Epílogo.

Tal vez sentiran lástima por mí. O probablemente, no. Quizá hasta celebraran el hecho de que estaba en ese mugroso hospital donde gran parte de mi cuerpo estaba entumecido.

Pero el punto es que ahí estaba, y lo primero que vi fue a una enfermera, que me sonrió a penas abrí los ojos. Ella me explicó que había sido atropellado, que unas cuantas de mis costillas estaban fracturadas pero que estaría bien.

También dijo que mi familia estaba esperando afuera y que deseaban verme.

Los primeros en entrar fueron Allen y Chris, que no dudaron ni un minuto en abrazarme y disculparse por la brusquedad de aquel movimiento.

Los primeros minutos de su visita consistieron en Allen explicándome de pies a cabeza mi estado físico y Chris regañándome por no mirar a ambos lados antes de cruzar. Entonces, Arthur, con sus cabellos castaños alborotados y mejillas sonrojadas y mojadas, entró a la habitación.

—Hola, papi. —susurró, tan alto como su voz quebrada le permitió— Me alegro que estés bien… Me preocupé mucho por ti.

—Hola, campeón. Papi está bien. —Abrí mis brazos hacia él, sonriéndole con dulzura— Ahora, ven acá y dame un abrazo.

Arthur corrió hacía mí y apretó en un suave abrazo. Rápidamente lo oír llorar contra mi pecho. Simplemente me dispuse a acariciar su espalda de arriba a abajo, murmurándole que todo estaba bien.

Se alejó de mí y me miró con sus ojos llenos de lágrimas.

—Papá también está muy preocupado por ti. —me dijo— Está allá afuera y quiere verte…

Casi pude sentir a Arthur sonreír cuando mis ojos se abrieron como dos platos y miré a la pareja de mi hermano y su esposo. Chris murmuró una afirmación a las palabras de Arthur y antes de que mi mandíbula pudiera caer al suelo de la impresión, la puerta de la habitación se abrió.

Y ahí estaba él. Con su camisa color azul y sus labios temblando de las ganas de llorar. John se mantuvo en frente de mí por unos minutos. Los cuales fueron aprovechados por Chris, Allen y Arthur que abandonaron la habitación con una sonrisa en sus labios.

A penas la puerta se cerró, John separó sus labios y empezó a gritarme.

— ¡¿Tienes una idea de lo increíblemente irresponsable qué fue lo qué hiciste?! ¡¿En qué demonios estabas pensando cuándo cruzaste la calle de esa manera?! Phillip, sé que estamos separados pero aún así me preocupo por ti... Y...

—Te amo.

Dejó de gritarme y me miró por algunos minutos que parecieron horas. Pude ver como su cuerpo se destensó levemente y como sus ojos volvían a brillar por las lágrimas.

—No… No me cambies el tema…

—Sé que lo que hice fue muy irresponsable y que casi muero. Pero cuando corría por la calle simplemente podía pensar en ti y en lo mucho que te amo y en lo mucho que lo siento…

—Phillip...

—Te amo, John. Lo he hecho desde el primer momento que te miré, lo he hecho incluso en los malos días. ¡Joder, lo he hecho incluso cuándo quiero odiarte! Sé que cometí un error y siempre voy a lamentarme por eso. Y también quiero que sepas que estoy dispuesto al 100% para hacer que las cosas cambien…

—Es más fácil decirlo que hacerlo, Phillip.

—Lo sé. —Una sonrisa se extendió por todo lo largo de mi rostro mientras me levantaba de la camilla de hospital. Me quejé por lo bajo pero seguí caminando hacia él— Estoy dispuesto a hacerlo… ¿Y tú?

Su rostro se mantuvo serio por unos momentos mientras yo esperaba una respuesta. Cuando ya empezaba a alterarme por su tardanza, él tomó mi rostro entre sus manos y me besó.

Tan cálidamente como recordaba. Labios suaves y manos gentiles como siempre había sido desde que nos conocimos. Pero esta vez era diferente, esta vez estaba esa chispa que ya ni siquiera me había molestado en sentir cuando nos besábamos.

De nuevo éramos él y yo. En las buenas, las malas y las peores. Dos chicos tontos que se habían conocido en Los Ángeles y se habían enamorado. Dos jóvenes que habían comprado una casa completamente destruída en Chicago para comenzar un hogar. Dos hombres que habían adoptado a un hermoso niño que criaban con amor y con trabajo duro.

Él y yo. En la salud y la enfermedad. Hasta que la muerte nos separe (e inclusive, más allá).

¿Quieren un epílogo lleno de romance y buenas vibras? No lo tendrán. Soy muy malo en esas cosas.

Simplemente les diré que tuve que dejar a John irse. Era su sueño y debía permitírselo. Cuando ya era noviembre, John logró conseguir una casa en Nueva York y empezamos de cero.

La casa de Nueva York era completamente diferente a la de Chicago. Era más moderna, más grande y completamente vacía de malos momentos. Lista para obtener sus primeros recuerdos.

¿Quieren saber que pasó con Chris y Allen? Lograron adoptar a una pequeña bebé de diez meses de nombre Elizabeth. También quiero decirles que Allen renunció a su horrible trabajo y decidió dedicarse a la educación, como siempre había querido. Mientras Chris decidió abrir una pequeña pastelería que es la sensación en Long Island. Sus galletas de canela son lo mejor.

¿Y Rebecca? Pues ella sigue siendo un espíritu libre. Aunque hace un tiempo me comentó sobre este chico, Sami, que al parecer es un dulce y la trata con el mayor de los amores. Y Becky, aunque es alérgica al amor y a los compromisos, empieza a ceder. Con respecto a su trabajo, sus últimas galerías de arte han causado un gran impacto y ha logrado llamar la atención de los críticos.

Con respecto a mi inestable familia, pasamos nuestra primera navidad juntos en Nueva York. Arthur jugó con sus nuevos juguetes hasta quedarse dormido en la sala. John lo tomó entre sus brazos y lo llevo a su cama.

Y después, fue a la sala conmigo. Y vimos Máxima Velocidad por millonésima vez.

Miren, como ya les dije este epílogo no trata de puro amor y buenas vibras, la vida no es así. Y yo no soy el hombre ideal para hablar de esto. Solo les diré una cosa… La vida es dura.

El amor a veces no es suficiente y las cosas se tornan difíciles. Pero eso no significa que no puedan funcionar.

No porqué todo lo que construiste se ha quemado en las llamas significa que no puedes crear algo de las cenizas. Nada será lo mismo, pero todos los comienzo son buenos.

No tengas miedo, no seas cobarde. La vida es una y cometes errores, la cuestión es ¿vas a dejar qué estos errores sean más grandes qué tu deseo de mejorar?

Antes de irme, les mando un beso desde los brazos de mi amado esposo, el cual es lo mejor alguna vez ha podido pasarme.

¡Ah! ¡Casi lo olvido!

¡No se acuesten con los pasantes de su oficina! Es algo raro después de que lo haces y creo que es ilegal.

Atentamente,
PHILLIP JACK BROOKS.

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