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Scorpius, durante sus vacaciones previas a su último año en Hogwarts, había invitado a Albus a pasar el fin de semana en su casa. Aprovechaba el hecho de que estarían solos, pues sus padres estaban en un crucero por Europa, los planetas se habían alineado a su favor. Su hormonal cuerpo de casi diecisiete años no podía dejar pasar esa oportunidad.

De todas formas, no es como si fuese la primera vez que él y Albus tuvieran relaciones. Desde que lo formalizaron todo hace dos años, ya habían explorado el cuerpo del otro docenas de veces. Conocía cada centímetro del cuerpo de Potter, se sabía la cantidad de lunares que había en este, y qué lugares tocar para que el otro temblara debajo de él. El cuerpo de Albus era su droga, y estaba dispuesto a morirse de sobredosis en esos dos días.

Cuando ayudaba a limpiar la casa, u ordenaba su propio cuarto, nunca lo hacía de buena gana, pero en esa mañana de viernes Scorpius volaba de un lado para el otro. Sacaba polvo, ponía ropa sucia a lavar, ordenaba los muebles, incluso preparó un cambio de sábanas cerca de su cama para agilizar las cosas.

Al terminar tomó un baño, y observó su trabajo acompañado de una sonrisa, mientras secaba su cabello con una toalla.

El sonido de unos pasos en el primer piso hizo que volara fuera de la habitación, sin importarle que estaba descalzo y solo tenía sus pantalones de pijama puestos. Bajó las escaleras en tiempo récord, alcanzando a ver en el final de estas a alguien que daba giros sobre sus pies, sujetando un bolso en la mano derecha mientras que la otra estaba metida en el bolsillo de su pantalón color azul marino.

Albus había cambiado en esos años. Era más alto, tenía los hombros anchos y rectos, pero su cintura seguía siendo algo estrecha. Su cabello castaño oscuro, que a la luz parecía tener reflejos rojizos, estaba lleno de rizos que le daban un eterno aspecto desordenado. Si antes ya era guapo, ahora iba rebasando todos los niveles posibles.

El día de hoy, aquel hermoso cuerpo que volvía loco a Scorpius estaba enfundado en una camisa blanca, ligera, y aquellos malditos  pantalones que apretaban su respingado trasero. Un par de gafas grandes y algo redondeadas acompañaban su outfit de chico Ravenclaw. Se veía fresco y elegante.

Amaba eso.

— ¿Eso que huelo es lavanda? —es lo primero que dice Potter, respirando hondo y girando a verlo con una ceja ligeramente alzada.

—Supongo, no tengo ni idea de cómo huele la lavanda.

Ante esa respuesta, su novio solo rodó los ojos, bufando en medio de una pequeña sonrisa.

—No puedo creer que hayas limpiado. Esto es un milagro.

Solo entonces Albus se giró para al fin mirarlo a la cara. Cuando se topó con el torso de Scorpius, los rosados pezones de este parecieron saludarlo, le costó apartar la vista de ellos. Ahora miraba con los ojos entrecerrados al rubio que sonreía con un toque de perversión.

—Merezco una recompensa, ¿no?

— ¿Por qué recompensarte por algo que tenías que hacer? —murmura chasqueando la lengua. Camina hacia él, levantando la mano en el camino para luego posarla en el pecho del otro, esto le causó escalofríos a Scorpius—. Tengo hambre.

La emoción en el rostro del Malfoy le provocó una pequeña carcajada.

—Prepárame algo mientras me acomodo —añadió, subiendo un escalón y depositando un beso en la mejilla del chico.

Pero Scorpius ya lo había previsto todo, así que con ánimo se dirigió a la cocina. Tardó casi diez minutos en preparlo todo, y luego se encaminó a su cuarto acompañado de una bandeja llena de comida.

Le dedicó una sonrisa a al chocolate en líquido, tal vez podía darle un buen uso luego.

—Eres impresionante —fue lo primero que le dijo el moreno una vez estuvo dentro del cuarto.

En sus manos tenía la bolsa de artículos que Scorpius había comprado apenas el día anterior. Sacó una botella de lubricante, echándole un largo vistazo, pero nada de eso apenó al rubio. Él quería que disfrutaran de su sexualidad al máximo, y con seguridad, no había nada de lo que avergonzarse.

—Al menos ahora recordaste qué sabor me gustaba —Albus sonrió, volviendo a ponerlo todo en el cajón junto a la cama.

—Ah, eres genial —exclama con exagerada emoción—. Ahora ven a comer, Potty. Hice mi mejor esfuerzo, no seas tan duro.

Depósito todo en una mesa que se encontraba en la esquina del cuarto, mientras acercaba unas sillas. Albus se acercó con una mirada crítica puesta en la comida. Y el rubio solo tomó algo de la tarta que hizo en una cuchara, para luego dirigirla hacia la boca del otro.

—Si no me gusta —Scorpius se quedó quieto, a mitad de camino—, yo seré quien te la meta.

Albus lo había dicho con tanta tranquilidad, y casi hizo que Scorpius tragara saliva. Hasta entonces, él había entregado su trasero solo unas cuantas veces, era reacio a aquello. Le gustaba más estar dentro del Potter... Aunque debía admitir que sentirlo al otro tampoco estaba tan mal.

—Bueno, no dudo de mis habilidades culinarias —atinó a alardear, siguiendo su camino.

Pero se quedó mirando con cierto nerviosismo la expresión del chico.

***

—La tarta estuvo deliciosa, ¿no?

—Deja de mentir, hasta tú fuiste a cepillarte los dientes luego de probarla.

Scorpius gruñó, era cierto, pero siguió explorando el abdomen del contrario mientras le devoraba la boca.

Luego de comer todo aquello que no era la desastrosa tarta, se recostaron en la cama a hablar por unos minutos, viendo el sol esconderse desde la ventana del cuarto. Una cosa llevo a la otra, y Scorpius terminó quitándole la camisa a Albus para luego embarrarlo con chocolate.

—Jodido cerdo —se quejó el moreno, viendo que el dulce se escurría hacia los costados—. Tú limpias.

—Con gusto.

Abrió los ojos como platos al sentir una lengua recorriendo su abdomen, tomando todo el chocolate, lamiendo como si se tratara de un dulce. Y al fin enfocándose en los duros pezones del pobre chico que se retorcía debajo de él, chupando y mordiendo con suavidad.

La lengua de Scorpius era áspera, como la de un gato, y esa sensación se sentía tan bien en esos momentos.

—Por qué acepté venir cuando estabas solo, a sabiendas de lo sucio que eres —se quejó, pero lo hacía entre gemidos y tirones al cabello del otro.

—Admite que también me extrañabas —Besa el centro de su pecho, y luego sube hasta quedar cara a cara. Le dedica una sonrisa que mostraba todos los dientes, sacándole otra al de abajo—, y que también eres un sucio.

Albus no responde, solo lo sujeta por los hombros, y haciendo un impulso hace que el otro caiga en un costado. Se acomoda sobre este, haciéndose un espacio entre sus piernas.

—Admito todo eso, siempre que tú no olvides quién va a meterla hoy.

Ahora Scorpius sí tembló y tragó saliva, recordando cómo había sido todas esas veces que Albus tomó el control de la situación. Este podía ser gentil, suave y amable antes y después del sexo, abrazándolo contra su cuerpo para dormir acurrucados, pero durante el acto era otra persona. Maldecía y daba órdenes, a veces era algo brusco.

Scorpius temía que al día siguiente no podría caminar o sentarse.

—Qué guarro decir meterla —En ese momento solo se le ocurrió burlarse de las veces que Albus le corregía al hablarle sucio, como medida de autodefensa ante lo nervioso que se encontraba.

—A ti te pone cuando digo cosas así, no finjas. Además, es suave a comparación de lo que tú sueles decir —Mientras hablaba, recorría con sus labios el cuello y las clavículas de su novio. En medio del acto, susurró con cariño—. Tranquilo, amor, sabes que no voy a hacerte daño.

El cuerpo de Scorpius se relajó, derritiéndose ante el tono del otro. Claro que sabía que estaba a salvo, no le confiaría su trasero a nadie más que a Albus Potter.

Lo tomó de las mejillas, para poder darle un largo beso húmedo que le transmitiera el mensaje. Luego de un minuto, el mensaje cambió cuando el rubio mordió su labio inferior, y prácticamente comenzó a follarle la boca con su lengua.

—Y yo soy el maldito guarro —le gruñe, y cuando el otro intenta volver a tomar posesión de sus labios, embiste contra su miembro.

Eso bastó para que se calmara, quedando quieto y jadeando, rogando con la mirada que siguiera con eso.

Albus no podía decirle no a esos ojos, así que inició con un vaivén, frotando sus miembros primero con suavidad, y luego con un frenesí que los dejaba sin aire. Sus pechos pegajosos y sudorosos estaban pegados, y los muslos de Scorpius presionaban sus costados, mientras no dejaba de decirle cosas sin sentido al oído. Si seguía un poco más, estaba seguro de que tendría un orgasmo, y no era en sus pantalones donde quería hacerlo, así que se detuvo abruptamente.

El rubio casi llora cuando el otro cuerpo se aparta del suyo, pero entiende todo cuando lo ve bajarse los pantalones, así que hace lo propio con los suyos. Observa el miembro erecto y rojizo de Albus mientras camina hacia el cajón, sacando la bolsa con el lubricante y los condones, entonces vuelve a depositar la cabeza en la almohada mientras se muerde el labio.

—Hoy me van a romper el culo —finge llorar, causando la risa del otro.

—Seré amable —Lo siente volver a posicionarse entre sus piernas, doblándolas, mientras le da un golpecito en el muslo derecho—. Levanta la cadera, amor.

Hace lo que le pide, sin quejarse, y el otro coloca un par de almohadas debajo de él. Se acomoda hasta quedar en una posición cómoda, pero no desvía la mirada del techo en ningún momento, aún no quería ver lo expuesto que estaba al pene de Albus.

No esperaba que comenzara a masajearle los muslos y besar melosamente su abdomen, tal vez para volver a calmarlo. Los labios del moreno hacían un dibujo imaginario, descendiendo hasta llegar unos centímetros por encima del inicio de su miembro. Scorpius levantó un poco las caderas, deseando algo de fricción en esa zona.

Un casto beso fue depositado en el tallo, antes de que Albus engullera al menos la mitad de su pene de sopetón. El rubio gimió algo agudo, abriendo los ojos como platos.

—He creado un monstruo —jadea, recordando las veces que le dijo al otro que simplemente hiciera lo que tenía que hacer, que no necesitaba estar avisándole todo.

Estaba tan concentrado en la lengua que se paseaba por las venas de su miembro, y la mano que masajeaba sus testículos, que no escuchó el bote de lubricante abrirse, y menos notó que Albus preparaba sus dedos con un poco. Se sobresaltó apenas al sentir algo un poco frío escurrirse hacia su entrada, al inicio simplemente tanteando alrededor, para que luego ingresara poco a poco un dedo.

Le tomó varios minutos a Albus prepararlo, pero para él valió la pena esperar con su pene palpitante, porque ver a Scorpius tan fuera de sí no tenía precio. Todo su cuerpo había tomado un tono rosado, estaba cubierto de una capa de sudor, y se retorcía en la cama, moviéndose contra sus manos.

— ¿Crees que ya estás listo, amor? —le preguntó melosamente, Scorpius al fin entreabrió sus llorosos ojos.

—Por favor —fue su única respuesta, volviendo a moverse hacia él.

Alejó las manos de su cuerpo solo unos momentos, para poder ponerse un condón y nuevamente algo de lubricante. Luego sujetó al rubio por las caderas, alineando su miembro contra la entrada de este, y lo besó mientras ingresaba lentamente en él.

Ese fin de semana se volvería en el más memorable en la vida de ambos, no solo porque Scorpius se dejó tomar el trasero durante todo ese tiempo casi sin quejarse, sino también porque en la noche del domingo alguien llegó y los encontró en la cama.

El señor Malfoy no dijo nada en ese momento, al ver a su hijo durmiendo abrazado a su supuesto mejor amigo, con la cabeza el el pecho de este. Ni siquiera dijo algo cuando este se despidió con nerviosismo la mañana siguiente.

Solo habló cuando sin querer —bien, fue a propósito— chocó contra su hijo e hizo que cayera sentado en el sofá. La cara de Scorpius fue un poema de dolor.

—Diablos, hijo —exclamó, con una mirada incrédula y señalándolo con el libro que llevaba en la mano—. ¡Yo no pensé que tú serías quien recibiera!

Scorpius palideció, y Astoria se llevó las manos a la boca con dramatismo.

¿Acaso él pensaba que sus propios padres no iban a notar que estaba en una relación con Albus? No es como si ellos durante todo ese tiempo ellos hayan sido discretos, o al menos más silenciosos.

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