Capítulo Final
Las gotas de sudor resbalan por mi frente atestada hasta la línea del cabello en protector solar. Siento que me cocino lentamente, protegida con el velo de seda bajo la sofocante tiranía del sol en El Cairo.
Eros permanece detrás de mí, aferrado a mi meñique mientras nos movemos evadiendo figuras como expertos, zigzagueando entre la marea de turistas y los alborozados vendedores, ansiosos por dar a conocer su mercancía.
El pútrido olor a orine y alcohol añejo penetra en mis fosas nasales, pronto la ligera brisa que me remueve el cabello lo arrastra lejos.
El mercado de Han El Jalili es inmenso, en límites, angosto en estructura. Tenemos que andar con cuidado, alertas de no golpear con la cadera alguna decoración o pisar una de las miles de alfombras.
Una hora dentro, guiados por un amable caballero y con una pareja de seguridad pisándonos los talones, presiento el alza de tensión aproximarse. Una hora y he mandado una carga de sábanas, cortinas y un juego de plato con detalles de oro al hotel.
Lo primero que quise vivir al pisar Egipto luego de unos días visitando Turquía, fue percibir entre mis dedos la arena rodeando las misteriosas pirámides.
Mis pies aplanaron la arena en ese vaivén de querer acercarme y detener la marcha, abrumada del poder que la vista de los gigantescos pináculos me encogió las entrañas de tal manera que creí nivelarme a las hormigas. Mirarlas desde la lejanía en el vehículo fue una experiencia tremenda, unirme al resto de turistas compartiendo mi fascinación lo grabó a fuego en mi memoria.
Andamos tres pasos y un vendedor me detiene dispuesto a ofrecer sus maravillas y Haddi, nuestro guía, salta a ofrecerle un trueque por una lira menos. Nos ha dicho que para vivir la experiencia completa. Hay que regatear, dijo, nada tiene precio, te van a cobrar como te vean. La mayoría de estas artesanías son de China, hay que buscar las verdaderas.
Y traer los bolsillos a reventar de efectivo, en ningún otro rincón del mundo hemos dado tantas propias, todos estiran la mano y es lo esperado.
—¡Eso es lo que busco!—exclamo, apuntando a la gama de colores colgando en los puestos—. ¿Ves lo preciosos que son? ¿Qué te parecen?
Eros detalla las prendas con un escepticismo ofensivo.
—Que sabrás lucirlos, mi amor.
Rechisto y me dirijo al sujeto de calva brillante, apuntando al atuendo largo de ruedo decorado por hojuelas doradas.
—Quiero este en azul, ¿tendrá?
Hace todo un performance ilustrativo con las manos.
—Azul, verde, rojo, el que quiera, mi amigo, tengo de todo.
Doy un par de aplausos. Con esa disposición desaparecieron mis ganas de pedir una ganga.
Me dedico a contemplar la hilera de prendas, desde los atuendos largos y anchos hasta los trajes típicos de una bailarina de danza del vientre bellamente decorados.
A Miranda le gustaría uno de esos, Mérida más que seguro que lo tomaría como ofrenda y jamás usaría ninguno, Margarita no saldría de casa con nada que no sea una falda y un lazo en el cabello, pero como me atreva a volver a casa con las manos vacías, entonces me acusan de ser una olvida crías.
—De este me da uno marrón, este lo quiero en azul—pide Eros, eligiendo una tanda de bonitos pañuelos—. Este rojo, ¿un tono más oscuro?
El sujeto truena los dedos con fervor. Sabe que se ha asegurado una venta jugosa, Eros no es del tipo que pregunta precios ni disputa trueques.
—Todo, ¡tengo de todo!
—Pues todo nos llevamos—apunto a mi esposo con el pulgar—, la cuentas son con él, todo lo paga.
Eros ríe y recompensa con un beso en la cima de la cabeza, sin más, me engarzo en la tarea de elegir regalos para mis amigas.
〜
El primer aniversario de matrimonio lo disfrutamos en esa cabaña escondida en los Alpes. Salto de recuerdo en otro, la incomodidad de permanecer más de dos horas lejos de las bebés a meses de su primer año y la terrible aversión a mi cuerpo post parto empañó la velada.
Pasaba más tiempo pendiente del celular revisando las cámaras en la casa que prendida en la mirada de Eros. Esa noche decidí que apenas recuperase el ritmo de vida pertinente, me sometería a la cirugía de abdomen.
El segundo, Bali nos recibió caluroso y húmedo, cuatro días de un mísero intento de desconexión. Descubrí que no importa los miles de kilómetros de tierra interpuesto entre nosotras, la alerta que se enciende desde que te enteras que serás mamá nunca pierde señal.
El tercero conocí las Islas Malvinas. Ese año me enfrenté al primer desacuerdo con Eros, es más de montañas, temperaturas bajas. Hizo falta recordarle que las semanas de vacaciones en diciembre, toda la familia se moviliza a algún lugar del mundo donde la nieve te alcanza las rodillas. Puede disfrutar de su anhelado frío esos días.
El cuarto me infarté más de una vez consiguiendo bichos de aspecto repelente en Brisbane y notar a los locales caminar descalzos encima del pavimento caliente.
Las famosas carreras en Mónaco, el aterrador safari en Sudáfrica, perdernos en el mar en Grecia, atender una ceremonia del té en Japón, recorrer el Castillo de Drácula en Rumanía, El Salto Ángel en Venezuela.
Recolectamos aniversarios como piezas de algún retrato y el pensamiento me genera una emoción ambivalente, encajamos la vida en perfectos extractos de felicidad pura, mismo que al ensamblar la pieza final, nos dejo sin más momentos que cosechar.
¿Entonces ese el fin? ¿La cúspide de una existencia? Tendría que estar satisfecha, de mi boca han brotado más carcajadas que lamentos.
Relleno el vaso de karkadé, un té refrescante que no he parado de consumir desde el primer día en el país. Al paladearlo por primera vez creí sufrir una especia de déjà vu degustativo, me sentí el ser más estúpido del planeta cuando descubrí que es la misma agua de Jamaica que bebo en casa.
Paladeo la bebida, contemplando el sinnúmero de estrellas coronando la apabullante vista de las pirámides alumbradas por nada más que la luna.
—¿Por qué te quedas ahí mirando? Espantarás a los fantasmas—le ofrezco una taza, una sonrisa jala de sus labios cuando se acerca.
Enrolla las mangas de la camisa de lino hasta los codos, exhibiendo la hilada de nombres de nuestras hijas alrededor de su muñeca, justo al final del tatuaje, una S y una L ensamblan el círculo perfecto.
—Admirándote—repone franco, una respuesta sutil e inherente—. No comprendo para que enzarzamos en esta odisea de explorar cada confín del planeta buscando maravillas, si yo sigo sin poder quitarte los ojos de encima.
La comisura de mis labios sube, como si esa declaración halara de ellos.
Estrecho los ojos, concediéndole la victoria de orillarme a esconder la sonrisa apenada detrás de la taza humeante. Una parte de mí adora fervientemente sus coqueteos continuos, naturales, no filtra o elabora lo que pretende decir, modula sin trabajo, mientras soy su dispar, me conmueve a tal grado que pierdo el vocabulario.
Si tuviese cola la movería de un lado a otro como un parabrisas. Mi corazón se encoje pesaroso, víctima de los recuerdos de mi gato, mi Acordeón, mi primer hijo peludo de ojos bicolor. Como última voluntad decidió tomar mi costado como lecho de muerte, reposó conmigo la noche entera, al amanecer no pudo levantarse de cama.
La vejez me lo arrebató lo que se sintió como un acto despiadado del tiempo y sus maneras. Mientras él apenas podía caminar, para mí su partida ocurrió demasiado pronto. Para mí seguía siendo muy joven para abandonar mi regazo.
Se detiene a mi espalda, pide mi mano, se la acerca a los labios y desprende un beso en mis nudillos.
—Para recordarte lo afortunado que eres—digo y la vibración de su risa traspasa mi piel—. En poco traen la comida, pedí las costillas de anoche, soñé que me devoraba una vaca sazonada y me siento terrible pero me muero de hambre.
—Primero tengo dos cosas para ti—coloca una bolsa sobre la mesa—. Antes me encantaría informarte que desde esta altura puedo verte perfectamente los pezones. Preciosos, debo agregar.
Reviso el escote holgado, la tela liviana cayendo sobre mis senos copa B siempre erguidos resultado de la corta estancia en el quirófano. En la privacidad de la terraza los únicos que podrían verme además de él son las estrellas, en esta zona apartada del casco central de la ciudad, el firmamento se torna hogar de mil millones de lo que parecen ser luciérnagas.
Me encojo de hombros y bebo un trago más.
—Que importa, solo tú tienes el privilegio de verme.
Me cubriría cuando la comida llegue, aquí o vas cubierta o no disfrutas del paseo.
Eros extiende la bonita sonrisa, no se demora en extraer un regalo cuadrado, mis manos cosquillean deseosas de rasgar el papel blanco de cintas azul. Olvido la taza en la mesa, recibo lo que es más que obvio un libro.
Deshago el nudo y rasguño el papel con las uñas, compartimos una mirada expectante, luce tan confiado en que me gustará el obsequio que se desparrama en la silla con toda la pinta de ser un perezoso.
Separo los trozos y lo corroboro, es un libro. Delgado, de tapa dura, recubierto por un decorado de flores en dorado incrustado en una especie de tela celeste. Arrastro el dedo encima del título en cursiva, percibiendo el relieve. Misivas Para Sol.
—Felices dieciocho años de paz, mi amor—el sentimiento claro y elevado en su voz—. Temo advertirte que rebasada esta meta, la única manera que tienes para deshacerte de mí, es hincándome un cuchillo en el corazón y te prometo que a partir de hoy, dormiré con el pecho blindado.
Una revolución de emociones estalla en mi interior. Abro la carátula con dedos trémulos, paso la hoja en blanco, en la siguiente bajo el título, leo su nombre y el apellido que nos enlaza.
En la que le procede, encuentro un pequeño enunciado.
˝Para el amor, con amor. Recuerda que nos queda toda una vida y una noche eterna más.
Trata de esconderlo del mundo, me estarías entregando vulnerable y desnudo˝.
—Una noche más me parecía una mancha indeleble, como un tatuaje que el fuego borra—manifiesta, apuntando a sus letras—. Añadí el eterno, pese a que no me parece suficiente, no existe mesura correspondiente para vivir con tu compañía. Decir que te amo es cometer fraude, eres una mujer de justicia y esa frase no te la brinda, pero lo hago.
Lo contemplo unos segundos, armada hasta los huesos de sentimientos demoledores. Me inclino hacia él y tomo su rostro para estamparle una serie de besos sobre los ojos, la sien, los labios. Joder, cuánto lo amo.
—Lo sé, lo sé y yo a ti, aunque opaques mis regalos—reprocho—, Siempre atinas, son más que hermosos, son divinos. Gracias.
Endereza los hombros tan altanero como un pavorreal.
—Toma—me extiende una servilleta—. Límpiate el diluvio de mocos.
Lanzo un manotazo entre risas y vuelvo a concentrarme en mí regalo.
Adheridas a hojas gruesas de color crema, doy con la primera carta escrita con su puño firme y letra cursiva prolija en alemán, datada en la época del último trimestre de mi embarazo.
˝Parece que tuve el tiempo entre los dedos la tarde que te conocí, ahora que te veo dormir en ángulos dolorosos con esa pila de almohadas alrededor de tu vientre, afirmo que estuve equivocado.
El tiempo pasa, nuestras hijas crecen dentro de ti, el reloj no va a detenerse por mis deseos egoístas de vivir por siempre junto a ti, no sé qué otra cosa hacer más que escribirte cartas en compañía de la lluvia de medianoche, porque temo, mi Sol, que nunca puedas conocer la infinidad de mi amor˝.
Y otra...
˝Ojalá pudiese escribir de la manera que me siento tan vívidamente sobre ti.
Cuando recibo un beso al despertar y al dormir.
Cuando alimentas a nuestras hijas con el néctar de tu propio cuerpo, aún agotada de atenderlas el resto del día.
Cuando me sonríes mientras lo haces, como si me agradecieras en lugar de proferir un tremendo de nada.
Me gustaría plasmar en estas hojas desde el instinto y no el rebusque de términos que apenas logran capturar tu esencia, diluida en mis venas.
Ojalá...˝
Paso las hojas y leo.
˝...Que te adore no exime que pueda odiarte a ratos, cuando reconozco que te deseo como esos insultos que me lanzaban de pequeño. Instintivo, primitivo...̋
Y más abajo.
˝Y te prometo que no quiero parecer intenso, pero a veces creo que no conocí el verdadero significado de la vida, hasta que toqué tu vientre y la sentí patear contra mis palmas, Sol...˝
Mi corazón tiembla conmovido. Vida, como apodó a las niñas. Su vida. Y la mía.
Elijo una más al azar y leo.
˝No me hagas amarte más, te lo pido, me resulta escandaloso lo que siento ya.
Pd: nunca me hagas caso˝.
El pulso frenético me ensordece, un bulto se entorpece en mi garganta y mis ojos se vuelven una laguna de lágrimas al leer una más acercándome al final.
˝¿Te das cuenta las piezas del tablero que tuvieron que moverse para que nos conociésemos?
Comienzo a creer que existimos en más de una vida, estoy seguro que en la pasada gané la partida˝.
El aire sale de mis pulmones como un huracán. Permanezco pasmada, en vilo, percibiendo el raudo y furioso galope del corazón retumbar en cada esquina de mi anatomía, procesando lo que tengo entre las manos.
Al menos tres veces a la semana encuentro una nota en alguna parte de la casa. En el espejo del baño, el refrigerador, mi cajón de maquillaje, mencionando cualquier cosa que me robe una sonrisa y dulce estrujón al corazón.
Una vez al año, cada aniversario de diecinueve de diciembre recibo una carta acordando una cita, un regalo ostentoso y uno sencillo. Un equilibrio.
Inclusive en esos momentos donde la rutina afecta y el trabajo y responsabilidades nos devoran, nunca me sentí amada en medidas mediocres, pero esto es otro nivel de muestra y no tengo espacio suficiente en el cuerpo para tantos sentimientos.
—¿Vas a llorar?—se mofa—. Dime que sí, te ves preciosa cuando lo haces y eres feliz.
—Idiota—río, levantando la obra—. Es un libro.
Esboza el amago de una sonrisa pretenciosa.
—Un libro sobre ti.
El grito encapsulado me desgarra la garganta.
—No puede ser y yo que pensaba darte un estúpido lapicero con tu nombre y tú has gastado más de uno escribiendo a mi nombre—lloriqueo—. Soy la peor esposa del mundo.
—La peor dando regalos, ciertamente.
—¡Ya ves!
La melodía de su risa acaricia mis oídos.
—Las hijas que me diste cubren la cuota eterna—su mano apretuja mi rodilla.
—Prometo este diciembre invertir más en tus regalos. Por ahora seguirás teniendo la fortuna de tenerme a tu lado.
Continúo inmersa en las páginas. A ojos exteriores cualquiera pensaría que Eros es de esos tipos que les temen o se sienten ridículos al expresar sus sentimientos, es lo opuesto. No le teme a sonar cursi, empalagoso, no se percibe menos hombre y yo no puedo sentirme más venerada que bajo la dominancia de sus manos y sus confesiones puestas en papel.
Es como tener un pedazo de su corazón en las manos. Únicamente me siento de esa manera cuando abrazo a mis hijas o pienso en ellas.
—Puedes regalarme otra compañía, otro yate con mi nombre, una casa más en Aspen y ninguno podría reemplazar esto—me acerco el libro al pecho—. Gracias, si dejas de escribirme te pediré el divorcio otra vez.
Le miro fijamente y no me resisto al impulso de estamparle un beso en los labios.
—Estoy al tanto—menciona apacible—. Termina de comer, tengo dieciocho deudas que saldar esta noche con el cielo egipcio de testigo.
El beso que posa en mi boca es la respuesta justo y correcta.
El timbre suena anunciando la llegada de la cena.
La comida trascurre en viejas memorias, algún que otro chisme y discusiones por el futuro de tres adolescentes próximas a cumplir dieciocho en pocos meses y estos pasados no han puesto la vida al revés.
Miranda y su reciente ruptura con su novia Carmen, el desconsuelo la ha tenido ensimismada en ella, ha matado el despecho con campañas para marcas conocidas y esa vehemencia por sobresalir en un mundo saturado le ha hecho caer en el escándalo del año: posar desnuda para Playboy con diecisiete años.
Eros por poco sufre un aneurisma y yo un infarto cuando supimos del asunto por las fotos filtradas rodando por la web. La marca se ha excusado pobremente mencionado que la sesión saldría a luz pública cuando ella cumpliese dieciocho.
En la corte corre una demanda por el obvio delito de pornografía infantil, Miranda ha pataleado, llorado y recientemente su perfume con notas suaves de vainilla y tabaco, se ha intensificado por el maldito vicio del cigarro.
Margarita sufre la angustiante espera de próximas noticias de una prestigiosa academia de ballet en San Petersburgo. No necesité parirla para reconocer el talento y gracilidad innata que posee, Rita es una muchacha centrada, aplicada en su arte y sobre todo disciplinada.
Mérida, mi hermosa Mérida el último año ha sufrido una pérdida de una manera atroz. Las constantes idas al psicólogo son exhaustas y debido a la ingesta de medicamentos perdió el interés por el esgrima, ni siquiera le apetece las partidas de ajedrez con Eros los jueves por la noche pero trata de ocultarlo con sonrisas.
Ha decidido tomarse un año sabático mientras decide qué hacer, con Miranda pronta a mudarse al antiguo penthouse de Eros y Hera en compañía de Diana, y Margarita yéndose a Rusia junto a Jäger, tenerla en casa con nosotros es aliviador.
Mi pecho amenaza con partirse en tres cada vez que pienso en que se irán, los desayunos apresurados y las cenas entre risas y reprimendas solo serán recuerdos.
No se han marchado y ya me siento como un caparazón, vacía, me llevan con ellas en el equipaje.
El remordimiento me consume al rememorar todas esas veces que me encerré a llorar en el baño por sentirme frustrada, que no podía con semejante trabajo, me calificaba como una pésima madre por querer mandarlas a callar a gritos exigiéndoles que me dejen sola un segundo o al menos descansar.
Quiero regresar el tiempo, vivirlas desde un inicio. Lo haría de nuevo, lo haría mejor.
Eros limpia las escasas lágrimas fluyendo por mis mejillas. No deja un espacio de mi rostro sin un beso suyo.
El personal despeja la mesa y en su sitio dejan una hielera y una clásica botella de champán y tras unos tragos y unos cuántos besos más, la multitud de estrellas inocentes tuvieron que mirar a otro lugar.
〜
—Mamá, si vas a llorar te saco de la habitación—advierte Margarita, emitiendo una risita.
—Que insensible eres, ¿no ves que estoy sentimental?—me arrebujo bajo la cobija impregnada de su aroma de mala gana—. Supongo que no, debes estar que saltas en una pata por largarte lejos de aquí.
Ella para de acomodar el maquillaje en la maleta para observarme como si me hubiese salido un tercer ojo.
—¿De dónde sacas eso?—se hace la ofendida—. Ahora estoy feliz, pero en una semana les pediré que vayan a visitarme, voy a querer que me cocines y que papá cargue mis compras.
Aspiro por la nariz, retrayendo el llanto. La recámara aún contiene todo de ella, su cama con dosel que a los dieciséis cambió de rosa a carmesí, el papel tapiz del mismo tono con detalles dorados, simulando el oro. Margarita heredó el gusto excéntrico de su abuela Agnes y es completamente feliz con eso.
—En otras palabras, nos quieres de sirvientes.
Ella jadea ofendida, anda de un lado otro con las pantuflas de oso calzadas, su larga y gruesa trenza rubia balanceándose en su espalda.
—No pongas palabras en mi boca, nunca diría eso.
Trato de volver a mi trabajo de alizar las cintas de terciopelo con las que decora su precioso cabello. Verla acomodar en maletas sus pertenencias y saber que no es por un viaje escolar o unas breves vacaciones con sus abuelos, si no para iniciar una vida lejos de nosotros, de nuestra casa, me rompe el corazón.
Debería estar exultante, feliz, irá a cumplir sus sueños, a seguir formándose profesionalmente, pero la miro y no veo una muchacha de dieciocho años, si no una criatura demasiado joven para partir sola en un país desconocido.
Me cuesta más de lo esperado la separación, lo he sabido por mucho tiempo, meses, sabía que apenas cumplieran dieciocho querrían más libertad, pero no pensaba que dolería tantísimo.
Me limpio el lagrimal con la manga del suéter. Conmigo se ponen a la defensiva, cuando mamás les habla se callan y asienten como subordinados, tendré que traerla más seguida aunque Eros escupa fuego.
—¿Estás segura que quieres irte? No tenemos problemas en que te quedes, tú sabes que siempre vamos a preferir tenerlas cerca—arrojo mi último intento.
—Sí, estoy muy segura, luché por esto así que te pido que no me lo hagas difícil—se acerca a mí en saltos y me abriga con un abrazo que me calienta el corazón—. Te escribiré todos los días, además no estaré sola, Jäger me hará compañía.
Eso no me produce alivio, Jäger con suerte aparece en las cenas navideñas, sabemos que vive gracias a Hera, es un hombre retraído y solitario que me causó impresión que se ofreciera a recibir a Margarita en su casa mientras atiende a su post grado en medicina forense.
Temo que pase de ella y cuando le necesite en una emergencia no este.
—Prométeme que nunca vas a andar por ahí sin seguridad, que cualquier cosa que ocurra por muy pequeña que sea nos avisarás y no te meterás en problemas—me cuesta contener el llanto—. Promételo, Margarita.
Me estrecha con más fuerza y como una promesa, besa mi cabello.
—Te lo juro.
Se aparta de mí en el segundo que Eros en compañía de Miranda comiendo un pedazo de torta de chocolate entra y escruta el ambiente desastroso sin expresión alguna.
—Dios, que rostros tan lamentables.
Margarita no tarda en extender el brazo.
—Dame.
—No—espeta, pero le comparte.
Eros traspasa el dintel de la puerta y en un arranque de locura me provoca cerrar la puerta y encerrarlos a todos dentro hasta acordar que no se irán de la casa. El pensamiento estúpido aviva las ganas de llorar y llorar.
—El vuelo despega al mediodía, Jäger te recibirá en el aeropuerto—le informa serio, en su mirada la aflicción se manifiesta como si izara una bandera—. Te lo he dicho millones de veces, Vida, pero necesito que me comprendas. Sabré si te quitas la cadena...
—Eso es atentar en contra de mi privacidad—le interrumpe ella.
—Y no me interesa, Rita, te estás yendo a otro continente sola y jamás lo has estado—objeta Eros—. A dónde vayas, con quién, dónde estés, cualquier mínimo movimiento necesito que lo informes, Rusia no es Múnich, no es Nueva York, ¿comprendes lo que te digo o necesitas que te lo repita en inglés y español?
El hastío se apodera del cariz de Rita, ella lo controla emitiendo un suspiro.
—¿Algo más, papá?—cuestiona con dejo cansino.
El ceño de Eros baja con malestar.
—La prohibición de tener novio se extiende hasta Europa, no sirven para nada más que estorbar.
Casi me echo a reír. Casi
—Asumiré que novia sí.
La presunción le arrebata una sonrisa a mi esposo.
—Jamás podría juzgarte.
El sonido melifluo de su risa inunda la alcoba. Toma su perfume favorito a cereza y una baja esencia a vainilla y nos salpica con ella. Tiene una peculiar manía de querer que todos compartamos su mismo aroma.
—Si te digo lo que pienso me iré enojada contigo y es el último de mis deseos—sentencia y su padre le observa con las cejas enarcadas—, Por el momento diré que sí, les diré incluso cuando tenga la menstruación.
Eros posa su mirada de tinte condescendiente en ella.
—Del cuatro al nueve de cada mes, eso yo lo sé—su voz tajante reverbera en cada esquina—. ¿Cómo te sientes?
Mi niña rubia se rasca la cabeza, exasperada. Hay días que la noto eufórica, otros dubitativa, en todos expectante.
—Pues bien, pero mamá me pone de los nervios.
—Tu mamá quiere lo mejor para ti y yo también—contesta con sobriedad.
—Eso lo sé, solo que ya se ha limpiado el corazón como cinco veces hoy—toma mi mano de debajo de la sábana y me provee un beso en el dorso—. Deja de llorar por favor, te vas a deshidratar. Estaré bien.
Inspiro por aire y contención.
—Háblame en español, Rita, en español.
—Bueno...—se aleja un paso, al oír unos nuevos pasos entiendo la arruga en su nariz—. ¿Por qué esta sabandija osa pisar mi recámara?
Mérida revira los ojos con hastío.
—No vengas con tu palabrería ridículo, habla como una persona normal—replica con prepotencia—. Vengo a tomar medidas, apenas salgas de aquí echaré toda esta porquería a dónde pertenece, a la basura, y lo convertiré en mi nuevo closet, el que tengo me queda pequeño.
Margarita nos apunta amenazantes a su padre y a mí.
—Si permiten que haga eso no vuelvo a pisar esta casa.
Mérida profiere una risa escandalosa.
—Más rápido lo hago.
—No te soporto.
—Uy, se molestó el colibrí.
—Los frutos de la madurez—interviene Miranda con ese tono común de petulancia.
—Ya basta, dejen la estupidez—mi voz grumosa me raspa la garganta—. ¿Es difícil comportarse bien al menos por esta noche?
Mérida levanta las manos y las deja caer con desgana.
—Bueno, yo me largo, Sebastian montó una fiesta a última hora y obviamente no puedo faltar—se dirige a Miranda—. Regreso antes de las cuatro, ¿puedes pasar por mí?
Su hermana masticando con pereza se encoge de hombros.
—No me queda de otra.
Margarita abre una maleta más y en ella le pide a Eros que le ayude a encajar los libros que escoge al azar de su biblioteca. Mérida besa mi mejilla, salta a besar la de su padre y nos promete volver temprano.
Me preparo para una noche de nunca acabar, no podré dormir tranquila hasta escucharle regresar.
Mi niña de largo cabello castaño no pisa el pasillo cuando la voz de Eros la detiene.
—Mérida.
Ella gira con tal gracia que parece una puesta en escena.
—¿Sí?
Eros se cruza de brazos y entornando con severidad la mirada, le cuestiona:
—¿Prometes portarte bien?
El gesto de ofensa capturando sus finas facciones se desvanece tras la insolencia hecha sonrisa.
—¿Cuándo me he portado mal?
Tras una mirada sagaz, reemprende su salida dejando a su padre malhumorado y la estela de su aroma a cuero, vainilla y una nota de almendras pululando en la estancia.
El silencio se acaba con el grito bochornoso de Margarita cuando Miranda, inmiscuyéndose en sus pertenencias, levanta un juguete íntimo que acaba por patear a Eros fuera de la recámara.
En definitiva, sería una noche solo de chicas.
Cuando el mediodía arribó, el furioso bullicio de los motores del jet irrumpe la melancolía.
Hera se despide con abrazos, no se irá por un lapso extenso, hace mucho que no visita a su primogénito y la ida de Margarita creó la excusa perfecta para sumarse a la travesía de más de quince horas.
Eroda aborda con el celular adosado a la oreja. Pasa por nuestro costado y un gesto de la mano es suficiente para dejarnos saber que sabe de nuestra existencia.
—Ay mami, lloras como si me hubiese muerto—musita afligida Margarita, acomodando mi cabello detrás de las orejas.
—Cállate, no repitas eso—el regaño suena a un pedido de misericordia—. Dios te bendiga, ven, agáchate, quiero darte un beso.
Al contacto de mis labios en su mejilla, considero a mi mamá una mujer de temple de acero, pues este es el momento en el que comprendo su llanto ahogado en el aeropuerto de Maiquetía cuando yo no tenía más de quince años.
Saco del bolsillo del abrigo la pequeña mariposa que Eros el día del juicio me obsequió. Nosotros tenemos nuestro mariposario, allá a donde va, no creo que las mariposas le den los buenos días como en casa. No lo creo.
—Aquí—gimoteo, enganchando la prenda—, cerca del corazón.
Me obsequia un beso más en el cabello y pasa a despedirse de su papá con un abrazo que la cubre por completo. Él le susurra alguna cosa en el oído y ella asiente una y otra vez.
El llanto caudaloso revienta en mis mejillas al contemplar el abrazo de tres que no dura mucho, pues Rita pronto se aparta y les lanza el cabello a las caras y echa a correr, siguiendo a sus tías.
—¡Adiós! ¡Adiós!
La compuerta se cierra atrapándola dentro y Eros me toma de la cintura, guiándome de vuelta al carro, desde dónde vemos minutos después el jet surcar el cielo.
En dos meses la volveremos a ver, el murmuro de Eros me acaricia el oído, o la semana que viene, pero no se lo digas a nadie.
El camino a casa fue una mezcolanza de emociones, llanto y risas. Mis hijas no paraban de recordarme que ellas seguían allí, bromeando sobre que ahora podrían ser gemelas puesto que la rubia se fue.
Eros me abrigó en su inmensurable tibieza y confort, el corazón hinchado de amor y sufriendo punzadas de dolor al saber que en casa una habitación permanecerá vacía por solo Dios sabe cuánto tiempo.
Mamá me decía que los hijos son un préstamo, pero no recuerdo haber firmado un contrato con esa cláusula. Debió ser un desliz o una segunda metedura de pata.
De una forma u de otra, no podría hacer más que alentarlas a ocupar esas pieles de mujeres independientes e indómitas que comienza a florecer mientras nosotros, mirando fotos viejas y nombrando recuerdos, esperamos anhelantes una visita de ellas.
Y que de todas las maneras que se les presenten, elijan siempre, siempre las correctas.
Suena:
"Interlude- The Trio, by Lana Del Rey"
Nos leemos en el epílogo, aún no sé cuando lo suba, pero podrían fácilmente saltarlo si sin demasiado sensibles. No es nada terrible.
Gracias por sus comentarios, votos, recomendaciones, los agradezco con el alma❤️🩹
Con amor,
Mar💙
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