| ❂ | Capítulo 9.
Keiran se ofreció amablemente a acompañarme dentro de aquella zona prohibida para cualquier persona que no perteneciera a la familia real. Atticus nos esperaba en el largo pasillo, distrayéndose con los cuadros que decoraban las ornamentadas paredes; Keiran se aclaró la garganta para llamar su atención. Ambos habíamos respetado nuestro espacio personal, manteniendo las distancias entre nuestros cuerpos, y observábamos al príncipe de Verano con la vista recorriendo los trazos de un colorido cuadro que representaba un frondoso bosque.
Atticus se giró hacia nosotros con una media sonrisa y los ojos iluminados por la esperanza. Me removí con inquietud al creer entender a qué se había debido aquella reunión improvisada con Keiran, y que había requerido la participación del propio Atticus: mi prometido sabía que las cosas entre su hermano y yo estaban tensas y había querido que limásemos asperezas. Quizá se lo había pedido a Keiran, intentando que fuera él quien diera el primer paso para que llegáramos a un mutuo entendimiento. O algo parecido.
Keiran asintió, informándole que todo había salido bien y que había sido todo un éxito.
—Lamento haberte robado a tu prometida tanto tiempo —se disculpó, protegiendo a Atticus y fingiendo que todo aquello había sido idea suya.
Atticus se acercó a mi lado, rodeándome con cuidado la cintura con su brazo. Keiran también esbozó una sonrisa y pasó por nuestro lado, dirigiéndose hacia las escaleras que conducían al segundo piso; aún le quedaba otro piso más hasta llegar a la planta donde se encontraba su habitación.
—¿Qué tienes en mente, Keiran? —le preguntó Atticus mientras su hermano subía el primer escalón.
Él nos observó por encima del hombro.
—Darme una larga ducha y quizá ir a echar un vistazo a las caballerizas para vigilar a Mut, me han comentado que han tenido problemas con algunas yeguas —contestó, poniéndose en marcha.
Atticus observó con interés a su hermano, casi reticente a dejar marchar tan rápido a Keiran. La preocupación era palpable y sospechaba que mi prometido no quería dejar solo a su hermano mayor bajo ningún concepto; aún arrastraba lo sucedido en la tercera prueba y Atticus no quería perderle de vista.
Tenía miedo de lo que pudiera suceder, después de haber escuchado al rey de Primavera afirmar que su hijo no volvería a ser el mismo. Había sido para todos los campeones, a excepción de Morgan, tener que hacer frente algo así... sin haber logrado entender la misiva de la reina Mab donde se nos indicaba lo que iba a suceder durante la tercera prueba.
—Podríamos pasar tiempo juntos —probó de nuevo Atticus, reticente a dejar a solas a su hermano—. A Maeve no le importaría. Podríamos enseñarle multitud de cosas...
Mi prometido me dirigió una mirada suplicante, pidiéndome con ella que le siguiera el juego. Recordé la tregua que habíamos acordado Keiran y yo por el bien de su hermano, por el bien de todos; sin embargo, era evidente que Keiran necesitaba pasar tiempo solo para intentar poner en orden lo que hubiera sucedido con la Niebla.
Entendía las dos posiciones.
Pero mi obligación era apoyar a Atticus.
Desvié la mirada hacia Keiran, que había ralentizado sus prisas para huir de nosotros por la escalera. El tono suplicante de su hermano menor parecía haber tenido un mínimo efecto en él, pero estaba esperando una confirmación por mi parte; quizá una prueba de fe para demostrar que respetaba nuestra tregua.
Cogí aire.
—Estaría encantada de contar con tu presencia —me obligué a decir, luego miré a Atticus, que me animaba a continuar hablando—. Sería una experiencia gratificante si ambos me mostrarais las maravillas de la Corte de Verano.
Volví a mirar a Atticus, esperando su confirmación silenciosa de que no había metido la pata. A mi lado, mi prometido asintió de manera discreta, indicándome que lo había hecho bien; en la escalera, Keiran se había quedado detenido, como si realmente estuviera valorando nuestra oferta.
El brazo que mantenía Atticus sobre mi cintura se estrechó a modo de agradecimiento. A pesar de haber devuelto su atención a su hermano mayor, pude ver un brillo de preocupación en su mirada color miel; Keiran podía negarse perfectamente a acompañarnos, pero Atticus quería tenerlo cerca y controlado. Asegurándose de que todo estaba bien.
—¿Necesitáis a estas alturas una carabina? —preguntó desde lo alto de la escalera.
Mis mejillas se colorearon de golpe al captar la insinuación que parecía ocultarse tras su pregunta. Atticus se aclaró la garganta, algo molesto también por las desafortunadas palabras de su hermano mayor. Quizá Keiran creyera que no estábamos seguros de pasar tiempo solos después de lo sucedido en la ciudad.
Mordí mi lengua para contener una réplica, cediéndole a Atticus el honor de responder a su hermano.
—Queremos que nos acompañes —contestó el príncipe.
Miré a Keiran con el ceño fruncido, podía intuir el dilema que tenía delante. Pero no sabía qué iba a responder.
El tiempo que nos quedamos en silencio, el latido de mi corazón resonaba con fuerza en mis oídos; Atticus parecía temeroso ante la posibilidad de que Keiran se negara rotundamente, alegando cualquier excusa para evitar acompañarnos. Yo misma tenía serias dudas sobre qué haríamos en grupo.
—Dadme tiempo suficiente y os acompañaré —refunfuñó.
El rostro de mi prometido se iluminó al escuchar que su hermano nos acompañaría finalmente. Por mi parte, me limité a esbozar una rápida sonrisa en dirección a Atticus mientras Keiran continuaba su ascenso hacia la tercera planta para poder adecentarse después del cansado espectáculo con aquellos soldados.
—Hoy podremos prescindir de Ames, ¿eh? —insinuó Atticus, al mismo tiempo que nos dirigíamos hacia una de las paredes para que me mostrara las pinturas.
No me pilló por sorpresa que Atticus hubiera recuperado su antiguo sentido del humor, que estuviera recuperando al que fue antes de nuestra pequeña crisis; sin embargo, para mí no era tan fácil: le había perdonado, sí, pero todavía me quedaba un pequeño camino por delante para cerrar el capítulo de manera definitiva.
Nos detuvimos frente a una imagen que mostraba a un joven montando a caballo. Tenía cierto parecido con Keiran, aunque ambos compartieran una edad similar; ladeé la cabeza con curiosidad para observar mejor el retrato, ignorando la broma que había hecho Atticus sobre invitar a lady Amethyst a que se uniera a nosotros en aquella improvisada salida.
Por el rabillo del ojo vi que Atticus me estaba mirando mientras yo seguía intentando adivinar quién era el joven del cuadro.
—Es mi padre.
Fruncí el ceño al descubrir su identidad. Ahora que conocía el nombre del chico, podía ver las semejanzas que compartía con el rey Oberón actual; pese a ello, el muchacho del cuadro parecía mucho más vital y feliz que el actual monarca, que tenía la mirada hundida y el corazón lleno de oscuridad.
Me pregunté cómo habría sido su infancia y de dónde procedía esa profunda enemistad que parecía existir entre la Corte de Verano y de Invierno. Mi madre desde niños nos había inculcado a mi hermano y a mí el odio hacia la Corte Seelie, pero especialmente hacia la Corte de Verano; su esfuerzo había sido con el propósito de mantenernos a su lado, de mantener viva la llama del rencor y odio.
—Ahí era casi un adolescente, unos dieciséis años —siguió explicándose Atticus, consciente de que tenía toda atención a pesar de que no despegaba la mirada del óleo—. Tres años después se comprometió con mi madre.
Me sorprendió descubrir que los actuales monarcas habían tenido un compromiso tardío, casi como Atticus y yo. Escuché algunas anécdotas sobre cómo habían sido los años jóvenes del rey y la reina —quien había resultado ser procedente de la Corte de Primavera—, y de cómo había sido su supuesta historia de amor; no quise darle mucho crédito debido a que ahora la relación entre ambos parecía estar apagada, después de tantos años en el trono. Quizá su chispa se había apagado.
Quizá sí hubieran estado enamorados de jóvenes.
—Me temo que yo he resultado ser una oveja negra. —La voz de Keiran nos sobresaltó a su hermano y a mí.
Apoyado contra la esquina del pasillo, el príncipe heredero nos observaba con los ojos entornados. Llevaba el cabello húmedo, producto de un rápido baño para eliminar el sudor del ejercicio, y se había puesto uno de sus habituales trajes; Atticus le dirigió una sonrisa mientras sacudía la cabeza.
Parecía ser una broma privada entre ambos.
—Disfruta de tu libertad mientras puedas, tu tiempo se agota —recomendó Atticus.
Keiran enarcó una ceja con diversión.
—¿Acaso pones en duda que no lo esté haciendo? Me siento ofendido.
Empecé a sentirme como una intrusa al presenciar aquel intercambio de bromas entre los dos. La relación que existía entre ambos parecía haberse fortalecido tras aquel pequeño bache; Keiran se había esforzado —tanto por su propio beneficio como por el mío— para aclarar lo sucedido en el laberinto, omitiendo unos cuantos detalles que no creyó conveniente revelar.
Atticus y Keiran continuaron con su juego un par de frases más, comparándose con el caballo en el que estaba montado su padre en el cuadro que habíamos estado contemplando antes de que él se reuniera de nuevo con nosotros.
—¿Algún destino en especial, Maeve? —inquirió entonces Atticus, recordando que yo seguía allí. Aunque en silencio.
Las miradas de ambos príncipes se desviaron a la par hacia mi persona. La ceja que Keiran todavía mantenía enarcada subió un poco más, al igual que las comisuras de sus labios; las palmas de las manos empezaron a sudarme ante ese simple gesto, despertando de nuevo la incomodidad.
Me resultaba extraña la situación de tregua que habíamos aceptado por el bien de Atticus.
—¿La biblioteca? —solté lo primero que se me pasó por la cabeza.
Era uno de los rincones favoritos de Atticus dentro de palacio. Keiran sacudió imperceptiblemente la cabeza, quizá decepcionado con mi elección; Atticus esbozó una media sonrisa, haciéndome recordar con ese gesto la promesa que me había hecho.
Nos pusimos en marcha hacia allí y, en aquella ocasión, me moví a propósito para caminar en una esquina, dejando a mi prometido en medio de ambos; estaba bien que hubiéramos alcanzado un acuerdo, pero tanta cercanía me parecía tensar el hilo demasiado.
Keiran abrió las pesadas puertas con un resoplido y nos cedió el paso para que pasáramos primero. De nuevo pude apreciar la energía antigua que rodeaba a aquel lugar, en el que me había reunido con Atticus cuando intentábamos arreglar la situación; mi prometido nos guio a su mesa favorita y luego desapareció entre las estanterías para buscar un libro con el que poder pasar la tarde.
El otro príncipe contempló su alrededor con un gesto de disgusto.
—¿Has elegido este lugar porque es un recinto cerrado donde poder controlarme? —preguntó, lanzándome una mirada.
Me humedecí el labio inferior.
—Es el primer sitio que me ha venido a la cabeza —me defendí con algo de hosquedad.
La mirada de Keiran se desvió de nuevo para poder observar las altas estanterías, cruzándose de brazos.
—No se me han pasado por alto las intenciones de mi hermano —repuso con el ceño fruncido—. Está preocupado por lo sucedido en la tercera prueba y quiere tenernos cerca, vigilarnos. Como si fuéramos a...
La voz se le apagó de golpe al mismo tiempo que se sacudía por un escalofrío. Su mirada seguía estando casi apagada y su tez no parecía haber recuperado el color; su nuez subió y bajó cuando tragó saliva, lo mismo que las palabras que estaba a punto de pronunciar.
La idea de lo que había estado a punto de hacer en aquella arena seguía atormentándole.
Igual que sus miedos.
Contuve un suspiro al pensar yo en mis propios demonios. El vello se me erizó al recordar cómo había estallado, incapaz de poder soportar por mucho más tiempo las afiladas palabras de la Niebla; los rostros de las personas que me importaban haciéndome daño.
Me dirigí hacia un pasillo cualquiera para coger un libro que me permitiera un mínimo de distracción. Mis pasos se detuvieron cuando me encontré de nuevo ante el viejo tapiz que había visto la primera vez que Atticus me había llevado allí; en aquella ocasión sucedió algo... raro: el tapiz cambió de forma ante mis ojos, mostrándome un mapa distinto al que yo siempre había conocido.
Tragué saliva de manera inconsciente mientras me acercaba a él con la esperanza de que sucediera de nuevo.
Con dudas, alcé la mano y acaricié la tela del tapiz, sintiendo en la yema de mis dedos una magia que me resultó reconfortante... familiar; una magia que me resultó similar, similar y peligrosa.
—Ese tapiz lleva años aquí. —Di un brinco al escuchar la voz de Keiran a mi espalda.
Me giré para contemplar al príncipe, que observaba el tapiz con una expresión cargada de nostalgia. Por precaución —y para cortar cualquier tipo de posibilidad, por mínima que fuera, de que cambiara frente a Keiran— aparté la mano de la tela y retrocedí unos pasos, sin perder de vista al príncipe heredero.
—Me lo enseñó Atticus la primera vez que me mostró la biblioteca —de nuevo tuve que justificarme, como si cada paso que diera necesitara de una explicación hacia Keiran—. Lo había olvidado por completo.
—A mi abuela le gustaba contarnos historias sobre ese tapiz —continuó el príncipe, frunciendo el ceño—. Mi padre solía enfurecerse cuando lo averiguaba.
—¿Qué tenían de malo esas historias? —me atreví a preguntar.
Keiran me recompensó con una sonrisa torcida.
—Que estaban prohibidas.
Enarqué una ceja con escepticismo. ¿Qué tipo de historias prohibidas habría escuchado el príncipe siendo niño para que alterara tanto a su padre? Sentí una oleada de envidia al pensar en la suerte que había corrido el príncipe heredero al poder contar con una familia tan extensa con la que poder compartir una parte de su vida: mis propios abuelos habían muerto poco después que naciera Sinéad.
Nunca habían llegado a conocerme.
—¿Y por qué están prohibidas?
El que enarcó la ceja en aquella ocasión fue Keiran.
—Veo que la comunicación entre nosotros ha mejorado notablemente —comentó en un tono burlón—. Jamás hubiera creído que te gustaba hacer tantas preguntas.
Me encogí de hombros, ignorando la burla.
—Soy una persona curiosa.
—¿Y quién no lo sería después de haber pasado casi toda su vida encerrada? —preguntó él.
Bufé y decidí que había llegado el momento de abandonar aquel rincón apartado y menos iluminado donde se encontraba el tapiz. Escogí una de las estanterías que tenía más cerca y fingí que buscaba un libro que me gustase; la irritante mirada de Keiran sobre mí empezó a inquietarme. ¿Por qué me había seguido hasta allí? ¿Y por qué no dejaba de mirarme?
—¿Es aquí donde venís Atticus y tú a hacer manitas?
El libro que había sacado de su sitio cayó estrepitosamente al suelo mientras sentía mis mejillas arder de la vergüenza y la ira por la inapropiada pregunta que me había formulado Keiran.
Le dediqué una mirada fulminante.
—Pensé que habíamos alcanzado una tregua —le recordé con rabia.
Keiran se encogió de hombros y luego se agachó tranquilamente para recoger el libro que a mí se me había caído.
—Me resulta encantador ver cómo te sonrojas ante una simple broma.
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