NOCHE 9
Me encontraba sentada en el suelo del cuarto de baño sujetándome la herida del cuello con la mirada perdida en los azulejos grisáceos que tenía frente a mí. No había sido un maldito sueño, no había sido una broma porque la evidencia se podía ver con mis propios ojos. Aun tenía puesta la bata de enfermo con el emblema de ese hospital tan extraño donde se suponía que había estado ingresada.
Tenía claro que lo que había sucedido no podía dejarlo así. De alguna u otra forma, debía de saber dónde demonios había estado ingresada como paciente y cómo era posible que me hubieran llevado hasta mi misma casa si ni siquiera sabían mi dirección, a no ser que las habladurías se hubieran extendido tanto como para saber hasta quién era la que vivía en la mansión maldita que todos temían.
Tomé las páginas amarillas para poder buscar el número de teléfono de la recepción de ese hospital para informar de lo sucedido. Quería preguntarles por lo que había pasado en esos días que permanecí en aquel hospital porque mis recuerdos eran difusos y porque quería saber más acerca de mi estado.
Además de ello, quería efectuar una queja por haber entrado a la que era mi casa, sin mi permiso. No portaba encima las llaves, por lo que, lo más probable, es que aquel que se encontraba dentro de la misma, la dejó abierta de par en par. Eso me preocupó aún más al pensar en la posibilidad de que habían registrado la mansión en mi ausencia y que quizás habían robado aquello que les pudiera interesar.
Encontré el número tras cientos de páginas amarillentas y páginas destinadas a los crucigramas, reconociendo el emblema bordado en la camisa que aún llevaba puesta. Marqué el teléfono aun conmocionada, apretando mis rodillas contra mi pecho que se movía frenéticamente, sentada en el suelo porque el calor sofocante de mi cuerpo me pedía algo de frescor. No recuerdo el tiempo que pasé escuchando como la otra línea comunicaba y me daba el mismo mensaje una y otra vez.
Finalmente, me di por vencida pensando en que no me sería posible dar con nadie encargado de la atención al cliente del hospital. Quizás era mejor preguntar a los habitantes del pueblo acerca del hospital en vez de darme una y otra vez con una llamada fallida.
El pueblo no era demasiado grande por lo que debían de contar con al menos un hospital en la cercanía, lo que se me hacía extraño que nadie me contestara. Pero pensando en que quizás no disponían de mucho personal, la posibilidad de que no pudieran atender llamadas por sobrecarga de trabajo, era probable.
Bajé a la cocina para poder tomarme un calmante con el té de la mañana. Al menos durante la vigilia que pasé en la noche, el sonido del piano pareció no querer hacerse notar para mi mayor tranquilidad, pero bien sabía que eso sería temporal.
Tomé uno de mis calmantes del bolso, bajando lentamente las escaleras que conducían al hall de la casa. Las paredes ennegrecidas parecían aun más oscuras con la tenue luz de la mañana que parecía ser absorbida por esa infausta oscuridad.
Mi estómago se negaba a llenarse con algo más que con líquido pero debía hacer un esfuerzo porque no sabía el tiempo que iba a permanecer fuera de casa ni lo que encontraría por meter demasiado las narices. La gente de la zona no parecía ser demasiado permisiva con los forasteros por lo que temía hacer las preguntas equivocadas.
-¡Quien no arriesga, no gana!-Pensé en voz alta para darme ánimos, si no me los daba a mí misma, ¿Quién lo haría?
Tras varios bocados a mi tostada y terminarme el té tibio que me había servido, cogí el bolso y salí al exterior echándole un último vistazo a aquel piano. Ese trozo de nuestra familia tan misterioso como aterrador que parecía tener más vida que yo, me estaba complicando demasiado la vida. Pensé en que quizás lo mejor sería empeñarlo para evitar más problemas en la noche, así que lo anoté en mi agenda de cosas que hacer.
Tomé el coche echando un vistazo a la parte trasera del mismo; ya no me fiaba ni de mi propia sombra y más me valía ser precavida. Enrollé una bufanda alrededor de mi cuello para tapar las marcas que tenía sobre mi piel, porque lo único que me faltaba era que la gente pensara que yo era una suicida. El lazo parentesco con mi hermana no me daba una buena carta de presentación, así que comenzaba ya a ser el centro de las miradas de todos aquellos que estaban acostumbrados a apenas tener gente nueva en su reducido pueblo.
Mi coche era muy diferente a los que por allí circulaban, totalmente demacrados y anticuados. Normalmente eran camionetas que muchos años de trayecto a las espaldas mientras que el mío era un Mercedes Cabrio con todos sus extras y prácticamente nuevo. Se notaba a leguas que yo era alguien pudiente y no era para menos porque era la jefa de Neurocirugía del hospital general de mi ciudad natal. Llevaba unos cinco años aproximadamente ejerciendo, por lo que no era una pipiola en el campo de la medicina, pero tampoco era de las veteranas.
Me encontraba en un cómodo equilibrio entre ser joven, disponer de tiempo y un buen puesto de trabajo.
Comencé a hacerme un croquis que seguiría en cuanto arranqué el coche. Me aseguré de llevarme la documentación, mi teléfono cargado, mi libreta y dinero por si necesitaba comer fuera de casa. No iba a cesar en la búsqueda de aquel maldito hospital.
El primer lugar que visitaría iba a ser la cafetería, aunque no me era demasiado agradable. Era de las típicas cafeterías de carretera americanas que se veían en las películas. Reinaban los colores rojo y gris, las camareras eran rechonchas y hablaban con monosílabos además de que olía a café desde el aparcamiento.
Era un lugar un tanto sombrío, pero tenía ciertas cosas que te hacían sentir a gusto. Un buen desayuno recién hecho le hace cualquiera sentirse como en casa y pensar en los desayunos de las madres o de las abuelas tan abundantes como apetecibles.
Pero mi objetico no era llenarme el estómago sino la cabeza y de la mejor información que pudiera encontrar. Quería saber lo sucedido con el número telefónico del hospital para saber un poco más de lo que me había pasado. No me gustaba saber que un edificio tan misterioso tenía mis datos personales por haber sido una paciente de allí.
Me senté en el mismo lugar que la vez anterior pero no tomé el periódico como entonces, sino que me limité a observar a la gente de alrededor. Miré a todos con disimulo pero con una atención que era casi detectivesca.
Mis ojos fueron a parar a un hombre que estaba comiendo una hamburguesa en la barra y entonces aluciné. Tenía un uniforme típico de hombre de chapuzas, viendo unas enormes manchas de pintura blanca por todo su uniforme.
¿Qué no había pintores disponibles en la zona? ¿Me estaban vacilando?
Me sentía realmente enfadada pero no iba a quedarme de brazos cruzados. Puse la mejor de mis sonrisas y me acerqué lentamente hacia la barra, sentándome a su lado.
Pedí un zumo de naranja para disimular y que no cantase demasiado el motivo por el que me había sentado precisamente allí. Cuando me sirvieron el pedido, me hice la sorprendida y le pregunté a aquel hombre con amabilidad:
—Disculpe señor, ¿Trabaja usted en el sector de la albañilería?
Aquel hombre dejó su hamburguesa en el plato y me sonrió dando una palmada en la barra.
—¡Oh claro que sí señorita y soy el mejor de la ciudad!, hago de todo, desde fontanería, pintura, arreglar antenas... ¡No hay nada que se me resista en ningún hogar!
—¡Oh eso sería estupendo! ¡Necesito un buen manitas que me ayude con unas reformas y pago bien eh!
Aquella frase le puso los dientes largos a aquel hombre, mirándome con mayor atención. Parecía ser que no me reconocía y eso era una excelente señal. Y para reafirmar que era alguien de buena posición económica, le señalé mi coche, a lo que él respondió con un sonoro silbido.
—Oh por supuesto que la ayudaré, ¡Ésa es mi especialidad! Dígame la dirección de su casa e iré esta misma tarde.
—Oh no será necesario, yo misma lo recogeré ya que aprovecho para salir a hacer unas compras, si le parece bien.
Aquel hombre asintió feliz y yo me sentí orgullosa de mi táctica. Iba a ver con mis propios ojos la reacción de aquel hombre para entender las razones por las que nadie ponía un pie en esa casa. Lo sentía mucho por él, pero iba a ser el que me proporcionara todas mis respuestas.
Por el momento, la búsqueda del hospital tenía que esperar.
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