02. And children can be monsters.

. . .

La pintura cayó sobre él...

—Gay.

Escuchó a un compañero a su lado decir, esparciendo la pintura que había quedado en sus manos en la ropa de Gregory.

Los demás niños solo veían en silencio, mientras el niño de los rulos oscuros veía fijamente la pintura sobre su camisa blanca.

Había entrado al primer año de primaria, y su único deber era hacer arte con botecitos de pintura que sus papás se habían tomado la molestia de comprar.

Levantó la mirada, y a su cabeza vino el pensamiento de su papá Edgar, llegando a casa tarde por la noche, e inmediatamente tirándose al sofá después de buscar por horas en todos los locales posibles solo un par de botecitos de pintura, mientras su padre Byron se sentaba agotado en el sofá.

Recordaba haberse quemado las manitas esa misma noche intentando servirles té a sus padres. Ellos, aunque estuvieran agotados, curaron sus manos quemadas y lo llevaron a dormir.

Lo último que pudo oír fue a sus dos padres peleando de que tal vez Byron no debería ir a trabajar al día siguiente, o que Edgar debería quedarse a descansar.

Luchando, de la forma más sana posible, decidieron que Byron no iría a trabajar, pero se encargaría de alistar a Gregory y llevarlo a la escuela, mientras Edgar limpiaba, y apenas llegará de dejar al niño, ambos irían a descansar.

Estaban agotados.

Y había sido un día muy pesado.

Pero el hecho de que su papá Byron fuese quien lo llevase a la escuela y no su papá Edgar como era costumbre, desveló aquella cosa que los maestros mantenían en secreto por su bien.

—Gregory tiene dos papás.

Esos botes de pintura que sus increíbles padres había luchado por conseguir, y que los restringieron miles de veces debido al actual toque de queda que surgía por las noches... Esa pintura... Fueron desperdiciadas de una manera vil y horrenda.

Se levantó.

No estaba el profesor en el salón debido a una pequeña junta.

Miró su ropa que tanto le costaba a sus papás lavar.

Sus pinturas, sus utensilios.

Entonces miró a su compañero de clases... Aquel que había tirado la pintura encima de él...

—¿Qué? ¿La niña quiere llorar?

Tenían apenas siete años, ¿cómo podía ser tan monstruoso?

Frunció el seño...

Y le gruñó.

—Al menos mis dos papás si me quieren.

Y de inmediato lo empujó, haciéndolo caer encima de una de las mesitas de otros compañeros de clase. Aquel bully no tardó nada en azotar en el suelo, cuando Gregory se volvió a sentar intentando limpiar su ropa y papeles, pero era inútil.

Mientras el otro niño luchaba por levantarse, Gregory buscaba la forma de arreglar el desastre.

En su hoja de papel entonces pudo ver una obra. La pintura negra que escurría sobre ella que cubría esa mediocre flor que había hecho en un principio, le daba una idea.

Dejaría la ropa para después, por ahora tenía que arreglar su obra maestra.

. . .

—Señor y señora-... Ah... Quiero decir, perdón... Señores Wayne, adelante...

Se cruzó de brazos mientras gruñía en sus adentros...

—... ¿Qué sucedió directora?

La mujer acomodó sus lentes mientras que ambos padres se sentaban en las sillas. Comenzó a revisar algunos papeles mientras soltaba suspiros nerviosos.

Gregory no quería decir nada, solo pudo sentir la mirada preocupada de sus padres encima suyo al ver cómo su ropa estaba cubierta de pintura.

Respiró profundo... La directora para él era una hija de puta.

—Su hijo... Empujó a otro en su salón y arruinó el trabajo de otros compañeritos suyos. Rompió una de las mesas de trabajo para arte y también los utensilios de sus compañeros fueron arruinados...

Su padre Byron lo miró desde su izquierda...

—¿Hay una explicación del por qué?

La señora negó.

—Desconozco la razón, sus compañeros dicen que solo se levantó y empujó a este niñ-...

—¡ESO ES MENTIRA!

Gregory gritó.

Y en seguida Edgar intentó calmarlo, poniendo su mano en su espalda.

—¡Él llegó a molestarme diciéndome gay porque tengo dos papás! Me tiró mis pinturas encima, ¡él arruinó mi trabajo! ¿Por qué creé que estoy cubierto de pintura, si lo único que supuestamente hice fue empujarlo?

La oficina cayó en silencio.

Uno muy incómodo.

No era por nada, pero los señores Wayne se veían realmente sorprendidos por la inteligencia de su hijo al usar palabras que niños de su edad no acostumbraban a usar, además de tener la capacidad de poder defender su inocencia usando hechos.

Y lógica.

Edgar abrió los ojos y se alejó un poco de su hijo.

—Lamento que Gregory haya causado problemas, pero esto no puede seguir así. No es la primera vez que lo veo golpeado cuando llega a casa, y casi siempre dice que es por lo mismo. ¿Por qué usted no hace nada al respecto?

La directora retiró sus lentes...

Mirando un papel manchado, de lo que parecía ser pintura negra.

Mientras que Byron y Edgar hablaban por miradas como era su costumbre, la mujer no podía hacer más que ver una y otra vez la pintura.

No había considerado el hecho de que aquel niño hubiera tirado las pinturas de Gregory encima suyo, ya que esa obra parecía intencional... Intencionalmente asombrosa.

Levantó la mirada, y mientras los dos hombres se miraban, pudo ver cómo Gregory permanecía firme, con el mentón en alto y con los brazos cruzados, aún dejando ver su ropa manchada de pintura negra.

—... Disculpa, Gregory, cariño... ¿Cuántos años tienes?

Los hombres dejaron de hablar, y miraron a la mujer...

—En Febrero cumplo siete...

La mujer volvió a analizar la pintura que tenía en sus manos, como si no pudiera creer la habilidad que tenía para darle vida a un enorme charco de pintura negra.

Sonrió...

—Si ese niño tiró tus pinturas encima tuyo, ¿tú arreglaste tu pintura?

El niño alzó una ceja, y en seguida asintió.

Byron torció la cabeza un tanto confundido, se sentía excluido de la conversación por lo que no tardó en pedirle a la directora que le mostrara aquella dichosa pintura.

La mujer se la extendió, y él le dió un repaso...

Bastante oscura para que pertenezca a un niño, pero a la vez bastante increíble para su edad. El albino le extendió esto a su esposo y él también la vio atento.

Sonrió, en su interior le recordaba a los dibujos que Gerard hacía y posteaba para que sus fans pudieran vez.

La hoja de papel volvió a las manos de la mujer, mientras que analizaba una y otra vez la situación, repasando cada palabra que el pequeño Gregory había dicho.

Entonces volvió a revisar otros papeles.

—Su hijo... Es asombroso. Tiene más notas más altas y aparentemente el intelecto más alto que he visto en un niño de su edad. Lo lamento, ¿le importaría si lo inscribo en una prueba para confirmar?

Byron alzó una ceja. Ya parecía costumbre familiar.

—... Disculpe usted... ¿Acaso está ignorando el hecho de que acaban de molestar a mi hijo porque estoy casado con un hombre? ¿Acaso no piensa hacer algo con eso?

Gregory soltó un resoplido y se tiró hacia atrás lo más que pudo en su silla.

De nuevo la oficina había caído en un silencio extremadamente incómodo. Gregory ya sabía que la directora solo quería usarlo para su beneficio, había notado esas cosas de otras personas y niños de la escuela, por lo que no le era sorpresa.

Frunció el seño, extremadamente molesto.

Parecía querer empezar a llorar.

—... Lo siento, señores... Ehm...

Ya ni siquiera sabía que decir.

Byron, con un gesto ofendido se levantó de su asiento, causado que Edgar se levantase después de él, y en seguida Gregory iría detrás de ellos.

La mujer intentó detenerlos, pero no pudo hacer nada cuando vio al hombre mayor tomar a su hijo de la mano, y al hombre menor levantar la mochila también cubierta de pintura.

—No voy a dejar que mi hijo siga sufriendo más por lo que nosotros decidimos tener, no volveremos hasta que usted haga algo con esto. Tenga buen día.

Y así, toda la familia Wayne abandonó la oficina.

. . .

Se encontraba recostado sobre la puerta del coche. Miró fuera de la ventana, viendo las estrellas comenzando a asomarse en el cielo acaramelado.

Su papá Edgar iba conduciendo, mientras que su padre Byron revisada distintos papeles en completo silencio.

En la radio del coche sonaba una canción bastante aburrida. Gregory esperaba que su padre pusiera a su banda favorita, se suponía que también le gustaba MyChem, ¿entonces por qué no puso nada?

Había notado en la firma sobre la carátula de su disco que la firma iba dirigida a alguien. La pintura del plumón negro estaba a medio borrar, pero sabía que ahí decía "para Edgar".

Gruñó.

Sus padres siempre le escondían cosas.

Las lágrimas estaban a punto de salir.

—... Greggy, mi vida, ¿no te gustaría ir a McDonald's?

Dijo Edgar conduciendo. Gregory, quien estaba atrás de él, levantó la mirada por la ventana.

Iba en el lado derecho, normalmente su lado favorito para ir sentado. No muy lejos de ahí estaba aquel local de comida rápida.

Volteó a ver sus peluches recién comprados aquella tarde, para compensar aquel horrible día que había tenido, y levantó uno de ellos viéndolo fijamente.

—A mí me parece una buena idea.

Dijo su padre Byron desde la izquierda, dejando los papeles de lado.

Pero no sabía si sería buena idea en realidad. Bajó la mirada y en seguida negó, aprovechando para poder abrazar a su querido peluche.

Apretó a Bonnie contra su pecho y se recargó sobre la puerta a la derecha.

—Luego.

Susurró, esperando quedarse dormido.

Pero el auto se detuvo de repente...

Abrió los ojos de nuevo y ahí vió a sus padres, viéndolo. Quería preguntar qué sucedía, pero su padre Edgar deslizó su mano por su mejilla, mirándolo preocupado.

—Cariño, estas cosas pasan, y está bien. No todos tienen la mente tan abierta para aceptar que cualquiera puede tener dos padres... Lo importante es que defendiste tus creencias y no causaste más desastre del que ese niño ya había hecho... Mi vida, pronto esto se va a arreglar, te lo prometo.

Byron sonrió, y tomando uno de los peluches que recién acababan de comprar, jugó un poco con él solo para poder abrazar de lejos a su pequeño niño.

—No necesitas tener a nadie que no te tenga respeto. Mientras nos tengas a nosotros, tendrás quien te quiera...

Exclamó. Gregory vió fijamente aquel peluche, otro de su videojuego de terror favorito. Estaba realmente obsesionado con ellos y no iba a negar que fuese raro, pero agradecía que sus padres entendieran y lo acompañaran en esa obsesión.

Sonrió.

Y en seguida se tiró a abrazar al peluche que su padre Byron había tomado.

—Los quiero. Son los mejores papás del mundo.

. . .

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