Capítulo 38

El vampiro suspiró, mirándome. Acuné su mejilla con mi mano derecha, y él se apretó contra ella.

—No eres un monstruo, Riku —quizá ahora más que nunca, y por culpa del cambio en sus ojos y todo lo que eso conllevaba, Riku se sentía más arrepentido de sus actos del pasado que de costumbre —. Yo elegí darte mi sangre para salvarte. No has hecho daño a nadie.

—Eso no quita el hecho de que era un asesino... —musitó, esquivando mi mirada.

—Eras. Tú mismo lo has dicho —le tranquilicé, sonriéndole amablemente.

El vampiro me estudió por unos instantes, su mirada fija en mí por lo que se sintió como una eternidad, debatiéndose en creer mis palabras o no.

—Te has redimido con todo lo que estás haciendo, Riku —insistí, acercándome un poco a él.

—Si tú lo dices... —susurró, su cálido aliento rozando mis labios, haciendo que un agradable cosquilleo se instalara en ellos al tiempo en que una conocida sensación de anticipo se apoderaba de mí, la tensión manifestándose en el aire.

—Sólo acéptalo de una maldita vez —musité, lanzándome por fin a sus labios.

Me siguió el beso casi en el mismo instante en que nuestros labios se encontraron. Sus brazos rodearon mis hombros y mi cintura, y de alguna manera Riku acabó tumbado en el sofá, conmigo encima, mis piernas a ambos lados de su cuerpo. Su cabeza quedó apoyada en el reposabrazos, mi mano izquierda justo al lado de esta, sosteniendo parte de mi peso mientras que la derecha acariciaba el lateral de su cuello.

Me embriagué con su aroma a pino y mar, cual adicta a su droga predilecta. Creía fuertemente que esta nueva y temporal condición suya causaba que su aroma fuese más fuerte que de costumbre, afectándome a niveles que ni me había imaginado.

Con un gruñido, el vampiro presionó mi cuerpo contra el suyo, nuestras caderas ahora pegadas a las del contrario mientras que nuestras lenguas se encontraban la una con la otra. No supe en qué momento había pasado, pero pronto me di cuenta de que mi cuerpo se había empezado a contonear perezosamente contra el suyo, simulando un obsceno y pecaminoso vaivén que, de vez en cuando, lograba sacarme algún que otro pequeño gemido.

—Joder, Ellia... —gruñó con la voz más grave que de costumbre a causa del deseo y la pasión del momento, sus labios rozándose con los míos, alimentando el calor que se había instalado en mi bajo vientre.

—Riku... —gemí en respuesta, sintiendo cómo sus manos bajaban desde mi cintura hasta mi trasero, apretando mis nalgas suavemente, nublando mi mente al tiempo en que sentía cómo el bulto de sus pantalones presionaba contra mí.

Bajé la mano hasta su pecho, acariciando despacio la zona, desde sus hombros hasta sus pectorales, bajando por su abdomen hasta que mis dedos chocaron con el límite de sus pantalones, quedando mi mano muy apretada entre nuestros cuerpos. Tiré de su camiseta con ansia mientras nuestros labios se encontraban de nuevo, logrando colar la mano dentro de la ajustada tela.

Una deliciosa y excitante corriente eléctrica me recorrió de pies a cabeza tan pronto como la piel de su torso entró en contacto con las yemas de mis dedos. Sentía esa excitante electricidad en cada centímetro de piel que se encontraba, recorriéndome hasta llegar a aquel nudo de calor y deseo que se había formado en mi interior, justo entre mis piernas.

Deseaba a Riku como nunca había deseado a nadie, y el hecho de que él hubiese decidido posicionarme encima me dejaba saber que quería que fuera yo la que tomara el mando de la situación. Más tarde abordaría el tema.

Sentí sus colmillos acariciando la piel de mis labios, mas el vampiro no se alejó de mí, sino que en su lugar sentí sus manos recorriendo mi cuerpo, explorando y colándose incluso por debajo de mi ropa. Sentía sus palmas frías en contraste con mi piel, que ardía como el infierno, pero ese gélido contacto no hacía sino que calentar más mi ser, incendiándome incluso más, si es que eso era posible.

Con un movimiento rápido, Riku se deshizo de mi camiseta y yo hice lo mismo con la suya, tomando algo de distancia para admirar su torso. Me encantaba, me volvía completamente loca aquella imagen.

Gemí una vez más, lanzándome a besar sus labios de vuelta.

—¿Estás segura? —Inquirió el vampiro.

—Sí... quiero hacer esto, Riku —respondí, decidida.

Riku gruñó y, con un fuerte tirón, me despojó de los pantalones cortos que llevaba, replicando la acción poco después con sus propias prendas.

Mi mirada quedó anclada en el enorme bulto de su bóxer, haciendo que un suspiro dejase mis labios a la vez que mis instintos más bajos me empujaban a arrancarle la prenda e introducir su miembro en mí sin mucho preámbulo.

¿En qué momento me había vuelto así? No podía creer en todo lo que estaba pensando en aquel momento, sentía incluso que mi cuerpo no era siquiera el mío propio debido a las reacciones y cambios tan drásticos que estaba experimentando en aquel momento. Si alguien me hubiese dicho que me pondría de esa forma, no le habría creído en absoluto.

Los húmedos besos de Riku sobre mi cuello me sacaron de mis pensamientos, y fue entonces que el deseo por sentir sus colmillos hundidos en mi piel se apoderó de mí. Gemí cuando estos rozaron mi carne, pero algo me decía que, pese al estado en el que se encontraba el vampiro, sería muy improbable que me mordiera.

Riku no quería seguir siendo así, así que yo tampoco le presionaría para que lo hiciera. Aunque debía admitir que me gustaba el cambio, lo notaba más posesivo conmigo, y aunque sabía que eso no era del todo adecuado, no podía evitar que me gustara, era como un placer culposo y prohibido, un amor hacia lo incorrecto que hacía que mi alma se sintiera corrupta e impía.

El vampiro tiró con urgencia de mi ropa interior, deshaciéndose de mi sujetador y mis bragas con movimientos rápidos y precisos. Despegó el rostro de mi cuello, observando mi cuerpo, casi de la misma manera que uno admiraba una bella y hermosa obra de arte.

—Eres perfecta —halagó, embelesado.

Sentía las mejillas ardiendo debido a su comentario, y él obviamente notó mi sonrojo, acunando mis mejillas con sus grandes manos, quitando con su pulgar una pequeña lágrima que no tenía idea de cuándo se había escapado de mi ojo, pero que ahí estaba.

—Lleva las riendas, Ellia. Estoy a tu disposición —me animó, yo asentí con la cabeza, guiando sus manos hasta mis pechos, gimiendo cuando la dura piel de sus manos rozó con la suave y delicada piel de mis senos. —¿Esto quieres? ¿Que te toque así? —Inquirió, alzando una ceja con una media sonrisa en la cara.

Asentí con la cabeza, excitada por sus palabras.

—Por favor —gemí mientras daba suaves pasadas con sus pulgares sobre mis duros pezones.

—No vuelvas a rogarme, Ellia —instó, en tono autoritario —. Jamás. Tú dictas, yo sigo las normas —sentenció, besándome el cuello de nuevo —. Joder, son tan suaves... —halagó, haciéndome gemir.

—Riku... —susurré, su mano derecha desplazándose lentamente hasta mi humedad.

—¿Puedo, Ellia? —Pidió él permiso, su mano quieta bajo mi ombligo.

—Adelante —permití.

Con un gruñido prácticamente animal, Riku bajó la mano hasta el final, sus dedos hundiéndose entre mis pliegues con cariño y delicadeza, tanteando la zona despacio, sacándome leves suspiros y gemidos mientras me sostenía de sus hombros con fuerza.

Trazaba círculos en mi clítoris despacio con su pulgar mientras que con su dedo índice recorría toda mi entrada de arriba hacia abajo. Era tal el placer que mis caderas comenzaron a moverse solas contra su mano, en busca de más y más placer, haciendo que el vampiro riera levemente.

Se mantuvo unos minutos así, acariciándome despacio, sin llegar a penetrarme, llevándome hasta el límite y aumentando lenta y tortuosamente la intensidad y velocidad de sus movimientos. Sus ojos y los míos fijos en los del otro, besándonos de tanto en tanto, muriendo mis gemidos en su boca cuando eso pasaba.

Finalmente, y cuando supo que estaba a punto de llegar al clímax, Riku introdujo dos de sus dedos en mí de golpe, hasta la base, curvándolos para tocar ese dulce punto dentro de mí que me hizo perder la cordura por completo.

Chillé su nombre, dejándome ir sobre su mano, escuchando cómo un húmedo sonido inundaba la estancia mientras que el vampiro continuaba moviendo sus dedos dentro y fuera de mí, alargando el brutal orgasmo.

—Joder, eres de esas, ¿eh? —Sabía a lo que se refería: eyaculación femenina.

—Con la correcta estimulación sí —le dije, jadeante.

—Supongo que estoy aprobado, entonces.

—Con nota —asentí, desplomándome sobre su pecho. 

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