NOCHE 3


Tras la noticia que leí en el periódico me limité a desayunar en silencio. Mientras que comía con aparente tranquilidad, varias miradas curiosas se posaron en mí y comencé a sospechar las razones. Muchos se habían enterado de que yo vivía ahora en la casa donde hubo el incidente del incendio, eso era la gran desventaja de estar en un pueblo tan pequeño donde todo el mundo se conocía.

Tras terminar mi desayuno, fui a pagar a la barra y entonces aproveché para preguntarle a la camarera acerca de algún servicio de pintores que pudiera venir a casa, pero ella dijo que quizás no podían ir de momento porque había muchas viviendas en ruinas y mucho mantenimiento que hacer. Ciertamente su actitud era un tanto extraña porque por su expresión facial con el ceño fruncido y ligeramente separada de mí, me daba la sensación de que ese tema no era muy agradable para ella.

Pero yo no me creía una sola palabra de la que me decían: cada vez veía más claro que la gente temía poner un pie en aquella casa. Se notaba el ambiente cargado tras interrogar a la camarera, sobre todo de aquellos que habían escuchado nuestra conversación.

Decidí marcharme sin comentar o preguntar nada más, aquella gente era gente de pueblo: eran cerrados por naturaleza y no se les sacaría nada que ellos no quisieran. Además, el carácter supersticioso de esa zona jugaba un papel determinante en este caso; quizás temían que el "demonio" de mi casa los poseyera o algo así.

Lo más extraño de todo era que, tras el incidente de la primera noche, el piano no volvió a sonar en los días posteriores, cosa que agradecía profundamente aliviada. Quizás lo soñé o estaba sonámbula, lo que explicaría que por la mañana amaneciera en mi cama y no en cualquier punto de la casa. No le di mayor importancia así que arranqué el coche y eché un último vistazo a los alrededores.

Cuando miré por la ventanilla del coche en dirección a la cafetería, todas las miradas estaban puestas en mí como si se hubieran quedado congelados. Mi piel se erizó completamente y empecé a sentir un miedo irracional. Arranqué el coche y, al mirar por el espejo, vi una gran sombra en el asiento trasero.

Grité con todas mis fuerzas mirando hacia atrás violentamente, dándome cuenta que no había nada. La imaginación comenzaba a jugarme malas pasadas, pero podía jurar que esa sombra era real. Cuando volví a mirar a la cafetería, todos los que estaban dentro actuaban de forma normal tomando café o leyendo el periódico: ninguno me miraba o hacía algo fuera de lo común.

Me sequé el sudor con la palma de mi mano y me marché finalmente de allí. Cada vez más, las ganas de marcharme a mi casa eran mayores, pero debía saber más acerca de mi hermana porque su muerte no estaba totalmente esclarecida. Para mí la palabra accidente era una excusa para no explicar con mayor precisión lo sucedido.

Al entrar en casa miré a mi alrededor y comencé a sopesar el comprar cosas nuevas para hacerla más acogedora. El aspecto tétrico que tenía no me ayudaba en absoluto y alimentaba aún más mi imaginación desbordante. No iba a contarle nada a mi madre de lo que había visto porque en estos temas era como mi hermana y era capaz de presentarse aquí para hacer un exorcismo.

Pero la gran realidad es que debía de relajar la mente y ahuyentar aquello que me causara incomodidad. Tras dejar las llaves sobre la consola, tomé la decisión de darme un baño relajante y apuntar en una libreta mientras tanto los muebles y cosas que compraría. Sabía que, a unas cuantas horas en coche de aquí, había una ciudad un poco más equipada en materia de tiendas donde podría comprar muebles.

Tras llegar al baño de mi dormitorio, abrí el grifo y rebusqué entre mi maleta para tomar la libreta y el bolígrafo que siempre llevaba conmigo, pero no estaba. Yo era realmente maniática con el tema así que me parecía imposible que no estuviera porque desde que llegué no lo usé. Era una costumbre desde que era muy joven el llevar algo con lo que pudiera apuntar en caso de necesidad; no me cuadraba que no se encontrase en su preciso lugar.

Continué rebuscando pero no sirvió de nada en absoluto, por lo que me marché de nuevo al baño para cerrar el grifo.

Me quedé congelada en la puerta al ver mi bloc de notas y mi bolígrafo encima de la repisa contigua a la bañera. Comencé a temblar como si me estuviera dando un ataque, llevándome la mano a la boca para intentar no gritar. Me agarré al marco de la puerta y cerré los ojos con fuerza, sintiendo como el miedo causaba estragos en mí. Cuando los abrí, el bloc seguía ahí por lo que la imaginación no me había jugado malas pasadas sino que era verdad que allí estaba.

Comencé a pensar de nuevo en las razones del suceso; de seguro algo se me escapaba fruto del cansancio y de la poca adaptación que estaba sufriendo a mi alrededor. Seguramente lo saqué de la maleta inconscientemente y no me di cuenta de ello. Era extraño pero era lo único que podía explicarlo.

Aún con el miedo en el cuerpo, me sumergí en la bañera aun temblando. Respiraba a trompicones y por mucho que me esforzara, no mejoraba. Me froté la cara tantas veces que temía levantarme la piel; estaba aterrada.

Sumergí mi cabeza manteniéndola bajo el agua para amortiguar los sonidos débiles de mi alrededor propios de una casa vieja. Mientras permanecía sumergida, la calma parecía inundarme y el miedo a disiparse a pesar del terrible impacto que había sufrido el día de hoy. Pero entonces, esa calma no duró mucho porque, a pesar de lo tenue que sonaba, reconocí el sonido de un piano.

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