005. the eye of a serpent

chapter five
005. the eye of a serpent

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TAN PRONTO como fue relevada de sus deberes, Odette se despidió de Morgana y bajó corriendo las escaleras desde sus aposentos. Conociendo tan bien este castillo, apenas tomó tiempo cruzar de este a oeste hasta los aposentos del médico. Un camino que conocía bastante bien en las noches que pasaba al cuidado de Gaius cuando no tenía comida ni agua, ni siquiera una cama a la que llamar suya. Donde él le enseñaría a leer y escribir y le diría que todo estará bien. Odette siempre tuvo a Gaius como si fuera un ángel de la guarda. Si estaba enferma, si pasaba hambre, si no tenía adónde ir, él la recibía con brazos paternales y la hacía sentir segura cuando, tras la muerte de su madre, la joven doncella se quedó sin nadie.

Pero ella no fue en busca de conocimiento, comida o incluso un libro del que aprender. No podía quitarse de la cabeza la brutal derrota de Sir Ewan, incluso horas después de que los combates del día hubieran llegado a su fin. Morgana le había asegurado muchas veces que el caballero estaría bien y que Sir Valiant (que no podía hacer nada malo) nunca sería tan cobarde como para ir en contra del código de un caballero. Pero la paz no se apoderó de su estómago revuelto, por lo que Odette subió las escaleras de la torre para ver cómo se encontraba Sir Ewan.

No le sorprendió encontrarse con Merlín en su camino hacia allí. Pero sí con el ¡clang! de la armadura de Arthur. Odette jadeó cuando la pila cayó al suelo y Merlín perdió poco tiempo en recogerla.

—¡Lo siento!

Ella se agachó para ayudarlo y se encontró nuevamente sosteniendo el casco del Príncipe entre sus dedos.

—Tenemos que dejar de encontrarnos así —intentó bromear, pero le sonó bastante seco.

Merlín soltó una risita débil y los dos se quedaron allí en la escalera, un poco inseguros de qué decirse a continuación.

—¿Estás aquí para ver a Ewan? —al final preguntó el joven mago.

Odette asintió.

—Sí —susurró, acercándose a Merlín mientras expresaba sus pensamientos sospechosos—. Había algo raro por la forma en que Valiant ganó esa ronda —le dijo rápidamente. Se aferró a cada palabra—. No sé si lo imaginé o si estoy loca pero...

—¿Pero qué? —presionó Merlín, con los ojos muy abiertos mientras esperaba el resto de su historia.

Odette miró a su alrededor. Incluso si fueran los únicos en la escalera, tenía miedo de que alguien pudiera estar escuchando de algún modo.

—Ewan parecía noqueado antes de que Valiant le diera el golpe —su voz era aún más suave—. Vi que el brazo de su espada se debilitaba y sólo después que el Caballero Valiant lo golpeó.

Merlín frunció el ceño ante esto. Frunció los labios.

—¿Estás segura de que no fue un truco de la luz?

—Sé lo que vi —afirmó Odette, ahora decidida—. Puedo sentir que no hay nada que esté bien con ese Caballero Valiant.

Él pensó en ello. Ella observó su mirada azul oscuro brillar como si en el fondo él tuviera un sentimiento muy similar. Pronto, decidió tomarla del brazo y empujarla suavemente frente a él escaleras arriba.

—Vamos —dijo Merlín—, podemos ir y ver cómo le va a Sir Ewan nosotros mismos.

Odette se mordió el labio inferior, sintiéndose peor ahora que le había contado sus preocupaciones a Merlín; había esperado (tal vez confiado) que él le dijera que estaba loca y que había imaginado cosas, pero en cambio, él parecía estar de acuerdo con ella, y sólo empeoró el sentimiento de inquietud que había crecido en los últimos dos días.

Pero no dijo mucho más mientras subía las escaleras hasta los aposentos de Gaius. Al llegar a la puerta, miró a Merlín por última vez antes de empujar suavemente para abrirla y asomarse al umbral. Merlín no fue tan elegante, corrió directo hacia ella e hizo que los dos entraran a la habitación.

Gaius levantó la vista desde el catre de lona, colocado cuidadosamente junto a estantes de pociones y hierbas. Allí, yaciendo trágicamente inmóvil, estaba el valiente caballero Sir Ewan, que tenía peor aspecto que en el campo de arena. Pálido y sudoroso... nada que a Odette le pareciera un síntoma de haber quedado inconsciente.

Al ver a los dos jóvenes sirvientes tan juntos entre sí, apenas capaces de mantener al otro en pie, suspiró y asintió para que se acercaran. Al instante, corrieron por el suelo, dejando caer sus cosas sobre la mesa del centro con golpes y ruidos metálicos antes de ponerse al lado del médico.

—¿Cómo está? —preguntó Merlín, un poco sin aliento.

Gaius frunció los labios. Sus cejas se fruncieron sobre las gafas colocadas en la punta de su larga y aguileña nariz. Les hizo un gesto a los dos para que se agacharan al lado de Ewan, retirando las mantas que lo envolvían para mantenerlo abrigado y señalar algo que lo había estado irritando en el momento en que el caballero se acostó.

—Es muy extraño —murmuró el médico—. Mirad esto...

Odette dobló las rodillas, con la barbilla justo al lado del dedo señalador de Gaius para ver a qué se refería. Merlín se cernía sobre su hombro, ambos fruncieron el ceño ante la cosa extraña que había en el cuello de Sir Ewan. Tenía dos marcas en la piel: hinchadas y rojas, como si algo lo hubiera golpeado con unas pinzas.

—¿Veis estas heridas? —prosiguió Gaius. Los dos amigos asintieron—. Es una mordedura de serpiente.

—¿Una mordedura de serpiente? —repitió Odette, perpleja. Miró a Gaius y encontró esto absurdo, pero no de una manera que la hiciera querer reírse con incredulidad, sino de una manera que sólo alimentó su terrible sentimiento; como si algo se estuviera hundiendo en su estómago—. Pero... ¿cómo pudo haber sido mordido por una serpiente en una pelea con espadas?

—Ni yo lo sé —confesó el médico, encontrando las intensas miradas de Merlín y de ella—, pero por sus síntomas es un envenenamiento: pulso lento, fiebre, parálisis...

Odette hizo una mueca y se volvió hacia el caballero inerte que yacía ante ellos. Observó el tono enfermizo de sus alguna vez cálidas mejillas: su mandíbula estaba roja por el lugar donde Valiant lo había golpeado, pero en ese momento, ese era el menor de los problemas de Sir Ewan. ¿Cuándo diablos pudo haberlo mordido una serpiente durante esa pelea, antes de caer al suelo? No tenía sentido. Era inexplicable.

—¿Puedes curarle? —luego preguntó Merlín mientras Gaius se levantaba, tomando el cuenco que tenía consigo. Lo dejó sobre la mesa y exprimió el agua del trapo húmedo.

—Si es una mordedura —dijo mientras lo hacía, arreglándose los anteojos momentáneamente—, tendré que extraer veneno de la serpiente que lo mordió para hacer el antídoto.

Merlín lo siguió. Odette lo miró por encima del hombro.

—¿Y si no puedes conseguir el antídoto?

Gaius se detuvo. Miró a su joven pupilo y exhaló un suspiro; parecía que en su alma se habían asentado diez años más.

—Entonces ya no podré hacer nada por él. Morirá.

Las cejas de Odette se arrugaron profundamente. Lentamente, su mirada volvió a fijarse en las dos heridas punzantes en el cuello de Ewan, recordando el momento en que vio su mano quedar inerte al alcanzar su espada en la arena. Se le heló la sangre.

Era una locura, hasta imposible, pero ¿de qué otra manera podría explicar la forma en la que acabó en tal estado? Se puso de pie, sin aliento cuando se dio cuenta de ello como una mañana helada de invierno.

La joven doncella se volvió hacia Merlín y susurró, sin saberlo, a nadie más excepto a ellos:

—Estaba luchando contra el Caballero Valiant...

Sus ojos se abrieron cuando él también consideró sus escandalosas acusaciones, pero no dijo nada en objeción. Odette vio que, en cuanto su rostro cayó, él pensaba exactamente lo mismo. La pregunta de Gaius para que repitiera sus palabras apenas llegó a sus oídos antes de que Merlín exhalara un rápido "Nada" y los dos sirvientes salieran por la puerta.

Bajaron corriendo la escalera los dos juntos, con el corazón palpitante de nervios. Odette podía sentir la sangre bombeando en sus oídos, sabiendo hacia dónde se dirigían sin una sola palabra entre ellos.

No debería estar haciendo esto. Lo mejor que podía hacer un sirviente era mantener la cabeza gacha, mantener la boca cerrada y no meterse en líos. Su lugar estaba un peldaño por debajo de la nada, un lugar entre las sombras, como las migas sobrantes en un plato o el polvo sobre una cómoda. No se preocupaban por nada más.

Pero incluso si había nacido en esa vida, una mera huérfana abandonada a su suerte; no deseada, a Odette siempre le gustó abarcar más de lo que podía. Cuando se trataba de personas que le importaban, los problemas le importaban poco. Si el Caballero Valiant tenía malas intenciones, no sólo amenazaba a aquellos como Sir Ewan, también amenazaba a Morgana; amenazaba a Arthur.

No fue hasta que llegaron al ala de los aposentos de Sir Valiant que Merlín habló. Mientras él y Odette se escondían en la oscuridad del arco sobre una alcoba, él se volvió hacia ella, como si recién se diera cuenta de lo que estaban a punto de hacer.

—Deberías regresar —le susurró—. Podría ser peligroso.

—No —dijo Odette inmediatamente, terca—. No pienso irme a ningún lado.

No pudo ver la pequeña sonrisa de gratitud que Merlín esbozaba en la penumbra. Pronto volvió a asomarse por la esquina, con la mano apoyada en el hombro de ella, mientras permanecían en alerta máxima por si llegaba Valiant de la armería. A esas horas, ya tendría que haberse despojado de su armadura y estaría en camino para retirarse a dormir pronto antes de que los festejos continuaran mañana, y las suposiciones de Odette resultaron ser ciertas, pues ni siquiera esperaron unos minutos antes de que la figura del caballero serpiente apareciera por el pasillo.

Con jadeos silenciosos, los dos sirvientes se agacharon aún más en su escondite, permaneciendo allí durante unos segundos antes de, al unísono, volver a asomarse con cuidado, siguiendo con los ojos al Caballero Valiant cuando pasó sin mirar, dirigiéndose directamente a las puertas de su aposento privado. Desapareció en el interior. Odette y Merlín compartieron una mirada; una inclinación de cabeza. Cuidando de no hacer ruido, salieron sigilosamente de las sombras de la alcoba y se dirigieron hacia la puerta del noble.

Odette evitó la luz enrejada de la vela que se reflejaba a través de las grietas de la madera, guiando a Merlín con ella para que se pusiera a lo ancho y no viera la posibilidad de que Valiant viera sus sombras detenerse justo fuera.

Al llegar al otro extremo, hombro con hombro, el joven mago y la sirvienta se dirigieron de puntillas hacia la puerta, conteniendo la respiración y rezando para que nadie pasara a atraparlos en asuntos tan peligrosos. Lentamente, se acercaron lo suficiente como para poder mirar a través de las grietas del roble.

En el interior, la cálida luz de las velas sobre la mesa del comedor parpadeaba. Valiant estaba relajado, completamente ajeno a los ojos sospechosos que lo miraban. Odette entrecerró los ojos, esforzándose por ver alrededor de la habitación para saber adónde había ido, pero no pasó mucho tiempo antes de que volviera a aparecer. En sus manos sostenía una pequeña jaula; algo gris se movía en su interior.

La dejó sobre la mesa antes de abrir con cuidado la escotilla de la jaula; metió la mano y Odette arqueó una ceja, confundida cuando Valiant tomó un pequeño roedor por la cola. El ratón chilló angustiado, agitando sus pequeñas y frágiles patas y retorciéndose mientras lo alejaban de su jaula. Valiant se rió entre dientes: si antes odiaba la sonrisa en su rostro, ahora la odiaba aún más.

Colgó el ratón delante de sus ojos, divertido por sus inútiles intentos de escapar.

—Hora de cenar —susurró.

Por un momento aterrador, Odette pensó que él mismo se iba a comer el ratón. Hasta que se agachó sobre algo apoyado contra la cabecera de la mesa. Colgó el ratón justo en frente de algo redondo y delgado... un escudo. El mismo escudo de serpiente que llevaba en el brazo cuando peleaba.

Odette se tapó la boca con la mano para detener las ganas de gritar cuando las serpientes del escudo cobraron vida. Se fusionaron con el arte representado de tal manera que casi pensó que era un truco de la luz. Hasta que escuchó los silbidos bajos de sus gargantas y vio las lenguas salir, mirando hacia el ratón con bocas hambrientas.

La serpiente en la parte superior del escudo logró atrapar al roedor entre sus dientes y sus cabezas hermanas lo sujetaron. Desgarraron la carne, tirando al pobre ratón de sus extremidades hasta que sus gritos lastimeros se cortaron en nada, y todo lo que quedó fue una delgada cola en el suelo de piedra. Y Valiant vio cómo sucedía con un brillo aterrador en sus ojos.

A Odette no le fue posible seguir observando, de lo contrario, estaba segura de que se pondría enferma. Agarró la manga de la chaqueta de Merlín y lo empujó para salir corriendo de los aposentos de Valiant. Los dos jóvenes criados corrieron por el pasillo antes de que el caballero serpiente pudiera verlos, metiéndose rápidamente por la entrada de los criados que conducía a las cocinas. Esa noche tomaron el camino más largo para volver a los aposentos de Gaius.

Ninguno pudo tomarse un momento para detenerse y respirar para hablar sobre lo que acababan de ver hasta que llegaron a la seguridad de los aposentos. Pasaron, dándole al médico una buena sorpresa, aunque les importó poco. Merlín cerró la puerta detrás de ellos, asegurándose de cerrarla con llave y sólo entonces se detuvieron.

Odette tomó aire y se agarró parte del costado mientras intentaba comprender todo lo que acababa de ver. Miró a Sir Ewan, que no se había movido en absoluto desde donde yacía en su lecho, con malestar del estómago. El recuerdo de aquellas serpientes destrozando a ese pobre ratón... creía que nunca se lo sacaría de la cabeza.

—¿Qué os pasa a los dos? —exigió Gaius, con la voz tornándose severa ante su arrebato.

Merlín ignoró su ceño fruncido, con las mejillas sonrojadas por correr todo el camino a través del castillo. Señaló a Odette, jadeando antes de quedarse sin aliento.

—¡Hemos visto las serpientes del escudo de Valiant cobrar vida!

—Está usando magia —dijo Odette entre respiraciones. Se sentó a la mesa de Gaius, muy preocupada. Ahora que tenía un momento para detenerse y pensar, sintió que el terror le subía al pecho—. Gaius, está usando magia oscura.

Gaius guardó silencio por un momento, asimilando sus palabras. Su rostro se volvió enjuto.

—¿Estáis seguros? —les preguntó gravemente.

Merlín se burló. ¿Que si estaba seguro?

—Se comieron al ratón —extendió las manos para imitar la forma en que las criaturas habían destrozado a ese pobre animal—, lo destrozaron y se lo tragaron. Ewan luchaba contra Valiant cuando se desmayó. Debió ser una de las serpientes del escudo.

—Vi a Ewan caer inerte antes de que Valiant le diera el golpe —añadió amablemente Odette, llevándose la mano a la frente por el miedo—. Él llevaba la delantera y Valiant no tuvo más remedio que hacer trampa si quería ganar.

Gaius no tuvo nada que decir. Frunció a Sir Ewan, que apenas respiraba y sudaba bajo las mantas de lana, pero había una mirada aprensiva en él, como si esto pudiera ser incluso peor de lo que temían.

Merlín todavía tenía prisa. Caminó alrededor de la cama de Ewan una vez antes de tomar una decisión. Comenzó a caminar hacia la puerta.

—Se lo diré a Arthur...

Al instante, Gaius se puso de pie.

—¿No podríais estar equivocados? —preguntó apresuradamente, deteniendo a Merlín en seco.

El mago se giró hacia atrás, incrédulo ante tal pregunta.

—Reconozco la magia cuando la veo.

—Tal vez, ¿pero hay pruebas?

Él frunció el ceño, desconcertado. Merlín le hizo un gesto a Odette todavía sentada junto a la mesa.

—¿Es que no nos crees?

—Temo que os veáis en apuros —dijo Gaius, sonando bastante severo—. ¿Cómo explicaréis lo que hacíais en sus aposentos?

—¿Y eso qué importa? —soltó Merlín, cada vez más molesto—. ¡Está usando la magia para ganar el torneo!

—Sí —el médico se estaba exasperando. Se acercó al joven, desesperado por explicarle la situación—, ¡pero no puedes acusar a un caballero sin pruebas! —Odette miró, sin saber qué decir o qué hacer. Sabía que Gaius tenía razón, pero eso no significaba que le gustara admitir la verdad—. El Rey jamás aceptará la palabra de dos sirvientes contra la de un caballero.

—¿Lo que yo diga no cuenta para nada?

—Mucho me temo que no cuentan lo que al Rey concierne. Así son las cosas.

Merlín se tragó su amargura. Apretando las manos, su mirada se convirtió en furia y, sin decir más, se dirigió hacia la puerta entreabierta en lo alto del pequeño tramo de escaleras; la cerró de golpe detrás de él y Odette agachó la cabeza. Sintió una oleada de derrota cuando volvió a mirar a Sir Ewan, observando cómo su pecho subía y bajaba con mucho esfuerzo.

Se preguntó qué habría hecho su madre en esta situación. ¿Habría hecho algo sin importar las consecuencias? ¿O habría aceptado la pérdida incluso antes de tener la posibilidad de ganar...?

Odette se obligó a mirar por la ventana. Sabía exactamente lo que diría su madre: el amanecer te guiará por el camino correcto.

Y eso era todo lo que podía esperar por ahora; que el día traería algo mejor que la noche.

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HASTA AHORA, el amanecer no le había dado una respuesta. Odette lo miró mientras se acercaba cada vez más al mediodía, rogando que iluminara el camino que necesitaba tomar; odiaba tener que sentarse allí, al frente de las gradas, y ver al Caballero Valiant pelear sin honor ni integridad, con esas horribles serpientes mirándola fijamente, como si supieran que ella era consciente de su verdadera naturaleza, burlándose para que dijera algo y enfrentara las consecuencias.

Parecían reírse de ella con cada golpe, no te atreverías, se burlaban. Eres una cobarde.

Retorció la tela de su capa entre los dedos, apretándolos, mientras veía a Valiant alzarse una vez más en la tabla de clasificación, cada vez más cerca de la cima, donde Arthur no andaba muy a la zaga. Ahora estaba claro quiénes serían los dos que se enfrentarían en la final, un príncipe contra un caballero tramposo, excepto que el tramposo podría ganarles a todos. Un solo ataque, y el hijo del Rey estaría igual que Sir Ewan en esa cama en los aposentos de Gaius, igual que si estuviera muerto.

Gwen notó sus tirones estresados, observándola mover los bordes de su capa alrededor de sus manos y dedos.

—¿Estás bien, Odette? —le preguntó suavemente.

La joven sirvienta miró brevemente a su querida amiga, encontrando las cejas de Guinevere fruncidas con profunda preocupación. Debía de parecer muy preocupada, tal vez con las mejillas tan enfermas como el estómago. A Odette se le cayó rápidamente una mentira de la lengua y más tarde se preocuparía de lo fácil que le había resultado tergiversar la verdad a una de sus compañeras más cercanas.

—Estoy bien —dijo en voz baja. Volvió su mirada hacia la arena—. Sólo ansío que llegue la final, eso es todo...

Gwen arqueó una fina ceja, observando la forma en que su amiga tragaba con dificultad. Asintió para sí misma, muy consciente. Acercándose más, susurró para que nadie más pudiera oírla:

—Estoy segura de que a Arthur le irá bien.

Odette la miró con el ceño fruncido, sorprendida por el comentario. Incluso si no sabía toda la verdad, Guinevere tenía un don que le permitía ver las profundidades de Odette y comprender exactamente cómo se sentía. No estaba segura de si era porque había algo muy sabio en la hija del herrero o si era porque la conocía muy bien... o las dos cosas.

—Se ha enfrentado a adversarios mucho peores que el Caballero Valiant de las Islas Occidentales —sonrió Guinevere, empujando a su amiga ligeramente, tan suavemente que ni siquiera Morgana pudo escucharlas entre los murmullos emocionados cuando comenzó la siguiente pelea—. Ganará, no te preocupes.

Una vez más, al final del día, Odette se encontró vagando hacia los aposentos de Gaius. Entró con cuidado después de tocar la puerta, con ojos gentiles mientras se fijaban en Merlín sentado junto al cuerpo descolorido de Sir Ewan en el catre del médico. Tenía peor aspecto que un sombrío día de invierno.

—Hola, Merlín —saludó suavemente.

Él apenas levantó la vista y notó brevemente que ella entraba y cerraba la puerta.

—Hola, Odette —murmuró, como si quisiera estar feliz de verla y, sin embargo, no pudiera reunir nada más que la visión hosca que tenía ahora.

Con cuidado, Odette atravesó la habitación, con las faldas flotando justo por encima del suelo de piedra. Sin decir una palabra, Merlín se arrastró en el asiento y la dejó sentarse a su lado. Se acomodó contra su hombro y dejó escapar un suspiro triste al notar que la piel del Caballero Ewan parecía aún más pálida que ayer.

Permanecieron sentados en un silencio triste pero acogedor durante unos instantes, hasta que Odette desvió la mirada del caballero moribundo hacia su nuevo amigo y, en ese segundo, sintió que lo conocía desde hacía años. Era extraño, cómo un individuo conocía a otro, y era como si sus almas hubieran estado entrelazadas desde el primer amanecer.

—¿Cómo has estado? —le preguntó en un murmullo.

Merlín apretó la mandíbula. Se miró las manos.

—Ewan morirá —dijo, sonando bastante destrozado—, y Valiant usará el escudo contra Arthur en la final... y no puedo decir una palabra.

Apretó los labios, incapaz de encontrar algo alentador que decir. En vez de eso, Odette se removió en su asiento y se apoyó en él, pues lo único que podía ofrecerle era su silencioso consuelo. Era una vida solitaria cuando a nadie le importaba tu voz; no le importaba escucharte. Pero incluso entonces, siempre había alguien más en las sombras del castillo que se sentía igual de solo. Y cuando estaban juntos solos, una parte de la soledad se hacía soportable.

La respuesta no se había manifestado con la salida del sol; ningún camino se había iluminado ante los ojos de Odette mientras miraba por las ventanas del castillo. El consejo de su madre pasó a través de ella como un viento fantasmal, dejándola nada más que un doloroso escalofrío por estar ahí con ella, a su lado esta noche con la respuesta en su lengua.

Muchas eran las palabras con las que Odette describía a Arthur. Condescendiente, engreído, inmaduro, pero en el fondo, siempre se preocuparía por él. El Príncipe tenía algo que, a pesar de sus arrogantes palabras, le daba esperanza. Incluso de pequeño, parecía tan radiante como si el amanecer se hubiera instalado en su interior. Llevaba el cielo en los ojos y la luz le besaba el cabello. Quizá por eso, a pesar de los problemas que le causaba (y quizá ella le causaba a él), Odette continuó persiguiéndole hasta que ya no pudo más. E incluso entonces, sus ojos lo buscaban entre la multitud, con la esperanza de que tal vez él también la encontrase a ella y recordase los días en que, de niños, llegaron a disfrutar de su mutua compañía.

Sabía que no podía ver morir a Arthur a sabiendas de que podría haber hecho algo para evitarlo; no importaba si a él le importaba recordar su amistad o no. Ella la recordaba. Siempre la recordará.

La puerta se abrió de nuevo y fue Gaius quien entró esta vez. Odette y Merlín levantaron la vista, en silencio y ya afligidos por el día siguiente con el corazón apesadumbrado.

—Merlín —comenzó, admitiendo con un apretón de sus viejos y ágiles dedos frente a su larga túnica roja—, respecto a lo que dije ayer... Mira, Uther no nos escuchará ni a Odette ni a ti ni a mí... —lentamente, se colocó detrás de ellos y juntos, los tres miraron a Sir Ewan con el ceño fruncido—. Pero tienes razón. No dejaremos que Valiant se salga con la suya.

Merlín se sorprendió momentáneamente, pero no dejó que lo desconcertara por mucho tiempo. En segundos, estaba de pie, exasperado pero con una nueva determinación.

—Pero no tenemos pruebas.

—Si curo a Ewan —sugirió Gaius—, él le dirá al Rey que Valiant se vale de la magia. El Rey creerá a otro caballero. Pero cómo conseguimos el antídoto... esa es la cuestión.

La frente de Odette se arqueó cuando se le ocurrió una idea.

—Si tuvieras el veneno de serpiente —dijo pensativamente—, ¿podrías crear un antídoto para curar a Sir Ewan?

Gaius asintió, sin estar muy seguro de a dónde iba con esto.

—Teóricamente, sí. ¿Pero cómo sugieres conseguir el mismo veneno de la serpiente que lo mordió?

Ya estaba de pie cuando finalmente se le ocurrió un plan. Bajo el débil resplandor de la luz de las velas, Odette se sonrojó con un escalofrío victorioso. Merlín se congeló, incapaz de desviar su mirada del brillo que ella tenía, algo majestuoso y autoritario que lo preparaba para creer y seguir cualquier palabra que dijera.

Odette lo miró a los ojos y él comprendió exactamente hacia dónde se dirigía; el plan que estaba preparando como una poción sobre una llama hirviendo.

—Será fácil —decidió decir, vaga y misteriosa antes de dirigirse hacia la puerta. Merlín la siguió y los dos partieron hacia el castillo en lo más profundo de la noche.

Los caballeros estaban cenando con el Rey en su salón de banquetes privado: los dos campeones restantes y los enemigos que vencieron hoy. Valiant estaría entre ellos, lo que significaba que sus aposentos estaban convenientemente vacíos. Una vez que estuvieron seguros de que estaba sentado con el rey, Odette agarró a Merlín de la manga y lo condujo rápidamente hacia los pasillos de servicio situados en el nicho del comedor.

Durante un momento, el Príncipe ubicado frente al exasperante Valiant se distrajo de su copa de vino al advertir el centelleo de un matiz brillante de cabello bajo la luz de las antorchas. Frunció el ceño a lo largo del comedor, curioso y a la vez confundido al captar los bordes de un vestido familiar que se deslizaba por la puerta entreabierta de los sirvientes. Nadie más que Arthur la vio, reconociendo a Odette en cualquier parte y rogó a Dios que tuviera cuidado con el problema en el que se había metido ahora.

La joven criada condujo a Merlín por los pasillos que conocía como si fueran su propio laberinto. Ella era la guardiana de los oscuros pasillos del castillo, verdaderamente conocidos sólo por los olvidados y los maltratados, seres que ni siquiera ostentaban el rango suficiente para ser libres en su propia casa. Conocía las rutas más rápidas para llegar desde el comedor del Rey hasta los aposentos de Valiant, pues había sido la criada a cargo de una bailarina ambulante que había residido en la misma habitación unos años antes.

—Por aquí —Odette atravesó sin apenas mirar hacia dónde se dirigía, y antes de que Merlín se diera cuenta, se detuvo ante una puerta de madera. Ella lo miró, arqueando las cejas diciendo, bueno, aquí estamos y fue a forzar la puerta.

Cuando no se movió, lo intentó de nuevo. Estaba cerrada.

Merlín dio un paso adelante y Odette lo dejó. Lo observó, encantada por la forma en que él respiró hondo y levantó la mano. Susurró algo en una lengua antigua y poderosa; su mirada brilló en dorado intenso y Odette oyó cómo se abría la vieja cerradura.

Él encontró su mirada y arqueó las cejas como lo había hecho ella, engreído. Ella sonrió.

—Eso es útil —le dijo al mago y él se encogió de hombros, riéndose brevemente mientras ella empujaba con cautela la puerta para ver el interior.

Como habían sospechado, los aposentos del caballero serpiente estaban desiertos. Con otra mirada por encima del hombro para comprobar si Merlín estaba listo, Odette respiró hondo por la nariz y empujó la puerta para que ambos entraran.

Dejó que Merlín entrara antes que ella para poder estar alerta y aguzar el oído en busca de pasos fuera de los aposentos, ya fuera un sirviente que venía a preparar la habitación de Valiant antes de que se marchara, o el propio caballero que regresaba de su cena con el rey. Odette observó cómo Merlín se dirigía directamente hacia el estante de las armas, al otro extremo, y se llevaba una espada a las manos. La colocó sobre el escudo, justo donde habían visto a las serpientes cobrar vida. Ahora mismo, no parecía nada; inocente... todo lo inocente que podía ser una imagen tan amenazadora. Ninguna de las serpientes se movía, pero Odette sabía que estaban allí; quizá se lo estaba imaginando, pero podía oír sus siseos como ecos en los muros de piedra del castillo.

Esperaron a que aparecieran, pero Odette sabía que no sería tan fácil. De alguna manera tenían que convencerlas de que salieran antes de que Valiant volviera; burlarse de una para que saliera y pudieran cortarle la cabeza.

Merlín se mantuvo a una distancia prudencial. Arqueó una ceja y golpeó tentativamente con la punta de la espada el ojo de una de las serpientes. La arrastró lentamente hacia abajo, trazando el nudo que su cuerpo formaba con el de sus hermanas. Parecía estar tentando de darles vida sin ni siquiera lanzar un hechizo y, por un momento, Odette se preguntó si tendría el poder para hacerlo con una facilidad imponente. Merlín no era un mago cualquiera... era algo aterradoramente poderoso.

Pero antes de que pudiera destapar el disfraz, unos pasos resonaron en el pasillo. Merlín se dio la vuelta, el brazo de su espada vaciló mientras escuchaba para ver hacia dónde se dirigían los pasos. Se estaban acercando.

Odette fue a susurrarle que corriera hacia ella antes de que se les acabara el tiempo cuando el silbido que había escuchado como un viento lejano se hizo más fuerte. Sus ojos se abrieron y se le cortó la respiración al ver una de las serpientes, la cabeza en la base del escudo, emerger de su jaula congelada. Salió arrastrándose sin que Merlín se diera cuenta, levantando la cabeza con dos colmillos afilados extendiéndose para morder.

—¡Merlín! —exclamó Odette.

Él se giró. Su respiración se entrecortó con un miedo repentino y actuó por puro instinto. Antes de que la serpiente pudiera matarlo, blandió la espada que había tomado con precisión milagrosa, cortando la cabeza de la serpiente de un solo tajo.

Las cabezas hermanas chillaron de cólera y salieron disparadas a la luz, furiosas por el asesinato de su pariente. Merlín soltó la espada y agarró la cabeza de serpiente, pasó corriendo junto a las dos cabezas restantes, esquivando sus golpes a un palmo de su pelo, y se acercó a Odette, que le tendió una mano para encontrarse a medio camino. Lo agarró de la manga y lo arrastró de vuelta al pasillo de los sirvientes, cerrando la puerta tras ellos y bloqueándola de nuevo apenas unos segundos antes de que se abriera la entrada a la otra cámara.

Odette y Merlín emprendieron el regreso por los sinuosos pasillos, con los corazones acelerados. Los ojos de la sirvienta se posaron en la cabeza de serpiente apretada con fuerza en la palma de Merlín, y algo surgió dentro de ella: tenían lo que necesitaban para desentrañar el retorcido plan de Valiant justo ante sus ojos.

Sólo esperaba que fuera suficiente.

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LOS COLMILLOS de la serpiente perforaron la lona al toque de Gaius, obligando al veneno a penetrar en la botella de vidrio. Merlín observó, sintiéndose mal, sabiendo que el toque de tal veneno causaba que Sir Ewan estuviera moribundo. Seguía habiendo dos serpientes vivas y con el mismo terrible veneno, capaces de emerger del escudo de Valiant por orden suya; sus miras puestas en un príncipe completamente ignorante de la amenaza de su vida al día siguiente.

Su mirada se desvió brevemente hacia Odette que estaba a su lado, luciendo conmocionada y pálida por su terrible experiencia. Merlín no había esperado que ella se embarcara en una aventura tan peligrosa. Era valiente, muy valiente.

Los dos jóvenes amigos observaron al médico trabajar con cuidado. Al terminar, examinó la cantidad que había obtenido en el frasco antes de asentir. Los miró por debajo de los lentes de sus gafas.

—Tengo que preparar el antídoto.

Merlín resopló, ciertamente aliviado de que lograran llegar tan lejos.

—Voy a decírselo a Arthur.

—Necesitarás esto —Gaius le pasó la cabeza de serpiente que había capturado.

Una vez más, el mago la sostuvo, girando la cabeza entre sus manos. Se volvió hacia Odette, preguntándose si vendría con él, pero ella no se había movido. Había sido decidida y valiente antes, pero cuando Merlín mencionó ir con Arthur, pareció haber un destello de miedo bailando en su mirada. No estaba seguro de qué la asustaba tanto, pero había algo en enfrentarse al Príncipe que la hizo congelarse.

Él frunció, desconcertado, pero no dijo nada. Se lo guardó para sí mismo y se dispuso a irse cuando Gaius habló antes de que sus pies pudieran llevarlo de regreso a la escalera.

—Y, Merlín —miró hacia atrás. Gaius le envió una pequeña y orgullosa sonrisa—, lo que tú y Odette habéis hecho fue muy valiente.

Merlín no pudo evitar la forma en que la comisura de sus labios se levantó hacia arriba; escuchar a Gaius llamarlo valiente lo llenó de una oleada de orgullo y satisfacción. Asintió, agradecido antes de irse, y Odette se miró las manos, preocupada.

El mago encontró al Príncipe comiéndose un plato extra de pan y queso después de su cena con los caballeros y su padre. Levantó la vista cuando su lacayo entró en sus aposentos sin anunciarlo debidamente, incrédulo y a punto de decirle que se marchara y lo intentara de nuevo (¡llamando a la puerta!), cuando Merlín prorrumpió en una explicación de todo lo sucedido. Le contó a Arthur su aventura y la de Odette con todo lujo de detalles.

Al principio, el Príncipe Arthur lo miró fijamente, confundido e incrédulo; mordió su queso con una ceja dudosa arqueada entre su cabello rubio. Su mirada azul oscilaba entre Merlín y la cabeza de serpiente que sostenía ante él.

Hubo silencio cuando Merlín terminó.

Entonces, Arthur soltó:

¿Tú?

Merlín suspiró, como esperándolo.

Parecía como si el príncipe tuviera dificultades para no reírse. Señaló a su sirviente con la rebanada de pan.

—¿ cortaste esta cabeza?

El joven mago se negó a dejar que sus suaves risas lo afectaran. Dejó la cabeza de serpiente en la mesa del comedor y continuó su historia en un murmullo frenético y en voz baja:

—A Ewan le mordió una serpiente del escudo mientras luchaba contra Valiant. Puedes hablar con Gaius —agregó ante la mirada en el rostro de su amo—, a Ewan se le ven las marcas en el cuello donde le mordió la serpiente —Arthur se burló un poco, volviendo a su comida. Merlín se acercó, desesperado por que le viera algo de sentido a su gruesa cabeza—. Ewan estaba ganando. ¡Valiant hizo trampas!

Arthur simplemente negó con la cabeza. Gentil, como un hermano mayor reprensivo, suspiró y le dijo al joven sirviente:

—Valiant no usaría la magia en Camelot.

—Ewan estaba atrapado bajo el escudo —continuó Merlín—. Nadie pudo ver cuando le mordía.

—No me gusta ese caballero —admitió el príncipe, levantando las manos en señal de rendición fingida mientras se levantaba—, pero no hizo trampas.

—Vi la serpiente cobrar vida —Merlín lo siguió mientras se daba la vuelta, cruzándose de brazos y mirando a lo lejos la ciudad dormida de abajo.

—Y tú le has cortado la cabeza —murmuró Arthur secamente—. Felicidades.

Merlín se mordió la lengua. Apretó la mandíbula y, con los ojos en blanco, se sacó de la manga una idea desesperada, un nombre que esperaba que el Príncipe aún recordara como la muchacha lo recordaba a él. Si aún le guardaba un cariño nostálgico como ella a él, tal vez le creyera, tal vez Merlín pudiera ponerlo de su parte.

Entonces, respirando profundamente, dijo:

—Odette lo vio. Estaba conmigo.

No esperaba esa reacción. O tal vez sí; aun así, le sorprendió la rapidez con que el príncipe se dio la vuelta y su aspecto fue idéntico al de Odette en los aposentos de Gaius. Merlín vio exactamente el mismo miedo en los ojos del príncipe que en la mirada de la segunda sirvienta de Lady Morgana; estaban asustados... asustados de cómo la amistad infantil que una vez desarrollaron (y perdieron) seguía atenazando su ser.

—¿Odette? —soltó el Príncipe Arthur, su nombre susurrado en sus labios como una suave brisa.

Merlín supo que tenía su atención y se acercó.

—Gaius prepara el antídoto para el veneno. Cuando Ewan despierte, él lo dirá. Si lucháis contra Valiant, usará el escudo. Sólo de ese modo puede venceros.

Arthur seguía sin creérselo del todo y era frustrante. No era porque fuera un sirviente... al menos, Merlín esperaba que no. Era porque Arthur no lograba ver más allá del tonto larguirucho y torpe que podía ser; el mismo muchacho que hacía el ridículo en los mercados, el mismo que bromeaba y se burlaba de sus palabras: un payaso.

Merlín se negaba a ser un payaso.

Volvió a agarrar la cabeza de serpiente y la sostuvo con enojo.

—¡Miradla! —espetó, y no le importó si lo encerraran en el cepo por su actitud. Llamó la atención de Arthur—. ¿Habéis visto serpientes cómo esta en Camelot?

Su arrebato lo sorprendió, pero a pesar de ello, el príncipe, vacilante, tomó la cabeza cortada entre sus dedos. La examinó, trazando las escamas como para comprobar si parecían reales.

Merlín lo miró y la ira que había crecido en su pecho se desvaneció cuando finalmente vio a Arthur considerarlo. Suspiró, frunciendo los labios y murmurando un suave:

—Sé que sólo soy... un sirviente y que mi palabra no cuenta —el príncipe encontró su mirada y, por un momento, Merlín pensó que intervendría y le diría lo contrario. Pero solo lo desconcertó. No le dejó tener la oportunidad, porque el mago dijo—: Pero yo nunca os mentiría.

Resultaba irónico que Merlín se lo propusiera con todas sus fuerzas y, a pesar de ello, le mintiera incluso ahora. Le mentiría a Arthur en cada aliento de su existencia. Era genuino, y sin embargo era un hipócrita.

Se preguntó si el destino se estaría carcajeando.

Arthur frunció ante la cabeza de la serpiente. La vio fijamente, tratando de imaginar a su sirviente parado frente a él, más valiente que muchos de sus caballeros, cortándole la cabeza para llevársela y tratar de proteger su vida después de tan poco tiempo de conocerse... después de cómo lo había tratado el día que se conocieron. Y Odette, siguiéndolo en el peligro para hacer lo mismo, a pesar de lo terrible que terminó todo para ellos.

Le sorprendió lo dispuesto que estaba el Príncipe Arthur a confiar en Merlín por ello.

—Quiero que jures por tu vida que dices la verdad —le dijo a su criado, joven y de ojos brillantes, apenas a punto de cumplir diecisiete años.

Merlín reprimió una sonrisa.

Juro que es verdad.

Arthur lo miró fijamente, buscando cualquier cosa que le indicara la elección que haría su padre: despedir a su sirviente y creer en la palabra de nobleza sobre la roña raspada en las puntas de los zapatos de Merlín. Quizás una noche en el calabozo por irrumpir en las habitaciones privadas de un noble. Pero en cambio, todo lo que el príncipe vio fueron todas las razones para suponer que su joven sirviente le estaba diciendo la verdad.

—Entonces te creo.

Esa vez Merlín no pudo contener su sonrisa. Trató de ignorarla, pero nada pudo detener el alivio y la agradable sorpresa de que Arthur estuviera listo para creer su palabra; que lo tuviera en tan alta estima.

Quizás el Príncipe de Camelot no era una persona tan horrible como pensaba originalmente... Había algo en él, algo que vivía dentro de su mirada y pesaba sobre sus hombros, que le daba a Merlín la misma esperanza de un cálido amanecer. Fue eso lo que le hizo empezar a creer las palabras que le dijo el Gran Dragón sobre el futuro de Arthur Pendragon.

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PARECES NERVIOSA.

Las cejas de Odette se fruncieron, mirando de reojo a Guinevere, quien simplemente arqueó una de sus cejas. No había dormido en toda la noche, mirando la pared opuesta de la antecámara de Morgana, nerviosa por lo que le depararía la mañana. No podía dejar de pensar en lo que podría pasar, tanto bueno como malo. La posibilidad de que todo fuera en vano y Arthur se enfrentara al Caballero Valiant la enfermaba.

Pero tuvo que orar por lo mejor. Tenía que rezar para que esto saliera como ellos querían. Y así, forzó una brillante sonrisa en el rostro.

—¿Nerviosa? —le susurró a Gwen al lado de Morgana—. Por supuesto que no...

—No entiendo por qué Arthur querría convocar un consejo contra Sir Valiant —murmuró Morgana, mirando tanto al caballero con su capa amarilla como al príncipe parado junto a Merlín. Odette captó la mirada del mago a través de la cámara del consejo y él le envió un gesto de asentimiento. Empezó a sentirse un poco mejor. Si Merlín estaba seguro de que esto les favorecería, entonces ella le creería—. Debe ser el resultado de un ego herido.

Odette se volvió para mirarla con el ceño fruncido.

—Sabéis que no es cierto —le dijo a su amiga. Se irguió más, arrastrando los pies—. Lo que haya solicitado debe ser importante. No lo haría sin ninguna buena razón.

Morgana la miró, curiosa. Entonces, una sonrisa juguetona adornó sus labios a pesar del aire melancólico.

—Nunca sospeché que tuvieras tanta fe en nuestro príncipe.

—No la tengo —dijo Odette rápidamente, tratando con todas sus fuerzas de no sentirse herida por el poco reconocimiento de Morgana entre su doncella y la joven que solía seguir a Arthur y Ronyn hace muchos años. No esperaba que lo recordara, pero a veces lo deseaba—. Solo... digo la verdad: todos sabemos que Arthur se toma este tipo de cosas en serio.

Morgana resopló ante eso.

—Quizá le hayan dado ganas.

Habría una sola vez en la vida en que la Protegida del Rey elogiara al príncipe en vez de encontrar cualquier oportunidad para burlarse de él e insultarlo. Sin embargo, frunció el ceño y miró a Sir Valiant con aire de sospecha, pues a pesar de todo, aunque nunca lo admitiera, Lady Morgana confiaba en el juicio de Arthur.

Al fin, justo cuando los miembros de la corte se inquietaban en el tenso silencio, llegó el rey. No parecía feliz. Irrumpió a través de las puertas abiertas, vestido con su túnica formal de juicio. Al pasar junto a Arthur, preguntó:

—¿Por qué nos has convocado?

El Príncipe dio un paso adelante, esperando ansiosamente a que su padre llegara al final del pasillo, parándose frente a su silla antes de anunciar:

—Creo que el Caballero Valiant está utilizando un escudo mágico para ganar el torneo —le lanzó una mirada ceñuda al hombre que permanecía de pie, en silencio acompañado de guardias.

La palabra mágico provocó un soplo de susurros entre la corte. Los ojos de Morgana se abrieron y su personalidad juguetona desapareció para mostrar un soplo de miedo. Se volvió hacia sus jóvenes sirvientas y se preguntó si estarían iguales; estaba sorprendida de que un hombre tan noble hiciera algo tan cobarde. Guinevere arqueó una ceja y sus ojos se llenaron de escepticismo. Odette, sin embargo, tenía su mirada fija en el Caballero Valiant; buscó cualquier movimiento en su postura estoica, desesperada por ver alguna conmoción o terror al descubrir su secreto. A ella no le sentó bien que él no mostrara ninguna diferencia.

El rey se volvió hacia él, con cara de armiño asustado.

—Valiant, ¿qué tenéis que decir? —respiró, como si la sola idea de que un caballero como él practicara magia fuera absurda. Odette apretó la mandíbula. No tenía ningún problema en acusar de brujería a todos los sirvientes que pasaban por allí, pero cuando se trataba de alguien que ostentaba un título de nobleza, la idea era imposible en su cabeza.

—Mi Lord, es ridículo —afirmó Sir Valiant de las Islas Occidentales, pasando la vista de las miradas ceñudas de Arthur y Merlín al Rey. Mentía con tanta suavidad que tenía la misma lengua de serpiente que las criaturas de su escudo—. Jamás he empleado la magia. ¿Tenéis pruebas que apoyen esa ultrajante acusación?

Uther miró a su hijo.

—¿Hay pruebas?

—Las hay.

Arthur extendió su mano y Merlín avanzó arrastrando los pies, pasando la cabeza de serpiente que había tomado con una reverencia al rey. Él la agarró e incluso pudo ver el extraño parecido con las serpientes en los escudos de Valiant.

Ronyn frunció el ceño, desconcertado, y movió con torpeza la cabeza hacia un lado para intentar ver la cabeza de serpiente mientras el rey le daba la espalda a la corte, examinándola él mismo. Odette se sorprendió cuando captó su mirada al otro lado de la sala para decir, ¿qué diantres? Hasta que su madre se dio cuenta de las caras que ponía y le dio unos ligeros golpecitos en el pecho. Él fijó su postura, aunque todavía bastante incrédulo. Odette lo encontró lamentablemente acogedor, pues en un asunto tan serio hallaba diversión; sólo Ronyn juzgaría el uso de serpientes por parte de un brujo en un torneo.

—Mostradme el escudo —el Rey se volvió hacia Valiant, indicándole que lo acercara. Mientras lo hacía, sostuvo la cabeza cortada junto a él, examinando las similitudes.

Merlín rápidamente se acercó a Arthur. Odette lo escuchó susurrar:

—Que no se acerque demasiado.

El Príncipe desenvainó su espada ante esas palabras, sosteniéndola con una mirada atrevida hacia Valiant, cuya mirada solo hizo que la de Odette se volviera más fría: ¿por qué le divertía? Habían descubierto su secreto. Seguramente ahora sería condenado.

—Tened cuidado, mi lord —le dijo Arthur a su padre.

Uther vaciló, aunque no había mucha preocupación. Odette estaba confundida. ¿No creía la palabra de su propio hijo? Ella lo vio sentir la superficie del escudo, pasando su mano enguantada por las serpientes anudadas. No se movieron de su estado congelado.

A través de la puerta entreabierta, Gaius entró. Las esperanzas de Odette aumentaron al pensar que Sir Ewan lo seguiría, pero el médico estaba solo. Sus preocupaciones subieron porque algo no iba bien.

Merlín y Arthur encontraron su mirada y el príncipe acompañó a su sirviente para hablar con Gaius y averiguar dónde estaba su testigo. Odette jugueteó con sus dedos y compartió miradas nerviosas con Morgana y Guinevere.

—Como veis, mi lord —dijo Valiant mientras el rey continuaba inspeccionando las serpientes—, es un escudo corriente.

Arthur se burló. Se volvió hacia los hombres y mujeres nobles de la corte y señaló con un brazo salvaje hacia el caballero:

—No permitirá que veamos cómo cobran vida...

—¿Y cómo sé que estás diciendo la verdad? —preguntó el rey.

Era triste ver a un padre tener tan poca fe en su propio hijo; era aún más triste ver a Arthur actuar con tanta indiferencia al respecto, acostumbrado a tratar constantemente de demostrar su valía, una y otra y otra vez.

—Tengo un testigo. El Caballero Ewan fue mordido por una serpiente del escudo. Su veneno casi le mata. Sin embargo, recibió el antídoto. Él puede confirmar que Valiant se vale de la magia.

—¿Y el testigo?

—Ya... debería estar aquí... —Arthur arrastró los pies, inseguro, y miró hacia donde Merlín y Gaius conversaban en tonos bajos y serios junto a la entrada. A Odette se le cortó el aliento en el fondo de la garganta; ahora estaba segura de que algo terrible había sucedido. Miró al Caballero Valiant y odió la leve sonrisa de suficiencia en su rostro. Fuera lo que fuese, él tuvo algo que ver con ello.

El Príncipe apretó la mandíbula y se acercó a ellos dos. Se unió a sus murmullos silenciosos. Todos los ojos estaban puestos en ellos, esperando que Arthur dijera algo. El rey estaba cada vez más impaciente.

Cuando hubo esperado demasiado, espetó:

—¡Llámale!

Arthur se dio la vuelta. No quedaba confianza en su mirada. Tragó con dificultad e inclinó la cabeza, incapaz de mirar a su padre a los ojos... incapaz de mirar a ninguno de ellos a los ojos. Respiró hondo y dijo:

—El testigo ha muerto.

Uther Pendragon estalló de ira y decepción.

—Así que no tienes pruebas que demuestren tus acusaciones —Arthur intentó decir algo, pero fue interrumpido—. ¿Has visto a Valiant usando la magia?

Arthur se mordió la lengua.

—No —ante los murmullos que siguieron al suspiro de su padre, el príncipe tartamudeó. Dio un paso adelante, como si fuera a seguir a su padre mientras él se alejaba, poniéndose lívido—. Pe-pero mi sirviente luchó contra...

El rey se dio la vuelta. Odette se encorvó un poco, reconociendo ese enojo.

—¿Tu sirviente? —repitió, sorprendido—. ¡¿Te atreves a hacer esas ultrajantes acusaciones contra un caballero por la palabra de un sirviente?!

Arthur apretó los dientes.

—Creo que dice la verdad.

Los ojos de Odette se abrieron como platos. Miró a Arthur, un poco sorprendida de que apoyara tan abiertamente la palabra de Merlín, de una manera que la llenó de una repentina y creciente admiración.

Pero parecía ser la única que sentía eso. Otros miembros de la corte compartieron miradas, críticas y dudosas de sí mismos, pero Arthur podía sentirlas, incluso si no las veía. De repente se volvió muy pequeño y las puntas de sus orejas se pusieron rosadas de vergüenza.

—Mi Lord —Valiant avivó las llamas, dando un paso adelante, y el rey lo escuchó sin dudar—, ¿acaso me vais a juzgar por las habladurías de un muchacho? —le hizo un gesto a Merlín que estaba parado a la sombra de Arthur, furioso.

No pudo detenerse. Antes de que alguien pudiera detenerlo, el joven mago se adelantó.

—¡Vi cómo esas serpientes cobraban vida!

Arthur lo detuvo antes de que llegara demasiado lejos, pero no fue lo suficientemente rápido. El rey se puso furioso.

—¡¿Cómo osas interrumpirnos?! —gritó. Arthur se puso rígido, incapaz de hacer nada mientras Merlín se condenaba a sí mismo—. ¡Guardias!

Odette deseaba poder hacer algo. Deseaba tener el coraje que tuvo Merlín para hablar fuera de plazo y evitar que los guardias lo agarraran de los brazos y lo arrastraran con dureza hacia las puertas de la cámara del consejo. Pero todo lo que pudo hacer fue quedarse quieta y en silencio, decidiendo agarrar el dobladillo de la manga del vestido de Gwen, ya fuera para comodidad o para evitar que hiciera algo de lo que luego se arrepentiría. Quizás ambas cosas.

Merlín forcejeó mientras las puertas se abrían una vez más para que lo escoltaran fuera, pero el Caballero Valiant se volvió hacia el rey y murmuró con suavidad:

—Mi Lord.

El rey levantó una mano ante su palabra.

—Esperad.

Los guardias frenaron y Merlín miró por encima del hombro, confundido por la elección de Valiant.

—Debe haber sido un error —dijo el caballero—. No lo castiguéis por mi causa.

El rey asintió y Odette reprimió una burla. Ella sacudió la cabeza, agarrando con más fuerza la manga de Guinevere cuando Uther miró a Arthur para decir:

—¿Lo ves? Así se comporta un caballero: con generosidad y honor.

Lord Ronyn apretó la mandíbula. Al ver la leve caída de la mirada de Arthur, fue a decir algo para defender su honor, pero ante el suave roce de su madre en su jubón, se quedó en silencio. Encontró su mirada y ella sacudió sutilmente la cabeza: no era momento de desafiar al Rey.

—Mi Lord —dijo entonces Sir Valiant, alegre al ver al príncipe lucir tan angustiado—, si vuestro hijo ha hecho tales acusaciones porque teme luchar conmigo, entonces acepto su retirada.

Las fosas nasales de Morgana se ensancharon, incluso a ella estas palabras le parecían demasiado. La única persona que debería defender el honor de su hijo; que debería creerle y estar a su lado, no se puso de su parte en absoluto. Se quedó allí de pie y observó cómo Valiant asestaba un golpe al orgullo de Arthur; lo declaraba cobarde delante de toda su futura corte. El Príncipe apretó las manos, con aspecto mortal.

El rey lo miró fijamente. No defendía su honor, sólo lo cuestionaba.

—¿Es eso cierto? —preguntó, y Arthur lo miró fijamente, incapaz de creer sus palabras—. ¿Deseas retirarte del torneo?

¡No! —exclamó Arthur.

—¿Y qué hago con tales acusaciones?

El apretón de Odette sobre la manga de Guinevere cayó mientras su ira se convertía en simpatía. Había honor en el ser de Arthur, había coraje y dignidad; podría ocultarlo, o tal vez aún no se había dado cuenta de que lo que albergaba en lo más profundo de su ser era algo bueno y reverenciado... pero lo tenía; tenía mucho más de lo que cualquier rey o caballero de los numerosos reinos de la tierra podría siquiera soñar con contemplar. Odette podía verlo, aunque él o nadie más lo viera.

Sin importar lo que haya sucedido entre ellos, y sin importar lo que nunca sucederá; sin importar los años de amistad olvidada y la ignorancia, sin importar las palabras que ella decía burlonamente a otros sobre sus faltas, Odette sabía que defendería ese honor. Tal vez para sí misma, tal vez en susurros y miradas suaves que ella sabía que él nunca encontraría; tal vez con su paciencia, y su virtud, de pie en las sombras como nada, pero ella lo defendía. Ella lo defendería.

—Evidentemente —comenzó Arthur, tranquilo y avergonzado—, ha habido un malentendido —respiró hondo por su nariz. Envainó su espada—. Retiro mis acusaciones contra el Caballero Valiant —inclinó la cabeza, avergonzado—. Por favor, aceptad mis disculpas.

El Caballero Valiant era demasiado engreído para ser genuino.

—Aceptadas.

No es que Arthur se diera cuenta. Le dio a su padre una última mirada antes de girar sobre sus talones y salir furioso de la cámara del consejo. El tribunal había acabado...

Valiant parecía haber ganado ya.

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