| ❂ | Capítulo 13.


Atravesé el vestíbulo a toda prisa, con la cabeza gacha. Los latidos de mi corazón resonaban en mis oídos y notaba la vista nublada después de la despedida de Keiran allá abajo; me apresuré a recorrer el pasillo hasta llegar a la puerta que conducía a mi habitación, abriéndola de golpe y comprobando que solamente Cathima se encontraba en el interior.

Mi fiel doncella me repasó de pies a cabeza, deteniéndose en las faldas húmedas y sucias del vestido. Me adentré en la salita, quitándome los zapatos a puntapiés en el trayecto; Cathima no dijo ni una palabra cuando llegué a su altura y le di la espalda, mostrándole el intrínseco diseño de lazos para que me ayudara.

Ella empezó a deshacerlos con sumo cuidado mientras yo intentaba sosegarme. Intenté bloquear cualquier pensamiento sobre lo sucedido en la enfermería de aquel edificio o lo cerca que había sentido los labios de Keiran de mi oído; desterré todo, manteniendo mi cabeza en blanco mientras escuchaba a Cathima continuando su tarea con los lazos y botones de mi vestido.

—Señorita. —La voz de mi doncella sonó precavida.

Ladeé la cabeza para poder mirarla por encima de mi hombro. Pude percibir el rápido y eficiente movimiento de sus manos sobre la parte baja de mi espalda, terminando de soltar el vestido para que cayera a mis pies y dejándome con la camisola interior; sus ojos se encontraron con los míos, con un brillo preocupado.

—No puedo evitar sentiros un tanto... agitada —murmuró Cathima.

Sabía que estaba esperando que yo le explicara qué era lo que me tenía en ese estado, pero las palabras no querían salir. Tampoco sabía qué explicarle sobre lo que me tenía tan alterada.

Ni yo misma lo sabía con exactitud.

—Es la incerteza de no saber cuándo será la última prueba —mentí.

Cathima me sostuvo la mirada antes de asentir, compadeciéndose de lo aterrada que debía encontrarme al no saber nada. Salí del vestido y mi doncella lo cogió apresuradamente, comprobando los bajos manchados de barro y luego observándome con una expresión inquisitiva.

Estaba preguntándose a qué se debía mi llegada tan tardía y por qué los bajos de mi vestido tenían ese aspecto tan sucio.

Sospechaba que seguía informando a mi hermano sobre mis movimientos, y que aquel episodio también llegaría a oídos de Sinéad.

—Necesitaré otro somnífero esta noche, Cathima —dije.

Y aquella decisión no fue motivada por las pesadillas...

No del todo.

—¿Otra fiesta? —repetí.

El rey Oberón parecía haberse propuesto, tras el horror vivido en la tercera prueba, llenar todo nuestro tiempo con fiestas que nos ayudaran a mantenernos ocupados y con la guardia baja, tal y como me había explicado Keiran sobre la poca información que le había brindado su padre para la última prueba.

Atticus se encogió de hombros mientras se estiraba sobre la manta que habíamos extendido sobre el césped del jardín.

La reina Titania había organizado un pícnic al aire libre con su círculo de amigas más cercano, incluyendo a los acompañantes de las afortunadas; también había extendido una invitación a la reina Wendeline —y sus dos hijas— y también a la reina Mab.

Ambas reinas se encontraban en una manta, hablando entre ellas mientras las princesas de Otoño cuchicheaban con sus damas de compañía, dando sorbitos a sus copas de cristal; había sentido un leve alivio al ver aparecer a mi madre en el jardín, en compañía de Wendeline, pero ninguna de las dos nos habíamos acercado para hablar. Solamente habíamos cruzado un simple saludo de cabeza.

Keiran también se había visto obligado a asistir. Su padre, por el contrario, se había quedado los protocolarios minutos para hacer acto de presencia, y luego se había marchado seguido de sus consejeros.

Bajé la mirada hacia el cuenco plateado que se encontraba entre el cuerpo de Atticus y el mío. En todas las mantas que habían dispuesto a lo largo de aquel césped también habían colocado uno idéntico; los jóvenes hacían reír con sus comentarios a las chicas con las que compartían manta, llenando con esos sonidos el aire.

—En la Corte de Verano somos propensos a la diversión y mi padre está bastante animado por las apuestas en las que colocan a mi hermano como vencedor del Torneo —contestó, encogiéndose de hombros a modo de disculpa.

Me mordí el interior de la mejilla, recordando las anteriores fiestas que había celebrado para evitar que el ánimo de sus invitados pudiera decaer. Al principio el frenesí que parecía envolver a todos los que vivían en aquel lugar me había dejado abrumada, pues no tenía nada que ver con la sobriedad que reinaba en la Corte de Invierno; la reina Mab nunca había sido una mujer que adorara las reuniones sociales y las fiestas, pero se volvió mucho más cerrada en sí misma tras perder a su rey.

Era evidente que el rey Oberón daba por sentado que su heredero se haría con la victoria del Torneo, anticipándose y decidiendo convertirlo en el honrado de todas las fiestas que había dado desde que finalizara la tercera prueba.

No era de extrañar, pues Keiran se encontraba en primera posición.

La mano de Atticus cubrió la mía y su mirada se enterneció al observar lo poco feliz que me hacía tener que asistir a otra fiesta, ya no en calidad de campeona y representante de la Corte de Invierno... sino como prometida de uno de los príncipes. Como futura princesa de la Corte de Verano.

Atticus era consciente de lo poco que me ayudaban las fiestas de su padre, al igual que a Keiran. Tras aquel pequeño momento donde curé su mano herida, no le había vuelto a ver; supuse que querría soledad hasta que su mano curara lo suficiente para no levantar las sospechas del resto de su familia sobre qué había sucedido y por qué no había recurrido a ningún sanador de los que había a su entera disposición.

De manera inconsciente desvié la mirada hacia la manta que ocupaba el príncipe con alguno de sus amigos. Había generado un gran interés, y parecía tener un nutrido grupo de admiradoras que trataban de llamar su atención; en aquellos momentos estaba sumido en algún tipo de relato, ya que gesticulaba al mismo tiempo que su público soltaba una exclamación ahogada. Quizá el mundo creyera que había superado lo sucedido en la Niebla, pero yo era consciente de que todos sus movimientos parecían ser forzados, intentando ocultar lo evidente: necesitaría mucho más tiempo, y menos fiestas en su honor, para poder recobrarse por completo.

Me fijé en que usaba guantes para cubrir el vendaje que aún debía llevar.

—No tendremos que quedarnos toda la noche. —La suave voz de Atticus me hizo regresar a nuestra conversación con las mejillas coloreadas—. Nos marcharemos cuando tú lo creas conveniente.

Sentí una oleada de gratitud hacia mi prometido. Lo conocía lo suficiente para saber que tampoco se sentía cómodo en las fiestas, atosigado por multitud de desconocidos que le bombardeaban a preguntas; el tema de nuestro compromiso aún era un asunto candente entre los círculos de nobles, y la curiosidad que despertaba se traducía en pesadas veladas siendo objetivo de interrogatorios sobre ello.

—Gracias —le susurré.

El alboroto pareció aumentar cuando escuché el sonido de la música. Atticus esbozó una media sonrisa cargada de diversión, como si supiera lo que venía a continuación; movida por la curiosidad de saber qué sucedía, giré la cabeza para ver cómo algunos chicos se levantaban de las mantas y les tendían la mano a algunas de las jovencitas para que las siguieran. Empezaron a formar un amplio círculo, logrando llamar la atención de los asistentes de más edad; la reina Titania parecía genuinamente divertida, compartiendo confidencias con lady Camelia.

Miré de nuevo a Atticus.

—¿Qué sucede? —pregunté, creyendo que pudiera tratarse de algún tipo de baile típico de la Corte de Verano.

Su sonrisa creció.

—Es un viejo juego —me explicó—. La música suena al mismo tiempo que los participantes dan vueltas en círculo; la persona que se encuentra en su interior también da vueltas, con los ojos vendados. Cuando la música cesa, la persona que se encuentra dentro del círculo debe atrapar a uno al azar y tratar de adivinar quién es.

La primera ronda del juego había dado comienzo mientras Atticus me explicaba el funcionamiento. Observé cómo una jovencita con los ojos vendados daba vueltas en el interior del amplio círculo; los otros participantes giraban en dirección contraria, riendo y gritando para confundirla.

Atticus se recolocó a mi lado para tener una buena vista de lo que sucedía allí.

—¿Y si consigue adivinar quién es la persona a la que ha atrapado? —seguí preguntando.

—Gana un beso.

Las faldas del vestido que llevaba crujieron cuando me removí sobre la manta.

—¿Y en caso de que pierda? —le interrogué.

Mi prometido dejó escapar una leve risa.

—Termina en la fuente.

Seguimos contemplando el transcurso de aquella primera ronda. La música seguía sonando, marcando el ritmo de los giros y aumentando la expectación de quién sería el elegido; contuve el aliento cuando sonó la última nota y la chica de los ojos vendados cogió por el rostro a un joven que de cabellos rubios y rizados. Desde nuestra posición no pude escuchar la respuesta de la chica, pero todo el mundo estalló en vítores y ambos se besaron.

—Somos bastante desinhibidos —recalcó Atticus, justificando lo sucedido.

Entrecerré los ojos al notar una ligera agitación en los jugadores, aunque pronto supe a qué se debía: los amigos de Keiran habían logrado arrastrar al príncipe hacia el centro del jardín, donde la gente aplaudía y silbaba al heredero. El rostro de Keiran había adoptado un gesto socarrón y sonreía ante su público; la chica que antes había llevado los ojos vendados, tenía el trozo de tela blanca que había usado entre las manos.

No me sorprendió encontrar a lady Amethyst como nueva participante.

Aunque sí lo hizo descubrir el rostro de lady Prímula junto a sus amigas, con su cabello negro reluciendo bajo el sol como si fuera ébano.

La hija de lady Camelia había paso desapercibida desde que nos habían presentado el primer día. La chica no había podido ocultar su desdén hacia mi persona, a pesar de no conocerme en absoluto; la contemplé con mayor atención mientras ella se arreglaba con gesto distraído el vestido y sonreía a lo que quisiera que estuviera comentando una de sus amigas.

—Me temo que Keiran tendrá que soportar un par de rondas antes de que permitan su retirada —comentó Atticus con diversión, yo le miré con una ceja enarcada—. Problemas de ser el heredero, supongo.

Por no hacer mención de su evidente atractivo.

Era posible que casi todas las chicas que se habían congregado para unirse a la siguiente tanda se movieran por el hecho de intentar acercar posiciones con el príncipe heredero, tratando de alcanzar la corona que pendía sobre su cabeza y que, en un futuro, tendría que compartir con su reina; que Keiran aún no estuviera comprometido con ninguna joven daba alas a los rumores sobre su soltería... además de aumentar el deseo de todas las chicas que tuvieran pretensiones de intentar cazarlo. Pero también sabía que la belleza de Keiran duplicaba el número de admiradoras que suspiraban por él.

Una sombra aparecida de la nada interrumpió el rumbo de mis pensamientos. Alcé la mirada para encontrarme cara a cara con uno de los amigos de Keiran, que nos observaba a Atticus y a mí con una expresión genuinamente divertida; de piel casi dorada y ojos castaños, aquel tipo también debía llamar lo suficiente la atención en el género femenino.

—Rowan —lo saludó Atticus.

—¿Vas a permitir que tu prometida no participe? —se mofó el otro, sonriéndome y sin andarse con rodeos sobre el motivo de haberse acercado a nosotros—. No te tomaba por alguien tan aburrido...

Un músculo de la mandíbula de mi prometido se tensó al escuchar su insinuación tan poco camuflada. Al contrario que Keiran, Atticus siempre prefería mantenerse al margen y disfrutar lo justo de los placeres que pudieran ofrecerse; su hermano, por el contrario, tenía la obligación de comportarse como un anfitrión tanto frente a sus amistades como al resto de invitados.

Formaba parte de sus responsabilidades como futuro rey, y quizá le gustaba esa faceta de poder disfrutar sin restricciones de las fiestas a las que estaba obligado a asistir y participar.

De manera inconsciente decidí salir en defensa de Atticus, cuyas mejillas se habían coloreado a causa de la vergüenza.

—He sido yo la que se ha negado —contesté.

Rowan me contempló con interés, haciendo resbalar sus ojos por todo mi cuerpo con una lentitud premeditada. Sospechaba que estaba buscando hacerme sentir incómoda ante el escrutinio, pero había aprendido a mantener bajo control mis emociones y el gesto indiferente de mi rostro no titubeó.

—Quizá deberíais hacer un esfuerzo en conocer más de cerca las costumbres de la Corte de Verano —hizo notar, con especial hincapié—. No en vano os vais a casar con un príncipe oriundo de aquí.

Esbocé una fría sonrisa.

—Creedme cuando os digo que estoy estudiando de cerca toda vuestra historia para el futuro —contesté.

Atticus había enmudecido, dejándome a mí sola frente a Rowan. El amigo de Keiran también parecía haberse olvidado de mi prometido, centrándose en mi persona tras haber descubierto que podía ser una presa mucho más jugosa; no quise sacarle de su error, dispuesta a jugar del mismo modo.

—Una buena forma de demostrar vuestra predisposición a aprender nuestras costumbres es participando. —Desvió la mirada unos instantes hacia donde se encontraba su amigo—. Será divertido.

—Y lo haré de buena gana —repliqué con acidez, consciente de mi propia mentira—. A pesar de que no encuentro ningún tipo de utilidad a todo esto, pues yo no tengo que demostrar nada ante nadie. —Hice un aspaviento en dirección al círculo que estaba empezando a formarse, recalcando mis últimas palabras.

Rowan me tendió una mano con una sonrisita.

—No te importa que te robe a tu flamante prometida unos momentos, ¿verdad? —le preguntó a Atticus—. Te la devolveré íntegra de una pieza.

Le sonreí con frialdad a Rowan al aceptar su mano —e invitación implícita en ese gesto— para que me ayudara a ponerme en pie.

Atticus parecía algo atorado por el enfrentamiento silencioso que había tenido con uno de los amigos de su hermano, pero logró sobreponerse para poder responder, con un tono sombrío:

—Ella es libre de hacer lo que quiera, no necesita mi permiso.

Le dediqué una mirada compungida a Atticus antes de seguir a Rowan a través del césped, en dirección al grupo de jóvenes que esperaban que empezara a sonar de nuevo la música; me erguí de manera inconsciente al recortar la distancia que nos separaba, aguantando las miradas de algunos presentes.

Keiran aún sostenía entre sus manos la venda blanca, pero desvió los ojos hacia nosotros al escuchar nuestros pasos sobre la hierba. Rowan se encogió de hombros ante la pregunta silenciosa de su amigo, intentando parecer inocente.

—Me parecía injusto que no participara, Keiran.

Como si hubiera decidido convertirse en mi guía, Rowan se encargó de conducirme hacia un hueco para que pudiera dar comienzo. Otro de los amigos de Keiran se encargaba de cubrirle los ojos con la venda, retirándose después a su posición; mi cuerpo se había puesto tenso ante la cercanía de otros cuerpos desconocidos, de personas que no conocía. El brazo de Rowan rozó el mío cuando el chico se removió en su sitio, impaciente.

Entonces la música empezó a sonar y mis manos fueron atrapadas por Rowan y la chica que había a mi lado. Intenté seguir con la mayor elegancia posible los apresurados pasos del círculo mientras Keiran hacía lo mismo, pero en sentido inverso; un nudo comenzó a formárseme en la boca del estómago, aturdida por mis propios pensamientos. Por la posibilidad que se me planteaba.

Mi mirada seguía los movimientos de Keiran con atención, mientras rezaba en mi fuero interno para que tuviera algo de buena suerte. De entre todas las chicas que formaban parte del círculo, ¿qué posibilidades tenía yo de salir elegida?

Noté el sudor en las palmas de mis manos cuando Keiran pasó cerca de nosotros. Rowan reía entre dientes, divertido; la chica que se mantenía a mi otro lado, suspiró sonoramente ante la poca distancia que le separaba del príncipe heredero.

La última nota de música se elevó en el aire y todo el mundo se quedó paralizado. El hombro de Rowan chocó con el mío cuando traté de moverme de manera inconsciente, con un inquietante hormigueo por toda mi piel; Keiran apareció de la nada y me atrapó por los brazos, dejándome helada en el césped.

El aire se me quedó atascado en la garganta y mi mirada recorrió todo mi alrededor, notando la quemazón de todos los ojos clavados en nosotros. Muchas de las chicas me observaban con una expresión disgustada; algunos jóvenes sonreían socarronamente a causa del morbo que generaba la situación.

Quise retirarme, pero los dedos de Keiran se clavaron con más fuerza en mi piel, haciéndome sentir su calidez a través de la tela de las mangas. El miedo de lo que pudiera suceder hizo que empezara a marearme, además de hacerme casi hiperventilar.

Gemí bajito cuando sus manos abandonaron mis brazos para ascender con lentitud hasta mi rostro. El corazón duplicó su ritmo al sentir sus yemas recorriendo mi mandíbula y algunos mechones que se habían escapado de mi peinado; tragué saliva ante la imagen del rostro de Keiran y su mirada cubierta por aquella venda blanca.

Quise que fallara mi nombre.

Quise que lo pronunciara correctamente.

Los labios de Keiran se curvaron en una media sonrisa, como si hubiera leído mis pensamientos. Sus dedos seguían acariciando mi rostro, con demasiada suavidad y cuidado, haciéndome sentir como si estuviera hecha de cristal.

El tiempo pareció detenerse cuando sus labios se movieron, pronunciando un nombre:

—Maeve.

Creí que iba a desmayarme en ese mismo instante.

Fui consciente de la quemazón por todo mi cuerpo, procedente de miradas externas; miradas de peso. En aquel momento caí en la cuenta de que había sido seguida de cerca por más personas de las que creía; mi mirada fue más allá de los congestionados rostros de los otros participantes.

La reina Mab tenía el rostro lívido, con los ojos centelleantes.

La reina Titania también parecía encontrarse interesada en el desarrollo de los acontecimientos.

Mis labios empezaron a temblar, lo mismo que el resto de mis extremidades. La incertidumbre sobre qué iba a suceder estaba volviéndose opresiva, aplastándome el pecho e impidiéndome respirar.

Keiran se retiró con parsimonia la venda de sus ojos para comprobar si había acertado o no en su deducción. Sus ojos ambarinos parecieron relucir cuando me vio parada frente a él, aterrada; le dirigí una mirada temerosa, sin saber muy bien qué prefería que sucediera.

El corazón amenazó con salírseme del pecho cuando Keiran se inclinó. Su mano tanteó la mía; de manera inconsciente la aferré con fuerza, esperando que aquel simple contacto me diera el valor necesario para afrontar lo que se avecinaba. Mis ojos se cerraron y contuve la respiración, expectante; mi brazo se alzó con lentitud.

Y los labios de Keiran se apretaron contra la piel del dorso de mi mano.

Mi estómago se sacudió con una mezcla de decepción y alivio.

Un tembloroso suspiro se me escapó entre los labios y abrí mis ojos para toparme con la mirada de Keiran clavada en mi rostro, con un extraño brillo en sus iris de color ámbar; Rowan rompió el extraño momento que se había creado entre nosotros dos al dejar escapar una sonora carcajada.

Poniéndose de nuevo su máscara de príncipe, Keiran esbozó una sonrisa torcida que tenía un matiz de bravuconería propio de sus amigos; retiré la mano de su guante con premura, fulminándole con la mirada.

Me recogí las faldas del vestido con un aspaviento molesto, retrocediendo para salir del círculo ante el extraño silencio que se había creado a nuestro alrededor. Keiran seguía mirándome con esa expresión socarrona, intentando ocultar lo que verdaderamente sentía tras la incómoda situación a la que habíamos de tener que hacer frente.

La mirada de mi madre aún seguía estando clavada en mí, con sus labios fruncidos en una fina línea de tensión. Casi podía intuir sus pensamientos, por la forma en la que me estaba observando; creería que había desoído sus advertencias y temía las posibles consecuencias que pudiera tener cuando la reina Mab ordenara verme.

Le devolví la mirada, intentando transmitirle con ella que aquello había sido producto del azar y que yo no había forzado nada. Quise hacerle creer que estaba ateniéndome a su advertencia, que estaba cumpliendo con lo que me había exigido.

Decidí batirme en retirada, regresando a la manta donde aguardaba Atticus. Por unos segundos pensé que me encontraría con el gesto contrito de mi prometido, pero él me esperaba con un gesto de interés; me pregunté si habría seguido de cerca lo sucedido... si habría temido que su hermano pudiera haberme besado.

Pero él parecía demasiado tranquilo.

Hasta que vio mi rostro, mi expresión tensa.

Su propio gesto se transformó al percibir que las cosas no habían salido del todo bien, su mirada se tornó sombría y profundamente preocupada; se apresuró a ponerse en pie, echando un vistazo a mi espalda.

—¿Ha ido todo bien? —La pregunta me pareció innecesaria tras verme.

—Necesito algo de beber —mascullé.

Atticus chasqueó los dedos para llamar la atención a cualquiera de los sirvientes que se encontraban más cerca de los que pululaban por todo el jardín; ni siquiera desvió la mirada para comprobar si alguien acudía a su llamada, sus ojos se mantenían clavados en mí. Por mi parte, yo desvié la mirada al ver a un chico acercarse a nosotros con una bandeja plateada llena de copas.

Nos dirigió a ambos una mirada dócil.

—Agua —ordené con sequedad.

El sirviente me tendió una de las copas y luego Atticus se encargó de despachar al chico. Me apresuré a dar un sorbo a la copa, agradeciendo la frescura del líquido deslizándose por mi garganta, brindándome unos segundos para mantenerme ocupada y en silencio. Aún sentía un leve temblor en las piernas tras lo sucedido en el juego, cuando la música había dejado de sonar.

La mirada de mi prometido seguía clavada en mí, preocupado por mi inquieto estado. Y yo no sabía que contarle al respecto sobre lo que me había alterado hasta ese punto; no sabía qué decir.

—Maeve, ¿qué ha sucedido? —presionó ante mi silencio.

La copa vacía resbaló de mi mano, cayendo sobre el césped.

—¿Te ha hecho algo Rowan? —insistió.

Las primeras notas de la música me llegaron flotando, indicándome que se había reanudado el juego. Tragué saliva mientras le mantenía la mirada a Atticus, cuya preocupación estaba alcanzando cuotas críticas al ver que no recibía respuesta alguna por mi parte.

—Es un juego estúpido —declaré, quizá con demasiada hosquedad—. Y muy aburrido.

Al creer que todo se debía a mis costumbres de Invierno, la preocupación de Atticus se rebajó visiblemente. Su mirada perdió parte del brillo acerado que había cubierto sus iris al creer que el motivo de mi inquietud tenía algo que ver con el amigo de su hermano; su sonrisa se tornó mucho más comprensiva y suave.

La música seguía sonando a espaldas de Atticus. Mi mirada se desvió con lentitud por encima de su hombro, en dirección al círculo de participantes que giraban al son de las notas; pude entrever a Keiran a través de los cuerpos, de nuevo con los ojos vendados y con el mismo aire de superioridad que había mostrado cuando se había retirado la venda de los ojos, descubriendo que tenía razón en su deducción sobre mi identidad.

Apreté mis labios cuando la música cesó de golpe y, en aquella segunda ocasión, se paró frente a una joven. Lady Prímula.

Su cabello negro flotó en el aire cuando ella se quedó quieta, intentando ocultar el nerviosismo que le producía haber salido elegida por el azar; por el rabillo del ojo vi que Atticus también parecía interesado por lo que sucedía. Un inconfundible nudo de inquietud se empezó a formar en mi garganta, agitando mis nervios; aquella simple reacción hizo que me sintiera desconcertada. Perdida.

Busqué a lady Amethyst entre la multitud que aguardaba a que el príncipe acertara, o no, en aquel segundo juego. La chica se encontraba a poca distancia de Keiran y lady Prímula; estaba rígida y con las manos entretenidas en la falda de su vestido. Con sus ojos calculadores clavados en la pareja; sus labios fruncidos en un rictus de disconformidad.

Era evidente que la situación no le resultaba agradable. Bien era conocida su estrecha relación con el príncipe heredero y, aunque jamás conseguiría una propuesta de matrimonio por su parte, no debía serle fácil ver cómo una chica desconocida y de aspecto tan grácil e inocente pudiera resultar de algún interés hacia Keiran.

Él seguía estando soltero y cualquier joven que proviniera de una buena familia se convertiría en una enemiga a tener en cuenta.

Lady Amethyst quería disfrutar de las atenciones del príncipe un poco más.

Aspiré el aire de golpe cuando devolví la mirada hacia lady Prímula. Keiran ya debía haber pronunciado su respuesta al juego y se estaba retirando la venda con cuidado; el mundo pareció contener el aliento cuando el trozo de tela cayó a los pies de él y sus labios se curvaron en una nueva sonrisa.

Lady Prímula sonrió con él, con las mejillas arreboladas y manteniendo una actitud sumisa, quizá apabullada por la expectación que parecía rodearles. Tuve la inquietante sensación de que el silencio se había extendido, y que todo el mundo —ya no estaba hablando de los participantes— mantenía su atención clavada en ambos; quise despegar la mirada unos segundos en dirección a mi madre, esperando encontrar en ella la misma tensión que había mostrado cuando yo había estado en la misma situación que lady Prímula, pero algo me lo impedía.

Un extraño sonido brotó de mis labios cuando Keiran inclinó el rostro en dirección de lady Prímula, fundiéndose los dos en un bonito beso que provocó una oleada de vítores en su público más cercano. A pesar del jaleo que se había montado, el príncipe mantuvo sus labios pegados a los de ella más tiempo del cortés.

Apreté los puños a mis costados hasta clavarme las uñas en las palmas mientras aguantaba un crepitante dolor por todo mi cuerpo, oculta tras mi familiar máscara de indiferencia. Asegurándome a mí misma que aquel beso no me había afectado lo más mínimo.

Pero la duda golpeaba con contundencia mis sienes: Keiran había logrado adivinar la identidad de lady Prímula. Ambos se conocían demasiado bien para que el príncipe no hubiera errado en su respuesta.

Cuando desvié la mirada hacia la manta que ocupaba mi madre, vi que su rostro estaba ensombrecido. Atrapada en sus propios recuerdos.


Cathima terminó el último nudo del vestido y se apartó para que pudiera contemplarme frente al espejo. El picnic organizado por la reina Titania había finalizado pocas horas antes, dándonos a los invitados tiempo suficiente para regresar a nuestras habitaciones para prepararnos para lo que nos deparaba aquella noche; nada más cruzar la puerta de mi dormitorio, había ordenado a mis doncellas que sacaran los vestidos de colores más oscuros con los que contaba en mi nuevo armario.

Al final me había decantado por un modelo de color verde oscuro, con detalles de encaje blanco y perlas en el escote, mangas y bajos. Mis sumisas doncellas me habían trenzado el cabello con precisión, dejando sueltos dos mechones que enmarcaban mi rostro; les había pedido a todas que me dejaran a solas con Cathima mientras ella terminaba de ajustar mi vestido y darme los últimos retoques.

Había decidido utilizar colores oscuros en aquella ocasión por puro capricho. Ese tipo de colores me ayudaban a evocar mi hogar, la Corte de Invierno, y mi propósito en aquel viaje; que hubiera decidido acercarme a mi propia herencia suponía una forma de demostrarme que no había olvidado quién era.

Que nada me afectaba.

O a eso quise aferrarme con fuerza.

Había logrado mantener las apariencias en los jardines tras ver a Keiran besando abiertamente —y sin oponer la más mínima resistencia— a lady Prímula, convenciendo a Atticus y a mi madre de algo que yo misma no lograba entender; las desagradables sensaciones que había despertado esa imagen aún seguían retorciéndose a fuego lento dentro de mí.

Bajé la mirada hacia la falda, cansada de observar mi propio reflejo. El extraño brillo que mostraban mis ojos y cuyo motivo provocaba que me ardieran las entrañas de rabia y frustración conmigo misma.

—Cathima —la llamé, intentando hablar con seguridad.

Mi doncella me miró, en silencio.

—No es necesario que te quedes esta noche, como tampoco hará falta ningún... somnífero —la voz me tembló al pronunciar la última palabra.

Le había pedido a Cathima que redujera la cantidad de brebaje por temor a que se creara un vínculo de dependencia. Al igual que Keiran, yo tampoco necesitaba depender de pociones y brebajes que me ayudaran a mantener a raya la oscuridad que me acechaba desde que salimos de la tercera prueba.

Los ojos de ella se mantuvieron clavados en mi rostro unos segundos más de lo necesario, inquietándome. Luego, se dobló en una respetuosa reverencia y se hizo a un lado para que yo fuera la primera en salir del dormitorio; Atticus se había disculpado por no poder acompañarme desde aquí, y yo no le había dado mayor importancia.

De manera inconsciente rocé el colgante que llevaba oculto bajo la tela del escote, sintiendo el latir de la piedra de energía contra la yema de mis dedos. El regalo interesado de mi madre me había acompañado desde el mismo día que recibí aquellos dos presentes por la gracia de la reina Mab.

El segundo de ellos, por el momento, estaba cumpliendo con su cometido.

Bajé sola hasta el vestíbulo y pronto encontré a mi madre junto a mi hermano. Ambos charlaban con un par de nobles pertenecientes a la Corte de Otoño; me acerqué en silencio hasta donde se encontraban y me doblé en una pequeña reverencia dirigida a la reina Mab.

Mi madre no tardó mucho en despachar a los hombres y Sinéad se colocó a mi lado de manera protectora. No nos habíamos visto desde aquel estrepitoso desayuno en los aposentos de la reina, cuando mi madre había decidido tener conmigo aquella reveladora conversación; le estudié en silencio, preocupada por lo que habría podido suceder en aquel tiempo que no habíamos coincidido.

Cerré los ojos momentáneamente cuando mi hermano me besó en la sien con cariño, pero es paz que me había dado se disipó al ser objeto de un riguroso escrutinio por parte de la reina Mab.

—Una interesante elección, tu vestido.

Me mantuve impertérrita, consciente de que podría tratarse de una prueba. Quizá por lo que había sucedido en los jardines, al participar en aquel absurdo juego.

Sentí la frialdad de mi propia mirada cuando la clavé en el rostro de mi madre, que tenía una ceja enarcada.

—Los colores representan lo que llevamos grabado en nuestro corazón, madre —respondí, haciendo uso de una vieja frase que me había dicho siendo niña en referencia al tipo de tonalidades que usábamos en nuestra corte.

Era mi propia rebeldía frente a Titania.

Era un grito hacia mi madre, demostrándole que seguía siendo fiel a mis colores... y a mi corte.

Era una señal hacia mi padre para que viera que no me había olvidado, que seguía siendo la misma de siempre.

Era un recordatorio para mí misma.

Los labios de mi madre se fruncieron en una sonrisa de satisfacción, conforme con mi contestación. No permití que mi rostro dejara ver lo importante que había sido ver a la reina Mab concediéndome ese pequeño reconocimiento, un mérito que significaba una gran victoria para mí; mantuve mi expresión neutral, aunque quisiera esbozar una amplia sonrisa por haber conseguido eso frente a mi madre.

Un nutrido grupo de sirvientes nos condujeron a todos los invitados al jardín. A pesar del poco tiempo con el que habían contado, habían logrado acondicionar la gran explanada para que arrancara un par de exclamaciones ahogadas a los más entusiastas; yo seguí en silencio a mi madre y hermano hasta un rincón donde se encontraban algunos nobles Unseelie.

Dejé vagar mi mirada por el resto de invitados, topándome con lady Prímula fielmente acompañada por su madre y la que supuse debía ser su hermana; luego me encontré con la mirada de lady Amethyst clavada en mí. Su aspecto seguía siendo reluciente, pero en sus ojos había algo afilado y desagradable.

Alzó una copa en mi dirección antes de darle un sorbo.

Aparté la mirada de ella con la sensación de que no había sido un gesto que ocultara buenas intenciones. Aún no había recibido una disculpa por lo sucedido en aquel picnic privado que había organizado Atticus, y supuse que no se le habría olvidado aquel asunto pendiente.

Me sorprendió no encontrar a mi prometido, pues no era usual que se retrasara tanto... o que no hubiera decidido asistir. Las dudas sobre la ausencia de mi amigo provocaron que me mantuviera mucho más alerta, aunque sin apartarme ni un solo segundo de mi familia y la protección que me brindaba su cercanía; recorría con la mirada los rostros de los invitados, pero ninguno de ellos era la persona que yo quería encontrar.

Varias veces descubrí a Keiran, siempre junto a su padre, charlando con grupos de nobles que no paraban de darle palmaditas en el hombro mientras el rey Oberón sonreía con evidente orgullo. La reina Titania, por el contrario, había decidido mantenerse apartada en un segundo plano, seguida de cerca por su hijo menor; el príncipe Soren, quien había ayudado a Atticus en la tercera prueba con su propio fuego, parecía encontrarse aburrido. Su prometida le hablaba, pero el joven parecía encontrarse con la cabeza en otro sitio.

Lo cierto es que aquella fiesta parecía estar rodeada por un extraño halo de expectación, como si los invitados estuvieran esperando a algo. Le di un sorbo a mi copa con vino y torcí los labios en una mueca de disgusto; el rey Oberón, haciendo gala de su papel como anfitrión, había decidido derrochar su mejor vino en las celebraciones que había dado desde que había comenzado el Torneo.

El tiempo transcurrió con lentitud y sin que Atticus apareciera por allí. La preocupación se enroscó en mi estómago, sin saber qué había sucedido para que no estuviera en aquella celebración; no había recibido ninguna nota y él me había asegurado que nos encontraríamos en el vestíbulo.

Decidí abandonar unos instantes la relativa seguridad que me proporcionaba estar junto a la reina Mab y Sinéad para darme una vuelta por el jardín. Dejé la copa vacía en una de las bandejas que flotaban y me recogí los bajos del vestido para moverme con más facilidad.

Tras unas infructuosas vueltas sin tener una sola señal de Atticus, regresé cabizbaja donde se encontraba mi familia. Sinéad me miró de soslayo con preocupación al percibir que mi humor había decaído, intentando mantener la atención en la conversación que se estaba manteniendo sobre una ruta de comercio que pasaba por la propiedad de uno de los nobles que estaba hablando; la reina Mab, fiel a su costumbre, parecía estar vigilando todo lo que nos rodeaba.

—Alteza —dijo una voz avergonzada—. Alteza.

A mi lado había aparecido una mujer que me tendía una copa. La miré con el ceño fruncido, sin querer aceptarla; el nerviosismo que parecía embargar a la doncella enturbiaba aún más la situación.

Al igual que mis sospechas.

—El rey Oberón está a punto de hacer un brindis —me explicó con la voz temblorosa—. Debe tener una copa.

Finalmente la acepté a regañadientes. Me fijé en que todo el mundo tenía una entre las manos y que miraba expectante al monarca de Verano; el rey sonreía abiertamente mientras su primogénito se mantenía a su lado, manteniendo su fachada de príncipe heredero.

El estómago se me encogió cuando el rey Oberón alzó su propia copa, provocando que todo el mundo se callara para escuchar a su propio rey. Tenía la sospecha de que aquel brindis sería importante... o, al menos, esclarecedor.

—Amigos, invitados... —su voz resonó por todo el jardín—. Alzad las copas conmigo para festejar la inminente llegada de la última prueba donde mi hijo, aquí presente, demostrará que está capacitado para conseguir la victoria. Mi primogénito, el príncipe Keiran, no me cabe la menor duda que se convertirá en el Campeón del Torneo de las Cuatro Cortes.

Todo el mundo obedeció, aunque muchos invitados lo hicieran a regañadientes. Miré a mi madre para ver su reacción y vi que la reina Mab sonreía con ironía, sosteniendo levemente en alto su propia copa a modo de burla; al clavar la mirada en Keiran comprobé que no estaba nada conforme con las osadas palabras que había pronunciado su padre sobre su papel en la última prueba.

Un ligero murmullo se escuchó en la multitud para corear el brindis del rey Oberón, aunque con menos entusiasmo del que se había esperado. Me llevé la copa a los labios por mera educación y di un sorbo al especiado líquido que había en su interior.

Trascurridos unos segundos empecé a sentirme mal. Notaba la lengua adormecida y estaba perdiendo control en mis extremidades; tuve que apoyarme en mi hermano para mantener el equilibrio, dejando caer la copa sobre el césped.

La mirada de mi hermano se volvió hacia mí, alarmado por el sonido.

Abrí la boca para pedirle ayuda, pero de ella no brotó ninguna palabra. La extraña sensación de mi cuerpo se había extendido; apenas era capaz de sentir mis piernas y mis manos me cosquilleaban como si mi magia estuviera descontrolada.

Lancé una mirada de pánico a Sinéad y luego perdí el sentido.

Se me escapó un involuntario grito cuando me topé con la mirada de oro de la mujer que había visto en la pista, el día previo a la tercera prueba. Un escalofrío de pavor me recorrió de pies a cabeza al tenerla tan cerca, al comprobar que no se trataba de una alucinación... pero que tampoco parecía ser real.

Me encontraba en un pasillo de piedra iluminado por unas antorchas y la misteriosa mujer —ataviada con una simple y vaporosa túnica blanca— se encontraba inclinada hacia mí, con una cálida sonrisa.

—¿Esto... esto... dónde...? —balbuceé, trabándome con mi propia lengua—. ¿Qué es todo esto?

La sonrisa de la desconocida creció y sus ojos dorados resplandecieron con diversión, aumentando mis nervios.

—Me he introducido en tu sueño —me explicó.

La miré con una mezcla de sorpresa y horror. La última imagen que tenía grabada en mi cabeza era el gesto de mi hermano mientras yo intentaba decirle que algo iba mal conmigo; que alguien me había envenenado la bebida.

Y luego había despertado allí.

—¿Quién sois? —le pregunté, incapaz de ocultar el temor que despertaba su simple presencia en mí—. Reconozco vuestra voz de aquella vez en la biblioteca... y os reconozco porque os vi... os vi mientras practicaba con mi maestro.

La mujer se apartó un poco para brindarme un espacio que agradecí tomando una bocanada de aire. La observé con atención, intentando descubrir si aquella desconocida me resultaba familiar... si mi mente la recordaba de alguna forma que yo no era capaz de explicar.

—Aún no he llegado el momento de presentarme —respondió con suavidad—. Pero os he estado vigilando desde que erais niña.

Jadeé.

—¿Sois una especie... una especie de guardiana?

Ella ladeó la cabeza, con una sonrisa jugueteando en sus comisuras. Todo en ella transmitía paz y tranquilidad, además de confianza; aquella mujer no parecía ser un peligro para mí.

Decidí darle el beneficio de la duda.

—Podría decirse así —contestó, evasiva—. Pero no es momento de explayarme en este asunto, aún no.

Algo brilló a su espalda y mi mirada se desvió de manera inconsciente en esa dirección, topándome con un arco de piedra que resplandecía y que parecía mostrar al otro lado un paisaje; el corazón me latió con prisa al ver que ese paisaje correspondía a un claro.

Incluso tuve la sensación de que me llegaba el olor a hierba procedente de ese arco mágico.

La desconocida también giró la cabeza para contemplar su espalda.

—Un portal —me confió en voz baja—. Os conducirá a vuestro destino.

Me dejó aún más espacio para que yo me incorporara. Las piernas me temblaron unos segundos mientras que intentaba mantener el equilibrio; la mujer de los ojos dorados mantenía toda su atención clavada en mí, vigilando todos mis movimientos.

Tuve que buscar apoyo en la pared de piedra mientras alternaba mi mirada entre el portal y la mujer.

—Esto es un sueño —reiteré.

Ella asintió.

—La cuarta prueba será la más difícil de todas y os exigirá un compromiso a distintos niveles —me contó con severidad—. Los otros campeones no serán vuestro único enemigo, sino también lo que oculta el bosque.

La bilis empezó a burbujearme en el fondo del estómago.

—No os olvidéis del bosque, princesa.

De manera inconsciente nos habíamos acercado hacia el portal. Desde la poca distancia que me separaba de él, podía percibir la brisa fresca del otro lado; tragué saliva con inquietud, sintiendo que las advertencias de la extraña mujer debían quedárseme grabadas a fuego en la mente.

Cuando miré de nuevo a la mujer de ojos dorados, vi que tenía el ceño fruncido.

—Buena suerte.

Las palmas de sus manos chocaron con fuerza contra mis hombros, desestabilizándome y provocando que cayera en dirección al portal. Noté una sensación de calor cuando estuve segura de que mi cuerpo había traspasado la película líquida que conformaba el portal mágico.

Abrí los ojos de golpe y boqueé cuando desperté del extraño sueño. Todo a mi alrededor estaba a oscuras y pude atinar a ver el contorno de unos muebles que reconocí de mi propia habitación; me palpé el cuerpo, comprobando que aún llevaba mi vestido.

Aún notaba los estragos que había causado lo que me hubieran echado en la bebida, con el cuerpo tembloroso y la boca con un extraño regusto casi metálico. Las sienes me palpitaban al ritmo de los latidos de mi desbocado corazón y las dudas de no saber cómo había terminado allí.

Unas manos salidas de la nada me aferraron por los brazos y todo mi vello se erizó ante las posibilidades que se me planteaban. Abrí la boca para chillar, pero me amordazaron con un trozo de tela antes de que tuviera oportunidad; atrapada de manos y sin forma de utilizar mis cuerdas vocales para pedir ayuda, lo único que me quedaba eran las piernas... mis temblorosas piernas que no habían logrado asentarse aún del todo.

Me alzaron en volandas de la cama como si fuera una simple muñeca, cubriéndome la cabeza con una funda de almohada que me impedía ver lo que estaba sucediendo. Me debatí inútilmente mientras sentía como me transportaban, aprovechándose de la debilidad que me embargaba a causa de la sustancia que habían colocado en mi copa.

De inmediato pensé en Puck. Él me quería fuera de la circulación y, a pesar de haberme convertido en la prometida de Atticus, el mejor agente de la reina Titania seguía en la convicción de que yo debía ser eliminada; quizá la propia reina de Verano le había pedido que se deshiciera de mí en algún momento. Aunque me parecía demasiado precipitado, pues viva valía mucho más que muerta.

Intenté sacudirme de las garras de mis captores, emitiendo sonidos ahogados por la mordaza y la funda de almohada. Consciente de la repentina frialdad que había cubierto el ambiente, me rebatí con mayor energía, notando cómo los efectos del bebedizo que se me habían dado iban desapareciendo.

—Su portal la espera en una de las mazmorras —escuché que decía uno de mis captores.

—Los otros campeones ya deben estar siendo transportados hacia sus respectivos portales —señaló otro.

Las manos que me sostenían por las piernas tantearon un poco más arriba del bajo de mi vestido. Logré liberar una para golpear a ciegas, acertando en algo blando que le arrancó un gruñido de dolor masculino al desconocido que me tenía por los tobillos; luego oí algo de jaleo.

—No seas estúpido, Theon —le espetó el que había hablado primero—. El rey te cortará las manos si intentas hacer algo impúdico con ella. Es la princesa.

Estaba empezando a asfixiarme a causa de la mordaza y la funda de almohada cuando me la retiraron con brusquedad. Tuve que pestañear varias veces para acostumbrarme al fogonazo de luz que me recibió, cayendo en la cuenta después de que se trataban de antorchas... y que nos encontrábamos en un corredor idéntico al que había visto en mi sueño.

Liberaron mis piernas, pero no mis brazos. Giré la cabeza a ambos lados para toparme con los rostros encapuchados de los hombres que se habían encargado de conducirme hasta allí de aquel modo tan burdo; tragué saliva de manera inconsciente ante el desconocimiento de lo que estaba sucediendo. Me habían drogado, llevado a mi dormitorio para luego sacarme de allí como si fuera una vulgar criminal.

No entendía nada.

Miré hacia el fondo del pasillo, encontrándome con el portal que había mostrado mi extraño sueño. Aunque lo que mostraba este portal distaba del onírico: el paisaje había sido sustituido por una zona boscosa y oscura; miré de nuevo a mis captores con serias dudas.

—Debéis cruzar el portal, Alteza —indicó uno de ellos; reconocí su voz como el primer hombre que había escuchado.

Intenté mostrarme desafiante y altiva.

—¿Por qué? —exigí saber—. Me habéis entrado a mis aposentos sin permiso, sacándome de la cama...

—Son órdenes del rey, Alteza —me cortó el mismo hombre—. Tenéis que cruzar el portal.

Recordé la confesión de Keiran sobre la última prueba. El príncipe me había confiado que intentarían cogernos con la guardia baja, ¿acaso el rey Oberón había envenenado mi copa de vino para eso? ¿Qué había de los otros campeones, también habían sido drogados como me había sucedido a mí?

—Por favor, princesa —insistió el hombre—. Debéis cruzar.

Me acompañaron personalmente hacia el umbral del portal. Al otro lado se notaba que había una baja temperatura, haciendo que me echara a tiritar por no llevar un vestido de suficiente grosor; volví a mirar con dudas hacia atrás, pero ninguno de esos hombres me permitiría dar media vuelta y escapar.

La última prueba había dado comienzo y no sabía que me depararía al otro lado del portal.

Di un tímido paso hacia delante...

Y el portal me tragó entera.

* * *

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