Capítulo II

Jugaba con una pequeña pelota roja, apretandola para tratar de tratar de estar tranquila, no quería hacerles daño ni a Steve ni a la niña. Tomé aire, mientras esperaba a que uno de ellos hablara:

–Kira, te necesitamos de nuestro lado.– mi supuesto hermano se apoyó en la pared– Lo que Hydra te ha metido en la cabeza han sido todo mentiras.

Apreté la pelota, mientras miraba a la niña, ella estaba junto al otro, su ropa consistía ahora de unos pantalones vaqueros con un parche de una mariposa junto con una camiseta de manga corta blanca lisa.

–Déjanos ayudarte, por favor.– ella dejó escapar un suspiro al ver cerraba los ojos, tratando de pensar con claridad.

–¿Por qué debería creeros a los dos?–abrí los ojos, para mirarlos a ambos, no sabía que quería transmitirles con mi mirada.

Una parte de mi quería confiar en ellos, esa parte quería ponerse en pie en ese mismo momento y abrazarlos a ambos para pedir perdón por todo lo que había hecho. Sin embargo, si algo había aprendido con Hydra, era que realmente no me podía fiar de nadie, mi parte de soldado me decía que no confiara en ellos, que huyera y si podía hacerlo, que los matara.

–Porque no estaríamos insistiendo tanto, si no fuéramos tu familia.– la respuesta fue simple, pero impactante.

Si, tenía razón. Llevaba allí unos meses, solo había salido de la celda una vez, pero me volvieron a encerrar ya que había tratado de clavarle un cuchillo a un tal Tony Stark. Todos los días había tenido alguna visita, si no era Steve, era la niña o si no, una joven pelirroja que se había presentado como Natasha.

Todos ellos habían tratado de hacerme entrar en razón, sin embargo, siempre me fue complicado.

De modo que dejé escapar un suspiro de pesar, el golpe de Steve había sido certero y limpio, había golpeado donde debía.

–Está bien, esta vez trataré de no matar a nadie.– accedí.

–Son unas noticias estupendas– mi hermano sonrió, no podía negar que no podía estar más alegre con este anuncio.– Voy a avisar a los demás.– salió rápido de la celda, aun con la sonrisa en los labios.

La pequeña se acercó hasta mi y tomó asiento a mi lado, en silencio. Puse una mano sobre la suya y la miré.

–Siento todo lo que te dije, pequeña. Es que... Estaba furiosa, no podía creer que él y tú...

–Lo entiendo, Kira.-puso su otra mano sobre la mía– Yo... Lo supe con seis años.

Me mordí el labio con impotencia, de modo que tire de ella y la abracé. Odiaba a Hydra, odiaba a aquellos que me habían separado de mi familia, odiaba a todos los que me habían ocultado que la niña que tenía entre mis brazos era mi hija.

–No puedo dejarte sin un nombre.– acerque la mano a su cabello, ella cerró los ojos, como si esperase un golpe, comencé a acariciarla con cuidado– ¿Te gustaría?

–¿Puedo tener uno?– alzó la mirada hacia mí, sus ojos azules intensos fijos en los míos.

–Claro que puedes, es algo que deberías haber tenido desde el principio.– seguí acariciándole los rizos rubios, mucho más limpios que cuando habíamos estado trabajando para Hydra.

Además, se notaba que había ganado algo de peso, como si hubiera estado mejor alimentada, supe en ese instante que eso había sido cosa de Steve. Había crecido un poco y sus mejillas ya no estaban hundidas, al igual que su gesto no era tan cansado como en nuestro tiempo de agentes.

–Gracias Kira, de verdad.– sonrió mostrando todos sus dientes, con algún otro que le faltaba.

–Y no hace falta que me llames Kira, ¿vale?– eso la hizo fruncir el ceño– ¿Qué pasa, pequeña?

–¿Cómo te voy a llamar, entonces?– Sonreí al escucharla decir eso.

–¿Qué te parece si me llamas "Mamá"?

. . .

Al cabo de una semana ya había podido salir de la celda y tenía mi propia habitación, donde podía cuidar mejor de la niña, quien aún no tenía un nombre. Había decidido que ella misma podría elegir su propio nombre, siempre y cuando lo habláramos entre las dos.

De modo que esa misma mañana, tras haber pasado un par de horas hablando con mi hermano, los pasos apresurados de la rubia se escucharon en el corredor. En seguida se lanzó sobre nosotros, dejándose caer en mi regazo mientras agitaba un papel, eufórica.

–¡Ya encontré un nombre, mamá!–exclamaba mientras la sentaba correctamente sobre mis piernas, después miró a Steve sonriente, abrazando el papel.

–Espero que no hayas elegido uno de los nombres que te dijo el señor Stark.– arrugué la nariz al recordar los nombres: "Umberta, Roberta, Ruperta, Emergilda".

–Ni los de Sam, que convierta nombres masculinos en femeninos no los hace más bonitos.– frunció el ceño Steve, haciendo reír a la niña.

–Claro que no, me ayudó la señorita Natasha. Me enseñó nombres rusos.

–Y dinos, ¿Cuál has elegido, enana?– pinché sus mejillas.

–Antes os voy a decir por qué me gustaba este nombre. Me lo contó la señorita Natasha– hizo un gesto mientras se colocaba el cabello, para después aclararse la garganta– Todo empezó con una nayade, era una chica muy bonita que vivía en un río en Grecia. Ella era muy famosa, por ser muy bonita, pero también por hablar mucho. Un día, Zeus, que era el rey de los dioses, se enamoró de una ninfa, pero ella escapó de él. Así que la mujer de Zeus, que se llamaba Hera, mandó llamar a esta nayade tan habladora, quien le contó lo que había hecho Zeus. Por eso mismo, la nayade acabó en el Inframundo encerrada como castigo. Fin– sonrió al terminar.

–Vaya, es una bonita historia, pequeña.– sonrió Steve, jugando con uno de los rizos de la niña– Pero, ¿Cómo se llamaba la náyade?

–Esa es la mejor parte, su nombre, era Lara.

Ambos sonreímos ante su elección, era un nombre bonito y muy poco usado, tenía su parte mística, por la historia de la criatura, de modo que asentí.

–Entonces, así te llamaremos.

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