El Soldado y la muerte (Fred)

Aquella noche toda llegaron los Malfoy. Estaban cómodos y tibios en aquellos sillones.

— el cuento de hoy...— en aquel momento empezaron a tocar la puerta desesperadamente.

El Sr. Ollivander se levantó y caminó hasta la puerta. Al abrirla apareció un pelirrojo.

— Soy Fred, de casualidad sabe ¿dónde se han metido los Malfoy —lucía agitado y preocupado — los he buscado para un par de consejos.

— será porque todos están aquí — habló el can que lo veía divertido — ¿te volvió a dejar una de tus novias?

— La dejé yo — dijo Fred.

— Pasa, todos están aquí — Garrick lo guió— toma asiento. — hizo aparecer otro sillón.

— ¡Tío Fred! — gritó Helena con felicidad — ¿tu novia te volvió a dejar por olvidar su aniversario?

— Sí, eso hizo— le sonrió. — buenas noches con el resto que no me contó que tenían una reunión con el Sr. Ollivander — Fred fingió estar indignado.

— Fred no es para tanto —Hermione le interrumpió.

— Oye Garrick — el can estaba oliendo un saco que estaba cerca a la chimenea — ¿que hay en este saco? Huelo galletas.

— Imaginaciones tuyas — le dijo Garrick.

— Déjame ver —metió la cabeza en el saco, pero Garrick forcejeó con el can que le ladró. Logró arrebatarle el saco viejo y polvoriento.

—No, ni hablar hay cosas muy importantes en este saco además necesito las galletas para mi cuento — respondió Garrick.

— Pues cuéntalo ya y luego nos las comemos — Dijo el can.

— ¿es antiguo? — preguntó Scorpius

—es antiquísimo...

—Oh, esas galletas estarán rancias — respondió el can. — eww

—» Empieza el cuento en un lugar muy lejano de nuestro planeta. Tras una guerra de 10 años con un soldado de cabello rojo, ojos azules, y ropa gastada pues era muy honrado, pero solo contaba con un chelín y tres galletas secas para su largo viaje de vuelta — Garrick señaló un escudo de su túnica — este era su regimiento: Los Usares Reales

» Había recorrido leguas y leguas silbando una canción desentonada, ya se había gastado su chelín y le quedaban las tres galletas secas. Cuando un día se encontró a un anciano mendigo y se detuvo un rato a hacerle compañía. El soldado de nombre Fred no sabía tocar el violín y el anciano no sabía silbar, Pero los dos estaban contentos, Fred imitaba la tonada del violín del anciano.

Tras finalizar la melodía Fred lo alagó — bonita tonada.

—¿crees que vale una moneda? — preguntó el anciano.

— vale mucho más... Pero yo no puedo dártela— el anciano entristeció pues no siempre lograba comer bien — aunque aquí tengo una galleta — le entrego su galleta seca.

— Eres un buen hombre, te lo agradezco — el señor veía la galleta emocionado.

— cométala — lo instó Fred — Anda.

— es una lástima que una persona como tú no sepa silbar.

» Fred el soldado se despidió y siguió su camino silbando, pero sucedió una cosa sumamente extraña, imaginaos como seria el sonido de los rubíes si pudiesen silbar y siguió Silbando todo el rato hasta que topó con otro hombre anciano de aspecto triste y cansado y aunque no tocaba acompañaba cancioncillas con su ronco tambor y Fred silbaba con su hermoso sonido y daba saltitos con sus botas gastadas, brinca que brinca y le dio al viejo su segunda galleta.

— Mirad como baila — Garrick señaló el retrato sobre la chimenea donde en medio de un bosque, junto a un árbol se ve la sombra de un anciano y Fred saltando y dando giros mientras silbaba. Oh poder de la magia del mago que hacía aquello eso posible. — ¡Oh si! Fred era un gran bailarín, lleno de júbilo prosiguió su largo camino y se encontró al poco tiempo con otro anciano escuálido que jugaba las cartas junto al camino por donde el pasaba.

» Fred al contemplar como el anciano barajaba y manejaba las cartas con absoluta maestría, no pudo contener un aplauso.

Pues el anciano adivinaba que carta había elegido el soldado o cuando jugaban póker igual le ganaba.

—¡magnífico truco! — dijo aplaudiendo.

—¿vale una moneda? —preguntó el anciano.

— ¡más! Pero yo no puedo darte nada — A Fred le quedaba solo una galleta en su turrón y su hambre era feroz así que después de pensarlo dijo —pero compartiré la última galleta que me queda — sacó la última galleta y la partió en dos, pero no le parecía bien ¿y estaréis de acuerdo? en darle aquel anciano menos que los anteriores, así que le dio ambas mitades.

— eres bueno, eres un buen hombre para estar sumido en tal miseria, toma quédate con estas cartas — le Extendió la baraja y Fred las aceptó — con ellas no perderás nunca y también toma este saco — le extendió un saco raído y sucio — es muy feo, pero es un saco mágico, ordena entrar en el a un animal o a cualquier otra cosa y en un santiamén obedecerá.

Señor Ollivander ... ¿El saco estaba hechizado? —preguntó Draco.

— claro que sí lo estaba al igual que las cartas, pues con un simple toque la carta cambiaba al número deseado. — respondió Garrick.

» Fred el soldado con su silbido de rubí, su carta y su saco siguió su camino anduvo por una noche Y un día hasta que se encontró con un lago en el cual había tres gansos.

—¡gansos! ¡gansos! — los llamó. Y en la orilla abrió el saco — entrad en el saco y los tres grandes gansos ingresaron como si estuvieran hipnotizados.

Caminó otro día más hasta que llegó a una posada. Ingresó silbando.

—bonita tonada — le alagó al escucharlo.

— me la enseñó un hombre que tuvo mala suerte. — respondió mientras se acomodaba en una mesa.

—¿vienes de la guerra? — Fred asintió. —¿traes el botín en ese saco? —preguntó el posadero.

— no, llevo tres gansos a los que di caza ayer, quisiera comerme uno ahora, si me lo cocinas y me das una cama puedes quedarte con los otros dos — Fred señaló el saco que estaba a sus pies.

El posadero estaba tan emocionado por los gansos que le tocarían que se cargó el saco en hombros para ir a la cocina— me gusta la carne de ganso

— no dejes de devolverme el saco

» El posadero le guisó el ganso con clavo orégano y miel y se lo sirvió con una botella del mejor vino. Fred el soldado se lo comió todo, se chupó los dedos, chupó los huesos, se bebió el vino y danzó hasta el amanecer toda la noche hasta caer rendido en la cama.

» A los tres días se despertó, se asomó a la ventana y vio ante sus ojos un hermoso palacio.

El posadero ingresó a la habitación con una bandeja de comida — me pareció oírte. ¿Has dormido bien, Soldado?

— sí muy bien, ¿de quién es ese palacio? —se sentó para comer aquel desayuno —¿Por qué tiene rotas las ventanas?

— es el palacio del Zar. Hubo un tiempo en que en sus salones se celebran fiestas fabulosas, ahora lo usan los diablos para jugar las cartas — respondió el posadero.

—¿Los diablos? —preguntó incrédulo el pelirrojo.

— los diablos, se pasan las noches, brincando, gritando y jugando las cartas nadie se ha atrevido hasta ahí a acercarse por allí — ambos veían el palacio por la ventana

—Con lo bonito que es. Alguien debería echar a esos diablos — dijo el pelirrojo.

—Sí, lo intentó un ejército y a la mañana siguiente no quedaban más que sombras, son sumamente peligrosos y muy jugadores.

Fred tomó su abrigo — iré a echar un vistazo —tras eso salió de la habitación

—¡No seas insensato! — le gritó el posadero, pero como ya sabéis como es no lo escuchó.

» Insensato o no, entró en el palacio silbando con su saco al hombro y en el interior había un gran silencio, como si las paredes estuvieran conteniendo el aliento, al acecho.

Fred el soldado ingresó al salón, ahí todo estaba empolvado, limpio una mesa y una silla con su saco. Se sentó a esperar la aparición de los diablos. Pasó horas y horas sentado silbando en compañía de una vela.

Llegada la media noche, el techo empezó a moverse, aleteos que apagaron la luz de la vela.

Fred volvió al prender la vela sin interrumpir su silbido, a su alrededor había más 40 demonios, con alas negras de murciélago, piel tan roja como su cabello, sobre su frente finos cuernos, manos con uñas que parecían garras, y usaban solo taparrabos para cubrirse. No eran altos apenas medían un metro.

— tenemos un huésped — se burló uno de los diablos.

— y está silbando— dijo otro

— bonito silbido, yo quiero aprenderlo— dijo uno de los diablos que estaba a su costado.

— Hola — saludó Fred.

Los diablos empezaron a reír del pelirrojo.

Hola dice — se burló uno de los tantos diablos

— ¿Os gusta jugar a las cartas? —preguntó Fred.

—¿que si nos gusta? — reían ante cada palabra que Fred decía pues no creían que fuese valiente.

—bien— sacó las cartas que el anciano le había obsequiado — ¿qué queréis que nos juguemos? —preguntó.

— su alma — dijo un diablo.

— su silbido.

— sus dientes — el diablo que estaba sobre su hombro derecho apuntó su boca — colecciono dientes.

— de acuerdo, y ¿qué os jugáis vosotros? — preguntó el pelirrojo.

— tenemos cuarenta toneles de oro ¿suficiente? — preguntó el diablo que parecía ser el líder.

Fred asintió con una sonrisa. Más los diablos se echaron a reír

— subid aquí el oro — el diablo dio la orden, se abrieron puertas y aparecieron varios diablos con toneles de oro.

—bien, juguemos — los diablos lanzaron sobre la mesa las monedas que apostarían mientras Fred repartía las cartas.

» así quedaron establecidas las condiciones, el soldado dio las cartas y ganó. Iniciaron otro juego y volvió a ganar.

Uno de los diablos vio como Fred le daba un pequeño golpe a las cartas y cambiaban al número que le faltaba para ganar.

— hace trampas — dijo.

—yo también, pero estoy perdiendo — respondió otro. — da otra mano.

— como queráis — Fred respondió.

» dio otra mano y volvió a ganar. A los diablos les invadía una cólera verdaderamente diabólica. El humo de los cigarros que consumían les salía por las orejas. Y el soldado ganó una mano tras otra mientras los diablos hacían en vano toda clase de trampas, al despuntar el día los cuarenta toneles de oro estaban amontonados junto a Fred que silbaba porque había ganado.

— bien amigos, me parece que ya es hora de dejarlo — anunció el pelirrojo.

—¡no! De eso nada, perder nos produce hambre... ¡Te comeremos! — anunció el diablo y resto asintió con la cabeza.

¡veremos quien se come a quien! — Fred estaba enfadado, puso el saco sobre la mesa —¿sabéis que es esto? —preguntó.

— es un saco vacío — respondió uno de los diablos y el resto reía.

—¿ah sí?—abrió el saco — yo os ordenó que entréis en el — al decir aquellas palabras todos los diablos allí presentes fueron atrapados en el saco, ató el saco y se lo cargó al hombro hasta llegar a un lugar descubierto y lleno de luz.

Golpeó el saco, lo pateó, se sentó encima, lo lanzó contra la pared todo para torturar a los diablos que gritaban de dolor.

Se sentó sobre el saco—¿más? — lo abrió un poco para ver el rostro de algún diablo.

» se oía en coro lo que decían "sacamos de aquí, libéranos" y toda clase de súplicas.

¿prometen no cometer maldades contra mí? — preguntó Fred mientras abría un poco el saco para ver el rostro de uno de los diablos.

— Suéltanos por favor, lo prometemos. — respondió uno, entonces el pelirrojo dejó que los diablos saliesen volando.

Con el brazo izquierdo atrapó a uno de la pezuña y lo sostuvo boca abajo. — Ay, ¡suéltame!, ¡suéltame! —se quejó el demonio.

— No pienso soltarte amigo hasta que me prometas que me servirás fielmente. — Aclaró el pelirrojo.

el diablo viéndose derrotado accedió. — ¡Lo prometo, Lo prometo! — Fred de un movimiento arrancó la pezuña. —¡que bruto! ¡me la has arrancado! — se quejó.

—Naturalmente, Es para que no olvides a quien se lo prometiste, ya puedes irte.

» Los diablos echaron a correr cerrando las puertas del infierno de un portazo por miedo a que el soldado les siguiera con su saco. Temblaban aterrorizados y furiosos, furiosos. Pero Fred ya no pensaba en los diablos, se había convertido en el favorito del Zar. sin embargo, por mucho que nos sonría la vida la última en reír es siempre la muerte.

¿Se va a morir Fred? — Preguntó Scorpius.

El pelirrojo tragó grueso. Garrick sólo sonrió.

» Oh sí, la vida le sonreía a nuestro amigo el buen soldado con su mágico saco, el Zar le había premiado y ahora era un hombre rico que vivía con su hijo y su mujer en el castillo. Todo era felicidad a su alrededor hasta que un día por veleidades del destino, un día, La fortuna le dio la espalda y su hijo cayó gravemente enfermo.

En la habitación estaba un pequeño niño pelirrojo de no más de 8 años, recostado en la cama. su madre le sostenía la mano mientras Fred caminaba de un lado a otro.

» Llamaron a todos los curanderos y boticarios de los alrededores y la habitación se llenó de barbas grises y caras preocupadas. Pero la fiebre seguía subiendo. Pronto las barbas grises cambiaron por sacerdotes que susurraba rezos y llegó el hombre de negro a tomar las medidas para el ataúd.

— ¿Que podemos hacer? — su mujer tenía la voz quebrada. —tengo los labios doloridos y las rodillas me sangran de tanto rezar.

Fred tomó la mano de si mujer. — y a mí se me ha olvidado silbar. ¡esto es cosa el diablo! — dirigió su mirada a la mesita que estaba cerca a la cama ahí reposaba sobre una pequeña base de madera la pezuña del diablo, con una flor creciendo. era usada como un pequeño florero. — por cierto... ¿dónde demonios estará aquel diablo?

Dicho eso tras una pequeña nube de azufre apreció el diablo. — Aquí estoy excelencia.

—¿cómo has tardado tanto? — preguntó Fred.

—he tenido que venir cojeando vos tenéis mi pezuña. — respondió el diablo viendo su pata.

— Cura a mi hijo y te la devolveré. — Fred tomó la mano de su mujer para presentarla. —está es mi buena esposa. —luego señaló al espectro. — Mi diablo.

el diablo rió— A tus pies. — dijo con un pequeño asentimiento de cabeza.

—Así que vuestro hijo está enfermo dejad que lo vea. — el diablo hizo aparecer una copa de vidrio que contenía agua. —¿qué veis aquí, excelencia?

Fred se acercó y miró a través de la copa. — Veo una pequeña criatura. — la criatura tenía forma humana y no parecía ser más alta que un niño de 5 años, la piel era tan pálida como la harina y vestía completamente de negro. alzó la vista para ver a Fred a los ojos.

— Es la muerte excelencia. ¿dónde está? — preguntó el diablo.

— En los pies de la cama de mi hijo. — respondió preocupado el pelirrojo.

— Muy bien, tranquilizaos, el peligro es que esté en la cabecera, asperged unas gotas de agua sobre vuestro hijo. — ordenó el demonio. Fred obedeció.

El pequeño niño respiró profundamente, se sentó sobre la cama, al instante todo síntoma de fiebre desapareció, su madre lo cargo en brazos y se lo llevó.

— Eres sabio. — Fred halagó al diablo

— Hacemos lo que podemos. ¿me dais mi pezuña? —preguntó el diablo.

— Por supuesto. — Fred tomó la pezuña y se la extendió.

El diablo se quedó viéndola como quien ve una preciada joya. — Gracias, gracias, Gracias. ¿se os ofrece alguna otra cosa? — preguntó antes de recibir su pezuña.

—Dame ese vaso y te devolveré la promesa que me hiciste. — Fred veía aquella copa con emoción.

el diablo sonrió. —¡oh señor! Gracias, gracias. — tras aquello le entregó la copa y él recibió su pezuña—florero. — que flores tan bonitas. — el diablo se retiró cojeando.

» Y el soldado se dispuso a iniciarse en el difícil oficio de hacer milagros, recorrió el mundo en un camello con su mágica copa. En cuanto veía un enfermo en seguida sacaba su copa, si la muerte estaba a los pies de su cama echaba unas gotitas de agua y el inválido se levantaba volcándose en elogios, si la muerte estaba a la cabecera el soldado movía solemnemente la cabeza y se marchaba. los parientes murmuraban: "qué pena, Le hemos llamado tarde" y le pagaban de todos modos. Más casi siempre se iba dejando a todos contentos y maravillados. Todo Le iba bien a Fred hasta que un día estando lejos de casa recibió un mensaje, decía: "el viejo zar se muere, el zar te reclama"

Fred volvió a Rusia donde al llegar a palacio vio al zar siendo rodeado por sus 50 esposas y sus médicos. Alzó su copa más vio a la muerte en la cabecera del Zar. todo estaba perdido.

—He llegado tarde. — dijo mientras bajaba su copa y se daba la vuelta.

La esposa más joven se acercó a él. — Has salvado a ladrones, mendigos y perros. ¿no vas a salvar a tu señor el zar?

— Si la muerte quiere un nuevo amigo, nada puedo hacer. — respondió.

la joven preocupada por su marido pidió: — dile que me lleve a mí en su lugar

Fred no lo pensó dos veces y respondió. — El zar es mi amigo y mi padre, si alguien ha de morir debo ser yo. — se dio la vuelta para ver otra vez a la muerte a través de la copa. — señor, llévame a mí y salva al Zar. te lo suplico. — la muerte asintió y se retiró. echó unas gotas de agua a la cabeza del rey.

En el palacio sólo se oían frases de halagos hacia el soldado.

» Pronto Fred cayó en cama y supo enseguida que la muerte se lo llevaría.

Fred estaba temblando mientras estaba sentado en el sillón. — ahora sí me voy a morir.

La pequeña Helena le habló. — Los héroes de las historias nunca mueren.

Estando en cama a través de la copa Fred vio a la muerte a lado de su cabeza. de entre sus cobijas sacó un viejo saco. — ¿Sabes lo que es esto? —preguntó.

— Un saco — respondió con voz rasposa.

—Pues si esto es un saco, muerte entra en él. — ordenó Fred, la muerte se veía desesperada ya que era arrastrada hacia el interior de aquel viejo saco. saltaba en la cama gritando de emoción, su esposa y su hijo también lo hacían a pesar de estar muy sorprendidos.

» La muerte hecha prisionera, La noticia se hizo rumor y corrió entre las 50 esposas del Zar y como rumor que era corrió muy rápidamente, pues los rumores se extienden muy rápido. A los cuatro minutos y medio lo supo todo el pueblo. A los 17 minutos lo supo el país entero y al despuntar el alba era el tema de conversación en miles de lenguas. La muerte es prisionera, The death is prisioner, La mort est prisonnier, la morte é prigioniera, o thánatos eínai kratoúmenos, smert' zaklyuchena.y el soldado para asegurar salió con la muerte en su saco, se fue a un frondoso bosque, se subió al árbol que creyó más alto, colgó el sacó en el extremo de una rama y se cayó. Pero estando la muerte presa las caídas casi ni se nota.

» Entonces nadie moriría, era inexplicable, seguía habiendo guerras en casi todas partes, pero eran guerras extrañas, tras una dura contienda, espadas en alto, explosiones, dardos por los aires, machetes, puñales, no moría nadie. Los soldados se miraban unos a otros exhaustos e ilesos, los duelos duraban hasta más de media noche y ambos contendientes volvían ilesos a sus casas. Los amantes traicionados se lanzaban por hondos precipicios y tenían que volver a subir. Nuestro amigo el soldado Fred fue el hombre más famoso del mundo porque de esta manera hizo inmortales a sus semejantes.

Estaba en su palacio lanzando al aire su sonrisa de rubí, se asomó a la ventana y vio su jardín lleno de almas desoladas y perdidas, de viejos harapientos que apenas se tenían en pie, estaban esperando, esperando a la muerte, esperando el alivio que nunca llegaba y el soldado no pudiendo soportar la visión de aquel dolor, regresó de nuevo al bosque.

Ya en su palacio abrió el saco y vio el rostro de la muerte. — Muerte me he burlado de ti, pero ya es hora de que me lleves y pongas el mundo en orden. — La muerte salió del saco y rápidamente se hizo invisible, se fue para no volver — Muerte, vuelve.

» Pero la muerte tenía miedo de Fred y su saco. Se fue para nunca volver. fue condenado a ver como todos envejecían y morían, más la muerte a él no se lo llevaría, el soldado vivió años y años hasta no poder soportarlo más. arrastró sus maltrechos huesos hasta los confines de la tierra y bajo al mismísimo infierno.

Tocó las puertas del infierno el diablo asomó la cabeza. Le preguntó "quién era"

— Soy un pecador que viene a entregar su vida. — respondió.

varios demonios se asomaron por la puerta. — ¿que llevas al hombro? —preguntó uno de ellos.

— No es nada, un viejo saco. — respondió.

—¡¿UN SACO?! —gritaron y cerraron la puerta del infierno.

— Déjame entrar, ¡te lo suplico! — gritó a las puertas.

la puerta se abrió y el diablo enojada respondió: — Lárgate y llévate ese maldito saco contigo.

—¿pero a donde puedo ir? —preguntó el anciano Fred.

— Me da igual, el caso es que te vayas. — respondió el diablo mientras cerraba la puerta.

Fred hecho un vistazo hacia atrás. — no, no, no me iré hasta que me des un mapa de cielo y me expliques el camino. — el diablo abrió una pequeña ventana de la puerta y Le lanzó el mapa en un pergamino muy viejo. — y además 200 almas que ya no sirvan.

El diablo enojado masculló. — ¡qué hombre, es insaciable! —volvió a asomarse por la diminuta ventana. — te doy 150.

Fred alzó su saco. —¿sabes lo que es esto?

— no me muestres el saco, está bien. Te daré las doscientas. — la puerta se abrió dejando salir a las almas. — sigue ese mapa hasta que no puedas andar más, después ve directo hacia arriba hasta que tengas la sensación de estar cabeza abajo, esa es la frontera del cielo, luego simplemente sigue la música celestial.

Tras mucho andar se topó con alguien, al cual no pudo ver debido a que todo era completamente blanco y brillante. —¿quién se acerca a las puertas del cielo? —preguntó.

— soy Fred, el soldado que hizo prisionera a la muerte, he rescatado a doscientas almas del infierno con la esperanza que Dios me perdone y me permita entrar. — respondió.

— Ellas pueden entrar, tú no. —dijo el ángel (o puede que San Pedro).

— Entrad, que Dios os bendiga —Fred se hizo a un lado y se acercó un alma. — Toma esto. —Le dio su saco —cuando estés dentro ordéname entrar en el saco, recuerda que yo te saque a ti del infierno.

» Sin embargo, como en el cielo no hay memoria, las almas olvidan, Fred el soldado, esperó y espero a un paso del paraíso y como pasaba el tiempo Fred dio la vuelta y regresó lentamente a la tierra. Que yo sepa aún vaya por ahí.

Todos aplaudieron.

— La mejor historia, Fred el soldado jamás murió supongo. — Fred Le sonrió a la pequeña Malfoy. — tenías razón los héroes jamás mueren.

Garrick le dio las galletas al perro—Bueno, ya puedes comértelas.

el can las recibió y comió, pero olfateo un saco a los pies de Garrick — oye ¿Qué es esto?

— Un saco — respondió el Sr. Ollivander.

— Si es un saco entra en él — Dijo el can y nada ocurría.

— Por si acaso — Garrick lanzo lejos el saco.

Los magos, los niños y el perro vieron como empezaba a moverse y de este salía el diablo de la historia. cerraron los ojos y negaron con la cabeza. 

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