| ❂ | Capítulo 4.


Resoplé al ver aparecer a nuestros caballos de la mano de los sirvientes que nos habían acompañado para aquel desastroso pícnic. Asentí de manera forzada para agradecerle al chico que sostenía mis riendas y luego subí a la silla de un simple brinco; hice girar a mi caballo con maestría para sacar algunos segundos de ventaja a Atticus y poder marcharme de allí de inmediato, sin la presencia de mi prometido.

Clavé los talones en los costados del animal y echamos a galopar. Aferré las riendas con fuerza mientras el viento cortaba mi rostro, provocando que los ojos me lagrimearan debido a ello; pensé en la discusión con Atticus en el interior de la tienda. De no haber sucedido nada la noche que Atticus huyó a la ciudad, ¿habría salido en defensa de lady Amethyst? ¿Me habría dado la razón a mí?

Tenía que ver a mi hermano de inmediato.

La montura de Atticus no tardó mucho en darme alcance. Debía reconocer que mi prometido era un diestro jinete, lo mismo que su hermano mayor; su mano se desvió en mi dirección, atrapando una de mis riendas y obligando a mi caballo a detenerse con brusquedad.

Miré a Atticus lívida de ira ante su arriesgado movimiento.

—Por todos los elementos —farfullé—. ¡Podrías habernos matado! ¿En qué demonios estabas pensando?

Su caballo se agitó, obligando a su jinete a tirar de las riendas para calmarlo.

—Hablemos.

Lo miré como si no hubiera entendido nada; en cierto modo, así era. ¿Acaso no habíamos dicho todo lo que teníamos que decir? Atticus había destrozado una parte de mí cuando vino a mi dormitorio para confesarme lo que había sucedido la noche que había huido de palacio; quizá había sido en ese preciso instante cuando había sido consciente de que mis sentimientos podrían haber cambiado respecto a nosotros. Que yo hubiera podido sentir algo más por él.

Pero Atticus se había encargado de exterminarlo, dejando otra herida en mi maltrecho corazón.

Tiré de las riendas para que mi prometido soltara la que tenía cogida. El caballo empezó a ponerse nervioso ante aquel rifirrafe entre ambos; Atticus no parecía querer dar su brazo a torcer y yo tampoco estaba dispuesta a hacerlo.

Se creó entre los dos una disputa silenciosa de intenciones. Me mordí el interior de la mejilla mientras le sostenía la mirada a Atticus; su aspecto seguía demostrando lo que era evidente: que se arrepentía de lo sucedido y que jamás lograría perdonarse a sí mismo por el daño que nos había causado.

Al ver que no iba a conseguir hacerme cambiar de opinión, y para no seguir alargando más aquella tensa situación, Atticus soltó lentamente la rienda. Sus ojos de color miel se mantuvieron clavados en mí, perdida toda esperanza de poder salvar algo.

Me dejó marchar y una parte de mí se fragmentó aún más al ser consciente de que la distancia que nos separaba estaba creciendo a cada día que pasaba.

Obligué a mi montura a que saliera a la carrera en dirección al castillo, poniendo metros y metros de separación entre un inmóvil Atticus y yo; fue entonces cuando sentí por primera vez una leve oleada de odio hacia mi familia. Hacia Atticus. Hacia todo el mundo, en general.

Odié a mi madre por haberme convertido en su arma para su venganza.

Odié a Sinéad por haberme empujado a acercarme más a Atticus.

Me odié a mí misma por haber tardado tanto tiempo en darme cuenta del cambio que se estaba gestando en mis sentimientos hacia mi prometido.

Hice que el caballo fuera más rápido, acortando la distancia y permitiéndome ver la silueta del edificio de las caballerizas. La garganta se me estaba cerrando a causa del nudo de lágrimas que se me estaba formando; me forcé a mantenerlas bajo control ante el público que podía esperarme dentro de las caballerizas.

Alcé la barbilla y adopté un aire cuidadosamente estudiado cuando cruzamos las enormes puertas. El estómago se me contrajo con violencia al reconocer la inconfundible silueta de Puck apoyada sobre una de las paredes, con su habitual media sonrisa curvando sus finos labios; fingí no ser consciente de su presencia y bajé de mi montura, encargándome personalmente de conducir al caballo a su cubil.

Empecé a quitarle las riendas al animal, intentando calmar mis incipientes nervios y ganar algo de tiempo para pensar en cómo huir de allí.

Puck había desaparecido misteriosamente de mi camino poco antes de que Keiran se hubiera hecho pasar por él. La aparente calma que me había traído su ausencia se había esfumado en aquel mismo instante, trayendo consigo las náuseas y el miedo visceral por aquel chico; las manos me temblaban mientras trataba de quitar el bocado del caballo, recordándome la oscuridad que me acechaba siempre que Puck andaba cerca.

—Cuánto tiempo sin coincidir, Dama de Invierno. Seguro que me has echado mucho de menos, ¿verdad?

Todo mi cuerpo se quedó congelado al escuchar su voz. Giré a duras penas el cuello para descubrir a Puck apoyado indolentemente sobre la valla del cubil, siguiéndome con la mirada con suma atención; me forcé a salir de mi estupor, a recuperarme de mis miedos y a fingir que su presencia no lograba hacerme temblar de terror.

—Keiran ya no me quiere a su lado —continuó hablando, aunque no pudo ocultar la molestia al mencionar a su amigo—. Pobre de mí. ¿Tienes alguna idea de por qué?

—Déjame en paz.

Puck se echó a reír escandalosamente, sobresaltando al caballo y a mí.

—Se me había olvidado cómo olía tu miedo, Dama de Invierno. —Inspiró de manera sonora, convirtiendo su sonrisa en una mueca lobuna—. Es imposible de ocultarlo.

Conseguí mover mis pies para girar, quedando cara a cara con el pelirrojo.

—¿Qué es lo que quieres de mí? —exigí.

Puck ladeó la cabeza.

—Conocerte mejor, quizá. Has resultado ser una caja llena de sorpresas, ¿lo sabías? —ronroneó—. Tu compromiso fue la primera de esas sorpresas.

Fruncí el ceño. Robin Goodfellow era la mano derecha de la reina Titania, ¿no había estado al tanto de las intenciones de su señora? Aquel pequeño descubrimiento me sirvió para armarme de una pizca de valor ante su inquietante presencia; eso demostraba que la reina Titania no había confiado del todo en su mejor agente. Que, por algún motivo, había decidido guardar silencio, ocultándoselo.

—Y ahora parece que la feliz pareja está teniendo su primera disputa de enamorados —continuó hablando, lacónico—. Qué enternecedor.

Le di la espalda para proseguir con mi labor de quitar los arreos al caballo. Dudaba que Puck supiera a qué había venido aquella disputa, pero esa simple mención hizo que mis heridas parecieran latir con vida propia; seguramente estaba allí para intentar ahondar, para intentar desestabilizarme.

No iba a permitirlo.

—¿Es cierto que vuestro compromiso corre riesgo de verse disuelto? —La repentina pregunta de Puck me pilló con la guardia baja.

—No. No es cierto —le espeté de malos modos. Demasiado rápido.

La risa del pelirrojo me informó que había descubierto mi mentira.

—No se os olvide que estoy en todas partes, Dama de Invierno —me advirtió en un tono amenazador—. Aunque no os crucéis conmigo, mi sombra siempre os perseguirá... Vayas a donde vayas. Hagas lo que hagas. Yo siempre lo sabré todo.

Cuando me giré para replicarle, Puck había desaparecido. Como si se hubiera desvanecido en el aire.

Terminé de quitar los arreos al caballo y le puse agua y heno fresco a modo de recompensa por su inquieto paseo fuera de las caballerizas; comprobé que no había ni rastro de Puck antes de abandonar el establo y salir de allí a toda prisa, sin rumbo fijo. El aviso de la mano derecha de la reina seguía resonando en mis oídos, aumentando el ritmo de mi respiración.

Al final opté por plantarme frente a la puerta de la habitación de Sinéad. No conocía la rutina de mi hermano, y aquel era el único lugar que se me ocurría para intentar encontrarlo; cogí aire antes de llamar, rezando para que estuviera allí.

Robinia, con su cabello revuelto y los labios hinchados, me recibió al otro lado. Al ver mi rostro desconcertado, esbozó una sonrisita antes de saludarme con efusividad; yo aún seguía estando atrapada en la imagen de la prometida de mi hermano, aturdida por encontrarla con semejante aspecto.

Tardé unos segundos en poder hablar.

—Estaba buscando a mi hermano.

Ella sonrió mucho más, haciéndose a un lado para permitirme entrar en el dormitorio. Me topé con Sinéad —con la camisa abierta y arreglándose las calzas con premura— cerca de la chimenea apagada; el rostro de mi hermano reflejaba angustia y una honda tristeza. Robinia trotó como una niña hacia donde se encontraba mi hermano para darle un prolongado beso, soltando luego una risita infantil. Casi como una niña a la que acababan de pillar haciendo una travesura.

Ninguno dijimos nada y, cuando la prometida de mi hermano abandonó la habitación, me permití desplomarme sobre uno de los sillones. No terminaba de entender qué era lo que acababa de presenciar.

Sinéad dejó escapar un sonoro quejido, frotándose con fruición el rostro con ambas manos.

—Adelante —me invitó—. Estoy seguro de que tienes mucho que comentar al respecto.

Me removí sobre los cojines. No había ido hasta allí para eso, y el aspecto de mi hermano distaba mucho de ser capaz de soportar siquiera una sola metedura de pata por mi parte; me mantuve en silencio, demostrándole así a Sinéad que no estaba juzgándole. Que no iba a empezar una discusión.

—Te necesito, Sinéad.

Mi hermano alzó la cabeza.

—Has estado evitándome —añadí, incapaz de podérmelo guardar para mí.

—Fueron órdenes de nuestra madre —repuso con voz cansada—. Dijo que no debíamos ayudarte en la tercera prueba, que no teníamos que interferir.

Me encogí sobre mi asiento al mismo tiempo que contenía la respiración. Resultó doloroso saber que el silencio autoimpuesto por la reina Mab se había basado en no querer ayudarme... o quizá evitar una ayuda directa; Anaheim me había proporcionado una piedra de energía por expreso deseo de mi madre.

—No he venido aquí por la tercera prueba, sino por Atticus... Por nosotros, en realidad —me corregí.

Sinéad entrecerró los ojos, irguiéndose sobre su asiento.

—Las cosas no van bien entre nosotros —confesé a media voz—. No desde... desde que pasó eso.

—Ya lo sé, Atticus ha hablado conmigo.

Descubrir que mi prometido y mi hermano habían hablado sobre nuestra situación me produjo un escalofrío de temor. Sabía que la reacción de Sinéad no sería tan peligrosa como la de la reina Mab, pero no quería dar las cosas por supuestas; nuestro compromiso estaba pendiendo de un hilo a causa de mi actitud cerrada e hiriente contra Atticus.

—Hoy me ha ofrecido la posibilidad de romper el compromiso.

El rostro de mi hermano se ensombreció y sus ojos azules relampaguearon cuando me escuchó hablar. Una corriente de aire helado me golpeó cuando la magia de Sinéad despertó a causa de mi confesión.

—Maeve.

Su voz sonó dura.

—Sabes lo importante que es para nosotros ese compromiso, Maeve —me recordó con un aspaviento—. Sabes lo mucho que nos ha costado llegar hasta aquí. ¿Vas a echarlo todo a perder...?

Lo miré en silencio, conociendo la respuesta.

A pesar de que Sinéad aún no había estallado, ese momento parecía encontrarse cerca. Mi temerario comportamiento estaba poniendo en riesgo todo nuestro plan, la venganza contra la Corte de Verano; de seguir presionando de esa forma a Atticus, lo destrozaría todo. Jamás obtendría la venganza por la muerte de mi padre.

Jamás la herida podría sanar.

—No voy a permitir que lo destruyas todo. —Me sentí como si me hubiera abofeteado; Sinéad se había refugiado de nuevo en su título de futuro rey. Me estaba hablando como si yo estuviera subyugada a sus órdenes—. Atticus cometió un error y está pagando por ello; hazle creer que lo has perdonado y no sigas poniéndonos en riesgo. Es hora de pasar página y centrarnos en lo importante; el compromiso seguirá adelante, lo mismo que nuestra venganza —añadió en voz baja—. Entiendo tu dolor por la traición, pero tienes que sobreponerte. Eres más fuerte que esto.

Bajé la mirada de manera sumisa.

—Así lo haré —musité.

Nada más atravesar la puerta de mi habitación, Cathima se situó frente a mí con los ojos bien abiertos. Era evidente que estaba agitada por algo y su mirada no paraba de moverse de un lado a otro; ladeé la cabeza para dedicarle una inquisitiva mirada, tratando de adivinar qué sucedía.

—Es... es el príncipe —susurró, alterada.

Contuve las ganas de poner los ojos en blanco. Tras mi esclarecedora conversación con Sinéad tenía que arreglar forzosamente las cosas entre Atticus y yo; como bien había señalado mi hermano, tenía que pensar en nuestra venganza. Y si queríamos obtenerla, el primer paso se encontraba en mantener vigente mi compromiso con el príncipe de Verano.

Las cuestiones personales debían quedar relegadas a un segundo plano.

Que mi prometido hubiera decidido presentarse en mi habitación ponía las cosas mucho más fáciles para cumplir con las exigencias que me había impuesto Sinéad tras haberle confesado que la situación se me estaba escapando de las manos y que el príncipe de Verano había insinuado que el compromiso corría riesgo de verse disuelto.

—¿Atticus está aquí? —inquirí.

Cathima se removió.

—No —musitó—. El príncipe Keiran está esperándola en la terraza.

Miré por encima de su hombro, topándome con la inconfundible espalda del príncipe al fondo, junto a la balaustrada. Le pedí a Cathima que pidiera algo de comida —pues me encontraba algo hambrienta después de tan bochornosa salida— antes de dirigirme hacia la terraza; me pareció demasiado osado por parte de Keiran presentarse en mi habitación para exigirme que me disculpara frente a lady Amethyst.

Keiran giró levemente la cabeza al escucharme caminar en su dirección con una expresión desafiante.

—Si has venido a arrancarme una disculpa, pierdes el tiempo —le avisé antes de situarme a su lado, manteniendo un espacio de seguridad entre ambos.

El príncipe resopló.

—No he venido hasta aquí por Ames —me corrigió—. He venido para hablar de Atticus.

Apoyé los antebrazos sobre la balaustrada y fingí contemplar lo que sucedía a mis pies. Aquello había sido inesperado.

—Te dije que no metieras tus narices en...

—Y yo respondí que las metería las veces que hiciera falta si mi hermano sufría —me interrumpió, haciendo después una breve pausa—. Atticus no lo está pasando bien y eso me preocupa.

Apreté los puños sobre el vacío, sin decir nada.

Las órdenes de Sinéad volvieron a repetirse en mis oídos, recordándome que todo aquello era culpa mía. De mi corazón destrozado.

—Supongo que sabes todo —elucubré.

—Lo sé. Como también sé que has estado machacándolo por ello.

Desvié la mirada para fulminar con ella a Keiran.

—¿Acaso no está justificado mi comportamiento? —le espeté, incapaz de ocultar el dolor que provocaba en mí la traición de Atticus—. ¿Debería haberme callado, haciendo como si nunca hubiera existido?

—Mi hermano está desviviéndose por ganarse tu perdón, y no ve que esté surtiendo ningún efecto. —Hizo una pausa, bajando la mirada hacia el mármol de la balaustrada—. No me gusta ver a Atticus así, Maeve; me hace daño ver cómo está sufriendo por el error de una sola noche.

Inspiré con fuerza, pero Keiran no había terminado de hablar:

—No comparto lo que hizo, pero no puede estar pagando toda la vida un hecho puntual porque, de algo que estoy completamente seguro, es que Atticus no suele cometer el mismo error dos veces.

Apreté los puños con más fuerza.

—Atticus es inexperto en el terreno de las mujeres, y no es que esté justificando su comportamiento, y está pagando con creces lo sucedido. Tú te estás encargando de recordarle todos los días ese error, destrozándole poco a poco; entiendo que estés dolida y decepcionada por ello, pero está en nuestra naturaleza perdonar, Maeve. Creo que mi hermano lo merece; creo que merece una segunda oportunidad por tu parte.

—¿Te ha pedido él que hables conmigo? —pregunté en un susurro.

—He venido por decisión propia —contestó.

La conversación se vio interrumpida cuando Cathima regresó, cargada con una bandeja repleta de distintos platos coloridos; colocó todo sobre la mesa de la terraza, disculpándose un segundo después para desaparecer en el dormitorio. Con la presencia de mi doncella allí, esperé que Keiran midiera mejor sus palabras.

—No estás siendo justa con mi hermano. —Lo miré con el ceño fruncido cuando se acercó a mí—. ¿Qué crees que diría Atticus si supiera que su prometida le ha ocultado que ha besado a otra persona? Yo creo que sentiría un poco de alivio, el conocer que ella no ha sido del todo sincera con él y que su comportamiento está siendo injustificado; quizá sirviera para que dejara de castigarse a sí mismo día y noche, sufriendo por un error que no merece la pena recordar.

Si había esperado que me apartara, apabullada por aquel apunte, estaba equivocado. Las mejillas me ardieron de vergüenza, pero me obligué a mantenerme con la vista clavada en el rostro de Keiran; si estaba intentando chantajearme...

—¿Acaso vas a decírselo, príncipe? —le susurré, dando un paso en su dirección—. Si la memoria no me falla, esos dos besos fueron contra mi voluntad.

Entornó los ojos.

—Si no me falla la memoria, en el segundo no opusiste tanta resistencia —me corrigió—. Jamás te tomé por una persona hipócrita, Maeve, y creo que te estás comportando como una. Tú tampoco eres inocente para tratar de esa forma a mi hermano, recuérdalo.

Me crucé de brazos, alzando la barbilla en actitud insolente.

—Fuera de mi habitación.

Keiran se apartó con una media sonrisa; esa actitud, el hacerme creer que había conseguido la reacción que él buscaba de mí, empezó a sacarme de mis casillas. Yo no le había besado por voluntad propia... y, aun así, no había sido capaz de confesárselo a Atticus.

—No sigas jugando con el corazón de mi hermano, Maeve.

* * *

NEXT COMING: THE THIRD TRY-OUT

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