XLIV: El deber de un omega

Jeon JungKook dormitaba sobre el pecho de su esposo esa mañana. Los rodeaba un precioso prado silvestre ubicado en las cercanías del castillo. Una sombrilla de un delicado tramado de encaje que apenas dejaba pasar extractos luminosos del sol en formas refinadas sobre ambos rostros.

Complementando el paisaje agreste, los pájaros trinaban volando de rama en rama a través de los pinos altos que rodeaban la pradera.

TaeHyung disfrutaba de la lectura cómodamente, acariciando la espalda y delineaba con la yema de sus dedos aquella fina franja de piel expuesta gracias a la camisa subida del omega. Sentía a la perfección la respiración de su omega en su cuello, tan sosegada que era un indicio más de que se encontraba más dormido que despierto.

Un suspiro sacó a TaeHyung de su lectura, ocasionando que sus ojos zarcos viajaran al rostro de JungKook. Sonrió involuntariamente por lo sereno y angelical que lucía de esa manera; sus pestañas naturalmente rizadas bailoteaba producto de esos ojos cansados y entrecerrados que parecían luchar por abrirse, pero fallaban en cada intento; las ondas de su cabello chocolate estaban recogidas por una coleta; su mejilla suave que descansaba en su hombro, con la nariz pegada a su cuello y esas sutiles inhalaciones que dejaban en evidencia que olisqueaba su aroma en cada ocasión; esos fastuosos labios coloreados de un color rosado natural; y ese maravilloso efecto de la sombrilla lo hacía lucir incluso más delicado.

Besó su coronilla, apreciando como JungKook muequeó con somnolencia, pero no fue suficiente para impedir que su viaje al mundo de los sueños continuara.

Volvió a su lectura con una sonrisa imborrable; él también se deleitaba del aroma a albaricoque y hierbabuena.

Junto a ellos, estaba la demostración de su cita: una cesta de comida prácticamente acabada. No habían podido disfrutar de su Luna de Miel como era debido, pues el arduo trabajo de TaeHyung como rey en los asuntos del Castillo del Este lo habían dificultado. Por eso, TaeHyung aprovechaba cada pequeña instancia de tiempo que lograba adquirir para pasarlo con su querido esposo.

Ya todos en el castillo eran conscientes que el rey de Daegu había contraído nupcias ante los ojos de los Dioses. El comportamiento hacia JungKook se había vuelto más exhaustivo desde ese momento.

Esa era la razón del deslumbrante atuendo que cargaba su esposo y que lo había enamorado más de lo que ya estaba, hecho a su medida y digno de ser el omega de un rey; el rey consorte. Una camisa color azul índigo cubría su pecho, complementando el contraste entre el pantalón oscuro y las botas altas. Y por supuesto, no podían faltar sus dos preciados anillos.

Apenas llegaron a la cita, JungKook le había relatado con las orejas enrojecidas como algunos betas —tanto hombres como mujeres— se habían presentado cortésmente en la puerta de sus aposentos para presentarle numerosos atuendos perfectos. Y cuando les contó que tenía una cita con Su Majestad, se entusiasmaron y quisieron probarle mil estilos al ser la primera vez que lo vestían, pero JungKook tuvo que cortarles el rollo con amabilidad porque no deseaba llegar tarde a su encuentro.

TaeHyung solo pudo derretirse después que el omega terminó su relato porque, Dioses, eso era tan JungKook. Quiso comérselo a besos ahí mismo, y no se privó de hacerlo, complementando los mimos con un abrazo fuerte porque estaba muy feliz por tenerlo y de dejarse contagiar con el brillo que desprendía su compañero de vida.

Casualmente, acorde con sus pensamientos alucinantes, leyó algo tan romántico en su libro; se asemejaba tanto a lo que sentía y quiso compartírselo.

—La Luna es hermosa, ¿no es así?

Su voz barítono tuvo reacción en JungKook, pues el omega levantó su cabeza con algo de dificultad para verlo a través de sus pestañas.

—¿Qué? ¿Cuál Luna? —indagó sin enterarse muy bien de nada.

Miró al cielo, esperando encontrarse con la Diosa Luna, pero se le dificultó cuando, a diferencia de oscuridad, encontró el color brillante del día. Parpadeó algunas veces para caer en cuenta que era de mañana y no de noche, desconcertándose durante algunos largos segundos, y tras hacerlo, achicó los ojos y miró su alfa con las cejas fruncidas.

—No hay Luna —expuso, logrando sacarle unas cuantas carcajadas enternecidas a su esposo, que le obsequió un abrazo de oso que lo hizo volver a su pecho.

—Lo acabo de leer —aclaró TaeHyung, cruzando miradas—. Si me amas, debes responderme con un: puedo morir feliz.

JungKook, aun saliendo de su adormecimiento, se acomodó mejor sobre su pecho, apoyándose en sus codos sobre la manta.

—Pero no quiero morir. —Parpadeó.

—Entonces di que ya estás en paz —contrarrestó TaeHyung, con una sonrisa.

La mirada de JungKook brilló y mientras se arreglaba el cabello despeinado por permanecer tanto tiempo en la misma posición, le dijo:

—Vuélvelo a decir —pidió.

TaeHyung esbozó esa característica sonrisa cuadrada.

—La luna es hermosa, ¿no es así?

JungKook se mordió el labio, sonriente y sereno.

—Estoy en paz —respondió finalmente.

Ambos se regalaron sonrisas y miradas cargadas de cariño. JungKook fue el que se impulsó para acabar con la distancia de sus labios y se fusionaron en un beso apasionado que era entrecortado por las pequeñas risas contentas que surgían por sí solas. El beso los llevó a cambiar de posición y ahora la espalda de JungKook reposaba sobre la manta y TaeHyung estaba encima de él sin aplastarlo, sosteniéndolo de la cintura mientras su cuello era enroscado por los brazos ajenos.

—Te amo —susurró JungKook.

—Te amo —correspondió TaeHyung, volviendo a besarlo.

Acarició el costado de la cabeza de JungKook y separó sus labios. Como ninguno de los dos deseaba apartarse del otro, permanecieron así, más que a gusto.

—¿Quieres almorzar conmigo, amor mío? —propuso JungKook.

TaeHyung chasqueó la lengua con ligereza.

—No puedo, tengo que planear nuestro regreso a Daegu... —manifestó a modo de lamento.

JungKook se mostró decepcionado y algo triste, no quería que se fueran de ese prado tan similar a la fantasía de los libros; deseaba disfrutar más de la compañía de su esposo.

—¿Y para la cena sí? —inquirió ésta vez, esperanzado; acarició el pecho de TaeHyung.

—Espero que sí —contestó el alfa, recibiendo a cambio unos cuantos besos dulces de los labios estirados del omega.

Luego de un rato, decidieron sentarse y TaeHyung lo tomó de las mejillas con dulzura.

—Ya quiero que todos sepan que tú eres mi esposo —murmuró, paseando sus dos pulgares por la piel blanquecina.

Las orejas de JungKook mostraron el color rojizo acompañado de una sonrisa algo falsa, porque una parte de él se asustó al imaginar el momento y las consecuencias.

—Que todos los reinos sepan que me he casado con el mejor omega —agregó TaeHyung, apreciándolo.

La sonrisa de JungKook tiritó por un segundo, pero rápidamente se recompuso en una más brillante solo para TaeHyung.

Aunque en sus pensamientos rondara que su tío estaba a poco de saber que ya era un omega casado con un rey, que ahora tenía beneficio y posición, y sobre todo, que ya no le pertenecía.

Pero, ¿a qué costo?

Faltaba tan poco; dentro de nada iba a embarazarse y su futuro se estabilizaría. Era lo único que aseguraría su bienestar: dar a luz a un bebé.

Para un omega, casarse era sinónimo de cambio. Se le definía como la verdadera transición entre la juventud y la adultez donde se instauraba el arquetipo del omega como ángel del hogar. Las cualidades que debían resaltar en ellos eran remarcadas por el comedimiento, la devoción, la caridad y el recato.

O al menos eso era lo que le relataba la ama de llaves mientras paseaban por los lugares del castillo que le faltaban por ver.

MoonJi se tomó su tiempo para explicarle el deber de un omega y lo importante que era ser esposo del rey de una nación. Según la sociedad, sus dos principales compromisos eran dar una buena imagen, siempre cortés y sereno, y dar un heredero; un alfa, destacó ella.

Bajo ninguna circunstancia podía verse con otros alfas que no fueran su esposo; si siendo un omega soltero estaba mal visto, ahora casado lo tenía estrictamente prohibido.

Tenía que estar atento cada vez que su esposo quisiera atención de algún tipo, debía pensar en cosas que podrían alegrarlo para aligerarle el peso del trabajo diario, hacerle compañía; básicamente pensar solamente por y para él.

«Justo como un perro», pensó un indignado JungKook.

Los modales y la educación no solo debían ser hacia las personas externas a su círculo, sino incluso para su propio esposo, del que también debía hablar siempre bien con el resto para construirle una imagen humana y dotada de atributos al alfa. Debía serle fiel a su deífico alfa y jamás podía siquiera pensar en deshonrarlo porque era inconcebible, su reputación quedaría marcada como un mal omega por el resto de su vida.

A ese punto de la tediosa explicación, JungKook ya quería virar los ojos. Él tenía clarísimo que podía hablarle a TaeHyung como se le viniera en gana. Sabía que la mayoría de esas cosas no aplicarían en su matrimonio, pero para no ser grosero ni motivo de escándalo se quedó callado escuchando. De todas formas, la naturaleza extravagante de su matrimonio era una cuestión privada.

MoonJi volvió a mencionar encarecidamente lo primordial que era tener un heredero alfa para el reino, y después de tener los hijos del rey —cabía recalcar que la omega mencionó aquello como si no fueran hijos de él también—, debía dedicarse única y exclusivamente a su correcta crianza.

Por esos y más estándares asfixiantes, la sociedad estaba como estaba.

Podría sonar crudo decirlo, pero eran comunes los omegas que recurrían a la misma salvación que estaba motivando a JungKook para asegurar su futuro, pues en una sociedad donde el omega era denigrado a nada más que dar a luz y criar cachorros, por mucho que lo anhelaran, rara vez lograban valerse por sí mismos porque los esquemas opresores no lo permitían, enardeciendo la supremacía del alfa por encima de todas las otras castas de una manera tan nefasta y desesperanzadora que casi ningún omega se atrevía a intentarlo.

JungKook, con un mal sabor de boca, ya no quería seguir escuchando más sobre el supuesto deber, la interrumpió al detener su andar en medio de un precioso jardín interno rodeado de estatuas sublimes.

—Adoro su manera de instruirme, MoonJi, pero prefiero que mi esposo sea el que me diga cómo debo comportarme —sonrió, aparentando que no estaba siendo irónico, porque era obvio que, si TaeHyung estuviera en ese momento, diría que no le importaba como se comportara a puerta cerrada.

Y de ser diferente el caso, de todas formar JungKook no escucharía, nunca lo había hecho. Al único que había escuchado alguna vez fue a su amado padre.

La omega asintió.

—Perfecto entonces, complacer a los alfas es importante en el matrimonio —afirmó.

JungKook rio falsamente y, con el fin de tener más privacidad, la tomó del brazo. La omega reaccionó algo incómoda al contacto, pero él solo miró a ambos lados para confirmar que no había nadie más con ellos.

—Y como muestra de mi verdadero compromiso por mi matrimonio, quiero que usted me ayude —murmuró, dirigiéndolos a un lugar más oculto y lejos de cualquier guardia.

La omega se mostró interesada cuando se detuvieron y quedaron frente a frente.

—Deseo con todas mis fuerzas tener un heredero; un alfa, lo más pronto posible —continuó JungKook en voz baja—. No me malinterprete, sería muy feliz con hijos omegas, pero por asuntos... —Pensó las palabras correctas para seguir—... políticos y confidenciales, lo mejor sería darle un alfa a mi esposo en el primer intento. —Se acercó al oído de la omega—. Y tengo entendido que ustedes, los amos de llaves, tienen experiencia en ayudar a los reyes consortes con este asunto...

Eran numerosas las veces que había escuchado rumores bastante sólidos sobre que los amos de llaves tenían muchos trucos y que su nombre no solo se debía a la limpieza, iba más allá.

MoonJi alzó una ceja, suspirando antes de sonreír con orgullo al tener una solución.

—Claro que sé cómo ayudarlo. —Lo tomó del brazo—. Conozco de alguien que se especializa en eso...

Así fue como ahora JungKook estaba sentado en la sala de espera de una casa en los suburbios del pueblo más cercano al castillo, con las manos en su regazo y su pie dando movimientos rítmicos contra el suelo debido a su nerviosismo.

Su mirada vagaba por todo a su alrededor, aunque no hubiera nada interesante que ver más que la humildad de la vivienda.

En eso, la puerta que daba a otra ala de la vivienda se abrió.

Influenciado por los modales, JungKook se levantó y sonrió para saludar a la persona que saldría de ahí. Sin embargo, su sonrisa se borró apenas reconoció a la persona en cuestión.

Era la misma anciana beta de hace ya un tiempo, esa vidente que le había compartido una especie de profecía tenebrosa que aún le erizaba los vellos. Sintió ganas de vomitar, esa mujer siempre le dio miedo.

Definitivamente ir no había sido una buena idea; pensó en irse, pero-

Alteza, nos vemos otra vez —escuchó decir a la voz ronca de la anciana.

Quedó hecho piedra al instante. Ella...

—No se preocupe, sé que es un príncipe gracias a mi don, no de fuentes indeseadas por usted.

JungKook la observó con ojos asustadizos, haciendo suspirar a la anciana, que lo observó con un atisbo de lástima. Lo incitó a acercarse, adentrándose a la habitación continua para sentarse en una silla. Luego, lo invitó a sentarse frente a ella señalando la silla con su bastón, pero JungKook siquiera se movió.

—Siéntese, de verdad no tengo malas intenciones.

—No confío en usted, ¿cómo sé que de verdad tiene un don y no es un espía de mi tío? —murmuró, achicando los ojos.

—La paranoia se apodera de usted poco a poco, ¿cierto?...

JungKook arqueó las cejas, sin saber qué contestar.

—Si le sirve como voto de confianza: soy de Busan, mi nieto y yo sobrevivimos escapando cuando el rey ordenó asesinar a todas las brujas del pueblo. Mi hijo está actualmente cautivo por esa razón, pagando una condena que no se merece...

JungKook la miró con ojos brillantes.

—¿Usted es de allá?

La beta asintió.

—Sí —afirmó de nuevo—. También debo confesar que mentí desde un principio, pues conozco su origen desde el primer momento que lo vi, Majestad; las únicas personas en el mundo que poseen esos ojos son los Jeon, todo el pueblo de Busan lo sabe —subrayó ella, suspirando pues JungKook todavía se mostraba reacio—. El rey JungShin era un extraordinario rey, el mejor que he visto, en realidad. Ni siquiera el rey de Daegu podrá llegar a igualar algún día lo que su padre fue.

JungKook bajó las comisuras de sus labios, su expresión entristeciéndose ante la mención de su progenitor.

—Jamás apoyaría la tiranía del rey JungHyuk, es su culpa que se hayan separado familias enteras —añadió, volviendo a señalar la silla—. Puedo ayudarlo, príncipe, siéntese.

El omega Jeon se acercó paso lento y dudoso, sentándose con cautela. Trató de ignorar la inquietud, la desconfianza y el miedo que convivían destructivamente en su pecho, apegando su espalda al espaldar lo máximo que la silla le permitió mientras pasaba por el análisis deductivo de la vidente.

—¿Por qué se casó? —indagó de repente, aturdiéndolo por un momento.

—Porque amo a mi alfa —respondió él, mirándola como si la respuesta fuera obvia.

—¿De verdad? —inquirió ella, echándose hacia atrás con lentitud.

—No vine acá para que cuestione mi matrimonio —sentenció, ofendido.

La anciana hizo silencio, mas luego negó, levantándose con ayuda de su bastón.

—Sé para qué vino, pero ese tipo de ayuda no lo va a sacar de donde está.

—Y dígame usted que más podría hacer para salvar mi vida —actuó él, a la defensiva.

—Confírmeme lo que quiere hacer, entonces —insistió la beta con voz neutra, como siempre.

JungKook mordisqueó su labio inferior, secándose le sudor de sus manos con la tela del pantalón.

—El celo de mi esposo es en unos días y necesito darle un hijo alfa.

—Príncipe, ¿usted está consciente de que un heredero no le asegura que sea impugnado de delitos como los suyos?

JungKook respondió a un paso de entrar en un ataque de nervios, diciendo:

—M-Mi esposo me ama lo suficiente como para marcarme. Luego, no podrá matarte o él también morirá; un hijo me asegura mi posición como rey consorte y mi tío no podrá hacer nada contra eso.

Al callarse, jadeó ahogadamente por lo horribles que se habían escuchado las palabras que salieron de su boca. Mordió su labio con aflicción cuando su barbilla tembló, manifestando las lágrimas saladas que empaparon sus pestañas. Dejó ir un sollozo y tapó su rostro en un intento inútil por que la anciana no lo viera llorar.

Se sentía terrible, tan mala persona; atrapado, desesperado; se sentía como un completo cínico cobarde por no ser capaz de contarle todo a su esposo de una buena vez. Pero lo odiaría, él sabía que lo haría.

Estaba hundiéndose cada vez más rápido en un gran pozo de desdicha que había sido llenado por otros y que él, en un intento por sobrevivir a su pasado, había sellado con mentiras que terminarían fracturándose como la madera mojada y agrietada con el paso del tiempo.

Tembló ante el tacto que depositó la anciana sobre su hombro, viendo de soslayo como le ofrecía un pañuelo para sus lágrimas.

—Él nunca lo odiaría —pronunció ella.

JungKook tomó el paño.

—Sí lo hará, ¿por qué no lo haría? —respondió con voz gangosa, limpiándose el rostro enrojecido.

La mujer permaneció callada, sin poder decirle nada más porque no era correcto alterar el curso de las cosas, aun cuando ella supiera lo que pasaría a futuro. El mismo príncipe transformado en rey consorte tendría que descubrirlo por sí mismo.

—Sígame —enunció ella antes de comenzar a andar.

La vio abrir una puerta al fondo de aquella sala, girando de vuelta hacia él para mirarlo con insistencia pues no se había siquiera puesto de pie. JungKook se levantó, queriendo terminar con todo aquello lo más pronto posible y así poder encerrarse en su habitación las horas que fuera necesario para calmar su corazón asustadizo.

La siguió y al cabo de unos segundos de caminar a través de un pasillo iluminado por antorchas de pared, llegaron a otra habitación carente de ventanas.

Un montón de olores diferentes golpearon sus fosas nasales, siendo tantas especias que para JungKook fue imposible determinar cuáles eran. Todo estaba repleto de estantes y velas por doquier.

La beta sacó un cuenco de madera y lo colocó sobre la mesa frente a ambos. Después, comenzó a buscar cosas que JungKook desconocía.

—No es la primera vez que me mandan consortes de la nobleza —relató ella, depositando algunas ramas de extraña procedencia dentro del cuenco—. En realidad, su caso me es absolutamente familiar; una coincidencia, diría yo.

JungKook parpadeó, desconcertado, viéndola corroborar qué ingredientes le hacían falta para ir a buscarlos.

—Su esposo también nació de esta manera —confesó, ocasionando que las alertas se dispararan en JungKook—. Su madre, la antigua reina, viajó hasta Busan a escondidas de su esposo para verme; quería que la ayudara a concebir un alfa —rememoró—. Una lástima el destino de esa omega; tuvo un hijo alfa, pero no porque quisiera, ella estaba más que satisfecha con su pequeño hijo omega.

Regresó con unos frascos a la mesa.

—Ella tuvo al rey TaeHyung gracias a lo que le preparé, pero ya había perdido tantos hijos que ella tenía muy claro que podía morir, pero aun así continuó por la presión que imponía su marido sobre ella.

JungKook sintió el miedo calar sus huesos, el tono de la anciana se escuchaba más como una reprimenda para él, cosa que le hizo imposible no bajar la cabeza, turbado.

La anciana posó su entera atención en él, recargando sus palmas sobre el mango de su bastón.

—Mi brujería es precisa a lo que se desea, pero no es perfecta, ¿sabe a lo que me refiero, Alteza?

JungKook enmudeció.

—Príncipe, antes de continuar con lo que voy a hacer, necesito su completa autorización y que esté de acuerdo con los riesgos.

El aludido arqueó las cejas, tragando.

—¿A qué se refiere con precisa y no perfecta?

La beta inhaló bastante.

—Esto solo sirve para fecundar un hijo de la más alta de las jerarquías. Tenga seguridad en que será un alfa, pero no asegure que usted sobrevivirá al parto, o que el bebé lo hará. Muchas cosas pueden pasar, tiene que igual riesgo que el resto de los omegas comunes.

JungKook apretó los labios, jugando mucho con los dedos.

—¿Qué más puede pasar?

La mujer formó un silencio enigmático, inexpresiva al decir:

—Los Dioses lo castigarán —afirmó—. Alterar el destino es pecado y usted lo está haciendo.

Lo vio exhalar sustanciosamente, pero no echarse para atrás, así que continuó. Después de todo, era su decisión, aunque ella personalmente no estuviera de acuerdo.

—Puede salir todo bien, sin embargo, existen las mismas probabilidades de que este hijo sea el único alfa que tenga; puede quedar estéril o en el peor de los casos: morir como la madre del rey. Alterar el destino que los Dioses tienen planeado para nosotros no está bien, Majestad.

JungKook se acercó a la mesa, inclinándose con determinación.

—Solo dígame algo, por favor —pidió encarecidamente, esperando alguna reacción de ella que jamás llegó—. ¿Mi hijo será feliz? —insistió, sintiendo como sus ojos volvían a llenarse de lágrimas—. ¡Respóndame! —exclamó, pero se escuchó más como una plegaria ahogada, tocándose el pecho para controlar su respiración agitada—. Mi esposo... ¿Mi esposo será feliz? —Su barbilla tembló, sin obtener ninguna respuesta—. Respóndame, ellos dos serán mi mundo a partir de ahora. Con esta respuesta, encontraré la felicidad en vida o en muerte; respóndame —suplicó en un hilo de voz.

—Su hijo será feliz y el rey encontrará felicidad por él, esto es todo —zanjó, sin dar detalles, viendo a JungKook sucumbir ante la desesperación.

JungKook tomó aire, limpiándose las lágrimas.

—Entonces no tengo nada más que pensar, haga lo que le pido.

Avanzaba rápido por los pasillos del castillo, con la mirada clavada en el suelo. Intentaba usar su mayor autocontrol para mantener su respiración a raya.

Rascaba su palma ahora herida con algo de insistencia para luego cubrirla de nuevo con su manga larga, cuidando que no fuera vista por absolutamente nadie, pues era evidencia de lo que acababa de hacer.

Estaba nervioso, ahogándose en su propio mundo interno.

Tal como antes, quería llegar a su habitación para encerrarse a la fuerza en la soledad a hablar consigo mismo.

Sin embargo, pegó un respingo al espantarse cuando una voz lo llamó. Frenó brusco, topándose al levantar la mirada con un guardia que se acercaba a él y hacía una reverencia cortés.

Algo se removió dentro de él por eso. Hace ya mucho tiempo que no recibía una reverencia, incluso había dejado de recibirlas por órdenes de su tío cuando empezó a prostituirlo.

Pestañeó, regresando al presente, apenas dándose cuenta que el guardia le había hablado.

—No entendí, ¿puede repetirlo? —dijo, también dándose cuenta que el guardia no se había erguido—. Por favor, levántese —pidió con incomodidad.

—Su Majestad el rey lo espera en las tinas de aguas termales —informó, enderezándose.

—¿Qué tinas?

—Puedo guiarlo si gusta, pero el rey ha estado buscándolo por un rato, es mejor no hacerlo esperar más.

JungKook asintió de acuerdo, notando que el guardia que le hablaba era bastante joven; quizás un poco mayor que él, pero no demasiado; tal vez por eso le hablaba con confianza.

—Guíeme, por favor.

Acto seguido, JungKook iba detrás del guardia para ver mejor el camino a recorrer, intentando no sumergirse muy de lleno en sus pensamientos nuevamente. Pero entonces, el guardia se detuvo abruptamente, desconcertándolo.

—Usted debe ir delante de mí, Majestad, recuerde que el único que puede caminar delante de usted es su esposo —indicó amablemente.

El rey consorte pestañeó y su rostro adquirió color enseguida. Avergonzado, caminó rápido hasta adelante, pero no demasiado porque claramente no conocía su rumbo.

Así fue durante algunos minutos hasta que ya finalmente llegaron y el guardia tuvo la cortesía de abrirle la puerta a las tinas.

—Gracias —manifestó el omega, tomando la puerta desde adentro.

Recibió una nueva reverencia amistosa antes de despacharlo con esa misma amabilidad. Cerró despacio, siendo testigo del fausto silencio de ese lugar.

—Amor mío.

Se exaltó un poco al escuchar la voz de su esposo mientras giraba sobre sus pies. Fijó la mirada al frente, donde TaeHyung descansaba sentado en uno de los asientos de piedra bajo el agua de la gran tina interior, con los codos apoyados en el borde seco. Estaba totalmente desnudo, su torso canela iluminado por velas era la prueba.

JungKook dio unos pequeños pasos tímidos al interior de la amplia habitación techada, recibiendo una sonrisa de parte de su alfa, que lo observaba detalladamente desde su lugar.

—Ven a bañarte conmigo.

El omega se quedó en silencio, admirando silenciosamente como su alfa lucía tan deífico al punto de asemejarse al más majestuoso dios griego. Tragó.

—Sí, por supuesto —dijo JungKook, sin embargo, no se movió de su lugar.

TaeHyung ladeó la cabeza, con una sonrisa atractiva surcando su comisura derecha.

—Desvístete.

Un escalofrío golpeo grácilmente la espina dorsal de JungKook, complementando el paso de su respiración atorada en sus pulmones.

Se movió mecánicamente hacia unos estantes donde había visto las prendas de su alfa y, dándole la espalda, comenzó a desvestirse. Lo último que se quitó fue el pantalón, sintiendo la mirada expectante de TaeHyung pegada sin sutilezas a su nuca.

Pero por esa vez, JungKook no estaba interesado ni tenía ganas de lucir coqueto al moverse.

Dando una respiración discreta, se deshizo de su pantalón, quedando totalmente al descubierto. Se giró para acercarse con las mejillas color rojo fuego, pues los ojos zarcos de su esposo vagaban en cada fragmento expuesto de su piel con cada paso que daba. Y sí, era su esposo y ya lo había visto de las maneras más vergonzosas, pero aun así el pudor seguía en JungKook.

Se acarició el brazo con nerviosismo y apretó la palma de su mano herida en un puño, agachándose para ingresar finalmente.

Una vez dentro y sentado, no se movió, con los hombros tensos y privados de agua cálida.

—Ven aquí —pidió TaeHyung.

JungKook acató, caminando a través de la tina hasta detenerse frente a su esposo, que lo miraba intensamente desde abajo.

Pronto, su cadera fue tomada por ambas manos ajenas y vio a su esposo despegar su espalda para inclinarse lo suficiente como para besar su piel a la altura del hueso de su cadera.

El omega entreabrió los labios, percibiendo muy bien el desplazamiento de los labios gruesos hasta el otro lado.

TaeHyung se quedó quieto, mirándolo muy pegado a su vientre. Admiraba todo del omega frente a él, que ya tenía las manos en sus hombros. Entonces, TaeHyung lo impulsó hacia abajo y JungKook cedió, tan ligero como el papel. Sus piernas acabaron a los costados de TaeHyung, sentado sobre su regazo desnudo.

Caricias fueron dejadas en sus mejillas, empapándolas un poco, pero no le importó, disfrutó de ellas cerrando los ojos cuando se transportaron a un costado de su cuello.

—¿Dónde estabas? —preguntó TaeHyung, delineándole la quijada con su dedo pulgar.

—Estaba con la ama de llaves recorriendo todos los jardines... —respondió, nervioso.

TaeHyung transportó el tacto de su pulgar hasta los labios ajenos.

—Sí... Tampoco vi a la ama de llaves para preguntarle. Entonces, ¿fue eso?

JungKook asintió lento.

TaeHyung salió de su embelesamiento con los labios del omega para desatar la cinta de su cabello, liberando esos rulos esponjosos que tan atractivo lo hacían.

—Fue solo eso —agregó JungKook, mientras su cabello volvía a su lugar natural con sutileza.

TaeHyung dejó la cinta a un lado.

—Bien.

Un rato más tarde, estuvo mojando el cuerpo del omega con sus propias manos, acariciando los fragmentos de su piel con suavidad. JungKook se estremecían cada vez, arqueando su espalda y jadeando por la sensación del agua impregnándose a su piel.

TaeHyung se movilizó hasta el pecho de su esposo, subiendo con la palma abierta por su esternón. JungKook se removió.

El alfa ladeó la cabeza con curiosidad cuando su mano tomó aquel colgando de llave que siempre descansaba en el cuello del omega.

—¿Para qué es esta llave? —susurró, a una distancia minúscula del oído ajeno.

—Es un recuerdo que me dejó mi padre —contestó indirectamente, tragando profundo.

TaeHyung emitió un sonido de entendimiento y dejó besos en su hombro que se movían a su cuello con suma lentitud, donde mordisqueaba suavemente la curvatura.

JungKook apretó los hombros del alfa y ladeó la cabeza para darle el acceso que pedía. Percibió después, como la mano que sostenía su cadera cambió de rumbo y descendió hasta sus glúteos con los que el alfa jugueteó con sensualidad.

El omega soltó un suspiro profundo y escondió su rostro en el cuello de TaeHyung, abrazándose a él para luego solo dejarlo que le hiciera lo que sea, sin poner resistencia de ningún tipo.

Sentía las manos de su esposo acariciarlo por todos los lados accesible mientras transformaba cada beso en uno más húmedo y fogoso. JungKook solo se limitó a darle besos muy suaves en el cuello ajeno, esperando con ellos ocultar su falta de ambiente.

Porque aun cuando TaeHyung lo tocaba, JungKook no dejaba de pensar en esa vidente y en sus palabras.

Se aferró a él cuando TaeHyung se aventuró a preparar su zona íntima, pero, Dioses, le ardió tanto. Tuvo que contener la respiración para no delatarse, pues en su terca mente se repetía que no podía dolerle, él debía complacer a su esposo.

Y el dolor solo agravó cuando, después de un pequeño juego previo dirigido por TaeHyung, fue besado con ímpetu y los dedos fueron reemplazados por algo más. JungKook solo correspondió el beso con una mueca de dolor, buscando con desespero algo con lo que distraerse.

Se dejó guiar y poco después tuvo que ocultarse de vuelta en el cuello ajeno.

Dioses, no sabía si era por el agua o porque de verdad su cuerpo y mente no estaban preparados para un encuentro de esa índole. Pero JungKook era terco y testarudo, y aunque estuviera sufriendo de dolor, pensó que debía terminar lo que empezó. Ni él mismo estaba seguro si era acaso una manera de autocastigarse.

Pero solo bastaron unos segundos más para que TaeHyung se percatara de su tembloroso cuerpo y de que los pequeños sonidos que dejaba ir, no eran ni de cerca gemidos.

La confusión lo embargó y frunció las cejas.

—JungKook —llamó entre un jadeo, pero el omega no prestó atención, aferrándose con mucha fuerza a su espalda.

Lo tomó de la cintura para frenar el entrecortado y casi nulo movimiento, y entonces pudo oír esos pequeños jadeos quejumbrosos y notar mejor esos espasmos.

—JungKook —llamó de nuevo, con un poco más de aire en su sistema.

Sostuvo su rostro para sacarlo del cuello y entonces lo vio. Tenía la cara roja, derramando lagrimones pesados por sus mejillas.

TaeHyung le limpió el rostro con preocupación.

—¿Qué pasó, amor mío? ¿Qué tienes?

Lo veía a temblar, incluso sus piernas temblaban.

—No te preocupes, puedo seguir —respondió, gangoso—. Estoy bien.

Con el rostro comprimido, lo observó incrédulo y preocupado. Era claro que no estaba bien, ¿por qué le pedía continuar? Sin embargo, no tardó mucho en enseriarse al dilucidar una vívida sospecha de qué era lo que ocurría.

Usando el sumo cuidado posible, lo hizo salir de él. JungKook cerró los ojos con fuerza y arrugó la expresión en dolor, girando el rostro hacia a un lado en un intento inútil por ocultarlo mientras apretaba los hombros ajenas con mucha fuerza.

Y TaeHyung, al ver eso, solo pudo sentir rabia.

—¿Por qué nunca me dices nada? —regañó, airado.

—No es para tanto... —aseguró JungKook, tomándole el rostro para tranquilizarlo.

—¿No es para tanto? Estás llorando de dolor, mírate y dime que no es para tanto —bramó con tosquedad, tomándole las muñecas para que quitara las manos de su rostro antes de hacerlo salir de su regazo para salir de la tina.

Acongojado y cabizbajo, JungKook se sintió como un verdadero tonto ahí dentro.

—TaeHyung —llamó bajo, levantándose con lentitud porque las piernas le temblaban.

Salió como bien pudo y caminó hacia el alfa, que estaba tomando una bata del estante. JungKook estiró su mano, intentando tocarle la espalda, pero TaeHyung vociferó primero:

—No entiendo tu maldita obsesión por ocultarme todo.

JungKook negó.

—¿De qué hablas? Yo solo quería que te sintieras-

—¿Te tardaste horas viendo un jardín? —interrumpió, girándose mientras se colocaba la bata con brusquedad.

—Yo-

—¡Ni se te ocurra soltarme otra mentira porque te juro que-! —gruñó furioso, apuntándole con un dedo.

JungKook se encogió angustiado, sintiéndose expuesto no solo por su desnudez.

—Es la verdad, yo estaba... estaba- —Intentó excusarse, pero él mismo se trabó.

—¡JUNGKOOK! —rugió TaeHyung, logrando que JungKook pegara un brinco ínfimo y abriera los ojos más de la cuenta.

Con malestar en su cuerpo, JungKook se sintió tan presionado, pues la mirada de su esposo estaba fija en él, se le notaba furioso y amenazante. Más aún cuando apretó la mandíbula.

—¡No me vas a engañar, si me vas a mentir otra vez es mejor que no vuelvas a hablarme!

JungKook se espantó tanto con esas palabras, negando velozmente.

—Fui a un lugar donde podrán ayudarme —soltó de golpe.

TaeHyung se acarició el puente de la nariz, inhalando y exhalando.

—¿Ayudarte en qué? —preguntó con tosquedad, porque parecía que el omega no quisiera continuar a menos que hiciera esa estúpida pregunta.

JungKook caminó nerviosamente para tomar una bata y cubrirse porque ya no soportaba estar así de avergonzado. Se abrazó a sí mismo, dirigiéndose de nuevo al alfa.

—Para tener un alfa.

TaeHyung cerró los ojos.

—¿Qué? —espetó.

JungKook bajó la cabeza.

—El omega de un rey debe dar un alfa, no quería decepcionarte-

—¿Eres idiota?

Los ojos de JungKook se cristalizaron y una opresión dolorosa comenzó a formarse en su pecho.

—Fuiste con una bruja, ¿no? —masculló TaeHyung, pero JungKook no respondió porque ya no le salían las palabras. Solo pudo asentir con un nudo en la garganta y la mirada clavada en sus pies.

No vio cuando TaeHyung llevó las manos a su propia cabeza como si fuera a jalarse el cabello en un intento por aguantar las ganas de explotar, pero en su lugar, convirtió sus manos en puños y exhaló con fuerza, volviendo a bajarlas.

—Dame tu mano —exigió TaeHyung.

Pero JungKook negó, dando un paso hacia atrás y envolviendo la mano herida con la contraria.

—Que me des la mano, JungKook —vociferó, pero no esperó más.

Dio una zancada hacia el omega, espantándolo, y jaló su brazo para tomar su muñeca, haciéndolo trastabillar por la rudeza.

Lo obligó a abrirla; había una clara cortada reciente en su palma.

—Dioses, ¿qué hiciste? —masculló.

JungKook se soltó de golpe.

—No entiendes mi posición, debo asegurarte un alfa antes de morir en un parto —se defendió, mintiendo a medias.

—JungKook, podíamos conversarlo —rebatió—. ¿Crees que prefiero verte muerto en una cama a causa de un parto o que tu vida se vea en riesgo para tener un hijo alfa? ¿Cómo mi madre? ¿Qué es lo que pasa por tu cabeza?

JungKook no respondió, pues no solo era esa su razón; se mordió el labio, con sus ojos húmedos.

—Respóndeme —exigió TaeHyung entre dientes, alargando la palabra.

Sin embargo, la falta de habla de JungKook parecía ser definitiva.

Entonces, sin esperar nada más del otro, TaeHyung soltó un gruñido de exasperación y se fue, tirando la puerta tras de sí.

JungKook se sobresaltó, cerrando los ojos. Una lágrima másresbaló y apretó los labios, formando un puchero involuntario de tristeza.

Comprobaba una vez más que no estaba listo para decirle la verdad. TaeHyung reaccionaría violentamente, lo sabía; lo iba a odiar.

No estaba listo, todavía no. Dioses, solo un poco más, por favor.

Pasó un tiempo después de la discusión, ahora JungKook estaba recargado sobre sus dos manos apoyadas sobre el marco de la puerta que conectaba con ambas habitaciones privadas. Observaba con ojos lastimeros a su esposo, que estaba acostado en la cama dándole la espalda.

JungKook ya se había colocado su camisón y gracias a los Dioses la incomodidad en su cuerpo se había esfumado.

Se reclamaba a sí mismo, nunca parecía recordar que TaeHyung no era un cliente, que sí pararía por él, porque TaeHyung lo amaba. Fueron tantos años de no pensar en la posibilidad, que se le dificultaba y todo en él actuaba en automático.

Con la expresión retraída, se acercó sin hacer mucho ruido, solo el suficiente para hacerse notar. Subió con delicadeza sobre el colchón y gateó hasta acostarse junto a la espalda de su esposo, apoyando su frente para acurrucarse en ella.

Levantó su índice con timidez y lo deslizó en una caricia suave sobre la prenda frente a sus ojos.

—TaeHyung —llamó en un susurro, levantando hacia los cabellos dorados de su nuca.

JungKook se sentó sobre sus tobillos para ver su perfil. TaeHyung tenía los ojos abiertos y observaba la ventana al otro lado de la habitación. Apretó los labios y se inclinó para depositar un beso suave el hombro de su esposo.

—No merezco tu perdón, yo lo sé —murmuró—. Ni siquiera sé como justificarme, solo... —sorbió algunas veces su nariz—. Estoy planeando nuestro futuro, nuestra seguridad es todo lo que me importa... —Volvió a besarle—. Sé que no te iba a gustar, pero solo quería buscar un lugar seguro para ti y para el reino, y para mí, por supuesto, y ese lugar seguro es nuestro hijo...

TaeHyung exhaló, sentándose para quedar frente a frente.

—A mí no me importa que sea alfa, yo solo te quiero aquí conmigo —manifestó él.

JungKook asintió lento y le tomó la mano.

—Tú me tienes, siempre me tendrás contigo, y mi mejor muestra de amor es dándote un heredero —expresó, viendo a su esposo arquear las cejas.

—No lo acepto si eso condena tu vida.

JungKook le sonrió de labios cerrados, esperando darle seguridad.

—Todo saldrá bien, sé que sí. Esto nos ayudará a que engendremos a un alfa primero y luego a once cachorritos más que serán los más afortunados de todos los reinos.

TaeHyung negó.

—No voy a perderte por esta maldición —murmuró, acunándole el rostro.

—Tener hijos es mi sueño, no es una maldición —rio con suavidad.

TaeHyung depositó una caricia lastimera en su mejilla.

—No lo entiendes... —susurró.

—Amemos a nuestra pequeña familia hasta que ya no se pueda —añadió JungKook con una pequeña sonrisa.

TaeHyung asintió y lo abrazó en silencio, arrastrándolo con él. JungKook se apechó a él, sentándose con las piernas cruzadas sobre las del alfa y ocultándose en su cuello otra vez.

Mientras que TaeHyung posó sus ojos aproblemados en un punto fijo de la habitación, apoyando sutilmente su barbilla sobre el hombro de su omega. En su mente rondaba la existencia de esa maldición que lo aquejaba, una diferente.

Se encontró maldiciendo de nuevo a su padre y a su madre al pensar que traerlo al mundo de esa forma era buena idea. Se condenaron a causa de eso, y les contagiaron su destino a él y a su hermano JiMin.

Los Dioses los castigaban por un error de sus padres y JungKook estaba cayendo por el mismo precipicio mortal al querer permanecer a su lado. Pero TaeHyung ya no lo podía soltar.

No iba a soltarlo.





Nota:

CERRAMOS EL 2021 CON EL CAPÍTULO 44 DE THE ROYALS.

El 24 de diciembre fue el primer añito de la historia. En serio, muchas gracias por todo su amor, AAA ESTOY MUY FELIZ, porque por si fuera poco, YA LLEGAMOS A LOS 50K.

Por otro lado, FELIZ CUMPLEAÑOS A NUESTRO REY KIM TAEHYUNG, TE AMO UN MUNDO.

Y volviendo al cap, está bien intensa la cosa, ¿vieron?

Estos capítulos siguientes van a estar candentes, vayan preparándose porque todo está potemmmte. Btw, esperamos que hayan notado la referencia de la luna es hermosa porque no es nuestra, solo la adaptamos. 👀

En otras noticias, HAY GRUPO DE DISCORD. Se pueden unir, está abierto y planeo que sea muy dinámico. El grupo de ws aún seguirá en pie porque estoy evaluando la participación. Si el grupo de Discord triunfa, planeo hacer dinámicas y juegos relacionados con mis historias para que puedan ganarse dedicatorias en los caps venideros.

PUEDEN PEDIRME EL LINK A DISCORD POR AQUÍ.

Ya me quedé sin cositas bonitas que decir, así que de una les deseo un feliz año nuevo y nos leemos el próximo añOOO, BESITOS EN LAS NALGAS. 🥂

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