| ❂ | Capítulo 8.
Tal y como me había indicado Cathima, después de beber aquel líquido pude dormir sin verme asolada por ningún tipo de sueño. Me dejaron la mañana siguiente como libre debido a la intensidad de la tercera prueba y el delicado estado en el que nos había dejado a algunos campeones; mis doncellas me dejaron dormir hasta que yo quise y no me molestaron para nada.
Desperté alrededor del mediodía. Aparté las mantas con cuidado y bajé al suelo con una ligera molestia todavía en mis músculos; en el salón me topé con dos de mis doncellas, que se sobresaltaron al verme aparecer en camisón y recién despierta.
—Creímos que tendría hambre, Alteza —dijo, con rigidez—. La comida está en la terraza.
—El príncipe Sinéad se pasó por aquí esta mañana —siguió la otra—. Pero seguía durmiendo y no creyó conveniente desvelarla. Vendrá a visitarla más tarde.
Asentí con agradecimiento y fui directa hacia la terraza.
Suspiré cuando los rayos del sol impactaron de lleno sobre mi rostro. Recordaba la escalofriante pesadilla de la noche anterior, antes de que Cathima bajara hasta las cocinas para traerme un remedio que pusiera fin a mis malos sueños; me froté de manera inconsciente el cuello, sintiendo de nuevo el frío tacto de los dedos de Puck apretando mi carne.
Me senté sobre una de las sillas y me obligué a contemplar los platos que mis doncellas habían dispuesto, adelantándose a mi necesidad de comer algo cuando despertara; empecé a servirme en un plano una diminuta cantidad, por temor a ser incapaz de poder con mucho más.
Mi apetito se redujo al pensar de nuevo en mis pesadillas.
—¿Has podido descansar algo? —La repentina pregunta a mis espaldas hizo que soltara un sonoro respingo.
Giré el cuello para ver a Atticus saliendo a la terraza con absoluta soltura. Después desvié la mirada hacia las dos doncellas que trataban pasar desapercibidas tras el cuerpo de mi prometido; entrecerré los ojos con un claro aviso en ese gesto: sabía por qué habían permitido que Atticus pasara sin consultármelo a mí primero.
"Malditas doncellas de Verano".
Luego me obligué a centrarme en Atticus, recordando que me había hecho una pregunta.
—Un poco —reconocí, encogiéndome de hombros.
El hecho de que Atticus hubiera aparecido durante mi prueba gracias a la Niebla demostraba que mi miedo a la traición parecía haberse endurecido dentro de mi corazón, que jamás perdería el temor de verme traicionada por las personas que me rodeaban... que me importaban. Él mismo lo había hecho, echando a perder —sin saberlo— los posibles sentimientos románticos que pudiera haber albergado hacia; mi hermano me había hablado con claridad sobre mi situación tras ese pequeño desliz por parte de mi prometido: el compromiso debía ser prioritario. Y eso suponía tener que pasar página forzosamente.
Además, y a pesar de lo mal que se lo había hecho pasar los días previos a la tercera prueba, Atticus no había dudado ni un segundo en bajar hasta la arena para sacarme de allí. Para ayudar a mi hermano.
Y yo necesitaba mantener nuestro compromiso.
Quizá podía hacer un esfuerzo para mejorar nuestra relación, para intentar devolverla al mismo punto que se encontraba. Aunque sin posibilidad de ir más allá, por mucho que Atticus me dijera que estaba enamorado de mí.
Le invité con un gesto de mano a que tomara asiento y él esbozó una diminuta sonrisa esperanzada.
—¿Qué hay de los otros campeones? —pregunté.
Morgan había logrado escapar de las garras de la Niebla por orden de su rey, el resto de nosotros no habíamos corrido tanta suerte. Mi madre no había dudado ni un segundo en lanzarme de cabeza a la arena —reservándome, incluso, la última posición para lucirme en aquel macabro espectáculo— con la firme convicción de que lograría sobreponerme a las inclemencias de la Niebla.
Y tanto Keiran como yo lo habíamos logrado, quedando en primer lugar.
Atticus hizo una señal a las doncellas para que trajeran un juego para acompañarme en la comida; un instante después, como si hubiera reparado en el error que acababa de cometer, me dirigió una mirada ansiosa donde me preguntaba si estaba de acuerdo con ello.
Sonreí y él terminó por sonreír conmigo, mucho más calmado.
—Ariel no está pasándolo nada bien —respondió a mi pregunta con un tono meditabundo, preocupado por la salud del aliado de su hermano en el Torneo—. Su padre teme que la tercera prueba le haya afectado demasiado, volviéndolo algo... inestable.
Contuve un comentario sobre si realmente Ariel era una persona estable antes de participar siquiera en el Torneo. Desde el primer momento que había decidido participar, el príncipe de Primavera me había señalado como un objetivo; en la segunda prueba había intentado asesinarme y su único castigo impuesto habían sido veinte latigazos y la imposibilidad de sanar las heridas mediante la magia.
Atticus se detuvo cuando una de las doncellas trajo otro juego de cubiertos y una copa de cristal para su príncipe. De manera inconsciente me fijé en mi prometido, en cada detalle, intentando comprobar si su actitud escondía algo más que ser amable.
Él sonrió un instante antes de centrar su atención de nuevo en mí, ignorando a la doncella.
Su rostro había vuelto a convertirse en un gesto serio.
Se calló de golpe, pero pude intuir lo que no se atrevió a decir en voz alta: "la muerte". La reina Mab había logrado mostrar al público una faceta del príncipe de Verano nunca antes vista; siempre que había visto a Keiran, al príncipe le rodeaba un aura de seguridad y superioridad típicas de hombres poderosos, de personas que tenían claro para qué habían nacido y conforme a lo que le habían inculcado de niño. Como él, el futuro rey de la Corte de Verano.
Atticus se aclaró la garganta.
—Las pesadillas que le asolaron debieron ser atroces —continuó, en un tono sombrío—. Tuvieron que suministrarle un somnífero para que pudiera dormir sin sueños... como a ti.
Tragué saliva ante sus últimas palabras.
—Te vi en la arena, estaba allí mientras... mientras intentabas resistir a esa cosa —escupió lo último con desagrado—. Sinéad me pidió que no te molestara en lo que restaba de día, que necesitabas sobreponerte; no me fue muy difícil suponer que tú tampoco pudieras pegar ojo anoche sin ayuda de un somnífero.
Bajé la mirada al plato de manera obligada. La mano de Atticus tapó la mía, transmitiéndome el calor de su palma sobre mi piel; tragué saliva ante el contacto, recordándome lo que tenía que hacer. Desterré de mi mente los punzantes pensamientos sobre Atticus y esa misteriosa mujer de Vesper, decidiendo seguir el consejo que me había hecho Keiran cuando vino a interceder por su hermano: perdonar.
Quizá si pronunciaba esas palabras en voz alta podría deshacerme del peso que llevaba acompañándome desde que Atticus me lo había confesado, haciéndome más fácil recuperar nuestra vieja relación.
Aspiré una bocanada de aire, infundiéndome valor.
—Atticus, quisiera pedirte disculpas —pronuncié con cuidado, consciente del peso de mis propias palabras.
Aguardé unos segundos antes de alzar la mirada hacia su rostro, evaluando su reacción. Mi prometido tenía su mirada fija en mí, incapaz de ocultar el asombro ante lo que había dicho; la discusión que habíamos mantenido mientras nos dirigíamos hacia el pícnic que había preparado para mí había sido una llamada de atención, un reclamo por su parte.
El silencio que nos rodeaba empezó a asfixiarme. Había pedido disculpas a Nyeel tras mi metedura de pata, pero ella las había desestimado y había decidido aliarse con Keiran para hacerme daño; con Atticus no sucedería eso. Él no era como Nyeel y había tratado de demostrármelo día y noche.
—Mi comportamiento estos días ha sido inexcusable —empecé, manteniéndole la mirada—. Y sé que te he hecho daño con mis continuos desaires, empujándote a que quisieras tomar la decisión de poner fin a nuestro compromiso. Estaba dolida por tu confesión y he tratado de devolvértelo todo del único modo que sé... y lo siento. Siento mucho no haber tomado esta decisión antes y pasar página.
La mano de Atticus estrechó la mía mientras su mirada se iluminaba al escuchar mi torpe disculpa. Había sido sincera, pues había estado utilizando el dolor y ganas de resarcirse de Atticus para vengarme; él lo había aguantado hasta que la situación le había sobrepasado, que fue el momento que me amenazó con tomar la decisión de romper nuestro compromiso.
Luego recordé lo que Keiran había insinuado, llamándome hipócrita por hacérselo pasar mal a su hermano cuando yo merecía lo mismo. El príncipe heredero había tenido la razón, y había decidido presionarme con eso para que cambiara de postura con Atticus.
—Te juro que jamás volveré a hacerte daño, Maeve —me prometió Atticus, hablando con intensidad—. Mi único propósito en esta vida será hacerte feliz.
Me mordí el interior de la mejilla. Mi madre estaría encantada de escuchar las palabras de Atticus, demostrándole que no supondría ningún obstáculo en nuestro plan; la vida de mi prometido también pendía de un hilo, dependiendo de cómo se comportara una vez le convirtiéramos en rey de la Corte de Verano.
Forcé mis labios a formar una sonrisa, entrelazó sus dedos con los míos y yo se lo permití.
—Lo sé —murmuré—. Sé que lo harás.
Aprovechando que habíamos dejado las cosas claras y que habíamos hecho las paces, normalizando nuestra situación, Atticus me propuso que saliéramos a dar una vuelta por los jardines; en cierto modo, la compañía de mi prometido me ayudaba a mantener alejados de mi cabeza los turbios pensamientos sobre lo sucedido en la tercera prueba y las pesadillas que le habían seguido la noche anterior.
Sustituí mi camisón por uno de los vestidos con los que me había obsequiado la reina Titania para avisarme de mi nueva posición. "Una princesa Seelie".
Una vez estuve preparada, me reuní con Atticus en el pasillo. Acepté el brazo que me tendía y entrelacé el mío, consciente de las miradas de algunos nobles que se encontraban en ese mismo pasillo; todos se doblaron en una reverencia al vernos pasar, mostrando su respeto hacia el príncipe de Verano y su prometida.
Con aquel nuevo aspecto, las gentes de Verano parecían haberme aceptado entre ellos. Porque, aunque no fuera de manera voluntaria, parecía estar renegando de mis orígenes... de mi procedencia; apreté los dientes cuando una pareja se inclinó en nuestra dirección, con sus ojos resplandeciendo al observarme más de cerca.
Supuse que no serían tan amables si mi aspecto fuera propio de lo que realmente era: una princesa de la Corte de Invierno.
Salimos a los jardines, donde parte de los cortesanos de Verano y Primavera solían reunirse para pasar el día mientras esperaban la llegada de la última prueba. Me pregunté qué nos tendría reservado el rey Oberón; Keiran había insinuado saber en qué consistiría.
Nos detuvimos ante un nutrido grupo que se había reunido cerca de la pista que los soldados de Verano solían usar para sus pruebas físicas. Atticus me guio con cuidado hasta que alcanzamos el otro lado del muro humano que se había formado, mayoritariamente formado por jovencitas que no dejaban de soltar risitas ñoñas; aspiré el aire con brusquedad cuando descubrí qué era lo que parecía tener tan alteradas a las muchachitas: un pequeño grupo de soldados —quizá en formación todavía— se divertían enfrentándose al príncipe heredero y su grupo de amigos.
Conté hasta doce soldados frente a Keiran y sus tres amigos, entre los que no se encontraba Ariel. Sin embargo, y a pesar de la desventaja numérica, no parecían estar perdiendo; Keiran se movía con decisión contra sus rivales, lanzando estocadas con una precisión abrumadora. En cierto modo, no pude evitar recordarle cuando creía que se trataba de un soldado de Verano más, en vez del príncipe heredero.
Atticus se encontraba atento al encuentro, frunciendo el ceño ante las habilidades en el combate de su hermano mayor.
Mi mirada se desvió de manera inconsciente hacia la camisa húmeda por el sudor de Keiran, que se le pegaba a la espalda y permitía atisbar la línea de sus músculos bajo la tela; cuando uno de los soldados obligó a girar a Keiran sobre sí mismo, pude ver que su rostro estaba demacrado y muy pálido.
El estómago se me retorció al ver sus ojeras y su expresión contrita. Al principio había creído que todo aquel espectáculo se trataba de un burdo intento por parte de Keiran y sus amigos para lucirse frente a las jóvenes que los animaban y jaleaban a los nobles; ahora sabía que todo aquello se trataba de una distracción.
Una distracción para alejar los malos pensamientos sobre todo lo que había sucedido ayer. Sobre lo que estuvo a punto de hacer.
Miré a Atticus con pesar, sabiendo que su hermano menor también había adivinado a qué se debía todo aquello que había montado junto a sus amigos.
—No está pasándolo bien —expuso Atticus.
Se oyó un generalizado grito ahogado por la multitud, obligándonos a devolver la mirada hacia los soldados y el príncipe. Keiran había logrado tumbar a uno de sus rivales, colocando la punta de su espada sobre el pecho del otro chico; me tensé, esperando que le hiciera algún corte, creyendo que se trataba de un duelo a primera sangre, pero el soldado al que Keiran había derrotado se echó a reír a mandíbula batiente, arrancándole una sonrisa al propio príncipe de Verano.
Él soltó la espada a un lado para no herirle y luego le tendió la mano para ayudarle a ponerse en pie.
Algunas jóvenes empezaron a aplaudir ante el espectáculo. Los amigos de Keiran les dedicaron una reverencia, como si fueran actores de una representación; el príncipe, por el contrario, procuró mantenerse en un segundo lugar, permitiendo que sus tres amigos se llevaran todo el mérito.
La broncínea mirada de Keiran nos descubrió entre la multitud y abandonó su posición para acercarse a nosotros. Mi primer instinto fue retroceder, exponer alguna excusa a Atticus para que nos marchásemos de allí; algunas chicas salieron al encuentro de Keiran, intentando llamar su atención, pero el príncipe se deshizo de ellas con corteses sonrisas mientras seguía acercándose hacia donde estábamos detenidos.
Miré a mi prometido, que sonreía abiertamente hacia su hermano.
—¿Intentando mantener tu ego intacto, hermano? —le preguntó Atticus con malicia.
Observé a ambos príncipes. Era evidente el cariño que ambos se profesaban, además de que harían todo lo que estuviera en su mano por ayudar al otro; Keiran terminó por sonreír —de una manera mucho más natural que las anteriores ocasiones— ante la pulla de su hermano menor.
Yo intenté mantenerme en un segundo plano, intentando pasar desapercibida ante el príncipe heredero.
—Un príncipe se debe a su pueblo —contestó Keiran, encogiéndose de hombros.
Su mirada cansada pasó entonces de Atticus a mí, provocando que mis nervios estuvieran a punto de descontrolarse. Mi cuerpo se quedó rígido cuando tomó mi mano y depositó con cuidado un beso en el dorso; mis ojos se abrieron de par en par ante ese galante gesto por su parte.
E impredecible, sin lugar a dudas.
—Dama de Invierno —me saludó.
Retiré apresuradamente la mano y miré de refilón a Atticus, que sonreía abiertamente. Como si estuviera feliz de ver el buen trato que parecía existir entre su prometida y su hermano; me recorrió un escalofrío de temor. ¿A qué estaba jugando Keiran? ¿Y por qué había decidido arrastrarme a él?
Aguanté estoicamente el escrutinio de Keiran, quien fue consciente de que mi aspecto —bajo la capa de maquillaje que había accedido a llevar— era tan horrible como el suyo. Consecuencias de la tercera prueba, la más retorcida y espantosas de todas.
—¿Nos acompañas, Keiran? —ofreció Atticus, sin perder la sonrisa.
"Di que no. Di que no. Di que no...".
—Será un placer —contestó a su hermano.
La tensión mantuvo la rigidez de todos mis músculos. Atticus me dio un leve golpecito en la parte baja de la espalda para que me moviera, alejándonos del nutrido grupo que se había reunido para ver a su futuro rey enfrentándose a sus rivales con una habilidad innata; echamos a andar, dejándome a mí en medio de ambos hermanos.
Me sentía incómoda. Muy incómoda.
Atticus y Keiran empezaron a hablar sobre un tema banal, sin querer acercarse a ningún tema espinoso... como la tercera prueba. Apreté los puños contra la falda de mi vestido, recordando cómo había decidido echar una mano a Keiran, deteniéndole antes de que bajara a la arena; el brazo del príncipe rozaba el mío, crispando mis nervios.
Me había prometido a mí misma zanjar la simpatía que pudiera mostrar Keiran hacia mí, diciéndome que Keiran no era mi amigo.
Era un hombre muerto.
Pero no podía pasar por alto el hecho de que había salvado mi vida; había roto las reglas de la segunda prueba para salvarme de la herida que Ariel me había producido con una de las dagas que se nos había proporcionado.
Pestañeé cuando nos detuvimos cerca de unas puertas acristaladas que conducían a la parte del castillo que pertenecía a la familia real. Miré a Atticus en busca de una explicación y me topé con su sonrisa tranquila; luego desvié la mirada hacia Keiran, creyendo que había llegado el momento de la despedida.
—Esperaré dentro —dijo Atticus.
Lo miré con horror, sin entender nada de lo que estaba sucediendo.
Intenté seguirle, pero Keiran se interpuso en mi camino, permitiendo que Atticus se alejara de mí para introducirse por la puerta acristalada, desapareciendo de mi campo de visión.
Desvié la mirada hacia el otro príncipe, exigiendo una explicación de lo que había sucedido. Por qué Atticus se había marchado sin mí, dejándome con su hermano mayor y una náusea retorciéndome la boca del estómago.
Recordé la acusación que me había lanzado la Niebla, cuando había adoptado su identidad.
—¿Qué significa todo esto? —inquirí.
Keiran pasó el peso de su cuerpo de un pie a otro.
—Estoy intentando devolverte el favor.
El aire se me quedó atascado en la garganta.
—¿Devolverme el favor? —repetí, desorientada.
Keiran esbozó una media sonrisa.
—Me detuviste antes de que bajara a la arena —recordó con suavidad—. Al final me ayudaste, a pesar de que juraste no hacerlo. Dijiste que nuestras deudas estaban saldadas y que no me debías nada —añadió, incapaz de ocultar su asombro por mi cambio de opinión durante el transcurso de la tercera prueba.
Ahora llegó mi turno de removerme con incomodidad. Ni siquiera yo misma sabía por qué había cometido semejante inconsciencia; aunque me había consolado alegando que la razón se encontraba en el hecho de que Keiran había salvado mi vida. Y que esa era una deuda muy difícil de pagar.
—Hice lo mismo por Morgan —opté por decir.
La sonrisa de Keiran creció de tamaño al percibir mi apuro al hablar del tema. Seguramente encontraba muy divertido la idea de burlarse de mí, pues yo no había parado de causarle problemas; quizá había encontrado la forma de devolvérmelo. Aún no me había disculpado por haber tratado de esa forma a lady Amethyst, su amiga más cercana.
Pero él tampoco me había exigido nada al respecto.
—La última prueba tendrá lugar dentro de un mes —habló entonces Keiran, muy deprisa, vigilando que nadie escuchara nuestra conversación—. Es muy posible que te saquen de la cama... no te resistas. —Lo miré con el ceño fruncido, sin entender nada—. Intentarán cogernos a todos con la guardia baja.
—¿Eso es todo? —pregunté.
Keiran sacudió la cabeza, respondiéndome que no.
—Mi padre no ha querido arriesgarse dándome más información al respecto —continuó hablando—. Pero dice que será la prueba más larga de todas. Algo... extremo.
Miré fijamente al príncipe a sus ojos de color ámbar, intentando descubrir si estaba siendo sincero conmigo. Tenía la molesta costumbre de desconfiar de todo lo que me rodeaba... y más si se trataba de Keiran, a pesar de las pruebas de buena fe que había recibido por su parte tras haber descubierto la verdad del laberinto.
Solté el aire lentamente en un suspiro, cediendo.
—Gracias —dije, pues fue lo único que se me ocurrió decir en aquel momento.
Keiran desvió la mirada hacia las puertas acristaladas, quizá buscando a su hermano.
—No he podido evitar fijarme en que las cosas parecen haberse arreglado entre Atticus y tú —observó.
Respiré hondo.
—Decidí seguir tu consejo —admití—. Le he perdonado.
Keiran volvió a mirarme con un brillo travieso, aunque podía percibir el alivio de descubrir que el ánimo de Atticus mejoraría ahora que había decidido dejar de castigarlo por lo que había sucedido en la ciudad opalina, en un callejón oscuro y con una mujer desconocida.
—Has elegido bien —comentó el príncipe.
Miré hacia las puertas acristaladas con una extraña sensación hormigueando en mi piel. Tanto Keiran como yo habíamos mantenido las distancias, aunque estuviéramos tratando de ser amables el uno con el otro; me fijé de nuevo en su rostro cansado y volví a preguntarme qué miedos ocultaría.
—¿Esto significa que podemos intentar tener un trato cordial? —La pregunta de Keiran hizo que parpadeara.
Días atrás le había asegurado que jamás sería capaz de tratarle como un aliado, y mucho menos como un amigo. Una parte de mí estaba segura de mi decisión, alegando que sería un suicidio un acercamiento con el príncipe heredero; las consecuencias serían nefastas si la reina Mab se enteraba de ello. Ya había sido demasiado clara al respecto sobre qué opinaba de Keiran.
Keiran alzó ambas cejas ante mi repentino mutismo.
—No estoy pidiéndote que seamos amigos ni aliados —parafraseó mis propias palabras, encogiéndose de hombros—. Vas a convertirte en la esposa de mi hermano y será incómodo para Atticus ver cómo su esposa y su hermano tienen una relación tan... complicada. Ya formas parte de nuestra familia.
Entrecerré los ojos, evaluándole. Me abstuve de corregirle sobre lo último que había añadido, pues yo no me sentía en absoluto parte de su familia; como tampoco de la Corte de Verano, por muchos vestidos que pudiera ponerme.
Keiran tendió una mano en mi dirección.
—¿Una tregua, Dama de Invierno? —me propuso.
Pensé en la reina Mab, en qué diría de saber que estaba valorando la proposición de Keiran. Mi madre había estado ausente desde que habíamos puesto un pie en la Corte de Verano, apareciendo únicamente cuando le venía en gana; la reina Mab había estado dirigiendo mi vida desde que era niña, y yo quería empezar a tomar mis propias decisiones.
Quería sentir un poco de libertad.
Al final acepté la mano de Keiran y ambos terminamos estrechándonos la mano, sellando así nuestro acuerdo. "No te ha ofrecido amistad, ni siquiera ser tu aliado... solamente una convivencia tranquila", me recordé mientras mantenía mi mano dentro de la del príncipe, notando las durezas de su palma que debían haberle causado los entrenamientos desde que era pequeño.
—Tenemos una tregua, príncipe.
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