Capítulo 23
Estaba sola en la cama para cuando me desperté a la mañana siguiente. Los rayos de sol entraban por la ventana con total libertad, ya que estaba abierta de par en par. Las cortinas se mecían perezosamente, al compás de la suave y salada brisa que llegaba desde el no tan lejano acantilado.
Sentí un cosquilleo en mis labios al recordar lo ocurrido la noche anterior con Riku, y una sonrisa tonta se formó en mi rostro en consecuencia. Había sido mágico y en el momento había disfrutado mucho de lo que había pasado, pero ahora las preguntas no dejaban de rondar mi mente sin descanso.
Suspiré al apoyarme en la ventana, ¿qué éramos Riku y yo ahora mismo? Volvíamos al tema de que ninguno de los dos había hablado de sentimientos en ningún momento.
No podía posponerlo más, necesitaba respuestas para poder ponerle nombre a lo que fuera que el vampiro y yo tuviésemos.
Una nueva ráfaga de viento entró en la estancia, y aunque no comprendía muy bien por qué había pasado, mis alas se hicieron presentes. Me giré a mirarlas, Riku tenía razón, eran preciosas.
No sabía cómo ponerlas en funcionamiento, las veces que habían salido había sido por pura necesidad de supervivencia, pero ahora la situación era completamente diferente. Respiré profundamente y pensé en ellas moviéndose con la suficiente fuerza como para alzarme en el aire y poder moverme libremente, quizá así conseguiría mi objetivo.
Y funcionó. Sonreí ampliamente, sintiéndome victoriosa. Me senté en el marco de la ventana y me lancé al vacío sin miedo a nada. Me quedé a escasos centímetros de tocar el suelo del jardín trasero, y podía jurar que mi corazón se detuvo cuando eso pasó. Afortunadamente, alcé el vuelo justo a tiempo, logrando acabar con el miedo.
Nunca me había sentido tan libre en toda mi vida. Me alcé en el aire lo suficiente como para ver el acantilado, más arriba de las copas de los pinos del bosque que rodeaba la finca.
Jamás imaginé que el mar fuera tan bello y vasto. Me quedé sin aliento cuando vi las olas rompiendo contra la roca, creando una densa espuma salada.
Mas la felicidad no duró mucho, ya que, al girar en redondo para seguir surcando los cielos, pude ver a dos hombres con túnicas negras cerca del muro de ladrillo de la finca, con las capuchas bien caladas. Me quedé helada ante semejante imagen.
Conocía esas túnicas, y jamás traían nada bueno. Eran esbirros de Los Doce.
Descendí rápidamente hasta el suelo, tenía que encontrar a Riku y contarle lo que acababa de ver. Fue un aterrizaje bastante forzoso, tanto que incluso rodé por el suelo unos pocos metros. Tenía que practicar todo lo que englobaba a mis habilidades de vogel.
Corrí hasta el chalet y entré por la puerta trasera, yendo hasta la cocina una vez que capté el olor del café recién hecho.
—¡Riku! —Exclamé.
El vampiro se giró tan pronto como me escuchó, mirándome confundido y preocupado a partes iguales.
—Ellia, ¿qué te ha pasado?
—No hay tiempo, tienes que venir conmigo —ordené, cogiendo su mano y tirando de él hacia fuera de la casa, rumbo hasta la verja de forja.
—Me estás preocupando, pajarita —comentó a medio camino.
—Una imagen vale más que mil palabras, mira —señalé a través de la verja, pero sin llegar a sacar mi mano del perímetro de la finca. No sabía hasta donde llegaba exactamente la barrera.
—Mierda —gruñó él vampiro al ver a los encapuchados. Ahora estaban un poco más cerca de la verja.
—¿Pueden pasar? —Pregunté en voz baja.
—Sólo por algunas zonas —respondió él, señalando un lado del muro.
—¿Los capturamos? —Riku negó.
—Si desaparecen, Los Doce tendrán aún más motivos para sospechar de este lugar, por lo que enviarán a más como esos. Esperemos un rato, lo más probable es que se marchen —aconsejó.
Tuvimos suerte. Los encapuchados se marcharon al cabo de unos diez minutos más o menos, en los que rondaron sin parar a lo largo del muro de ladrillo. Sentía que el corazón se me saldría por la boca en cualquier momento, así como los nervios comiéndome viva.
Riku era consciente de mi inquietud y nerviosismo, y de cuando en cuando tomaba mi mano y le daba un pequeño apretón.
—Ha estado cerca —comentó mientras volvíamos al chalet.
—Y que lo digas —suspiré.
—¿Cómo los viste?
—Pues... no me vas a creer, pero esta mañana he volado —Riku se quedó quieto en el sitio, observándome fijamente.
—¿De veras? —Asentí con la cabeza.
—El aterrizaje no se me dio muy bien, por eso llegué con ese aspecto a casa —admití.
—Increíble. Cada día me sorprendes más.
—Quiero trabajar en ello, así que lo verás con tus propios ojos en algún momento —le dije mientras entrábamos en la casa.
—Había pensado en iniciarte hoy en el tiro con arco —por muchas ganas que tuviera de pulir mi técnica de vuelo, el poder empezar a usar el arco de Riku me resultaba muy tentador.
—¡¿De verdad?! —Exclamé, el vampiro asintió con la cabeza.
—Desayunaremos y luego iremos al gimnasio, ya tengo preparada la galería de tiro —asentí.
—Riku, ¿puedo preguntarte algo? —Hablé al rato, mientras comíamos.
—Ya lo has hecho, pero sí —rio.
—¿Te quedaste conmigo toda la noche? —Recordaba haberme quedado dormida en su pecho, pero no sabía si el vampiro se había ido después de eso.
—Sí, y ya que lo mencionas, ¿has dormido bien? Te he notado un poco inquieta.
—Pues la verdad sí, he podido dormir del tirón, sin pesadillas —respondí. Una pequeña sonrisa se formó en el rostro de Riku.
—Me alegra mucho escuchar eso —comentó.
No me atreví a hacer más preguntas, y aunque el ambiente no era incómodo o desagradable, sí que había algo extraño en él. Intercambiábamos alguna que otra mirada de complicidad, seguida de alguna que otra sonrisa.
Finalmente terminamos de desayunar y fui al gimnasio una vez que me cambié de ropa a una más deportiva.
Encontré a Riku frente al panel de armas, con la mirada clavada en el arco. Sabía que su mente estaba rememorando todos los acontecimientos del pasado, así que puse una mano en su hombro, buscando consolarle. El vampiro suspiró, deslizó su mirada hasta mí y yo le sonreí.
—Es hora —estaba segura de que esas palabras se las decía a sí mismo, por lo que le permití tener su momento para poder mentalizarse y adaptarse al cambio.
Acto seguido, y con un suspiro, Riku agarró el arco y me lo extendió, ofreciéndome no solo un arma, sino también un pedazo de sí mismo y de su pasado. No sabía por qué, pero sentía que Riku, en cierto modo, también se estaba liberando un poco de sus demonios al hacer todo esto, como una especie de redención y superación personal.
—Manipúlalo un poco, sé consciente de su peso, tacto, textura, de todo. Te ayudará a familiarizarte con él, permitiéndote manejarlo mejor —asentí con la cabeza e hice lo que me dijo, el arma era ligera, aunque su peso no era precisamente el de una pluma.
Era suave, ni una sola impureza o porosidad se encontraba en la superficie de la matificada pintura.
"Al fin juntos". Sentí una energía fluyendo desde el arco hacia mí, el arma me estaba reconociendo como su legítima portadora. "Juntos seremos imparables, Ellia". Me asusté en el mismo instante en que dijo mi nombre y un ojo azul celeste se abrió justo en el centro del arco.
Sin duda alguna, el arma tenía conciencia propia.
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