Capítulo XIX

Narrador omnisciente:

Ciel: Cuentame algo sobre ti...

Los dos se encontraban acostados en una sábana que se posaba sobre el verde del césped. El día era bastante fresco, pero con unos pocos rayos de sol. El azulino tenía su cabeza reposada en uno de los brazos de su compañero.

Sebastián: No se que decirte...

Ciel: Cualquier cosa, algo que te guste hacer mucho, por ejemplo.

El azabache dio un suspiro, pensado alguna cosa que disfrute hacer.

Sebastián: Bueno, me gusta viajar...

Ciel: ¿Enserio? ¿Donde fuiste?

Así comenzó la charla del día... El hombre le comentó sobre alguno de sus viajes a Francia, Escocia e Italia... Sobre las distintas culturas que había encontrado en una con la otra. El azulino se aferraba al mayor para sentir su calor, además, le resultaba realmente cómodo.

Ciel: ¿Hiciste amigos en el camino?

Sebastián: Son pocas las personas a las que puedo llamar "amigos", pero si... Debería presentarlos, seguro se llevarán bien.

Un viento helado pasó por sus cuerpos, haciando que estos temblarán de forma débil.

Sebastián: Creo que sería mejor que entremos.

Ambos se levantaron, el menor tomó las  sábanas y las dobló para llevarlas adentro.

Sebastián: Permiteme, ya lo llevo yo.

Ciel: Estoy bien, yo me adelanto a la pieza... Tu ve a buscar algo que comer, me dio hambre.

Sebastián: Aún así, creo que tendríamos que poner esto a lavar... Tu ve a tu cuarto, yo llevo esto a alguno de los sirvientes y te subo algo para comer.

El niño no contestó, simplemente le dio las finas telas al hombre, tomó sus zapatos que se encontraban en el suelo y se adelantó rápidamente a la casa.
Mientras Sebastián caminaba por el pasillo, se encontró con el único sirviente al cual no tenia el placer de ver. Mateo miraba de forma seria y amenazante al azabache, quien simplemente extendió las sábanas al contrario.

Sebastián: ¿Podrías llevar estas cosas al lavadero?

El sirviente empujó grotescamente las telas que Sebastián tenia en las manos, haciendo que estas cayeran al suelo, aún así, la mirada carmesí permanecía vacía y fría.

Mateo: Es una vergüenza que sigas aquí después del susto que le causaste a la familia Phantomhive al llevarte a su hijo.

Sebastián: Hable con el señor Phantomhive, y me disculpe profundamente de aquel incidente.

El azabache se agachó para recoger lo que había dejado caer, en ese instante, el hombre de cabellos rubios dio unos pasos hacia él, colocó su pie sobre la mano izquierda del contrario, pisando así sus dedos.

Mateo: No se si estabas enterado, pero una vez que el señor Tanaka se retire de su puesto, yo seré el nuevo mayordomo de la familia Phantomhive... Y el papel que desempeña un mayordomo es muy importante... Ya que este puede decidir si es conveniente despedir a alguien o no. Una vez llegue ese día, no esperes salir tan bien de un error tan estupido como ese.

Libero la mano del cuidador y se fue de la habitación sin decir nada más. Sebastián solo tomo las sábanas y se retiró en dirección a la lavandería. 
Minutos después pudo llegar a la habitación del niño, llevando consigo una copa con una mousse de chocolate. Encontró al menor sentado en la cama, mirando fijamente a la puerta.

Ciel: Quiero algo dulce, dame.

Dijo mientras extendía su brazo al azabache, quien aún tenia el postre del niño. Este se lo alcanzó, junto con una pequeña cuchara. Sebastián se sentó junto al menor, quien no dudó ni un segundo en aferrarse a él para ponerse cómodo... Un movimiento que sorprendió un ciertos aspectos al azabache, ya que cuando se conocieron el menor se limitaba a no tener contacto físico, y casi ni le hablaba... Pero ahora, buscaba su calor y disfrutaba de oírlo.
Ninguno se percató que, en la entrada de la casa, daba a su paso un tornado lleno de moños que corría por los pasillos en dirección a la habitación del menor, y apenas unos segundos antes de entrar, este pronuncio.

Ciel: ¿No sientes como si todo está demasiado tranquilo?

Fue ese momento donde se rompió totalmente la calma. La puerta se abrió de par en par de un solo golpe, aquella niña de rubios cabellos dio un salto en dirección a la cama.

Niña:¡CIEL~!

Cayo sobre el jovencito, lo abrazaba con fuerza si dejar de hablar.

Niña: Cuanto tiempo, te extrañe mucho ¿Ya ni un mensajito para mi? ¿Como has estado?

Ciel: Lizzy, ya suéltame.

Sebastián los observaba sin saber exactamente qué hacer, estaba apunto de separarlos, hasta que una voz imponente se hizo presente.

Mujer: ¡Elizabeth...! No es manera de comportarse.

De un parpadeo, la niña se alejó del azulino, mientras temblaba al ver a la mujer, quien llevó su mirada a el cuidador.

Mujer: Tu debes de ser el cuidador del Ciel.

Sebastián: Correcto.

Mujer: No me sorprende que mi hermano haya traído a alguien tan despeinado con un aspecto vago.

El azabache no supo exactamente qué decir.... ¿"Despeinado"? ¿"Aspecto vago"?.... Esas palabras resonaban en su cabeza.

Mujer: Nos presento... Yo soy la marquesa Francis Midford, hermana del conde Phantomhive... Y esta es mi hija, Elizabeth Midford.

El hombre de ojos rojos miró al niño, quien solo afirmó con su cabeza.

Sebastián: Es un placer... Yo soy Sebastián Michaelis.

Francis: Elizabeth, sabes que no puedes tocar tan libremente a tu primo... Aún no sabes lo que la psoriasis pueda hacerte a ti. Además, no es propio de una señorita llegar a la casa de alguien y no saludar bien al amo, o quien este responsable en ese momento. Ve y saluda de manera apropiada al señor Tanaka.

A el hombre le molesto un poco el comentario que la marquesa había tirado... Ya que sabía que la psoriasis no era contagiosa, aún así, se limitó a sus comentarios.
La niña se bajó de la cama y le entregó a su primo unas rosas blancas.

Lizzy: Para ti... Ahora vuelvo.

La joven se retiró tan rápido como llegó, y el espacio se tornó un poco incómodo para el cuidador.
La mujer de platinados cabellos se acercó a la cama, y acarició el cabello del joven niño.

Francis: Tu padre me dijo que te estabas recuperando... No me gusta venir, ya que Elizabeth hace un escándalo y no es bueno para tu salud, pero tenia que ver si estabas bien.

Ciel: Me hubiera avisado que venía, me hubiera arreglado o algo.

Francis: No digas estupideces... Luces bien.

Se escucharon un ruidos desde el piso de abajo, la mujer dio un suspiro y caminó hasta la puerta.

Francis: Entenderan, tengo que ir a procurar que mi hija no haga un desastre en la casa... Enseguida vuelvo.

Una vez estuvieron ellos solos, el azulino pudo notar que su compañero se veía bastante alterado por algo, pero para el niño no fue difícil deducir que era.

Ciel: Ella sabe que mi enfermedad no es contagiosa, solo dice eso para que Lizzy me de mi espacio, de lo contrario no lo haría.

Sebastián: Entiendo.

El mayor observo como el niño dejaba las flores en la mesa de luz, por lo que llamó un poco su atención.

Sebastián: Puedo preguntar... ¿A qué se debe el presente que le trajo su prima?

Ciel: ¿Uhh? Bueno, la cosa es que las rosas blancas son de mis flores favoritas, así que cada vez que vienen me traen algunas.

Sebastián: Entiendo.

No fue mucho tiempo el que pudieron estar a solas, ya que las damas que estaban de visita volvieron a invadir su cuarto, y pasaron con ellos toda la tarde. Sebastián trataba de socializar un poco más con la familia del señorito, quería conocer al niño cuanto más pudiera.
Ellas se retiraron antes que cayera el sol, casi al mismo tiempo que el cuidador... Solo que este, si volvería el día siguiente.

Narra Ciel:

Durante la noche había tenido problemas de insomnio, por lo que casi ni habia dormido. No pude siquiera almorzar, ya que el sueño me ganaba, recién pude dormir a las una de la tarde. Cuando logre despertarme, ya eran las cuatro, y Sebastián ya debió de haber llegado, pero no lo oí. Me senté en la cama para llamarlo, cuando noté que en mi mesa de luz había algo nuevo... Una maceta con unas cuantas ramas  que traían con estas unas hojas y unas rosas blancas... Este sería una rosa enana, debido al tamaño de la planta. Se me hace un presente un poco inusual, pero me encanto el detalle.

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