NOCHE 14
Estaba prendida en las páginas de ese libro cuyo primer capítulo me había atrapado desde que leí aquella introducción tan enigmática. Conforme el tiempo iba pasando, mis ojos se iban cerrando lentamente por ser muy entrada la madrugada.
Poco a poco, el libro se me fue deslizando entre los dedos hasta quedar sobre el colchón. Mi mente fue viajando al mundo de los sueños sin poder detenerme hasta que, aquella suave burbuja donde parecía viajar mi mente, explotó en miles de trozos al escuchar un tremendo estruendo en el piso inferior de la casa.
Fueron unos instantes, pero, lo que realmente me comenzó a preocupar era el sonido del piano que se escuchaba de nuevo a pesar de que lo había dejado destrozado hacía varias horas. El pecho comenzó a agitarse y de nuevo el nudo provocado por el terror que sentía, se instaló en mi vientre.
No quería alertar al pintor porque debía de sonsacarle más información acerca de esta dichosa ciudad así que era vital detener ese piano costase lo que costase. Me deslicé rápidamente por el pasillo desprovista de zapatos para evitar hacer más ruido con la mano en la boca para ahogar mis quejidos espeluznantes. Cuando me detuve al final de la escalera, me di cuenta que la puerta del salón donde estaba el piano, estaba abierta de par en par, aunque la había cerrado con anterioridad. Cuando me asomé a su interior, encontré a ese hombre mirando el espectáculo con la boca abierta y el cuerpo yerto al comprobar que el piano sonaba sin alguien tras de sus teclas. Al escuchar el sonido de mis pasos, se giró violentamente con las lágrimas saliendo y la boca tan abierta que parecía rajarse de un momento a otro. Tal era el shock que parecía que no podía articular palabra alguna.
Las excusas no valían porque no había nada que pudiera ocultarlo; la verdad absoluta estaba puesta sobre la mesa. Con la voz temblorosa, aquel hombre me preguntó:
—¿Esta...esta es la mansión de la calle...88 keys?
Al escuchar su pregunta, recordé el libro y lo poco que había leído acerca de la casa y el pueblo. Las lenguas acerca de ésta y de su posible piano encantado, era algo que asustaba a los habitantes de aquel pequeño pueblo.
No iba a mentirle porque ya estaba claro que algo extraño pasaba en esta casa. La mirada del hombre era aterradora y sólo pude asentir débilmente mientras que la música de piano sonaba despreocupadamente, la voz de aquel hombre sonó como un trueno:
— ¿¡Tienes idea bajo qué techo estás viviendo!?¿¡Sabías esto y me hiciste venir!?
Cuando él intentó escapar de mí, lo cogí del brazo con la mirada suplicante; probablemente él era el único que podría ayudarme a saber más acerca de todo lo que estaba sucediendo.
—¡Por favor, se lo ruego!¡Mi hermana murió hace algunos meses en esta casa y no sé las razones reales!¡Por mucho que pregunto o que intento saber más, todos me vuelven la espalda!¡Ella lo era todo para mí y necesito saber qué demonios le pasó!
Aquel hombre se paró en seco y me miró con cierta pena; parecía ser que estaba dándome el pésame sin usar las palabras. Tras un silencio extraño, él comenzó a hablar:
—Yo no puedo ayudarte, es completamente imposible para mí. La que más sabía de esto era mi abuela y ella ya no está entre los vivos. Yo me fui para no volver porque este pueblo me estaba asfixiando y, porque desde que tengo uso de razón, recuerdo eventos extraños alrededor de esta maldita casa. Para nosotros, esta casa representa las puertas del infierno y todos los que viven en ella no sobreviven por alguna razón que desconocemos, pero siempre tiene que ver con ese dichoso piano. Desde que se inauguró la calle, todos los que vivieron aquí fueron perdiendo lentamente la cordura, les vino la paranoia pensando que todos estaban en su contra cuando lo único que intentaban era ayudarles a salir de esa casa. Mi abuela trabajó para la anterior familia y tuvo que marcharse aterrada por el comportamiento de sus amos y el maldito piano que sonaba solo en las noches. Dicen que todos los que murieron aquí se aparecen a cualquiera que ose poner un pie en esta casa así que le recomiendo señorita que escape cuanto antes. Ésta casa jugará con usted de la forma más cruel y le hará pensar que todos están en su contra.
-—¡Pero no lo comprendo!¡Ningún repartidor quiere venir a entregarme ningún paquete que pida y ni siquiera me atendieron bien en el maldito hospital en el que estuve!
La cara de aquel hombre se transformó no en un poema sino en un recital truculento. Él me tomó de las manos y me sacó del salón tirando fuertemente de mí hasta llegar al pie de las escaleras.
—Señorita, a pesar de que la casa tiene tal fama, los repartidores pueden llegar a su casa si así los llama porque conozco a varios que trabajan en el servicio de correos. ¿Dónde ha efectuado las llamadas?
—Casi siempre con mi teléfono móvil-Le dije rebuscando en el bolsillo de mi bata. Le tendí el teléfono y aquel hombre lo miró con gravedad.
—Disculpe señorita, pero el teléfono está apagado.
Al echarle un vistazo comprobé que era mentira. Su pantalla estaba iluminada marcando la hora y mi imagen de salvapantallas. Lo miré como si hubiera perdido un tornillo y le dije:
—Eso es imposible, lo estoy viendo encendido como siempre.
Al darle la vuelta, el hombre abrió el teléfono por la parte donde estaba la batería, mostrándome un hueco vacío donde debería estar. Me llevé las manos a la boca, erizándome por completo, no podía ser...
—Señorita, usted nunca llamó a nadie porque su teléfono no tiene batería.
—Entonces... ¿Las llamadas de mi madre? ¿Eran falsas? ¿Eran una ilusión? —Pensé con un enorme nudo en el estómago.
Comencé a sufrir un ataque de pánico y aquel hombre me obligó a sentarme. No podía creer todo lo que había pasado sin darme cuenta. Noté como algo helado se abría paso entre mis manos; un vaso de agua que él me había traído. Con una débil sonrisa, me dijo:
—Creo que debido a las circunstancias debo de decirle mi nombre. Soy Jack, ¿Y usted?
—Rebecca...—Le dije sin apenas aliento. Estaba demasiado impactada por esa oleada de desesperación que sentía. Jack se sentó a mi lado y me preguntó:
—¿A qué hospital fue y cuando ha sido?
—Ha sido hacía unos días por un golpe que me di en la cabeza tras caerme en el jardín y darme con una piedra. Lo extraño era que no había nadie cuando me desperté en la camilla, hasta el reloj se había parado. En algunos momentos, escuchaba a algún médico hablar o escribir en sus anotaciones, pero, lo que más miedo me dio era cuando se pensaron que estaba muerta y me metieron dentro de uno de los archivadores que usan para conservar a los muertos hasta que lleguen los de la morgue.
Jack se rascó la cabeza y pareció que algo se iluminó en su rostro, como una idea que se le cruzó por la mente.
—¿Aún conserva el pijama que se le puso en el hospital o al menos sabe cómo se llama?
Recordé como doblé aquella camisa con el pequeño dibujo bordado en el pecho derecho. Le pedí que me acompañase a mi habitación donde estaba doblada en la butaca de la esquina más alejada de mi dormitorio. Cuando la desplegué, inmediatamente Jack me la quitó de las manos tremendamente asustado:
—¡No puede ser, no es cierto que estuvo ingresada aquí!
Asentí con efusividad, pero Jack no parecía demasiado contento con esa información.
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