NOCHE 8
Dentro de esa caja metálica, el oxígeno lentamente se me iba acabando. Había dejado de poder contar las horas que llevaba ahí dentro sintiéndome como lentamente me iba rindiendo. Había gritado cuando tuve la oportunidad de hacerlo tras escuchar aquella voz cantando una tétrica canción, pero fue en vano.
Todo el mundo parecía haberse marchado y esa niña que inexplicablemente se encontraba en el depósito de cadáveres, no avisó a nadie de que estaba viva. La maldad de aquel pequeño demonio me hizo sentir una violencia nunca antes sentida.
Me vio entrar en pánico sin importarle, en vez de ayudarme, ¿Cómo era posible que una niña tuviera esas oscuras intenciones? ¿Esa maldad intrínseca? Aunque la realidad era que los niños en su tierna infancia hacen preguntas de lo más tétricas sin importarles el tipo de reacción de los adultos. La ausencia del bien y el mal en sus cerebros les hacen más propensos de cometer hasta crímenes en contra de otros niños aún más pequeños e incluso adultos.
Las edades críticas de esos pequeños psicópatas son entre los 8 y los 14 años, mezclándose ese pensamiento infantil con un poco de la furia hormonal que sufren los adolescentes. Un día dónde han sido criticados por sus compañeros o haber sido abochornados por la chica o el chico que les gusta puede ser el detonante de ese psicopatismo. A veces es una enfermedad mental que es incontrolable para el paciente y no es provocado por elementos exteriores sino porque es un gen dentro de su larga cadena de ADN.
La explicación de que una niña estuviera en el depósito de cadáveres me era demasiado extraño pero lo que más me escamaba era que, en todo el rato que estuve encerrada en ese cajón, no había bajado nadie ni había escuchado ningún ruido. El sentimiento de que pronto se me acabaría el oxígeno y que moriría finalmente en aquella oscuridad por causa del hambre, la sed y la falta de oxígeno se hacía más evidente. Lentamente, me iría marchitando como una rosa ante el sol de agosto sin poder hacer absolutamente nada.
Mi hermana Lisa estaba en mi mente en cada momento, buscando las razones de por qué vino a este pueblo marchándose de casa de aquella forma tan repentina como misteriosa. Ella vivía con mi madre a pesar de contar con 25 años y poder trabajar pero no lo hacía por su ansiedad social. Ella padecía un grave trastorno que le hacía tener unos niveles de ansiedad muy elevados cuando se encontraba con desconocidos, por esa razón el pueblo parecía apenas conocerla. Nunca se había relacionado con nadie a excepción de mi madre y de mí.
Otra de las grandes cuestiones que tenía en la cabeza era cómo mi hermana hacía la compra porque en casa siempre la hacía mi madre o ella misma por internet. Pero en este pueblo, la dirección de la casa de mi bisabuelo parecía no existir aunque en los periódicos hablaban de ella cuando ocurrió el incidente, lo que me hacía pensar que simplemente la borraron de la ruta comercial, ¿pero qué tan malo tenía la casa para que la borraran así del mapa?
Debía de haber algo más profundo en toda esta red de intrigas; algo que de seguro el pueblo escondía con celo. Las miradas que recibí cuando entré a la cafetería delataron un comportamiento demasiado desconfiado hacia mi persona; casi me veían como un elemento indeseado cuya presencia era demasiado molesta.
Pero si no escapaba de aquella caja metálica, mis ansias por saber lo que ocurría verdaderamente en esa casa junto con el pueblo, se desvanecerían por completo. Estaba claro que nadie iba a sacarme de allí, por lo que pensé en la forma de poder abrir dicho cajón balanceándome como podía para ir abriéndolo poco a poco. Mi cuerpo entumecido era el doble de pesado que antes, aunque el efecto de la anestesia se había disipado por completo. El dolor había vuelto a mí, sobretodo en el área de la cabeza que fue donde recibí el impacto, pero también sentía picor en el cuello provocado por la herida que tenía cuando esa aparición extraña intentó asfixiarme. El sudor que caía desde mis sienes, provocaba picores incontrolables en mi piel, convirtiendo ese cajón en un maldito horno que parecía haber sido encendido con el calor que desprendía mi cuerpo.
Pero de la nada, se hizo la luz más luminosa que jamás había presenciado. Sentía que estaba acostada como antes pero no percibía las paredes de aquel cajón metálico a ambos lados de mi cuerpo. Seguía acostada sobre aquella superficie metálica porque sentía el frío en mi espalda, pero la luz confería al espacio un aspecto semejante a un cuarto de un manicomnio. No podía ver nada, era tan solo luz y blancura por todas partes; un blanco que parecía querer engullirme con ansia derritiendo mis ojos lentamente cuando intentaba mantenerlos abiertos.
Una profunda voz masculina comenzó a resonar por alguna parte de aquella sala infinita. El vello comenzó a erizarse tras mis frías orejas y mis palpitaciones se hacían extrañamente irregulares.
—Veo que te encontraste a la niña.
Aquella afirmación me hizo entrar en un pánico aún mayor. Cada vez entendía menos dónde estaba metida y las razones por las que me encontraba en el ojo de mira para alguien que no me tenía en absoluto aprecio, ¿Acaso querían acabar conmigo?
—Si la encontraste, es que es el último aviso.
¿Último aviso? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Era una amenaza?
De nuevo, sentí ese manto frío cubrirme de nuevo a pesar del enorme calor que me estaba derritiendo la piel minutos atrás. El sudor se me congeló en la frente, formando pequeños cristales que contraían mi piel. Mis labios se entumecían lentamente en respuesta a ese cambio tan brusco de temperatura, sintiendo como se arrugaban y agrietaban con el paso de los segundos.
—Los muertos siempre avisan, pero eres tú la que debes tomar la decisión de hacer caso o no.
¿Los muertos? ¿Quería decir que esa niña estaba muerta? ¿Que estaba hablando con un fantasma? ¿Qué clase de broma era esta?
Pero todo parecía tan real que dejé de pensar que era una simple broma. No podía entender cómo era posible hablar con algo tan intangible como un espectro, pero... ¿Qué podía pensar ahora? ¿Que quizás aquello en lo que nunca creí quizás existiera de verdad?
Aún tenía mis reservas, pero ahora podía considerarlo una posibilidad por la falta de coherencia de mi situación. Quizás mi mente se negaba a seguir razonándolo todo por el agotamiento que me atenazaba y mermaba mis fuerzas. Tan solo deseaba poder descansar cómodamente en mi cama.
—Solo tienes unas cuantas noches; si no te marchas acabarás como yo.
Pero cuando iba a contestarle a aquel extraño, mis ojos parecieron cerrarse de pronto al sentir que caía hacia un abismo que me tragaba sin compasión. El vértigo me hizo querer gritar, pero ningún sonido salió de mi garganta.
Cuando volví en sí, vi el techo de mi cuarto que en seguida reconocí por las partes quemadas de aquel papel de pared. Mis sábanas me cubrían con totalidad y el olor de casa antigua volvía a mi nariz como cada mañana al despertar.
Me llevé las manos a la cara, pudiendo comprobar que podía moverme como si nada hubiera pasado y no hubiera sufrido accidente alguno. Cuando ya me cercioré que podía levantarme, lentamente caminé hasta el baño de mi dormitorio para echarme un vistazo.
Llevaba la misma ropa que vestía aquella noche que fui atacada, con algunos trozos rasgados y aparentemente un tanto sucia. Mi rostro no mostraba precisamente una gran frescura; era evidente que el tiempo que había pasado dormida, no fue precisamente un descanso pacífico.
Pero lo que pensé que realmente había sido un sueño, me hizo cambiar de opinión cuando me miré más detenidamente al espejo. Tenía las marcas de las vías de los goteros en mis brazos, además de la venda de la frente y aquella marca en mi cuello.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top