#1: No More Gods

Muy lejos de la Tierra, un inmenso reino celestial se alzaba como una muestra de poder y gloria. Con inmensos castillos y torres doradas, Asgard permanecía imponente e inmortal, como siempre lo estuvo.

Parado sobre el puente arcoíris Bifrost, se encontraba el poderoso dios Heimdall, quien con sus ojos todo podía ver y con sus oídos todo podía oír.

El dios blanco se encontraba con su espada en mano, preparado para cualquier incursión enemiga que pudiera caer repentinamente en las puertas de su amado reino. Y apretó con fuerza la empuñadura cuando un pequeño portal se abrió, dejando caer a dos figuras de este. Pero su sorpresa fue grande al ver que aquellos seres no estaban preparados para atacar. Por el contrario, parecían estar escapando de algo.

—Heimdall —habló una de las figuras, vestida con una inmensa túnica negra con capucha, y con dos alas de cuervo saliendo de su espalda.

—¿Azrael? —preguntó Heimdall mientras se aproximaba, notando la figura que yacía al lado del arcángel—. ¿Ares?

—Trate de detenerlo, te lo juro —aseguró el arcángel, mientras parecía hundirse en el suelo—. Yo y mis hermanos lo intentamos... Gabriel, Miguel, todos cayeron. Nuestro padre... cuando llegue para advertir a los olímpicos, ya era tarde.

—¿Quién les hizo esto? —preguntó Heimdall mientras se apoyaba en su rodilla.

—Mi hermano mayor —afirmó Azrael mientras su túnica iba perdiendo volumen—. El Primer Caído, se ha liberado.

—¿Hablas del llamado Lucifer? —preguntó Heimdall, pero la túnica vacía de Azrael termino de caer al suelo. Y sus alas de cuervo se despedazaron, regando las plumas en el viento.

En uno de los grandes salones de Asgard, varios dioses se encontraban en reunión junto a Ares. El dios de los helenos reposaba en una silla sin casco ni armadura, mientras su torso terminaba de ser vendado. Las puertas del lugar se abrieron para darle paso al último invitado, un hombre cuya apariencia se mantenía en el punto medio entre un dios y un mortal: Erick Masterson, también llamado Thunderstrike.

—Ahora la reunión puede empezar —aseguró Odín, regente máximo de Asgard—. Cuéntanos, Ares, ¿qué fue lo que ocurrió?

—Azrael llegó al Olimpo con sus alas desgarradas —aseguró Ares, con una voz más apagada de lo normal—. Tenía varias heridas, y su túnica llena de sangre. Nos contó que el Paraíso estaba bajo ataque, y que la mayoría de los ángeles ya habían muerto. Parece ser que Yahvé lo mandó a pedir ayuda poco antes de desaparecer.

—¿Hablas de que Yahvé murió? —preguntó Thunderstrike.

—No estoy seguro —dijo Ares, tomándose del puente de la nariz—. En ningún momento dijo que había muerto, sino que simplemente desapareció. Tal vez murió, tal vez simplemente escapó.

—¿Escapar? ¿Yahvé? No lo consideró posible —dijo Odín.

—Yo sí —afirmó Ares—. Ustedes no vieron lo que yo tuve que ver. Ese... demonio, se presentó en el Olimpo cargando la cabeza de Hades. Zeus fue el primero en atacar, y ese bastardo lo desmembró delante de mí. No le bastó con matarlo, sino que lo consumió.

—¿Consumió? —preguntó Valkiria.

—Absorbió su esencia, su poder, hasta que no quedó más que huesos. Hizo lo mismo con los dioses más poderosos, y casi lo hizo con Azrael también.

Ares se tomó de las costillas, y se levantó, mirando con inmenso odio a Odín.

—Ustedes, ¡viejos bastardos y arrogantes! Tú, mi padre y Yahvé son igual de culpables por lo que esta ocurriendo en estos momentos. ¡Ustedes encerraron al Primer Caído en el punto que conectaba el Tártaro, el Hellheim y el Infierno! Y ahora, él está libre nuevamente. Ahora, va a destruirnos a todos.

—Silencio, Ares —exclamó con fuerza Odín, cuyos ojos parecían resplandecer—. Cuando Yahvé, tú padre y yo encerramos al Primer Caído éramos jóvenes, y yo no tenía el poder que tengo ahora. Te recuerdo que decapite a Mimir para beber de la fuente de la sabiduría, y siempre supe que este día llegaría.

—¿Siempre lo supiste? —preguntó entre dientes Ares, materializando una espada en su mano derecha—. ¡Dame una maldita razón para no decapitarte ahora, anciano arrogante!

—¡Ares, cálmate! —vociferó Balder el Valiente.

—¡Vi morir a toda mi familia frente a mis ojos, a manos de ese demonio! ¡Vi como consumía sus espíritus para hacerse más y más poderoso! ¿¡Y quieres qué me calme!?

—Niño insolente —habló Odín—. ¿Debo recordarte el Ragnarök? Cuando el perverso Loki, junto al soberbio traidor de Tyr, lideraron sus huestes contra Asgard. Mi hijo, Thor, cayó en batalla al igual que mi amada Frigg, Sif y los Tres Guerreros. ¿Vienes a hablarme a mi de pérdida?

—Para ser el dios de la sabiduría, actúas como un idiota —afirmó Ares—. Mi padre, a pesar de su suprema arrogancia, comprendió la magnitud de esta amenaza y envió a Hermes a avisar a los egipcios.

—Ahí demuestras la estupidez de tu padre —aseguró Odín—. Me hubiera llamado a mi, y con gusto hubiera acabo con todo esto antes de comenzar.

—No hubieras podido —aseguró una voz firme que resonó en toda la habitación.

Un extraño portal amarillo se hizo presente, y de este emergieron unos brazos dorados. No podía quedar claro en que momento el ser cruzó el portal, o si el mismo era el portal. Pero pronto se quedó suspendido en el aire una enorme esfera dorada que parecía hecha de fuego, con cientos de brazos saliendo de su "cuerpo".

—Aton —habló Odín, con un leve temblor en su voz.

—Aton —exclamó Ares—. ¿Dónde esta mi hermano, Hermes?

—Lo lamento, Ares —habló Aton, cuya voz no quedaba claro si era femenina o masculina, pero resonaba por todo el lugar con un leve eco—. Hermes y Anubis eran los últimos dioses en pie cuando tuve que huir.

—¿Los dioses de Egipto también han muerto? —cuestionó Balder—. No puedo creer que tal atroz acontecimiento haya ocurrido.

—¿Y tú sigues con vida? —preguntó Odín, con una sonrisa soberbia.

—Tuve que huir —repitió Aton, sin una pizca de sentimiento en su voz—. Si él me consumía como consumió a los demás dioses, ya nada podría hacerse.

—Así que dejaste morir a tu panteón —exclamó Odín con siniestra diversión.

—Dejar morir a otros para lograr tus objetivos es algo con lo que estas familiarizado, ¿verdad, Odín? —cuestionó Aton, provocando la furia del asgardiano.

—¡Cuida tus palabras, mal intento deforme de dios! ¡En Asgard, mi poder es absoluto y mi voluntad es la ley!

—Insensato, soberbio y arrogante, falso dios de la sabiduría —afirmó Aton—. Asesino, traidor, ladrón y estafador van más de la mano con lo que eres realmente. Me niego a luchar al lado de un ser tan repulsivo como tú.

—Asgard jamás necesito tú asistencia —afirmó Odín—. Te ordeno que salgas de mi reino, ¡ahora!

—Me retiro, Odín, a buscar aliados más sensatos y nobles en otro lugar. Pues Asgard ha caído en desgracia desde que tú estás en el trono —afirmó Aton mientras el resplandor de su cuerpo empezaba a aumentar, en señal de que estaba por desaparecer—. Que la gloria este con el legítimo rey de Asgard: Tyr.

En una explosión de luz, Aton desapareció. Dejando tras de si a los dioses de Asgard, con la apremiante sensación de que el ocaso se aproximaba a su reino. Y con la partida del Sol, llegó la oscuridad.

—¡Mi señor! —entró gritando un soldado en armadura dorada—. El cielo, esta rojo.

Los poderosos dioses salieron de su recinto para ver como inmensas nubes rojas se apoderaban del firmamento, oscureciendo las brillantes estructuras de Asgard. Y contemplaron con horror como el carro solar de la diosa Sunna se desplomaba en llamas junto al carro lunar de su hermano, Mani.

—Reúnan al ejército tan pronto como se pueda —ordenó Odín, observando con seriedad el panorama.

—Conocí a Thor —aseguró Ares, aproximándose desde atrás a Thunderstrike—. Luche a su lado y en su contra más veces de las que puedes imaginar. Era un guerrero honorable y valiente, además de poderoso.

—Lo sé —afirmó el héroe—. Intento honrar su legado.

—Entonces hazlo y sigue mi consejo, niño: no confíes en Odín.

Ignorando la conversación a sus espaldas, Odín observaba como los civiles eran evacuados de las calles y su ejército tomaba posición. Al mismo tiempo, una extraña neblina se hizo presente sobre el Bifrost, que empezaba a agrietarse. Y de los cielos mismos empezaron a caer en picada cientos, o tal vez miles de seres con una piel tan oscura como el abismo. De apariencia levemente humana, aquellas grotescas aberraciones no tenían rasgo alguno en sus rostros, y dos cuernos sobresalían de sus cabezas. De su largo y famélico cuerpo sobresalían dos enormes alas negras similares a las de los murciélagos. Y con indescriptible violencia, se lanzaron contra los ejércitos de Asgard.

—Iré a ayudar —exclamó Thunderstrike, pero se detuvo al ver que Odín levantó su mano.

—No hace falta. Son simples demonios salidos del Infierno. Si los einherjer no pueden con ellos, no son dignos de su puesto.

De pronto, Heimdall salió despedido del interior de la neblina y cayó estrepitosamente junto a los demás dioses. Sin embargo, dentro de su armadura solo quedaban negros huesos rotos como si fueran carbón.

—Odín —habló una voz infernal, haciéndose escuchar en todo Asgard—. Sé que pudiste escuchar las súplicas de tu hijo, y las ignoraste. Dime, dios de la sabiduría, ¿puedes ver el futuro de esta guerra?

Odín observó con inmensa furia hacia el interior de la niebla carmesí donde su enemigo se escondía. Y más allá de esta, logró ver a tan demoníaco ser cuya túnica —blanca en antaño— estaba ahora teñida con la sangre seca de dioses y ángeles. Y la furia en los ojos de Odín cambiaron al más profundo terror.

—¿No te gusto lo qué viste? —resonó nuevamente la voz, pero Odín pudo escucharla como si aquel demonio le susurra en su oído.

Una fuerte explosión hizo volar a diferentes lados a los dioses, logrando el objetivo de separarlos. Odín cayó estrepitosamente en el campo de batalla, levantándose rápidamente. Pero al hacerlo, observó a una figura mucho más alta que él mismo estar parado frente a él. Quemando el aire, intoxicando el oxígeno con azufre, el Primer Caído se hacia presente.

—Padre de la Victoria —habló aquel, castigado y encerrado por Dios, ahora libre—, hoy conocerás la derrota.

Con truenos resonando por toda la ciudad, el Batmovil era conducido rápidamente por las calles de Gótica.

—¿Y ahora a dónde vamos, jefe? —preguntó Carrie Kelley, con su traje de Robin, mientras mascaba un chicle.

—Tengo pruebas de que la secta que ha estado sacrificando gente por toda la ciudad se encontrará esta noche en una iglesia abandonada en los barrios bajos de Gótica —habló Batman, con la mirada fija en el camino.

—¿Una iglesia abandonada? —preguntó Carrie, haciendo un globo con su chicle—. ¿Cómo una burla a los cristianos?

—Un ataque directo a Dios —corrigió Batman—. Sacrificando a sus hijos en honor a su enemigo, en su propia casa.

—Por eso prefiero el budismo —aseguró Carrie.

El vehículo finalmente estaba llegando a la iglesia abandonada, y algo que inmediatamente llamó la atención de ambos vigilantes fue la gran cantidad de rayos de diversos colores que salían disparados de su interior. Y de uno de esos rayos, una extraña criatura se desplomó hacia el Batmovil.

—¿¡Qué demonios es eso!? —preguntó con sorpresa la joven.

Aquel ser oscuro —que era exactamente igual a aquellos que habían invadido Asgard—, había caído de espaldas sobre el Batmovil. Y sus extremidades se giraron de forma antinatural al igual que su cabeza. Sus alas entraron en su cuerpo y le salieron del pecho, mientras sus dedos crujían para que su dorsal se volviera su palma. Y aprovechando su nueva posición, el demonio empezó a rasgar y golpear con inmenso salvajismo al vehículo. Y más de aquellos grotescos seres se le unieron, embistiendo el Batmovil por un costado y logrando hacerlo chocar contra un poste de luz. Pero salvando a los héroes, otro disparo de luz salió de la iglesia y llamó la atención de los demonios, quienes voltearon todos al mismo tiempo hacia la construcción. Y en absoluta sincronía, salieron volando.

—¿Qué acaba de pasar? —preguntó Carrie, aún sorprendida.

—Iré a averiguarlo —aseguró Batman, quien ya estaba fuera del vehículo—. Quédate adentro.

—¿Qué? —preguntó Carrie mientras la puerta se cerraba—. No, ¡jefe! —vocifero mientras intentaba abrir inútilmente el vehículo.

Batman subió las escaleras que llegaban a la gran puerta de aquella iglesia y las abrió bruscamente. La ironía era que al entrar a la iglesia, se encontró en el infierno.

Los cuerpos destrozados de varios humanos se encontraban regados por todos lados, con claros signos de haber sido despedazados. Pero más allá de cualquier resto ensangrentado, de la mujer embarazada con el vientre abierto y el feto al que le habían arrancado la piel, estaban los demonios. Y más de estos salían de un inmenso portal de fuego en el suelo de lo que alguna vez fue un altar al Altísimo. Pero había un hombre en los aires, con una extraña indumentaria y un báculo para canalizar la energía que lanzaba, la cual a todas luces parecían algún tipo de hechizo. Superado por sus enemigos, el mago luchaba con todo lo que tenía. Sabia que si él caía, las posibilidades de que la humanidad sobreviviera se verían drásticamente reducidas. Aquel hombre era Jericho Drumm, más conocido como Hermano Vudú.

Batman arrojó uno de sus batarangs hacia uno de los demonios, logrando acertarle en el pectoral izquierdo. Inmediatamente todos los seres voltearon hacia él y no dudaron en lanzársele encima al mismo tiempo. El batarang explotó e hirió a varios demonios, provocando que su sangre salpicara en el suelo y empezara a quemarlo. El murciélago retrocedió mientras arrojaba más explosivos, dañando severamente a algunos demonios. Sin embargo, la sangre ácida de estos creaba unas extrañas venas negras que conectaban sus partes dañadas para empezar a regenerarse.

—Ve a ayudarlo —exclamó Hermano Vudú, observando como el murciélago intentaba evitar el ataque de sus enemigos—. Así podré hacer el hechizo.

Uno de los seres logró rasgar el pecho del murciélago, el cual sintió un inmenso dolor y ardor en su herida. Sin embargo todas las criaturas voltearon hacia un espíritu de color azul que había partido a la mitad a uno de los suyos, provocando que este se volviera polvo.

Cual mente colmena, todos atacaron al espíritu e ignoraron completamente al vigilante. Notando esto, Batman arrojó varios batarangs a las espaldas de sus enemigos, provocando que todos volteasen hacia él mientras algunos explotaban. Pero los seres sin mente volvieron a voltear hacia el fantasma cuando este le arrancó la cabeza a uno de los suyos. Batman disparó su gancho al cuello de uno de los monstruos y logró jalarlo hacia el suelo, llamando la atención de los demás. Y tras un ataque del murciélago, le seguía uno del fantasma. Y volteando inútilmente a cada lado, los demonios no tenían tiempo de atacar a ninguno de los dos. Y aquello fue suficiente para que todos quedarán inmóviles, siendo succionados por el portal poco después. El círculo infernal se cerró, y los ojos del hechicero dejaron de brillar.

—¿Qué eran esas cosas? —preguntó Batman, al darse cuenta que el peligro había pasado.

—Tienen muchos nombres —afirmó Hermano Vudú, mientras el fantasma parecía ingresar en su cuerpo—. Demonios, ángeles de Satanás, nightgaunts, ángeles descarnado, los demacrados. Los cultismos que has estado persiguiendo lograron invocarlos, a costa de sus propias vidas. Pero esto es solo el inicio.

—¿Inicio de qué?

—El plano espiritual esta muy alterado, Batman. El Primer Caído se ha liberado, y esta llevando la guerra en todas las direcciones posibles. Los nightgaunts no tienen libre albedrío y luchan como uno solo porque este plano los debilita, pero si el Primer Caído logra cruzar a este plano, ellos tomaran voluntad individual y no será posible detenerlos. Y no serán unos pocos saliendo de un portal; serán millones que cubrirán los cielos.

—El repentino brote de asesinatos rituales alrededor del mundo, ¿me dices qué es obra del Diablo? —cuestionó el murciélago.

—Puedes simplificarlo de esa manera, si quieres. Pero lo que ocurre es tan grande que dioses, hechiceros y mortales deberemos trabajar juntos para detenerlo. Necesito que reúnas a un equipo, Bruce Wayne. Te volveré a contactar, cuando sea el momento.

El hechicero abrió un portal a sus espaldas, y sin mediar más palabras se dio vuelta para atravesarlo. El murciélago se quedó en su lugar unos momentos para contemplar el panorama. Si unos pocos demonios habían hecho eso, ¿qué pasaría cuando el infierno soltara todas sus huestes en la Tierra?

En Metrópolis, Diana de Themyscira observaba el cielo nocturno con cierta melancolía en sus ojos, y una inmensa preocupación aplastando su pecho. Y a pocos metros de ella, otra figura femenina aterrizó.

—Diana —habló la nueva fémina, de largos cabellos y ataviada con el traje de Wonder Woman.

—Artemisa —exclamó la princesa, volteando hacia su contraria.

—Ha pasado mucho tiempo.

Ambas mujeres se dieron un afectuoso abrazo, como dos hermanas que no se veían hacia demasiado tiempo.

—¿Tú también puedes sentirlo? —preguntó Artemisa.

—Sí —respondió Diana—. Algo que afecta el plano divino. Es como si cada parte de mi ser fuera perturbado.

—Somos herederas de los dioses —aseguró Artemisa—. Si algo les está afectando a ellos, también nos afectará a nosotras.

Y como si sus palabras hubieran servido de invocación, un portal dorado se abrió en el cielo. Y un dios dorado cayó estrepitosamente en la azotea donde las mujeres se encontraban, dejando pequeños rayos a su alrededor. Y su sangre dorada caía de su herida en el abdomen, cuyos bordes ya eran negros. Allí, yacía el que posiblemente sería el último Olímpico.

—¡Hermes! —exclamó con sorpresa Diana.

—Diana, Artemisa —habló el dios, cuya voz parecía desvanecerse—. Escúchenme bien, porque no tengo mucho tiempo. Los dioses perdimos. El Primer Caído arrasó con el Paraíso, con el Olimpo y con los dioses de Egipto. No sé que haya pasado con Asgard, pero no presiento nada bueno.

—¿El Olimpo fue arrasado? —preguntó Artemisa, observando como el color negro iba ganándole al dorado en el cuerpo del dios.

—Los dioses han muerto —aseguró Hermes, con dificultad para respirar—. Lo lamento mucho. Debíamos proteger este mundo, y fallamos.

Hermes gritó de dolor mientras el dorado de su cuerpo se apagaba completamente, dándole paso al color negro que reflejaba su muerte. Y el cuerpo del dios empezó a desmoronarse como si fuera simple polvo. Ante la atónita mirada de las amazonas, el dios mensajero había dejado de existir.

—¿Qué puede ser tan terrible para matar a los dioses? —preguntó Artemisa.

Un extraño sonido empezó a hacerse escuchar, proveniente de uno de los bolsillos de la chaqueta de Diana. Al sacar el dispositivo, vio que Batman la estaba llamando.

—«No sé que esta más loco: el clima o las personas —pensaba Spider-Man mientras se columpiaba—. Todo se había tranquilizado después de que derrote a Carnage, pero últimamente todos están sacando su lado más salvaje».

Ben se adhirió a una pared, observando las calles.

—"Hubo disturbios toda la mañana, más robos de los que puedo contar, y un loco queriendo invocar al Diablo. Cosas normales multiplicadas por diez".

Un feroz trueno se escuchó en la ciudad, provocando que Spider-Man mirara las nubes.

—«Tal vez debería irme a dormir un poco. Después de todo, el turno nocturno le pertenece a Matt. Pero la verdad, no puedo. Mi sentido arácnido no deja de vibrar, y ya me esta provocando dolores de cabeza. ¿Qué clase de peligro se aproxima para que mi sentido arácnido no se calle un momento?"

En ese momento, un poderoso rayo partió las nubes y cayó con ferocidad en las calles, provocando un gran estruendo. Spider-Man empezó a columpiarse rápidamente hacia el lugar del impacto, temiendo los daños que aquello pudo haber provocado. Un enorme cráter se había formado en las calles, y las alarmas de varios autos se habían activados para provocar un ruido ensordecedor.

—¿Están todos bien? —preguntó Spider-Man mientras aterrizaba al borde del cráter. Con cierta cautela, se lanzó al interior del cráter humeante solo para ver una figura humana en el fondo—. No puede ser, ¿Thunderstrike?

Thunderstrike, el poderoso semidiós del trueno, se encontraba con múltiples heridas en su cuerpo. La mayor parte de su armadura se encontraba destrozada, dando prueba de que había sufrido de una dura batalla.

—Thunderstrike, amigo, despierta —exclamó Spider-Man, sacudiéndolo con cuidado.

—Spider-Man —habló el rubio con dificultad, abriendo los ojos—. Peter, escúchame...

—"Este tipo piensa que soy Peter" —pensó alarmado.

—Reúnelos a todos —rogó el semidiós—. Todos los héroes. Diles que los dioses fallamos. Asgard y el Olimpo han caído. Nadie sabe dónde está Yahvé, pero posiblemente esta muerto. Dile a la Justice League... Diles, que él se acerca.

—¿Quién se acerca?

—Ragnarök, Apocalipsis, Armagedón... El fin, se acerca.

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