01. Even adults can be children.

. . .

Regreso de la escuela aquella tarde de otoño. Su casa estaba decorada a más no poder de telarañas, fantasmas, lápidas y murciélagos.

A decir verdad, el pequeño Gregory estaba más que emocionado por ello, pues, su papá tenía la divertida costumbre de esconder dulces por la casa, así como en día pascua, con la diferencia de que habrían sustos (bastante ligeros) por doquier.

Entró sonriente, siendo recibido por la sonrisa de sus padres, quienes lo esperaban ya disfrazados.

El pequeño Greg iba vestido de vampirito, y sus padres lo acompañaban con aquellas enormes capas, colmillos y todo ese maquillaje que los hacía ver como no-muertos.

Tiró la mochila lejos de la entrada y salió corriendo en dirección a su padre Byron para poder abrazarlo. No tardó nada para en seguida darle un abrazo a su papá Edgar también.

Les sonrió, con sus colmillitos relucientes. Sus palabras apenas salían correctamente por estos mismos.

—¡Todos los niños dijeron que mi disfraz está bien cool!

Sus papás aplaudieron al unisóno, uniéndose todos en un gran y fuerte abrazo.

—Tu disfraz es genial. ¡Eres el vampiro más aterrador que he visto nunca!

Greg así soltó un siseo, mostrando las "garras" y sus enormes colmillos a su papá, para en seguida levantarse y comenzar a correr por toda la sala empezando su pequeña búsqueda de dulces.

Estaba feliz, bastante para que fuese solo un día de Halloween. Incluso su felicidad contagiosa terminó haciendo felices a ambos hombres que lo acompañaban en la habitación.

Pasó un rato, Gregory había conseguido más dulces de los que esperaba, y la cantidad de sustos que habría recibido para entonces sería abrumadora de no ser porque eran sustos para nenes, y que además Greg ya tenía bastante experiencia con ello.

Ya no le daban miedo los monstruos.

Después de unos minutos más, Greg se acercó a sus papás y extendió las manos, enseñando su canasta en forma de calabaza con bastantes dulces adentro.

—¡Miren todos los que encontré!

Exclamó más feliz que nunca, aún sin poder hablar bien por aquellos colmillos de plástico.

Así, el pequeño Greg de seis años, fue cargado por Byron quien enseguida se dirigió a la puerta de la casa, elegantemente como el vampiro supremo que era.

—Y me parece que la noche oscura está lista para tí también... ¿No, Edgar?

El recién mencionado corrió a ellos, casi como un niño pequeño, atravesando la puerta de inmediato.

—¡Es hora de pedir dulces!

. . .

Casa tras casa, Gregory recibía varios dulces y convivía con algunos niños que se encontraban. Parecía ser una noche adorable y linda, más sin embargo Edgar comenzaba a pensar lo contrario.

Casa tras casa... Y cada vez habían más personas que le decían "ridículo" apenas Gregory daba la vuelta.

Los sentimientos de Edgar eran heridos constantemente, pero intentaba seguir por su pequeño niño. No debería importarle a nadie que vaya vestido de vampiro si lo hacía para que su hijo se divirtiera en tal noche especial... Aún así cada comentario a sus espaldas le hacían enojar.

Byron por su parte era mejor lidiando con ello, y se quedaba mejor con la sonrisa de su hijo que con lo que sus vecinos dijeran.

—... Están demasiado grandes para esto...

Exclamó una de las vecinas apenas Gregory fue a ver las decoraciones de su casa. Edgar solo bajó la mirada sin decir nada, y Byron frunció el seño, molesto.

—Lamento molestarla con el hecho de que nosotros si podemos hacer a nuestro hijo feliz, no sabía que eso era un crimen...

Ella gruñó.

—No me vengan con ese cuento, ustedes ya están grandes para esto, ¡no son adolescentes! Deberían imponer más respeto y cumplir con sus roles en casa, ese niño crecerá mal por esto.

El hombre mayor solo rodó los ojos, y tomando del hombro a su esposo, comenzó a dar la vuelta.

—Gregory, vámonos a casa, ya pedimos en todas las casas.

El pequeño niño rió, y corrió detrás de sus papás mientras que se aseguraba de que su canasta no derramará ningún dulce de lo llena que estaba.

Mientras ellos se iban, pudieron ver una pareja acercándose con su hija a pedir dulces o truco justo a la casa en la que ellos acababan de tocar.

No fue sorpresa para ellos cuando la misma vecina que acababa de llamarles "inmaduros" aplaudió ante los disfraces de aquella pareja heterosexual.

Edgar gruñó, y lentamente retiró la capa de encima suyo...

—¿Pasa algo?

Su marido susurró a su oído, procurando no dejar a Gregory oír.

Edgar lo miró, y con una sonrisa le negó.

—Ya me cansé de la capa y los colmillos.

Byron hizo una mueca, pero no tardó en depositar un pequeño beso en la frente del otro.

—Te ves precioso con capa y colmillos.

. . .

Edgar mantuvo su mirada fija en el mueble del cuarto de su hijo.

Apenas era un pequeño niño, pero podía notar que elegía sus gustos rápido.

Levantó el último peluche en forma de conejo morado y lo tiró a la canasta que tenía entre manos, para en seguida acercarse a ese mueble.

Miró... Una carátula.

Atento...

Y sintió como volvía a sus años adolescentes cuando leyó la portada en blanco de ese disco.

"The Black Parade".

Dejó la canasta en el suelo, y tomó el disco, leyendo y releyendo... ¿De verdad era My Chemical Romance? ¿O solo era un disco con canciones infantiles metido en una carátula de música rock?

Analizó. Era un disco oficial.

¿Cuándo Byron le compró este disco? ¿¡Y por qué no estaba enterado!?

Se echó para atrás en un extraño ataque, casi tirando la canasta de juguetes. Esto era malo, esto era muy malo.

¡Su hijo no podía oír esta música!

Miró al rededor de la habitación, y salió de inmediato corriendo de esta.

¡No podía dejarlo oír My Chemical Romance! ¡No un disco sin censurar!

Buscó entre el armario, un cajón secreto dónde tenía todas sus viejas pertenencias. No fue muy de su gusto abrir aquel cajón, pero de verdad prefería que su hijo escuchará la versión censurada del disco antes de que comenzara a decir groserías en la escuela.

Recorrió todo lo que había en ese cajón...

Un chaleco rojo apareció entre sus manos, junto a una placa...

En vez de tener su nombre, poseía una cara triste.

La placa tenía una estrella encima...

Un dolor de cabeza hizo acto de presencia, antes de apartar aquel chaleco y por fin encontrar sus viejos discos.

No tardó mucho en identificar la versión censurada del disco entero. La tomó para rápidamente guardar el disco recién comprado. Sería como... Un regalo secreto para su hijo, pues además venía firmado por el mismísimo Gerard Way, cuando lo encontró en un no muy lejano 2012 en una convención de cómics a la que había asistido gracias a Colette.

Tenía más recuerdos con ese disco, y la razón por la que tenía una copia normal y una censurada, pero por su bienestar mental era mejor no traer de vuelta esos recuerdos.

Regresó todos los objetos viejos de vuelta al cajón y sin mucha molestia, lo cerró sin siquiera fijarse en hacerlo bien.

De inmediato regresó a la habitación de su hijo, y dejó en el mismo mueble el disco firmado y bien censurado. Lo único que le preocupaba eran las groserías de las canciones... Lo demás estaba seguro que no comprendería.

Es más, ni siquiera esperaba que reconociera la firma.

Si crecía y seguía siendo fan de esa banda, entonces seguro estaría muy feliz con ese disco.

Había hecho otro buen trabajo. Siendo el papá del año.

Volteó y miró la canasta de juguetes, todos esos peluches y figuras Funko ahora se encontraban regadas en el suelo... Ugh.

Muy bien, ahora tocaba recoger a las cinco versiones de Freddy Fazbear que tenía su hijo de colección.

. . .

—¡PAPÁAAS!

Se oyó un gritó desde el piso superior, y unos segundos después los pasos veloces de un niño corriendo escaleras abajo.

—¡PAPÁ, PAPÁS! ¡PAPIS!

Edgar le dió un sorbo a su té, antes de dejar la taza a un lado y acercarse a su pequeño hijo.

—¿Qué pasó, viborita?

Byron dijo desde la mesa con una sonrisa triunfante. La sonrisa del niño apareció en su máximo esplendor.

Desde atrás de su espalda saco sus manos, que sostenían una carátula de color blanco con negro.

Edgar entonces vió, era el disco de The Black Parade, y con eso sonrió.

—¡Gerard me trajo un disco firmado de The Black Parade!

Y así como Edgar sonrió, de inmediato casi escupe su té.

¿Conocía a Gerard Way? ¿Conocía ya el álbum de The Black Parade? ¿De verdad su hijo era así de culto?

Desvió la mirada, tosiendo casi incontrolablemente.

—... ¿Firmado?

Susurró Byron mientras Edgar se ahogaba.

—No recuerdo haberlo comprado firmado...

Edgar alcanzó a oír a Byron murmurar lejos del alcance auditivo de Gregory. Lo miró, fijamente durante varios minutos.

El hombre de pelo negro abrió bien los ojos mientras fruncía el seño, casi diciéndole a Byron "¿por qué no me dijiste nada?" con solo la mirada.

Y el hombre de cabello albino le respondió igual, diciéndole "quería que fuera sorpresa... Para los dos."

Entonces Gregory volvió a captar su atención.

—¿Gerard vino? ¿Ustedes lo vieron? ¿Venía con Frank? ¿¡O con Ray!?

Edgar de nuevo se sentía atacado. Ese niño sabía más de lo que él sabía a su edad.

Intentó aparentar y sonreír.

—No lo vimos entrar, creo que vino cuando salí a comprar la comida de hoy mientras ustedes no estaban.

Mintió. ¿Acaso My Chemical Romance ahora era un especie de Santa Claus o qué demonios?

Byron rió.

—Me alegro que te lo trajeran entonces, ¿por qué no lo vas a oír?

Su pequeño niño sonrió y subió de nuevo las escaleras dando saltitos... Los dos hombres esperaron a escuchar la puerta del cuarto de su hijo cerrarse para poder empezar a conversar...

Y así, una vez se oyó el click del cerrojo, Edgar volteó a ver a su esposo.

—Nunca me dijiste que lo compraste.

Byron apartó su abrigo y casi azotó la mano contra la mesa.

—¡Lo acababa de comprar! No contaba con que lo vieras y en seguida lo cambiaras por el tuyo firmado...

—¡Debiste decirme, podría haberselo dado!

Edgar se volvió a sentar en la silla para seguir tomando su té.

—No quería que perdieras algo de valor para tí... Quiero decir, tu amas My Chemical Romance, eres fan desde adolescente, y te veías muy feliz con esa firma. Pude haberle conseguido la firma después.

Solo recibió una mirada filosa de parte del más joven.

—Le compraste... La versión no censurada.

—... Coño...

... Byron permaneció en silencio, mientras veía a su esposo tomar té con una extraña calma.

Podía sentir que había algo mal.

—¿Por qué te has estado deshaciendo de las cosas que más amas?

Su esposo bajó la mirada, tomando té, nervioso.

Tardó mucho rato en responder, en el casi silencio absoluto dónde solo se podía oír el tick tack del reloj. Ninguno se movió de su lugar... Solo podían oír como The End, la primera canción del álbum, era reproducida en un volúmen adecuado desde el segundo piso.

Alzó la taza, dando otro sorbo.

Y entonces suspiró.

—... Ya no soy un adolescente marginado, Byron. Soy un adulto, soy un padre de familia, ya no puedo darme lugar con estas cosas... Es... Inmaduro.

El otro alzó una ceja, antes de acercarse a él dándole un tierno abrazo.

—¿Y por ser un adulto ya no puedes disfrutar de tu música favorita?

Puso su mentón sobre la cabeza del otro, no pudo ver nada, pero pudo oír como su amado comenzaba a sollozar.

Y el resto de la tarde se volvió en silencio de parte de Edgar, mientras My Chemical Romance sonaba de fondo.

Byron pudo sentir como Edgar le respondía un "no, ya no puedo" con su silencio.

. . .

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