LXI: Inefable
Sumergido en el estrés y la tristeza de su carpa, el rey Kim se pasó las manos por el rostro por décima vez en lo que iba de hora, tirando su cabello rubio fuera de su frente porque comenzaba a estar molestamente largo. Dejó sus dedos sobre el puente de su nariz porque estaba experimentando una de sus fuertes migrañas que antes su esposo aliviaba con un té y caricias... La cabeza le palpitaba, como si fuera a explotar en cualquier momento por la mezcla destructiva que le causó el luto de su esposo, la adrenalina de la guerra y la devastadora noticia de la muerte de su gran amigo. De hecho, todavía se hallaba en un pequeño trance, queriendo creer que era un sueño más, una pesadilla monstruosa de la que en cualquier momento despertaría porque no terminaba de creerse que lo que estaba viviendo era la realidad, por muy inesperada y dolorosa que fuese.
Cuando le informaron que YoonGi y JiMin defendieron el campamento de esos intrusos que buscaban liberar al derrocado rey de Seúl y Busan, pero a costa de la muerte de YoonGi, TaeHyung quiso maldecir a cada uno de los soldados que descansaban en sus carpas, quiso maldecirse a sí mismo por no haber estado presente y haberlo evitado. Pero sobre todas las cosas, maldecía infinitamente a JungHyuk, que incluso capturado causaba tanto mal.
Tenía un dolor indescriptible muy dentro de su pecho y sus hombros estaban caídos, como si de verdad hubiese un peso gigante sobre ellos, sometiéndolo, agotándolo y haciéndolo sufrir. Su amigo de la infancia, su mayor consejero, había muerto tan joven; se había ido de este mundo dejando atrás tantas cosas, en el peor momento, donde TaeHyung atravesaba un gran conflicto que salió de su control al punto de llegar a perder a su gran y único amor. Dos de las personas más cercanas a él ya no vivían, y le dolía horrores.
Sin duda, era una victoria amarga por todas las muertes que tomó.
Antes de aislarse en la soledad de su carpa, TaeHyung quiso ver a su hermano, quiso acercar a él y hablarle, pero JiMin estaba tan fuera de sí que lloraba y gritaba sin cesar. Ni HoSeok, siendo su esposo, podía consolarlo. TaeHyung ya no sabía qué hacer, porque creía que, lo poco que habían reconstruido de su relación fraternal, se había desintegrado ahí mismo.
En medio de su ensimismamiento, TaeHyung escuchó la entrada de su carpa abrirse y, al girarse, reconoció a Cha EunWoo. La rabia rebasó hasta su bilis por haber sido incordiado cuando claramente ordenó que nadie lo molestara hasta que él mismo saliera de la carpa, pero ahí estaba ese alfa, saltándose sus órdenes. Estuvo a nada de gritarle que se fuera porque, Dioses, no quería tratar con nadie, mucho menos con ese alfa.
Pero, cuando estuvo a punto de hacerlo, EunWoo se le adelantó, diciendo:
—Es información urgente —casi vociferó, percibiendo muy bien el aura del alfa contrario, que buscaba intimidarlo de alguna forma.
—He sido sumamente agradecido con la ayuda, pero estoy atravesando un momento crítico en mi reinado, así que le pido que se retiren de mi territorio, porque, de lo contrario, tendré presente que su reino es el causante de mi desgracia —masculló TaeHyung, conteniendo el enfado.
EunWoo se mostró indeleble, erguido y con las manos detrás de la espalda para igualar la postura de poder que el otro alfa exhibía.
—Me iría con mucho gusto a lucir mi nuevo título de regente, Majestad, y debo decir que lamento su pérdida —habló EunWoo, irritando a TaeHyung por lo impecable que actuaba—. No obstante, es mi deber proteger lo poco que queda de la dinastía Jeon.
TaeHyung exhaló una risa sin gracia porque le parecía increíble que aún le hablase de ese tema.
—No me interesa su antiguo rey —espetó él—. Haga lo que quiera.
—No me refiero a él.
El rey Kim, fastidiado, se pasó una mano por la cabeza con frustración, a punto de comportarse mucho más rígido de lo que estaba siendo porque no tenía nada de paciencia en esos momentos.
—¿Y a qué se refiere? —moduló con irritación, queriendo apresurar la charla para que EunWoo se callara y saliera de ahí de una buena vez.
Sin embargo, cuando el alfa pelinegro abrió los labios, jamás se imaginó lo que iba a pronunciarle. Tampoco pudo prevenir que su corazón destruido se desbordara y su pecho afligido se destensara con una respiración al momento que a sus oídos llegó la verdad.
TaeHyung respiraba con agitación, con el pecho apretujado en un túmulo de latidos desbocados que iban tan rápido como el caballo que montaba, al que no le había dado tregua para detenerse a descansar en todas esas horas que llevaba en movimiento. Estaba indiscutiblemente acelerado desde el momento uno, cuando salió de la carpa y, sin buscar guardias que lo acompañasen, sin perder tiempo, sin responder preguntas o dar explicaciones, se fue del campamento como alma que llevaban los propios Dioses.
El verano se despedía poco a poco, dándole paso a una brisa algo helada que golpeaba su rostro sin descanso, al punto de hacer que, por una mala respiración, un costillar se le entumeciese y tuviese que encorvarse para continuar. Las hojas de los árboles caían discretamente sobre el follaje que poco a poco iba dibujándose en el suelo de los bosques, de colores cálidos que dejaban atrás la vivacidad que la caótica primavera había traído. Se le daba la bienvenida al otoño, pero TaeHyung siquiera traía abrigo y estaba concentrado en luchar contra el embotamiento de su sentir.
Sus ojos zarcos divisaron el castillo de campo en el ducado de los Kim a lo lejos. Los guardias no se atrevieron a detenerlo cuando cruzó por la entrada con su caballo a toda velocidad. Siquiera hizo frenar del todo al animal cuando ya estuvo saltando de él para dar zancadas directo a la puerta principal de la construcción. Tocó la puerta con fuerza y sin detenerse en dos o tres golpes, alterado. Los sirvientes fueron los que abrieron, pero TaeHyung no les dio tiempo a reaccionar cuando ya estuvo exclamando:
—¡Muévanse! —Colocó su palma sobre la puerta y empujó, abriéndose paso dentro de la vivienda.
Los sirvientes, asustados por la brusquedad y desesperación de sus movimientos, reverenciaron hacia él, pero TaeHyung ya estaba dándoles la espalda y caminando hacia el salón principal. Miró a todos lados, buscando con la mirada.
—¿SeokJin? —preguntó en voz bastante alta, comenzando a recorrer el lugar para buscar por sí mismo—. ¡SeokJin!
Ingresó a la siguiente sala, donde identificó a su primo y a Jackson sentados en el sofá más cercano, el alfa siendo el único que se levantó cuando su presencia fue reconocida. Reparó en ojos llorosos y nariz roja de SeokJin, dedujo que era por la fatídica noticia del deceso de YoonGi. Después le dio una mirada de soslayo a Jackson, que lo observaba con una expresión apacible que no supo reconocer, mas TaeHyung lo ignoró y volvió a SeokJin.
—¿Es cierto? —preguntó rápidamente, procurando no ahogarse con el repentino nudo estorboso en su garganta—. ¡Respóndeme! —exclamó cuando no se le dio respuesta, mas no fue imponente o agresivo, fue más bien desesperado—. ¿Dónde está? —insistió, con los puños apretados a los lados de su cuerpo y la espalda tensa.
—Última habitación —moduló finalmente SeokJin.
—No seas brusco con él —se atrevió a decir Jackson, con los músculos de su cuerpo igual de tensos.
TaeHyung le dio una mala mirada, pero no hizo nada más. Se fue después, subió las escaleras a trote veloz, con el corazón latiendo con fuerza y el sudor bajando por su sien. Su respiración podía ser escuchada en el corto silencio que se producía antes de pisar el siguiente escalón.
Estuvo de pie frente a esa precisa puerta, en el último piso de aquel castillo que conocía muy bien de su niñez. Contuvo la respiración, casi paralizado en su lugar y con los ojos perdidos en las brechas poco hondas de la madera. Cerró los ojos, inhalando y exhalando, pidiéndole a los Dioses que fuera cierto, que no lo estuvieran engañando. Por favor, por favor, por favor.
Y abrió.
Lo primero que vio fue que las cortinas estaban cerradas y ninguna vela estaba encendida, solo ingresaba muy poca luz, apenas podía ver.
Con el nerviosismo presente, cerró la puerta detrás de sí sin hacer ni un atisbo de ruido, como si todo fuera a derrumbarse sino. Se detuvo apenas dados los primeros pasos porque vio un bulto sobre la cama, cubierto de mantas, y se quedó sin aire; así era como su esposo dormía todas las veces que lo observó descansar; tan parsimonioso, tan suave y relajado, en paz. Pero no podía sentir su aroma.
Sus manos casi temblaban del miedo y la incertidumbre del momento. Tuvo que exhalar profundo antes de dar un paso más y avanzar hasta estar más cerca de la cama y rodearla, con el corazón en un puño.
Entonces, su respiración trastabilló abruptamente.
Porque, frente a él, pudo observar el rostro de su amado esposo.
Era él, estaba vivo, era el amor de su vida. Dioses, Dioses, gracias, gracias.
Caminó hasta encararlo, quizás siendo un poco torpe al caer de rodillas al suelo porque sus piernas flaquearon y sus ojos se aguaron en conmoción. A esa distancia tan ínfima, pudo ver a su esposo respirar con los ojos cerrados y soltó un suspiro de alivio porque Dioses, estaba ahí, era real. Alzó la mirada para no dejar que las lágrimas se derramaran de sus ojos y agradeció a los Dioses porque era un milagro.
Sorbió su nariz en silencio y volvió a observarlo, esta vez con detenimiento. Vio sus manos lastimadas con cortadas, una amoratada y un vendaje en la muñeca; vio su ojo lastimado, oscuro e hinchado; vio su pómulo herido y sus labios resecos y partidos; vio su cabello largo; vio su nariz lastimada y la ausencia tan notoria de sus mejillas rellenas y rozagantes, casi tan pálido como la nieve.
Estiró su mano para tomar la sana del omega, arqueando las cejas cuando volvió a tocar con sus falanges la piel de JungKook que luego acarició como si se tratase de la más delicada de las porcelanas. Esas manos que tanto amaba por su preciosa contextura y suavidad, y aunque ahora estuviesen rasposas, eran perfectas y más pequeñas que las suyas, incitándolo a jamás dejar de envolverlas.
Apretó los labios y cerró los ojos en medio de un suspiro y, al abrirlos, ese maravilloso iris violeta, como la más pura de las lavandas, lo estaba mirando a través de esas largas pestañas húmedas.
—¿TaeHyung? —susurró JungKook, con voz ronca.
Y, Dioses, TaeHyung casi se largó a llorar con fuerza ahí mismo porque era su voz, la voz tan dulce de su esposo, nombrándolo. Sollozó por lo bajo, con una sonrisa tiritando en sus labios.
—¿Eres tú? —volvió a susurrar JungKook, esta vez con voz temblorosa.
TaeHyung asintió fervientemente y se limpió las lágrimas, levantándose para sentarse en la cama.
—Amor mío...
JungKook lo reconoció en ese momento, cuando la poca luz que ingresaba por las cortinas se lo permitió y pudo confirmar que era su esposo el que estaba frente a él. Sus ojos se llenaron de lágrimas bruscamente y su rostro se contrajo, pero fue cuando TaeHyung le acarició el cabello, que soltó el primer sollozo lastimero.
—Mi tesoro —sonrió TaeHyung y JungKook lloró con ganas, negándose a parpadear porque creía que el alfa podía desaparecer si lo hacía. TaeHyung le limpió las lágrimas con suavidad—. Luz de mi vida. —Le acunó el rostro y se lo acarició con amor, inclinándose después para darle un beso en la frente. Luego, lo miró a los ojos—. Mi única y perfecta estrella amatista...
Le besó la mejilla repetidas veces, siendo delicado. Besó su párpado bueno, su nariz y volvió a su mejilla, escuchándolo sollozar.
—Los Dioses me han regalado una nueva oportunidad. —Exhaló TaeHyung, con una sonrisa incrédula y los ojos brillantes.
El alfa se percató que, al intentar enderezarse un poco más, JungKook le estaba sosteniendo la camisa con su mano buena para que no se alejara ni un centímetro, anhelando el contacto.
—Te esperé cada día —susurró JungKook, roto.
TaeHyung arqueó las cejas y comprimió su rostro.
—Pensé que habías muerto —murmuró, dándole otro beso en su pómulo sano—. Yo... Yo vi tu sangre, era tuya... Dioses, perdóname, amor mío, perdóname por todo el mal que te he causado.
La barbilla de JungKook tembló y TaeHyung continuó.
—Me enviaron una carta, decía que te habían asesinado, que tú- —Dejó de decir cuando se le cerró la garganta, con los ojos fijos en el ojo violeta de su esposo y viceversa—. ¿Es verdad, mi JungKook?... ¿Es verdad?
No hubo necesidad de ser explícito porque JungKook entendió su pregunta al ver la angustia, el dolor y la pena en los ojos zarcos de su esposo. Cerró los ojos, derramando más lágrimas porque no parecían querer detener su recorrido por sus mejillas.
—Fue mi culpa, lo siento tanto, no pude hacer nada para protegerlo —dijo con voz fluctuante y sollozó porque su corazón dolía horrores—. Todo fue mi culpa, debí tener más cuidado. He perdido a tu heredero y entendería si me rechazaras.
Dioses, ahora JungKook no se atrevía a abrir los ojos por miedo a que TaeHyung lo estuviera observando con odio y culpándolo de todo. TaeHyung notó eso y negó aunque no fuese visto, acariciándole la mejilla con los ojos llorosos pero mirada cariñosa.
—JungKook, mírame. —Lo vio hacerlo—. Todo fue mi culpa, yo debí protegerte. Nunca debí hacer todo lo que te hice, fallé como tu esposo y te he hecho sufrir demasiado.
JungKook lloró en silencio.
—Ha sido mi prima, ella- ella puso algo en mi té y no pude hacer nada, n-no sabía, yo- —Inhaló, porque estaba ahogándose en la desgastante sensación de haber fallado, de haber fracasado y de haber experimentado la peor de las pérdidas. Se sentía terrible y no conseguía escapatoria de su dolor.
TaeHyung besó sus nudillos.
—Mi amor por ti se agranda cada día, no importa qué pase, nunca dejaré de amarte —le dijo y JungKook lo observó atento y con sus conmovidos ojos grandes—. Yo soy el que no es merecedor de tu amor, yo soy el que debe sufrir, no tú.
—¿No me odias? —preguntó JungKook en un susurro asustado.
—¿Recuerdas cuando te dije que el día que ya no te amara es porque ya no existo? —recalcó con tono suave, escuchándole suspirar en un intento por calmar sus lágrimas—. Esas fueron las palabras de mi corazón y él jamás miente porque te pertenece —murmuró, colocando la palma abierta del omega sobre su pecho—. Solo late por ti; yo soy para ti.
JungKook quiso sentarse y TaeHyung notó su esfuerzo, así que lo ayudó de inmediato, sujetándolo por la espalda con cuidado hasta que, después de unos cuantos quejidos, tuvo estabilidad, quedando a una corta distancia de él. El omega, ahogado en todos los sentidos, dejó descansar su cabeza sobre el hombro del alfa para ser abrazado porque no tenía fuerzas para hacerlo por su cuenta.
Alzó la mirada hasta que su ojo sano chocó con los zarcos de su esposo.
—¿Me perdonas? —preguntó con cautela—. Nunca quise mentirte, solo quise ser libre; te juro que jamás quise hacer algo para traicionarte, yo... me dejé llevar por el sueño que estaba viviendo y fui egoísta y-
Su habla trastabilló cuando TaeHyung le colocó el pulgar sobre su labio herido, acariciándose para imperceptiblemente.
—Tarde te entendí —le dijo, colocándole el cabello enrulado detrás de la oreja y ladeando la cabeza—. Yo tuve culpa, mi JungKook... Jamás debí tratarte de ese modo; si no te hubiera encerrado, no tendrías este dolor. Yo debería ser el que suplica por tu perdón.
JungKook mordió su labio temblante, con el rostro hecho un desastre por el llanto. TaeHyung se lo limpió una vez más, deteniéndole en una de sus mejillas donde acarició con sus nudillos; luego, suspiró profundo.
—Fue un error casarnos, ¿no crees?
Y JungKook asintió lento, remojándose los labios.
—Fuimos unos tontos...
TaeHyung sonrió flojo, casi exhalando una pequeña risa apagada.
—No podemos devolver el tiempo, pero, ¿quieres seguir aun así?
JungKook ladeó la cabeza, sin comprender a ciencia cierta sus palabras.
—¿A qué te refieres?
—Divorcio, JungKook.
JungKook abrió de más su mirada, alzando las cejas con ligereza, porque su rostro seguía doliendo si gesticulaba demasiado.
—Eso está mal... —murmuró él, mas TaeHyung negó lento.
—No está mal si no serás feliz —acotó y se sumieron en su pequeño silencio, en el que JungKook pensó y pensó—. No tienes que decidir ahora.
—¿Tú quieres que nos separemos?
TaeHyung hizo silencio, apartándole el cabello del rostro.
—Lo que quiero es que seas libre —aclaró—. No quiero que te sientas atado, mucho menos a mí. Jamás dejaría que vivieras sometido de nuevo.
JungKook sorbió su nariz y acunó el rostro del alfa, su mejilla era cálida y suave, justo como la recordaba.
—Es tu decisión —añadió TaeHyung.
JungKook exhaló, bajando la mirada.
—Cuando estaba en Seúl, encerrado, juré tantas veces que me habías abandonado... —murmuró y alzó la mirada—. Pero, incluso así, no hubo ni un solo segundo en el que no quisiese volver a verte para decirte que me regalaste los mejores momentos de mi vida y que no importaba que te olvidases de mí, porque siempre tendrías una gran parte de mi corazón. —Inhaló y exhaló—. No esperes una decisión pronto, pero te he extrañado como la luna extraña al sol. —Le acarició la mejilla—. Así que, mientras...
—¿Mientras...? —susurró TaeHyung, muy cerca de su rostro.
Mas JungKook no respondió porque su mirada estaba fija en los labios entreabiertos de su esposo y no pudo aguantarse mucho más porque era como si lo estuvieran llamando a gritos. Fue entonces que se inclinó sobre ellos hasta impactar sus labios juntos en un beso estático que evolucionó a uno suave, con poco movimiento, pero JungKook suspiró extasiado con solo envolver el labio de su esposo, casi gimoteando cuando olió el aroma de su esposo, vino y pistacho, rodearlo y cobijarlo.
TaeHyung lo abrazó por la cintura con una mano y con la otra sostuvo la parte posterior de la cabeza del omega, teniendo el tacto caliente de JungKook sobre su mejilla y la mano amoratada descansando en su hombro. Frunció el ceño mientras lo besaba porque eran sus labios, Dioses, sus labios. Un placebo tan necesario y adictivo, a pesar de lo resecos que estaban. Era un beso tan especial como el resto porque sabía a amor, a algo magnífico e inefable.
Sus vidas parecían volver a tomar color, lo malo parecía un poco menor.
Es por el amor que sentía que TaeHyung aceptaría cualquier decisión que el omega tomase, porque el tiempo que lo pensó muerto le abrió los ojos en tantos aspectos, se arrepintió de tantas cosas y vio cada uno de sus errores. Y, en ese momento, teniéndolo en sus brazos de nuevo, estaba dispuesto a hacer lo que sea para que JungKook fuese feliz.
De la manera que sea, pero que fuese feliz.
Kim JiMin estaba ido en sus pensamientos. Sus ojos estaban completamente hinchados y su garganta raspaba por tanto que lloró y gritó. No sabía cómo milagrosamente no estaba haciendo un escándalo con su llanto en ese momento; se le acabaron las lágrimas para derramar, quizás, pero no estaba seguro porque la sensación de explotar estaba muy arraigada a su pecho.
Se hallaba de pie solo porque su esposo HoSeok se aseguraba de ello, sosteniéndole de la cintura. Estaba asfixiándose y su mente no dejaba de repetir la traumaste escena de su alfa morir una y otra vez, como si fuera una pesadilla, pero ni siquiera había dormido desde entonces. Su rostro estaba pálido y sus ojos zarcos estaban fijos en el cuerpo de YoonGi, quien estaba recostado en aquel barco individual, rodeado de reliquias, comida y flores para ser recibido con gentileza en la tierra de los Dioses.
Si tan solo hubiese sido él...
Lo único que siempre deseó fue la felicidad de YoonGi, por eso tomó la decisión de no casarse con él, pero, Dioses, ¿había hecho lo correcto?
¿Si se hubiesen casado su destino hubiese sido distinto? ¿Hubiesen podido ser felices?
JiMin quiso jugar con el destino y, claramente, salió perdiendo.
Porque con los Dioses nunca se sabía, eran despiadados cuando no era merecido y misericordiosos cuando no se debía. Porque, ¿cómo pudieron permitir que el amor de su vida muriese de esa forma tal vil? ¿cómo no pudieron darle la posibilidad de detener la situación y salvarle?
—Ya llegó tu hermano —le susurró HoSeok.
JiMin parpadeó con pesadez para enfocar porque sus ojos dolían y sus pestañas se encontraban húmedas. Buscó a su hermano con la mirada hasta que lo vio acercándose, vestido de negro, con una capa de igual color y su corona de rey por cuestiones de tradición y no de comodidad.
Y, junto a él, estaba el mismísimo Jeon JungKook.
Él fue uno de los tantos que posó sus ojos en el omega del rey, muchos azorados e incrédulos. El omega de rulos castaños también iba de negro, con un velo cubriéndole mitad del rostro, solo dejando la visión de su boca quebrada; traía su corona de rey consorte sobre su cabellos largos y recogidos en una coleta baja. JungKook no parecía poder mantenerse de pie por sí solo, así que TaeHyung lo sostenía contra su cuerpo e iba a su ritmo en cada paso.
Todos reverenciaron ante los reyes, excepto JiMin por ser príncipe, quien hubiese mostrado una reacción más notoria al verlo, pero su rostro pesaba en cada expresión. Además, creía haber escuchado algo sobre que el omega seguía con vida y estaba de vuelta al reino, pero sinceramente no prestó atención. Ni siquiera recordaba qué había hecho desde que YoonGi fue llevado después de verlo morir en sus brazos.
Vio a su hermano menor acercarse junto a JungKook. Todos ahí eran cómplices, sabían en silencio que JiMin amaba al general YoonGi desde hace mucho tiempo y por eso no fue sorpresa que los reyes fueran directo a él, porque YoonGi no tenía más familia.
JungKook fue el primero en actuar, estirando su mano sana para tomar la del príncipe y después envolverla con las dos, suave. JiMin se dejó, a pesar de la aspereza de su piel herida.
—Los Dioses lo guiarán —musitó JungKook con voz algo ronca antes de alzar la mano del príncipe para depositar un pequeño beso de consuelo en su puño, esperando que sirviera de algo.
JiMin apretó los labios para no llorar de nuevo, viendo a través del velo como la mirada del omega estaba empañada también. No dio respuesta, pero lo primero que vino a su mente fue un claro: «¿Por qué él y no YoonGi?».
Miró a su hermano, quien permanecía tenso y haciéndose el fuerte, pero el cansancio en su rostro era evidente y JiMin lo conocía de sobre para saber que estaba igual de afectado que él.
—Empiecen con la ceremonia —ordenó TaeHyung y junto a JungKook, caminaron hasta quedar junto a HoSeok.
Una de las manos libres de JiMin fue tomada y, al ver, se trataba de SeokJin que le sonreía con suavidad a pesar de la tristeza que había en sus ojos hinchados. Su primo le dio un apretó y no lo soltó más. También vio que, junto a SeokJin, también estaba NamJoon.
Al poco tiempo, los sirvientes encendieron antorchas en tierra durante el silencio que estaba formado. Luego, soltaron las cuerdas que ataban el bote al muelle y JiMin arqueó las cejas, no pudiendo cambiar de expresión cuando NamJoon dio un paso al frente y tomó el arco y flecha que le ofrecieron. El duque Kim caminó erguido hasta posicionarse junto a una antorcha, cargó la flecha, cubierta de tela y brea, y lanzó.
La flecha impactó en el bote, iniciando con el fuego.
JiMin apretó la mandíbula, repitiéndose que no podía seguir llorando más, pero le fue imposible no derramas más lágrimas cuando el fuego comenzó a consumir todo el bote y el cuerpo de su amor ya no volvió a verse más. No fue escandaloso, no hizo algún ruido, solo se consumió a sí mismo en las mismas llamas de sufrimiento y dolor de su corazón, muy similares a las que cubrían a su amado que se alejaba sin vida de camino a conocer a los Dioses.
La mano de SeokJin volvió a apretar la suya gentilmente y HoSeok lo atrajo más a él, abrazándolo de lado y dándole un beso en la sien.
JiMin se quedó quieto, sumergido en su propio dolor, sin saber cuánto tiempo estaba transcurriendo, con los ojos en el bote, que se alejaba cada vez más e iba desapareciendo en la neblina suave que cubría el agua.
Y, cuando ya no se vio más, respiró por la boca, queriendo tomar oxígeno porque su garganta se cerró y sus pulmones amagaron detenerse.
—Ven a sentarte un momento —ofreció SeokJin con suavidad.
JiMin, con los ojos aguados, miró a HoSeok.
—Ve, no tienes por qué ver más —le dijo, con voz tumultuosa, también estaba terriblemente destrozado.
Porque siempre habían sido solo NamJoon, HoSeok, YoonGi y TaeHyung, ellos cuatro contra el mundo, y la pérdida de uno de ellos era como perder la estabilidad de una mesa. Ese día, un alma muy preciada para muchos había sido entregada a los Dioses.
JiMin miró a su hermano, que abrazaba a JungKook contra su pecho con un brazo, pues el omega tenía el rostro encajado cerca de su clavícula y sus hombros temblaban, siendo señal de que el omega estaba llorando.
—Vamos... —dijo SeokJin, tomándole el hombro.
El príncipe le dio una última mirada al horizonte, por donde su corazón se fue y su alma se mezcló con el agua. Y se dio la vuelta.
Habían pasado unas cuantas horas y ya anochecía, pero JiMin se negaba a irse. Estaba sentado cerca del puerto, sobre una roca, mirando como el cielo terminaba de oscurecerse porque ya no había más que mirar en el agua.
SeokJin le acariciaba la espalda porque también se negó a dejarlo solo; respetaba su silencio porque sabía que su primo amado no deseaba hablar en ese momento tan vulnerable.
—Debes ir con tus hijas, seguramente te necesitan...
—No voy a dejarte —acotó SeokJin.
Mas el omega rubio no respondió, hasta que escuchó su nombre ser llamado por una voz diferente.
—JiMin.
Se giró un poco, reconociendo a su hermano menor que se acercaba a él, solo.
—Mi hermano tiene razón —dijo TaeHyung, posando su mirada en SeokJin—, ve con tus hijas.
SeokJin se enderezó, entendiendo el mensaje entre líneas que se le era comunicado. Se levantó, mirando a su primo omega.
—Ven a visitarme seguido —le pidió, acariciándole el dorso de la mano.
JiMin asintió muy a duras penas, cabizbajo, sin presenciar como su hermano y su primo se miraban por última vez antes de que SeokJin terminara de irse. Entonces, la presencia de TaeHyung sustituyó la de SeokJin porque se sentó en ese mismo lugar, junto a él.
—Tu esposo regresó —comentó JiMin, percatándose que sus hombros rozaban—. Debes estar feliz porque tienes todo lo que deseaste...
TaeHyung negó.
—No es así de fácil.
—Al menos tienes por dónde empezar —murmuró JiMin.
TaeHyung apretó los labios porque era cierto. Él acababa de recuperar al amor de su vida cuando el de su hermano había muerto.
Y eso era terriblemente triste.
—Si decides retirarte de la capital, lo entendería —dijo TaeHyung y JiMin asintió de acuerdo.
Pero, después, se quedaron en un silencio que parecía incómodo, pero era su continua realidad al ser separados por esa línea invisible que se formó por sus crianzas y la falta de inteligencia emocional entre hermanos.
TaeHyung inhaló, haciendo el intento por romper esa barrera.
—Siempre vas a tenerme, JiMin —dijo. Ambos se miraron, especialmente TaeHyung, que detalló el rostro demacrado y tan sin vida de su hermano—. He cometido errores que quiero enmendar y espero que, en un futuro, puedas perdonarme porque deseo volver a empezar mi vida... Estaré para ti cada vez que me necesites.
JiMin alzó la mirada al cielo, aguantándose de nuevo las ganas de llorar y ocultando su ansiedad sobándose las manos.
—No sabes lo mal que me he sentido —dijo el príncipe.
TaeHyung pensó que quizás podía imaginarse el dolor emocional por el que estaba pasando.
JiMin tragó.
—Últimamente siento mucho dolor en mi estómago, pero no tengo apetito. —Vio a su hermano ladear la cabeza—. Dolores de cabeza, mi cuerpo es débil, todo de mí se descompone... Pero todo pasará en unos meses y los malestares desaparecerán...
TaeHyung frunció el ceño.
—¿Meses? ¿Desde cuándo sufres así?
JiMin sonrió sin nada de gracia.
—TaeHyung, estoy en espera.
TaeHyung palideció.
—Es de YoonGi —murmuró, con sus ojos volviendo a lagrimear.
—JiMin... —jadeó TaeHyung.
—Pero, al final, nada pasará y lo perderé como a todos.
TaeHyung no supo ni qué decir, triste e impactado por la noticia.
—Ya conoces el sentimiento de pérdida, espero que entiendas mi miedo...
TaeHyung tragó por la sensación áspera y espesa en su garganta. Tomó la mano de su hermano, sorprendiéndolo por el tacto inesperado.
—Haremos las cosas de otro modo —afirmó, bajo la mirada de su hermano—. Los mejores médicos te tratarán y vivirás lejos de la capital, donde nadie pueda perturbarte.
—TaeHyung... —musitó JiMin, desesperanzado.
—Sí se logrará —aseguró él—. Esta vez tendrás todo mi apoyo, hermano.
Los ojos de JiMin se aguaron y TaeHyung, no privándose de lo que su corazón le pedía, lo abrazó contra su pecho, colocándole una mano en la cabeza y otra en la espalda. JiMin cerró los ojos con fuerza, incrustando su nariz en el hombro de su hermano. Ambos, quizás conscientes, se llenaron los pulmones de sus esencias que, sin saberlo, necesitaban tanto; TaeHyung aspiró el aroma a miel y jengibre de su hermano y JiMin hizo lo mismo con su aroma a vino y pistacho.
—No creo poder —susurró JiMin, porque el vacío en su ser era tan enorme ahora sin YoonGi que no creía ser capaz de todo—. No tengo ni la más mínima esperanza.
TaeHyung lo abrazó un poco más, apoyando su barbilla en el hombro ajeno.
—Siempre la tenemos, JiMin.
Nota:
¡FELIZ SÁBADO TAEKOOK!
Ay no tienen idea lo feliz que estoy por el reencuentro taekook, AL FIN, fueron en total... 10 CAPÍTULOS desde que JK dejó Daegu, 6 desde que el tekuk se vio por última vez. DEMASIADO.
Ojo informo aquí porque hay personas confundidas que han asumido que falta poco para que la historia termine y aclaro que no es así, todavía queda bastante.
Super ultra hiper mega feliz fin de semana, les super amo muchísimo, besotes en donde ustedes quieran <3
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