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La primera vez que se vieron fue en el viaje del Expreso Hogwarts. Scorpius avanzaba por el pasillo con sus maletas a cuestas, siendo prácticamente el único merodeando. Intentaba mantener el rostro imperturbable a pesar de haber sido rechazado en varios vagones; lo cierto es que tenía ganas de sentarse en el pasillo y hacer un berrinche porque lo discriminaban al notar que era un Malfoy, pero su orgullo lo controlaba lo suficiente. Estaba apretando los labios tanto, que ya solo eran una fina línea más pálida que el resto de su piel.
Cuando llegó esa mañana al andén, acompañado por sus padres, estaba animado porque conocería a más personas fueras del círculo familiar. Como cualquier niño de once años, estaba asustado y emocionado al mismo tiempo por la nueva etapa de su vida, en ese momento incluso había ignorado la pizca de incomodidad en sus padres cuando unas malas miradas se posaron en ellos, recelosas por los viejos tiempos. Entonces no se había permitido destrozar su momento por ellas.
—Que no te avergüence ser un Malfoy —le había dicho su padre, inclinado junto a él y posando una mano en el hombro del niño, dándole un suave apretón—. Nadie puede herirte solo por tu apellido.
Tras la mirada firme y segura por parte de los grises ojos de su padre, aparecieron los cálidos ojos color verde musgo de su madre. Ella sonrió mientras acariciaba su cabello, pasando la palma luego hacia su rostro para acunarle la mejilla. Era una mujer tan dulce y amorosa, traía tranquilidad de inmediato hacia su hijo.
—Pero, ante todo, recuerda que eres Scorpius —murmuró, el pequeño rubio asintió con la cabeza mientras que Draco miraba al suelo, ocultando una sonrisa pequeña—. Tu padre lo dijo, no dejes que te hieran solo por tu apellido. El pasado de este no te define, Scor, lo haces tú.
Tras esa pequeña charla, sus padres se mostraron menos tensos mientras le daban recomendaciones con respecto al estudio y recordaban algunas cosas de su primer año. Casi se habían despojado de la preocupación después de dejarle aquello en claro al pequeño Malfoy, casi.
Así que, recordando esto, no dejándose vencer por todos los rechazos anteriores, Scorpius decidió intentarlo una vez más.
Antes de ingresar al vagón tomó aire, aferrando sus deditos a la maleta, y con una mano abrió la puerta de un nuevo vagón.
—Hola, disculpa. El tren está lleno y me preguntaba si podía ir en este vagón —dijo de inmediato, haciendo el mayor esfuerzo para ocultar su nerviosismo.
Entonces se fijó en la persona que estaba adentro. Sentado a la derecha, solo, se encontraba un chico de su edad con el cabello azabache, un poco despeinado, y con unas gafas de montura gruesa. Al chocar sus ojos, Scorpius quiso darse la vuelta y correr fingiendo que nunca entró allí, pues podía reconocer perfectamente esa mirada verde. Era la misma que había visto en libros de historia, periódicos y revistas.
La suerte no estaba de su lado ese día.
—Claro —respondió al fin el otro niño, dedicándole una sonrisa educada mientras se levantaba dejando su libro a un lado. Le tendió la mano al rubio—. Por favor, pasa. Soy Albus Potter.
Con algo de timidez, Scorpius se adentró torpemente al vagón. Secó su mano contra el costado de su pantalón, disimuladamente, antes de aceptar el saludo. Hizo un pequeño gesto con la cabeza antes de hablar.
—Soy Scorpius Malfoy.
Pasaron dos segundos desde que dijo su apellido, el otro niño no hizo ni dijo nada. Diez, veinte segundos, y nada. Se sentaron uno frente al otro y el pequeño Potter seguía sin reaccionar al respecto, a los otros niños no les tomó ni cinco segundos darle una cara de desagrado.
Minutos surcaron entre ellos, convirtiéndose en un par de horas. El tiempo seguía corriendo, e incluso ya habían iniciado una conversación, la cual aunque al inicio rozaba la incomodidad con respuestas cortas, ahora les estaba sacando carcajadas. Estaban prácticamente llorando de la risa, pero se detuvieron de forma abrupta cuando la puerta del vagón se abrió.
—Llegaremos pronto, deberías... Deberían cambiarse ya —terminó diciendo la pelirroja al notar a Scorpius.
—Está bien, Rose —Albus intervino de inmediato al notar el reconocimiento en la miranda de su prima, y lo poco amable que se estaba tornando.
Cuando ella volvió a retirarse, Scorpius estaba limpiándose las lágrimas de risa de hace un minuto.
—Me agradas.
Escuchar eso por parte del azabache lo dejó aturdido por un instante, tuvo que dirigir su vista hacia el niño para asegurarse de que hablaba en serio. Las facciones de Albus solo denotaban sinceridad, y un calor se instaló en el pecho del Malfoy mientras una sonrisa feliz aparecía en su rostro.
—También me agradas.
Aquello parecía ser necesario luego de la incomodidad que Rose dejó atrás, y siendo suficiente, retomaron su conversación tras ponerse sus túnicas.
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