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Una noche, Albus no volvía a casa y se estaba tornando demasiado tarde. Era extraño y debía admitirlo, pero la costumbre del Malfoy de sentarse a beber té a cierta hora junto a la ventana, se volvieron en momentos para esperar a que su vecino llegara a salvo a casa. Este aparecía en la esquina, con un portafolios en una mano y la otra sosteniendo sus gafas, mientras frotaba sus ojos con la muñeca. Siempre agotado, pero de alguna forma también derrochando luz.
Una cantidad de ansiedad mayor a la que usualmente sentía se estaba apoderando del rubio, pues no veía ni rastro del Potter. ¿Habrá sucedido algo y por ello no llega? ¿Fue algo malo? ¿Tal vez fue a pasar tiempo con su familia?
Y si... ¿Y si tiene pareja?
También está opción de que se encuentra haciendo una montaña de un poco de arena.
Dejó la taza vacía en la cómoda junto a él, y se levantó mordisqueando la uña de su dedo gordo. Debía calmarse, no estaba en posición de ponerse así cuando él solo era un... bueno, acosador. Un ermitaño que observaba de manera obsesiva al chico de enfrente.
Y no podía avalar su actitud con todo el pasado que tenía con dicho chico.
Un fuerte sonrojo se extendió por sus mejillas, y cerró los ojos dando un largo suspiro. Era tan lamentable.
El sonido del teléfono apoderándose de su silencioso cuarto le provocó un gran susto. Tuvo que tomarse un momento para controlar su respiración y levantar el aparato, y luego pegarlo a su mejilla.
— ¿Hola?
— ¡Hola, mi amor! —la voz de su madre llegó desde el otro lado de la línea—. ¿Cómo has estado? Pasó tanto tiempo desde que te vi.
Solo pasaron tres días, pero su madre sonaba angustiada. Era algo usual desde que decidió irse a vivir a otro lugar, y solo.
—Estoy bien.
— ¿Comes todas tus comidas?
—Sí, mamá.
— ¿Has salido a tomar aire?
Scorpius se queda en silencio, por más tiempo de lo necesario para pensar una respuesta afirmativa. Es que la respuesta no era de ese tipo, y Astoria lo sabía. Ella suelta un suspiro, sujetando el puente de su nariz con un par de dedos, para luego comenzar a regañarlo con dulzura.
Necesitas salir a caminar, al menos unos minutos. Respirar aire fresco, sentir los rayos del sol. Así, poco a poco, será menos difícil volver a salir.
Era lo que su madre le decía, lo que su padre le decía con otras palabras un poco más sutiles, y lo que su terapeuta solía repetirle cada vez que iba a verlo, aunque últimamente no ve a nadie más que a sus progenitores. De todas formas, sabe que estos siguen hablando con la profesional, porque suelen intentar cosas que, en su familia con cierto estreñimiento emocional, no habría surgido como idea repentina.
Lo notaba más últimamente, esos juegos de tira y afloja para intentar sacarlo de allí.
Al culminar la llamada se encaminó al otro lado de la casa, al pequeño invernadero que sus padres le ayudaron a crear. Allí tenía por lo menos una docena y media de diferentes plantas, que variaban entre mágicas y no mágicas. Una de ellas, la que se encontraba en una esquina que cada día siempre era alumbrada por el sol, parecía ser una agridulce ironía a su situación.
La flor de Smeraldo, la cual aparecía en aquella historia donde un hombre igual a él se mantenía encerrado al tener un rostro horrendo. Este también poseía un jardín lleno de flores, y una joven se adentraba a este para robar algunas cada día; el hombre la observaba, enamorándose poco a poco, y al notar que ella se ganaba la vida vendiendo las flores que robaba, decidió crear una exclusiva para ella.
Pero, cuando al fin lo logró, ella dejó de venir. Dejando así al hombre una vez más solo y desdichado, con el corazón roto por nunca haberle dicho sobre sus sentimientos.
Acarició los suaves pétalos con la mirada perdida, aquella flor llegó a él sin propósito, solo porque una mujer le regaló las semillas a su madre con la compra de otras, y ella se las entregó. Pero, aún así, Scorpius se preguntaba si todo sucedió de esta forma porque su vida era parecida a la historia, y tal vez terminaría tan desdichado como aquel protagonista.
Se burla de sí mismo, pensando que para cambiar esto primero tendría que regresar su piel a una suavidad parecida a los pétalos del Smeraldo, y si su sonrisa y voluntad vuelven a brillar tanto como esa flor cada día bajo los rayos del sol.
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