LX: Cielo carmesí
Una venda era envuelta con delicadeza alrededor de su muñeca herida, Jackson se preocupaba de no hacerle ningún daño mientras atendía las heridas en su cuerpo que podía. Le partía el corazón pensar lo hundido que tuvo que haber estado su pulga para pensar que acabar consigo mismo era una salida.
No había conversación alguna entre ambos, solo se escuchaba el crujido de la madera en la fogata encendida frente a ellos dentro de una pequeña cueva poco profunda en el bosque. JungKook tampoco daba indicios de querer conversar, porque sus pocas fuerzas le impedían incluso modular correctamente y tampoco tenía la valentía de irse a dormir porque creía firmemente que sería como la vez pasada donde los hombros de su tío los capturaron en su huida a Seúl en un bosque muy similar a donde se hallaban en ese momento. Su ojo sano estaba abierto y atento a cualquier cambio sospechoso en el ambiente fuera de la cueva, donde, hasta el mínimo movimiento del viento en las hojas o los sonidos de caballo reposando amarrado cerca de la entrada, lo perturbaban en sobremanera.
Tenía los nervios de punta y se le notaba.
—Ya está —anunció Jackson cuando terminó de vendarle, con las cejas arqueadas al captar el miedo en todo el cuerpo malherido del omega—. Nadie va a encontrarnos esta vez —aseguró, envolviéndole el dorso de la mano con la suya en un intento por apaciguar su sentir, pero el omega no correspondió el gesto y, en su lugar, negó cortamente—. Ellos están encargándose de una guerra, no van a buscarnos.
JungKook analizó esas palabras mientras su espada era suavemente acariciaba por el alfa. ¿Guerra? ¿A qué guerra se refería? ¿Cuánto tiempo llevaba encerrado? ¿De quién era el enfrentamiento? Fueron algunas preguntas que le surcaron por la mente, mas sus labios resecos no se abrieron para preguntar.
—Estamos a salvo ahora —agregó Jackson, viendo el esfuerzo que hacía JungKook por mantenerse erguido en su lugar—. Recuéstate...
Le ayudó a recostar la espalda contra una de las paredes de la cueva no muy lejos de su ubicación previa, justo donde Jackson había puesto mantas para que el cuerpo de JungKook padeciera incomodidad por la dureza de las rocas del lugar. JungKook exhaló y su cuerpo le agradeció con alivio cuando dejó que su torso magullado se destensara, cosa que le permitió respirar un poco mejor. Sus brazos fueron a parar a su vientre y, abrazándoselo, dejó a su mente divagar por un buen rato hasta que la tos lo sacó de su ensimismamiento por el dolor de su garganta reseca.
—¿Es cierto...?
Respiró pesado y Jackson, al notar como le costaba modular, destapó la cantimplora y le dio de domar con lentitud hasta que su garganta estuvo lo suficientemente hidratada.
JungKook cerró los ojos y tomó aire.
—¿Es cierto lo que me dijiste en el castillo? —preguntó, alzando su mirada violeta hacia Jackson, que lo miraba expectante—. ¿Mi esposo cree que estoy muerto? —El tono de su voz fue algo difuso, Jackson se lo atribuyó a que el omega estaba muy atribulado con emociones y un revoltijo en su mente.
Jackson exhaló.
—Su Majestad le envió una caja diciendo que habías sido asesinado...
JungKook parpadeó lento, tardando un poco en procesar. Al hacerlo, sus cejas se fruncieron y se vio en la necesidad de remojar sus labios.
—¿Es por eso que no fue por mí? ¿Lo engañaron o-otra vez?...
Jackson apretó los labios, notando con pena como JungKook siempre buscaba una manera de justificar a su esposo, de encontrar una razón menos dolorosa para seguir queriéndolo.
Los ojos del omega se aguaron y las lágrimas se derramaron por sus mejillas, iniciando un llanto bajo.
—Va a odiarme —musitó con voz quebrada—. Me despreciará y se vengará de mi por haber perdido a su hijo —divagó entre lágrimas—. Era un alfa, ella me prometió que era un alfa... —Sollozó; Jackson frunció el ceño, sin comprender—. Va a golpearme, va a encerrarme, va a hacerme daño porque lo he enfurecido.
—No digas eso —le dijo Jackson, viendo al omega llorar mirando la techo—. Estás describiendo a tu tío, el rey de Daegu no es igual a él... —le recordó con paciencia—. No pienses así.
JungKook continuó hipando, en silencio.
—Todo esto fue un engaño —El omega se sorbió la nariz—. Todo fue para ocultar la muerte de MinYoung —completó entrecortadamente. Sus ojos fueron a parar en el alfa de hebras castañas, tocándole el brazo con suavidad—. Jackson...
El nombrado asintió sin verlo.
—Lo sé. —Jackson ya lo sabía, mas no se atrevió a girarse y continuó revolviendo el estofado de liebre que cocinaba en una pequeña olla sobre la fogata.
JungKook arqueó las cejas y sollozó con sentimiento. Según lo poco que sabía, su hermana había vuelto por él y le dolía en demasía su pérdida, pero no podía olvidar todo lo que le hizo pasar con su indiferencia. Cuatros, fueron cuatro años en los que ella no había hecho nada y, cuando quiso hacerlo, fue muy tarde.
—Nunca debí casarme, mi matrimonio fue una mala decisión —lamentó, hipando—. Nunca debimos ir a Daegu.
Jackson se quedó callado porque probablemente tenía razón. Sin embargo, eso no le impidió arrugar las cejas.
—Ya no soy un prostituto, pero mira mi vida ahora —expuso JungKook—. Soy aún más miserable que antes. —Sollozó—. No quiero volver con mi esposo.
—A partir de hoy nadie podrá hacerte daño, eres libre, pulga —dijo Jackson.
JungKook frunció el ceño con los ojos lacrimosos.
—¿Hasta cuándo debo escuchar esas falsas promesas? —masculló—. Me dicen lo mismo, pero siempre me lastiman. —Miró a otro lado—. Nadie va a protegerme.
Jackson resistió el impulso de bajar la cabeza porque aquellas palabras le afectaron directamente al ser él una de esas personas que le prometieron protección y seguridad, pero acabaron dañándolo cruelmente de todas formas. Por ello, se limitó a revolver la comida en lo que JungKook continuó mirando hacia el exterior.
—No volverás con tu esposo —comentó Jackson después de un rato, tomando los cuencos de madera que guardaba en una de las mochilas para servir un poco de estofado en cada uno.
JungKook lo enfocó entre lágrimas silenciosas.
—No iremos al castillo de Daegu —agregó el alfa.
—¿Y a dónde iremos? —murmuró JungKook, sorbiendo su nariz.
—Iremos con el duque SeokJin.
JungKook alzó las cejas de forma sutil, pues el dolor del gesto no le permitió más.
—No hubiésemos logrado nada sin su apoyo —comentó el alfa—. Tienes a alguien que te ama genuinamente, pulga.
La barbilla de JungKook tembló con sentimentalismo ante la afirmación, viéndose en la necesidad de apartarle la mirada y cerrar los ojos para no volver a soltarse en llanto. Un rato después, percibió el movimiento de Jackson cuando amagó acercarse más a él. No lo vio, pero Jackson estaba preparando una cucharada moderada del contenido dentro del cuenco, soplándolo para que no se quemase.
—Nadie va a obligarte a hacer algo que no quieres —le aseguró Jackson cuando la cucharada estuvo a temperatura ambiente—. Ven, vamos a comer.
JungKook abrió su ojo sano con cuidado y, al ver la comida frente a su rostro, su garganta se cerró. Remojó sus labios, hambriento a pesar de todo, pues no comía bien desde hace semanas.
—Nadie puede forzarte a nada.
Los ojos de JungKook se llenaron de lágrimas nuevamente cuando Jackson le llevó la cuchara a los labios.
El silencio que envolvía aquella llanura rodeada de árboles altos era ensordecedor. No se escuchaba siquiera el trinar de los pájaros de la zona, el viento que meneaba sus hebras acarameladas era tan silencioso que parecía imperceptible al oído humano y el frío de la madrugada tenía a cada soldado presente entumecido. Sus corazones agitados y la adrenalina era lo único que los mantenía erguidos en su lugar, a la espera de órdenes.
La armadura de acero resistente pesaba sobre su cuerpo, sobre la cota de malla que cubría su torso. Su mandoble descansaba aún en su funda junto a la cintura, esperando ser tomada y utilizada para apagar unas cuantas vidas.
TaeHyung respiraba profundo sobre su caballo, barriendo desde la lejanía las tropas enemigas que se desplegaban alineadas al otro lado del riachuelo que los separaba por unos cuantos pies. Eran miles, quizás más, y portaban armaduras diferentes a las propias, las del ejército de Seúl y Busan poseía un revestimiento dorado.
A su lado, sus cercanos esperaban unos pasos más atrás de su ubicación. HoSeok, JiMin, YoonGi y NamJoon, todos estaban presentes, armados y listos para defender el reino. Así como también estaba su ejército, con una cantidad parecida a la del reino enemigo.
Ambos bandos exhibían orgullosamente sus estandartes, ambos muy particulares. Los del reino de Daegu consistían en un color azul zafiro con un dibujo de una pantera como protagonista, mientras que, los reinos de Seúl y Busan consistían en un color rojo rubí con un dibujo de un lince como protagonista.
En el fondo, TaeHyung podía sentir el temor a la muerte, a dar paso a la degeneración su reino en manos de aquel tirano. Aunque, después de haber perdido a su esposo su alma se había marchitado y no encontraba una razón de vida. Por eso completaría esta batalla y, si así se daban las cosas, no importaría que diera su último respiro porque no tenía nada más que perder.
Pero primero, mataría a Jeon JungHyuk; vengaría la muerte de su esposo, de su bebé y todo el sufrimiento, la tortura y el dolor que les causó a cada uno. Le arrebataría la vida a ese alfa despreciable que tanto mal había causado.
Después de eso, ya nada importaría.
Su mirada estaba fija en aquel cuerpo lejano que también montaba un caballo y lo observaba con la misma fijeza que él, con una postura de suficiencia y egocentrismo que derrochaba a través de esa sonrisa insoportable en el rostro que incluso en esa distancia podía notar. Ese mismo alfa que lo torturó a él y asesinó a su esposo, el que logró arrancarle su energía vital sin siquiera tocarlo, sino tocando a lo que más amaba en el mundo. Era algo que jamás perdonaría.
No tendría piedad, ya no le tendría jamás.
Notificó a YoonGi del siguiente movimiento con una simple mirada de reojo, quien, conocedor de lo que debía hacerse a continuación, asintió y tomó uno de los estandartes de los soldados. El general avanzó con cautela sobre su corcel y TaeHyung, desde su lugar, pudo ver como el rey Jeon le indicaba lo mismo a uno de sus soldados.
Lentamente, los voceros de los reyes se aproximaron a ambos extremos del riachuelo, donde se detuvieron y el intercambio de palabras dio inicio. Un protocolo que solía hacerse en un intento por ambas partes de desistir a la guerra con la rendición contraria en último momento. Sin embargo, esta vez no se trababa de un formalismo y mera tradición, pues ninguno de los dos gobernantes quería rendirse, Jeon JungHyuk movido por ambición y Kim TaeHyung movido por venganza.
La mirada entre los reyes era intensa, plagada de emociones negativas y descontentos. TaeHyung no se esforzaba en ocultar ninguna de ellas en lo que el dialogo era efectuado, especialmente cuando ambos reyes dejaron de estar quietos a la espera y, con un galope lento, recorrieron de hito a hit sus propias tropas sin despegarse la mirada. Ambos se retaban con cada movimiento, silenciosamente ansiosos por luchas uno a uno.
Solo dejaron de mirarse cuando el sonido de la madera de los estandartes de los reinos clavándose en el suelo, a los extremos del riachuelo, resonó por todo el campo de batalla.
Y todos supieron que eso solo significaba una cosa: guerra.
Los reyes volvieron a sus lugares, liderando sus ejércitos y los voceros trotaron de vuelta sobre sus caballos.
TaeHyung le dio un vistazo al cielo por puro presentimiento, percibiendo como la tenue oscuridad de la madrugada era reemplazada por un cielo carmesí que daría inicio a aquel sangriento día.
«El cielo carmesí opacará el Sol de tu reino, prepárate para la caída...», fueron las palabras que le vinieron a la mente con el escenario. Esas mismas palabras que el difunto y traidor miembro del concejo real Oh WooJoon, había profesado momentos antes de ser asesinado bajo sus órdenes.
Miró a su hermano mayor durante unos pocos segundos, pero el príncipe no le devolvió la mirada porque la tensión le tenía formado un nudo en la garganta.
TaeHyung y YoonGi cruzaron miradas decididas poco después y lo vio posicionarse junto a JiMin, tomándole la mano y dándose mutuamente un corto apretón. Tuvo que desviar la vista porque tuvo un mal sabor de boca cuando por su mente transitó el recuerdo de su JungKook.
Entonces, el cuerno de guerra sonó.
La tensión endureció los cuerpos de todos, como si hubieran tomado aire justo en ese momento, y pronto, todo pareció ir más lento de lo normal. TaeHyung vio como las empuñaduras de las espadas, lanzas y arcos fueron aprensadas por manos, los soldados a pie dieron un primer paso y las riendas de los caballos fueron impactadas con entusiasmo, incluyendo las propias.
El trote aumentó constantemente hasta que el agua del riachuelo impactó en su rostro cuando todos llegaron al enfrentamiento. Las tropas de los reinos chocaron entre sí y las espadas chirriaron ruidosamente, causando que se sumergiera en el calor que se concentró entre las personas. Tan rápido como eso, la sangre salpicó sobre su armadura, en su rostro y manchó su espada.
La ira en el aire era tocable por toda la atmósfera, en los gritos, en los golpes y en los cuerpos que cayeron sin vida o heridos sobre el suelo barroso o el agua del riachuelo.
TaeHyung tomó ventaja de la situación desde la montura de su caballo y atravesó pechos, rajó la carne de sus enemigos, degolló, cortó y apuñaló. Asesinó sin detenerse, teniendo como objetivo en la mira a Jeon JungHyuk, que mataba a sus soldados al otro lado del campo de batalla. TaeHyung avanzaba paulatinamente hacia él, mas un ataque inesperado fue realizado hacia su caballo: una espada atravesó el cuello del animal y se halló cayendo al suelo en un golpe seco.
Un pitido boqueó sus oídos por un instante, pero alcanzó a girarse para ver como un alfa enemigo tomaba potencia en su mandoble para clavárselo en el pecho de tajo, pero, antes que pudiera realizar un movimiento fuerte hacia abajo con el arma, su cuello fue atravesado desde la nuca con una espada.
TaeHyung cerró los ojos cuando la sangre le salpicó en el rostro y en la armadura, con la adrenalina a mil y la tensión al caer en cuenta que estuvo muy cerca de morir.
Apenas los abrió, reconoció a su hermano. JiMin tomó el hombro del alfa al que le había quitado la vida y empujó con fuerza el cuerpo inerte a un lado, sacándole la espada en un movimiento prístinamente sangriento. Vio como JiMin le estiraba la mano y TaeHyung no demoró en tomarlo de apoyo para colocarse de pie. Compartieron miradas color zarco por unos instantes antes de continuar cada uno por su lado, JiMin corriendo de vuelta con sus almas y TaeHyung volviendo a fijar con su mirada al rey Jeon.
Golpe tras golpe, espadazo tras espadazo, TaeHyung observaba el escenario con más agobio. El bando enemigo continuaba manteniendo un gran número y los suyos no dejaban de caer, uno tras otro, como hojas secas para luego ser aplastadas por más y más. Era una completa carnicería.
Dioses, estaban perdiendo.
El terreno ventajoso era cada vez menor y, teniendo la situación clara, su respiración se disparó y la garganta se le cerró. Buscó con la mirada a sus amigos desesperado, seguían vivos, resistiendo a pesar del cansancio y el desgaste, parecían también comprender lo que estaba ocurriendo.
Dioses, Dioses.
Salió de su angustiosa burbuja con una inhalación fuerte, espantando los latidos de su corazón que se escuchaban hasta sus oídos para concentrarse de nuevo en JungHyuk dentro del mar de muchedumbre. La rabia borboteó en su pecho, tomando fuerzas porque podía soportar muchas cosas, desde el peso de su espada hasta asesinar, todo menos dejar que ese alfa viviera.
Porque, si JungKook ya no podía existir en ese mundo, Jeon JungHyuk tampoco.
—¡Retrocedan! ¡Retrocedan! —exclamó TaeHyung, pues, por mucho que quisiera acabar con Jeon en ese preciso momento, el ejército de Seúl y Busan continuaba empujándolos.
Debía pensar rápido en otra estrategia o estarían muertos en pocos minutos.
Todos acataron sus órdenes y retrocedieron, pero también estaban siendo acorralados por el bosque a sus espadas y pudo ver como JungHyuk les ordenaba a sus soldados que los rodearan por los árboles para bloquearles incluso así.
Con el sudor cayendo por sus mejillas, buscó con desespero a su hermano y, apenas lo localizó, fue directo hacia él. Atravesó a quien tuviera que atravesar hasta llegar a él, tomándole la muñeca para colocarlo detrás de sí.
—¿Vas a rendirte? —inquirió JiMin, acelerado y ensangrentado.
—No tengo opción —dijo el rey, empujándolo de a poco hacia atrás para seguir resguardándolo.
La carnicería seguía en marcha, la sangre continuaba salpicando y los cuerpos cayendo.
—¿¡Escucharon eso!? —exclamó uno de los soldados de su ejército.
TaeHyung frunció el ceño, intentando saber a qué se refería.
—¿Qué es eso? —musitó JiMin, ceñudo.
Porque a los pocos segundos, un sonido pesado y difícil de identificar fue intensificándose. Eran pisadas, un pelotón entero de pisadas que venía del este, una zona elevada que quedaba riachuelo arriba.
Maldita sea, ¿eran los refuerzos de JungHyuk?
Continuó alejándose junto a JiMin hasta que el omega le tomó del brazo y lo detuvo, señalando los estandartes que esos soldados portaba con orgullo.
—¿Qué bandera es esa? —preguntó, ceñudo—. TaeHyung, ¿los conoces?
El rey frunció el ceño a la par y achicó los ojos para enfocar. No era la bandera de los reinos de Seúl y Busan, mucho menos de algún otro reino conocido como Chuncheon, Jeju o Gwangju. Era una bandera color morado que, a diferencia de todos los reinos del continente, no poseía la representación de un animal en su estampando, en cambio, tenía un tulipán blanco con una gema de rubí en el centro.
TaeHyung se percató con una mirada a su adversario de que, Jeon JungHyuk, por su mirada desconcertada, tampoco tenía idea de quienes eran esas personas.
Si no eran soldados del rey Jeon, ¿quiénes eran?
—No tengo idea, es mejor irnos ahora —se apuró a modular TaeHyung en respuesta a su hermano, girándose de lleno para correr al bosque.
Pero todos quedaron totalmente estáticos cuando las tropas moradas, lideradas por un jinete irreconocible por la distancia, los arqueros cargaron las flechas en su dirección y los jinetes galoparon ferozmente hacia ellos.
—¿Qué esperas? ¡Vámonos! —exclamó JiMin, jalándolo.
—No, espera —dijo TaeHyung, tomándole la mano—. No son soldados de JungHyuk.
El rostro de JiMin cambió a desconcierto, pero TaeHyung no se tomó el tiempo de observarlo más porque, tan pronto las flechas cayeron, se dieron cuenta que ni una sola de esas flechas impactó en sus tropas.
TaeHyung contuvo la respiración, viendo como decenas de cuerpos enemigos eran atravesados por flechas y cayeron sobre el campo, muertos. Y, sin darles tiempo de reacción, los soldados desconocidos embistieron con sus caballos al ejército de Seúl y Busan. El líder fue uno de los primeros en atacar y bajar de su caballo de un salto para unirse valerosamente en la contienda y TaeHyung pudo ver desde su posición el rostro estupefacto del rey Jeon al reconocer a ese alfa.
Los estaban ayudando, los estaban salvando de una derrota asegurada.
—Es el momento.
Escuchó la voz de JiMin decirle aquello antes de irse corriendo de vuelta a la batalla. TaeHyung empuñó su espada con fuerza y tomó una respiración profunda. Su adrenalina volvió a dispararse y alzó la espada con fuerza para volver a la lucha, esta vez yendo directo a Jeon JungHyuk sin miramientos.
Iba a matarlo, y el destino parecía sonreírle porque a cada paso que daba, a cada vida que arrebataba, el alfa estaba cada vez más desprotegido. Corrió como nunca, deshaciéndose de cada cuerpo que intentó interponerse entre él y su venganza.
Su JungKook. Iba a ganar la guerra, pero sin su JungKook.
La rabia volvió a controlarlo al punto de no poder controlar en grito de cólera que emitió al asesinar vilmente a esos últimos alfas que bloquearon su paso.
Entonces, estuvo frente a frente con su enemigo.
No esperó nada para alzar su espada y atacarlo sin misericordia. JungHyuk lo boqueó en un movimiento. TaeHyung se movía con potencia, golpeaba y JungHyuk contraatacaba, bloqueando cada uno de sus ataques con su habilidad con la espada.
TaeHyung respiró furibundo, observando aquel rostro que eran tan parecido al de su esposo, pero a la vez tan oscuro, con los ojos manchados de avaricia, soberbia y lobreguez. El rey Jeon tenía una sonrisa de suficiencia al no dar su brazo a torcer, mas sus cejas denotaban lo molesto que estaba por la situación en la que se encontraban.
Hasta que una flecha atravesó de lleno el brazo del rey Jeon, sacándole un alarido de dolor que debilitó su accionar. TaeHyung, ceñudo y confundido, se giró hacia la dirección en la que había sido lanzada aquella flecha e identificó a su hermano JiMin, que asintió para él en una señal de permisividad.
TaeHyung enfocó de nuevo a su mayor adversario, que sostenía su brazo con una mueca de dolor, pero se negaba a soltar su espada. JungHyuk intentó bloquear su siguiente ataque, pero fue en vano porque TaeHyung, en un movimiento limpio, lo desarmó.
Soltó su espada y, gruñendo, se tiró sobre el alfa mayor. No vaciló al momento de comenzar a golpearlo en el rostro sin parar con ambos puños.
—Maldito —masculló entre dientes—. ¡ASESINASTE A MI ESPOSO! —expuso TaeHyung, comenzando a sentir la sangre del alfa manchar sus manos.
Se detuvo, inmovilizándolo del cuello, cuando JungHyuk exhaló una sonrisa ladina y aireada, con la boca y los dientes llenos de sangre.
—Todo por un omega tan impuro, qué lástima, hijo —dijo sin mucho oxígeno y rio rabioso, clavando sus manos en las ajenas.
—¡CÁLLATE! —gritó TaeHyung, apretándole el cuello con fuerza.
JungHyuk resistió cada golpe, cada vez más magullado y ensangrentado, pero su sonrisa burlona no se borraba a pesar de la cólera que estaba almacenando en su interior.
—Si tan solo no me hubiese arrebatado a mi hija —masculló, pero pronto fue zarandeado con fuerza por TaeHyung—. Obtuvo lo que merecía.
TaeHyung oscureció la mirada, apretando los dientes con la respiración disparada en furia y la vena de su cuello resaltando en rojo vivo.
—¡Haz silencio, maldito asesino! ¡TE MATARÉ SI NO TE CALLAS!
—Hazlo, inténtalo —continuó JungHyuk con furor y arrogancia, negándose a obedecer solo para provocarlo y llevarlo a su límite.
Lo ahorcó con tanta fuerza que el rostro de JungHyuk comenzó a tornarse violeta y las arcadas en busca de aire borraron su sonrisa repulsiva.
—JungKook disfrutaba todo lo que esos alfas hacían —agregó con dificultad.
—No es cierto, mi esposo solo tenía ojos para mí —espetó, viendo como JungHyuk se burlaba aun cuando estaba ahogándose—. Lo único que reprimía a mi esposo era tu maldita existencia.
JungHyuk fingió una mueca de lástima.
—Pero hoy será el día en el que acabaré contigo.
JungHyuk dejó caer toda su fachada burlona y dejó ver el ser terrible bajo esa máscara. El enfado podía verse hasta en la más ligera facción de su rostro enrojecido, sus dientes chirriaban y sus ojos, inyectados en rojo, lo observaban como si quisiera matarlo.
Porque fue vencido.
—Eres un cobarde, un niño que apenas está aprendiendo a caminar, no eres capaz de nada —vociferó.
TaeHyung, harto de toda su habladuría dañina, lo ahorcó con tal fuerza que JungHyuk perdió su habla en su totalidad, intentando apartar las manos ajenas de su cuello porque sus ojos saltones comenzaban a pigmentarse de un color mucho más rojo y su rostro se volvía cada vez más violeta.
—TaeHyung, basta —dijo JiMin, quien pronto se agachó a su lado para separarlo—. TaeHyung, detente.
TaeHyung gruñó, zarandeando su propio hombro para apartar la mano de su hermano de ahí porque quería matar a ese maldito alfa.
—Déjalo —insistió el príncipe, esta vez en su oído—. No se merece una muerte así es un regalo para él. Suéltalo.
TaeHyung dudó, mirando los ojos morados de JungHyuk. Era cierto, ese alfa no merecía una muerte tan rápida como esa, merecía sufrir por todo el daño que hizo. Gruñó molesto y lo soltó con tanta brusquedad que la cabeza ajena se golpeó contra el barro.
JungHyuk tosió e inhaló con fuerza, pero antes que pudiera hablar con esa voz irritante, JiMin lo noqueó de un solo golpe.
Aun así, TaeHyung no dejó de mirarlo con odio, agachado sobre su cuerpo inconsciente. JiMin, en cambio, se levantó y observó la situación a su alrededor.
—Se retiraron —jadeó JiMin, impresionado.
Ya no había soldados de Seúl o Busan. Al ver capturado a su líder, decidiendo lo arriesgarse.
Pero JiMin seguía intranquilo, con el temor de que quizás tenían otro enemigo junto a ellos, portando con banderas moradas. Pronto descubrirían si estaban perdidos o si se trataba de un nuevo aliado.
En eso, vio a una persona acercarse. No titubeó en cargar una flecha en su arco y apuntarse con rapidez. Esa persona era un alfa, que alzó sus manos en son de paz y disminuyó la velocidad de sus pasos, pero no se detuvo.
—No te acerques más —limitó JiMin, serio.
TaeHyung, al escuchar a su hermano, salió de su ensimismamiento y alzó la mirada, colocándose de pie.
Reconoció a ese alfa tan pronto enfocó su rostro. Era el mismo alfa que besó a JungKook en el baile de primavera, el mismo que escapó ese mismo día y el que Jeon JungHyuk adoraba como a un hijo. Era el marqués Cha EunWoo.
—JiMin, mátalo —bramó TaeHyung, sin miramientos.
—Estoy con ustedes —anunció EunWoo.
TaeHyung sonrió ladino, claramente sin gracia.
—¿Con nosotros? —Caminó a zancadas y lo tomó de la armadura—. Mientes —se le impuso de cerca.
—Yo los he salvado, no miento —dijo EunWoo, sin poner resistencia.
El rey lo sostuvo con más fuerza.
—TaeHyung, su armadura —señaló JiMin.
TaeHyung bajó la mirada hacia la armadura del alfa pelinegro. Portaba esa misma extraña y nueva bandera morada con un tulipán y un rubí.
—No te conviene hacerme daño —agregó EunWoo.
—¿Cómo osas hablarme de esa forma? —masculló TaeHyung, sin soltarlo—. Te atreves a referirte a mí de manera informan, aun sabiendo que deshonraste a mi esposo. —Lo miró mal—. Nunca olvidaré tu rostro.
EunWoo carraspeó.
—Debería tratarme con respeto.
—Estás hablando con el rey de Daegu, no con un noble común —gruñó JiMin—. ¡Guardias!
Los susodichos quisieron apresar al alfa, pero los soltados de EunWoo se interpusieron y frenaron todo movimiento apuntándoles con sus lanzas de acero.
—Soy Cha EunWoo, ahijado de Jeon JungShin y heredero al trono de Seúl y Busan a ojos de los Dioses. No puede hablarme de ese modo, alteza. —Elevó su mentón, ceñudo, y dirigió sus ojos negros hacia el alfa frente a él—. Vengo a dialogar, Majestad.
TaeHyung, ceñudo, no respondió. Giró a ver a su hermano y YoonGi, quien pronto también estuvo en el panorama.
—Siento que merezco un poco de su tiempo después de haberlo salvado de una derrota.
TaeHyung lo observó de hito a hito con expresión poco convencida, sin opciones.
—¿Vas a conversar con él? —inquirió JiMin en lo que entraba junto a su hermano a una de las carpas.
TaeHyung no respondió. Se veía pensativo y serio a la vez, pero sus ojos eran la constancia del cansancio que ocasionó el enfrentamiento en él. JiMin estaba en las mismas condiciones, fatigado incluso.
—TaeHyung.
—No tengo otra opción —respondió por fin el rey.
—No seas débil, no te dejes manipular —le dijo el príncipe, ocasionado que su hermano menor se detuviera para mirarlo.
—No me digas que hacer —protestó TaeHyung.
JiMin aplanó sus labios en una mueca disconforme por su actitud tajante.
—Solo quiero ayudar —aclaró JiMin. Uno de los motivos de su comentario era que, al ser omega, no les gustaría a muchos que estuviese en una reunión de élite.
TaeHyung suspiró.
—Necesito pensar un momento, te buscaré luego.
JiMin quiso discutirle, pero se calló y salió de la carpa a regañadientes, aguantándose las ganas de explotar porque entendía que su hermano estaba sentido por el fallecimiento de su esposo, pero le molestaba que tuviera esa actitud.
Inhaló y exhaló, observando cómo, a las afueras de las carpas, se encontraban los soldados del reino y de Cha EunWoo haciendo el último conteo de los muertos y recogiendo sus cadáveres.
Escuchó un silbido que lo hizo girar a un lado, donde YoonGi lo observaba desde la distancia, sentado en la sombra de un árbol y bebiendo. JiMin se acercó y se sentó a su lado.
—¿En qué piensas? —inquirió el príncipe.
—¿Te diste cuenta de lo mucho que tu hermano cambió desde que su esposo no está? —comentó YoonGi.
JiMin bajó la mirada, pidiéndole tácticamente que le compartiera de lo que bebía. Al tomar un sorbo de la cantimplora confirmó que se trataba de alcohol, aguamiel, para ser precisos.
—Cuesta admitirlo, pero con su esposo sonreía todos los días —respondió JiMin.
YoonGi asintió lento.
—A veces pienso que hubiese sido mejor que hubiésemos dejado las cosas tranquilas entre ellos dos.
JiMin viró los ojos.
—Mi hermano seguiría siendo un imbécil.
YoonGi rio ladino.
—Su faceta de imbécil era mejor.
JiMin bufó una muy pequeña sonrisa y negó.
—No estaríamos aquí si nos hubiésemos hecho a un lado —continuó YoonGi con su punto inicial. Tenía un mal sabor de boca al respecto.
JiMin apretó los labios.
—Mi hermano era un iluso, se dio cuenta cuando ya era muy tarde.
—Tu hermano cambió todo el reino por su esposo, no lo considero iluso.
JiMin exhaló.
—De todas maneras... eso no era amor, solo era obsesión.
YoonGi alzó una ceja.
—¿Por qué no aceptas que tu hermano se enamoró? —preguntó y, al no obtener respuesta, bebió otro poco más—. Además, considero que todo amor tiene una pizca de obsesión, ¿no crees?
—No estoy de acuerdo.
YoonGi exhaló sonoramente y levantó la mirada hacia el cielo de la tarde.
—Entonces, ¿por qué sigues viniendo a mí?
JiMin enmudeció, con sus ojos zarcos y algo azorados fijos en los de YoonGi, aunque este no estuviera mirándolo de vuelta.
—Es diferente.
Fue lo único que JiMin respondió de buenas a primeras, ocasionando que YoonGi volviera a exhalar, esta vez en busca de paciencia.
—Nunca entiendo a qué te refieres —murmuró el alfa.
Era como si reviviera el dolor que lo golpeó cuando se enteró que JiMin no se presentó en su puerta al llegar al castillo y, en su lugar, se casó con su mejor amigo.
—Lo único diferente de la situación sería que tu hermano se casó con el omega JungKook, en cambio, tú te casaste con alguien más —dijo YoonGi, sintiéndose mal al recordar a JungKook, a quien ciertamente le llegó a tener aprecio.
JiMin negó, entristecido, no queriendo que el alfa continuase. YoonGi se giró hacia él para mirarlo de frente.
—Si tan solo me explicases el porqué de casarte con alguien más teniéndome aquí contigo... —casi imploró el general, pero JiMin no lo miró, con los hombros encorvados y mudo, sin en valor para admitir sus razones. YoonGi chasqueó la lengua—. Merezco saberlo, no podemos vivir así toda la vida, JiMin.
JiMin, cabizbajo, inhaló y exhaló, algo ahogado por el ambiente denso que se había formado. Tragó grueso.
—No puedo ser un buen esposo —murmuró, respirando por la boca—. No soy lo suficientemente egoísta como para condenarte a estar conmigo hasta que la muerte nos separe... —susurró.
YoonGi arqueó las cejas.
—¿Por eso lo hiciste? —preguntó con suavidad, con una idea de por dónde iba la cosa.
JiMin cerró sus ojos con fuerza.
—Tú quieres descendencia, pero yo jamás podré dártela y no podía permitir que arriesgases tus deseos y sueños solamente para estar conmigo, no podía —dijo, reteniendo el nudo en su garganta y la pesadez en sus ojos.
—No lo intentamos —musitó YoonGi, estirando su mano para envolver la propia, pero JiMin se apartó.
—Tú no, pero yo sí —expuso JiMin, dejándole con la palabra en la boca. Exhaló y se pasó una mano por el rostro—. Estuve casado por tres años antes de HoSeok... —La repulsión vino junto a los recuerdos—. Fueron tres celos donde tuve que- —Se cortó a sí mismo, tragando la bilis—. Tres celos donde no quedé en cinta.
JiMin recordaba esa época como la más oscura de su vida, una que quería borrar por siempre. Una época donde tuvo que estar junto a un alfa mucho mayor que él que no amaba y fueron tres celos del alfa los que tuvo que asistir, salvándose apenas en los suyos que podía tomarse la libertad de pasarlos solo.
—No sabes lo frustrante que es esperar semanas sin ningún resultado. —Apretó los labios en aflicción—. Ya he perdido dos...
Y era cierto, el primero que perdió fue antes de irse a Chuncheon, era de YoonGi. El segundo y más reciente fue de HoSeok, estaba seguro.
—No puedo darte esa vista, no puedo hacerte sufrir así —habló, con voz ahogada—. Mi riqueza estaba en peligro de ser tomada por el reino de Chuncheon, así que debía dársela a un esposo y HoSeok era la persona más indicada y de confianza del momento —explicó sin ánimos—. No necesitaba hijos y quería poder, yo... yo hice lo mejor para el reino, para HoSeok, para mi hermano y para ti.
—No debiste —murmuró YoonGi con tristeza, comprendiéndolo todo. Vio como los ojos de JiMin se cristalizaban—. No me condenaste, pero te condenaste a ti a una vida de infelicidad.
—Soy un príncipe y la felicidad es insignificante al lado del deber.
El corazón de YoonGi se encogió al escucharle.
—Esas son palabras de tu padre.
JiMin apretó los labios.
—Esa es mi realidad...
YoonGi dejó ir una exhalación y le tomó el rostro para depositar un pequeño y suave beso en la frente ajena antes de atraerlo a un abrazo delicado. JiMin no opuso resistencia y correspondió, cerrando los ojos con la barbilla sobre el hombro del alfa. Dioses, era como si un peso se hubiera levantado de su cuerpo al haber sido sincero por primera vez con la persona que amaba y no haber sido rechazado por su decisión. ¿Eso era un indicativo de que las cosas podían ir a mejor? JiMin esperaba que así fuera.
Abrió sus ojos cuando pasaron unos minutos en esa posición y, contrario a lo que esperaba, se topó con movimiento a lo lejos, personas salieron de los arbustos.
Frunció el ceño y rompió el abrazo.
—YoonGi —llamó, señalando a sus espadas con la barbilla. YoonGi, confundido, se giró—. No son de los nuestros.
Se levantaron, alarmados, cuando los vieron desenfundar sus espadas con sigilo mientras se colaban al campamento.
YoonGi no demoró y tomó su espada, que descansaba junto a la banca.
—Ve por ayuda —le dijo a JiMin.
—No te dejaré solo —se negó el omega.
YoonGi exhaló, obstinado.
—No tienes con qué defenderte, JiMin, vete.
JiMin dudó, pero asintió y se acercó para darle un beso inmóvil en los labios. Luego, se fue corriendo con el objetivo de llamar a más personas, que desafortunadamente ya se encontraban dentro de las carpas. Sin embargo, vio un arco y flecha reposando a las afueras de una de ellas y titubeó.
¿Qué debía hacer? ¿Buscar a las personas o tomar el arco e ir con el alfa?
Dioses.
Optó por la segunda opción y tomó el arco y flechas, colocándose todo correctamente en lo que volvía corriendo hacia YoonGi. Tenso y con prensión y miedo, buscó por todos lados hasta que se guio por un enfrentamiento en una de las esquinas del campamento.
JiMin, sudando nervioso, se acercó velozmente al bullicio. Ahí estaba YoonGi, luchando contra unas personas que buscaban ingresar a donde tenían cautivo al rey de Seúl y Busan. Se escondió detrás de una carpa y estudió la situación con atención, intentando mitigar la sensación extraña que lo venía molestando desde hace un tiempo.
Salió de su escondite y disparó. Cayeron dos.
YoonGi tomó ventaja y mató a un tercero. Quedaban pocos y no fue cosa difícil para JiMin acabarlos con las flechas que le quedaban.
Bajó el arco y se acercó a YoonGi.
—Imbéciles —masculló el omega, mas frunció el ceño cuando vio que el alfa no dejaba de mirar a todos lados—. ¿Qué sucede?
—Falta uno.
—¿Uno? —moduló, volviendo a ponerse alerta a su alrededor—. Vamos a avisarle a TaeHyung para reforzar la seguridad-
Una ventisca agresiva se escuchó durante un breve segundo. JiMin se paralizó en su lugar, presenciando el momento exacto donde YoonGi era atravesado por una flecha justo en el pecho. Atónito, alzó la mirada hacia el alfa y ahogó un grito al ver también el rostro de estupefacción de YoonGi.
JiMin, con la respiración trastabillada, fue rápido y cargó el arco, apuntando hacia el lugar donde provenía la flecha y una alfa quería dispararle también, y la asesinó.
Cuando se giró, tiró el arco y flecha y se apresuró a socorrerlo antes que el alfa cayera al suelo. Lo tomó en brazos y acunó su rostro, recostándolo en su cuerpo con desespero.
—YoonGi, mírame —jadeó aterrorizado.
El alfa lo miró, pero sus ojos lucían muy perdidos y un hijo de sangre resbalaba de una comisura de su boca. Los ojos de JiMin se aguaron en conmoción.
—YoonGi, respóndeme —pidió con voz ahogada, sosteniéndolo bien, pero YoonGi ya no se movía—. No, no, no, no, no, no —Lloró y lo atrajo a un abrazo—. No me dejes. —Palmeó sus mejillas en un intento fallido por que reaccionara—. YoonGi, habla.
JiMin lloró con fuerza, no pudiendo creer nada.
—YoonGi, espera a que busque ayuda, por favor. —Sollozó, pero los ojos de YoonGi estaban abiertos al cielo.
No podía verle bien a través de las lágrimas que no dejaban de derramarse de sus ojos zarcos, frustrado porque el alfa no le daba respuesta y desesperado por eso.
—¡No me hagas esto! —exclamó entre llanto, tomándole el rostro para sacudírselo.
JiMin no podía entender qué estaba pasando, su mente estaba nublada y se negaba a procesar. Lo único que pudo pensar era que YoonGi debía estar bien, tenía que haber esperanza de que se curara porque no había pasado mucho tiempo desde el impacto de la flecha en su pecho. Debía, debía.
Respirando apresurado y por la boca, le tocó el pecho inerte y sus ojos se explayaron en horror. Tocó su rostro, pero el alfa no pestañeaba y su rostro comenzaba a tornarse pálido.
—YoonGi... ¡YOONGI! —gritó, desgarrándose la garganta entre sollozos lastimeros y dolorosos—. YoonGi, di algo, por los Dioses.
—¿JiMin?
Escuchó una voz a sus espaldas nombrarlo, pero JiMin no prestó atención, deshaciendo en llanto y aferrándose al cuerpo sin vida de su amor.
—JiMin, qué-
Bastaron unos segundos para que JiMin girara a ver de quién se trataba y ahí vio a su esposo HoSeok, congelado y con los ojos abiertos y fijos en YoonGi.
—HoSeok, llama a alguien —dijo el príncipe con urgencia, pero HoSeok simplemente se dejó caer de rodillas a su lado—. HoSeok, haz algo. —Sollozó.
Pronto llegó NamJoon, acompañado de sus guardias. Al ver la escena, NamJoon exhaló y se pasó las manos por el rostro, claramente afectado, y se agachó hasta queda de cuchillas, con el rostro tapado. La única persona que hacía ruido era JiMin, que lloraba con dolor.
HoSeok, con pesar, tuvo que cerrarle los ojos a YoonGi.
—No, ¿qué haces? —balbuceó JiMin.
El alfa se arrastró un poco hasta quedar más cerca de su esposo para tomarlo de los hombros.
—JiMin, suéltalo —dijo con voz ahogada.
—No... no, busquen un médico.
HoSeok apretó los labios.
—JiMin, suéltalo —insistió con suavidad, jalándolo un poco.
JiMin lo empujó casi sin fuerzas, repitiéndose en la mente que aún podía salvarse porque era YoonGi y había presenciado tantas veces como se libraba de apuros, como casi nunca estaba herido o si lo estaba se recuperaba con rapidez. Era YoonGi, Dioses, era YoonGi.
—¡No! Busca un médico, ahora, no podemos dejarlo así.
HoSeok le tomó el rostro y JiMin, con la respiración inestable, lo enfocó, sollozando.
—JiMin, ya no está. —Lo vio negar—. Se ha ido...
JiMin cayó en cuenta entonces y solo entonces que el amor de su vida estaba muerto y ya no había retorno. Su rostro se deformó como nunca antes al impactar de lleno con la realidad, desatando un llanto intenso en el que su alma se consumió como el fuego consume a la madera. Era una sensación indescriptible, la más dolorosa de todas, y quería ahogarlo en un abismo de desdicha y lágrimas.
Fue abrazado por su esposo, quien miró a los guardias de NamJoon y les hizo una seña para que se llevaran el cuerpo de YoonGi, pues ninguno de los presentes se sentía dispuesto a seguir observando a esa persona tan querida sin vida. JiMin lloró contra el pecho de HoSeok y él lo abrazó más, cerrando los ojos.
El duque Jung se preguntó cómo había pasado aquello y quería preguntarlo con todo su ser, pero sabía que no era momento. No cuando su esposo estaba destrozándose en mil pedazos.
Aquella muerte era otra muestra de que la vida podía irse en un parpadeo y los Dioses no tenían compasión ni interés por remediarlo.
TaeHyung y EunWoo se hallaban sentados el uno frente al otro en total silencio, ambos con miradas desafiantes y rostros serios dentro de la carpa del rey. TaeHyung tamborileaba sus dedos contra uno de los reposabrazos de su silla.
—Como nuevo rey de Seúl y Busan, le daré mi completo apoyo y ayuda —dijo EunWoo, rompiendo en silencio que los rodeaba—. Solo si se da por vencido con su idea de tomar los reinos.
—¿Cómo aseguro que sus reinos no intentarán robar mis tierras? —expuso TaeHyung.
—Le podría entregar el último miembro vivo de los Jeon en sagrado matrimonio, pero ya se me ha adelantado.
TaeHyung achicó los ojos, cruzándose de brazos.
—No queda ningún Jeon con vida —dijo TaeHyung, sin tomar en cuenta a JungHyuk, y un puyazo apareció en su pecho con el solo recuerdo de su JungKook.
—Majestad-
—Mi esposo era el único linaje Jeon que quedaba y su reino le ha quitado la vida —interrumpió con tono molesto, tocando su anillo de bodas. No quería pronunciarlo, no quería siquiera volver a pensar al respecto.
—Creo que hablamos de dos Jeon JungKook diferentes, si me permite decir.
TaeHyung se levantó bruscamente, con postura amenazante.
—No se burle de mí.
EunWoo, en cambio, no se levantó ni se inmutó.
—Majestad, debe saber que JungKook-
Mas la conversación se cortó cuando un guardia osó interrumpir indiscretamente con aquella importante reunión. TaeHyung se giró hacia el guardia con enfado.
—¿Cómo puedes interrumpir de esa manera tan grotesca? —bramó y regañó.
El guardia hizo una reverencia rápida.
—Su Majestad, hubo un enfrentamiento.
TaeHyung frunció el ceño.
—Es el general YoonGi, Majestad.
El rostro del rey se desfiguró y, olvidándose totalmente de la presencia del presunto nuevo rey de Seúl y Busan, salió de la carpa dando zancadas.
—¿Dónde está-?
Se cortó a sí mismo cuando, tras salir de su carpa, visualizó a su hermano llorando a lágrima viva junto a HoSeok, ambos de pie y siendo el soporte ajeno. TaeHyung sudó frio, preocupándose en demasías porque su hermano estaba llorando sin alivio y aquello jamás ocurría.
—¿Qué es esto? —susurró—. ¿Dónde está YoonGi? —preguntó hacia el guardia—. ¿Está bien?
La impaciencia comenzaba a consumirlo de a poco, especialmente cuando el guardia lo guio a una carpa e hizo una reverencia antes de abrirla para él. Era tan extrañamente misterioso que su corazón palpitó rápido antes de decidirse por entrar a pesar de los nervios.
Y, oh, Dioses.
Su pecho se destrozó mucho más cuando vio a NamJoon, sentado con las manos en la frente y los ojos cerrados junto a una camilla, donde YoonGi estaba recostado, inmóvil y pálido como la nieve.
Dio un paso pequeño.
—¿NamJoon?
El alfa nombrado lo miró sin decir palabra, pero su mirada afligida lo fue todo para TaeHyung.
Dio pasos rápido y se detuvo junto a YoonGi, colocándole las manos en le pecho. Ahogó un grito cuando no sintió movimiento, porque YoonGi, su casi hermano y compañero desde la infancia, no respiraba.
Se encorvó como reflejo y pegó su frente en el hombro de YoonGi, dejando ir un sollozo consternado y doloroso. ¿Cómo era posible? ¿Cómo pudo pasar? Él estaba en su carpa y no escuchó nada...
Dioses, ¿por cuánto más iban a hacerle pasar?
NamJoon le colocó una mano en el hombro, pero aun así no podía creerlo, no podía ser.
¿Por qué en tan poco tiempo había perdido tanto? El amor de su vida, su primer hijo y ahora su mejor amigo, su compañero fiel.
Todo por su ambición.
Todo por su venganza.
Todo por querer algo que no le correspondía.
Todo porque amó a alguien.
—YoonGi. —Lloró sin contenerse y se quedó ahí, lamentándose por todo lo que pudo evitar y todas las decisiones que tomó.
¿Cómo cargaría con tanto peso sobre sus hombros? ¿Cómo cargaría con la culpa y la responsabilidad?
Su amigo pagó por los pecados que él cometió, ese mismo que tantas veces intentó intervenir para ayudarle y hacerle ver las cosas con claridad.
Jamás iba a perdonarse.
Nota:
FELIZ SÁBADO TAEKOOK
Cuénteme, ¿cómo se sienten con este cap?
YOONGI 😭😭
POR OTRO LADO, SCAR YA ESTÁ APRESADOOOOO AAAAAAAH. No se preocupen, le estamos preparando una muy merecida muerte a ese iwesumadre.
PD: ¡Ya tengo teléfono de nuevo! Ya estoy de vuelta en Instagram y, hasta que consiga otra línea telefónica (que no aparenta ser muy pronto), no podré ver el grupo de WS hasta nuevo aviso, así que creé uno en Telegram por si alguna personita está interesada. Comenta aquí si quieres unirse y te pasaré el link.
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