004. knight valiant
chapter four
004. knight valiant
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LE GUSTABA recoger flores. A su madre le encantaba, por lo que, naturalmente, para Odette era similar. Se esforzaba por ser exactamente igual a lo que había sido su madre: amable, compasiva, valiente y afectuosa... Reflexiva, gentil, humilde; quería convertirse en la mujer que vería a una niña morir en el frío y la tomaría en sus brazos. Quería ser así de valiente y cariñosa, aunque nadie podría compararse con Ivette Mason, incluso si ella quisiera.
Odette se paseó entre las flores de jacinto rosa, sonriendo mientras escogía sus favoritas de camino al castillo para su jornada de trabajo. Descendió por el puente levadizo hacia la ciudadela, olisqueando rápidamente los pétalos. En tan sólo un día, Camelot ya se había recuperado de la casi muerte de su amado y apuesto príncipe. Al volver la vista hacia arriba, pudo ver cómo los estandartes se desplegaban sobre los parapetos en amarillo y rojo brillantes, con el escudo de los Pendragon titilando a la luz de la mañana. Los sirvientes ataban la cuerda tan fuerte como podían para asegurarse de que los estandartes no se perdieran con el viento, ya que faltaban pocas horas para el infame torneo. Un torneo en el que los mejores caballeros de todas las tierras, e incluso del otro lado del mar, combatían para ser proclamados los mejores y más nobles.
El torneo se celebraba cada año, el mismo día y en la misma estación, donde no hacía ni demasiado frío ni demasiado calor y los campos estaban resplandecientes de hermosas flores. Odette lo recordaba el año pasado y el año anterior: haber visto a Arthur ganar una y otra vez desde el lado de Morgana en las gradas. Incluso cuando era pequeña, le permitían sentarse con su madre cerca de la familia Vecentia, aunque Ronyn siempre se escabullía, molesto por el llanto de Adelynn y, naturalmente, Odette lo seguía. Se escabullían para mirar desde los lados con sus propias espadas de madera (y Odette golpeaba a Arthur con la suya). Pero eso fue cuando ella era muy joven. Ya no lo era tanto.
Podía vislumbrar la llegada de muchos caballeros. Algunos de los cuatro reinos dispersos por la tierra, otros de vastos reinos al norte más allá de la frontera, hacia lugares como Essex y Kent, e incluso de las ásperas tierras escocesas y de a través de las aguas islandesas. Cada caballero que tenía un soplo de dignidad se encontraba en el sur, aquí en Camelot, para intentar ganar el premio del oro y la gloria. Odette estaba emocionada de verlos intentar una hazaña casi imposible contra el guerrero más grande de su tiempo (un guerrero arrogante, al menos...)
Torciendo los tallos, continuó adentrándose en la fortaleza, subió los escalones hacia la entrada principal del castillo y se coló por ella cuando un guardia se la abrió a una dama de la corte. Odette inclinó la cabeza al pasar y se apresuró a cruzar la piedra, con la falda ondeando alrededor de las zapatillas. Intentó que no cayera ningún pétalo mientras sorteaba sirvientes, guardias y caballeros; cualquiera se apresuraba a prepararse para la continua llegada de muchísimos caballeros, los festejos que vendrían a continuación y el propio torneo.
Aunque se detuvo cuando vio un rostro familiar bajando la enorme escalera detrás de su amo, nuevo en su trabajo y haciendo muy bien para mantenerse al día con todo lo que debió haber aprendido durante la noche. Odette arqueó una ceja, observando a Arthur avanzar al frente sin siquiera mirar a Merlín, quien trataba con todas sus fuerzas no caer con toda la armadura del príncipe en su poder. Sólo lograba mirar por encima de la placa del pecho, observando a Arthur abrir el camino hacia la puerta para dirigirse a las tiendas de campaña junto a la arena.
—Después de cada día, tienes que pulir mi armadura —enumeraba el Príncipe mientras avanzaban—, afilar y pulir mi espada, limpiarme las botas, lavar mi ropa, remendar las túnicas, quitar las abolladuras de mi escudo...
Ni siquiera se dio cuenta de que Merlín se había quedado atrás, casi dejando caer toda la armadura si Odette no se hubiera apresurado a levantar el resto, gruñendo bajo el peso del metal. No podía imaginarse tener que luchar y usar esto al mismo tiempo.
Cuando estuvo segura de que estaba bien, Odette se guardó el casco del Príncipe, temiendo que si lo colocaba encima de la pila, fuera a caerse encima del mago y él quedara aplastado. Pronto, ella se rió de él y Merlín echó la cabeza hacia atrás, más que molesto.
—¿Qué regalo es ser el sirviente de ese idiota? —soltó entre dientes, sin siquiera ocultar su mirada furiosa hacia el príncipe que estaba diciendo algo a los guardias en las puertas.
Odette soltó una risita y se puso a su lado para que pudieran observar al príncipe, muy informal, aún no vestido con su túnica roja y la cota de malla, sino con una sencilla camisa blanca y unos pantalones metidos por dentro de las botas. Aun así, no se parecía en nada a un simple campesino, ni siquiera en su forma de comportarse y de dar órdenes, señalando con el dedo al otro lado de la sala mientras hablaba con el guardia de la izquierda de la puerta.
—Quizá tenga cualidades que lo rediman —ofreció, tratando de ser positiva.
Merlín se limitó a lanzarle una mirada plana.
—¿Cualidades que lo rediman? —su amigo se agachó más y ella respiró entrecortadamente, incapaz de evitar darse cuenta de lo cerca que estaba. Sus pómulos la distraían—. Odette, ayer me usó como su maniquí personal de prácticas. ¡Voy a tener moratones el resto del año!
—Recuerdo mi primer día como doncella de Morgana —reflexionó Odette, manipulando con cuidado el casco del príncipe con sus flores.
—Seguro que fue mucho mejor que el mío.
—¡Qué va! —jadeó Odette, sacudiendo la cabeza al recordarlo—. ¡Le serví agua en el desayuno y la derramé por accidente sobre el vestido que acababa de ponerse! Fue tan horroroso que lloré. Era una mujer alta e intimidante y yo sólo tenía catorce años. Creí que me iba a echar, pero se rió y le pidió a Gwen que preparara otro vestido. Luego me abrazó —pronto sonrió, cariñosa y agradecida—, y me dijo que no llorara, que nunca me echaría... —la sonrisa se desvaneció y una mirada amarga cruzó los rasgos de una chica habitualmente alegre y brillante—. No como antes.
Merlín frunció el ceño, sorprendido.
—¿Por qué, a qué te refieres?
Odette frunció los labios. Inclinó la cabeza. Frotó con el pulgar una mancha en el casco.
—Cuando murió mi madre, Lord Vecentia, el padre de Ronyn, no me quería cerca. Lady Elayne y Ronyn intentaron convencerle de que me acogiera como su protegida... pero me echó y me abandonó a mi suerte.
Hubo un silencio sombrío. Los labios de Merlín se abrieron, como si no estuviera exactamente seguro de qué decir, pero sabía cómo era eso. Sabía lo que se sentía al no pertenecer más a un lugar que siempre había sido tu hogar. Sentirse como un forastero.
—Lo lamento —dijo con voz suave y gentil.
Odette encontró su mirada y se encogió de hombros, sollozando un poco.
—Tranquilo. Morgana me encontró un día en los aposentos de Gaius y me acogió como su segunda sirvienta. Me ha cuidado desde entonces.
Odette, que quería que la conversación tomara otro rumbo, respiró hondo y volvió a dibujar una brillante sonrisa en su rostro. Decidió buscar una de las flores más bonitas que tenía en su pequeño grupo y se la tendió a Merlín.
—Toma —dijo, un poco tímida—, para ayudarte a sobrevivir a tu segundo día.
El mago intentó tomarla, pero se rió torpemente cuando se dio cuenta de que no podría hacerlo sin que toda la armadura de Arthur se derrumbara. Odette se dio cuenta y con un pequeño "¡Oh!" buscó un lugar para ponerla. Al final, se conformó colocándola torpemente en un pequeño agujero en el cuello de su chaqueta.
Merlín le sonrió, luego a ella. Ella se sonrojó.
—Gracias.
Odette asintió. Esperó a que siguiera a Arthur, pero él simplemente esperó ansiosamente allí, arrastrando los pies. Le tomó un segundo darse cuenta de que todavía estaba en el casco del Príncipe y jadeó.
—¡Ah, sí, claro! Toma —lo colocó con cuidado encima del resto de la armadura—. Ya estás listo. Ajústala bien, pero no demasiado.
El recién nombrado sirviente asintió, soltando un suspiro que sonó un poco sin aliento. Se disponía a marcharse, pero otro pensamiento cruzó por su mente. Merlín miró a Odette y sus cejas se arquearon, expectantes hasta que...
—¡Merlín!
Ambos miraron. Arthur finalmente había notado que su sirviente no lo seguía, y los miró a ambos, exasperado y molesto. Asintió para que Merlín se acercara.
—¡No es momento de coger flores y echarse unas risas! ¡Vamos!
—Adiós, Merlín —murmuró Odette felizmente mientras la dejaba con una pequeña y tímida disculpa, volviendo a tropezar tras el Príncipe. Los vio alejarse, jugueteando con los tallos de las flores entre sus dedos. Volvió a oler sus pétalos y una dulce sonrisa apareció en sus labios.
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MIENTRAS SONABAN los cuernos, incluso antes, las gradas bajo la sombra de la ciudadela de Camelot se llenaban de espectadores ansiosos por el torneo anual. Odette estaba en el borde del asiento, con los dedos en los labios y haciendo rebotar la pierna contra la barrera de madera, en primera fila de una lucha por el valor, el honor y el oro. Escuchó una breve risa de Lady Morgana a su lado, mirando a la ansiosa joven de diecisiete años con un suspiro de deleite. A pesar de todo lo horrible que había pasado, desde que podía recordar, todavía saludaba cada día con una hermosa y amable sonrisa, humilde y generosa.
Ella, Odette y Guinevere iban sentadas juntas, como siempre hacían en estas situaciones cuando podían remediarlo, con una vista perfecta cerca de la plataforma del Rey. Podían contar los caballeros que se alzaban en filas ante ellas, todos y cada uno con un escudo al que llamar suyo. Odette encontró fácilmente a Arthur entre ellos. Si no era por su cabello rubio, era por el brillante atuendo escarlata que vestía con el dragón dorado de su familia: un campeón decidido a demostrar a su pueblo que volvería a reinar como vencedor.
Odette pudo sentir un aliento sobre su hombro y supo a quién pertenecía. Resistiendo el impulso de poner los ojos en blanco, esperó la voz que siguió:
—Míralos —dijo Lord Ronyn desde su asiento situado detrás de las tres muchachas—, tan erguidos y poderosos —lo dijo burlonamente, pero Odette sabía que procedía de la amargura. Como lord de su propia finca en la Ciudad Alta de Camelot, no tenía lugar como caballero. Tampoco tenía un hermano a quien pasar su sello y, tras la muerte de su padre, no le quedaba otra opción. Su sueño de vestir la capa roja se había convertido en eso: un sueño—. Quisiera ver a la mitad de esas niñitas en una pelea de verdad.
Lady Morgana lo miró, tímida y traviesa. Arqueó una ceja oscura, lista para causar problemas.
—¿Por qué? —fingió su confusión—. Decidme, mi Lord, ¿por qué no estáis entre ellos? Podríais estar al lado de Arthur y perder contra la mitad de esas niñitas. Estoy segura.
Lord Ronyn la imitó como a un niño pequeño. Gwen compartió una mirada rápida e incrédula hacia Odette, quien estuvo de acuerdo. Morgana sonrió, muy orgullosa de su broma.
—Quizá si encontráis una esposa —continuó Morgana, todavía llena de ideas burlonas—, ella podría convertirse en Lord Vecentia y vos podríais uniros a los erguidos y poderosos caballeros.
—Basta —Lord Ronyn puso los ojos en blanco y Morgana se rió entre dientes, mirando hacia otro lado—, suenas como mi madre . ¿Con quién os gustaría que me casara, Morgana?
—Estoy segura de que hay muchas chicas rogando ser vuestra esposa.
Ronyn miró a su alrededor, desagradable antes de decidir:
—Hmm... no veo ninguna lo suficientemente guapa.
Guinevere y Odette lanzaron sus miradas al cielo. La sonrisa de Morgana cayó, y pronto lo que la reemplazó fue un ceño fruncido.
—Muy gracioso, Ronyn, de verdad —dijo sarcástica. Él respondió con una sonrisa engreída.
Sus ocurrencias y chistes quedaron en silencio tan pronto como el Rey dio un paso adelante desde la base de las gradas hacia el terreno. La corona que solo usaba para ocasiones especiales se posaba sobre su cabeza y su túnica roja brillante ondeaba detrás de él.
—Caballeros del reino —saludó a todos los que permanecían quietos y en silencio en su presencia—, es un gran honor daros la bienvenida al torneo de Camelot. Durante estos días podréis poner a prueba vuestra valentía y vuestras habilidades, y podréis desafiar al campeón del reino: mi hijo, el Príncipe Arthur. Sólo uno tendrá el honor de ser coronado campeón y recibirá el premio de mil monedas de oro.
Detrás de él, una de las damas de la corte abrió un cofre. Odette soltó un grito ahogado ante el brillo dorado de las monedas de oro puro: nunca había visto tanto dinero en su vida.
—Es en el combate —prosiguió el rey— donde conocemos la naturaleza de un caballero; tanto si es un guerrero o un cobarde —con una sonrisa reprimida, tan emocionado como el resto de ellos, Uther Pendragon levantó un poderoso puño y declaró—: ¡Que comience el torneo!
Las gradas estallaron en aplausos. Odette se rió y aplaudió desde su asiento. Observó cómo los caballeros se dispersaban, pasaban por la base de las gradas y volvían hacia las carpas colina arriba. Uno llamó su atención, un caballero vestido de amarillo albaricoque con un escudo de serpientes verdes y taimadas. Odette frunció ligeramente el ceño, sintiendo un inoportuno revoltijo en la boca del estómago al ver la astuta alegría oculta en el fondo de su mirada. La siguió hasta posarse en la de Lady Morgana, y sus aplausos se apagaron un poco al ver que le devolvía una sonrisa... sutil, pero no se podía negar la tímida respuesta por su parte al misterioso Caballero Valiant.
Sólo dos permanecieron en la arena para la primera pelea de los tres días extraordinarios: el Príncipe Arthur y un caballero de las Islas del Norte con un escudo de estrellas de cinco puntas sobre un fondo verde.
Pensó, por un momento, que los ojos del futuro soberano se dirigieron hacia arriba para fijarse en los de ella, y Odette se enderezó y tragó con dificultad. Pero o fue breve, o ella lo imaginó, porque pronto su atención se centró en su padre, quien se detuvo para murmurar en voz baja:
—Haz que me sienta orgulloso de ti —le dio a Arthur con una simple palmadita en el hombro y se fue hacia las gradas, y el príncipe se quedó allí por un momento, la multitud a su alrededor olvidada mientras el peso de las palabras del rey se posaba sobre sus hombros. Su cota de malla de repente se sintió mucho más pesada que nunca.
Tomó aire, esforzándose por no dejarse arrastrar por las palabras de su padre, necesitaba estar lejos de cualquier distracción; su atención sólo se centraría en su espada y en el oponente que tenía delante. Él y su compañero caballero recibieron sus escudos como intercambio por sus capas. Arthur asintió a su contrincante antes de bajarse el yelmo que cubría sus ojos azules. Haciendo girar su espada, el príncipe Arthur miró fijamente al caballero y, con un gruñido, cargó, y el torneo comenzó.
Odette jadeó con deleite cuando las espadas chocaron, creando una canción estridente al chocar una contra la otra, iniciando una danza que el príncipe conocía al dedillo. Lo observó moverse: adelante y atrás, atacando, esquivando y atacando. Jamás se quedaba al alcance de su oponente el tiempo suficiente para estar a su merced; era rápido y ligero de pies. Era el campeón y el mejor luchador de Camelot, y no sólo era una celebración de sus habilidades, sino un alarde de cómo lucharía por su reino en la batalla.
(Él había recorrido un largo camino desde que ella solía golpearlo hasta que se rindiera con su espada de madera cuando eran niños.)
La joven doncella lo incitaba en voz baja, con los ojos fijos en cada golpe de su espada o escudo. Él y el caballero iban de aquí a allá; un fuerte empujón hizo que el compañero competidor de Arthur tropezara hacia atrás y la multitud aplaudió con un alboroto a su favor. Guinevere saltó un poco en su asiento, victoriosa. Morgana se negaba a demostrar cuánto apoyaba realmente al hijo del rey, fingiendo concentrarse en un hilo deshilachado de sus mangas de lana, pero Odette pudo ver las miradas repentinas que lanzaba hacia arriba cuando pensaba que estaba en problemas.
Con un astuto esquive de una espada oscilante, Arthur volvió a la carga con saña, haciendo una finta antes de asestar un golpe al caballero con el codo levantado contra su yelmo. Se le cayó y el caballero se fue con él, chocando contra el suelo. Su victoria fue bien recibida; todos y cada uno de los espectadores estaban en pie, gritando su amor por un muchacho al que poco le importaba su orgullo en ese momento, su vista encontrándose posada en donde su padre se sentaba en el centro y una leve sonrisa de alivio se dibujó en sus labios al verlo aplaudir con el resto de ellos.
—¡Sí! —Lord Ronyn levantó su puño en el aire, agitándolo mientras Arthur desfilaba fuera de la arena y Gaius se apresuraba a atender al caballero caído—. ¡Sí! —cuando se fue, Ronyn volvió a sentarse y le murmuró a su hermana menor sentada a su lado, luciendo bastante pálida por toda la violencia—. Me sorprende que hayas aguantado tanto.
Adelynn Vecentia se limitó a mirarle de reojo, con sus bonitas facciones enfervorecidas por el miedo. Era una chica más joven que todos ellos, pues había cumplido catorce años a principios de primavera. Callada y vacilante, compartía asombrosamente el aspecto de su hermano, pero sostenía la severa mirada verde de su madre que, cuando quería, la hacía parecer aterradora.
—No sé por qué me has traído.
—Porque es un hombre vil y arrogante —intervino Morgana mientras el siguiente par de caballeros se preparaban en el campo.
—¡Me herís, mi Lady Morgana! —Ronyn se burló—. Si no lo viera, diría que estáis molesta.
Morgana le frunció el ceño, nada divertida.
—¿Y por qué lo creéis?
Él simplemente sonrió.
—Porque no compito y no puedo ganar y acompañaros al banquete.
La protegida del rey puso su mirada de acero una vez más.
—Sí —dijo secamente—, justo eso. Me conocéis muy bien, Lord Ronyn.
Pronto se volvió hacia sus queridas doncellas y susurró rápidamente:
—Él y Arthur comparten el verdadero don de hacerme querer retorcerles el cuello.
Guinevere arqueó las cejas, sin estar en desacuerdo.
—Lo admito, los dos necesitan conocer mejor lo que es la humildad.
El día continuó.
Observaron cómo los caballeros se situaban juntos. Luchaban delante del Rey y de sus súbditos: cada victoria era ovacionada y el escudo de un caballero era derribado o subía en la tabla de clasificación, acercándose a la cima, donde los dos últimos que quedaran se enfrentarían el tercer y último día. A cada golpe, a cada derrota, Odette y sus amistades compartían jadeos de horror, carcajadas de placer mezquino y susurraban entre sí sus apuestas sobre quién ganaría cada ronda. Por la tarde, Lord Ronyn le debía a Lady Morgana unas cuantas monedas.
El mismo caballero que había atrapado la mirada de Morgana con la túnica amarillo albaricoque y las serpientes pintadas en su escudo pronto se convirtió en el favorito. El Caballero Valiant atacaba con amenaza, derrotando a sus oponentes con feroces golpes en un tiempo récord. Odette igualaba el pálido estado de Adelynn a cada victoria que obtenía, esperando con la respiración contenida la expresión de Gaius mientras examinaba a sus víctimas; un poco asustada de que nunca se recuperaran de los golpes asestados. Eran agresivos y a veces crueles, pero no hacían más que aumentar el cariño que recibía. Especialmente por parte de Lady Morgana, que sonreía a su manera coqueta fingiendo timidez cuando estaba lejos de ello. Y él se alimentaba de eso tal y como ella quería, volviéndose hacia ella después de cada victoria para contemplar la deslumbrante belleza que portaba la Protegida del Rey.
Pero no le gustaba mucho a Odette. Quizás su experiencia con la nobleza la hacía paranoica y tenía poca confianza cada vez que alguien mostraba algún aviso, pero no había nada genuino detrás de la sonrisa de Valiant. Él quería algo, y no era el oro... parecía ser algo mucho más siniestro.
El torneo terminó ese día cuando el atardecer se empezó a poner, lo que hacía que las gradas estuvieran calurosas y sofocantes. Al final, Odette se alegró de levantarse y salir de allí, regresando al castillo con Morgana agarrando los codos de ella y Gwen, prácticamente arrastrándolas, ansiosas por la recepción.
Las dos sirvientas compartieron una mirada que ella no vio, coincidiendo en lo mismo. Morgana podía ocultarlo y negarlo hasta la saciedad por la mera emoción de guardar un secreto, pero sabían que el atrevido Valiant había llamado la atención de su bella dama, y ella quería que la viera bien vestida. Ahora era su trabajo asegurarse de que fuera un espectáculo para la vista más que un día normal.
Era un guerrero justo, agresivo pero muy capaz. Aún era muy pronto en el torneo, porque aún les esperaban tres días más, pero Odette sabía que todos y cada uno de ellos estaban expectantes de ver a su príncipe ir contra el viajero lejano (y en el fondo, se preguntaba si algunos de ellos querían que el Caballero Valiant resionara victorioso). En la recepción más tarde esa noche, donde cada caballero debía conocer personalmente al Rey y presentarle sus respetos, Odette no le quitó los ojos de encima. Frunció el ceño ante su mirada oscura, incapaz de deshacerse de la sensación de inquietud que él le provocaba.
Desde el lado de Morgana, era fácilmente olvidable, ni un solo caballero se fijaba en la mirada de una sirvienta, y Odette podía escrutar al Caballero Valiant sin problemas. Intentó descifrarlo, averiguar qué quería; intentó desentrañar el peligroso enigma que constituía su mirada y la sonrisa en sus labios. Pero llegó a un resultado árido. No había nada, aparte de su desconfianza instintiva, que lo diferenciara de cualquier otro caballero arrogante, de los que la tierra estaba llena.
Pasaron muchos caballeros, algunos despidiéndose, soportando moretones y egos heridos. Mientras que otros esperaban con ansias la mañana en la que volverían a luchar, deseándose buena suerte entre ellos con honorables palabras de nobleza que, para la mayoría, eran tensas y rígidas, no muchas significaban buena voluntad en absoluto. Se inclinaban ante el Rey y caminaban hacia el final del Salón del Trono, discutiendo entre ellos bajo la mirada del trono de Uther.
Finalmente, el Caballero Valiant avanzó hacia la luz del fuego. Inmediatamente, Morgana se giró sutilmente para empujar a Odette y Guinevere que estaban obedientemente a su lado; sin duda ya estaban inventando alguna forma de burlarse de Arthur que miraba más adelante en la fila. La habían vestido con un esplendor púrpura medianoche que cubría maravillosamente sus hombros como las cortinas del anochecer.
El alto y misterioso extraño se inclinó diligentemente antes de presentarse formalmente al rey.
—El caballero Valiant de las Islas Occidentales, Mi Lord.
El rey asintió a su vez.
—Hoy os he visto luchar —dijo, concediéndole a Valiant un regalo que no muchos caballeros recibieron hasta ahora: el honor de una conversación. Aún así, Morgana estaba jugando con Odette y Gwen, y no pudieron evitar contener una sonrisa divertida ante las sugerentes sonrisas de sus doncellas—. Vuestro estilo es muy agresivo.
—Como sabéis, perder es una deshonra —respondió Valiant con una voz tan hermosa como su mirada aguda; palabras ásperas en su lengua, muy parecidas a las olas que rompían alrededor de las rocas irregulares de las Islas Occidentales.
El rey encontró encantadoras sus palabras y su postura se enderezó, gratamente sorprendido.
—Estoy de acuerdo con vos —extendiendo una mano amistosa, mostró al favorito en ascenso a la dama que estaba a su lado—. Caballero Valiant, os presento a Lady Morgana, mi protegida.
La misma sonrisa que tenía en las gradas se mostró cuando Valiant se inclinó para darle un beso cortés en la parte superior de su mano. Odette tuvo que mirar sus zapatos, desesperada por hacer lo mejor que pudo para no reírse y provocar una escena terrible, pero no pudo evitarlo. Gwen le dio un codazo para asegurarse de que se quedara callada.
—Mi lady —saludó el caballero.
Morgana inclinó la cabeza hacia arriba mientras su brazo volvía a bajar, elegantemente contra sus faldas. Realmente estaba deslumbrante a la luz de las velas.
—Os he visto competir hoy —decidió decir.
—Y yo os vi mirando.
Incluso a Gwen le costaba contener sus risitas cómplices; era de agradecer que la única persona de la sala que se percatara siquiera de las bromas y risas silenciosas de las sirvientas fuera Arthur, porque estaba demasiado ocupado frunciendo el ceño ante Valiant y la Protegida del Rey como para decir una palabra.
—Tengo entendido que el campeón del torneo acompañará a Mi Lady al banquete —Valiant envió una breve mirada, sintiendo la mirada del príncipe y disfrutándola.
Odette tenía la sensación de que Morgana se sentía igual.
—Así es.
—Entonces, procuraré ganar el torneo —le dio un último asentimiento al pasar—. Mi Lady.
Siguió adelante, su larga capa siguiéndolo con un suave barrido del suelo. Fue recibido entre el resto de los caballeros con sonrisas y fuertes apretones de manos; no sólo era popular en la Ciudad Baja, sino también entre los hombres con los que luchó. Carismático, guapo, un luchador fantástico, era tan asombrosamente perfecto que Odette necesitaba que hubiera algo que no lo fuera, de lo contrario, la carcomerá inmensamente.
Pronto, el príncipe llegó al frente de la fila.
—Arthur —el rey se dirigió a él brevemente.
—Padre —murmuró, sin decir nada más antes de fijar su mirada en Morgana. Tenía la mandíbula apretada.
Ella lo notó y contuvo sus ganas de sonreír. Morgana juntó las manos, mirando la forma en que Arthur permanecía rígido y tenso, ciertamente emocionada por ello. Juguetona, inclinó la cabeza hacia el popular caballero viajero y se iluminó ante el movimiento de la mandíbula de Arthur.
—Todos están impresionados con Valiant —bromeó.
El príncipe le dirigió su propia mirada.
—No son los únicos —le refunfuñó en voz baja.
Sus palabras la hicieron sonreír. Morgana hizo un puchero fingiendo lástima por el niño al que solía tirar al barro cuando tenía diez años, y él tenía ocho cuando lo venció una vez más en las lecciones de combate.
—¿No estarás celoso?
Pero Arthur conocía sus juegos. Los conocía bien, y después de años de dominar sus respuestas a sus travesuras, tenía la capacidad de responder.
—No veo por qué debo estarlo.
(Y fue muy satisfactorio ver cómo la sonrisa engreída de ella desaparecía de su rostro.)
Las cejas de Odette se alzaron. Con la barbilla todavía hacia abajo, vio al príncipe pasar por su lado sin volver a mirarlos. Los dientes de Morgana se apretaron ante su decepción que la puso enojada e irritable. Al instante, se inclinó cerca de sus sirvientes a su lado y se enfureció.
—¿Acaso Arthur podría ser más irritante? Espero que Valiant gane el torneo.
Las chicas encontraron su mirada. Gwen simplemente le envió una suave sonrisa, sacudiendo la cabeza.
—No habláis en serio.
Morgana se mantuvo firme.
—Sí, por supuesto.
Pero su mirada errante la traicionó. Mientras sus palabras elogiaban a caballeros de la talla de Valiant, la Guardiana del Rey no podía apartar los ojos mucho tiempo de la postura del Príncipe al otro lado del salón, esperando el momento en que la devolviera, pero, por desgracia, nunca lo hizo.
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EL SEGUNDO DÍA del torneo se vio interrumpido por un retraso, ya que el tiempo primaveral de primera hora de la mañana trajo consigo un ligero chaparrón que dejó el terreno húmedo y resbaladizo por el barro. Pese a que todos quedaron un poco decepcionados, a medida que el sol seguía saliendo, las nubes se dispersaron y el suelo de la arena se secó lo suficiente como para que comenzara un combate limpio. Una vez más, Arthur fue el primero en luchar, y Odette lo aclamó con fuerza cuando entró en la arena, hasta que vio la mandíbula de Morgana y sus aplausos se apagaron lentamente.
Como el día anterior, Arthur luchaba bien. Examinaba los movimientos de sus adversarios y trabajaba para socavarlos. Los desbarataba sin importarle su experiencia, utilizando su debilidad en su contra hasta llegar a la cima. Cuando un caballero presionaba contra él, él sólo lo hacía con más fuerza, y Odette admitió que se estremecía con cada poderoso golpe que descargaba sobre el escudo de su oponente como si fuera un hacha, hasta que sus rodillas se derrumbaban bajo su peso. Arthur dio un paso atrás, respirando agitadamente a través del visor de su casco hacia el caballero caído.
Se quitó el casco y la gente de Camelot elogió su victoria con fuertes silbidos y gritos. Esta vez, los acogió y con una leve sonrisa en el rostro, levantó su casco en el aire y los aplausos se elevaron como una ola feroz. Odette se burló un poco, pero aplaudió de todos modos, sin querer admitir lo parcial que era con él, incluso si era un imbécil arrogante (palabras de Merlín, no de ella.)
Lord Ronyn silbó fuerte, estridente en sus oídos mientras se sentaba detrás. No le importaba, sólo mostraba su eterno y leal apoyo a su amigo más cercano. Morgana lentamente dejó caer sus manos de sus oídos una vez que él terminó y le dijo en tono brusco:
—¿Podríais ser más irritante?
—Sólo le muestro mi apoyo a nuestro príncipe —dijo Ronyn, pero todos sabían que disfrutaba sus reacciones—. No puedo esperar a que machaque a Valiant en la final.
—¿Y si gana Valiant? —Morgana respondió, protectora con su nuevo favorito.
Lord Ronyn se limitó a burlarse.
—Ya —movió las cejas, encontrándola hilarante—. Arthur siendo el perdedor, claro... todo lo que hace con esa espada es practicar, practicar y practicar... ganará con facilidad.
Morgana hizo una mirada pensativa al cielo.
—Hmm... —reflexionó—, no es así como recuerdo las lecciones de combate —sonrió—. Recuerdo haberos ganado a vos y al príncipe en numerosas ocasiones.
Ronyn la miró fijamente. Él también lo pensó y luego, sin dudarlo, respondió:
—Para vuestra sorpresa, no me acuerdo.
—Quizá porque te pegó muy fuerte en la cabeza —murmuró Odette en voz baja para sí misma. Pero el grupo la oyó.
Morgana sonrió, satisfecha de que su joven sirvienta estuviera de su lado mientras Lord Ronyn fijaba su mirada en ella. Sutilmente, sin que nadie lo viera, Odette arqueó una ceja, engreída y victoriosa.
A continuación, apareció el misterioso Caballero Valiant, emparejado con otro aspirante. Un joven y valiente caballero llamado Sir Ewan. Era el hijo menor de un noble adinerado cuya finca se extendía en los límites de Camelot; vestido con ropajes de color púrpura claro y con un escudo que representaba el laberinto de piedra que se extendía en las tierras de su padre desde tiempos remotos.
Luchó bien. Por primera vez en las rondas hasta el momento, Valiant fue igualado en habilidad. Sir Ewan esquivó sus ataques agresivos, reconociendo sus fintas y casi tomándolo por sorpresa con un repentino empujón de su escudo contra su costado.
La joven Adelynn soltó un grito ahogado cuando Valiant casi se cae, pero se recuperó. Sir Ewan esperó, educado y humilde, a que su oponente recuperara su espada. El Caballero Valiant no le otorgó el mismo honor.
En cuanto estuvo listo, arremetió con más saña que nunca. Odette se puso rígida en su asiento, incapaz de apartar la mirada de puro horror. Valiant se abatió sobre el escudo de Ewan: uno, dos, tres... hubo un momento terrible en el que blandió su espada y Odette pensó que entraría en contacto con el abdomen de Ewan, pero retrocedió en un abrir y cerrar de ojos, dejando marcas en el suelo. La multitud compartió algunos gritos ahogados, callados en su atenta concentración. Ningún caballero ganaba ventaja, sino que luchaban y luchaban, iguales en su destreza.
Sir Ewan trabó su espada contra la de Sir Valiant, tratando de desarmarlo. Y por un segundo, pareció que iba a hacerlo, hasta que el caballero serpiente giró su escudo para un golpe sucio. Sir Ewan fue tomado por sorpresa y cayó al suelo. Su casco se cayó, dejándolo vulnerable.
Odette estaba en el borde de su asiento, sin aliento, ya que incluso con él en el suelo, Valiant no tuvo piedad. Ewan levantó su escudo justo a tiempo, apretando los dientes mientras usaba toda su fuerza para empujar hacia atrás a su oponente, estirando los dedos hacia su espada que yacía vacía a su costado.
Fue entonces cuando ocurrió algo extraño.
Odette no estaba muy segura de lo que había visto, pero sintió que de repente Sir Ewan dejó de pelear. Su mano que buscaba la empuñadura de su espada cayó inerte, su lucha cesó y Valiant le envió su guantelete con fuerza a la mandíbula...
Y Sir Ewan fue derrotado.
La joven sirvienta se levantó horrorizada, incapaz de encontrar espacio en su interior para felicitar al Caballero Valiant por su victoria, no cuando su oponente yacía allí, inquietantemente inmóvil. Gaius se abrió paso rápidamente hacia el campo para examinarlo y Odette vio cómo su mirada se reducía en un ceño desconcertado.
Se dio cuenta de que algo no iba bien. Su mirada se desvió hacia Valiant, que desfilaba por la arena, provocando vítores a su paso... pero ella no compartía la pasión en absoluto.
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