Scorpius estaba en medio de una pesadilla, aunque su definición de pesadilla era soñar con los buenos recuerdos que tuvo con Albus hace años. Porque en sueños como esos, tenía la sensación de que realmente estaba tocando el suave cabello del pelinegro, acariciando su piel tibia y presionando su cuerpo contra el del otro.
En ese momento, su mente recreaba uno de los tantos encuentros que habían tenido. Y el cuerpo de Scorpius se quemaba ante el toque del muchacho de sus sueños, pues sus manos viajaban a su nuca y por debajo de su camisa. La sensación de tener los labios húmedos de Albus paseándose por su cuello era tan real que lo hacía delirar.
—Ah, Scorpius —suspiró a su oreja cuando el rubio metió la mano en sus pantalones, tanteando sobre su miembro.
Y el rubio sonrió con suficiencia al estar consciente de lo que provocaba en el otro. ¿Qué si era un sueño? En algún momento todo eso fue real, en estos instantes se sentía tan jodidamente real, tan jodidamente bien.
Lo único que deseaba era escuchar jadeante a su pequeño Potter, quería sentirlo más cerca, quería que delirara en sus manos. Porque Scorpius podía lograr eso, en el pasado era capaz de causar que el Ravenclaw perdiera la cabeza, que no fuera capaz de razonar. Eran momentos tan ideales, tan frágiles.
Volvió sus labios a los de Albus, con fiereza, respirando con fuerza por la nariz. Lo obligó a sentarse en su regazo, porque adoraba sentir el trasero del Potter encima suyo. Y simplemente no dejaban de tocarse, en cualquier parte, sin inhibiciones.
—Te amo tanto —se le ocurrió jadear a Albus de pronto, echando la cabeza para atrás cuando el Malfoy levantó ligeramente las caderas.
En ese momento todo se puso en pausa, y Scorpius se encontró respirando apenas ante un paralizado Albus Potter sobre sus piernas. Admirando su cuello mojado por los besos y el sudor, sus labios hinchados y su rostro rojo contraído por el placer.
Fue entonces cuando golpeó la realidad, lo que sucedió ese día. Si bien habían seguido con el mismo calor, Scorpius nunca le correspondió las palabras de cariño, solo se había lanzado a sacarle la camisa para besarle el pecho. Había pensado con su excitado pene, más interesado en hundirse en el otro que en procesar la confesión que le había dado su amante.
Y despertando se halló a sí mismo respirando agitado, sentado en la cama con una capa de sudor encima. Sus manos estaban fuertemente sujetas a las sábanas, y el sentimiento de odio hacia sí mismo no tardó en aparecer.
Se levantó furioso, dirigiéndose al baño para tomar una ducha, su entrepierna dolía tanto que era vergonzoso. En medio de la ducha, mientras se acariciaba con una mano sin una pizca de delicadeza, soltó un gemido por detrás de la garganta, pegando la frente a la pared con los ojos cerrados.
—También te amo, demonios —masculla, dejándose llevar, su puño se estrella contra la pared—. Sigo amándote, pero no te merezco.
¿Cómo podría merecerlo luego de desaparecer sin dejar rastro? Sin decirle la verdad, simplemente decidiendo por ambos que debían alejarse. Lo había hecho llorar, le había hecho tanto daño que si decidiera ir por él ahora...
No, no podría. De cualquier forma, Scorpius era un monstruo tanto por dentro como por fuera en esos momentos. Un monstruo que no merece ser el primer lugar para Albus.
Era plena madrugada, apenas terminó una sesión de masturbación furiosa, pero tomó algo de ropa y se dirigió al invernadero. Estaba en medio de un huracán de emociones, cegado por ellas, así que sin pensarlo mucho tomó algunas de las flores que se encontraban en la esquina.
Salió de la casa, era algo inaudito. Caminaba con paso decidido hacia el otro lado de la calle, portando el ramo donde reposaban las flores celestes.
Portaba una capucha que tapaba todo su cabello cenizo, y un tapabocas negro para intentar ocultar su quemadura. Observó con ojos brillosos la ventana de arriba, suponiendo que ese era el cuarto de Albus, y luego depositó el ramo junto al buzón.
Nada más que eso, simples flores, sin siquiera una carta o un miserable telegrama. No le diría que son de él, no tenía sentido. Aunque sean un regalo que gritaba "lo siento mucho".
Y volvió a casa, solo para no dormir en lo que restaba de la noche.
Has sido un gran imbécil, Scorpius Malfoy.
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