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"She wore blue velvet
Bluer than velvet were her eyes
Warmer than May, her tender sighs
Love was ours"
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El estallido de tres disparos en secuencia repercute en mi cabeza. Juraría sentir mi cerebro vibrar por la potencia de las balas al salir del cañón, aún teniendo las manos en la cabeza y los auriculares de protección.
Cuándo creí que esta familia tomaría el camino de la normalidad, se les ocurre celebrar los cumpleaños con una feria de disparos en el bosque, más allá del patio de la casa. Bajo una pendiente, desperdigados en medio de árboles de solo ramas, hay figuras de acero con forma de animales, y guindados en las ramas, consigues el desayuno de un mes en melones y sandías. Los que no han explotado todavía.
Aprieto la cobija a mí alrededor, observando desde metros atrás las espaldas de Hera, Hunter, Lulú, Eros, Helsen y Ulrich. Todos detrás de una mesa de por lo menos, cuatro metros de largo, con divisiones especiales para cada persona. Y más allá, a un costado, otra idéntica, pero repleta de armas de todos los tamaños.
Bastante parecido a un bufete, pero de acero y pólvora.
El miocardio se me detuvo unos milisegundos cuándo llegamos a la casa, y el estruendo de un disparo nos dio la bienvenida. Casi salgo corriendo de vuelta al carro; lo hubiese hecho, de no ser porque los pies se me volvieron parte del suelo.
Ulrich le pasa a Eros el arma que él usaba, se asegura que se la acomode en el hombro, y sin esperar señal de parte de Eros, pulsa la palanca que lanza al cielo un disco de unos cinco centímetros que no dura mucho, puesto que la bala que arroja Eros detrás lo destroza en pedacitos. Ulrich le tira otro, y Eros, no tarda en atravesarlo también.
—Mira, siente mis músculos relajados, esto funciona mejor que un spa—Hunter estira un brazo hacia Hera para que pueda palpárselo, y mirando a Eros, le grita—. Dame una de las largas.
Por los clavos de Cristo...
El rubio baja el arma, enarcando una ceja.
—¿Seguro?
Hunter se coloca una mano en la cadera, copiando el gesto.
—Pásala.
El resto ha detenido su entretención para fijarse por completo en ellos. El rubio coge lo que reconozco como un fusil de cañón corto, negro, bastante intimidante aunque parezca salido de un videojuego de gánsteres. Sondea la mano encima de los cartuchos, encuentra el que buscaba y luego de insertarlo con un sólido movimiento, mueve lo que parece una pequeña palanca al costado, encajando la bala.
—Está es especial para flacuchos como tú, un disparo y el seguro sube. Es para que cuando te tire al piso, no mates a nadie—se burla Eros, dejándosela en el cubículo improvisado—. Te doy mil dólares si logras darle a la diana.
Hunter retuerce los labios yendo tras él.
—Está como a dos kilómetros, puedes hacerlo mejor.
Eros le escanea de arriba abajo en un pestañear, formando una arruga en su nariz roja, consecuencia del viento helado.
—No vales tanto.
Mi amigo abre la boca demasiado ofendido para articular respuesta, Eros le da más importancia a sacudirse el chaleco antibalas que a Hunter. Se comportan como mocosos de primaria.
—Yo te doy cinco mil, Hunter—intervengo, sacando la boca por el pequeño hueco que le he dejado a la cobija.
Atisbo a Eros voltear los ojos. Es que claro, sabe que al final, es su dinero el que está en juego. Saco el mentón por encima del cruce de la tela empuñada en mis manos, sonriendo abiertamente, al igual que Hunter.
—Hecho.
Está que suelta brillos de lo feliz que se ve. Si supiese que en realidad se los ofrecí porque no tengo fe en él, le rompo el corazón.
Lulú y Hera le echan porras, pero él las manda a callar poniéndose un dedo en los labios. Necesita su máxima concentración. Todos retroceden varios pasos, Eros queda a mi lado, estirando los labios en una sonrisa de burla le va a comer la cara. En silencio, Hunter se echa el fusil al hombro, carraspeando. Echa un vistazo por el mirador, pasan los segundos, cuándo considera que tiene el objetivo marcado, aprieta el gatillo, más no se oye el ruido de la bala impactar contra la diana, si no, el quejido de Hunter. El retroceso del disparo le ha encajado la culata en la mejilla y le ha dejado la marca del águila estampada en rojo.
Eros se acerca a quitarle el fusil, sin tomarse la molestia de ocultar la sonrisa.
—Siempre haciendo el ridículo—le dice, Hunter hunde el entrecejo.
—Fallé a propósito—contesta, sobándose la piel lastimada. Voltea a verme de reojo, formando un puchero—. No quiero que tomes de su dinero.
Asiento, mordiéndome el interior de la mejilla para no echarme a reír. A veces, solo a veces, quiero abrazarlo como a un bebé ingenuo, como ahora, porque tiene mucha similitud con uno.
—Gracias, que caritativo.
Las chicas se paran en la punta de sus pies, mirando el golpe de Hunter. Eso fue igual a que recibiera un puñetazo, tiene toda la pinta de un moretón. Ulrich aprovecha que la mesa ha quedado sola unos minutos, retoma la posición de antes con la misma pistola en las manos, le quita el seguro, aprieto los párpados anticipándome a la descarga final de balas, estrellándose en alguna de las figuras.
Suelta el arma en la mesa, quitándose los auriculares, clava la vista en Hunter.
—Así vas a quedar como te vuelva a ver abrazando a mi mujer—espeta con dejo amenazante.
—Parecido a usted como me siga jodiendo la paciencia.
Las palabras brotan de mi boca antes de poder analizarlas. Reprimo el instinto de abrir mucho los ojos y disculparme como lo haría con otra persona, porque sinceramente, no estoy nada arrepentida. Y a él le cae en gracia lo que he dicho, puesto que ensancha la boca a la vez que saca un cartucho del bolsillo del chaleco y se lo inserta a la pistola, sin mover la vista de mi visaje petrificado a causa del frío.
—Nuera—dice, y comprimo la mandíbula al oír el apodo—, estamos aquí para descargar malas emociones, toma esta y únetenos.
Toma el arma del cañón, ofreciéndome el mango. El tener las manos enguantadas le salva de quemarse.
—¡Deje de llamarme así!—exclamo, con el picor del enojo asentado en la garganta—. Y aleje eso, que si lo agarro, de aquí no salemos vivos los dos.
Pero él insiste, acercándose un paso. Embuto la mitad de la cara dentro de la cobija rezando el inicio de un credo, porque lo que necesito, es ayuda divina.
—Tómala—porfía, me siento a punto de estallar en insultos. Algo tiene este hombre que saca lo peor de mí.
—¿Pueden calmarse los dos?—interfiere Eros, quitándole el arma a su padre.
Ulrich se encoge de hombros como si nada, retrocediendo sobre sus pasos.
—No te metas, nadie te ha nombrado—mascullo, y un indicio de burla le toma el cariz.
Abandona la pistola en la segunda mesa, pasándose la lengua por los dientes conteniendo una sonrisa. Mira al frente, asegurándose que nadie tenga los ojos encima de nosotros, y procede agacharse a mi altura.
—Como cambian las cosas, ¿no?—dice con un tono bajo que me eriza los vellos de la nuca y me acelera el corazón—. Anoche has gemido mi nombre, pidiendo lo contrario.
¿Por qué me hace esto? ¿Qué no ve que me cuesta un mundo actuar como si lo que paso fue un sueño? Estoy que me deshago a pedazos de las ganas que tengo de arrastrarlo a la pieza más cercana para repetirlo. Todavía me parto la cabeza al pensar en lo es absurdo que me sentí cuándo le vi salir de la habitación. Desde que me mudé con Valentina y Meyer, le tomé un gusto especial a la soledad, al silencio, a que nadie me moleste. Pero quedarme con el sentimiento de tener la cama vacía, me hizo llorar hasta que el sueño se resignó a pegarme una visita.
Fue duro, como esa noche de agosto, sentirme en medio del desierto después de vivir el paraíso.
El sonido de un disparo me toma desprevenida, me saca un brinco de susto, pues olvido por un instante dónde estamos y que hacemos. Rompo contacto visual con Eros, ladeando la cabeza para ver a Lulú saltando como una liebre con el arma en lo alto.
—¡Casi le doy al zorrillo!—chilla, Helsen a su costado, le aplaude antes de tomar el arma.
Un segundo después, una lluvia de balas chocan contra los animalitos de acero. El estruendo me deja sin audición, muevo un poco la vista a la izquierda de Lulú, doy con el cañón del revólver que sostiene Hera arrojando un hilacho de humo.
—Los maté por ti, no tienes de que preocuparte—proclama, levantando un hombro, movimiento que no pierde su elegancia.
—Me ha encantado—repone Lulú, y no tiene que haber un espejo frente a mí para saber que tengo la misma cara de trauma de Hunter.
—Locas—dice él, mirándoles con una ceja enarcada.
Y las carcajadas que sueltan ellas lo confirman.
—Aprendiste rápido, ¿huh? Nada que ver con la descoordinación de Sol—comenta Ulrich a Lulú, extrayendo los casquillos del revólver que usó Hera.
Se me sale un resoplido, levantando el mechón estorboso en la cara, y el que no me he quitado por evitar soltar la frazada.
—Ulrich, déjala en paz—le dice Eros con voz cansona.
Él le ignora, pasa a concentrar la vista en mí. Enseguida noto la diversión en sus pupilas, previéndome de alguna de sus bromas. Ruedo los ojos metiendo la mitad de la cabeza de vuelta a la cobija.
—¿Has peleado, Sol?—inquiere, quitándose los guantes—. Con puños, no palabras. Golpes reales.
—No, no soy una bestia—replico.
Le escucho reír y acercarse a mi costado. Recelosa, levanto la cara y me topo con la sorpresa de su mano extendida.
—Te reto a una pelea—enuncia, con un viso altanero.
—Ulrich—dice Eros entre dientes.
Él mantiene la mano direccionada a mí. ¿Es qué habla en serio?
—Usted si es...
—¿Qué es eso que veo en tus ojos? ¿Cobardía?—me interrumpe, mi pecho se colma de un enojo repentino.
—No le sigas el juego, está senil—me dice Eros, pero ya no le oigo.
Podría decirle, otra vez, que me dejase tranquila, pero las cosas no son así de sencillas. Si este señor piensa que con eso va a intimidarme, pues tiene razón, por Dios, ¿cuánto mide y pesa? Me da un empujón con el meñique y me pone a besar el piso. Pero no está en mi sistema negarme, no le voy a dar el gusto. Le devuelvo la mirada sacando el mentón de la cobija, y la diversión en su cariz se disipó, dando paso a una impresión que al parecer lo desconcierta.
Trago saliva, y por primera vez en la mañana, libero la cobija para tomar la mano tibia del hombre.
—Ganas de patearle el culo, eso es lo que ve—aprieto con todas mis fuerzas, él se da cuenta de mi débil intento de intimidación, lo que le hace ensanchar la sonrisa.
—Sol...—dice Eros.
—No te metas—le contesto.
Ulrich zarandea la unión de nuestras manos, podía sentir a Eros como un halcón oscilando la vista entre su padre y yo. Como también, a los demás acercándose en silencio. Desde afuera debemos de vernos como dos opciones: o nos declaramos en tregua, o en guerra, no hay intermedios.
—Si me ganas, te acepto el dos por ciento de las acciones a tu nombre—decreta, el azul en sus ojos tan impetuoso que si seguía mirándole fijo, me dañaría la cornea—. Si pierdes, compro la propiedad en venta bajo la tuya, a nombre de tu madre.
Madi-tasea.
—Hay que comenzar el papeleo de una vez—masculla Helsen, parándose al costado de su hermano.
—Dudar es de mediocres, Sonne.
Ninguno iza la bandera blanca, nos engarzamos en una contienda de miradas, esperando que el otro falle.
—Ya acepté, ¿no?—apostillo—. ¿Entonces por qué sigue fastidiando?
Él relaja el semblante, esbozando una sonrisa que cualquiera confundiría por afable, pero que yo reconozco como una mueca de cinismo. Lo lleva impreso en los genes. Asiente, meneando las manos una vez más antes de soltarse. Logro ver la mirada de coraje que Eros le dedica y desaparece al posar la vista en mí, negando con la cabeza.
Si tiene una queja, que vaya con su padre, él fue el de la idea.
—¡Vengan a tomar chocolate caliente!
El grito de Agnes nos hace a todos mover la vista hasta allá. Tiene a Helios en la cadera, apoyando su carita en los pechos de ella. De la salvajita no hay rastro, debe estar mordiendo los juguetes.
—¡Baja tú!—grita Ulrich.
—¡Nunca!—grita de regreso.
Y cierra la puerta de golpe.
Lulú, Hera, Hunter y Helsen se adelantan, las chicas corren tomadas de la mano, Hunter las sigue caminando como el suelo estuviese cubierto por una alfombra roja y no pasto. Retomo el agarre de la cobija, apretándola lo más fuerte que pueda a mí alrededor con el estómago rugiendo. Ese chocolate ha llegado en el momento justo.
—Hay que obedecer, sabes lo que dicen, esposa feliz, familia feliz—echa a andar con dirección a la casa, pero al segundo paso se detiene y voltea a ver a Eros con los ojos entornados repletos de mofa—. Bueno, pero que vas a saber tú de eso...
Eros tensa la mandíbula, dedicándole una mirada desdeñosa.
—No más que tú, que yo recuerde casado no estás.
—Pero existen ustedes—dice Ulrich, la mofa de su expresión asomándose en las palabras—. Dime tú, ¿qué es más fuerte?
Le da una palmadita en la mejilla, reanudando el camino a la vivienda. No paso desapercibido el destello furibundo en las pupilas de Eros, confirmando mis pensamientos anteriores al compartir mirada con su padre: esos ojos que expresan más que las palabras, vienen remarcados en el ADN.
—¿Qué?—pregunta ceñudo, al notar mis ojos anclados en los suyos.
—Tus ojos son preciosos—digo sin procesar del todo la información.
Me dejo en evidencia a mí misma, sin buscarlo. La vehemencia de sus ojos se intensifica, me sofocan; no obstante, me mantengo impasible sin apartar la cara. Él enarca una ceja y levanta la esquina de sus labios, mueca de la que sobra egocentrismo, provocándome un furioso calor en el rostro, producto de lo que hace mucho no tenía con él. Un sonrojo.
—No te los puedo dar—dice por lo bajo, con el amago de una sonrisa filtrándose en su temple sonrosado—. Pero a tus hijos sí.
Y allí quedó la magia del momento.
—Veta al carajo.
Estrecho el cobertor con más fuerza contra mí, emprendiendo marcha a la casa a pasos sólidos, con el sonido de su risa impertinente siguiéndome.
...
Grogui por la dormitada de la tarde después de ver dos películas, bebo un sorbo de vino, cuidando de no moverme demasiado, Helios se ha quedado dormido de un momento a otro en mis brazos, y no le quiero despertar.
Justo como Hunter, él se ha vuelto a dormir, ocupando el sitio de Lulú quién ha salido con Helsen a comprar unas galletas para Hera.
No deben ser más de las seis de la tarde, pero el cielo está completamente negro, minado de estrellas con la luna restándoles brillo a ellas. Se supone que saldríamos hoy a pasear por la ciudad, los planes cambiaron porque Hera no ha parado de vomitar. Según nos ha dicho, el almuerzo le ha caído mal. Me vino excelente el que nos quedáramos en casa, mi cuerpo magullado lo pedía.
—Eroda—exclama Hera, atrayendo la atención de la niña—, di 'Hera es la más bonita'.
La chiquilla se le quede viendo como si algo le oliese mal, la naricita fruncida y el ceño hundido le dan un aire tiernísimo, como una caricatura de un conejillo enojado. Hera ondea la muñeca empecinada en hacerla hablar, pero Eroda, sentada como una reina en su trono en el regazo de Eros, no mueve ni un músculo.
—Es muy seria—menciona Agnes, removiendo un tirabuzón del rostro de la bebé.
—Eso se le quita con un abrazo, ven—Hera alargando los brazos esperando que la niña se arroje a ellos, pero Eroda le pega en la muñeca, soltando chillidos—. ¡Bueno! Ya no te hablo, malcriada.
—No la molestes—le amonesta Eros.
La boca de Hera se abre de par en par consternada por el regaño de Eros. Una risa escéptica abandona sus labios, pasa a entrecerrar la mirada puesta en la criatura.
—Primero fue mi hermano que tuyo, que no se te olvide—murmura, echándole la cabecita hacia atrás con la punta del dedo.
—¡Hera, por Dios!—brama Agnes.
Eroda chilla más fuerte y patalea, el rojo perpetuo de sus mofletes invadiéndole el resto de la carita. Eros le toma de las manitos regordetas, baja la cara y le planta un beso en el dorso, sosteniéndolas contra su panza inflada. La imagen me puntea el estómago, por lo hermosa que es. Si dudaba de que Eros es el hombre más guapo que he tenido el placer de conocer, solo le faltaba acunar un bebé para tatuar ese concepto en mi cabeza y corazón.
—Helios se robó la calma de Eroda, eso es lo que pasa—plantea Hera, sacándole la lengua a la niña.
Se oye el soplido de una ventisca helada, las flamas le atrapan y disipan, difundiendo el calor. Helios se remueve y abre los ojitos lentamente, centrándolos en mi rostro. En su semblante adormecido se dibuja el amago de una sonrisa, un hilacho de baba se desliza por su mejilla, se la limpio antes de que toque su ropa, con la misma manta que lo envuelve.
—¡Nuera!—exclama Ulrich, blanqueo los ojos peinando hacia un lado el cabello fino y suave de Helios—. Se te ven bien los bebés.
Ahí me fijo que ha quedado en la misma dirección que el peinado de Eros, así que lo deshago y se lo echo al lado contrario.
—Hera, dile a tu señor padre que no me hable—murmuro, sin levantar la mirada del bebé.
—Papá, dice Sol que no le hables—repite ella al instante.
—Que me lo diga ella misma—contesta él, con el mismo dejo de mofa que ha empleado en el día.
Como no quiero que arruine mi noche, paso de él y sus intentos de sacarme de mis casillas, no le daré el gusto otra vez, como esta mañana, que he accedido a algo imposible por no bajar la cabeza. ¿Qué si me arrepiento? No, pero si tengo esta duda del tamaño del Everest de cómo podría enfrentarme a esa mole de músculos sin morir en el intento. Helios juega con mi cabello, aunque me lo estira y el cuero cabello lo reciente, es tan apachurrable que solo le sonrío y no me resisto a pellizcarle las mejillas, cosa que a él le fascina, porque se ríe con más ganas.
Un minuto después se aburre de estar acostado y estira los bracitos buscando levantarse. Le ayudo a sentarme en mi muslo, y de repente me agarra el cuello del abrigo y lo trata de bajar. Lo ha hecho con tanta fuerza que me quedo sorprendida un segundo antes de tomarle la mano, comprendiendo lo que quiere.
—Oh, no, no vas a conseguir nada allí—musito, soltando una risa nerviosa. Muevo la vista a Agnes, ella nos contempla mostrando una pequeña sonrisa serena—. Ay, creo que tiene hambre.
Ella le palmea el antebrazo a Ulrich, él se pone de pie y se moviliza a mi posición, extendiendo los brazos para que le pase al niño. Lo levanto sin mucho esfuerzo, sus diminutos zapatos pisando mi regazo. Helios al ver a su padre aplaude emocionado, no pierdo de vista la sonrisa de Ulrich
—Helios, más respeto, es la esposa de tu hermano—cuchichea en son de broma, como si solo el niño pudiese oírle.
Agnes se echa la manta al hombro y se extrae un pecho de una abertura en el vestido, al costado del pecho. Ulrich le acomoda al bebé, y el mismo Helios se apresura a esconder la cabeza detrás de la manta a pescar el seno de su madre. Agnes aprieta los labios, exhalando una bocanada de aire. Al parecer, Eroda no es la única que piensa que los pezones son juguetes de goma.
—Acabas de comer, Helios, que impresión—se lamenta Agnes, palpándole la espalda con la yema de los dedos.
—¿Te gustan las tetas de mamá, no?—pronuncia Ulrich para sí mismo, revolviéndole las hebras dorado opaco—. A mí también.
Agnes le pega un sonora guantazo en el hombro, y él tan cínico como nadie—su hijo—, se suelta a reír. Desplazo la vista a Hera verificando que también haya escuchado esa mierda, y lo certifico al captar su semblante austero descomponerse en un viso de total disgusto.
—Qué horror.
Mi celular vibra notificando la recepción de un mensaje. Abro el chat del grupo que solo nos tiene a Valentina y a Meyer, leo por encima la queja de la chica hacia Meyer, que ha dejado la pizza afuera y le exige que compre otra. Él le responde que no le tiene que importar porque la pizza era de él y ella replica con unos emojis de carita furiosa, diciendo que la comida es de quién la encuentre.
Los mando a dormir aunque los mensajes sean de horas atrás, me salgo de ese chat entrando al del grupo de delegación de naciones unidas, todos disfrutando de las vacaciones. Dios, es que con solo leer los nombres de los imbéciles que se creen presidentes del país me genera un malestar que ni con un trago de vino se me quita. Bueno, me calma solo un poco el que me restan siete semestres de carrera... para conocer a otros idiotas más, porque si creía que la estupidez se les pasaba al ingresar a la universidad, pues estaba soñando despierta, porque he descubierto que empeora.
La universidad es una mina de babosos que se creen que fumar mota y beber alcohol cada fin de semana los hace clase única y limitada, y si no sigues sus pasos, eres una aburrida. Como yo, que me han tachado como la casada amargueta, que se la pasa escondida en su casa.
Le contesto a Troy y le confirmo que ya compré el llavero de la Torre Eiffel, dorado, como lo ha pedido, y le digo que está bien, que saldremos a beber cerveza a mi regreso, para que me cuente los chismes de la universidad que me perdí. Eso suena más interesante.
—¡Trajimos más vino!—el grito de Lulú me saca un brinco, el celular por poco se me cae el suelo—. Hera, no conseguimos tus galletas especiales, pero el señor compró un montón de marcas para que elijas.
Hunter se despierta asustado, meneando la cabeza de un lado a otro, como si buscase una amenaza cerca. Toma asiento tan pronto ve a Lulú, refregándose los ojos hinchados. Hera rebusca desesperada en la bolsa por un paquete, extrae el primero con el que se topa y se apura abrirlo, sacar una galleta y pegarle un mordisco. Se lo saborea con un gusto que me abre el apetito a mí.
—Está bien, son complicadas de conseguir aquí—habla con la boca llena, limpiándose las migas de la boca con la muñeca—. Danke.
Bloqueo el celular y lo regreso al bolsillo del suéter, arrimándome a la esquina para que Lulú pueda tomar asiento en medio de Hunter y yo. Helsen vuelve con la botella en una mano y el corcho en la otra, portando la sonrisa más abierta y afable que le he visto nunca. Echa el corcho al fuego, rellena las copas en silencio, pero desprendiendo un aura de felicidad, más que contagiarla, provoca una incomodidad de la que desconozco origen.
Y allí entiendo que mis compañeros de clase están en lo correcto, me he convertido en amargueta.
—Casi atropella a un ciervo, que susto nos llevamos—relata Lulú, expandiendo la mirada.
Escucho la risa amena Helsen a la vez que gira sobre su eje entregándome mi copa y otra a Lulú.
—Se les escapó la comida, que decepción—asevera Hunter, ganándose un manotón de parte de Lulú—. Esos animales son proteína pura, ¿no es cierto, Eros?
Hunter recibe su trago de la mano de Helsen con la vista direccionada a Eros, y él tan amistoso como siempre, aparta la vista pasando de él. Hunter resopla y dobla los labios, muestra de su disgusto.
Pierdo la vista en el extenso bosque sumido en penumbra, reprimiendo el escalofrío que me genera esa imagen de divisarlo a través de las llamas. En silencio disfrutamos del amargo sabor del vino, en silencio, sopesamos la razón de la extraña sensación untada a estos momentos dónde nadie es capaz de romper la tensión, aunque a mi sentir, falta no hace, porque aún con esta obtusa decisión de desentendernos de la situación por decisión por el bien de nuestra paz mental, sabemos, que lo que pasó ese quince de abril, no ha llegado a su final y que estos días son justamente eso, meras vacaciones a las que si se les ve un fin.
Absorbiendo el calor de las brasas, inclino la cabeza hacia atrás, relajando los músculos tensionados de la espalda. Más que vacaciones, parece la antesala al infierno.
—Ahora que estamos todos, podemos cantar cumpleaños—exclama Hera, la escucho caminar por la terraza—. Yo traigo el pastel, tengo muchas ganas de pegarle un mordisco desde que lo vi.
—No, no—le detiene Lulú, la siento ponerse de pie—. Antes, vamos a cantarle a Eros una canción especial, esa que les nombré...
—La de Taylor Swift—completa Hunter, también, levantándose del sofá.
—Ni se me acerquen—advierte Eros, y yo me lo tomo a modo reto.
—¡Comienzo yo!—exclamo, abriendo los ojos, trasladando la vista a él—. It feels like a perfect night to dress up like hipsters, and make fun of our exes.
Hera mueve la mano estira a Hunter, él la toma y ella lo guía a la posición de Eros, no solo él nos observa ceñudo, Eroda también lo hace.
—It feels like a perfect night for breakfast in midnight to fall in love with strangers—continúa Lulú, recogiendo mi mano y la de Hera.
—Yeah, we're happy, free, confused and lonely at the same time, it's miserable and magical...—Hunter canturrea con un tono tan desafino que se lleva la peor Mirada de Eros, pero ahora es el turno de mi amigo de apartar la mirada, ofreciéndome su mano.
—Tonight's the night when we forget about the deadlines, it's time...—le sigue Hera, levantando los brazos por encima de su cabeza, tan involucrada en el asunto que me causa una risa que no me deja seguir cantando.
No sé qué hacemos, más no detengo el extraño escenario, ellos son tan felices haciendo el ridículo que no tengo corazón para ser la aguafiestas, así que levanto los brazos, atisbando la rodada de ojos de Eros encabronado, en medio del círculo que hemos formado a su alrededor.
—¡I don't know about you, but Eros is feeling 22, everything will be alright if you keep me next to you...!
—Dan vergüenza ajena—escupe, acunando a la niña que se ha puesto de pie en su regazo para abrazarle del cuello.
—You don't know about me, but I'll bet yoy want to, everything will be alright...
—Parecen una secta de brujas—comenta Helsen, Hera profiere una risa destartalada, sin bajar los brazos.
—Lo somos—dice, y un latido después, la sonrisa se le cambia por una arruga en el ceño—. Ouch.
Bajamos los brazos al verle trastabillar hacia atrás con la mano en el vientre. En cuestión de milisegundos su semblante ha adoptado el color de la leche, pálida, formando un mohín que por el sonido de hace un instante, es de dolor.
—Hija tu...—habla Ulrich, deteniéndose a mirar las piernas descubiertas de su hija, con aire de no saber que decir—, cuestión ha llegado.
Hera se sube unos centímetros la falda del vestido celeste, el temor asomándose en sus facciones ahora de un tono grisáceo. Sigo el curso de sus ojos, consiguiéndole un camino de sangre descendiendo a sus tobillos. Noto que el mareo le empaña la vista porque se ha sostenido del hombro de Eros con los párpados fieramente sellados.
—Eso no es...
No logra decir más, porque se ha desvanecido y Eros, quién ya sostiene a Eroda, apenas es capaz de atajarla sin que el cuello de la rubia se vea comprometido. Hunter se apresura a tomarle de la cabeza y tan rápido como le es posible, pasa un brazo bajo sus rodillas y le resta el peso a Eros.
El corazón me late a mil pulsaciones por minuto, o así lo siento. Apenas soy capaz de oír los chillidos de Eroda, el grito de Agnes, o la maldición de Helsen. Ulrich se pone de pie y corre los escasos metros con la intención de tomar a Hera de los brazos de Hunter y salir de la terraza a velocidad inhumana. Me quedo estática, inamovible, replanteándome que esto sea otra pesadilla en la que todo sale mal, porque no me creo que todo haya pasado tan rápido, como aquella vez.
Solo cuándo Eros le pasa la bebé a Helsen, me coge la muñeca y jala a la misma dirección que tomo Ulrich, es que el estupor se difumina y me obliga a seguirle sin rodar por las escaleras.
—Ven conmigo—sentencia, y esta vez, no le refuto.
...
—No, quédate allí con los niños, dile a Helsen que traiga las cosas de Hera. No, no he tenido noticias, apenas las tenga te estaré llamando—informa Ulrich a Agnes vía telefónica. Planta el celular en la clavícula, fijando la mirada en la treintañera detrás del vidrio de recepción—. Mademoiselle, pouvez-vouz me dire ce qui se passe avec ma fille ou dois-je enter per effraction?
«Señorita, ¿me dirán qué es lo que pasa con mi hija o tengo que entrar a la fuerza?»
La mujer deja de teclear en la computador para observar a Ulrich, soltando un suspiro. Es la sexta vez que le hace la misma pregunta en menos de una hora, ni siquiera entiendo del todo la interrogante, pero estando los tres afuera de la puerta que pone en letras rojas 'Urgence', como perros guardianes, se interpreta fácilmente. Y no lo culpo, ni un poco de eso.
—Il faut attendre que le docteur sorte, Monsieur.
«Tenemos que esperar que el doctor salga, señor.»
—Quand est-ce censé se produire? Ils ont une heure là-bas—replica prensando la mandíbula—. Je manque de patience.
«¿Y cuándo se supone que eso pasará? Tienen una hora allí. Ya no tengo paciencia.»
Ella tensa el cariz, signo de que empieza a alterarse.
—Vous devez attendre.
«Tiene que esperar.»
Ulrich pega un golpecito en la reja delante del vidrio, profiriendo blasfemias que solo él puede escuchar, pero por su viso tenso, no hace falta ser muy inteligente para saber cuáles son. Sube el celular de vuelta a su oreja, apretándose la nariz.
—Du hast zugehört?
«¿Escuchaste?»
Reviso el pasillo, tan extenso como vacío, restregándome los brazos generando un poco de calor. La repentina salida de casa no me permitió recoger mi abrigo, por suerte, Eros siempre carga con uno en el auto.
No he abierto la boca más que para respirar, la imagen del vestido de Hera manchado de sangre me ha perturbado al punto de quedarme sin voz estos minutos, en los que nadie ha salido si quiera a informarnos que está fuera de peligro. Ulrich trabaja en abrirle un hueco al piso, camina de un lado a otro cual fiera enjaulada, despeinándose el cabello. Lo comprendo, en caso de que no fuese grave, hace mucho que tendríamos respuesta, pero no ha sido así y cada minuto que pasa acrecienta la ansiedad del desconocimiento.
Me inclino hacia Eros, postrado en la silla contigua con un codo apoyado en las rodillas, el mentón sobre una mano, descansando la otra encima de mi muslo, sumido en sus cavilaciones. Como vuelva a ver un vestido embadurnado con esa cantidad alarmante de sangre, y no sea en una película, perderé la razón.
—¿Alguna vez te has desmayado por tu periodo?—cuestiona Ulrich, tomando asiento a mi lado.
Asiento con la cabeza, tragándome una bocanada de aire.
—Sí, dos veces, pero...—digo con la voz temblorosa, pero Eros se adelanta.
—Ha dicho que no es eso.
Ulrich hace el intento de contestar, se ve interrumpido por la persona vestida con ropa médica azul sale de la bendita puerta. Los hombres a mis costados se ponen de pie por acto reflejo, repito la acción demorándome por unos segundos, mientras visualizo la expresión neutra del doctor que ronda la edad de Ulrich.
—¿Quién es el padre?—pregunta con acento sutil, leyendo la hoja en la carpeta metálica.
Ulrich da un paso al frente, tensando la mandíbula.
—Yo.
El doctor niega, abrazando la historia médica. De todas las emociones que hacen mella en mi interior, los nervios e incertidumbre pesan con agobio sobre el resto. Me estrujo los dedos mordisqueándome los labios, como no hable pronto...
—No de la señorita—se corrige—. El de su bebé.

Holi.😇
¿Aquí podemos decir que comienza el dramita? Pos si. Un capítulo más, y volvemos a NY.
El capítulo me costó escribirlo porque yo quiero escribir drama, pero hay que pasar por esto primero, no es el mejor, pidoperdón.😩
¿Qué tal? ¿Ulrich no quería nietos pues? 😂😂😂😂😂😂 toma tu nieto, pajuo.
TGW alcanzó los 900k, khé 🕴 millones de gracias, como siempre. Besos, muchos besitos. 😙
Pd: Se jodio la cita Lulsen.😆
Nos leemos pronto,
Mar💙
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