D
—Deberías hablarle.
Scorpius dejó de cambiar de canal en el televisor muggle para mirar a su madre, esta se encontraba parada junto a la ventana, admirando hacia el jardín frontal. No, siendo específicos, ella miraba hacia la casa del frente.
Solo pudo tensarse, y mascullar cosas por lo bajo mientras tomaba un puñado de maníes, se lo llevó a la boca para masticar con rudeza.
—Por favor, hijo —le dijo con exasperación, cerrando las cortinas y dirigiéndose hacia el sofá junto a él—. Fue tu primer amor, bueno, tu único amor a decir verdad.
— ¿Y qué con eso? —Se esforzó por sonar desinteresado, hundiéndose en sus hombros.
Astoria le miraba como si estuviera dispuesta a tomarlo por las orejas y llevarlo hasta la casa de Albus ella misma.
—Fue o sigue siendo una persona importante en tu vida, y tú igual en la de él, merece una explicación sincera de tu parte.
— ¿Al estas alturas? No creo que siga valiendo la...
— ¡Tú fuiste quien esperó tanto, Scorpius Malfoy! —La voz de su madre en esos momentos sonó más profunda, y le obligó a guardar silencio de inmediato—. Ya eres un adulto, debes tomar la responsabilidad y afrontarlo cara a cara, no puedes simplemente huir de los problemas.
Había reproche en su voz, pero también había preocupación y aliento. Las pequeñas manos de la mujer tomaron las de su hijo, acunándolas con su calor mientras lo veía a los ojos.
—Yo sé cuánto te amó, y cuánto le duele que te hayas ido sin más —dijo con sinceridad—, tal vez él no tenga la reacción que has estado temiendo todo este tiempo, cariño.
No quería llorar frente a su madre, pero todo eso de pronto lo puso muy sensible. Incluso estaba temblando un poco ante la idea de enfrentar a Albus, sus ojos estaban algo húmedos.
—Él ya tiene una vida tranquila y buena sin mí, ¿para qué molestarlo con temas del pasado?
— ¿Cómo estás tan seguro de que vive bien sin ti? —La respuesta solo fue silencio, Astoria suspiró bajando la cabeza unos segundos—. Albus fue a verme.
—Ya me has hablado de todas las veces que él fue a verte, mamá.
La castaña le da una mirada filosa, chasqueando la lengua.
—A lo que me refiero, es que fue a verme hace poco.
Se sentía como si estuviese ahogándose, y apartó las manos de las de su madre mientras también retrocedía en el sofá. El miedo lo invadió.
— ¿Le dijiste algo sobre mí? —preguntó a media voz, hallándose incapaz de tragar saliva, pues su boca parecía haberse secado en segundos.
—Yo no voy a hablarle sobre ti sin tu permiso, y eso lo sabes, hijo —Astoria aseguró con firmeza, y luego hizo una mueca de pena—. Pero ese chico se veía tan desesperado por respuestas, me dolió tanto el corazón cuando comenzó a llorar.
La sola idea de Albus llorando por su culpa —una vez más— hizo que una solitaria lágrima cayera por su mejilla. El peso que se había instalado en su pecho se esforzó en hacerse notar.
—La forma en que preguntó por ti, e insistió hasta casi sacarme información... No parecía que vivía bien sin ti, sin esa explicación que le debes.
Se quedaron mirando a los ojos, verde oliva y gris, ambos con lágrimas contenidas y secretos que necesitaban desbordarse antes de que los hicieran perder la cabeza. En estos momentos ni siquiera podían creer que soportaron tanto tiempo ocultando todo eso.
—De cualquier forma, no es solo por este rostro —la voz rota y contenida de Scorpius al fin rompió el silencio—, es también porque temo decepcionarlo, mamá. Él ya es un hombre independiente que tiene trabajo y casa propia, mientras yo soy un huraño que vive a costa de sus padres porque fue un completo cobarde todos estos años.
Se detiene para sollozar, tapándose el rostro con ambas manos. Astoria no duda en levantarse y dirigirse hacia su hijo para darle un abrazo.
—No quiero que me mire como un bicho raro, ni con pena, o con decepción. Yo quiero que me vea como el Scorpius genial de antes, que parecía poder hacerlo todo —lloriqueó contra el hombro de la mujer—. Pero ya nunca seré el mismo.
—Scorpius, no digas eso. No eres una decepción —lo arrulló con delicadeza—. Nadie es igual a como era de adolescente, las personas cambian, cariño, pero tú puedes enfrentarlo siendo el Scorpius que eres ahora.
Lo apartó para tomar sus mejillas, y para dar énfasis a las palabras que le diría.
—Eres un hombre que sobrevivió al ataque de un grupo de criminales, que salió adelante a pesar de la depresión y las heridas en su cuerpo —la voz de Astoria se quebró—, e incluso con todos sus problemas, también sostuvo a sus padres para que no se hundieran.
Ella se toma unos momentos para estabilizarse.
—Yo digo que sigues siendo genial, hijo, y que deberías intentar enfrentar el último cabo suelto de tu pasado.
Volvieron a abrazarse, y Scorpius se sintió nuevamente como el adolescente que se largó a llorar cuando sus padres se enteraron que era gay, incluso si estos no se enfadaron y ya se habían dado cuenta sin que él lo dijera. Aquella vez su madre lo abrazó riendo, preguntándole si acaso él creía que ella era tonta, que ellos lo habían criado y obviamente lo notaron. No importaba a quién tomara por pareja, ellos seguían amándolo de todas formas.
A veces hay que tomar el consejo de los padres, porque ellos te conocen tan bien y saben de algunas cosas que tú no, pero eso no quitaba lo otro.
—Sigo teniendo miedo.
***
No podía creer que se encontraba fuera de casa por segunda vez en ese mes. Una vez más en la noche, con el viento fresco golpeando su rostro, y un par de smeraldos entre sus temblorosos y sudorosos dedos.
Había pasado una buena cantidad de días desde su charla con su madre, y no fue hasta hoy que reunió el valor suficiente para atreverse a enfrentarlo. Repasó las palabras que diría una y otra vez, hasta que pensó que dejó de sonar lamentable, y encontró el discurso ideal con el que no saldría golpeado.
Sonrió como tonto ante la idea de que Albus le dijera idiota una vez más, y le golpeara el hombro, como solía hacer antes. Merlín, es que daba vergüenza el hecho de que siguiera tan flechado por Potter después de todos esos años.
Sus pasos hacia la casa del frente eran lentos, cortos y torpes. Dado que hacía frío, su cuerpo estaba enfundado en varias capas de ropa, y una bufanda le tapaba la mitad de la cara, mientras que el gorro que llevaba puesto hacía que una sombra cayera en el resto de su rostro.
Temblaba, no precisamente por las bajas temperaturas.
Empujó el pequeño portón ante el jardín, le echó un vistazo a este, riendo al recordar todos los intentos fallidos de Albus por llenarlo de plantas. Y una pequeña ilusión brilló en él, ¿qué tal si alguna vez él mismo se encargaba de plantar árboles y flores allí? Ya había descubierto su don con la botánica, podía darle vida a ese lugar.
Y se sintió tonto, y nervioso, por estar planeando una vida a futuro cuando ni siquiera había tocado la puerta, mucho menos hablado con Potter.
Además, ¿qué le aseguraba que Albus querría tenerlo en su vida después de esto? Él bien podría enfadarse, odiarlo, despreciarlo.
O podría perdonarlo, abrazarlo... Incluso besarlo, después de tanto tiempo.
Su corazón aleteó, y al mismo tiempo el miedo se instaló a su lado. Detuvo su puño a centímetros de la puerta, paralizado por completo.
¿Estaba bien lo que haría? Aún no llamaba, tal vez sea mejor dar la vuelta y regresar a su cálida —pero vacía— cama.
—Ah, al carajo —masculló, y comenzó a golpear la puerta.
Tres golpes firmes, y una larga espera. Nadie abrió la puerta, ni dio indicios de haberlo escuchado. Así que volvió a tocar, intentando hacerlo más alto, mientras rebuscaba algún timbre, pero no había un botón a la vista.
Apretó los dientes, sintiendo que toda la valentía que lo llevó hasta allí se esfumaba de pronto. Bien, puede que sí haya sido una maldita equivocación.
Retrocedió, miró las flores en su mano izquierda y se sintió tan ridículo. No podía lidiar con la mezcla de emociones en su interior, así que las lanzó al suelo con brusquedad, para luego voltear y comenzar a caminar dando zancadas.
Su vista estaba fija en el suelo, así que luego de cinco pasos pudo visualizar la sombra que se proyectaba en el pasto.
Se detuvo de inmediato, y levantó la vista mientras se quedaba sin aliento.
La bufanda que llevaba se había caído, hasta quedar debajo de su barbilla. Tenía la nariz y los labios expuestos... Tenía las cicatrices expuestas.
Y Albus lo estaba mirando paralizado, sin siquiera parpadear.
— ¿Scorpius? —balbuceó, pudo oírlo gracias al viento y el silencio sepulcral de aquella noche helada.
Las mejillas de Albus estaban rojas, por el frío, su cabello seguía siendo una extraña mezcla de marrón y rojizo, con rizos alborotados. Su cuerpo alto y delgado estaba envuelto en un traje negro, junto a una gran gabardina del mismo color. Y su piel seguía viéndose tan suave, tan hermosa.
A Scorpius le dieron ganas de llorar y, a decir verdad, comenzó a hacerlo en silencio. Porque tenía su horrendo rostro al descubierto, pero ya no podía hacer nada.
En ese momento quería salir disparado a su hogar para resguardarse, pero al mismo tiempo no quería terminar como el hombre de la historia del Smeraldo que hace un momento tenía en sus manos. No quería perder a la persona que amaba por cobardía, no otra vez.
Su verdad no dicha, al fin debía pronunciarla en voz alta.
Así que, en medio de sus lágrimas sonrió un poco, dando un pequeño paso hacia Albus, al fin mirándolo a los ojos.
—Ha pasado tanto...
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