Capítulo 3.

El sonido de las campanas que informaban una junta con todo el pueblo me saco de mis pensamientos.

--Vamos Stiles, tenemos que ir.- dijo mi madre.

--Voy.

Me levante de mi asiento y seguí a mi madre y a las demás mujeres al centro del pueblo, cuando vi que mi amigo Scott iba un poco adelante. Decidí ignorarlo, tenía que despejar mi mente para no cometer una estupidez.

Llegamos a donde estaban unos cuando hombres –incluyendo a mi padre- formados en una fila atrás de un hombre mayor, con canas y un poco calvo.

--Señores, señoras. ¿No están cansados de que el lobo se lleve nuestra comida y que no podamos hacer nada?- empezó a hablar el hombre, a lo que todos respondieron "sí" unísono -- ¿No están cansados de que el lobo mate a sus familiares?- otro "sí" se volvió a escuchar --¿No están cansados de vivir con miedo mientras el lobo vive a sus anchas haciendo lo que le plazca?- se escucho un "sí" más fuerte –Pues por esa razón los convoco aquí. Los hombres acá atrás- señalo a los hombre detrás de él y luego a si mismo –Y yo, hemos acordado ir a capturar al lobo y matarlo, para acabar de una vez, con todos nuestros problemas.

¿Qué? No.

La gente alrededor empezó a murmurar, todos estaban sorprendidos, pero la esperanza de tener una vida sin miedo ganó.

--¡Maten al lobo!- comenzaron a gritar.

Todos gritaban. No era esperanza lo que les cegaba, era el miedo. Miedo a seguir viviendo con esa bestia.

--Muy bien, partiremos en este mismo momento. No hay que perder tiempo.- dijo el anciano.

Ahora odiaba a ese viejo. Es verdad que tendríamos una mejor vida sin el lobo, pero no era para tanto, no tenían que legar a esto.

Corrí hacia donde estaba mi padre, esquive personas que iban de regreso a sus casas hasta que llegue donde él.

--Papá no puedes hacer esto.- dije.

--Sí. Sí puedo, y lo hare, es por ustedes, es por su bien.- dijo antes de irse.

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Habían pasado dos días desde que mi padre y demás hombres fueron en busca de el lobo para matarlo y acabar con el miedo que inundaba al pueblo.

--Stiles, hijo. Ve a dejar esto a la casa de tu abuela.- dijo mi madre.

Tome la canasta y salí al bosque donde se encontraba la casa de mi abuela. No sé porque vive tan lejos, a veces es un poco molesto tener que ir hasta su casa.

Cuando llegue toque la puerta, pero nadie abrió. Busque alrededor para ver si había alguna llave y la encontré en una maceta al lado de la puerta. Entre a la casa con cuidado, no había nadie. Fui a su habitación que se encontraba enfrente de la puerta principal. Abrí la puerta con sumo cuidado –por si estaba dormida-, al entrar la vi acostada en su cama, me acerque y la sacudí un poco para despertarla.

--Oh, cariño, eres tú.- dijo, despertándose.

--Sí abuela. Vine a traerte un poco de comida que mando mi mamá.- respondí con suavidad.

--¿Cómo ha estado tu madre?- preguntó.

--Sigue triste por lo de mi hermano, pero ahora con lo de papá, esta mucho peor aunque lo quiera ocultar.- dije tristemente.

--No te preocupes, de seguro tu padre está bien.- dijo con una sonrisa fingida. Era obvio que ella también se preocupaba, y más porque es su hijo. –Por cierto, quiero darte algo, ven.

Se levanto de la cama y fue hacia un armario de donde saco algo rojo doblado perfectamente.

--Toma, es una capa roja.- dijo, desdoblándola para ponérmela. Era de un rojo intenso y me llegaban un poco más allá los talones.

--Gracias.- dije con una sonrisa.

--Creo que es hora de que regreses.- dijo, regresándome la sonrisa al verme con la capa puesta.

--Esta bien. Adiós abuela, y gracias por el regalo.-dije saliendo por la puerta y corriendo de regreso a casa.

De camino a casa vi a la gente rodeando a algo o a alguien.

Oh, no. ¿De nuevo el lobo?

Las caras de las personas eran de asombro. Rápidamente, me acerque más y vi el porqué de tanto alboroto.

--¡Lo logramos! ¡Hemos matado al lobo!- grito el anciano, alzando la cabeza de lo que era un lobo de color blanco.

Lo hicieron. Mataron al lobo. Pero entonces... ¿Por qué siento que no es así?

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