H
Scorpius miraba a su padre muy apenas, más se esforzaba en observar su alfombra y contar cuántos círculos dorados había en esta. Aunque Draco ya no lo miraba con el mismo dolor que antes, cuando la herida aún era algo reciente, seguía sintiéndose incómodo. Sabía que su padre se sentía culpable por ello, pero también sabía que no era su culpa.
—¿No quisieras... ir a casa a pasar unos días con tu madre y conmigo?
No le dio una respuesta rápida, a pesar de que sabía que su padre prefería que así sea. El hombre siempre fue impaciente, y firme, pero también cariñoso, todo lo cariñoso que su padre no fue con él. Scorpius sabía que se había esforzado en demostrarlo cuanto lo amaba y se preocupaba por él, a pesar de no haber sido criado de esa manera.
—Debes sentirte muy solitario aquí, también debe ser aburrido —siguió, levantándose para caminar junto al estante de libros—. Ya los leíste todos, ¿no?
—Algunos son entretenidos para releer.
Draco asiente lentamente, sin girarse.
—Te traeré más libros en mi próxima visita.
Aquello, por ejemplo, era una muestra de cariño de su parte. Algo que para cualquier otro hijo sería irrelevante, para Scorpius significaba mucho, sabía que su padre era reacio a prestar sus preciados libros, pero se los regalaba al menor. Y él los cuidaba de la mejor forma que podía, cada libro era un pedazo del amor de su padre hacia él.
Luego de esa corta y torpe conversación, un silencio se instaló entre ellos. Cada uno sabía lo que el otro estaba pensando, lo que afligía al contrario.
—No lo digas.
—Lo lamento.
Hablaron a la par, Scorpius con cierto ruego en la voz, y Draco volteando con una mirada lastimera. El mayor se vio incluso más viejo de lo que era, las líneas en su rostro se acentuaron.
—Fue mi culpa, culpa de mi estúpido pasado. Si tan solo te hubiese tocado una mejor familia...
—Papá, tú mismo me dijiste que no debía avergonzarme de mi apellido, por lo que tampoco debería lamentarlo —espeta, levantándose y mirándolo con convicción.
Draco soltó un suspiro, pasando una mano por sus canosos cabellos.
—Si tu padre no hubiese sido un cobarde mortífago, ellos no te habrían perseguido... Y no estarías aquí ahora.
La única forma que encontró para callar a su padre fue acercándose, y rodearlo con sus brazos para aferrarse a él. El otro ni siquiera se sentía digno de corresponder el abrazo de su hijo, simplemente se quedó con los brazos caídos y los ojos derrochando dolor, arrepentimiento.
—Tú no los enviaste, papá.
—Pero...
—No es tu culpa. Yo no te culpo, nunca lo hice y nunca lo haré —asegura con la voz distorsionada por las ganas de llorar—. Y si estoy aquí es por decisión propia, lo sabes.
Al separarse, Draco limpió sus lágrimas con un pañuelo, pasando delicadamente por la piel herida de su rostro. Entonces observó a su hijo como si fuese el ser más magnífico del mundo.
—Podrías salir, yo te acompañaría. Incluso tomaría tu mano como cuando aprendías a caminar, volveríamos a iniciar juntos —propone, con cierta ilusión de que el otro acepte.
Pero Scorpius ya se encontraba separándose, y negando lentamente con la cabeza.
—No estoy listo para salir, y las personas no están listas para verme.
—Ha sido así desde hace años, ¿cuándo estarán listas entonces? ¿Y qué importa si no todas lo están? Tú mereces una vida normal, hijo.
La barrera volvió a elevarse entre ellos, y con tristeza Draco notó que ya era hora de retirarse. Así que dejó su pañuelo sobre la mesa, y luego se encaminó a las escaleras, despidiéndose del joven en voz baja.
Cuando Scorpius escuchó la puerta principal abrirse, fue como si su corazón pegara un salto hacia su garganta. Corrió a la ventana para ver a su padre salir, ¿por qué salía por allí? Él siempre usaba polvos flú, ¿qué le había picado que decidió mostrarse al vecindario?
Para peor, Albus Potter llegaba a casa con una bolsa de compras, y al ver al padre de su antiguo mejor amigo se quedó petrificado. Por un segundo olvidó lo que era hablar, y al siguiente se encontraba encaminándose hacia el mayor.
—Señor Malfoy —le llamó, educadamente—. Vaya, qué sorpresa verlo por aquí. ¿Cómo está?
El canoso primero le miró confundido, pero luego sonrió con cordialidad.
—Muy bien, y también me sorprende verte, Albus. ¿Qué haces por aquí?
—Vivo enfrente —responde, señalando la casa.
El señor Malfoy asintió mientras la observaba con aceptación.
—¿Y usted? ¿Acaso conoce al dueño de esta casa? —pregunta, curioso.
Draco voltea una vez, dirigiendo la mirada a la ventana desde donde Scorpius espiaba. Al ver a su hijo esconderse con rapidez, sonrió un poco.
—Es un amigo.
—Oh —mueve vagamente la cabeza—. Creo que no le gusta socializar mucho.
—¡Agh! Es terriblemente terco —exclama, ocultando su sonrisa por el chiste interno.
Comenzaba a caminar, pensando que tal vez el Potter no se atrevería a preguntar, pero tampoco se sorprendió cuando lo hizo.
—¿Qué tal está Scorpius?
Los nervios carcomían a Albus, pero intentaba verse desinteresado.
—Está bien.
Con esa corta respuesta, el señor Malfoy se retiró, dejando a un par de jóvenes con el corazón en la boca.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top