Capítulo 4

Le agradecí al chico por lo que me había traído mientras me quitaba su chaqueta y se la extendía.

—Gracias por dejármela —él negó con la cabeza mientras cogía la prenda con cuidado de no mojar demasiado el suelo.

—Vas en pijama, no tuviste tiempo de coger ropa en condiciones. Era lo mínimo que podía hacer —repuso.

La verdad es que tomé consciencia de aquello gracias a que lo mencionó, aunque si teníamos en cuenta todo lo que había sucedido era entendible que mi ropa fuera lo que menos me preocupase en aquel momento.

Después de aquello Riku se retiró de la habitación y yo me adentré en el baño. La habitación era afín al dormitorio, con paredes que emulaban piedra y muebles de madera, aunque el lavamanos y la bañera parecían ser de piedra o mármol. El material me hacía dudar un poco, aunque concluí en que lo más probable era que fuesen de granito.

No me pude resistir y llené la bañera con agua caliente, entrando en ella con un suspiro. Fue en ese momento que el cansancio me arrolló con fuerza. Debido a la adrenalina y todo lo ocurrido a lo largo de la noche mi cuerpo había estado reprimiendo el cansancio y el agotamiento, así como la debilidad causada por la extracción de sangre que Xaldin había llevado a cabo horas antes de marcharse de casa.

Dejé caer la cabeza en el borde de la bañera, suspirando de nuevo y tratando de arreglar el remolino de pensamientos que me atormentaba. Quería relajarme, ponerme nerviosa no me serviría de nada, y había quedado demostrado que estaba en un lugar seguro, ya que Riku me había dejado sola, confiado de que no huiría.

Aún tenía muchas dudas acerca de él, ¿era un vampiro? Sus ojos no eran para nada propios de uno, pero sus colmillos... Sacudí la cabeza, muchas especies del mundo mágico tenían colmillos, no solo los vampiros. Gruñí, pensativa, aquel chico era una incógnita viviente para mí en aquel momento.

Pero ¿qué más daba? Quizá en cosa de una semana ya estaría en las colonias humanas del norte, fuera del territorio de Los Doce, a salvo con los de mi especie, y lo más seguro era que no volviera a ver a Riku en toda mi vida, y simplemente él quedaría como aquel que me salvó y me dio una nueva vida mejor, una que siempre había merecido, pero que por causas del destino jamás tuve.

Salí de la bañera tiempo después, cuando ya el agua se había enfriado. Me envolví en una toalla y me sequé con tranquilidad, mi cuerpo no estaba en condiciones de hacer demasiados esfuerzos. Finalmente, y ya con el pijama puesto, salí del baño y me acosté en la cama.

Estaba en un lugar nuevo y desconocido para mí, pero eso no fue impedimento para poder descansar, acurrucada bajo las sábanas.

La luna llena brillaba en lo alto del oscuro manto que era el cielo en aquel momento, con miles de estrellas brillando a su alrededor, atentas a lo mismo que el gran satélite observaba. Abajo, en la tierra, el festival lunar mensual estaba teniendo lugar: los vampiros reían, disfrutaban de la noche como siempre lo habían hecho, borrachos por culpa del vino de sangre.

Un grito agudo se escuchó salir de la oscura arboleda, donde siempre se celebraba la principal atracción del festival: La Caza. Los vampiros en la plaza chillaron de la emoción, sabedores de que uno de sus congéneres había logrado dar caza a uno de los cuatro sacrificios de la noche.

Desperté sobresaltada, con la respiración agitada y con un sudor frío bajando por mi columna, poniéndome los pelos de punta. La Caza... todo mi cuerpo se estremecía cada vez que pensaba en aquel divertimento vampírico de las noches de luna llena, en el que cuatro humanos eran sacados de La Granja y soltados en la arboleda próxima a la gran plaza central de Bloodheim. Las reglas eran sencillas: si lograbas pasar cierto punto de la arboleda te convertías en empleado doméstico de algún Lord, pero los vampiros se aseguraban de que nadie llegara hasta ese punto.

Y es que los vampiros siempre tenían la ventaja, si no, no sería divertido. No solo sobrepasaban a los humanos en sentidos, rapidez o fuerza, sino que además no eran cuatro cazadores, sino doce, tres por humano.

Se decía que solo un humano consiguió dar esquinazo a los doce cazadores, solo uno en casi los quinientos años que llevaban gobernando los vampiros, y se rumoreaba que no era del todo humano, sino un mestizo con sangre mágica corriendo por sus venas.

Me levanté de la cama y fui hasta la ventana, observando como el sol se alzaba lentamente por el horizonte. Mi mente voló hasta Mary, ¿estaría bien? ¿Lord Xaldin le habría hecho algo? No, imposible, ella no tenía la culpa de que yo hubiera escapado, él no tenía motivos para hacerle nada a la mujer.

La puerta siendo tocada levemente me sacó de mis pensamientos. Me di la vuelta y pude ver a Riku asomándose un poco.

—Pensé que dormías —admitió, yo negué con la cabeza.

—Me acabo de despertar —respondí.

Se le notaba incómodo debido al silencio que se había instaurado entre nosotros.

—El desayuno está listo, ¿tienes hambre? —Mi estómago rugió en respuesta y una media sonrisa se formó en el níveo rostro de él —. Vamos, sígueme.

Y eso hice, Riku me guio de nuevo a través de la casa, hasta que llegamos a la cocina. Al igual que el salón, la cocina era blanca y negra, con una isleta central con taburetes a su alrededor y una barra de mármol negro que separaba la estancia del salón.

Sobre la isleta había todo tipo de alimentos, desde fruta hasta pancakes recién hechos. Me sentí extraña, más que nada porque jamás en mi vida había encontrado el desayuno ya servido, siempre era yo la que lo preparaba y se encargaba de ir en busca de los demás habitantes de la casa para que bajaran y desayunasen.

—Esto es... muy generoso de tu parte —comenté mientras tomaba asiento, Riku me miró por encima del hombro mientras se servía una taza de café y le añadía el contenido de dos viales negros que tenía en uno de los armarios que había sobre la encimera.

—¿Sabes que piensas muy alto? —Abrí los ojos como platos, ¿Riku podía leer mentes?

—¿A qué te refieres? ¿Puedes escuchar lo que piensa la gente? —El chico negó con la cabeza.

—Es más como un zumbido. Cuando una persona tiene la cabeza llena de pensamientos y no deja de darle vueltas su... —se quedó pensando un segundo, como buscando las palabras más adecuadas a la situación. —"Vibración" es más alta. No sé si me explico —comentó mientras tomaba asiento frente a mí.

—Más o menos... supongo que entiendo lo que te pasa —respondí yo.

—Y ahí está otra vez. Puedes preguntarme lo que quieras, Ellia —repuso con voz suave.

—¿Qué eres? Eso es lo que más me ronda por la cabeza —admití por fin, Riku sonrió, como si le divirtiera la situación.

—Soy un vampiro —lo miré incrédula.

—Pero, tus ojos —repliqué.

—Son así porque no tomo nada de origen humano —explicó —. Es como si fuera "vegetariano".

—Eres el segundo vampiro que conozco que no tiene los ojos dorados —comenté al recordar a Xion.

—Déjame adivinar, el primero era una chica de cabello negro y corto —abrí los ojos como platos, dejando caer el tenedor en el plato. La sonrisa de Riku se había ensanchado.

—¿Cómo lo sabes?

—Ella trabaja con nosotros, se encarga de buscar a la gente como tú y de hacer una pequeña exploración del terreno. ¿De verdad creías que me metería a ciegas en la enorme mansión de un miembro de Los Doce? —Tragué saliva, jamás pude imaginar que Xion fuera más que una prostituta.

—Me teníais fichada desde la última luna llena... —susurré.

—Teníamos algunas sospechas, pero Xion nos las confirmó cuando te conoció —admitió.

—¿Por qué yo? Hay miles de esclavas en casas de vampiros. ¿Por qué salvar a una que pertenece a uno de Los Doce?

—Porque Los Doce merecen ser derrocados —y ahí estaba otra vez aquel rencor, el mismo que tiñó sus palabras cuando estaba discutiendo con Mary antes de llevarme con él —. Tú eres la primera esclava de Los Doce que rescatamos, pero no serás la última. Además, hay algo en ti —esas últimas palabras las dijo casi en un susurro, pero sin quitarme los ojos de encima, mirándome con mucha intensidad —. ¿Qué más quieres saber? Tu zumbido no para, cada vez es más alto.

—Quiero que me expliques por qué dices que hay algo en mí —porque Mary también decía que era diferente al resto de los humanos, pero jamás supo —o quizá no quiso —decirme qué era eso tan especial que había en mí.

—Tus ojos, son de color lavanda —dejé la mirada en blanco, resoplando mientras llevaba un trozo de pancake hasta mi boca.

—Dime algo que no sepa —comenté con deje cansado.

—Los humanos suelen tener los ojos verdes, azules, marrones o, en raras ocasiones, negros. Pero jamás de color lavanda —me encogí de hombros.

—La excepción que confirma la regla, supongo —el de cabellos plateados negó.

—Tu olor también destaca —le miré con el ceño fruncido.

—Y según tu olfato superior de vampiro, ¿a qué huelo si no es a humana?

—A magia —sus palabras me cayeron encima como un jarro de agua helada. 

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