Capítulo 1: Bienvenido a la familia

Shizuoka era una ciudad tranquila ubicada en la bahía de Suruga entre Tokio y Nagoya. Siempre fue famosa por su suministro mayoritario de atún y té verde de Japón. Su puerto natural, controlado por una de las familias más importantes de la ciudad, era uno de los territorios más ansiados por las mafias locales.

Un vehículo oscuro conducía por la autovía vacía en dirección al barrio portuario Miho. Tan sólo las luces de las farolas serían testigo de los acontecimientos que tendrían lugar en escasos minutos.

Desde la ventanilla del vehículo, la persona sentada detrás miraba el monte Fuji al fondo. Apenas era una sombra al fondo, pero le relajaba mirarlo. Hoy, era incapaz de controlar sus nervios, le carcomían lentamente pese a que, desde que tenía uso de razón, había estado presente en muchas escaramuzas de la mafia. Sentado atrás, miró hacia el asiento delantero. Su instructor y hermano mayor conducía. Confiaba en él al cien por cien.

Al lado del conductor se encontraba la mano derecha del líder de la familia Yamaguchi. Se le notaba nervioso. Sus piernas no podían estarse quietas. El chico sentado atrás miró a los dos hombres. Eran dos cargos de alto nivel, los más prestigiosos y que gozaban del favor del jefe, sin embargo, hoy todo era un poco diferente.

El silencio en el interior del coche era abrumador. El chico juntó sus manos sintiendo el intenso sudor en las palmas. Hoy todo se decidiría para él. Apoyó las palmas sobre sus piernas y las deslizó sobre la tela del pantalón en un intento por secarlas.

Salieron de la autovía ciento cincuenta en dirección al puerto: el territorio de la familia Todoroki. En apenas diez minutos, llegaban a la zona donde los barcos de mercancías depositaban sus pesados contenedores. Aquel barrio no les pertenecía y, de hecho, ni siquiera deberían estar allí sin autorización.

Todos descendieron del vehículo. ¿Qué hacían allí? Teóricamente, ir a recoger la mercancía ilegal que la familia Yamaguchi iba a meter de contrabando en el país. Todos descendieron del vehículo y rezaron para que nadie de la familia Todoroki estuviera custodiando esa zona del puerto.

— ¿Y bien? ¿Dónde está esa maldita mercancía? Hay que largarnos de aquí antes de que la familia Todoroki se entere de que estamos utilizando su puerto sin permiso.

La voz risueña e impaciente pertenecía a la mano derecha del jefe: Kai Chisaki. Llevaba más de quince años en ese puesto y siempre había gozado del privilegio del jefe del clan Yamaguchi.

— ¿Habéis oído eso? No me gusta este sitio – continuó Kai acercándose hacia el borde para mirar el horizonte. El barco que le habían dicho que debía esperar ya debía estar allí, pero no estaba. No pintaba bien y entonces, se giró hacia sus compañeros.

Kai abrió los ojos al ver a un hombre que aparecía tras su compañero. Le apuntaba con un arma. No hubo tiempo para nada. Kai abrió los labios en un intento por decirles a sus compañeros que se cubrieran, pero el ruido del arma silenció absolutamente todo sonido exterior. La bala atravesó su frente y el cuerpo de Kai cayó al agua.

En un abrir y cerrar de ojos, todos los miembros del clan Yamaguchi echaron a correr hacia el vehículo y el conductor, acelerando en marcha atrás, dio la vuelta al vehículo y salieron del recinto. ¡Mala idea negociar en territorio de los Todoroki! Todas las familias sabían que poner en contra a esa familia era una auténtica locura, pero esa noche, presagiaba la guerra entre las dos familias más importantes de la ciudad. La muerte de la mano derecha del clan Yamaguchi no quedaría sin castigo.

***

Dos hombres de elegantes trajes negros custodiaban el lugar. Bakugo entró y se detuvo en la sala principal. El silencio que allí reinaba casi incitaba a la meditación. Miró los cuadros de la pared. No era la primera vez que iba allí para hacerse piercings, le gustaba esa tienda o, más concretamente, le agradaban las manos del chico. De todos los lugares que visitó de joven, ése era, sin duda, el que menos daño le había hecho, el más amable y profesional. Su tienda solía estar muy solicitada.

En la sala de espera, sólo los dos hombres de negro esperaban a que el tatuador acabase su trabajo. Era un chico joven, pero, pese a su edad, Bakugo sabía que era de plena confianza para los miembros de la Yakuza. Él llevaba unos años asistiendo a su tienda y para ser sincero consigo mismo, tampoco le disgustaba la visión. Ese chico le excitaba. ¡Lástima que ya estaba casado!

Bakugo tocó los piercings de sus orejas de forma instintiva. Aquel sería seguramente su último piercing. Ahora que gozaba finalmente de prestigio ante su jefe, podría empezar a hacerse los tatuajes. Bakugo echó un vistazo hacia el interior donde Izuku Midoriya trabajaba en completo silencio. Nada ni nadie podría sacarle de su concentración. Dentro, un chico joven con un color de cabello inusual se estaba tatuando algo en la espalda.

Los ruidos de los guardaespaldas del hombre era lo único que podía escucharse en el ambiente. Por cómo vigilaban los de fuera, Bakugo sabía que el que estaba tatuándose debía ser su jefe o alguien importante, quizá el hijo del jefe. Deku era, sin duda alguna, el tatuador favorito de muchas familias mafiosas de la zona.

— ¿Quieres un cigarrillo? – preguntó uno de los hombres hacia Bakugo.

— Claro – sonrió Bakugo. Él no acostumbraba a fumar, pero tampoco negaba la invitación de los miembros de la mafia. Daba igual a qué familia pertenecieran, él acababa de entrar en una de las familias y, por tanto, habría sido una gran ofensa negarse a ello –. Saldré fuera a fumar.

El zumbido de la aguja se detuvo abruptamente y la risa de Izuku rompió el silencio como si acabase de salir de su sueño más lúcido.

— Relájate, quédate y fuma – susurró Izuku como si el tabaco no importunase su trabajo. Al instante siguiente, la aguja volvió a vibrar y su concentración regresó para terminar el tatuaje.

Bakugo observó al tatuador un segundo y sonrió. Sostenía la aguja entre sus guantes negros y miraba a través de las gafas, pero no fue eso donde su mirada se quedó, sino en el trozo de piel que podía ver entre sus guantes y la tela de su camisa remangada casi hasta el codo. Tenía un tatuaje en negro y rojo: un pez Koi. Su otro brazo tenía otro tatuaje, pero no podía ver exactamente qué era.

Durante diez minutos más, fumó en silencio junto a los otros hombres trajeados hasta que Izuku terminó con el tatuaje. Esperó pacientemente a que el chico se vistiera y cuando pasó a su lado, Bakugo le observó tranquilamente.

— Dame un momento. Recogeré las cosas y podrá pasar –. Izuku se dirigió directamente hacia Bakugo.

— No hay prisa – susurró Bakugo esperando a que el resto se marchasen.

Con una profunda reverencia, el chico de extraño cabello agradeció el trabajo y tiempo dedicado. Izuku le imitó a modo de despedida.

— Nos vemos la semana que viene, Midoriya.

— Descansa y cuidado estos días. Aplícate la pomada y deja que respire todo lo que puedas. En la próxima sesión, acabaremos lo que falta del tatuaje, Todoroki.

La puerta se cerró y finalmente, la tienda quedó completamente vacía. La realidad era que Bakugo prefería siempre ser el último cliente del día.

— Bakugo Katsuki – sonrió Izuku – hacía ya un tiempo que no te veía. ¿Vienes a que te haga otro piercing?

— Sí – sonrió.

— ¿Aún te queda hueco para otro? – preguntó Izuku con una inocente sonrisa. Bakugo entendió que bromeaba con él.

— ¡Muérete, Midoriya!

Por la sonrisa que Bakugo dejó ver, Izuku supo que bromeaba también. Bakugo sólo era un adolescente de veinte años y se había criado en los barrios pobres, su vocabulario no era precisamente cortés, sino más burdo de lo habitual, pero no era algo que a Izuku le molestase. Mucha gente de diferentes familias de la Yakuza iba a su tienda y había visto todo tipo de personas. Shoto Todoroki, el cliente que acababa de marcharse, era educado y venía de una importante familia. Bakugo no había tenido esa suerte, pero no por ello les trataba de forma diferente. De hecho, la realidad era que solía divertirse con las bromas de Bakugo cuando venía.

— Toma asiento, por favor.

Bakugo observó la camilla y se sentó en el centro de la silla pese a dejar su trasero casi al borde, permitiendo que sus piernas colgasen hacia la silla donde se sentaría Izuku. Éste buscaba sus gafas y tras ponérselas sobre las pecas del puente de la nariz, se giró hacia él al mismo tiempo que se sentaba.

— Tú dirás – sonrió Izuku.

Bakugo sacó su lengua hacia delante y enarcó las cejas juguetonamente. No hicieron falta las palabras entre ambos. Izuku sonrió. Ese chico siempre tenía ese tono jocoso que, en parte, le atraía sin explicación alguna. Era seis años más pequeño que él y, sin embargo, su actitud y la forma en que solía comportarse hacían latir con mayor intensidad su corazón. Era diferente a los demás clientes, era extrañamente divertido.

— ¿Es que has perdido una apuesta o algo? – bromeó Izuku antes de ejercer fuerza en la silla para mover las ruedas hacia la mesa de al lado y buscar el instrumental necesario.

— De eso nada – sonrió Bakugo –. He escuchado que a muchos les excita besar a alguien con un piercing en la lengua.

— Eso dicen algunos – sonrió Izuku.

— ¿Dicen? Intuyo que no lo has probado – bromeó.

— No, la verdad es que no.

— Sabes que yo te dejaría probarlo.

— ¡Oh! Muchas gracias, ¡qué considerado! Pero ya sabes que estoy casado – continuó la broma Izuku antes de chafarle sus ilusiones con su matrimonio.

— ¡Y es una lástima! – sonrió Bakugo quitándose la chaqueta de cuero para estar más cómodo.

— Además, debes tener cuidado con ese piercing. Yo he escuchado que son un poco incómodos y, sobre todo, cuidado con las bacterias que pueden quedarse en él.

— Lo tendré en cuenta, aunque la verdad es que lo deseaba por su estética. Aunque ya sabes... si quieres probar cómo es un beso con él... – Izuku sonrió ante la insistencia de Bakugo, sin embargo, ambos abandonaron rápido la broma –. Te prometo que si me molesta mucho o me da problemas en el futuro, me lo quitaré.

Volviendo a mover la silla, se acercó de nuevo al cliente y se recolocó mejor las gafas poniendo su dedo pequeño sobre el puente y tirándolas hacia atrás. Bakugo se fijó en los guantes negros con los que el chico siempre trabajaba y posteriormente, bajó la mirada a los tatuajes de sus antebrazos. Sólo allí podía verlos, porque estaba convencido de que, al igual que todos los demás, Izuku los mantendría escondidos cuando saliera a la calle.

— No voy a mentirte, Bakugo, éste va a dolerte, aunque más que dolerte, te causará una gran impresión, o eso han dicho los clientes a los que se lo hice, pero te garantizo que vas a pasar una semana dura por lo menos.

— Lo soportaré. Confío en tus manos.

— ¡Qué halago! Vamos allá.

— Antes de nada, me gustaría darte esto – susurró Bakugo sacando del bolsillo de la chaqueta la carta – para cuando acabes.

— De acuerdo. – Agarró Izuku el sobre y lo dejó sobre la mesa para comprobar de qué se trataba después de terminar la faena – le echaré un vistazo en cuanto acabe. ¿Estás listo?

Bakugo sacó la lengua de nuevo hacia él. Izuku se puso manos a la obra. Colocó la pinza para sostener la lengua y tomó la aguja de diez centímetros. Lo que Bakugo sintió en ese instante, no fueron nervios por la perforación, sino más bien, un escalofrío placentero al sentir el tacto de los guantes de Izuku en su piel. Apoyaba los dedos en su barbilla para indicarle la mejor posición en la que él trabajaría. Miró sus ojos a través de las gafas: eran verdes y atrayentes. Pocos japoneses tenían ese color de ojos tan atractivo.

— Allá vamos – avisó Izuku.

¡Dos segundos y una sensación fría! Eso fue lo que sintió Bakugo además de un dolor punzante que duró unos segundos.

— Voy a ponerte la barra extensora. Es un pendiente algo más grande y ya podrás irte.

Izuku terminó la faena y lanzó el instrumental para su desinfección a una pila a su lado. Quitándose los guantes, buscó otros en el cajón y se los puso para agarrar la carta que Bakugo le había traído.

Su rostro cambió radicalmente de uno bromista como el que había tenido hasta el momento, a otro de mezcla de melancolía y seriedad. Miró a Bakugo tras leer la carta.

— Vaya, así que... una recomendación de los Yamaguchi. No sabía que estabas en la banda.

— Llevo cinco años trabajando para ellos. Pequeñas cosas, pero... voy a ser ascendido. Se rumorea que ha quedado un hueco libre – sonrió Bakugo aunque Izuku pareció sorprendido. Quizá los rumores de los nuevos movimientos no habían llegado todavía a sus oídos, lo cual era raro, Bakugo había visto salir a Todoroki de su tienda. Quizá no le había contado nada de los últimos sucesos –. Me han dicho que hable con mi tatuador de confianza. Quería preguntarte a ti, porque... sé que el tatuador decide si seré o no merecedor de uno.

Izuku mantenía los ojos fijos en esa carta. No parecía gustarle la idea. Suponía que Bakugo llevaba tiempo metido en bandas, pero no esperaba que fuera de los Yamaguchi precisamente. Conocía a casi todos los miembros de bandas de varios territorios. Muchos iban a su tienda a tatuarse.

— No voy a mentirte. No sé lo que has hecho durante estos cinco años para entrar a ese círculo, pero recibir una carta de un miembro tan cercano al líder te hace merecedor de iniciar los tatuajes a mis ojos, pero... los Yamaguchi no suelen venir a pedirme sus tatuajes, de hecho... no he tenido a ningún miembro de esa familia. Quizá debas preguntar al tatuador favorito de la familia. Podrían ofenderse si descubren que vienes a mí – le tendió la carta Izuku de vuelta, pero Bakugo no la agarró.

— No quiero el suyo, quiero que seas tu mi tatuador – habló Bakugo como pudo. Sentía su lengua rara con el extensor puesto –. Esa carta dice: mi tatuador de confianza y ése eres tú, le ofenda a quien le ofenda.

Izuku resopló. La familia Yamaguchi era una de las más importantes junto a los Todoroki, era un honor ser el tatuador de alguien de su banda, pero... también le daba un poco de miedo las consecuencias. Su jefe ya tenía un tatuador de confianza y no era él. Movió la carta en sus dedos al ver que Bakugo no iba a retractarse.

— De acuerdo. ¿Qué te parece si te hago un hueco para la semana que viene? Ve pensando qué tatuaje querrás.

— Me parece bien la semana que viene. Además, podrás revisarme que todo esté bien con el piercing.

— Claro. Déjame que busque un día para ti.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top