LXXII: Un sueño lúcido y cruel

Su mente estaba dispersa, su mirada perdida entre las paredes de los tantos pasillos del castillo que le pertenecía a su ahora pequeña familia. JungKook se acababa de liberar de sus obligaciones como el rey consorte del reino e iba de camino a buscar a su hijo a sus aposentos infantiles. Cuando ingresó por la puerta de dicha habitación, HyoIn captó su atención al instante, casi sorprendiéndolo como cada vez que lo veía porque era impactante lo mucho que crecía; esa pequeña criatura que hace unos quince meses era parte de él. El tiempo se pasaba volando.

Por primera vez en días, una sonrisa rebotó en sus labios rosados, cuyo tamaño incrementó cuando su bebé le dirigió los ojos violetas y cerúleos.

—Mi amado príncipe —dijo JungKook con cariño, caminando hacia él.

HyoIn actuó como un imán hacia él y, con un apuro adorable, gateó en dirección a su padre omega. JungKook se agachó con esa misma sonrisa.

—Debes caminar. —Le recordó al infante, pero éste no le prestó ni la más mínima atención y continuó gateando.

JungKook lo cargó en sus brazos y se puso de pie, regalándole un cálido abrazo que HyoIn correspondió de inmediato. Introdujo amorosamente su mano por dentro de la cómoda camisa que vestía su hijo, como era costumbre en sus abrazos ya que era una necesidad sentirlo tan tangible. Pero esta vez, sintió una protuberancia en su piel.

Frunció el ceño y tanteó mejor, comprobando que dicha protuberancia no fue un efecto de su imaginación. Sus ojos pronto estuvieron sobre el rostro de su hijo que estaba en su mundo.

—¿Qué tiene mi hijo en su espalda? —preguntó JungKook, reparando por primera vez en las presencias de los dos sirvientes que cuidaban de su hijo.

Estos no respondieron a su pregunta, pues el omega decidió ir hacia la cama de la habitación y lo colocó boca abajo con cuidado. Por supuesto que HyoIn se dejó, con una pequeña sonrisa imborrable en sus tiernos labios. JungKook le levantó la camisa.

Ahí, en su espalda, se encontraba una línea que, por su enrojecimiento, dictaba ser reciente. Era extensa, con un aspecto idéntico al de un arañazo.

En silencio, levantó a su hijo de nuevo a sus brazos, lo recargó en su cadera y se giró.

—¿Quién fue? —preguntó en tono neutro, pero con mirada severa.

Los sirvientes se encogieron ante la intimidación que les producía el rey consorte.

—Majestad, fue un accidente, el príncipe estaba jugando y-

—¿Quién fue? —interrumpió JungKook, repitiendo lo mismo, pero con más rigidez—. Hablen ya.

La sirvienta omega dio un paso hacia adelante, con los hombros caídos en señal de sumisión ante el real.

—Majestad, no fue mi intención, el pequeño HyoIn no se estaba comportando y fue un acciden-

Su habla se cortó abruptamente cuando su mejilla fue cacheteada por el rey consorte, quien no demoró en espetar:

—¿Cómo te atreves a llamarlo por su nombre? —Exhaló con enfado y la mandíbula tensionada. Vio a través de sus ojos violetas como la omega bajaba la cabeza con una mano en la mejilla golpeada y los ojos azorados—. ¿¡Cuándo te he dado el derecho de tratarlo como un niño común!? —bramó, alzando la voz.

Miró al otro sirviente, quien también se disponía a él con la cabeza baja y los hombros encorvados.

—Tú permitiste que esto pasara —gruñó JungKook—. Sus acciones tendrán consecuencias. ¡Guardias!

—No, Majestad, por favor-

—¡Calla!

Los guardias ingresaron a los pocos segundos, deteniéndose en el umbral con sus manos empuñando el mango de sus espadas enfundadas en sus caderas a la orden de cualquier petición.

—Llévenselos al calabozo. Ya.

Lo obedecieron tan pronto culminó de decir y escuchó los jadeos asustados de los dos sirvientes cuando los guardias los tomaron del brazo y los llevaron hacia afuera.

Escuchó disculpas y peticiones humildes de que no los encerraran, pero JungKook los ignoró por completo. La rabia que sentía era mucha; habían tocado a su bebé. A su único hijo.

Acarició las hebras enruladas color caramelo de HyoIn con amor y le dio un beso en la frente.

—Estarás bien, ¿sí?

Cerró los ojos e inhaló y exhaló para calmarse. Su nariz fue por inercia hacia la sien de su hijo, llenándose los pulmones de ese maravilloso aroma a lavandas que lo distinguía. Luego de unos momentos, salió de la recámara con el objetivo de pasar el rato con su amado hijo.

JungKook no podía concebir que alguien se atreviera a tratar así a su niño; nadie podía ponerle una mano encima. Se había convertido en alguien muy sobreprotector porque su parte más omega se aferraba a su hijo como el único que había podido tener. JungKook moriría si algo le pasara. Entonces, por cada cosa, por más pequeña e insignificante que fuera para el resto, le disparaba todo tipo de emociones negativas y violentas. No era la primera vez que actuaba así con el resto, de hecho, ya se estaba volviendo costumbre.

Al cabo de algunos minutos, se encontraban en el invernadero del castillo. HyoIn estaba sentado en el regazo de su padre, con las manos embarradas de frutas y con un trozo de durazno a medio comer. JungKook tarareaba para entretener a su pequeño mientras hacía coronas de flores. Tres, para ser exactos. Una para su hijo, otra para su esposo y una tercera para él.

Sonrió cuando miró hacia abajo y vio las pestañas enormes y los abultados cachetes en movimiento de su hijo. Su HyoIn ya tenía sus primeros dientes de leche y comía como si no hubiera un mañana, embarrándose por completo con cada alimento que se le ofrecía.

JungKook peinó sus cabellos caramelo, consiguiendo que el infante dirigiera sus ojos inocentes hacia él mientras terminaba de tragar el último pedazo de durazno. JungKook lo levantó por las axilas para pararlo en sus muslos y tenerlo frente a frente.

—¿Quieres más? —le preguntó dulcemente, y su corazón se calentó al ya poder recibir una respuesta verbal.

Fressa —pidió HyoIn con voz infantil, mal pronunciada y arrastrada. La erre en la palabra no era pronunciada siquiera.

JungKook arrugó la nariz con una sonrisa porque le resultaba insólito que la fruta favorita de su hijo resultara siendo la que él más detestaba.

—Te daré una fresa, pero ¿qué te parece si me das un beso? —pidió, exponiendo la mejilla.

HyoIn no se lo pensó dos veces y se inclinó torpemente hacia la mejilla de su padre para dejar un beso de boca abierta sobre la piel ajena. JungKook rio encantado y le acarició la mejilla. Sin duda su hijo era lo que le daba felicidad.

—Gracias —canturreó JungKook con dulzura.

Acomodó a su hijo en su regazo y le extendió una fresa de la cesta de frutas que había traído consigo.

Los minutos transcurrieron amenamente. Después, la puerta del invernadero fue abierta, lo que captó su atención de inmediato. Era su esposo, y, aunque le hubiera gustado, sus ojos no fueron los primeros en iluminarse porque ya los ojos de su pequeño hijo estaban brillando en afecto.

HyoIn tomó aire y prácticamente chilló:

—¡Papá!

La única palabra que pronunciaba a la perfección y solo la dirigía hacia su padre alfa. JungKook suspiró con una sonrisa, ya se había acostumbrado.

TaeHyung sonrió en grande cuando vio a su hijo removerse en el regazo de su esposo. JungKook aguantó una risa y lo bajó, asegurándose de que sus pequeños pies tocasen el suelo correctamente. HyoIn empezó a caminar torpemente como ya habían estado practicando desde hace unos meses, quizá siendo similar a un pingüino bebé, por lo que JungKook mantuvo sus manos cerca del torso de su hijo hasta que este estuvo fuera de su alcance.

HyoIn fue lo más rápido que sus cortas piernas se lo permitieron y fue recibido por TaeHyung, que lo cargó con velocidad y lo llenó de besos en la mejilla para hacerlo carcajearse como tanto adoraban sus padres.

—Muy bien, HyoIn —felicitó por su caminata—. ¿Cómo está mi príncipe?

HyoIn balbuceó feliz y lo abrazó, incrustando su rostro en el cuello de su padre para olerlo. TaeHyung le acarició la espalda y caminó hacia donde estaba su omega, que recién se levantaba de la silla para recibir el beso que su alfa le obsequió como saludo.

—Hay un escándalo en el palacio por lo que pasó con los sirvientes —comentó TaeHyung en forma de reproche, sacando el tema tan pronto volvieron a sus posiciones erguidas.

JungKook no respondió. Tomó un pedazo de durazno que había cortado con anterioridad para HyoIn y lo comió, evadiendo el comentario.

—JungKook...

—¿Qué? —espetó con odiosidad el omega.

TaeHyung lo miró con una línea en los labios, pero JungKook no cedió.

—No me arrepiento —expresó JungKook. Vio a su alfa suspirar—. Lastimaron a nuestro hijo, a nuestro único príncipe.

—No veo a HyoIn con dolor.

JungKook chasqueó la lengua.

—Hirieron al príncipe, a mi hijo. Deben pagar por ello.

TaeHyung lo observó en desacuerdo.

—No siempre debes llegar a esos extremos, mi JungKook.

El omega prácticamente le arrebató al infante y volvió a sentarse sin decir palabra. TaeHyung volvió a suspirar.

—Las personas empezarán a tenerte miedo y no respeto —señaló TaeHyung, viendo como su esposo se limitaba a acariciar a su hijo—. Mi JungKook.

Esos ojos violetas lo miraron.

—Debo ser así —explicó JungKook—. Deben temerme, solo así podré sobrevivir a este lugar.

Si era débil, todos lo juzgarían por lo que era y lo que hizo, JungKook lo tenía muy grabado en la mente. Pero si infundía temor...

—No debes preocuparte por eso, me tienes a mi —manifestó TaeHyung.

—Eso nunca ha sido suficiente.

TaeHyung enmudeció, solo mirándolo.

—Mi tío me enseñó únicamente una cosa —comenzó a decir JungKook, poniéndose de pie con su hijo en la cadera—. Las personas solo te dan un valor cuando demuestras el poder que tienes.

TaeHyung contuvo el ruido interior que le causó que su esposo estuviera citando a ese alfa que tanto daño le hizo, y se acercó para tomarle las manos.

—Créeme cuando te digo que esa no es la manera —dijo TaeHyung, pero JungKook lo miró sin querer ceder a su forma de pensamiento. Le dio un beso en las manos—. Intenta no comportarte de esa manera —complementó, desviando sus ojos celestes hacia el vientre de su omega.

JungKook cubrió la zona tan pronto pudo, expuesto de repente.

Porque esta vez no experimentaba la misma sensación que antes.

Esperaba a otro hijo de su esposo, pero no sentía entusiasmo o alegría. Sentía pura inquietud y miedo.

En realidad, ni siquiera se habían tomado el tiempo de decirles a alguien. Nadie más que ellos estaban al tanto. Porque la fe escaseaba por parte de ambos, siendo JungKook el que se mostraba más afectado con la simple mención de su estado actual. Como si siempre quisiera evadirlo y desviar la atención a otra cosa.

No entendía. Durante todos los meses transcurridos desde su última pérdida, JungKook buscó una razón para su desgracia. Cada día, sin falta, el tema llegaba a su mente como vuelo de pájaros en temporada de primavera. Pero nada fructífero o sano salía de esos pensamientos, solo otros escenarios especulativos. A veces se ponía a pensar, ¿si no era él, entonces qué? Y una de las respuestas que llegó fue que quizás era su esposo. Pero, siendo sincero, JungKook no lo veía factible. No de buenas a primeras. Porque, a pesar de los antecedentes que conocía sobre su madre e incluso sobre el propio JiMin, él confiaba en TaeHyung y en que, si algo estuviera mal con él, ya se lo hubiera dicho. La confianza siempre imperaba sobre sus pensamientos.

Apretó un poco la mano de su esposo que aún sostenía una de las propias.

—Pensemos en otra cosa —pidió, con todo el cuerpo tenso.

TaeHyung lo observó mientras rebuscaba en su mente alguna forma de distraerlo para que se borrara aquella desolación en sus preciosos ojos. Lo notaba tan problematizado esos últimos meses que se le partía el corazón, especialmente cuando apenas sobrellevaban la pérdida y el destino volvió a encararlos dolorosamente con la noticia de que estaban esperando a un nuevo bebé. Un bebé que surgió de un descuido, de un desenfreno de hormonas en un celo donde sus lobos fueron más fuertes que la cordura y no pensaron. No hasta que ya fue demasiado tarde y la angustia e incertidumbre los cubrió durante semanas.

Por eso deseaba que JungKook sonriera y, si tenía que suprimir la tristeza que se empeñaba en manifestarse, lo haría sin titubear. Por eso se encontró haciendo que JungKook se pusiera de pie con HyoIn en brazos y lo abrazó por la cintura, introduciendo sus palmas por debajo del chaleco y la camisa de su esposo para tener un contacto directo con su piel suave.

—HyoIn está aquí —recordó JungKook a modo de advertencia casi escandalizada.

TaeHyung tuvo que morderse los labios para no reír por eso.

—No estoy haciendo nada indecente —aclaró con una sonrisa tenue.

JungKook se dejó hacer al momento que TaeHyung comenzó a mecerlos al son de un compás mudo, rodeados de infinidad de flores y plantas. De alguna manera, les hacía recordar a tiempos pasados y épocas de cortejo.

HyoIn observaba distraídamente las flores mientras sus padres se daban afecto. TaeHyung había apegado su mejilla contra la de su esposo en medio del vaivén, recibiendo una de las manos de JungKook sobre su hombro. El alfa besó detrás de la oreja ajena, haciendo a su omega estremecer, y bajó cada beso dulce hasta la marca que unificaba sus almas y sus corazones en uno solo. JungKook exhaló y cerró los ojos, dejando que el sentimiento de relajación destensara sus hombros y tranquilizara su angustia.

Sus miradas se conectaron una vez más y se limitaron a detallarse como una de tantas veces. Las palabras no hacían falta en ese instante.

Cuando salieron de su burbuja, TaeHyung dirigió sus ojos zarcos hacia su bebé.

—Necesitamos un retrato de nuestro hijo, ¿no crees? —comentó, acariciando la cabeza de HyoIn, quien lo miró al instante.

JungKook rio suavemente, con los ojos en su bebé.

—Dudo que pueda quedarse tranquilo.

TaeHyung suspiró dramáticamente.

—Crece demasiado rápido —se quejó con un tono encantado.

JungKook besó la cabeza de HyoIn.

—Pronto sabrá usar una espada.

Una sonrisa sincera levantó las comisuras de TaeHyung ante el pensamiento y exhaló, sin dejar de lado el dramatismo.

—Nuestro hijo será el mejor en todo lo que se proponga, solo míralo.

Y HyoIn los miró como si no comprendiera bien de que estaban hablando. Pero sonrió, haciéndolos reír.

Agachado entre la diversidad de flores y hierbajos, una sonrisa se extendía en su rostro a la vez que sus falanges acariciaban los pétalos de tulipanes de otoño. Una mariposa monarca revoloteaba por los alrededores y unos ojos lo observaban con adoración. Como si estuviera medido por el destino, se puso de pie y extendió su mano hacia aquel alfa. Sus manos se entrelazaron como amalgamas.

Dicho tacto se transformó en la brisa de las alturas, acompañante del nuevo amanecer que se elevaba en el cielo y marcaba un nuevo significado a los sentimientos. Sus respiraciones y labios eran los protagonistas de una única sintonía lenta y primeriza donde los sentimientos intensos dieron lugar.

El clima cálido pasó al invierno, entre paredes rústicas e iluminación de velas. Sus cuerpos tórridos se movían con cariño y sus aromas, entremezclados con las rosas, llenaba el aire de la noche.

Como un soplido, todo aquello se disolvió y convirtió en murmullos que dictaban secretos, misterios y desdichas. El temor y la adrenalina podían saborearse amargo en el paladar. Pero estaba siendo sostenido por muchas manos cándidas que le servían de soporte en la neblina. Amigos. Familia.

Sin embargo, la luz llegó y los murmullos desaparecieron como sombras asustadas. Sintió la calidez un abrazo anhelado, en una caricia en su espalda y cabello, un beso en la frente y una sonrisa natural. Amor paternal, con la euforia de un lugar extraviado y encontrado. Un lugar seguro.

Pero, detrás de ese amor surgente, la paranoia lo acechaba como cazador a su presa. La tragedia, el dolor y el vacío crecían en su pecho a la vez que una rabia descontrolada. Sed de venganza y muerte. Un sentimiento que lo consumía y moldeaba al rojo vivo, privándolo de toda luz. Luz que, de por sí, estaba casi extinta. El miedo a perder algo importante era tan fuerte como el estruendo que escuchó, seguido de una caída mortal. Ansias por conocer la muerte.

La sensación asfixiante se esfumó de repente, obrado por una voz amada que le susurraba bienestar.

«Prometo amarte con toda mi alma y corazón por toda la eternidad». Una voz que le brindaba paz y curaba todas sus heridas como un brebaje mágico.

El sol sobre su cabeza le obligaba a achicar los ojos y el pasto verde del jardín bajo sus pies le hacía cosquillas en los tobillos. Los pájaros trinaban, siendo emisarios de buenos tiempos. Y la dicha y la plenitud se tomaban las manos con el viento para abrazarlo como un viejo amigo.

Entonces, escuchó un llamado y se giró sobre sus pies.

Lo que se topó frente a sus ojos era lo que siempre se imaginó. Ahí se encontraban las razones de su felicidad. Existiendo. Brillando como las estrellas que alguna vez fueron. Las ganas de llorar lo asfixiaron como un remolino agresivo porque, frente a él, estaban cuatro pequeñas personas tan similares a él, conviviendo y jugando como si la maldad jamás hubiese existido.

No sentía tristeza, sentía felicidad. Mucha felicidad.

Los brazos de un ser amado lo abrazaron desde atrás y recibió un beso en la marca que los unía de por vida. Tenía un rostro que conocía a la perfección, cada facción, cada detalle... con la excepción que este poseía un cabello castaño, ojos color miel y su misma altura.

Se halló correspondiendo sin dudarlo y exhaló una sonrisa. Esta era la paz que siempre había buscado, y esa sensación tan llenadora jamás se desvaneció. La realización ancló una sonrisa en su rostro porque todo lo que alguna vez quedó sin hacerse, estaba hecho.

Hasta el final de los tiempos.

JungKook se despertó de golpe, apretando con su puño la camisa en su pecho. Se sentó rápidamente sobre el colchón, con la respiración agitada y los ojos inquietos en cada rincón. No supo como sentirse cuando reconoció todo lo que lo rodeaba y pudo dilucidar que aquello no fue nada más que un sueño. Un sueño tan esperanzador que era cruel.

Con las orillas de sus ojos húmedas, posó su mirada en el otro lado de la cama donde su esposo dormía sin camisa. Para el aumento de su corazón galopante, el alfa también tenía los ojos abiertos y, cuando sus miradas chocaron, solo pudieron identificar confusión y exaltación.

JungKook tragó grueso.

—Mi esposo, ¿te desperté? —preguntó con voz trémula.

TaeHyung negó.

La negativa dio paso a un silencio de perplejidad, que solo fue roto por la voz vacilante de TaeHyung al inquirir:

—¿Tú...?

Mas la pregunta no fue culminada porque su voz se desvaneció como polvo al viento. JungKook exhaló, casi temblando porque no hizo falta decir más para saber cómo continuaba esa pregunta.

Lo supieron entonces, sin necesidad de nada más que sus miradas y lo que se comunicaba a través de su marca. Supieron que no fue una casualidad o un pensamiento individual de alguna imaginación idealizaba sobre un mejor futuro.

Supieron que soñaron lo mismo. Que eso no era esta vida. No era sus vidas. Pero era tan real como el efecto de la luna en las mareas o el aroma de las flores.

No hallaron una mejor manera de calmar sus corazones conmocionados que con un beso desesperado. Se enredaron en sus bocas y sobaron su piel como sobarían sus corazones. No durmieron, solo se abrazaron hasta que el amanecer atravesó las finas cortinas.

Porque, muy en el fondo, comprendieron que, esa felicidad y plenitud que sintieron, nunca iban a vivirla en carne propia.




Notas:

¡FELIZ VIERNES TAEKOOK!

¿Alguna personita sabe qué fue ese sueño? 👀

Les extrañé mucho, por eso esta vez ofrezco humildemente 4 besitos en las nalgas, muak JJDJAS 💜💜

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top