Décima cosa: Amor.

—Debes estar bromeando. No puedes firmar esos papeles. Te equivocaste, pero eso no significa que no puedas reivindicarte.

—No, Rebecca. Está hecho.

Miré el imponente rascacielos que estaba en frente de mí y donde Elias estaría esperándome. John se iría hoy, su vuelo salía dentro de dos horas y lo hecho estaba hecho.

Solo quedaba firmar esos papeles, solo quedaba asegurarme de hacer que la relación casi destruida que sostenía con mi hijo pudiera salvarse y que pudiera seguir vivo y con cabello en la cabeza después de todo esto.

Me adentré al edificio y le pregunté a una señora de avanzada edad que respondía teléfonos que no paraban de sonar dónde estaba la oficina de Elias Samson. Aún tenía el celular contra mi oreja y podía oír a Rebecca soltar leves maldiciones mientras pensaba que decirme. Cuando ya estaba en el ascensor, con gente a mi alrededor que me apretaba y que estaba metida de lleno en su mundo, Rebecca chilló.

— ¡No! ¡Eso es basura! ¡Una maldita basura! ¡Esas patrañas de qué "si amas algo, debes dejarlo ir" es una maldita basura de cuentos de niños! ¡Pensé que tú no creeías en cuentos de hadas, Phillip!

—No lo hago, Rebecca. Crecí en El Paso, allí nadie cree en cuentos de hadas. —Suspiré, mirando como los números de pisos iban subiendo mientras el ascensor hacía lo mismo— Pero esa basura es verdad. Cuando amas algo, debes dejarlo ir. Cuando amas algo y te aferras a ese algo como si no hubiera un mañana y lo asfixias a mas no poder, eso no es amor. Eso es la hermana fea del amor… —Las puertas del ascensor se abrieron en mi piso— Y estoy harto de ser la hermana fea del amor.

— ¡Nada de metáforas, Phillip! ¡Tú sabes que esto es una locura! —Me dirigí a la puerta de la oficina de Samson, a punto de tocar la puerta, pero Becky habló— ¿Estás haciendo esto porqué en serio quieres dejar a John irse o porqué quieres castigarte?

—Rebecca...

—No, bastardo. Cierra la boca. Es mi turno de hablar, tú has hablado porquería todo el maldito día. —Le oí suspirar, tratando de calmar su agitada respiración— Tú no amas a John, ¿es eso, Phil?

— ¿Qué?

—Ni siquiera intentaste arreglar las cosas. Solo te resignaste como un maldito tonto, lastimaste y destruiste tu familia y te sentaste a llorar en la esquina de la casa comiendo las galletas de Christopher. Eso no es amor. Cometiste un error, es verdad, pero no hiciste nada para reparar lo que hiciste y eso es inclusive peor que haberle puesto los cuernos a John. —Ella respiró profundamente, mientras yo podía sentir como mis labios se fruncían en una mueca, como normalmente pasaba cuando mi madre me regañaba o Allen me reclamaba algo— ¿Ese es el motivo por el cuál lo dejas irse así, sin arreglas las cosas? Eso no es amor, Phil. Eso es ser un cobarde.

Y entonces, ella me colgó, dejando un ambiente algo tenso y dramático en el lugar. Miré el celular entre mis manos por unos momentos y empecé a oír las voces de las mujeres y hombres alrededor de donde estaban, preguntándose que hacía frente a una puerta sin hacer nada por más de dos minutos.

Amor... ¿o cobardía? ¿En serio ya no amaba a John? ¿En serio ese era todo el desenlance qué obtendría hoy?

Cuando le dije a John que lo amaba por primera vez, llevábamos dos años saliendo y estábamos en una galería de arte a la cual Becky nos habíamos arrastrado.

John estaba viendo fijamente una pintura. Una de un hermoso paisaje primaveral que se destacaba en colores rosas y violetas. Y entonces empezó a hablar de que uno de los cuatro hermanos que tenía era alérgico a las Violetas.

Contó una historia muy divertida sin despegar los ojos de la pintura, yo solo lo miraba a él, sonriendo y recordando su infancia.

Hoyuelos en sus mejillas consecuencia de su sonrisa, brillantes ojos azules y un tono cantarín que me hacía vibrar. Y ahí lo supe. Él seguía hablando cuando le corté abruptamente diciendo que lo amaba.

Me pregunté si ahora era diferente. Si de verdad todo lo que pasaba era consecuencia de que ya no lo amaba. Si todo el desinterés, la falta de comunicación, de apoyo, de empatía, era eso.

Entonces, volví a recordar ese día. Ese día que me abrazó tan fuerte que pensé que me rompería en mil pedazos y sollozó que también me amaba.

Y no. No era eso. Yo amaba a John, lo amo y lo amaré por siempre. A cada paso que dé y a cada decisión que tome. Inclusive cuando lo odio. Estaba siendo un cobarde, que tenía miedo de enfrentar que las cosas ya no serían iguales.

Pero es que las cosas ya no serían como antes. Eso era mentira. Las cosas debían cambiar. Lo único que no podía cambiar era mi familia; tener a Arthur hablando hasta por los codos, a John sonriendo como solo él sabe hacerlo y yo apreciando lo que tengo sin más ganas de perderlo otra vez.

Y antes de que alguien me tocara el hombro y me preguntara si todo estaba en orden, di la carrera de mi vida hacia el ascensor y presioné el botón de planta baja que pensé que se terminaría cayendo.

Y es justamente cuando yo llegó a las afueras del rascacielos, es que finalmente llegamos a la parte que ustedes estaban esperando.

La parte donde, por correr sin mirar a los lados, un auto me atropella.



Sobra agregar que la siguiente parte de esto, es el epílogo ;)

Amor eterno, Evelyn.

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