Segunda cosa: Prioridad.
La primera vez en los dos meses que estuve viviendo con Allen y Chris que John me llamó fue cuando estaba en la cocina, comiendo las galletas que el esposo de mi hermanastro había preparado.
— ¿John? —Recuerdó haber murmurado, completamente sorprendido ante el hecho de que me llamara.
Había pasado el primer mes tratando de comunicarme con él, pero nunca atendía el celular y me ignoraba lo más que podía. Cuando necesité mis cosas, John solo permitió que Allen fuera a llevárselas porqué no quería ni por error encontrarse conmigo.
Así que el hecho de que él fuera el que empezara a comunicarse, era algo que me sorprendía.
—Oh... Hola. —Le oí susurrar del otro lado de la línea. Se oía mal, no tan mal como cuando me había obligado a marcharme hace dos meses, pero aún podía oír como su voz se quebraba.
—John... Dios mío... Tenía tanto sin saber de ti. ¿Cómo estás? ¿Está todo bien? ¿Cómo está Arthur?
—Justamente te llamaba por eso… Verás, Arthur en serio quiere verte y no puedo negarle el ver a su padre. Así que… Si no estás ocupado, yo quisiera que lo llevarás a tomar un helado y que pasaras tiempo de calidad con él…
— ¡Por supuesto! Sí, sí, quiero verlo...
—Te lo llevaré a las dos.
—Muy bien...
Antes de que pudiera seguir balbuceando como un tonto, él colgó. Porqué mientras menos contacto pudiese tener conmigo, mejor estaría.
Era sábado. Chris estaba horneando como un lunático porqué mi madre y mi padrastro vendrían dentro de dos días y quería dar una buena impresión.
Y es que se estaba esforzando mucho para que mi madre no hiciera algún comentario sobre el hecho de que probablemente me estaba divorciando y que Chris y Allen aún no habían logrado adoptar el bebé que tanto querían.
John y yo habíamos tenido suerte, Arthur no tanto. Sus padres biológicos habían muerto cuando tenía tres años y habíamos logrado adoptarle después de un largo y tedioso papeleo que había valido la pena.
Pero Chris y Allen no. Aunque todo el movimiento LGBT+ había causado grandes cambios, aún parecía ser muy complicado adoptar un bebé. Y es que ellos querían un bebé, uno al que darle sus valores desde pequeño, no un chiquillo de diez años que no pudiesen criar a su antojo.
A Chris no le importaba. Pero Allen era tan insportable con el tema que era mejor escucharlo.
A veces piensas que tu situación es la peor. Que todos están teniendo una gran vida y que tú eres el único que la está pasando mal, pero cuando ves lo que pasa a tu alrededor, te das cuenta de que no la pasas tan mal.
Allen trabajaba en algo que odiaba y que le dejaba sin ánimos la mayor parte del tiempo. Chris se entrenaba a sí mismo para ser un buen padre pero empezaba a dudar si empezaría a serlo algún día. Y los dos vivían atormentados por los típicos problemas que un matrimonio pasa y que son completamente normales.
Cuando miras alrededor, te das cuenta de que el de al lado también la pasa mal.
Esa tarde me reuní con mi hijo. Después de un almuerzo que consistía en nosotros comiendo comida chatarra, nos sentamos en una de las aceras fuera del lugar, tratando de comer helado antes de que el sol lo derritiera por completo.
—Papá... ¿Por qué te fuiste?
Uno nunca está listo para decirle a su hijo que la cagó. Menos si tu y ese hijo habían jugado a los héroes y el te veía como una especie de Capitán América que defendía a la nación con valores y patriotismo.
El Capitán América no se había revolcado con un agente de The SHIELD y había engañado a la Viuda Negra. Así que ya estaba muy en claro que yo no era el sujeto de barras y estrellas.
—Papá cometió algunos errores. Y debe pagar por lo que hizo. Eso no significa que él no te ame o ame a tu otro padre, simplemente debe alejarse por un tiempo.
—Mi padre llora mucho desde que te fuiste.
— ¿En serio?
—Sí. Se encierra en su habitación después de llevarme a dormir. Una vez me levanté y estaba llorando mucho... Me asusté, papá. Tú sabes que él no es así.
—Yo también lloro mucho.
Y era verdad. Al principio ni siquiera podía dormir. Pero con el tiempo las ganas de dormir vinieron al igual que las ganas de desaparecer. Lloraba hasta dormirme, lloraba cuando estaba en el trabajo y olía a alguien que usaba la misma colonia de John, lloraba cuando veía televisión y pasaba el canal que Arthur se la pasaba viendo, lloraba porqué estaba en un lugar que no era mi hogar.
—Yo no sé lo que hiciste pero quiero que sepas que yo te amo a pesar de todo. —Murmuró mi hijo, retirando sus ojos de la barquilla de chocolate que empezaba a derretirse.— Y que papá también lo hace.
Yo asentí lentamente, procediendo a terminar mi helado antes de que se derritiera por completo.
No sé cuando fue el día que empecé a despertarme en las mañanas deseando que mi vida fuera diferente. No sé cuando desperté queriendo que mi esposo e hijo desaparecieran para que yo pudiera seguir mis sueños. No sé cuando mis prioridades cambiaron.
Antes, hace tal vez cinco años, John y su felicidad eran mi prioridad. Que Arthur no se sintiera fueda de lugar por tener dos padres era mi prioridad. Que no perdiera mi trabajo para poder pagar las cuentas y darle a mi marido un cuarto de la mitad de la vida que se merecía era mi prioridad.
Pero yo no era el mismo esposo, padre o hombre de hace cinco años y mis prioridades ya no eran las mismas.
Decidí escribir eso en mi libreta de pésares. Escribí el hecho de que mi cambio de prioridades había sido uno de los motivos para que todo terminara en llamas.
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