006. nobility

chapter six
006. nobility

▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃

ODETTE SE ENCONTRÓ de nuevo junto a su ventana favorita desde todas las ventanas del castillo. Miró por el cristal polarizado y observó la puesta de sol arrojar un brillo sobre la arena en la distancia. Después de los locos acontecimientos en la cámara del consejo, el último día del torneo se había retrasado hasta mañana, donde Arthur no tendría más opción que luchar contra Valiant y enfrentarse a las serpientes que ella sabía que él usaría para intentar matarlo. Lo habían intentado y habían perdido...

No sabía lo que estaba buscando, pero era algo. Observó cómo la arena brillaba, tal vez buscando un soplo de esperanza; siempre había alguna manera de ver el amanecer.

Su madre encontraría algo a qué aferrarse; algo para atravesar las nubes de tormenta e iluminar la oscuridad cuando todo lo demás parecía perdido. Odette deseaba poder ser muy positiva en estos momentos. Después de todo lo que había pasado, sabía más que nadie que los milagros existían, pero a veces, antes del amanecer, era difícil ver esa posibilidad.

(La verdad era que, a veces, ni siquiera Odette podía encontrarlo. Ni siquiera era mi verdadera madre, había pensado amargamente para sus adentros. Mis verdaderos padres me abandonaron para perecer... ¿dónde habría un amanecer que contemplar desde ese oscuro valle?)

La sombra detrás de ella llamó su atención y Odette miró por encima del hombro, sorprendida al ver a Ronyn acercarse con un aire vacilante. Él la miró, como si esperara que ella se alejara. Se preguntó si debería hacerlo.

Pero se quedó.

Solo en el pasillo, el joven lord se acercó a su amiga de la infancia y le susurró:

—Tenía la sensación de que te encontraría aquí.

Juntos, miraron hacia afuera, más allá de los muros de la ciudadela y hacia los ondulados pastos dorados más allá de los bosques. Hubo silencio entre ellos; ninguno podía encontrar qué decir, pero sabían que ambos pensaban lo mismo. Lo que fuera que les deparara el mañana, era algo grave en lo que pensar.

Finalmente, Odette murmuró:

—¿Cómo está?

Lord Ronyn no necesitó preguntar a quién se refería.

—Humillado —respondió, respirando profundamente mientras se sentaba a su lado. Juntó las manos detrás de la espalda—. Valiant lo llamó cobarde frente a toda la corte real y ellos le creyeron.

—Valiant es el cobarde —dijo la criada con amargura, su suave mirada se convirtió en un ceño fruncido.

—Tal vez sea así, pero para los demás, es la imagen de la nobleza.

—Está usando la magia —enfatizó Odette, encontrando la mirada de Ronyn con severidad—. Lo he visto. Vi cómo esas serpientes cobraron vida.

—Te creo —dijo, y la respiración de ella se entrecortó, desconcertada por ello. Ronyn puso los ojos en blanco—. Cielos, Odette, ¿tan poca estimas tenías de mí?

—No —dijo al instante, avergonzada. Sacudió la cabeza hacia él—. ¡No, no, por supuesto que no! Yo sólo...

—¿Qué?

Odette frunció los labios. Volvió a apartar la mirada, repentinamente muy avergonzada.

—Yo creía que tú tenías poca estima de mí.

El silencio volvió a reinar entre ellos. Odette escuchó a Ronyn respirar profundamente por la nariz, suspirando lenta y tristemente, como si estuviera exhausto. Parecía estarlo siempre estos últimos dos años.

Ella bajó la cabeza y jugueteó con los dedos.

—Oí que Arthur despidió a Merlín.

—Odette...

—Se ha equivocado.

—Está avergonzado —decidió Lord Ronyn cruzándose de brazos, apoyándose en los cimientos de piedra de la ventana—. Me temo que Merlín te ha llegado la peor parte —al notar la mirada que ella le envió, se encogió de hombros—. No puedo hablarle así. Sabes que no renunciará al combate, y no se le podrá convencer de aceptar de nuevo a Merlín.

Odette se estresó.

—Ronyn —su voz se entrecortó, aterrorizada por la mañana que estaba por llegar—. Valiant intentará matarlo. Tienes que persuadirlo para que lo reconsidere.

—¿Por qué tengo que decirle yo lo que piensas?

—Porque te hará caso —le dijo con dureza—. A mí no me escucha. Sólo soy una sirviente; mi palabra no cuenta para nada.

Ronyn se apartó del ladrillo. Se giró para mirarla y Odette lo observó, sintiendo que su propia mirada se volvía bastante aguda para igualar la suya. El joven lord miró a su alrededor ante el eco de pasos que se acercaban: su tiempo había llegado a su fin.

Apretó la mandíbula y Odette deseó no sentirse tan triste al verlo alejarla de nuevo ante la sola idea de que lo vieran con alguien como ella, sin importar su historia.

Fue a dejarla allí, pero antes de hacerlo, Lord Ronyn Vecentia dijo:

—Nunca tuviste miedo de decirle a Arthur lo que pensabas... O a cualquier otra persona. ¿Dónde se fue ese coraje, Odette?

Sus palabras la impactaron. Lo vio pasar sin mediar más, marchando por los pasillos del castillo como si él nunca hubiera hablado con ella en primer lugar, dejándola en el olvido otra vez. Pero lo que él le dijo permaneció rígido en su mente, recordándole días de hace mucho tiempo. Se hinchó de ira; ¿quién era él para decirle que había perdido su coraje? ¿Aquel que podía decir lo que quería y ser escuchado, que no temía hablar fuera de permiso y recibir castigo? Pero lo hizo y, por alguna extraña razón, Odette escuchó.

Frunció el ceño para sí misma, le vinieron a la mente pensamientos que tenía miedo de poner en marcha. Pero cuando su mirada volvió a la ventana, poniéndose con el sol en los terrenos de la arena, supo que los seguiría de todos modos. Cruzaría un puente que no había cruzado en algunos años y no sabía qué podría enfrentar al otro lado, pero en el mal destino del mañana, Odette tenía que rezar, esperar, un milagro.

Tenía que ser positiva ante esta miseria.

(Siempre habrá una manera de ver el amanecer.)

Con estos pensamientos surgiendo dentro de ella con una nueva determinación, Odette marchó en dirección opuesta de regreso a los aposentos de Morgana para prepararla para la cena de la noche. Todavía no habían perdido; siempre había esperanza. Siempre.

Mientras tanto, a través del cristal de las ventanas y en las sombras de la ciudadela, Merlín estaba sentado en su derrota, al pie de los escalones del patio. Abrazaba sus rodillas contra su pecho, tratando con todas sus fuerzas de no dejar que las lágrimas brotaran de sus ojos al recordar lo enojado que había estado Arthur. Había intentado hacer lo correcto con su destino; para tratar de protegerlo, y eso fue lo que recibió.

El Gran Dragón le dijo que esto era sólo el comienzo, pero Merlín enfrentó la mañana muy rápido y no sabía lo que debía hacer. Arthur podría morir al día siguiente y Merlín habría fallado a su destino incluso antes de que tuviera la oportunidad de comenzar apenas a entenderlo.

Durante unos días, empezó a ver lo que se suponía que debía hacer, pero una vez más, Merlín se sentía perdido y solo. No sabía qué debía hacer; lo que todo significaba. Si se suponía que iba a convertir a Arthur en el rey que el Dragón decía que sería, ¿cómo pudo haber sido dejado de lado tan fácilmente, tan fácilmente olvidado? ¿Tan fácilmente derrotado?

Un par de pasos se acercaron hacia él. Apenas levantó la vista y reconoció las faldas de un vestido que ella misma había cosido.

Guinevere frunció los labios y dijo suavemente:

—Hola, Merlín... —supuso que ella había oído todo lo que le había sucedido después del desastre en la sala del consejo. Merlín se desplomó, con la mirada fija en el frente—. ¿Está bien? —la hija del herrero se mordió el labio inferior, sin saber muy bien qué decir. Al final, se recogió la falda y se sentó a su lado en las escaleras. Merlín podía sentir que ella lo miraba fijamente, como si estuviera tratando de resolver un acertijo imposible.Finalmente, rompió el silencio para decir—: ¿Es verdad lo que dijiste acerca del Caballero Valiant?

Él asintió.

Gwen suspiró, ni siquiera horrorizada ni ansiosa, sino como si supiera la respuesta incluso antes de que él la hubiera dado. Asintió para sí misma y luego le preguntó:

—¿Qué vas a hacer?

Merlín encontró por fin su mirada. Estaba molesto, no con ella, sino con todos; con el Destino en sí. ¿Qué vio en él? ¿Un chico larguirucho e idiota al que otorgar un poder que nadie más parecía contemplar? Para darle una responsabilidad que nunca podría asumir, que ya falló en apenas unos días. Él se burló, sacudiendo la cabeza.

—¿Por qué todo el mundo piensa que soy yo quien debe hacer algo?

Guinevere le frunció el ceño, sorprendida.

—Porque es así —respondió al instante. Luego, retrocedió, un poco sorprendida por lo segura que había sonado. Acercó las rodillas a su pecho de manera muy parecida a las de él, envolviéndolas con sus brazos—. ¿Verdad? —añadió, menos segura que antes—. Demuéstrales que tienes razón y que ellos se equivocan.

—¿Y cómo lo hago? —él sonrió amargamente, arqueando una ceja.

Ella abrió la boca, como para responder, pero se detuvo. Gwen se sonrojó y se miró las manos.

—No lo sé.

Él asintió, esperando. Merlín suspiró, hundiéndose aún más. Apoyó la barbilla sobre las rodillas y miró con tristeza el patio. Todas y cada una de las personas que caminaban entre los guardias, las mamposterías y las estatuas ignoraban por completo lo que podría suceder mañana. Merlín deseaba estar todavía entre ellos.

Su mirada vagó alrededor, siguiendo la línea de la luz del sol que brillaba a un lado de su cara, ocultándose tras las torretas y los muros del castillo. Seguía fluyendo en barras luminosas, como senderos; caminos dorados que conducían a aquí y allá, y a ninguna parte. Sus ojos recorrieron la longitud de uno de ellos, posándose en una estatua que custodiaba la entrada hacia el cuartel de guardia: un perro de caza que sostenía el escudo de Camelot entre sus grandes patas.

El corazón de Merlín dio un vuelco. Su respiración se entrecortó. Sus ojos se abrieron como platos.

Una horrible, estúpida, loca (¡y brillante!) idea le vino de repente a la mente.

—Eso es —respiró.

Gwen le frunció el ceño, un poco sorprendida por su repentina revelación. Se inclinó hacia adelante para seguir su línea de visión, sólo para sentirse más confundida.

—¿Qué pasa? —Merlín no respondió. Se puso de pie de un salto, saltando por el costado de la escalera hacia el perro de piedra. Gwen también estaba de pie, mirándolo correr con un grito de incredulidad—: ¿A dónde vas?

Se detuvo junto al perro y rodeó con sus brazos la base de la estatua. Merlín gruñó, tratando de alejarlo del muro, pero apenas logró tirar ni siquiera un centímetro. Gwen lo encontró lentamente, mirándolo luchar, bastante dudosa. Ante su pregunta silenciosa, él levantó la vista. Merlín dejó escapar una risita tímida.

—¿Tienes una carretilla?

Guinevere parecía muy preocupada, pero no dijo que no.

▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃

LLEGÓ LA MAÑANA. Como una suave caricia, el cálido beso del sol rozó las mejillas de una joven sirvienta en la cama en la que dormía arropada bajo finas mantas, con la cabeza apoyada en la dura almohada que le dieron en la antecámara de Lady Morgana. Hermosa, en un momento de paz a pesar del gran temor que traería el día; mejillas gentiles y suaves, labios fruncidos y rosados, cabello tan hermoso como el amanecer, rubio, puro, cayendo sobre su figura dormida en dos trenzas sueltas.

Odette, la saludó la mañana, como la voz de una madre tratando de despertar a su hija para pasar el día. La calentaba en la cámara helada, rompiendo el rígido agarre que sus dedos sostenían agarrando su manta, la única vista que mostraba cuán ansiosa estaba realmente.

Esto la despertó, cuidadosa y comprensiva de los horrores con los que dormía. Los párpados se agitaron y sus hermosos ojos se abrieron temprano, contemplando la luz solar que brillaba solo para ella a través de la estrecha ventana. Odette respiró hondo por la nariz y, a pesar de todo, logró esbozar una sonrisa amable que dio la bienvenida a una vieja amiga.

Hasta que recordó lo que le depararía el día y su sonrisa vaciló.

Odette se preparó para el día con graves pensamientos. Apartándose el pelo de la cara, salió de la antecámara y encontró a Morgana ya despierta. Estaba confundida sobre por qué no la había despertado para ayudarla a prepararse para el desayuno y el torneo, pero tan pronto como vio a su ama parada junto a su ventana, supo por qué.

Morgana se agarró con fuerza al marco abierto de la ventana, pálida en camisón mientras contemplaba la arena. Odette se acercó a ella, se arregló los extremos de las mangas del vestido y se detuvo justo detrás de su hombro.

—¿Mi lady? —le preguntó suavemente.

Sin mirarla, Morgana dijo:

—¿De verdad crees que Valiant usará la magia para hacerle daño a Arthur en la final de hoy?

Odette pudo ver pasar su figura y bajar hacia la arena donde una figura estaba en el campo, sola bajo el resplandor del sol. Su lengua se secó al ver a Arthur parado allí, solo y solemne, como si estuviera aceptando su destino sin siquiera intentarlo.

Como si estuviera parado justo detrás de ella, las palabras de Lord Ronyn se repitieron en su mente. Odette tragó, repentinamente muy sedienta. No quería ver morir a Arthur. No podía soportar ver al chico, por muy molesto y horrible que fuera, que conocía morir, olvidado en el viento... tal como ella.

—Sí —se encontró diciendo Odette. Los labios de Morgana temblaron ante sus palabras, mucho más preocupada de lo que jamás podría expresar con palabras—. Pero... Arthur siempre gana, ¿no? —el aliento de esperanza se escapó de sus labios con facilidad, e incluso ella comenzó a creerlo cuando el resplandor del amanecer comenzó a llegar a la ciudadela.

Las cejas de Lady Morgana se fruncieron ante esto. Consideró las palabras de Odette. Ella tarareó, pensativa.

—Sí —murmuró, observando a Arthur abandonar la arena y regresar al castillo—. Supongo que sí...

La mirada de Odette siguió atentamente a Arthur hasta que ya no pudo más. Las palabras de Ronyn llegaron de nuevo: Nunca tuviste miedo de decirle a Arthur lo que pensabas. Pero de eso hacía ya una eternidad, ¿acaso la escucharía ahora? ¿Le importaba siquiera recordar su nombre? Recordar a la chica que le hacía tropezar por las escaleras, le perseguía por los pasillos, le ganaba a las cartas y le obligaba a jugar a disfrazarse con ella. ¿Se había vuelto invisible para él como lo era para todos los demás?

¿Odette tenía miedo de afrontar esa verdad?

Tenía esperanzas y era positiva en muchas cosas, pero en cuanto a él, sabía que no debía dejarse vulnerable a ese tipo de dolor.

Pero incluso si no quería admitirlo, sabía que nunca se perdonaría a sí misma si no iba y le decía algo al Príncipe. Cuando vio la canasta junto a la cama de Morgana, lista para ser llenada con sus sábanas sucias, Odette aprovechó la oportunidad. Cuando llegó Guinevere, se dirigió hacia la cama.

—Debería sacarlas para lavarlas —dijo Odette tímidamente.

Morgana miró hacia atrás desde la ventana, todavía mirando hacia afuera con la respiración entrecortada; parecía como si hubiera visto un fantasma, como si la muerte de Arthur ya hubiera atormentado su mente y supiera exactamente cómo se desarrollaría. En su ansiedad, apenas podía asentir. Pero Odette la conocía lo suficiente como para comprenderla.

Odette recogió las sábanas sucias y las metió en la cesta. Se dijeron pocas palabras; los nervios de la próxima final pesaban sobre todas sus cabezas. Las habituales mañanas animadas entre las tres chicas eran solemnes. Guinevere vio a Odette pasar junto a ella hacia las puertas y dejar el desayuno de Morgana, la miró a los ojos y supo exactamente hacia dónde se dirigía.

Conocía cada pasadizo del castillo. Odette conocía los rincones más oscuros, los pasillos más luminosos; conocía cada alcoba y cada puerta, sabía dónde estaba cada tapiz y adónde la llevaba cada escalera. Odette pasó por estos pasillos durante años y años y años, siempre persiguiendo algo. Ya fuera a su madre, a Arthur y Ronyn, a Morgana o a alguna otra sirvienta a la que esperaba temporalmente. O incluso persiguiendo la luz del sol antes de que finalmente abandonara las grietas y hendiduras, queriendo verla una última vez antes de tener que despedirse de ella por la noche.

Pero el pasaje a los aposentos del Príncipe no era algo que hubiera recorrido en mucho tiempo. Unos cuantos años parecieron siglos, y la sensación que sentía en el estómago era inquietante, como si fuera una extraña que pisara terrenos desconocidos, traspasando un pasado en el que no había sabido volver a profundizar hasta ahora.

No le correspondía emprender este camino; ningún derecho, ninguna posición... no era su criada, no era una amiga, ni de la familia, ni una invitada noble. Era un fantasma del pasado, una doncella, una huérfana que no tenía ningún poder para encontrarse merecedora de hablar con un muchacho a punto de alcanzar la mayoría de edad; el heredero de uno de los tronos más poderosos de los Cinco Reinos.

Y sin embargo, con la amenaza de Valiant cerca, nada de eso parecía importar.

Odette recorrió los peldaños del pasillo de los criados, ascendiendo desde los fríos rincones hacia la entrada de los aposentos privados del Príncipe. Recordó estos pasos con una oleada de nostalgia (días de estar agachados, tan silenciosos como podían, hombro con hombro, escuchando a Gaius al otro lado de esa puerta, expresándole al Rey que creía que Arthur estaba fuera entrenando con Ronyn, cuando en realidad, los dos muchachitos le estaban haciendo compañía a su amiga de baja cuna, protegiéndola de la ira que ambos sabían que Uther Pendragon desataría si alguna vez llegaba a enterarse de la gran influencia que Odette llegó a tener sobre los dos. En especial sobre Arthur.)

Se detuvo junto al pomo de latón. Odette vaciló, las sábanas de Morgana descansaban contra su cadera. Miró sus faldas polvorientas, sus uñas astilladas y sus dedos callosos. ¿Quién era él para recordar a alguien tan olvidable como ella?

Aun así, Odette respiró larga y profundamente a pesar de los nervios y llamó a la puerta. Ligero, suave, específico de una manera que si lo recordara, lo entendería. Y mientras esperaba podía sentir el corazón latiendo a través de sus costillas, aterrorizada pero anticipando la esperanza de su respuesta.

Intentó oír si había voces al otro lado, pero no pudo. Se hizo un silencio, un silencio ansioso y apremiante.

(Tal vez porque, cuando escuchó el golpe, Arthur Pendragon se había quedado tan sin aliento como ella.)

Y entonces lo escuchó. Distante, pero lo suficientemente fuerte como para que resonara a través de la madera de la puerta y llegara a sus oídos, inconfundible, y aun así no quería decepcionarse al pensar que no lo había imaginado:

—Adelante.

Con cuidado, Odette abrió la puerta. Crujió mientras se iba abriendo poco a poco, y ella miró con delicadeza el interior, sin estar muy segura de lo que encontraría. Se sorprendió al ver unos ojos azules que le devolvían la mirada, bajo el brillo del polvo de la ventana de su habitación.

Parecía más mayor, de pie allí con su cota de malla y su túnica escarlata, como los hilos tejidos de oro del dragón estampado en su pecho. Arthur parecía soportar el peso de mil hombres, incluso sin una corona en la cabeza. Él soportaba más que eso: soportaba la carga del deber.

—Odette —saludó, rígido e inseguro. Arthur quedó confundido al verla y, sin embargo, extrañamente aliviado, de que tan pronto como vio su rostro vislumbrar detrás de esa puerta, parte de ese peso pareció haberse levantado.

Tímida, entró en su alcoba, haciendo una reverencia e inclinando la cabeza.

—Mi Lord.

Él siguió contemplándola mientras ella se incorporaba lentamente, con la cesta de sábanas en los brazos. Eran tan diferentes; ella con sus faldas sencillas y él con su cota de malla y su armadura, y sin embargo la familiaridad entre ellos era exactamente la misma; la incertidumbre.

Entonces, Arthur apartó la mirada. Apretó la mandíbula y volvió a fruncir el ceño a través de la ventana.

—Supongo que vienes en nombre de Morgana a rogarme que no pelee —intentó mostrarse petulante, pero ella pudo verlo en su rostro; era forzado—. Dime, ¿está preocupada por mi bienestar? Calma sus preocupaciones y dile que todo irá bien, no quiero que sus lloriqueos y su palidez estropeen mi pericia.

Odette no sabía lo que esperaba. Torció los labios y bajó la mirada hacia las sábanas de la cesta. Cuando no dijo nada, Arthur le devolvió la mirada y él también vaciló. No la había tenido tan cerca desde que eran jóvenes. Claro que siempre la había visto: al lado de Morgana, llenándole la copa cuando trabajaba en las cenas de su padre y de su señora, pasando por el patio o ocupándose de sus asuntos en los pasillos del castillo. La había visto, sufriendo sola tras la muerte de su madre y, sin duda, la veía ahora.

Había pasado de ser la niña con dos trenzas y un puño duro para una niña desnutrida, a una niña a punto de convertirse en una mujer joven, pero seguía siendo la misma. Aún con la misma mirada que contenía tanta inteligencia; algo que era cautivador de una manera que Arthur nunca podría describir.

Quería decirle que se alegraba de que hubiera decidido venir aquí antes del combate. Quería decirle que estaba agradecido. Quería decirle que todavía extrañaba su amistad incluso ahora.

Pero Arthur nunca supo cómo.

Ni siquiera pensó que debería hacerlo.

Odette apretó la mandíbula, decidida, y levantó la vista para encontrarse con su mirada.

—Vi cobrar vida a las serpientes. Vi a Merlín cortar una de las cabezas.

Arthur suspiró. Sacudió la cabeza y miró los guantes de cuero que aún no se había puesto en las manos. Los tenía inertes entre los dedos.

—Lo sé —decidió decirle.

—Valiant las usará contra vos hoy.

—Lo sé.

—Él intentará mataros.

Créeme, Odette, no es lo que yo llamo diversión.

Sus cejas se alzaron, sus palabras tocando un punto blando dentro de su pecho. Como si supiera exactamente lo que pensaba, el Príncipe la miró de nuevo a los ojos. Los puso en blanco.

—No te sorprendas tanto. Tu poca fe en mis recuerdos duele.

Odette se sintió estúpida al verse ahogada. Ella tragó el dolor de su garganta y lo devolvió al pecho.

—¿Aún... os acordáis?

Arthur hizo una mueca.

—No, claro que no recuerdo a la niña que me pegaba con una espada de madera. O que me dejaba con una pierna rota después de caer por las escaleras. Una chica así es fácil de olvidar.

Ella no sabía qué decir ni cómo se sentía. En todo caso, sólo hizo que el dolor en su interior fuera aún más doloroso. Odette se mordió el interior de la mejilla. Sin mirarlo a los ojos, murmuró:

—¿De verdad vais a salir a luchar contra Valiant?

El Príncipe se puso rígido una vez más. Ese peso cayó sobre él, tan pesado que por un segundo pensó que no sería capaz de respirar.

—No me quedan opciones. Hizo que toda la corte real pensara que era un cobarde. Si me retiro, sólo lo demostraré.

—No sois un cobarde —dijo Odette inmediatamente, sin pensarlo siquiera—. Sois muchas cosas, Arthur, pero lo último que sois es un cobarde. Me parecisteis valiente y justo al hablar ayer en nombre de Merlín, creyendo y confiando en él. Os mostrasteis amable y noble... algo que Valiant nunca podría ser —cuando él la miró con el ceño fruncido, sorprendido por sus repentinas palabras, a Odette se le sonrosaron las mejillas. Retrocedió, pues le resultaba difícil mirarlo a los ojos—. Quiero decir, ya sabéis, no sólo yo... pero... ya sabéis... todos. Merlín, Gwen... Supongo... muy posiblemente... n-no es que yo sepa lo que piensan, ¡obviamente! Sólo... ya sabéis...

El Príncipe continuó mirándola atentamente, como si incluso ahora, después de todos estos años, todavía no estuviera muy seguro de qué hacer con ella. Era la misma mirada con el ceño fruncido de la primera vez que se encontraron, la misma mirada que le hizo levantar la nariz cuando se dio cuenta de que ella lo seguía, la misma mirada con la que se burló cuando ella le ganaba a las cartas, la misma mirada cada vez que se llevaban bien de vez en cuando...

—Gracias... —murmuró lentamente.

Ella asintió, un poco sin aliento por estar tan repentinamente nerviosa. El incómodo silencio los carcomía, ninguno de los dos era capaz de pensar en una manera de decir exactamente lo que sabían que querían decir desesperadamente. Y así, al final, Odette retrocedió, abandonando la conversación mucho antes de que tuviera la oportunidad de comenzar.

—Os veré en los terrenos, mi lord —Odette hizo una profunda reverencia.

Arthur asintió, ciertamente triste por decir adiós cuando había pasado tanto tiempo desde un saludo adecuado. La vio irse, dándose la vuelta para seguir el mismo camino por el que había venido, un camino que nadie sabría ni le importaría verla usar. Ella se había convertido en un fantasma en este castillo; pero nunca para él.

Antes de que ella pudiera cerrar la puerta, él se encontró hablando:

—Te veré en el banquete.

Y no fue una cortesía amable, fue una promesa: una promesa de que sobrevivirá hoy.

▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃

EL AIRE estaba inquieto. Los rumores de lo que sucedió en la cámara del consejo habían llegado a oídos de la gente de Camelot, y cada uno de ellos miraba las entradas a los terrenos de la arena con respiración ansiosa. Odette buscó sus rostros entre la multitud, diligentemente al lado de Morgana; quería ver cuáles tenían miedo de que su Príncipe fuera un cobarde y cuáles tenían miedo de que Valiant no fuera en absoluto lo que parecía. Tenía miedo de cómo terminaría la batalla de hoy; si tendría que ver a Arthur triunfar o perder de una manera horrible y si Camelot se quedaría sin su único heredero.

Odette se preguntaba cómo era posible que alguien pensara que el príncipe Arthur era un cobarde cuando afrontaba el día de hoy sabiendo que muy posiblemente sería el último. Era muchas cosas: arrogante, a veces bastante grosero y desconsiderado, inconsciente (un imbécil, como a menudo murmuraba Merlín en los pocos días que llevaba conociéndolo), pero aún así entendía el deber lo suficiente como para dar un paso al frente. Tenía el honor suficiente para creerles (aunque su orgullo le hiciera arremeter contra Merlín), y el valor suficiente para luchar contra Valiant a pesar de ello.

La multitud se inquietaba cada vez más. Odette apretó la mano de Morgana, que aferraba la suya con increíble fuerza, y sus ojos y los de Guinevere se clavaron en los guardias que permanecían de pie junto a la tabla de clasificación, donde el escudo de los Pendragon permanecía inmóvil junto a las serpientes anudadas de Valiant. Vieron cómo un cortesano de confianza colocaba las ganancias en exhibición bajo la mirada protectora de la silla del Rey. Odette buscó a Merlín entre los bordes de mampostería, con la esperanza de que hubiera encontrado una forma de acabar con esto, pero no estaba en ninguna parte; ni siquiera con Gaius, que había salido de la carpa del médico, temiendo el combate tanto como el resto de los que conocían la horrible verdad.

Miró brevemente hacia atrás y vio que incluso Ronyn observaba con severidad, reclinado en su asiento con los dedos rozando su barbilla mientras pensaba. Sus miradas se encontraron y, sin siquiera pronunciar una palabra, supo que él podía decir que había hablado con el Príncipe.

—¿Es cierto lo que han estado diciendo sobre el Caballero Valiant? —Adelynn le susurró a su hermano, envuelta en una hermosa capa color burdeos sobre su vestido.

En lugar de decirle la verdad, Ronyn la torció. Era protector con Adelynn, siempre lo ha sido; si pudiera evitar mostrarle los peligros del mundo durante el mayor tiempo posible, lo haría.

—No tienes por qué preocuparte, hermanita —le dijo—. ¿Te habría traído conmigo si creyera que esto terminaría mal?

Ella frunció los labios. Incluso si era joven e ingenua, podía darse cuenta de que algo andaba mal y tenía un gran oído para escuchar. Ayer, durante el té de la tarde, escuchó a las damas mayores de la corte discutir el asunto como un chisme con su madre. Adelynn frunció para sí misma y fue a hablar de nuevo:

—¿Pero si Sir Valiant...?

Tuvo que contenerse cuando sonaron las trompetas y llegó el Rey. Todos los presentes en las gradas se pusieron en pie cuando se acercó, inclinando la cabeza y haciendo reverencias. No dijo ni una palabra mientras ocupaba su asiento real en el centro, entre cortinas de color rojo Pendragon. Lucía cansado. Podía no creer las acusaciones contra el Caballero Valiant, pero el resultado final de este combate seguía siendo algo que temía. Si su hijo perdía, ¿qué pensaría la gente de Camelot que lo veía desde las gradas? La mayoría ya había oído rumores que no eran ciertos sobre la posible cobardía de Arthur, aquí había más en juego que sólo la vida del príncipe. Adelynn no quería saber qué era más importante en la mente del Rey en ese momento.

Volvió a sentarse con todos los demás cuando lo consideró oportuno. Había muchas preguntas en el borde de su lengua, pero no expresó ninguna, temiendo que si lo hacía, su hermano mayor podría explotar con la preocupación que definitivamente estaba reprimiendo.

La multitud todavía estaba en silencio ya que, no muy lejos de ellos, se podía ver a Sir Valiant de las Islas Occidentales y al Príncipe Arthur de Camelot caminando cuesta abajo hacia los terrenos.

Lady Morgana apretó aún más la mano de Odette cuando notó a Arthur. Hubo aplausos, algunos vítores. Ninguno provino de las tres chicas sentadas al frente de las gradas. Guinevere se llevó los dedos a los labios para ocultar la forma en que mordía el interior de su mejilla, mirando al Caballero Valiant con ojos ansiosos, o más bien a su escudo, esperando que una de esas serpientes atacara en cualquier momento.

A la señal del rey, se pusieron los cascos. Nadie notaría la forma en que Arthur miró a la multitud para comprobar la expresión de la joven segunda sirvienta de Lady Morgana en su rostro, recordando sus palabras anteriores y su promesa, que hinchó su pecho con la esperanza del día siguiente; él llegará hasta allí, no permitirá que Valiant le quite el honor.

Arthur extendió su espada, esperando que su oponente la atacara cuando estuviera listo, y cuando lo hizo, respiró hondo por la nariz. Hoy solo habría un final y sabía cuál sería.

Levantaron sus escudos y adoptaron posturas, mirándose con el ceño fruncido a través de la visera de sus yelmos.

Hubo un silencio sin aliento en el que ninguno de los dos se movió. El corazón de Odette empezó a latir con fuerza. Entonces, Valiant gritó...

La batalla comenzó.

A diferencia de los días anteriores del torneo, esto no era diversión ni juegos entre hombres nobles y hábiles. Esto era algo aterrador y agresivo: cada golpe estaba hecho para dar al otro con poca piedad. Odette hizo una mueca cuando las espadas chocaron con el hierro de sus escudos, resonando con una fuerza destrozada. La multitud estaba embelesada, aclamando cada embestida, cada movimiento bloqueado por los bordes de sus escudos y cada atrevido fallo por sólo unos centímetros.

Los de Odette estaban atascados en el fondo de su garganta. Su mirada seguía el movimiento del brazo de Valiant, rezando para que Arthur lo interceptara. Le rogó que cada vez que él se acercara lo suficiente para golpear el escudo de Valiant, las serpientes no emergieran. Casi se olvidó de respirar, el sonido de la gente a su alrededor se apagó hasta convertirse en algo apagado y lejano.

Sus espadas chocaron con un beso mortal una, otra y otra vez, Valiant golpeó por encima de la cabeza una, dos, tres, cuatro veces, intentando que las rodillas de Arthur se derrumbaran con el peso. Hasta que esta vez Arthur elevó su escudo. Se oyeron jadeos cuando el filo del caballero serpiente se clavó en el escudo del príncipe. Arthur tiró y Valiant se tambaleó. El Príncipe lo pateó en el torso, liberando tanto a él como a su espada. Los que estaban en las gradas enloquecieron, el rey quedó al borde de su asiento, viendo a Arthur girar sobre sus pies y enviar su espada para golpear la cabeza de Valiant...

Incluso sin magia, el caballero serpiente era hábil. Bloqueó el golpe justo a tiempo, arreglando su equilibrio para resistirlo y retrocediendo fuera del alcance del príncipe.

Tomaron un respiro entre ellos.

La mirada de Odette siguió a Arthur mientras éste se recuperaba; su corazón dio un vuelco. Se inclinó hacia adelante en su asiento, sus manos agarrando el borde de madera de las gradas cuando finalmente lo encontró. Una sonrisa se dibujó en sus labios, llena de alivio y esperanza cuando notó el cabello oscuro de un joven brujo mirando por la entrada. Merlín estaba aquí.

Se recostó y tamborileó con las manos en las piernas anticipando lo que Merlín había planeado. Morgana y Guinevere la miraron con el ceño fruncido.

—¿Por qué estás tan contento? —la dama la regañó en voz baja—. Arthur podría perder.

—No lo hará —dijo Odette.

—¿Cómo estás tan segura?

Se encontró con la mirada de Morgana. La dama no pudo descifrar la mirada de su doncella; estaba llena de seguridad, como si supiera algo más que ignoraba. Su respuesta no ofreció mucha explicación:

—Sólo lo estoy —sonrió.

Las cejas de Lady Morgana se fruncieron. Pero mientras volvía a mirar la pelea que comenzaba frente a ellos, observó a Arthur con una nueva sensación de esperanza: si Odette estaba tan segura de que él saldría de esto, entonces estaría sintiendo exactamente lo mismo.

Dio un respingo cuando el siguiente envite de Valiant al escudo de Arthur lo abolló. Apretó los dientes detrás del yelmo y apartó la espada. El príncipe hizo una finta y, antes de que Valiant pudiera darse cuenta, estrelló la empuñadura contra su yelmo; la multitud enmudeció cuando se le cayó, rodando por el suelo a unos metros de distancia.

Arthur retrocedió unos pasos, respirando con dificultad. Observó a Valiant doblarse, parpadeando para borrar la mirada aturdida de sus ojos. Fue un movimiento agresivo de su parte, pero si su oponente peleaba así, Arthur tampoco se detendría.

Aun así, le dio a Valiant espacio para respirar. Adoptó una decisión honorable, aunque Valiant no hubiera hecho lo mismo. Arthur se quitó su propio yelmo, los vítores estallaron, le siguieron los aplausos; no les hizo mucho caso y se quitó la cota de malla del cabello con una leve mueca de dolor. Dejó caer el casco al suelo y asintió a Valiant. Quedaba completamente expuesto; un blanco perfecto, pero prefería estarlo a continuar una lucha que no era justa por su parte.

Odette no pudo evitar sonreír un poco. No muchos harían algo así. Sabía que Arthur era muchas cosas; podía enumerarlas por orden alfabético con una burla en la lengua. Pero nunca podría negar que, a pesar de sus defectos, había promesas, había esperanza. El sol brilló sobre Arthur Pendragon y mostró ventanas al rey en el que tenía potencial para convertirse; y Odette lo veía.

—Ese tonto noble —susurró Ronyn, impresionado y aún queriendo golpear a su mejor amigo en la cabeza al mismo tiempo.

Valiant aprovechó esta oportunidad sin falta. Al cargar, sus golpes fueron lo suficientemente rápidos como para que Arthur no pudiera verlo ponerse de puntillas y enviar su escudo hacia arriba contra la mandíbula del príncipe.

Odette jadeó y se llevó las manos a los labios con horror cuando la espalda del príncipe golpeó el suelo. Morgana gritó un poco, agarrando la manga de Guinevere, quien contuvo la respiración, aterrorizada.

Valiant golpeó con su pie el escudo volteado del príncipe, atrapándolo en su lugar. Arthur luchó, tirando de las correas y manteniendo su brazo quieto. Algo había subido por la garganta de Odette, dificultando la respiración. Valiant levantó su espada para asestar un golpe mortal...

La espada impactó contra el suelo. Arthur deslizó el brazo fuera de las correas de su escudo y rodó justo a tiempo. Cogió la espada y rechazó un golpe sin estar completamente en pie. Arthur lo apartó de un manotazo y se tambaleó hacia atrás. Con dos golpes, arrancó de una patada la espada de Arthur y estampó al príncipe contra las gradas de madera, inmovilizándolo indefenso.

El Rey se lanzó hacia la valla. Odette pensó por un momento que apelaría el combate hasta que Valiant se doblegó. Arthur le había dado un rodillazo en el estómago. Con esfuerzo, apartó al caballero y éste retrocedió tambaleándose hacia el centro del campo.

Con su espada lejos de su alcance, el Príncipe no tuvo más remedio que seguirlo con sus propias manos, respirando pesadamente, colorado y con el cabello empapado de sudor hasta la frente. La pelea estaba cayendo en gran medida en su desventaja.

Arthur recordó lo pequeño que se había sentido en esa cámara del consejo, siendo llamado cobarde y que su padre lo creyera; se sentía así ahora, completamente indefenso ante los ojos de las personas que algún día tendría que liderar y proteger. Si perdiera hoy, ¿lo llamarían indigno? ¿Lo llamarían delicado y débil? ¿Su padre no vería más que decepción una vez más?

Haría cualquier cosa. Pelearía con mil hombres, caminaría hacia una tormenta de fuego, ganaría todas las batallas y aún así, parecería que no importara lo que hiciera, Arthur no sería suficiente. Moriría hoy y eso sería todo, sería olvidado en las epopeyas de los reyes. Nadie leería la historia del príncipe que falló a su gente incluso antes de ser mayor de edad. Más bien lo compadecerían, se lo contarían a sus hijos y se reirían de su miseria. Sería un bardo; un hazmerreír, el príncipe idiota muerto en un torneo.

La luz cambió.

Arthur casi no la vio. Pero cuando lo hizo, patinó hacia atrás con un suspiro de horrible sorpresa. A su alrededor, los espectadores estaban de pie soltando jadeos y gritos; todos y cada uno de ellos al ver las dos serpientes muy vivas emerger de las cabezas del escudo de Valiant retorciéndose y silbando con ojos rojo sangre.

Valiant parecía tan sorprendido como el resto. Entró en pánico y miró a las serpientes que aparecían sin su orden.

—¡¿Qué hacéis?! —enfureció, y nadie notó la sonrisa en el rostro de un joven mago escondido en las sombras, sus ojos pasando del dorado al azul.

—¡Está usando la magia! —exclamó el Rey sin poder creerlo.

Hubo satisfacción al demostrar que tenía razón. Arthur le devolvió la sonrisa a Valiant, disfrutando la forma en que sus ojos se movían rápidamente alrededor, ahora sintiéndose pequeño.

—Ahora todos ven quién sois vos —dijo Arthur en voz alta.

El Caballero Valiant se rió entre dientes. Las serpientes continuaron retorciéndose, mirando a Arthur con una amenaza que correspondía a su dueño cuando su risa se apagó y dijo:

—Matadlo.

Las serpientes escucharon su orden. Salieron del escudo y se dirigieron al gentío, preparándose para atacar. Arthur miró a su alrededor, desesperado por encontrar algo con lo que defenderse, pero no había nada. Retrocedió contra las gradas.

Morgana no perdió un momento. Entró en acción. De pie, se inclinó hacia el palco del Rey y desenvainó una espada del cinturón de un caballero cercano.

—¡Arthur! —gritó y la lanzó.

Atrapó la empuñadura, y con un giro de la hoja, la deslizó hacia abajo mientras las serpientes atacaban. La espada les atravesó el cuello y las criaturas cayeron al suelo. No volvieron a moverse.

Arthur saltó sobre ellos hacia Valiant. Hizo una finta y con un grito ahogado de la multitud, vieron cómo la espada atravesaba al caballero. El Príncipe lo mantuvo de pie, sosteniéndolo lo suficientemente cerca como para susurrar las últimas palabras que escucharía:

—Asistiré al banquete después de todo.

Giró la empuñadura. Cuando Arthur sintió el último aliento de Valiant, sacó la espada y lo miró mientras se desplomaba a sus pies. Esperó un momento para ver si se movía... pero Sir Valiant estaba muerto.

La gente de Camelot vitoreó. Arthur les dirigió una mirada a todos, sorprendido de oírlos tan alto, tan orgullosos. Gritaban su nombre y zapateaban y, por una vez, Arthur no buscó la reacción de su padre. No la necesitaba. Ellos, su futuro reino, eran suficientes. Sus sonrisas, sus aplausos, la forma en que se habían puesto de pie en victoria de su joven príncipe... en ese momento Arthur supo que él también había empezado a ser suficiente.

▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃

HUBO UN SEGUNDO FESTÍN en tan solo una semana. Odette se quedó maravillada ante las numerosas velas que se extendían sobre las mesas y se elevaban sobre los candelabros. Todo el salón de banquetes se había convertido en un esplendor rojo y dorado, con cortinas colgando del techo para celebrar al campeón, su propio príncipe, venciendo contra el mal de la hechicería. Era una victoria para algo más que su orgullo.

El salón estaba repleto de los invitados habituales. Odette observó cómo los mozos de la corte charlaban entre sí, las jovencitas se arreglaban las faldas y esbozaban sus mejores sonrisas. Los caballeros discutían sobre sus muchas victorias y los viejos lores hablaban de cosas como los caballos, la caza y las apuestas que hacían. Odette oía a menudo muchas conversaciones interesantes cuando creían que nadie las escuchaba. A veces se reía de ellas con Guinevere en las cocinas o con Morgana en sus aposentos cuando terminaban las fiestas. Ya había oído los cotilleos de que el segundo hijo de lord Brambly cortejaba a una dama por encima de su posición, de cómo el caballero Dawson presumía de que podía comerse un palomo entero ahumado y de cómo Sir Geoffrey de Monmouth casi se pierde el festín de esta noche por haberse quedado dormido sobre las páginas de los siempre excitantes esfuerzos del censo del último verano.

—Dos banquetes en ni siquiera dos semanas —reflexionó Merlín cuando encontró a Odette sosteniendo una jarra de agua junto a la pared, esperando pacientemente a que Morgana la llamara—. ¿Siempre es tan glorioso ser miembro de la corte?

—Me atrevo a decir que les encanta —bromeó Odette en un susurro—. Pero la preparación... —se burló, sacudiendo la cabeza con cansancio—. Sería capaz de dormir durante las próximas dos semanas.

Merlín se rió de ella y ella esbozó una sonrisa, sin duda orgullosa de haberlo hecho reír, esperando que la considerara bastante ingeniosa.

—Si fuésemos miembros de la corte —propuso entonces y ella resopló ante la mera idea—, ¿qué haríamos en un banquete como éste?

—Bueno, yo por mi parte —prosiguió Odette con su distanciada hipótesis—, evitaría la persistente mirada de Lord Michaels... —señaló con la cabeza al viejo y espantoso hombre que era tan anciano que incluso los hijos de sus hijos empezaban a llevar el pelo canoso. Merlín se inclinó para poder posar su mirada en el lugar donde iba la de ella. Hizo una mueca cuando vio de quién hablaba—. Todos dicen que debe tener más de mil años. Andaba por aquí cuando el rey era un jovencito.

—Sabia elección —asintió Merlín, como si fuera un chico de gran educación. Remilgado y apropiado. Se aclaró la garganta y Odette contuvo la risa—. Yo creo que estaría en compañía de un Príncipe sólo para darle una patada en el trasero.

¡Merlín! —regañó Odette, dándole un codazo para que se callara, esperando que nadie más escuchara sus descaradas palabras.

—Le salvo el trasero a ese idiota otra vez —continuó el niño que apenas sobrevivió tres días como su sirviente—, y él se queda con la gloria.

—Bueno, todo te lo debe a ti —le sonrió Odette, divertida por su cara de mal humor. Le dio un codazo, esta vez suave—. Estoy orgullosa de ti, Merlín, bien hecho. Hoy está vivo gracias a ti.

—Yo no me daría todo el mérito —dijo él y ella sacudió la cabeza, riendo entre dientes—. Lady Morgana sabe lanzar muy bien.

—¿A que sí? —asintió Odette, también orgullosa de su querida amiga.

Finalmente llegó el último miembro de su pequeño grupo. Habiendo terminado de llenar el plato de los ricos comerciantes, Guinevere arrastró los pies entre la multitud de sirvientes y nobles, alejándose antes de que alguien más pudiera llamarla para llegar finalmente con sus dos amigos. Sonrojada por la prisa, Gwen llegó con un resoplido.

—¡Hola!

—¡Guinevere! —saludó Merlín con alegría y Odette resopló ante sus maneras—. Precisamente hablábamos de nuestra presencia como nobles en un banquete imaginario de nuestra elección. Decidme, mi lady —se inclinó burlonamente y Gwen soltó una suave carcajada—, ¿qué os trae por aquí a este buen festín esta buena noche?

—Pareces y suenas ridículo —dijo en cambio Gwen, y Merlín puso cara de burlona ofensa. Los tres amigos compartieron una risita entre ellos, disfrutando de su compañía mucho más que teniendo que llenar la copa de cualquier lord o dama exigente.

—¿Cuáles serían nuestros nombres nobles? —preguntó Odette y Merlín le sonrió, agradeciendo la continuación de su pequeña broma.

—Pues Merlín sería el segundo hijo de Lord Ambrosius —Guinevere arqueó una ceja traviesa, diciendo el nombre con burlona delicadeza—, porque el segundo hijo siempre es revoltoso.

—¡No soy revoltoso! —las chicas simplemente lo miraron fijamente, sin creer esas palabras ni por un segundo. Merlín se burló y discretamente robó una uva de la bandeja de un sirviente que pasaba. Se lo comió antes de que nadie más pudiera verlo y Guinevere rodó los ojos, asintiendo para decirle que él acababa de demostrar su punto—. ¿Y cuál sería el tuyo, Guinevere?

—Oh, no —se rió ella, sacudiendo la cabeza. Merlín suspiró, decepcionado de toda bondad—. Prefiero ser una sirvienta que una dama. Lo odiaría: dirigir una casa, llevar todos esos vestidos pesados... tener que sonreír a cada palabra que alguien dice —Guinevere se estremeció—. Es una pesadilla.

Merlín arqueó las cejas, desconcertado por su disgusto.

—La tuya, se ve.

Ella le dio un codazo y Merlín jadeó.

—¡Eh! —le dijo, sorprendido—. ¿Qué os pasa a las dos con tanto codazo? ¿No he sufrido ya lo suficiente?

—Honestamente, creo que Merlín sería el bufón de la corte —murmuró Odette. Gwen cubrió su risa con su mano ante eso, especialmente por la mirada plana que Merlín le envió. La joven sirvienta se limitó a sonreírle y llegó su turno de darle un codazo.

Pero su atención se desvió cuando finalmente llegó el honorable hombre del banquete. Merlín se enderezó y anunció en voz baja:

—Y llegó el dolor en el trasero.

Hubo aplausos de los estimados miembros de la corte. El Rey sonrió ampliamente y extendió los brazos, orgulloso de ver llegar a su hijo con la túnica de los Caballeros de Camelot. Agarraba la empuñadura de su espada ceremonial en su cadera, asintiendo y sonriendo ante todos los elogios.

—¡Mis honorables huéspedes, el Príncipe Arthur, vuestro campeón!

Odette ocultó su sonrisa para sí misma, en silencio, mientras su pecho se henchía de un suave calor al saber que él había cumplido su promesa. Aplaudió con el resto del salón, pensando que no podían estar más separados aún, pero algo se asentó en el aire lo suficiente como para que él la encontrara de algún modo entre todos ellos. Su mirada azul se clavó en la de ella y ésta se encogió de hombros, enarcando sutilmente las cejas con una mirada que le hizo reprimir las ganas de reírse. En lugar de eso, la saludó con la cabeza y siguió adelante, acercándose a Lady Morgana, que inclinó suavemente la cabeza con una bonita sonrisa adornando sus labios pintados.

Tomó el brazo que él le ofrecía y, juntos, se adentraron en las profundidades del banquete; justo donde debían estar, y Odette estaba donde debía estar. Donde siempre iba a estar, sin importar el pasado.

Pero había algo especial en saber que la persona que debería haberla olvidado más fácilmente era la que más la recordaba. Y Odette estaba contenta. Estaba agradecida. Estaba alegre.

Mientras el príncipe y su lady caminaban entre la multitud que aplaudía, asintiendo y sonriendo educadamente en agradecimiento, Morgana murmuró en voz baja:

—¿Se ha disculpado vuestro padre por no creeros?

La sonrisa de Arthur se volvió sombría. Fijó su mirada momentáneamente en su padre sentado en la mesa principal, aplaudiendo con el resto. Suspiró.

—Él nunca se disculpa —ella frunció los labios, pero no dijo nada más. Llegaron al final de los aplausos de los miembros de la corte y él se giró para mirarla; Morgana siempre fue hermosa. Siempre parecía aturdir una y otra vez con hermosas prendas, brillantes tocados enjoyados y un brillo en sus ojos que pedía una persecución. Arthur siempre pensó que a ella nunca le agradaba un hombre que no la persiguiera como a un perro. Admitía que era tentador y ella lo sabía muy bien—. Espero que no estéis decepcionada porque Valiant no os acompañe.

—Hm —Morgana se encogió de hombros, mostrando esa sonrisa tímida que siempre tenía. Arthur se burló de ello, pero lo encontró acogedor—, resultó no ser un verdadero campeón.

Hizo una mueca ante eso. Y ella soltó una risita, encontrando su reacción bastante divertida.

—Me atrevo a decir que vuestra victoria me dio bastante dinero de Ronyn —continuó Morgana.

Arthur se rió de eso, sacudiendo la cabeza hacia su mejor amigo.

—¿Cuándo aprenderá a nunca apostar contra vos, Morgana?

Ella arqueó las cejas, sonriendo.

—Oh, lo sabe, pero a mí se me da muy bien engañarlo para creer que voy a perder.

Arthur rodó los ojos. Tenía muchos buenos recuerdos de Ronyn diciéndole que sus cartas eran cartas ganadoras, solo para que él las colocara y Odette le revelara que tenía un grupo de ases todo el tiempo. Era el peor en juegos y apuestas, siempre confiando en el presentimiento de una joven chica.

Cuando cesaron sus risas, Arthur respiró hondo y decidió decir:

—Fue un gran torneo final...

Morgana sonrió.

—Sin duda. No siempre puede una salvar a su príncipe.

Arthur frunció el ceño ante eso. Lentamente, su sonrisa comenzó a desaparecer al reconocer la expresión de su rostro.

—Um... —él mira a su alrededor, burlándose de sus palabras—, yo no diría que necesitaba que me salvaran —asintió para sí mismo, apretando la mandíbula y cuadrando los hombros en su mejor intento de parecer lo más varonil posible—. Ya se me habría ocurrido algo.

Ella no podía creerle. Sus cejas se alzaron, todos los pensamientos cariñosos salieron volando por las ventanas del castillo.

—¿Eres demasiado orgulloso para reconocer que os salvé?

La mirada de Arthur se disparó hacia ella ante eso. Podía ver la lucha de su orgullo como un retrato pintado con los pigmentos más brillantes en todo su rostro.

—Uh... porque no fue así.

(Él era exasperante). Morgana apretó la mandíbula. Levantó la barbilla y se burló:

—¿Sabéis qué? Ojalá Valiant me acompañara.

El Príncipe igualó su disgusto.

—Ojalá —se burló de su tono—. Así no tendría que escucharos.

—¡Bien!

¡Bien!

Y el par se alejó furioso como los niños pendencieros que siempre habían sido, incluso ahora. Junto a las ventanas, Guinevere y Odette suspiraron, compartiendo una mirada entre ellas antes de despedirse de Merlín, dirigiéndose hacia Morgana, que sabían que estaría suplicando para exclamar sus muchas quejas por el príncipe.

Merlín los vio irse, volviéndose hacia los sirvientes que pasaban y preguntándose de qué plato robaría algo a continuación. (Le encantaban los banquetes.)

No esperaba que otro cuerpo se le uniera con un susurro explosivo:

—¡¿Puedes creer a Morgana?!

Merlín levantó la vista, sorprendido de que Arthur se hubiera acercado y le hablara como si nada hubiera pasado. El mago lo observó, vacilante y un poco confundido, miró a su alrededor para cerciorarse de que no estaba hablando con nadie más. Pero no, el príncipe había decidido voluntariamente hablar con él.

Arthur se burló, echando espuma por su orgullo herido.

—Dice que me salvó. Como si yo necesitara ayuda —notó la forma en que Merlín no lo miraba a los ojos y suspiró. Sus comentarios sobre Morgana pasaron por el momento y Arthur frunció los labios. Se tragó su orgullo y admitió algo que nunca había hecho antes—: Reconozco que... me equivoqué —los ojos de Merlín se abrieron como platos, sin esperarlo—. Fui injusto despidiéndote.

Lentamente, Merlín comenzó a sonreír. Cuando el príncipe lo miró, rápidamente lo ocultó, sin querer admitir lo feliz que estaba de escuchar lo más parecido a una disculpa que creía que alguna vez recibiría. Rápidamente sacudió la cabeza, encogiéndose de hombros.

—No os preocupéis por eso. Invitadme a beber y estamos en paz.

Arthur levantó la nariz ante eso.

—Mmm, no pueden verme bebiendo con mi escudero.

Las cejas de Merlín se alzaron.

¿Escudero? Me despedisteis.

Arthur se encogió de hombros, con una sonrisa en sus labios.

—Te vuelvo a contratar —Merlín no ocultó su sonrisa esta vez, riéndose de incredulidad. No se dio cuenta de lo mucho que no le importaba ser el sirviente del príncipe hasta que se le dio la oportunidad de serlo una vez más, e incluso si no hubiera tenido la opción, Merlín sabía que no le habría dicho que no—. Mis aposentos son un desastre. Mi ropa necesita un buen lavado. Mi armadura ser reparada... —la sonrisa de Merlín comenzó a desaparecer—. Mis botas, un buen lustrado. Mis perros necesitan ejercicio. Mi chimenea, un buen barrido. Mi cama, un cambio de sábanas... ¡Oh! ¡Y alguien debe limpiar mis establos!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top