaban «Sociedad». Aquella en la que por una inexplicable razón todos trataban de encajar.

Por ello decidió que su destino era estar en la oscuridad, donde nadie podría verlo; así fue como terminó debajo de la cama de una niña de rizos cobres de siete años. Se había acostumbrado a su desoladora vida.

No podía hablar con la niña, no quería asustarla. Estuvo un año entero escuchándola, viviendo debajo de ella sin que sospechara algo en lo absoluto. Ya estaba resignado a escuchar como cantaba, reía y aplaudía, como todas las noches su madre le leía un cuento diferente en donde la belleza resaltaba como lo bueno; y los monstruos como él eran los villanos a los que destruir.

A veces por el pequeño espacio de la cama al exterior la veía jugar con sus muñecas en una casa pequeña de madera, se veía algo sola jugando sin compañía, pero no se atrevía a acercarse, se dedicó a amarla en silencio.

Aunque no todo era malo, disfrutaba las risas cantarinas de la pequeña, incluso los desfiles de moda particulares al hurtar algunas prendas de su madre para su colección exclusiva. Lo que más le gustaba era cuando las migajas de galleta se desperdigaban en el suelo, y la pequeña corría a esconderlas debajo de la cama para evitar ser regañada. Sin duda la madre de la niña cocinaba unas galletas deliciosas.

Muchas veces no podía controlar su emoción por ver a la pequeña, o al pensar en ella, abrazándolo y sonriendo de felicidad; por ello se escuchaban pequeños rasguños producto de aquella inquietud, junto con bajos gruñidos procedidos de la pequeña cueva. La niña temblaba de miedo cada vez que escuchaba eso, corriendo hacia el cuarto de sus padres gritando la palabra «Monstruo». Eso le recordaba constantemente lo que era, un simple y horrible monstruo.

Cada vez más su amor por la pequeña crecía, deseaba jugar con ella, abrazarla y sobarle la cabeza cuando en las noches la escuchaba removerse por alguna pesadilla, deseaba darle calor cuando temblaba de frío. Deseaba ser amado, deseaba que ella lo amara.

Por su mente empezó a rondar ideas descabelladas: tal vez podría enfrentar su miedo de una vez por todas, tal vez la niña podría ver a través de él, notar claramente que a pesar de no ser hermoso en el exterior, en el interior se encontraba un corazón lleno de amor hacia ella. Que tal vez –y solo tal vez–, se daría la oportunidad de conocer a ese monstruo. Y quién quita la posibilidad de que algún día llegara a amarlo.

El no soportar esconderse más, seguir en la oscuridad junto con el polvo y las telarañas, observar como su retoño crecía cada vez mas sin él ser parte de eso, estaba matándole. Tomando un repentino ataque de valentía, decidió salir a la luz.

Esa noche el piso de madera crujió y las muñecas en la estantería cayeron al piso, las paredes temblaron, las ventanas se abrieron dejando entrar el viento silbando por la habitación, y los muebles rodaron unos centímetros de su puesto.

La niña se sobresaltó, despertándose asustada. Frotó sus ojos con sus nudillos para saber que fue lo que interrumpió su sueño conciliador. La oscuridad de su habitación le impidió ver algo a parte de sombras en movimiento, la luz de la luna que se filtraba por la ventana le ayudó a visualizar lo que parecía ser un árbol gigante que llegaba al techo, pero, dos puntos rojos brillantes la inquietaron; por ello alargó una pequeña mano hacia su lámpara de mesa para encenderla.

La luz amarillenta iluminó parcialmente la figura del monstruo, este nervioso al ver el estado de conmoción y palidez de la pequeña sonrió con la intención de calmarla. Pero al hacerlo, dos dientes filosos resplandecieron en la imagen frontal de la niña.

Esta acción provocó el caos; la pequeña gritó con toda la intensidad que sus pulmones dieron, recogió sus piernas y las abrazó con la idea de que el monstruo trataría de jalarle los pies. Empezó a hipar y sus ojos lagrimaron hasta inundar su rostro por calientes y pesadas lágrimas.

Esto rompió el corazón del monstruo, él se intentó acercar con el fin de tranquilizarla. Intentó explicar la razón de su estadía, intentó decirle que su corazón le pertenecía desde que la conoció; pero nada pareció importarle a la pequeña.

Pues de sus labios solo salía y repetía sin cesar la palabra «Monstruo». Sin dar su brazo a torcer, el monstruo con más insistencia le abrió su corazón, al contarle con su voz rasposa cual lija, que no tenía por qué temer, que él no era malo como las ilustraciones de sus cuentos mostraban; que la loca idea de que él le haría daño, eran solo eso. Ideas locas, inventadas.

Pero la pequeña no podía creer aquello, pues desde siempre le enseñaron que un monstruo recibía ese nombre por su maldad, por su fealdad. En su cabeza no le cabía la posibilidad de que un ser que se viera de una forma tan horrible y repugnante como él, tuviera siquiera la posibilidad de amar.

La pequeña, no podía ver a través de él, por el hecho de que se centraba en su imagen aterradora y escalofriante. Ya harta de la imagen delante de ella, le dijo temblorosa todo lo que pensaba de él.

El gigante monstruo podía sentirse encogiendo, pues cada palabra era más hiriente que la anterior. Destruyéndolo como nunca otra cosa podría; sin duda hubiera preferido la peor de las torturas que el odio y el desprecio recibido por el ser que más veneraba.

¿Cómo alguien que no lo conocía podía odiarlo de ese modo? ¿Cómo una persona que lucía tan hermosa por fuera, podría decir esas palabras tan crueles e hirientes? ¿Cómo no podía darle una pequeña oportunidad, para demostrarle que era algo más que un adefesio?

A veces las preguntas son complicadas y las respuestas son simples. Él era un monstruo, y nadie nunca sería capaz de amar a un monstruo.

Siempre fue indiferente al trato de las personas hacia los monstruos, pues su consuelo era la imagen encantadora de una pequeña con rizos de cobres; pues en su ilusa e imaginativa mente, ella era la única que podría llegar a amarlo.

Pero la realidad se abalanzó sobre él, derrumbándolo, dejándolo sin aire ni fuerzas. La pequeña lo odiaba... Peor, era algo mucho peor... Ella le temía.

Su corazón se marchitó y se secó, huyó de la habitación sin mirar a atrás. No podía poder volver a verla, la imagen de su amada perfecta se quebró en pequeños pedazos.

Supo que su único destino era la soledad, vivir bajo su propio infierno, torturándose con el recuerdo de sus llantos y su rostro atemorizado. El dolor era fuerte, pero había un sentimiento aun más doblegante que el anterior.

Odio.

Su corazón –antes hermoso y tímido–, se había transformado en una estructura hueca y vacía llena de odio. La imagen del ser humano bondadoso y hermoso se transformó en una llena de deformidad, pues ellos eran monstruos al igual que él; pero la diferencia era que su fealdad estaba en el interior.

Por eso se dedicó a enseñarles cuan monstruoso podría llegar a ser.

Por eso, el resto de su vida, se la pasó rotándose debajo de la cama de todos los niños del mundo, atormentándolos y haciéndoles temer de lo que había debajo de ellos.

Decidió que su destino era ese: ser el monstruo debajo de sus camas.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top