Epílogo
El frío de invierno impactaba contra sus mejillas rojas y su cuerpo era acobijado por abrigos gruesos de piel de animal. Las huellas de las botas del rey consorte marcaban la nieve alta del jardín con cada paso que daba, siendo testigo de aquella nevada ligera y tan lenta que el mundo parecía haberse congelado.
Caminaba solo, pero la presencia de sus dos seres amados lo seguían a unos pasos de distancia.
JungKook estaba triste, más de lo usual.
Se detuvo frente al gran árbol de roble del jardín con un ramo de tulipanes blancos entre sus manos desnudas. Suspiró pesadamente cuando vio aquellos tres montículos de piedra cubiertos de nieve, emanando un vaho helado que bloqueó su visión durante unos segundos.
JungKook apretó el ramo en sus manos y se agachó con lentitud. Exhaló al momento de repartir cada una de las flores en partes iguales frente a cada una de las tumbas.
Vació. Ese era el sentimiento que había tenido en ese momento. Sus hombros caídos y rostro aletargado eran la prueba de ello.
Acarició las piedras, apartándoles algo de nieve. Cerró los ojos y puso toda su energía en rezarle a los Dioses por las almas de sus tres hijos perdidos. Para cuando volvió a abrirlos, inhaló. Quizá con más brusquedad de la deseada, porque sus fosas nasales ardieron por el clima seco y gélido.
Poco después se puso de pie, sin despegar la mirada de las piedras. Quiso irse, pero sus pies quedaron anclados en su lugar, su cuerpo no colaboró en lo más mínimo.
Fue entonces que sintió una mano en la suya. Una mano que reconoció al instante. Cerró los ojos y la apretó con la propia. Era suave y reconfortante.
Aspiró el aroma que tanto amaba y volteó a verle. Ahí estaba la luz de su vida, portador de esos grandes ojos violetas con atisbos azulados y el cabello enrulado color caramelo, mirándolo. Su altura era incluso más alta que la propia, pero no tan alta como su esposo. HyoIn era hermoso, perfecto para sus ojos, el omega más precioso.
Sonrió con suavidad y acunó la mejilla de su hijo con cariño, consiguiendo que HyoIn le sonriera igual. Al segundo, sintió la mano cálida de su esposo sobarle la cabeza y sus ojos cayeron en él. TaeHyung, con esa misma mirada amada con la que tenía el privilegio de ser mirado, volvió a acariciarlo y dejó un beso en su frente.
Los miró a ambos, a su familia. De solo hacerlo su pecho se contrajo en sentimentalismo al sentirse apoyado con su esposo e hijo a ambos lados de su cuerpo.
—Sus almas están felices con el abuelo, ¿no crees, papá? —dijo HyoIn.
El rostro de JungKook se arrugó al instante y asintió con premura, intentando soportar el golpe emocional que esas palabras causaron en todo su ser. Pero fue en vano, porque acabó sollozando frente a ellos. Intentó tapar su rostro porque siquiera pudo controlarlo. Simplemente explotó.
La mano de su hijo fue a parar a su espalda y escuchó la voz tocada de su esposo decirle:
—¿Mi JungKook?
—Lo siento. —Sollozó, no consiguiendo frenar su llanto.
Ni el beso que TaeHyung dejó sobre su cabeza y el abrazo de su hijo pudieron ayudar a que se calmara. JungKook recostó la cabeza en la de su hijo, llenando sus pulmones con su aroma a lavandas sin contemplaciones. Luego, TaeHyung los cubrió a los dos con sus brazos y dejó que el olor a pistacho y vino que le pertenecía los cobijara.
JungKook los abrazó, sintiéndose en su lugar seguro. Un lugar donde podía ser él, dejar salir su más profundo sentir sin temor a ser juzgado o criticado. No le gustaba hacer eso, no lo había hecho desde hace muchos años, tampoco había llorado de esa forma, pero el dolor se iba acumulando poco a poco y en cualquier momento pasaría algo así. Era un circulo vicioso, un ciclo constante, porque cuando descargaba todo su dolor en un llanto único, volvía a comenzar la cuenta regresiva el día siguiente hasta que ya fuera demasiado de nuevo.
HyoIn miró a su padre alfa y éste lo hizo de vuelta. El joven omega arqueó las cejas cuando identificó la tristeza en su rostro. Acarició el brazo de TaeHyung, ganándose una sonrisa suave de su parte. Sus padres eran fuertes, de hecho, esta era una de las pocas veces que los veía así, tan pocas que no sobrepasaban los dedos de su mano. Sabía que los sucesos ocurrieron cuando era muy pequeño, pero él no recordaba nada, aun así, podía sentir lo que sus padres sentían. Angustia, dolor, pesar y arrepentimiento.
Los abortos eran un tema que apenas se tocaba en sus conversaciones. Incluso así, era un tema que siempre estaba presente en el día a día.
Había momentos tranquilos donde el sol llenaba sus días de regocijo y a veces eran días grises y lluviosos. No podía saberse hasta que pasaba. Pero HyoIn sabía bien que él era el soporte principal de ambos, embonaba sus vidas.
Sabía de sus hermanos perdidos desde que decidieron compartírselo hace unos años, cuanto apenas tenía quince, y ahora, con casi dieciocho años, había podido conocer muchas cosas más sobre sus padres, del pasado y de sus vidas. No conocía los detalles de unas cuantas cosas porque eran duras, pero sí conocía al pie de la letra las épocas del cortejo de sus padres, cómo y bajo qué circunstancias se conocieron. Pero, sin duda, lo que más transformó la relación fue contarle algo tan duro como lo fueron esas pérdidas. Esa revelación había derivado en que su papá omega se mostrara más como era realmente. HyoIn apreciaba demasiado esa confianza.
Fue a raíz de ese suceso que ahora los acompañaba cada año a dejar flores en las tumbas de sus hermanos no nacidos, como un ritual de conmemoración del que JungKook no podía desprenderse.
—Vamos al palacio y comamos tarta y uvas, ¿te parece, papá? —propuso HyoIn, en un intento por animarlo—. Juntos, los tres.
JungKook le sonrió con suavidad. Poco a poco lograba menguar sus lágrimas.
—Lo dejamos para después, ¿sí? —respondió JungKook con voz aterciopelada, intentando que ésta no se quebrara.
HyoIn se decepcionó por haber fallado, pero aun así asintió con una sonrisa de labios cerrados.
—Yo te acompañaré —dijo TaeHyung, sonriéndole con amor a su hijo antes de acariciar sus rulos caramelo.
JungKook se secó las lágrimas de los ojos.
—Entremos... —dijo en voz baja, porque ya sentía el frío calar en su piel.
A los minutos ya estuvieron dentro del castillo, siendo rodeados por un aura triste. JungKook acabó despidiéndose de ambos deseándoles buenas noches y subió escalera arriba hacia la torre de las habitaciones reales para aislarse de todo y de todos. En cambio, TaeHyung y HyoIn compartieron la cena, intentando aliviar un poco el ambiente lúgubre con alguna charla amena, pero no sirvió demasiado porque la tercera pieza de su rompecabezas familiar no estaba con ellos. Cuando sus platos de vaciaron y la cena concluyó, TaeHyung se despidió de su adorado hijo con un beso en la cabeza y, tras unas cuantas palabras amorosas, emprendió camino hacia donde estaba su esposo.
La imagen de su omega sentado en la mecedora junto a la ventana fue desoladora. JungKook se había acostumbrado tanto al dulce vaivén que no quiso desecharla cuando HyoIn creció, así que pidió que se la trajeran a la habitación que ambos compartían cada noche.
El corazón de TaeHyung se arrugó y el sentimentalismo lo agobió. La escena era tan familiar y frecuente que dolía. De solo verlo sentía culpa, demasiada culpa porque todos sus esfuerzos de años no daban frutos. Estaba en un punto donde suplicaba por poderes sobrehumanos para sanar el dolor de su amado.
Había sido ya tantos años donde siempre se topaba con un JungKook perdido en pensamientos. El brillo que lo movía hace tantos años, en la juventud, se había perdido en el recuerdo. Ese omega feliz, sonriente, vivaz, ya no estaba. Ahora se convertía en una dicha y un logro verlo iluminado por pequeños momentos que normalmente se daban cuando estaban los tres juntos y veía como algo inalcanzable e irreal verlo resplandecer un día entero.
Y no era que JungKook siempre estuviera con el semblante triste, lamentándose, llorando o sintiéndose mal como en ese momento, pero su rostro acostumbraba ya no mostrar mucha emoción, ni de tristeza ni de alegría. Ese era ahora su estado natural.
—¿Mi JungKook? —dijo TaeHyung, ingresando unos pasos.
JungKook encogió sus hombros y bajó la mirada al escuchar su voz.
TaeHyung se acercó con las cejas arqueadas y una sensación desgarradora en el pecho.
—Lo siento, no quería mostrarme así frente a HyoIn... —murmuró JungKook.
TaeHyung le tomó la mano.
—Nuestro hijo ya es un adulto, no hay necesidad de esconder tu dolor...
JungKook entristeció la expresión.
—Ya es un adulto... —repitió el omega, con una sonrisa triste.
TaeHyung asintió con la misma expresión nostálgica porque, Dioses, cómo deseaban volver a ver a ese pequeño bebé crecer de nuevo. Suspiró, notando como JungKook seguía perdido en la nada. Con dolor en todo su ser, se arrodilló frente a él y le sostuvo las manos, dándoles una caricia y un apretón, con las cejas arqueadas y la garganta cerrada.
Dejó un beso en el dorso.
—Perdóname, vida mía —se lamentó, con los ojos cristalizados—. No he podido traerte felicidad. Lo siento tanto, te he fallado en tantas maneras...
JungKook, con las cejas arqueadas, le acarició le cabello, viendo como su esposo apoyaba la frente en sus manos. Pronto, sintió humedad en ellas.
—No debiste quedarte, no debiste...
Los ojos de JungKook se aguaron una vez más, por la voz rota de su esposo y por las emociones que le transmitían sin querer a través de la marca: tristeza y fracaso.
Tomó las mejillas canelas de su alfa para que este lo mirara.
—No te culpes, ya deja de culparte —pidió JungKook—. Yo tomé la decisión de quedarme y han sido años maravillosos —aseguró, sonriéndole un poco—. Casi veinte años ya.
TaeHyung lo miró con ojos llorosos.
—Me has traído una paz que jamás pude concebir. Me has traído sonrisas y alegrías. Tú y HyoIn me han hecho dichoso. —Una lágrima resbaló por sus mejillas al ver el rostro de su esposo tan rojo y secó las pequeñas lágrimas que derramó su amor—. No puedo olvidar el pasado y lo perdido, es imposible... Quizá ya no soy aquel joven, pero he encontrado mi propia felicidad. —Inhaló, intentando sonreírle—. He aprendido que soy la consecuencia de mis acciones, de mi terquedad y mi obsesiva necesidad de compañía —Sorbió su nariz—. Así que no te culpes, amor mío, porque de lo único que te considero culpable es de mi fortuna ya que, sin ti, no tendría a mi amado príncipe y no tendría un hogar donde sentirme a salvo.
—Vida mía... —murmuró gangosamente TaeHyung, no pudiendo decir nada más porque, si lo hacía, no podría controlar el llanto.
JungKook le acarició la mejilla con amor, palpando el tenue despojo de su barba. Veía los ojos de su alfa, que tenían ligeras arrugas a los lados. Tenía los rasgos más maduros, pero igual o quizá más atractivo que en su juventud.
—Te amo y eso no cambiará ni cuando nuestras vidas lleguen a su fin y nos reencontremos en la siguiente.
TaeHyung exhaló, con el corazón atendido y cálido y le dijo:
—No me alcanzan las palabras para decirte lo afortunado que me siento al saber que me escogiste como esposo.
JungKook sonrió y le dio un beso en la frente.
—Te escogería una y mil veces como mi esposo —aseguró, dándole un pequeño beso pegajoso en los labios—. Nunca lo pongas en duda.
TaeHyung, conmovido y agotado, recostó su cabeza sobre los muslos de su esposo, sentado en el suelo y abrazándole las pantorrillas con las manos. JungKook le acarició el cabello durante unos cándidos momentos.
Después se las ingenió para que ambos estuvieran de pie y, acariciándole la mano, le dijo:
—Ven, amor mío.
TaeHyung fue sin chistar y se dejó llevar por la suave mano de su esposo hasta su cama, con el objetivo de dormir abrazados, aferrándose el uno a otro durante toda la noche entre caricias y consuelos.
HyoIn, que había estado observando por una pequeña abertura de la puerta, apretó los labios. No recordaba cuándo había visto a su padre omega completamente feliz. Siempre lo veía rodeado de un aire melancólico que JungKook pensaba que ocultaba con éxito, pero HyoIn lo notaba. Siempre lo notaba.
El pasado perseguía a su padre y no podía borrarse. La lección era dura: a veces lo brillante no era suficiente para opacar la oscuridad de los traumas y los malos ratos.
Le daba mucha tristeza, pero le aliviaba el corazón que ambos se apoyaran y no fueran como otros padres que se alejaban cada vez más con sucesos tan fuertes.
Era la primera vez que los veía llorar a ambos y era tan chocante...
Tomó aire y les dio la merecida privacidad cerrando la puerta y yéndose a sus aposentos por el pasillo.
El ambiente era sombrío. Cualquiera diría que por algo sobrenatural. Había tal silencio que casi se podían escuchar las gotas de cera de las velas derritiéndose y fusionándose con la llama.
HyoIn estaba de pie en las catacumbas de los reyes caídos, con la espalda erguida y ropajes negros en su totalidad. Los mechones de sus cabellos rubios caramelo caían sobre sus ojos violetas con azul. Las manos le descansaban delante de su cuerpo, con la mirada en el ataúd frente a féretro hecho del mármol más hermoso que jamás había visto.
En sus manos portaba el anillo con forma de pantera que le pertenecía a su padre TaeHyung.
Su expresión mostraba el vacío que sentía y lo mucho que quería recuperar el brillo, con tan solo mirar a su padre, quien yacía en el féretro con una expresión serena. Aun conservaba sus mechones rubios como los que él poseía, pero a la vez tenía mechones blancos y grises que eran evidencia de su edad avanzada. TaeHyung vestía con las mejores ropas finas. Si su padre pudiera quejarse, lo hubiera hecho, pues HyoIn sabía que a su padre no le gustaba llevar tantas telas encima. También tenía las mejores joyas preciosas y su corona, brillante y dorada. Eran símbolos de la grandeza de su reinado.
Era difícil procesar que la noche anterior cenó junto a él, le dio un beso en la frente y se fue a dormir para no despertar. Nunca expresó algún dolor. HyoIn mentiría si dijera que estaba preparado porque su padre siempre le regalaba esas sonrisas hermosas y llenas de afecto. Fue terriblemente duro despertar y se recibido por el revuelo de los sirvientes en el castillo y la noticia de que su padre había fallecido en sueños.
Cuando lo vio en la recámara, acostado boca arriba, pudo asegurar que jamás había visto el rostro de su padre tan sereno, aliviado y casi alegre. Se aferraba a pensar que era así porque fue recibido por los brazos de su omega amado y ahora las almas de sus adorados padres se había reencontrado para toda la eternidad.
Ahora se despedía de él como se había despedido de su padre JungKook hacia unos años producto de una fuerte fiebre. Fue un funeral glorioso, mucho más que este. Personas de todos los reinos vinieron a despedirse del omega más poderoso de todos los reinos. Un omega que se había ganado el respeto por su propia mano, incluso de aquellos quienes jamás lo conocieron en vida.
Le rezaba a los Dioses para que les permitieran seguir juntos en la eternidad y les concedan tener una vida juntos de nuevo. Una mejor, más colorida y duradera.
Sin sus dos padres que eran sus pilares, se enfrentaba a una nueva realidad desconocida.
Sintió el tacto de una mano en su hombro y miró. Vio a ese alfa de cabello oscuro, alto y un poco más joven que él, a quien conocía desde su infancia. EunSeo lo veía dándole apoyo y él cubrió la mano ajena con la propia, aceptando el tacto. Un tacto íntimo que solo ellos dos podía compartir por la naturaleza tan especial de su relación.
EunSeo se inclinó a su oído para susurrarle:
—Ya es hora.
La mirada de HyoIn se desvió a sus cuatro primos hijos de su tío SeokJin, quien también estaba ahí, luciendo más maduro ya en la entrada de los cincuenta. Era abrazado por los hombros por un alfa. Su segundo esposo.
Su tío NamJoon, sin embargo, había fallecido cuando él tenía catorce años por un accidente en caballo.
HyoIn asintió a las palabras del alfa y, decidido, soltó lentamente la mano de EunSeo para dar un paso al frente. Inmediatamente captó la atención de todos los presentes.
—Largo —ordenó HyoIn con autoridad, mirando a cada uno con el mismo fuego en los ojos de su padre alfa.
Las personas lo miraron con algo de desconcierto.
—Todos —aclaró el príncipe.
Lo obedecieron lentamente por respeto al difunto gran monarca, con las cabezas gachas como signo de sumisión ante la corona. HyoIn sintió un roce en su espalda, nuevamente EunSeo llamó su atención, esta vez para darle una mirada de fuerza y soporte antes de irse junto a su padre EunWoo al exterior, quien ya poseía canas en el cabello y le dedicaba también una mirada de sustento.
HyoIn volvió a enderezarse y clavó sus ojos en su prima YoonSoo y su tío JiMin.
—Ustedes no —indicó el príncipe.
Ellos lo observaron serios. JiMin, como siempre, con una expresión inquebrantable, con las facciones marcadas. YoonSoo tenía la misma expresión, pero sus rasgos eran más alargados y tenía los ojos negros.
Una verdadera Kim.
Pero HyoIn lo era más. No solo un Kim, sino también un Jeon.
Cuando finalmente todos desalojaron las catacumbas, HyoIn hizo una reverencia elegante como era él. Había sacado la gracilidad de su padre omega y a su vez la fortaleza de su padre alfa.
—Altezas.
JiMin respondió con solo una reverencia, mientras que YoonSoo siquiera hizo eso. HyoIn estiró una línea disconforme en sus labios por la falta de respeto.
—Discúlpenme si consideran que nos he reunido en un lugar un poco peculiar, no encontraba otra manera.
—Pudo ser al terminar los rezos, HyoIn... —dijo JiMin, desviando la mirada al féretro de su hermano.
—No debo atrasar lo que puedo hacer en el presente —respondió HyoIn—. Alteza, confío en usted, pero no en mi prima.
La alfa mencionada se mostró petulante, alzando la barbilla y una ceja. HyoIn mantuvo la compostura a pesar que detestaba su forma de ser.
—Sé lo que tratas de hacer —le habló a YoonSoo—. Este es el único lugar seguro donde sé que no me harás ningún daño.
—HyoIn, ¿cómo dices eso? —espetó JiMin, ofendido.
HyoIn viró los ojos.
—Con todo respeto, tío, ustedes han planificado este momento desde hace años.
JiMin negó, con la misma expresión ofendida.
—¿Cómo podría planificar la muerte de mi propio hermano? ¿Cómo te atreves a blasfemar de esa manera?
Para ese entonces, HyoIn ya tenía la mandíbula tensa, proyectando seguridad como se lo enseñaron y exhibiendo la ventaja imponente de la altura superior a las dos contrarias.
—Sabe que no es eso a lo que me refiero, querido tío —acotó el omega rubio, con lentitud—. Quizá no planificó la muerte de mi amado padre, pero sí este momento en particular.
YoonSoo tenía una expresión de picardía en el rostro que delataba sus intenciones por completo.
HyoIn chasqueó la lengua.
—No finjan —habló HyoIn, con los ojos en YoonSoo—. Tanto ustedes como yo conocemos la ruta que ha marcado el destino para nosotros. Yo sé que, al salir de las catacumbas, tienes planeado encarcelarme y quitarme lo que a mí me corresponde por derecho legítimo. Ustedes quizá me acusen de no tener respeto ante mi fallecido padre, pero no es más que una muestra de lo hipócritas que pueden llegar a ser.
JiMin suspiró, cansado de todo.
—Hay que admitir, HyoIn, que JungKook te dejó muchas ideas absurdas en tu cabeza.
El joven príncipe siquiera se inmutó.
—Mi padre JungKook me preparó para reclamar el derecho que se me piensa arrebatar, ¿o no, YoonSoo?
La alfa estiró una sonrisa ladina antes de decir, con aires de superioridad:
—Tu derecho no es más legítimo que el mío.
HyoIn ladeó la cabeza, alzando las cejas en incredulidad y fastidio.
—Yo fui elegida por los mismos Dioses y bautizada como heredera por los monjes del Templo de los Dioses, es mi derecho como princesa reclamar lo que desde mi nacimiento fue decretado.
—¿De verdad? —alargó HyoIn—. ¿Cómo planeas quedarte con un trono que ya está ocupado por mí? —Dio unos pasos—. ¿Ordenarás a tus sabuesos por mi ejecución? Créeme que estoy listo para eso. —susurró, hablándole informalmente.
JiMin no dijo palabra. En cambio, YoonSoo no pudo morderse la lengua y espetó denigrantemente un:
—Los omegas no tiene derecho alguno al trono, así será siempre y nadie jamás permitiría que seas un regente.
HyoIn avanzó un poco más, exhalando una risa.
—¿Crees que voy a dejar de lado todo por lo que he luchado... por alguien como tú?
YoonSoo rodó los ojos.
—Eres un omega, acepta tu realidad.
—¿Crees que no sé que, al salir por esa puerta hay cientos de hombres dispuesto a asesinarme? Todos dispuestos a seguir tus órdenes y tus ganas de merecer algo que no te pertenece.
YoonSoo se cruzó de brazos, con un rostro molesto. HyoIn estiró poco a poco una sonrisa malévola y miró a su tío.
—Una vez mi padre me dijo que esperaba que los Dioses le dieran vida a usted para ver lo que le espera a su hija...
HyoIn pudo ver algo de miedo titubeante en las pupilas de su tío. Sonrió, la misma sonrisa de JungKook, pero más grande y geométricas y, lentamente, sacó una hoja escrita de su chaleco y se la extendió.
—Esta es una falsa, pero la original, con el sello de tu querido padre, descanse en paz, está a punto de ser leída por todas las instituciones del continente. Con la simple orden de mi voz, cada reino, ducado, marquesado, condado, vizcondado y templo estará leyendo la peor traición hacia el reino de Daegu.
JiMin, desconfiado y confundido, tomó la hoja doblada y la abrió. Frunció el ceño a medida que se dio cuenta que era una carta escrita por su esposo fallecido HoSeok —a quien perdió por neumonía mortal días después de haber sido empapado por una lluvia de comienzos de invierno— hacia su hermano TaeHyung, donde evidenciaba, sin atisbos de salvación, el origen de su hija y la existencia de YoonGi en su círculo cercano. Una carta que, a ojos privados, no era más que una conversación inocente entre amigos, pero a ojos públicos...
—Mi esposo no pudo haber escrito esto...
—Que desafortunado —expresó HyoIn, apretando los labios.
Veía atentamente la discordia en el rostro de JiMin y la tensión en los músculos de YoonSoo que también leía el papel. Ante su contrariedad, HyoIn sonrió de lado, recordando las palabras que sabía que su padre le había dicho a JiMin en su momento...
«Si no dispongo de pruebas, las crearé».
—Mi más humilde recomendación es desistan a reclamar el trono y nadie sabrá de la existencia como bastarda de mi prima, y no creo que les cueste creérselo porque sus ojos negros son suficiente prueba —dijo HyoIn, totalmente serio—. No se meterán con mi reinado, no reclamarán poder, no conspirarán en mi contra ni tampoco berrearán contra mis reglas. No volverán a aparecer frente a mis ojos a menos que sea mi deseo —continuó, con los ojos oscurecidos y la voz profunda—. O, de lo contrario, me olvidaré de que llevan mi sangre y me veré obligado a destruir sus vidas pedazo por pedazo.
—Padre...
JiMin hizo una seña para que no hablara, con el ceño fruncido y el rostro amargo.
—Así será, entonces... —respondió JiMin.
Su hermano ya no estaba, tampoco YoonGi ni HoSeok. Ya no tenía por qué seguir en ese palacio. JiMin sentía que su misión de vida había terminado y esas ansias por poder con las que fue entrenado por tanto tiempo ya habían perdido el efecto. Ninguna de las personas que amaba seguía en el mundo terrenal a excepción de su hija, así que estaba dispuesto a irse y no volver.
Lo único que le importaba era YoonSoo. Y, por mucho que machacara su orgullo, no dejaría que la vida de su preciada hija se le escapara de las manos por un trono y una corona que alguna vez le perteneció a su padre. No hacía falta, no lo necesitaban. No perdería a su hija, que era su todo, por el poder y la ambición que JungKook inculcó en su hijo.
Inhaló, doblando la carta, y se la extendió a su sobrino, quien la tomó con lentitud y curiosidad por lo que diría a continuación.
—Yo te aseguro el camino libre y tú nos aseguras nuestros títulos, propiedades y derechos —acordó JiMin.
—Padre-
—Calla, YoonSoo.
HyoIn asintió con parsimonia, aceptando el acuerdo.
—Bien. —Suspiró JiMin, quien le caminó erguido por un lado.
HyoIn se giró a mirarlo.
JiMin se había quedado de pie frente al féretro abierto, viendo a su hermano menor como si quisiera decirle algo. Acarició el rostro de TaeHyung con tanta delicadeza que HyoIn se sorprendió porque nunca vio ese tipo de afecto entre ambos. Nunca.
El príncipe Kim JiMin cerró los ojos para espantar la cruda tristeza y la añoranza porque esa sería la última vez que vería a su hermano en el mundo terrenal. Luego, caminó sin titubear hacia la salida y, antes de cruzar por el umbral, se giró hacia su hija.
—YoonSoo —llamó él, alzando una mano para que su hija viniera.
La alfa dirigió sus ojos negros hacia HyoIn por última vez e hizo una reverencia, intentando ocultar su expresión molesta.
—Majestad —masculló ella, pero no dudó al momento de ir con su padre.
JiMin tomó la mano de su hija y ambos se retiraron sin mirar atrás. HyoIn pudo ver y escuchar cómo, al salir, JiMin ordenaba un "vámonos" hacia los guardias que estaban a su mando. Los guardias que iban a apresarlo obedecieron sin chistar ni preguntar.
Y EunSeo, que estaba esperando en la salida en caso de que algo saliera mal, listo para dar la orden a los hombres de su padre y suyo, se asomó tras ver al príncipe JiMin y a la princesa YoonSoo llevarse a todos los combatientes. Entró poco después, viendo que HyoIn tenía la mirada perdida en algún punto de la habitación.
Se detuvo frente a sus ojos violetas y le levantó la barbilla con dos dedos.
—Hey —llamó y consiguió la mirada del omega. Sonrió satisfecho—. ¿Todo hecho?
HyoIn asintió con una sonrisa algo falsa, pues lo que menos tenía en su pecho era felicidad. El día era triste y lo que tuvo que hacer tampoco fue algo bonito.
EunSeo le frotó los brazos con las manos para reconfortarlo.
—¿Nos vamos?
HyoIn no contestó de inmediato, en cambio, caminó hacia su padre con tristeza. Su padre, lo único que le quedaba de su infancia feliz... Sus dos amados padres...
EunSeo lo abrazó por detrás poco después, y le dio un beso suave detrás de la oreja. HyoIn inhaló profundo tratando de estirar una pequeña sonrisa y, juntos, se dieron la vuelta para finalmente irse con sus manos rozando.
Cuando no hubo techo que cubriera el manto nocturno de la noche sobre su cabeza, los ojos de HyoIn resplandecieron al ver hacia el cielo. Las estrellas brillaban como nunca antes, su familia, sus padres, sus hermanos y su abuelo. Cuidaban de él en forma de estrellas chispeantes como solía pensar su padre omega. Todos ellos velaban por su legado y bienestar. Él era el único legado de sus padres e iba a defenderlo a cada y espada si era necesario, y lo sería. Estaba listo para comenzar su nuevo camino como monarca de Daegu y transitar el destino que sus padres pavimentaron para él. Haría un futuro próspero y rico, caracterizado por el amor que definía a sus dos adorados progenitores.
Un amor tan profundo que atravesaba todo tipo de barreras, incluso la vida. Un amor tan sincero y sublime que trascendía más allá del tiempo.
—El rey HyoIn fue considerado como uno de los mejores reyes de la historia después de su padre y su abuelo porque, a pesar de su casta, logró las más grandes proezas y dio paso a avances importantes en la historia moderna de Corea. Contrajo nupcias con Cha EunSeo tras cumplir más allá de los treinta y, a su lado, unificaron cada uno de los reinos en uno solo a través de la paz y la prosperidad.
JungKook terminó de leer el epígrafe junto a un cuadro del rey Kim HyoIn con sus padres en una de las paredes de aquel gran castillo medieval. Las ruinas del palacio de Daegu ahora eran un museo ubicado en el estado que fue llamado por el mismo nombre como homenaje al pasado.
—No recuerdo haber estudiado esto cuando tuve clases de historia en secundaria —comentó TaeHyung—. ¿Gracias a él tenemos todo un país?
—Gracias a su padre, querrás decir —dijo JungKook, mirando a su esposo.
El alfa levantó una ceja, mirando a su omega a su misma altura.
—Su padre no lo hizo —acotó el alfa de cabello negro y ojos color miel.
JungKook lo miró, ofendido.
—Su padre omega tenía la ideología, él fue la mente maestra detrás de todo, ¿y le quitas el mérito? Alfa tenías que ser.
—Ay, no empiecen, estamos en un lugar público —se quejó JunSang, virando los ojos de vuelta a la pantalla de su celular.
JungKook frunció el ceño.
—Kim JunSang, respeta a tus padres.
El alfa adolescente de cabellos oscuros y lacios no le prestó atención a su padre omega, llevándolo a arrebatarle el celular de las manos.
—Deja eso, estamos en medio de un viaje familiar.
JunSang apretó los labios con fastidio y se cruzó de brazos.
—Un viaje familiar al que nadie quería venir.
JungKook puso las manos en sus caderas, con el ceño fruncido.
—Deja de ser un irritante de mierda conmigo —regañó entonces.
TaeHyung miró a su alrededor. Varios turistas veían a su familia de reojo. Suspiró, ya estando ciertamente acostumbrado.
—JungKook...
Pero su esposo optó por pagarla con él también.
—Educa a tu hijo, Kim TaeHyung.
El alfa se quedó quieto entonces, prefería no avivar el fuego o él saldría perdiendo.
—Si te parezco tan irritante, ¿por qué no viniste solo con papá? Una luna de miel es lo que te hace falta —espetó JunSang, arrebatándole el teléfono móvil de las manos de su padre.
A JungKook le tembló el ojo.
—¡JunSang!
Pero para ese momento su hijo se estaba yendo de ahí. JungKook miró a su esposo, ultrajado.
—¿Ves cómo es? Tu no me defiendes.
TaeHyung exhaló y, queriendo calmar a su esposo, dijo:
—Es un adolescente, es normal. —Vio a su esposo virar los ojos y mover su pierna con ansiedad, por lo que se acercó a su oído para susurrarle con voz amorosa—. No dejes que nadie amargue nuestro momento, ¿sí?
JungKook se aguó al instante a pesar que intentó hacerse el duro. Ya calmado, fue empujado con ligereza por la mano de su alfa en su espalda para que continuaran con el recorrido.
La siguiente estación del lugar fue un libro abierto que exponía los gustos y disgustos de sus majestades Kim. JungKook se acomodó las gafas y comenzó a leer. Ni siquiera el paso de los años logró que se acostumbrara a usarlos, todavía achicaba los ojos como si eso fuera a ayudarle a ver mejor. Aun así, las lentillas no eran una opción para él porque siempre olvidaba quitárselas antes de dormir y luego amanecía con dolor. Así que, aunque le diera rabia que se ensuciaran a cada rato, prefería sus lentes con montura.
—¿Al rey consorte no le gustaban las fresas y a su esposo no le gustaban el chocolate y las galletas? —bufó JungKook—. La gente de antes tenía gustos de mierda.
—Por eso morían rápido —aportó TaeHyung.
JungKook asintió, totalmente de acuerdo.
—El rey de Daegu falleció a los cuarenta y dos y el rey Jeon un año antes a sus cuarenta...
TaeHyung se acercó a leer, tomándole la cintura en el proceso.
—Casi nuestra edad.
JungKook hizo una mueca.
—¿Te imaginas lo jodida que era la medicina en ese entonces que una simple fiebre era capaz de matarte de la noche a la mañana? Se me erizan los pelos.
TaeHyung apretó los labios.
Continuaron caminando, detallando muchas cosas que pertenecían a los reyes y representaba a su relación. Joyas, cartas que el rey TaeHyung le enviaba al omega JungKook...
Sentían todo como algo desconocido, pero familiar de alguna forma.
No era un simple museo de historia sobre los distintos reinados, sino que era un homenaje a que, por muchos años, el romance era algo demasiado poco común entre los reyes, quienes se casaban por obligación, deber o compromiso. Sin embargo, los reyes TaeHyung y JungKook, fueron catalogados como uno de los romances históricos más fuertes. Se convirtieron en símbolos de que el amor no tenía límites, que podía cruzar infinitos obstáculos. Porque, a pesar que JungKook resultó siendo un príncipe, el rey TaeHyung lo amó por su esencia, sin interesarle la clase social, ropas humildes o carencia de joyas. El rey Kim movió tierra, cielo y mar para estar con su omega bajo esa mentalidad pura. El amor fue triunfador en la batalla y no sucumbió ante la facilidad de un título nobiliario. Fue movido netamente por un fuerte enamoramiento que se transformó en un amor inquebrantable.
TaeHyung y JungKook escucharon los murmullos de sus tres hijos pequeños, que caminaban detrás de ellos. Su hijo mayor seguramente estaba afuera con su maldito celular.
—¿Te imaginas una vida sin ellos? —susurró JungKook.
—No quiero ni pensarlo, no podría —respondió TaeHyung, con una mueca.
Sus cuatro hijos eran los que avivaban el amor de ambos todos los días. Influían otros mil factores, pero sus hijos eran partes esenciales de su día a día, puesto que les enseñaban cada vez el gran equipo que eran los dos como pareja y lo felices que eran cuando estaban los seis juntos. Lograban que sus almas conectadas con sus lobos se avivaran como la primavera misma.
TaeHyung miró hacia atrás, su hijo mayor llegaba de vuelta con el rostro fastidiado, pero junto a sus hermanos.
Pero JungKook se detuvo de golpe. TaeHyung, atento, volvió a mirar a su omega y se dio cuenta que sus ojos marrones estaban pegado en algo. Y al ver lo que era, enmudeció.
Frente a ambos se erguían dos féretros de mármol con los cuerpos de los reyes Kim tallados en la tapa. Los escultores habían logrado entrelazar ambos féretros por una superficie del mismo material, de una forma tan hermosa que era indescriptible. Había flores sanas y variadas por todos lados, llenando de vida el lugar con naturaleza y la grandiosa iluminación de los vitrales coloridos que aún seguían intactos. También pinturas de flores de numerosos artistas de distintas épocas.
JungKook, que llevaba en su mano libre un ramo que lavandas que compró en la tienda de afuera porque le nació y pensó que serían perfectas, observó todo con ojos grandes porque era simplemente majestuoso. Tomó aire como pudo y dejó las flores en las tumbas de ambos.
TaeHyung, quien se había acercado un poco más a los féretros, le llamó.
—Mi amor —dijo TaeHyung, mirando a su esposo con amor apenas éste lo miró—. Ven a ver esto.
JungKook se acercó a su lado y, al ver de cerca los féretros, el aire se le atascó y un nudo se formó en su garganta. Sus cejas se arquearon por si solas a causa del momento tan emotivo.
Sus rostros eran casi idénticos. Tanto que era abrumador. Porque todo lo que vieron en aquel sueño, ahora era tangible. Ya no había nada fantasioso en ello, era real. Completamente real.
Sus cejas se arquearon por si solas a causa del momento tan emotivo.
Con solo ver los féretros sentían una presión aplastando sus pechos. Sabían que eran sus lobos que, con la cabeza gacha, rememoraban los tristes recuerdos.
JungKook tuvo el impulso de rozar sus dedos por aquel mármol, pero apenas lo hizo, una electricidad aturdidora lo recorrió hasta el pecho. Dio un paso repentino hacia atrás, abrazando su mano contra su pecho.
—¿Fue correcto venir? —preguntó JungKook, mirando a su esposo con el rostro arrugado y los ojos brillantes.
—Fue la mejor elección... —respondió TaeHyung en un murmullo, con las cejas algo arqueadas y los ojos color miel fijos en la tumba del rey consorte.
No necesitaron decir el porqué. Por dentro sabía que la respuesta era que ambos necesitaban esto para comprender a sus lobos y esas sensaciones tan extrañas y asfixiantes. También necesitaban entender por qué sintieron aquella realización tan gloriosa, esa cúspide de felicidad cuando tuvieron a sus cuatro hijos. Ahora lo entendían todo y era... doloroso y liberador a la vez.
JungKook inhaló para espantar el mal sentir y se apegó a TaeHyung, quien lo abrazó de lado. El omega recostó la cabeza en el hombro de su alfa y se quedaron de esa forma por un buen rato, sosteniéndose mientras intentaban aclarar los sentimientos encontrados en sus pechos.
Y cuando comenzaron a lograrlo, los abrazó una sensación de calma inigualable, como si un peso se les hubiera levantado de los hombros.
—¿Crees que ellos también hayan soñado con nosotros? —preguntó JungKook por lo bajo, pues TaeHyung siempre había sido el más creyente de cosas así.
—Seguramente sí...
JungKook lo miró con ojos grandes.
—Seremos felices.
—Somos felices —agregó TaeHyung, con voz dulce.
JungKook asintió de inmediato y tragó.
—Seguiremos siéndolo, por nosotros... —Miró las tumbas—, y por ellos también.
TaeHyung besó su cien.
—Así será.
Antes que pudieran decir o pensar algo más, escucharon pasos pequeños y fuertes aproximándose a un costado. Su pequeña hija omega SunHye llegaba molesta hacia ellos.
—¿Por qué se tardan tanto? —bramó la niña, con voz chillona.
TaeHyung rio por el tremendo parecido que tenía con su esposo. El mismo carácter fuerte y autoritario de JungKook, pero versión niña pequeña. Incluso tenía sus mismos ojos y cabello.
Detrás de ella llegaba su hermano mellizo omega HyoIn, con esa sonrisa imborrable de siempre, cabello chocolate y aura tranquila, a diferencia de su hermana. Apenas llegó, dijo:
—Tengo hambre.
Y, justo detrás de él, ShinHye, la menor de los Kim, omega al igual que dos de sus hermanos, asentía a lo que decía HyoIn.
JungKook alzó una ceja y su mirada barrió directo hacia su hijo mayor.
—JunSang, ¿le dijiste a tu hermano que dijera eso?
—¿Yo? —alargó JunSang, ofendido.
JungKook emitió un sonido de sospecha y desplazó sus ojos de vuelta a su hijo HyoIn.
—¿Tu hermano mayor te pidió que dijeras eso, HyoIn?
—Sí.
JunSang viró los ojos ante la poca discreción de su hermano y JungKook sonrió de forma maquiavélica hacia él.
—No le puedes mentir a tu padre —aseguró, victorioso.
TaeHyung sonrió al ver a ShinHye acercarse a sus piernas y alzar los brazos. La cargó sin dudarlo y depositó un beso meloso en la tersa mejilla de su hija, quien siempre había tenido una fuerte afinidad con él. Era la única de sus cuatro hijos que era idéntica a él y no a su esposo.
JungKook la miró por igual. Esa pequeña niña llevaba su nombre en honor a su amado padre, quien seguía junto a él y lo amaba con locura. A pesar que no pudo estar toda la vida con él y fue un camino doloroso el encontrarlo, la presencia de su padre lo reconfortaba y lo había ayudado a seguir adelante todos los días.
Llenando sus pulmones de dicha, JungKook le dio una corta mirada las tumbas y después miró a su gran familia.
—¿Quieren hamburguesas? —les preguntó con una sonrisa radiante.
Pronto, chillones "sí" llegaron a sus oídos.
—¡YO QUIERO DOS! —gritó con fuerza SunHye, haciendo reír a sus padres e incluso a su hermano mayor por sus arrebatos.
—Yo quiero helado —pidió HyoIn con voz dulce y JungKook le acarició la mejilla.
SunHye no pudo aguantar más la espera y no lo pensó, tomando la mano de su hermano al tiempo que exclamaba un:
—¡Vámonos ya!
Acto seguido, se llevó a rastras a HyoIn hacia la salida.
TaeHyung y JungKook exhalaron sonrisas.
—A comer —dijo JungKook.
Aun así, no arrancaron de inmediato porque sus ojos se encontraron como imanes.
—Te amo infinitamente —exteriorizó TaeHyung.
—Yo te amo desde aquí a lo más desconocido del universo y de regreso, le doy la vuelta al mundo entero y aun así mi amor nunca se acabaría.
TaeHyung rio suavemente y, con las manos agarradas, salieron en conjunto con sus hijos.
Sus almas por fin habían cumplido sus propósitos y anhelos que quedaron pendientes. Sus corazones saltaban contentos, abriéndoles paso a un rumbo que solo desembocaría en la más pura de las felicidades, acompañados por la familia, los amigos y los increíbles recuerdos juntos.
JungKook miró atrás por unos segundos, con los ojos llenos de lágrimas que eran más de su lobo que de él mismo, y sonrió. Sonrió con nunca antes.
Porque ahora sin duda eran totalmente felices. No estaba solo y tenía una gran familia a quién amar y que lo amaba. Y TaeHyung había cumplido su misión de hacerlo feliz para siempre.
Ahora sus majestades TaeHyung y JungKook descansaban en paz después de miles de años de búsqueda.
Y el amor había vencido incluso al tiempo.
FIN.
Nota:
No puede ser, SE ACABÓ, NUESTRO HIJO CRECIÓ Y MADURÓ.
Nos vemos en los agradecimientos donde sí daré unas palabras 🥺
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