Tercera cosa: Comunicación.

Mi madre era una de esas mujeres que había deseado todo su vida ser de alta sociedad. Ser una modelo, que los hombres le besaran los pies y las mujeres hablaran de ella a sus espaldas.

Pero, cuando estaba en sus veinte, conoció a este sujeto. Este sujeto que tocaba en una banda de rock y tenía el cabello hasta los hombros. Este sujeto era mi padre.

Yo nací de una relación tóxica donde mi padre masticaba a mi madre hasta dejarla sin sabor y después marcharse. Cuando ella quedó embarazada, mi padre huyó con su banda de rock al este de Europa, queriendo cumplir su sueño.

La última vez que lo vi, tenía cinco años. Él llegó, dejó su olor a cigarillos por todo el lugar, robó unos dólares de la cartera de mi madre y me dijo "La vida es una, polluelo" y se fue por donde vino.

Después de eso, mi mamá huyó conmigo hacia El Paso, Texas; para así nunca tener que preocuparnos otra vez de mi padre. Cuando tenía ocho, mi mamá conoció a un sujeto que era dueño de una tienda de videojuegos y se enamoraron.

Ese sujeto era mi padrastro. Un hombre regordete y hogareño que había perdido a su esposa hace muchos años en un robo a mano armada. Y que vivía con su hijo, un chico de cabello castaño con doce años de edad que estaba obsesionado con los videojuegos de artes marciales.

Y así fue mi infancia. Creciendo en El Paso después de huir de Illinois, con un padrastro que hacía galletas todos los domingos, una madre que lucía mejor que Alexandra Ambrossio en sus mejores días y un hermanastro que se enojaba por absolutamente todo.

Y por un momento, reviví todos esos momentos de mi infancia cuando llegó marzo y mis padres llegaron, siendo la pareja más hermosa que alguna vez había visto.

Hablaron de sus vacaciones a Hawai, donde disfrutaron momentos felices como pareja mientras Allen y yo casi nos desmoronábamos.

—Uh, Phil. —Habló mi madre, mirándome con sus ojos perfectamente delineados que embellecían su maduro aspecto— ¿Puedes contarme qué pasó con John?

Oh, aquí vamos.

—Bueno, estamos teniendo problemas...

— ¿Qué hiciste esta vez? —Preguntó ella— Ay, por la Virgen, Phillip... ¿Ahora qué pasó?

—Hablas como si hiciera una estupidez a cada momento. Mamá, no necesito un sermón…

—Pues lamento si te molestan mis sermones. Soy tu madre. Phillip, ¿qué sucedió?

—Me acosté con alguien más.

— ¡Phillip Jack Brooks!

Por quince minutos peleamos sobre el hecho de que era el peor esposo del mundo y sobre el hecho de que ella era la peor madre del mundo. Pelea donde Chris chequeó las galletas en el horno como quince veces, mientras Allen y mi padrastro comían galletas de chocolate y coco como locos.

— ¡¿No ves lo mal qué es todo esto?! ¡Engañaste a tu esposo, al padre de tu hijo!

— ¡Lo sé, mamá! ¡Lo recuerdo cada maldito segundo que despierto en una casa qué no es la mía!

—Te pareces a tu padre, preocupándote solo por ti mismo mientras lastimas a los demás.

— ¡Yo no soy cómo mi padre!

Eso había suficiente. Terminé sentado en el suelo de la cocina, pasando el dedo por el tazón que contenía masa para galletas mientras oía a Chris defendiéndose de las recriminaciones de mi madre con respecto al hecho de que aún no habían adoptado.

Mi padrastro se apareció en la cocina al cabo de unos minutos, con sus grandes y sonrosadas mejillas y su sonrisa de San Nicolás.

Se sentó conmigo en el suelo. Permanecimos un buen rato en silencio.

— ¿No crees qué John te perdone?

—No lo sé.

— ¿Significó algo? Ya sabes, tu infidelidad...

—Por supuesto que no.

— ¿Por qué simplemente no hablaste con él sobre su matrimonio? La comunicación es la clave de toda relación.

Él tenía razón. La comunicación era la clave de toda relación. John y yo solíamos hablar todo el tiempo, sabía absolutamente todo de él.

Su color favorito era el verde. No le gustaba el pescado y era alérgico a la penicilina. Le gustaba el anime, era fanático de las películas de acción y escribía poemas de vez en cuando.

Pero ahora... Ni siquiera podía recordar el día de su cumpleaños.

Ya no hablábamos. Yo dejé de interesarme en oír sus historias y él estaba muy ocupado siendo el padre del año. No sabíamos lo que pasaba en la vida del otro y a veces parecía que no nos interesaba.

No hablábamos de nuestros problemas, ni tampoco de un hecho completamente imposible negar: Nuestro matrimonio estaba mal.

Me fui a dormir sin despedirme, y anoté en mi libreta que la comunicación había ardido en las llamas al igual que todo lo demás.

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