Capítulo 2: Hijo bastardo
Las ojeras estaban presentes bajo sus ojos cuando Izuku abrió los ojos. Apenas había podido pegar ojo. Miró la ventana para cerciorarse de que aún era de noche, sin embargo, tenía que levantarse. Igual que todas las mañanas a esas horas, tuvo miedo a girarse. Su esposo debería estar todavía durmiendo y temía despertarle.
Con mucho cuidado, salió del futón intentando abrir lo mínimo la colcha. Se calzó y, en ese momento, se giró. Su esposo no estaba en el futón. Por un momento pensó que seguiría trabajando. Él era la mano derecha del líder, así que siempre estaba muy ocupado con trabajos nada éticos. Izuku resopló, pero a la vez, sintió una cierta tranquilidad invadir su interior.
En pijama como estaba, se acercó al aseo antes de nada. Necesitaba orinar y tras hacerlo, metió las manos en la pila bajo el grifo. La gran cicatriz que cruzaba su mano captó su atención durante unos segundos. Dejó que el agua cayese sobre la mano, como si ese simple hecho fuera a borrar toda marca de lo sucedido. Ver esa cicatriz sólo le recordaba lo idiota e inútil que era. Elevó la mirada al espejo y ladeó un poco la cabeza para observar el moratón de su mejilla y la marca de los dedos en su cuello.
Camuflar todo aquello siempre le llevaba más tiempo del que deseaba gastar por las mañanas, pero no tenía otra opción. Instintivamente, observó el futón vacío tras él. No se sentía culpable por desear y alegrarse de que su esposo no estuviera allí durmiendo. Las noches que llegaba borracho a casa eran sin duda malas, pero cuando venía borracho y excitado, eran las peores. ¡Si! Se alegraba de que anoche hubiera tenido que trabajar.
Cerró el grifo y se secó las manos con la toalla antes de dirigirse a la cocina. El reloj marcaba las seis de la mañana, la hora cuando él siempre se despertaba para arreglar la casa y preparar el desayuno y el bento para su esposo. Igual que el resto de días, prepararía todo sin saber si llegaría a casa en algún momento del día para comer.
Mientras el arroz se hacía, Izuku miró la carta sobre la mesa. Su padre había mandado a uno de sus mensajeros para entregársela. Suspiró agotado antes de colocar un par de dedos sobre la carta. Toda su vida luchó por alejarse del estigma de su origen y ahora... estaba atrapado en ella como un pájaro con las alas rotas. Él siempre fue el bastardo, un chico sin importancia, un desecho y pese a que de niño no entendía el motivo por el que su padre le repudiaba y su madre se negaba a darle datos de él, con el tiempo entendió que no era algo en su contra, sino... algo beneficioso. Tenía que alejarse todo lo posible de sus orígenes. Lo que nunca esperó fue que ese estigma acabaría por atraparle hasta ese punto. Ahora no podía huir.
Desde que su hijo mayor y primogénito murió en un tiroteo, él, que sólo había sido el bastardo, pasó a ser su único heredero y al que su padre manipulaba a su antojo. Tenía que ir a esa reunión o sería mucho peor. Lo sabía. Nadie rechazaba una invitación del líder de los Yamaguchi.
***
Sentado en su vehículo apagado frente a la puerta trasera del edificio principal de la familia Yamaguchi, Izuku observaba una última vez en el espejo retrovisor su rostro y cuello en un intento por ver si el maquillaje de su mejilla había ocultado el moratón y el pañuelo de su cuello quedaba bien evitando que se vieran esas marcas de los dedos. No podía hacer mucho más para esconder sus heridas y, pese a que prácticamente todos allí deberían saber cosas, prefería que los rumores siguieran siendo rumores sin poder confirmarlos.
Revisó sus guantes y salió del vehículo. En la puerta trasera, algún miembro del personal de servicio fumaba antes de tener que volver a entrar a seguir con sus faenas. Pese a que todos allí sabían que él era el hijo menor del jefe, siempre usaba la puerta trasera. Izuku no podía recordar ni una sola vez donde le hubieran permitido entrar por la principal. Para su padre, cualquier otro miembro de los Yamaguchi era más familia que él. Sólo era el bastardo y, por tanto, una deshonra, una tara en su linaje, un desliz con una sirvienta que no era digna de su apellido y reputación. Siempre había tratado de mantenerlo lo más en secreto posible.
Caminando una vez más por esos pasillos, había algo inmutable en todas sus visitas desde que era un adolescente: las miradas lascivas que todos los miembros de la familia Yamaguchi posaban sobre él. De adolescente le daban asco, ahora con veintiséis años, aunque seguían dándole asco, era más consciente también de cómo cuchicheaban asquerosidades de él cuando pasaba a su lado. Aun así, Izuku mantenía la cabeza erguida y seguía adelante intentando mostrar un atisbo de dignidad que, en el fondo, sabía que se escapaba a cada mirada que le lanzaban.
Al llegar a la puerta de la sala donde su padre solía reunirse con los altos cargos de sus miembros, Izuku se detuvo. Los dos hombres trajeados le dieron el alto pese a que al menos uno de ellos mostró una sonrisa descarada mientras recorría su cuerpo con la mirada. Sabía que sólo se quedaría ahí, nadie se atrevería a tocarle sabiendo que la mano derecha del líder era su esposo.
— Deja las armas sobre la mesa – dijo el guardia.
— Sabes que nunca vengo armado.
— Eso dices siempre, pero ya sabes que no puedo dejar que entres sin más. Abre las piernas, brazos arriba. Voy a cachearte.
Con un resoplido, Izuku hizo caso. Aquella era una medida obligada que todos debían pasar, pero la realidad era que, por lo general, a él le tocaban más de lo debido. Por suerte, hoy no sería uno de esos días. El guardia del otro lado con mayor rango que el primero dijo con rapidez que él se ocuparía del cacheo. Conocía bien a ese guardia, ya entrado en cierta edad, con una familia estable, siempre había tenido más modales con él de los que tenían los jóvenes. Era respetuoso y no tocó más allá de lo imprescindible para asegurarse de que no llevaba armas. Izuku agradeció que estuviera ese hombre hoy de guardia.
— Puedes pasar – comentó el de seguridad antes de golpear con los nudillos en la puerta para notificar que Izuku iba a acceder al interior.
Cuando la puerta se abrió, Izuku dio unos pasos hacia el interior, sin embargo, se detuvo en cuanto observó que estaban de reunión. Todos los altos miembros de su padre estaban allí, sentados a la mesa hablando de algo que parecía importante.
— Podemos zanjar la reunión por hoy.
Su padre, un hombre alto y robusto, con una voz demasiado grave y masculina, daba por finalizados los asuntos que concernían hoy. Mientras todos se levantaban para irse, Izuku fijó sus ojos en los de una persona que no sabía cuán alto había llegado: Bakugo Katsuki.
Allí estaba con los altos directivos y eso significaba que algo había tenido que hacer para ganarse ese puesto, algo que su padre recompensaba con esa alta estima. Recordó la carta del día anterior, ese chico iniciaría con los tatuajes, era parte de la banda y no como alguien inferior que limpiaba los trapos sucios, no... como alguien importante, alguien que sería escuchado por su padre. Era un alto privilegio.
Todos empezaron a desalojar la sala y cuando Bakugo pasó a su lado, ambos se miraron en silencio. No querían dar a entender que se conocían de fuera, sin embargo, los dos estaban sorprendidos de encontrarse en ese lugar.
— Pasa, Midoriya, siéntate conmigo. Tenemos que hablar de algunas cosas – comentó su padre. Izuku avanzó.
***
La puerta se cerró tras él y entonces, Bakugo miró hacia ella completamente confundido. ¿Podría ser su culpa que le hubieran mandado llamar? ¿Sólo por querer hacerse tatuajes con él? No tenía demasiado sentido, pero no pintaba bien cuando el jefe te llamaba de esas formas.
— ¿Quién es? – preguntó Bakugo a su "hermano mayor" e instructor, disimulando que conocía de antes a Izuku Midoriya.
— Izuku Midoriya – sonrió su instructor –. ¿Nunca has coincidido con él?
— No. ¿Suele venir?
— Es tatuador en un pequeño barrio de la ciudad.
— Creí que el jefe ya tenía su propio tatuador – sonrió Bakugo haciéndose el inocente como si no supiera demasiado de Izuku.
— Y lo tiene. Izuku es su hijo bastardo.
— ¿Su hijo?
Aquello sí sorprendió a Bakugo. Izuku jamás le contó algo semejante en los años que había ido a su tienda a hacerse los piercings. Incluso... teniendo un tatuador tan bueno como era Izuku, no comprendía por qué el jefe tenía otro diferente.
— No me estabas escuchando, Katsu... – sonrió su instructor recargando su peso sobre la espalda del alumno – he dicho que es su bastardo. Sólo eso. Él no es de fiar. No hables demasiado con él.
— Si no es de fiar, ¿por qué le llama para meterle en nuestros asuntos? – preguntó Bakugo con diversión.
— Porque él es parte del negocio familiar, lo único es que es mejor mantenerle al margen. Lo único que le mantiene calladito sin ir a la policía y obedecer es que su padre paga la residencia de su madre y la promesa de dejarles con vida a ambos.
— Está amenazado – susurró Katsuki.
— Es una forma de verlo. Su marido era Kai Chisaki.
Pese a que su instructor sonrió, Bakugo abrió los ojos. Todos los miembros de la familia Yamaguchi sabían lo que había ocurrido, al menos los altos cargos y, de hecho, esa reunión de la que ahora salían había sido precisamente para tratar ese asunto. Su propio ascenso era debido a la vacante que había en estos momentos. La mano derecha del líder había fallecido en el puerto propiedad de la familia Todoroki.
— No sabía que... bueno... sabía que Kai estaba casado, pero no tenía ni idea de que era con ese chico.
— Con el bastardo de la familia Yamaguchi – sonrió el chico hacia su alumno –. El líder bendijo ese matrimonio entre ambos, unía a Kai directamente a la familia principal y por eso era la mano derecha del líder. Sea o no un bastardo, en las venas de Izuku Midoriya corre la sangre azul de los Yamaguchi. Supongo que ahora su papaíto estará contándole que su esposo ha fallecido.
— Supongo que será duro.
— No lo sé.
— Ha perdido a su esposo, no creo que sea un alivio.
— Hay muchos rumores sobre ellos. Que si era un matrimonio concertado, extrañas peleas en su casa... aunque Kai solía fardar mucho con los colegas de esas noches de pasión que tenía con su esposo. ¿Por qué crees que todos aquí andan con la mirada tras el cuerpo de ese chico? Decía que era toda una fiera.
— No me interesa demasiado su vida sexual – se quejó Bakugo al recibir ese nivel de detalles.
— Debería. Todos aquí quieren probar a esa fierecilla y la verdad es que ahora que ya no tiene un esposo... todos querrán intentar tirárselo. Quizá alguno tenga suerte y acabe casándose con él como lo consiguió Kai y perteneciendo a la familia principal. Podrías ser tú, es un ascenso muy rápido sólo por ligarte a un chico, ¿no crees?
— No me interesa subir de esa manera, sino demostrando mi valía.
— Tú mismo, pero aquí todos intentarán subir por ese sistema, puedes estar seguro de ello.
Bakugo miró una última vez hacia la puerta cerrada. Era cierto que más de una vez escuchó a Kai contar estupideces de índole sexual que hacía con su esposo, pero simplemente, pensó que era mentira. Tampoco sabía que se trataba precisamente de Izuku, pero empezaba a entender el motivo por el que todos allí le miraban con lujuria y soltaban esas estupideces. Kai Chisaki no sólo estaba muerto... había dejado la reputación de ese chico por los suelos dentro de todos los miembros de los Yamaguchi. Aquí todos pensaban en follarse a ese chico por los rumores que corrían de él en la cama.
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